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RESEÑA | Línea nigra, de Jazmina Barrera: lo subversivo de la maternidad, sus retos y dimensiones

sábado, octubre 24th, 2020

Línea nigra (Almadía, 2020) es un libro de acompañamiento, una partera literaria que responde interrogantes turbulentas pero comunes: ¿Tener un bebé hará que deje de ser yo? ¿Cómo cambiará mi cuerpo, mi relación con el mundo y mi independencia? ¿Puedo cuidar a otro ser humano, si no me sé cuidar a mí misma? Entre muchas más.

Jazmina Barrera consigue una lúcida narración de su embarazo desde la curiosidad por maternidades distintas que confluyen. El llamado a reescribir la maternidad como una experiencia aterradora, intensa, transformadora e irrevocable en los límites de la vida, es una postura honesta, casi un manifiesto.

Por América Gutiérrez Espinosa

Ciudad de México, 24 de octubre (SinEmbargo).- Cuando supe que estaba embarazada mi primera sensación fue un miedo indescriptible. Era 2014 y entrenaba para un maratón que por supuesto no corrí. Traía 229 kilómetros de entrenamiento y casi nueve semanas que no se notaban a simple vista; de alguna manera parecía la misma persona, pero ya no lo era.

Convertirme en madre fue algo que no consideré gran parte de mi existencia y que luego elegí. Durante esos meses de preñez, no tardaron en llegar a mis manos libros y publicaciones sobre el embarazo, el parto o la crianza de los hijos, cuya utilidad práctica fue abundante, pero nula emocionalmente.

El instinto materno no aparecía, al menos no como el estado idílico que me habían contado y la espera de “la humanita” estaba más llena de dudas que de ilusión. Habría sido un consuelo leer: “Mi cuerpo se va llenando de señales para alguien más, señales que tienen que explicarme porque yo misma no sé descifrarlas”. Mis sentimientos encontrados sobre la maternidad habrían sido menos tormentosos e inciertos.

A través de textos breves, Línea nigra de Jazmina Barrera explora la maternidad en muchas dimensiones. Comienza con la gestación como experiencia extrema, y siguiendo el curso de su propio embarazo, nos comparte la búsqueda de un parto humanizado y las decepciones y sorpresas a las que se enfrenta. Aborda lo femenino y lo materno desde lo artístico, específicamente la pintura o la fotografía; en cada descripción de un cuadro, el lector buscará, casi sin pensarlo, la imagen para completar la experiencia.

Para la ensayista mexicana, la figura materna es subversiva y el embarazo y crianza son plateados como una irrupción – que no una interrupción- en el trabajo intelectual, más bien como un impulso desconocido. Este registro narrativo es un juego de matrioshkas, donde la escritora es nieta, hija, amiga, pareja y después madre. El juego de las muñecas que se alternan entre niño y niña cobra sentido a lo largo del texto. Una de las tramas más poderosas es la relación con su propia madre, una artista plástica para quien “la pintura no es imagen, es materia”. “Materia” tiene la misma raíz etimológica de madre.

Jazmina Barrera advierte a sus lectores que lo suyo es el ensayo, y que en principio su intención era hacer uno; sin embrago eventualmente dio un paso hacía el relato. Línea nigra es un fino entramado que nos lleva por una profunda variedad de formas literarias en las que autoras como Shirley Jackson, Natalia Ginzburg, Sylvia Plath o Úrsula K. Le Guin nos sorprenden con sus cavilaciones sobre la maternidad.

La reflexión va más allá de la angustia primaria consecuencia de los cambios físicos, emocionales, psicológicos o de identidad. Es un recorrido por las actitudes conflictivas hacia la maternidad, que no son un fenómeno nuevo y que se asocian a nuestra incapacidad de discutir cosas como el ciclo menstrual o la lactancia.

Dar a conocer la posibilidad de que una madre pueda sentir cualquier cosa que no sea alegría y emoción no debería condenarnos, ese sentimiento casi trágico de irrevocabilidad es justo lo que define la maternidad. Lo inevitable es que la virtud maternal se mantiene incómodamente ligada a la sexualidad. Y aunque se evite el tema, durante el embarazo, “el flujo de sangre aumenta en la vulva y con esto la sensibilidad…”

La reflexión sobre la necesidad de una “escritura blanca” trazada con leche materna, para desplazar esos textos matizados sobre la experiencia de tener un hijo es apremiante. El llamado a reescribir el mundo desde la maternidad como una experiencia aterradora, intensa, apremiante y transformadora en los límites de la vida, es una postura honesta, casi una especie de manifiesto. El grado de identificación fue alto, especialmente en el fragmento que comparte su forma de leer mientras amamantaba. Leía libros livianos, que fuera posible sostener con una mano.

Línea nigra es un libro de acompañamiento, una partera literaria que responde interrogantes turbulentas pero comunes: ¿Tener un bebé hará que deje de ser quién soy? ¿De qué manera cambiará mi cuerpo, mi relación con el mundo y mi independencia? ¿Cómo voy a cuidar a otro ser humano, si no me sé cuidar a mí misma? Entre muchas más.

Jazmina Barrera consigue una lúcida narración de su embarazo y del proceso de adaptación al ejercicio materno desde la curiosidad por maternidades distintas que confluyen en la enormidad y la inevitabilidad.


América Gutiérrez es Coordinadora de contenidos de Librerías El Sótano. Ha trabajado para Discovery Channel LANat GeoA&E, IMER y Penguin Random House. Siempre se pregunta: ¿en qué se parece un cuervo a su escritorio? Actualmente estudia las leyes que rigen las excepciones.

La inmundicia ética es la gran enfermedad de nuestro tiempo, no la pandemia: Guillermo Fadanelli

sábado, septiembre 12th, 2020

“Volveremos a la vieja anormalidad, con los mismos problemas de siempre, con la variable de que habrá una crisis económica profunda”, opina en entrevista el escritor mexicano Guillermo Fadanelli, quien charló para Puntos y Comas acerca de su última novela: El hombre mal vestido.

Se trata de un libro con todos los elementos fadanellinescos: un hombre que ha perdido el rumbo, quien, a través de su postura nihilista, de sus reflexiones filosóficas, revela el lado oscuro, monstruosamente absurdo, de la sociedad contemporánea.

Ciudad de México, 12 de septiembre (SinEmbargo).- Si un día Guillermo Fadanelli se encontrara en una cantina a Orlando Malacara y Ernesto Arévalo, personajes de dos de sus novelas, jura que saldría corriendo.

“¡Imagínate! Sería como encontrarme frente a un espejo, ¿verdad? A pesar de eso, si me apuras a elegir, me gustaría cruzarme con Arévalo, por quien siento más curiosidad. Malacara es un misántropo; Arévalo, en cambio, flota, vaga, pasea entre el género humano”, dice Fadanelli, en entrevista con “Puntos y Comas”.

Esteban Arévalo es el personaje de su más reciente libro El hombre mal vestido (Almadía, 2020), una novela que narra las vicisitudes de un hombre desaliñado, al borde de la indigencia, que naufraga en los rumbos de Tacubaya y de quien se sospecha que ha cometido ocho asesinatos sin motivo aparente.

Estamos ante una novela con todos los elementos fadanellinescos: un hombre que ha perdido el rumbo, quien, a través de su postura nihilista, de sus reflexiones filosóficas, revela el lado oscuro, monstruosamente absurdo, de la sociedad contemporánea.

“Experimento cierto desprecio por mi sociedad, me avergüenza. Me avergüenza que, en pleno siglo XXI, sigamos viviendo en la inmundicia ética, en la corrupción social, en el total exilio de la conversación y en el desprecio por la cultura y las artes”.

Fadanelli matiza: “Siento desprecio por mi sociedad, pero no por las personas. Tengo amigos que quiero mucho. Me ha gustado vivir, pese a todo. O como decía Bertrand Russell: ‘No me suicido porque quiero saber un poco más de matemáticas’”.

Malacara, personaje principal de su novela homónima, publicada en 2007, tiene una breve aparición en El hombre mal vestido: se encuentra con Arévalo en la cantina “La Importadora”, con quien intercambia puntos de vista.

Al respecto, comenta: “Todo está relacionado. Mis novelas son cuartos de hotel y mis personajes entran y salen de las habitaciones sin ningún decoro”.

***

Sentado en una mesa del salón Covadonga, vestido con un overol azul marino del que salta a la vista un broche de solapa con la forma de una calavera, sombrero negro adornado también con otro pin con la imagen de una calaca (¿símbolos de nuestros tiempos o meros adornos? No lo sé, aunque en un autor como él nada parece ser casual), Fadanelli eligió este lugar para celebrar el arte de la conversación.

“Le insistí a Almadía que las entrevistas fueran presenciales porque necesito mirarte a los ojos, ver tu expresión, que haya gravedad entre nosotros. La pantalla nunca va a sustituir una charla agradable entre dos personas”.

Y aquí estamos, sentados frente a frente, sin cubrebocas, pero previamente satinizados de cuerpo entero.

Un autor que, con sus columnas semanales de El Universal o con sus libros de ensayo como En busca de un lugar habitable (2006) o Meditaciones desde el subsuelo (2017), nos invita a reflexionar sobre aspectos inadvertidos de la vida cotidiana, ¿qué opina de la sociedad que emergerá después de la pandemia?

“Volveremos a la vieja ‘anormalidad’, con los mismos problemas de siempre, con la variable de que habrá una crisis económica profunda. A pesar de ello, no formo parte de la coreografía del apocalipsis. No tengo miedo a morir. No tuve hijos por esa razón. Quiero ser cada vez más libre, pues cada vez que amas a alguien te vuelves un esclavo”, responde.

Y dice que el temor, el rumor y la incertidumbre, asociados a la pandemia, no deben anular nuestro juicio.

Fadanelli apunta: “Hay preguntas fundamentales que los seres humanos debemos de hacernos antes de caer en el temor desmedido, antes de destrozar la conversación comunal, la convivencia, y de modificar los hábitos de una sociedad: ‘¿Qué valor tiene para mí la salud? ¿Me van a dictar políticas sanitarias desde una entidad abstracta llamada Estado? ¿Se tomó en cuenta mi opinión al respecto?’”.

De ahí que, afirma, la pandemia, lo que estamos atravesando, es una oportunidad para la reflexión.

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Luego de ese paréntesis sanitario, regresamos al libro, al motivo de nuestra charla. A diferencia de otras de sus novelas, como Mis mujeres muertas (2012), o Lodo (2002), en las que prevalece la primera persona, en El hombre mal vestido, Fadanelli eligió un narrador testigo (Blaise Rodríguez) que, no obstante, se desdobla al grado de que las voces narrativas se confunden.

Cuestionado sobre esa estrategia, Fadanelli responde, como suele hacerlo, con una cátedra ensayística: “El ser humano es un cruce de caminos. Y podemos comportarnos, de forma distinta, ante una misma situación. A veces no tenemos la menor idea de por qué actuamos de cierta forma: somos unos desconocidos para nosotros mismos. Y eso se debe a que no somos uno, sino varios”.

Y agrega: “Eso es un poco lo que intenta decir Esteban Arévalo. Nuestro pasado y nuestra memoria forman parte de un mito: no sabemos, siquiera, si tuvieron lugar. Nos contamos la historia de que fuimos alguien y que somos continuación de ese alguien porque nos atemoriza que las personas que nos habitan eclosionen y nos lleven al desastre. Por eso Blaise Rodríguez, Esteban Arévalo y yo, el autor de la novela, nos confundimos en un concierto de voces, de lamentos que se encuentran”.

Fadanelli, sostiene, no quiso clarificar eso en la novela, de ahí que la confusión –misma que no atenta contra la lectura– sea intencional.

“Quise que se confundieran entre sí, como se confunden nuestras ideas y la idea que tenemos de nosotros mismos. No es una idea nueva. Es la dispersión del yo, tema que exploraron Freud, Ernst Mach u Otto Weininger”.

El hombre mal vestido, entonces, es un cuarto de espejos al que ingresa Fadanelli y aparecen, en los reflejos, sus personajes: Arévalo, Malacara, Blaise.

Y en sus páginas, después de una discusión que Arévalo tiene con el dependiente de una vinatería, Blaise, o Arévalo, o Fadanelli escribe: «Imagínese que el criminal que estaba por matarlo dudó, por unos breves momentos, de ser la misma persona que aquella que tomó la decisión de asesinarlo a usted. Dudó de sí mismo. Entonces su conciencia flaqueó y se dijo: “¿Qué me une a las otras personas que creen y dicen ser yo? ¿Por qué debo seguir sus instrucciones para aniquilar a este sujeto, aunque esos yoes poseamos una cara parecida y un mismo nombre? ¿Por qué una de las personas que habitan en mí quiso matar a este hombre, y otras no? ¿Quién tiene razón? Si una decidió matarlo, otra ha dado marcha atrás”».

Fadanelli habla de forma pausada, como si cada frase que sale de sus labios estuviese meditada, construida en su mente con una precisión de relojero. Antes de alguna respuesta, incluso, se toma su tiempo: baja la mirada, apoya la barbilla en el pecho, se abisma, y luego sale a flote. Entonces dice:

“Si soy un desconocido para mí, ¿qué seré para los otros? Esa es una idea de Schopenhauer. Él dice que ningún sujeto puede ser conocido en su totalidad. Cuando alguien dice: ‘Conozco a esa persona’, lo que quiere decir es que conoce algunos de sus rasgos, de sus actitudes, tiene un bosquejo, pero nunca sabe nada del otro: el otro siempre es un misterio”.

Esas voces que hablan (o escriben) en coro, esos lamentos que se entrecruzan, como él los describe, se enmarcan en una novela que coquetea con el género negro. En El hombre mal vestido están los ingredientes: una serie de crímenes, un sospechoso y una búsqueda. Fadanelli juega con esos elementos, retuerce las convenciones y hace apuntes metaliterarios, aunque su exploración estilística, formal, tiene otro fin: motivar la reflexión, lanzar preguntas, a veces imposibles de responder.

Así lo explica: “No soy un amante del género negro –aclara Fadanelli–, pese a la gran cantidad de escritores policiacos que he leído en mi vida. Hace 20 años –parafraseando a Norman Mailer– decía que, cuando un escritor no tiene nada que decir, siempre recurre a un muerto y mata a alguien en su novela. En este caso los muertos son un pretexto para mostrar la obsesión del personaje: el rencor anidado en su mente. La idea de que lo que piensas también es real, que las teorías tienen sentido, se viven, y no sólo se piensan hace que estos asesinatos se transformen también en una especie de sueño, en un fenómeno onírico. El amante del género negro siempre buscará pistas y tienes razón: ahí están. Pero no, mi intención no era escribir una novela negra”.

Al final del periférico (Literatura Random House, 2016) y Fandelli (Cal y Arena, 2019) han sido dos libros en los que has explorado la autobiografía, aunque sin un afán de continuidad entre uno y otro, sino un intento por explicarte, a ti mismo, ciertos momentos, ciertas etapas de tu vida…

–La curiosidad es el mayor vehículo del conocimiento. Y la curiosidad por uno mismo es fundamental si uno quiere caminar con cierta dignidad por esta tierra. Detesto la fantasía. Cada vez que empiezo una novela no sé cómo la voy a terminar. Simplemente me echo a andar: inauguro un camino. Para mí la novela es la consecuencia de una vagancia. Siempre he sido desordenado. Todo orden me parece ficticio, fuera de algunos hechos de la ciencia física, del objetivismo científico. El orden siempre es una especie de estructura efímera en el caos que nos envuelve. Somos sobrevivientes del caos. Y mis novelas son eso: la curiosidad de quien fui. Yo soy mi propio tema, pero para ser mi propio tema, tengo que dejar la egolatría a un lado, de lo contrario mis libros se convertirían en un diario íntimo, un monumento a la vanidad.

–Dices que siempre has sido desordenado, no obstante, El hombre mal vestido tiene una estructura que parece bastante pensada…

–Soy como un boxeador con muchos rounds atrás: sé cómo proteger la región hepática. Sé, también, en qué momento tirar un golpe. Es la experiencia y el oficio. No obstante, cuando termino de escribir una novela, el primer sorprendido soy yo. Y la leo una vez, solamente. Jamás vuelvo a ellas. Leo el manuscrito y me extraña: es como si la hubiera escrito otro. Eso prueba de alguna manera que no tenía idea de lo que quería hacer. La novela es un hecho que se da. Es algo que aparece y se te impone. Una novela que no se te impone, que escribes para ofrecerla a los demás, me parece un acto de una vanidad inconmensurable. Una novela tiene que ser necesaria. Y no para adjudicarte un lugar en el mundo ni para dejar tu huella. Quizá admitiría la idea de escribir novelas para ganar algo de dinero, pero yo no soy un bestseller.

–Aunque tienes muchos lectores, sobre todo jóvenes…

–Tengo buenos lectores. Eso es un privilegio. Pocos, pero creo que siempre perspicaces.

***

Un ruido interrumpe nuestra conversación. Se escucha, en segundo plano, la sirena de una ambulancia, como si el absurdo de una época sombría, extraña y trágica, nos abofeteara. En las pantallas de televisión se transmite la repetición de un partido de futbol que a nadie importa, que se volvió noticia añeja, polvo entre los dedos. Afuera, poco a poco, los nubarrones grises se instalan encima de nosotros. Lloverá pronto.

Al final de la conversación, Fadanelli posará para el lente de mi cámara, de espaldas a un espejo. Y del otro lado, en esa realidad deformada, en ese reflejo que ensancha las paredes, el salón Covadonga –en esta “nueva normalidad”, regida por un “semáforo de riesgo epidemiológico”, términos que parecen extraídos de una burda novela postapocalíptica–lucirá más desierto aún. Pero eso será más tarde. Ahora todavía tenemos tiempo para algunas preguntas sobre la literatura actual, el pesimismo asociado a su obra y el sentido de la literatura en el mundo actual.

—En 2011, en entrevista con Vicente Gutiérrez, para El economista, afirmaste: “Ningún autor joven vale la pena”. ¿Nueve años después mantienes ese juicio?

—Sí. Ahora me dedico a releer. Desconfío de la juventud. Me atraen los jóvenes que nacieron viejos. El joven pesimista siempre es de un valor incalculable porque no causará destrozos queriendo transformar el mundo. Prefiero mirar el mundo en vez de transformarlo. Esto es casi una tesis contra Marx, pero no es una renuncia. Como escribió Albert Camus: “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero negar no es renunciar”. Y tener una mirada escéptica, rebelde o marginal, es también construir realidad porque no somos fantasmas, sino seres que ocupamos un espacio, que cada vez que damos un paso alteramos nuestro entorno.

—En un mundo digital, más forzadamente cosmético y banal cada día, ¿tiene sentido la literatura?

—Tiene más sentido que nunca porque, en esta época de desprecio masivo hacia la literatura, es cuando el escritor verdadero insiste. Los códigos civiles, las disputas políticas, las conversaciones entre enemigos, las quejas contra las instituciones se hacen vía el lenguaje, y no la danza. Pareciera que leer un libro es un simple pasatiempo en esta época de entretenimiento obsceno, pero no lo es. La literatura y el lenguaje estimulan la capacidad imaginativa del lector y, además, lo ayudan a ser más rebelde. Por otro lado, la tecnología ha caminado a un ritmo más rápido que la ética: somos simios con teléfonos “inteligentes”. En cambio, nuestros preceptos morales, nuestro conocimiento del mundo, es nimio. Entonces ese desbalance me parece que es la mayor enfermedad de nuestro tiempo, no la pandemia. Las sociedades, a pesar del avance tecnológico, son cada vez más inequitativas e injustas. Entonces la literatura y los libros que cito en mi novela son, precisamente, una insistencia en entrar al lenguaje para construir mejores horizontes de vida. Quisiera que el lector no se fuera de esta vida sin haber conocido algunos bienes del arte y la literatura. Es casi un deseo franciscano filantrópico, aunado a mi natural pesimismo.

—En tu obra, precisamente, hay una reivindicación del pesimismo. ¿Estarías de acuerdo con esa afirmación?

—El optimismo es una enfermedad y un engaño. Y también la cancelación de la reflexión. Concibo la rebeldía como motor y como vehículo de mi obra. Necesito poner en entredicho todo lo que sucede a mi alrededor. Odio la manía consumidora. Y también la idea del éxito que se nos impone a través de los medios. Y también la manipulación excesiva que se lleva a cabo con personas que no han leído o que han carecido de educación. Es inocuo y fútil vivir solo para reproducirse y para producir objetos. Soy un falso pesimista porque escribo y escribir libros es un acto positivo, pero también es mi único oficio.

—En Fandelli (Cal y Arena, 2019) escribes una frase que podría funcionar como tu epitafio: “Te echaron del vientre de tu madre, pero de las palabras no te expulsarán nunca”.

—Desde 1995, cuando escribí un libro que se titula Dios siempre se equivoca, dejé asentado mi epitafio: “Se equivocó en todo”. Luego pensé en otro: “Nunca vuelvas, bajo ninguna circunstancia”. En los últimos años, se me ocurrió uno más: “Orina en la tumba de al lado”. Pero creo, sin duda, que prevalecerá el primero: “Se equivocó en todo”.

ADELANTO | Fadanelli navega por la mente de un probable asesino en la CDMX: El hombre mal vestido

sábado, agosto 22nd, 2020

Blaise Rodríguez ansía develar la mente de Esteban Arévalo, un hombre que vaga por el barrio de Tacubaya y de quien se sospechan varios asesinatos. Este es el recuento de un personaje cuyos pensamientos van contra cualquier convención humana; un pesimista marginal, desapegado e impredecible.

El escritor mexicano Guillermo Fadanelli hace de su nueva obra una aventura narrativa mucho más ensayística y reflexiva. Almadía presenta un fragmento de esta novela.

Ciudad de México, 22 de agosto (SinEmbargo).- ¿Hacia dónde camina Esteban Arévalo, quien vaga por el barrio de Tacubaya y de quien se sospecha que ha cometido varios asesinatos? El hombre mal vestido es un marginal por derecho propio, un pesimista que asegura que no es posible comunicarse con los demás. Un observador desapegado, de comportamiento extraño, impredecible, fuera de orden.

El crimen, el azar, el barrio de Tacubaya y algunos de sus vecinos más atípicos poblarán la mente de Blaise Rodríguez, quien ansía develar lo que sucede en la mente de Esteban e intentará narrar en estas páginas la historia de una perturbación, el recuento de un hombre cuyos pensamientos parecen ir en contra de cualquier convención humana.

En ésta obra, la mente de un atribulado se extiende como una zona oscura que recorrerá las certezas más sólidas del lector. Guillermo Fadanelli hace de su nueva obra una aventura narrativa mucho más ensayística y reflexiva.

A continuación, SinEmbargo comparte, en exclusiva para sus lectores, un fragmento de El hombre mal vestido, del escritor mexicano Guillermo Fadanelli, quien ha elaborado novela, cuento, crónica y ensayo, además de impulsar varios proyectos de literatura y arte. Cortesía otorgada bajo el permiso de Almadía.

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4

¿Quieres destruir a un niño? Dale un poco de autoridad y entonces comenzará a desvariar y a perder el rumbo antes de tiempo. Se tornará antipático y comenzará a roer los huesos de sus compañeros de escuela y demás amigos sin necesidad alguna, morderá rodillas, jalará testículos, ladrará sólo para escuchar sus propios ladridos. Empezará a conocer lo sabrosa que es la carne humana cuando se mastica lentamente.

El disparate de querer convertirse alguna vez en policía se disipó cuando Esteban dejó atrás los quince años, los suéteres pulcros, el cabello perfumado y se adentró en los terrenos de su primera juventud. Así fue; Esteban creció como un árbol precoz; los músculos y la electricidad de su cerebro comenzaron a funcionar de manera diferente y la experiencia le dijo entonces que los policías, sus antiguos héroes, formaban, también, parte del copioso ejército de la maldad, de la penuria y rapiña que ha acosado a la mayoría de los seres humanos a lo largo de la historia. Le dolió percatarse de ello, recapacitar y abandonar sus sueños de niño. La utopía del uniforme marcial quedaba atrás.

¿Hacia qué derrotero y desde cuándo se habían marchado los héroes? ¿Acaso se habían hundido en el eterno retrete nietzscheano del que jamás volverían a emerger? Pinches héroes de pacotilla, pelmazos, palurdos, renacuajos, traidores. La juventud, esa época de perturbación animal y entusiasmo sin gracia, había llevado a Esteban no a una ficción en donde él protegía a sus semejantes; en cambio, lo había trasladado a una realidad de documental ralo, triste, agresiva, franca y sin más aventura que la realidad misma: la cosa en sí, oscura y sin movimiento, atemporal y sin alma.

Carecía ya de sentido aspirar a convertirse en un Sherlock Holmes o siquiera en el modesto y sagaz Easy Rawlins, a quien después de un profundo viaje de morfina le gustaba exclamar: “Me siento como si tuviera un gorila dentro de la boca”. Y es que todos los seres sensibles, incluido yo, Blaise Rodríguez –encargado de narrar la historia de Esteban Arévalo– sospechamos que el movimiento culminará tarde o temprano en un agujero negro. Todo camino va derechito para allá, Esteban, yo, las patas de perro, los desencantados, Berlin Alexanderplatz, los miserables, los hermosos y malditos. No hay escapatoria.

Y en el remoto caso de haber cumplido sus sueños infantiles de ser un heroico policía, ¿qué habría hecho Esteban, el superfluo aspirante mexicano a gendarme, cuando encontrara a los supuestos mafiosos y causantes del daño infligido a las buenas personas? ¿Ante quién habría de denunciarlos? ¿Los conduciría atados y cabizbajos frente a Sancho Panza en su ínsula Barataria, para que el gordo chamagoso les dictara sentencia? Hacer algo así, por absurdo que fuera, resultaría menos estúpido y estrafalario que conducirlos ante la presencia de un esmirriado ministerio público mexicano que apenas si sabía leer y que no podría reconocer en el rostro desamparado de Esteban ni siquiera las tristes ojeras de Franz Kafka. ¿Qué cosa hay más triste que las ojeras de Kafka? ¿Alguien lo sabe? Tal vez los cachetes y la trompa roja de Donald Trump podrían ser tan tristes, o más bien pa-té-ti-cos, pero esa grotesca caricatura es pasajera y en unos pocos años se olvidará cuando algo aún más letal ocupe la presidencia de los Estados Unidos. Los presidentes de Estados Unidos… qué runfla de locos y payasos.

Un día cualquiera de su juventud, Esteban Arévalo se enfrentó a una evidencia fulminante: la violencia o desgracia criminal no tenía por qué ser investigada o descubierta por ninguna clase de inteligencia detectivesca. ¡No había que hallar la maldad oculta en el coño de un sapo, en una calle oscura de Ecatepec o en una cueva en Tepito! La maldad y la agresión en México se presentaban por sí solas a la puerta, descaradas y desdentadas, risueñas, divertidas, y le pateaban el culo directamente a las víctimas, sin necesidad de intermediarios ni demás pesquisas;
¿cuántos goles de campo había anotado la muerte y el crimen utilizando como ovoide las nalgas de esas víctimas? Miles, millones… una miríada de goles de campo que los funcionarios de la justicia daban por buenos. ¡Anotación, hijos de la chingada! ¡Anotación! ¡Jódanse!

De un acto así de rotundo y cínico no podía filmarse una serie de televisión cuya trama fuera interesante al menos. La violencia no requería de maquillaje ni de presentarse a casting o hacer pasarela; más bien se transformaba al instante en una patada franca y austera que sólo un cadáver sería incapaz de reconocer. La violencia se parecería siempre más a una piedra que a un ave.

Poco tiempo después de cumplir los veinte años, cuando el pesimismo asomaba por primera vez en el rostro y las pupilas de Esteban, su temperamento se modificó diametralmente, sus lecturas de toda clase y calidad aumentaron; ¡quería enterarse! ¡Sumarse al conocimiento del todo! ¡Amansarse! Entonces leyó a Bohumil Hrabal y a Václav Havel, a Joseph Roth y a Saul Bellow. ¡La papa sensible se cultivaba azuzado por el deseo imperativo de su padre, ¡el poderoso arquitecto de la Fundación Mier y Pesado! Pero el tiempo hizo lo suyo y años después, cuando sus cejas se arquearon y sus labios se recostaron amargos en una línea horizontal, Esteban contrajo también la enfermedad romántica y se aficionó al hecho de dar su futuro por cancelado, triturado, fuera de lugar y desviado de toda dirección precisa o premeditada; es decir, un futuro totalmente abierto que ni siquiera tenía la posibilidad de entregarse a la sabia inmovilidad: cualquier vendaval o soplido lo movería en una dirección inesperada y absolutamente nefasta.

¿Qué hay tan cerrado como lo totalmente abierto? ¿Qué puede hacer un hombre como él cuando ha perdido los puntos de referencia a la hora de ordenar o comprender el sentido de su movimiento? ¿O en qué momento comienza a perturbarlo la impresión de que tales puntos de referencia se mueven enloquecidamente y que sólo pueden comprenderse como una revuelta de asteroides pasajeros y extraviados? Peldaños de una escalera donde es imposible saber si uno está ascendiendo o descendiendo.

Pura perturbación, carajo. Sopa de perturbación. Caldo de perturbación. Se mueve la mesa, las estrellas, las piernas femeninas, y uno se mueve también con ellas. Todavía años después, a sus veinticinco, pálido y envuelto en una piel delgada y correosa, Esteban no conocía las teorías del obispo Berkeley, ni la Declaración de Copenhague respecto a la relatividad de todo conocimiento, y ni siquiera había escrutado a profundidad la famosa teoría de Einstein que imponía el relativismo en los territorios de la santa, petulante, mamona y divina ciencia física. Él intentaba mantenerse aparte del pensar científico profundo que, por lo regular, se halla siempre encaminado hacia un fin que no tiene fin.

Esteban era algo cabizbajo –husmeaba, quizás, en el terreno donde culminaría su futuro– y no solía mirar al cielo, aunque lo deseara. ¿Mirar al cielo en la Ciudad de México? Acaso si fuera atropellado y agonizara bocarriba en el pavimento. Su cabeza gacha lo aproximaba más a un gusano desbalagado que a un ave migratoria. ¿Qué le importaba a él ser un gusano que avanzaba sin rumbo certero?

A partir de la miscelánea y la retacería filosófica que había aprendido en la secundaria y preparatoria del Colegio Williams, en la colonia Mixcoac, podía tejer cierto tipo de concepción personal acerca de la ambigüedad de la realidad objetiva; es decir –apunto yo, Blaise Rodríguez– Esteban sospechaba que las cosas que lo rodeaban no eran tal como las veía, sino una mera invención humana. Las cosas del mundo llevaban un nombre y una apariencia encima: escritorio, manzana, níspero, zapatilla, pero el nombre las dotaba de una realidad a medias: las piedras podrían ser un soplido y las montañas un parpadeo de hipopótamos, los hipopótamos el sueño de un japonés, o el japonés podía ser simplemente… la nada.

¡La locura del relativismo! ¡Auxilio! ¡Auxilio! ¿Qué condujo a Esteban a asesinar individuos inocentes –en caso de haberlo hecho– siendo ya casi un hombre de cincuenta años? ¿Se ejercitó para ello? ¿Fue algo minuciosamente planeado? ¿Sus breves y fugaces encuentros en la cantina La Importadora, sobre la avenida Benjamín Franklin, con el señor Orlando Malacara? Nadie es capaz de saberlo porque tampoco nadie puede probar que él cometió tales crímenes.

En México, digo yo, Blaise Rodríguez, se asesina porque es posible hacerlo y cualquiera luego de comer unas albóndigas en chipotle o una torta de tamal y un champurrado, una hamburguesa o unos tacos al pastor pudo haber salido a la calle y tomado la decisión de aniquilar a un bípedo sin plumas, a una araña sin patas… a un arácnido beckettiano. En el año 2018 el número de asesinatos en México había ascendido más que cualquier año de las dos décadas pasadas. Las cifras oficiales lo ratificaban pese a ser estas parciales e hipócritas. ¿Y esta atrocidad le daba a Esteban la justificación y la oportunidad de matar? No, la historia que relato se dirige en otra dirección.

Yo, Blaise Rodríguez, quiero saber qué clase de individuo fue Esteban Arévalo. Deseo fervientemente meterlo en una vitrina o en una jaula y observarlo con detenimiento, dicho con mucho respeto, pues Esteban y yo tramamos una especie de amistad que todavía conservo y valoro como es debido, puesto que, en nuestros días, y hay que aceptarlo, existe muy poca gente interesante.

5

Siento mucho, yo, Blaise Rodríguez, ser el portador de algunos arrebatos intelectuales. No estoy a la altura de la simplicidad de Esteban, pero comprendan, se los ruego, que mis pesquisas son una manera de saber si Esteban era o no lo que yo he pensado. Si Albert Einstein había construido con ladrillos la teoría de la relatividad se debía a que sus ideas podían ser imaginadas o vislumbradas hasta por un niño; el resto significa sólo trabajo y esfuerzo inferencial: gallinas preñadas, huevos y luego más huevos, llevar a cabo lo que ya existe en potencia, lo que necesariamente tiene que ser pensado porque ya se encuentra allí para ser pensado; como la mujer misteriosa que nos espera en aquella esquina desde hace una eternidad y tarde o temprano acariciaremos sus medias negras o esmeralda, lameremos sus pantaletas, besaremos sus senos, morderemos sus rodillas y nos hincaremos a sus pies para que nos muela a golpes de aguja o bota.

Los niños tienen un camino que recorrer a como dé lugar y tal camino se halla de antemano trazado: en ese camino hallarán sus juguetes y a sus suripantas; la gramática y la ortografía; los trenes y el dinero. Y más adelante esos mismos niños, en algún momento, si sucede, dejarán de leer letreros y habrán de detenerse y quedarse mudos frente a la sorpresa de estar vivos. Al menos así creo que le sucedió a Esteban y me sucederá a mí. ¿Leer tal cantidad de letreros ha causado la atrofia de los seres humanos o los ha liberado de sus pesares? No lo sé. A donde voltees te encuentras con una frase o un signo, con labios habladores y heridas que supuran sustancias vivas.

Pero, además de que el hombre y los letreros se desarrollaron al mismo tiempo no hay que cultivar la desconfianza hacia Esteban Arévalo; les ruego que me crean: ÉL ES UN BUEN HOMBRE. UN POBRE DESGRACIADO QUE PREFERIRÍA NO HABER NACIDO. Y si para convencerlos y convencerme tengo que extenderme de más en este relato, repetirme al grado de parecer un merolico insoportable, no me importa, puesto que yo juego en este momento el papel de un modesto intermediario. No me acusen de su indigestión; yo sólo les vendí los mariscos.

¿En caso de ser ciertos los rumores sobre sus violentos crímenes, qué fue lo que convirtió a Esteban en un asesino? Extraer los ojos de alguien o clavar facas en el pecho no son actos que realice un hombre culto y distante de la humanidad. Algo no está funcionando bien aquí. Algo que está sucediendo no sucede. Las arañas toman el sol en bikini, las cobijas, apenas cubren un cuerpo, se deshilachan como tallarines, los testículos toman la forma de un cubo de hielo a medio derretir.

Durante su juventud madura, hacia los treinta años, el nihilismo, o los pesimismos filosóficos, le fueron inofensivos a Esteban, no añadían ningún conocimiento novedoso a lo que él mismo ya intuía y no le impresionaban gran cosa las exclamaciones trascendentales o las grandes negaciones ontológicas: se articulan y escupen teorías al mismo ritmo que se patea un balón en un partido de futbol. Los humanos somos escupeteorías natos, aunque algunas de estas teorías sean más relevantes que otras. ¿Quién es capaz de imaginarse un balón inmóvil en medio de una multitud de seres pateadores? Aunque los seres humanos saben que en algún momento morirán, toman decisiones distintas ante la inminencia de que un día serán materia inerte: uno lee a Nikolái Gógol, otro se pone la camiseta de Messi, y quizás habrá alguno que hará ambas cosas.

De modo que Esteban no tenía por qué ser diferente: los jóvenes veinteañeros patean y escupen, cogen, cantan o aprenden a boxear; ¡algo tienen que hacer una vez que los han tirado en el campo de juego! Lo que sí podía afirmar Esteban es que la fuerza electromagnética y lanzar a un ser humano por una ventana parecían ser hechos un tanto diferentes a ojos de la gente y que el segundo hecho, lanzar a un idiota por la ventana, podía trastornarse en un acto tan delicado o lúgubre que enloquecería a cualquiera que amara a la víctima, al arrojado.

¿Y si no amaras a la víctima? ¿Te importaría que lo desollaran o ver su cabeza destrozarse contra una acera? Él no lo sabía, pese a que desde su habitación aún resultaba posible escuchar los ecos de los antiguos lamentos de los mártires de Tacubaya fusilados y asesinados por el general Leonardo Márquez, el Tigre de Tacubaya, en 1859. Desde su habitación en la calle General Juan Cano, Esteban podía imaginarse, oler, ver los orines empapando el pantalón de los valientes, el fétido y estridente aroma a pólvora de los oficiales liberales muertos en el entonces lujoso pueblo de Tacubaya, su barrio y cárcel desde que renunciara a ser alguien y a continuar en el negocio inmobiliario de su padre.

Escuchaba las órdenes del General Márquez, servidor implacable de Miramón y Maximiliano, de pasar por las armas a quien ante sus ojos pareciera ser un individuo liberal: desde estudiantes de medicina hasta generales como Santos Degollado: todos muertos bajo las garras del tigre. Cuánta sangre chorreó en Tacubaya; allí donde el Tarántula tiene ahora sus dominios y se vanagloria de ser pudiente.

A Esteban el comercio no dejaba de parecerle una actividad depravada, las leyes un negocio de bandidos; ¿y la ciencia física?… Pues la física la conocía a través del sufrimiento y el cansancio, justo cuando los huesos comienzan a pesar y la tierra te jala de los talones y quiere hundirte y llevarte una vez más al cómodo cajón ventral.

La física y su insoportable necesidad de medir las cosas, ¿a quién puede interesarle algo así? No a Esteban. El sufrimiento es una clase de asunto muy diferente. Y de lo que estaba seguro este hombre era que no podría relacionar un teorema o un algoritmo con el sufrimiento. Las papas y los abrigos guardaban una relación intima con el sufrimiento; lo mismo que los cuchillos o el frío, pero ¿los algoritmos?

Qué liberación incomparable para él no tener que explicar científicamente nada, sino sólo sufrir los hechos, ensuciarse, berrear, tirarse a las ruedas del tráiler, esperar el turno de caer en la barraca o comer pescado crudo, hacer a un lado los cubiertos, despojarse de la elegancia del moribundo, y sólo mirar.

Como he explicado en algún párrafo anterior todos estos comentarios no los profirió exactamente así Esteban (nunca grabé su voz), ni las anteriores son exactamente sus palabras, sino las mías, las de Blaise Rodríguez, que me esfuerzo en interpretar su pensamiento y acciones. ¿Lograré describir con fidelidad a otra persona? ¿Es eso posible? ¿O sólo estoy mirándome ante el espejo? ¿Por qué elegí, yo Blaise Rodríguez, a un don nadie como el señor Esteban Arévalo para vomitar mis teorías? Ya lo veremos.

“La vida como una herida absurda”, dice Margo Glantz en El rastro, novela reeditada por Almadía

miércoles, mayo 20th, 2020

Este año Glantz celebra 90 años de edad y aunque tenía diversas presentaciones editoriales en algunas ferias del Libro en Latinoamérica, la pandemia trajo otros planes. Con El rastro, la autora mexicana ganó el Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2003 otorgado por la FIL Guadalajara, además de resultar finalista del Premio Herralde de Novela en 2002.

Por Enrique Mendoza Hernández

Ciudad de México, 20 de mayo (Zeta).- La muerte, el amor y la vida “como una herida absurda”, es lo que Margo Glantz narra en El rastro, novela publicada originalmente en 2002, reeditada en 2019 por Editorial Laguna en Colombia y por Editorial Almadía de México.

Con El rastro, Glantz ganó el Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2003 otorgado por la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, además de resultar finalista del Premio Herralde de Novela en 2002, certamen que en ese año ganó Enrique Vila-Matas, recordó en entrevista con ZETA la autora mexicana:

“Me siento muy bien que lo vuelvan a publicar porque pienso que es un libro importante, por lo menos para mí; entonces, está muy bien que se lea en diversos lugares. En México estaba inédito, lo leyó alguna gente, pero ahora con Almadía se está leyendo más. En Colombia se leyó muy bien, he tenido muy buenas reacciones, lo cual me parece muy importante. El rastro es muy importante para mí, lo escribí con una gran devoción. Originalmente se publicó en Anagrama en España, fue finalista del concurso de Anagrama de 2002, competí con Enrique Vila-Matas”.

EN UN VELORIO

En El rastro, Margo Glantz cuenta la historia de Nora García, quien asiste al velorio de su ex marido Juan, quien murió de un infarto. A manera de monólogo, mientras transcurren las honras fúnebres, Nora empieza a reflexionar o narrar sobre la vida y la muerte, la música o la literatura.

“El origen de El rastro es el entierro, luego viene toda la elaboración de ese entierro, el velorio y la relación con la música. Decidí que los protagonistas iban a ser músicos porque me interesaba mucho trabajar el tema de las variaciones, en música es muy común y corriente, tengo numerosísimos discos de autores que hacían variaciones: Bach, Mozart, Beethoven, Schumann; todos ellos trabajaban variación como un elemento importantísimo de la música, que en la literatura es menos frecuente y más visto con un poco de sospecha”, dijo la autora.

—Aunque en el epílogo alude Usted a un tango, ¿de dónde viene la idea “la vida es una herida absurda”, que se repite constantemente en El rastro?

—El rastro es un libro de variaciones donde trabajo el problema de la variación como un elemento fundamental de la narrativa, aludiendo a la música como un ejemplo. La música en general, no solo la música clásica, sino la música popular. “La vida es una herida absurda” viene del tango “La última curda”, cantado por Roberto Goyeneche. Creo que hay una referencia muy explícita con la novela, es decir, el amor, la muerte, la idea del amor como una herida absurda y la vida como una herida absurda, está planteada desde el nivel más alto y el nivel más popular en la novela que trabaja sobre diferentes realidades.

Me parece tan importante la música popular, el tango, es decir, todo lo que tiene que ver con el sentimiento y a su vez con el corazón, otro de los elementos fundamentales del libro, no sólo la música, sino el corazón; el corazón y la música se relacionan por el ritmo, sin ritmo musical no hay música, y sin ritmo corporal no hay vida.

ENTRE AUTORES CLÁSICOS

Además de la música clásica, “El rastro” es también un recorrido por la literatura universal. En la entrevista con ZETA, Margo, hija de Jacobo Glantz y Elizabeth Shapiro, nacida el 28 de enero de 1930 en Ciudad de México, contó cómo fue su acercamiento a los autores que deambulan por El rastro, entre ellos Dostoievski y Pedro Calderón de la Barca.

“Yo vivía de la literatura, leía muchísimo desde los nueve años gracias a mis padres: leía ‘Los tres mosqueteros’ de Dumas, leía a Julio Verne, leía a Dostoievski a los 15 años, pero desde los 12, 13, 14, 15, ya leía muchísimo; luego a los 15 años entré a una organización sionista que tenía una biblioteca circulante muy buena, empecé a leer a Thomas Mann, a Kafka, Hermann Broch, Wassermann. Muchos norteamericanos como John Dos Passos, Theodore Dreiser, Steinbeck, Poe, Hawthorne”, recordó.

“Mi papá nos regalaba mitología griega simplificada para niños, y desde muy niña sabía quiénes eran Perseo, Teseo, Casandra; además, mi padre tenía a Shakespeare, a Calderón de la Barca, a Cervantes, estaban ahí, los leí muy joven, no entendía mucho, pero los leí: la literatura fue y es lo más importante para mí”.

—¿Cómo descubre a Dostoievski y Calderón de la Barca, ambos presentes en El rastro?

—Desde los 9 años leía muchísimo. Mi padre tenía una biblioteca y yo siempre estaba leyendo, fui una niña tímida que leí vorazmente toda mi vida desde muy niña, y sigo leyendo vorazmente, además, fui profesora de literatura. A Calderón de la Barca mi padre lo tenía en un libro de la editorial Aguilar, como tenía a Shakespeare; leí, por ejemplo, ‘El rey Lear’ sin entenderlo en absoluto, como a los 11 años, pero también leí a García Lorca. Mi padre también lo tenía en esas ediciones, en fin, me asomaba yo a esos libros y los leía sin entenderlos, pero luego fueron autores fundamentales tanto en mis lecturas preferidas como en mis lecturas de clase.

Creo que todos los autores que uno lee acaban formando parte de la digestión espiritual de cada quién y acaban siendo parte importante de lo que es uno, y sin que se pueda ya deslindar cual es la parte que les corresponde a ellos y cuál a nosotros. Creo que los asimilamos como asimilamos la comida, que acabamos reproduciendo de otra manera cosas que nos interesaron de ellos, porque nos emocionaron, diría yo, más bien.

Foto: Abraham Aréchiga, Gaceta UDG

—“A morir muriendo vamos”, célebre verso de Calderón de la Barca, es otra de las ideas presentes en “El rastro”.

—El rastro trata de varios estratos donde lo popular y lo más culto se tocan, trabajo los autores que para mí han sido muy importantes, he trabajado muchísimo a Calderón de la Barca, tengo un libro inédito sobre él. Antes de que le pusiera yo ‘El rastro’ le iba a yo a poner ‘A morir muriendo vamos’, porque es un verso de Calderón que me interesa muchísimo, me parece maravilloso, Calderón constantemente está manejando esa idea, que en realidad es un lugar común, ‘a morir muriendo vamos’, pero no es un lugar común ponerlo en verso porque el verso es muy bello, como ‘la muerte nos anda hablando’ de Rulfo, son frases que traducen lo que todos sentimos, pero de una manera extraordinaria”.

—En El rastro tampoco puede faltar El idiota de Dostoievski en la idea de la reflexión alrededor de un difunto…

El idiota es un libro que me ha marcado toda la vida y me parece importantísimo como un paralelismo a lo que estoy diciendo, me ayuda a expresar sentimientos que despertó extraordinariamente bien y que me siguen apasionando, que sigo leyendo constantemente”.

EL MONÓLOGO DE EL RASTRO

—En El rastro destaca la narración en primera persona en voz de Nora García, mientras transcurren las honras fúnebres de Juan, su ex marido músico.

—Nora García es un personaje que va a un entierro, que está en un velorio, que se siente al mismo tiempo parte y absolutamente extraña a lo que está pasando, aunque durante un tiempo vivió en esa casa, conoció perfectamente las habitaciones, el jardín; sin embargo cuando regresa después de muchos años todo le parece extraño, la gente que asiste al velorio le parece siniestra, entonces hay un pensamiento o relación con lo que está viviendo, y al mismo tiempo hay una especie como de necesidad de alejamiento, de no sentir ningún dolor ante la muerte de un ser querido y verlo con ojos absolutamente como de una gente que va a un velorio de cualquier persona y ve con curiosidad, y entonces escribe sobre ellos, es lo que hice”.

—¿Por qué el monólogo es la mejor manera para reflexionar sobre la vida, el amor y la muerte en El rastro?

—Uno tiene un tema, una obsesión, una anécdota, y tiene que encontrar una forma especial de hacerla literatura, escribirla; es decir, la muerte, el amor, etcétera, ¿quién no ha tenido relación con el amor y la muerte? Todos. Ahora, ¿cómo hacer que esa relación tenga una estructura diferente en cada libro? Creo que es lo que se plantea cada escritor, entonces, traté de hacerlo de esa manera. Fue surgiendo poco a poco, fue un libro que se fue escribiendo con varios intentos de escritura, hasta que logré esa forma específica que dio resultado en El rastro.

—¿De dónde provienen los nombres de Juan y Nora?

—Las cosas van saliendo poco a poco, no sé exactamente la genealogía de los nombres. He leído mucho, por ejemplo, cómo trabajó Rulfo los nombres de ‘Pedro Páramo’ en sus cuadernos y es impresionante cómo fueron cambiando los nombres y cómo acuñados de cierta manera, no se sabe bien por qué acabaron teniendo la densidad que tienen, que no hubieran tenido si se hubieran llamado de la manera que al principio pensaba llamarlos; entonces, creo que eso es una especie de trabajo mitad consciente y mitad inconsciente que todos los escritores hacemos y necesitamos para plasmar algo, empezando con los nombres. Entonces, los nombres no vienen de nadie, me fueron surgiendo.

ENTRE ZOOM Y LA PANDEMIA

Este año Margo Glantz celebra 90 años, aunque tenía diversas presentaciones editoriales en algunas ferias del Libro en Latinoamérica, la pandemia trajo otros planes.

“Es difícil festejar tanta edad, pero me parece que el hecho de que tenga 90 años y sea yo lo suficientemente lúcida y que todavía tengo yo memoria, les impresiona mucho, me parece natural que sea yo así, pero a la gente le parece poco natural”, refirió a este semanario.

Cuando se le inquirió cómo está viviendo la pandemia desde su casa en Ciudad de México, manifestó:

“He vivido la pandemia en medio de Zooms, ahora estoy haciendo un curso para la Universidad que organiza Difusión Cultural en coordinación con Literatura, van a ser cinco charlas que van a pasar por YouTube a las 5:30 los miércoles, donde estoy trabajando lecturas que estoy releyendo para quizás escribir un libro sobre la pandemia que he tratado de empezar coleccionando ideas y noticias, para ver si puedo escribir un libro cuando termine la pandemia y pueda yo reflexionar bien sobre ella”.

Antes de invitar a sintonizar los miércoles 20 y 27 de mayo, así como 3 y 10 de junio el canal de YouTube de la Universidad Nacional Autónoma de México (Cultura en Directo UNAM), donde participa en el ciclo “Grandes maestros desde casa. Literatura de contagio”, la autora concluyó desde el enclaustramiento:

“Estoy leyendo más, pero a veces me cuesta trabajo concentrarme con este encierro, que debería ser más fácil, pero es tan difícil porque uno tiende a dispersarse y yo de por sí soy dispersa”.

ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE ZETA. VER ORIGINAL AQUÍ. PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN.

“Mostré lo que nadie quería ver”: Diana del Ángel habla sobre el tortuoso sistema judicial mexicano

sábado, marzo 21st, 2020

La autora mexicana documentó el caso de Julio César Mondragón, asesinado el 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero. El resultado es su libro Procesos de la noche, que narra la historia de una familia en busca de esclarecer las circunstancias de la muerte del joven normalista de Ayotzinapa.

Te presentamos la tercera entrega de “La voz de las escritoras”: Cuatro voces, cuatro apuestas literarias. La calidad de sus obras, además de sus propuestas estéticas, han llamado la atención de los críticos, que han celebrado sus libros.

Ciudad de México, 14 de marzo (SinEmbargo).-Cuatro autoras noveles. Cuatro voces. Cuatro apuestas literarias. Escriben cuento, novela, crónica y ensayo, pero también dramaturgia y poesía. La calidad de sus obras, además de sus propuestas estéticas, han llamado la atención de los críticos, reseñistas y otros escritores, que han celebrado sus libros.

Coinciden en que el canon literario ha invisibilizado a las mujeres. También en que el calificativo “mujeres escritoras” es inoperante: les incomoda que se haga una distinción innecesaria, que demerita su labor. En su caso, en su vida profesional, ninguna ha padecido episodios de discriminación de género por su labor literaria. Y lo viven como un privilegio, si se considera que en México 6 de cada 10 mujeres han sido discriminadas en el país.

¿Cómo viven este momento? ¿Cuáles son sus obsesiones? ¿Cómo fue el proceso de escritura de cada uno de sus libros? Nos acercamos a ellas a preguntárselos. Esta es su voz. Escuchémoslas.

LA POETA CRONISTA

Diana del Ángel (Ciudad de México, 1982) peregrinó durante 19 meses por el tortuoso laberinto del sistema judicial mexicano, con el fin de documentar el caso de Julio César Mondragón, quien fue asesinado y desollado el 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero. El resultado de ese peregrinar sin nombre (Gottfried Benn dixit) es su libro Procesos de la noche (Almadía, 2017), que narra la historia de una familia y su abogada en busca de esclarecer las circunstancias de la muerte del joven normalista de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.

Este libro –como escriben los editores– “es un relato de lucha que nos recuerda el apremiante papel de la memoria en la búsqueda de la justicia. Y esto no sólo a través del esclarecimiento de los hechos, sino al restituir a las víctimas la humanidad que la violencia les arrebata”.

Por esa razón, Diana intercala sus crónicas sobre el proceso judicial con capítulos que aparecen bajo el título “Rostro”, con los que, a través de los testimonios de familiares y amigos, conocemos al hijo, amigo, esposo y padre.

“Esos capítulos están colocados de atrás para adelante, con el fin de llevar una contranarrativa de lo que –en ese momento– se estaba diciendo en medios. Me gusta pensar que este libro, a pesar de que está lleno de dolor y tristeza, transita hacia la vida”, explica Diana.

Su viaje hacia esos laberintos judiciales se inició el 2 de noviembre de 2014, cuando Sayuri Herrera, abogada de la familia Mondragón, invitó a Dania a acudir a una ofrenda en honor a Julio César.

En ese ambiente íntimo, en el que se contaron muchas anécdotas sobre Julio César, los familiares –al enterarse de que Diana era poeta– le dijeron: “¿Por qué no le escribes un poema?”. Diana respondió que sí, a bote pronto.

Y en vez de escribir un poema, Diana escribió crónicas, lo que le permitió llevar un registro preciso de los hechos.

Foto: Erick Baena Crespo

No obstante, en su poemario Barranca, por el que obtuvo una mención honorífica en el Premio Nacional de Poesía Dolores Castro 2013, mismo que terminó antes de que se involucrara en el caso de Julio César Mondragón, escribió unos versos que suenan premonitorios, casi alegóricos:

Yo no sé decir mi cuerpo:
se me quebró una noche
y sus nombres se perdieron.

La poesía antecedió a la crónica, como si la prefigurara. “Esos versos los escribí antes y tienen que ver con la experiencia de violencia en un cuerpo femenino. Lo cierto es que mientras escribía las crónicas me hice consciente de la importancia que tenía la relación cuerpo-violencia en mi escritura”, cuenta Diana. Y esa preocupación aflora en las páginas del libro, como lo constata el capítulo “Una semilla de justicia”, en el cual narra uno de los episodios más tristes de todo el volumen: la reinhumación de Julio César:

«Sé, aunque me repita que ese ya no es Julio sino simple materia orgánica sin sensibilidad, que esa imagen me dolerá por no sé cuánto tiempo y este olor se me quedará grabado en las mañanas de febrero».

Me reúno con Diana una calurosa tarde de febrero, cuatro años después, en los pasillos de la Biblioteca de México, ubicada en La Ciudadela. Quiero preguntarle si esta mañana de febrero le ha provocado evocar aquel día, pero no lo hago. Le pregunto: “¿Quién es tu poeta favorita?”. Y ella me responde: “¡Uy, qué difícil! Son muchas, pero ahorita estoy leyendo a Wislawa Szymborska”. Leo algunos poemas sueltos de Szymborska y encuentro unos versos que me consuelan, que me sacan de las páginas que escribió Diana, en las que se pasea la barbarie:

Nada ocurre dos veces
y nunca ocurrirá.
Nacimos sin experiencia,
moriremos sin rutina.

De ahí que Elena Poniatowska, en el prólogo de Procesos de la noche, escribiera: «El paisaje de fondo de estas páginas que jamás debieron escribirse nos golpea, porque en un país ‘normal’ esta joven ensayista estaría dedicada al estudio de la poesía de César Vallejo, Jaime Sabines y Carlos Pellicer, (…) en lugar de descender al abismo para documentar nada menos que un desollamiento, que en cualquier país del mundo –si es que se practica– es sinónimo de locura, de barbarie, de salvajismo y monstruosidad».

Además de ensayista, Diana del Ángel es poeta y defensora de los derechos humanos. En noviembre de 2016 obtuvo la Primera Residencia de Creación Literaria otorgada por Fondo Ventura y la editorial Almadía, para concluir Procesos de la noche.

En entrevista con Puntos y Comas, Diana habla sobre el libro que nunca debió escribir, que es profundamente doloroso, pero –al mismo tiempo– urgente, necesario y actual.

Foto: Erick Baena Crespo

—¿Cómo surgió Procesos de la noche?

—Tiene que ver con el azar. Muchas cosas de la vida ocurren por azar y otro tanto por voluntad. Cuando ocurrieron los terribles hechos de Ayotzinapa, la urgencia se centró en el reclamo por la aparición de los 43 compañeros, lo cual sigue siendo una demanda central. No obstante, eso opacó un poco el caso de los tres compañeros ejecutados: Julio César Ramírez Nava, Daniel Solís Gallardo y Julio César Mondragón Fuentes, pues –en el terrible contexto que vivimos–, en un caso así, tener un cuerpo es garantía. Incluso, entre las víctimas, es común escuchar: “Al menos, ustedes, tienen un cuerpo a cual llorarle”. En el caso de Julio César Mondragón, debido a que su familia es originaria del Estado de México, no estaban cerca de la movilización y organización que se hizo en torno a la normal de Ayotzinapa.

La familia buscó asesoría con una maestra normalista cercana a la comunidad en la que viven, en San Miguel Tecomatlán. Y ella los refirió con otros compañeros activistas, a quienes yo conocía desde hace años, porque desde la preparatoria fui activista y participé en proyectos comunitarios en otras ciudades del país. Así llegan con Sayuri Herrera, entonces coordinadora del area jurídica del Centro de Derechos Humanos San Francisco de Vitoria [actual fiscal especializada en feminicidios en la Cdmx]. Ella es mi amiga desde la preparatoria y nos hemos acompañado como activistas: ella desde el derecho; yo, en letras.

Sayuri me pidió que la acompañara ese primer día, el 2 de noviembre de 2014, fecha de la primer crónica. Este primer encuentro tuvo que ver con el azar. Y en un segundo momento decidí comprometerme con la historia de Julio, así que, por esa razón, los acompañaba a las diligencias. También, alrededor de la familia, se conformó un pequeño colectivo de personas que estaban donando su trabajo: por ejemplo, había un compañero especialista en comunicación con enfoque de derechos humanos, que nos apoyaba con los comunicados. En esta lógica, doné mi trabajo: mi escritura, así que, por eso, llevé un registro de todo lo que ocurría.

—No estabas familiarizada con la crónica. En ese sentido, ¿cómo fue escribir en otro género, en otro registro, distinto a la poesía?

—Fue algo intuitivo, creo. Lo cierto es que en la licenciatura y la maestría trabajé los textos de José Joaquín Fernández de Lizaldi, que son textos periodísticos, pero que combinan recursos narrativos y de ficción. Creo que aprendí mucho al leer y analizar a Lizaldi. Leí el libro Entre las cenizas (Red de Periodistas de a Pie, 2012), que coordinaron Daniela Rea y Marcela Turati, y algunos libros de Svetlana Alexiévich.

Foto: Erick Baena Crespo

—¿Cómo elegiste la estructura del libro?

—En un principio, cuando terminé la primera versión, con las 22 crónicas listas, en borrador, me puse a revisarlas. Y entonces me di cuenta que, debido al seguimiento del proceso jurídico, era un libro pesado. Me dije: “Tengo que encontrar un punto de equilibrio entre el lenguaje forense con otro registro, más íntimo”. Así fue como decidí integrar esos testimonios, que ya tenía, pues las entrevistas las hice entre abril y mayo de 2015. Afrodita Mondragón, mamá de Julio, decía que su nieta, Melissa, le recordaba mucho a su hijo. En ella, en la niña, está la vida que continúa. Las celulas de Julio en la vida de su hija. Eso me motivó a escribir esos capítulos.

—¿Cómo fue enfrentarte al horror?

—Escribí este libro casi al mismo tiempo que escribía mi tesis doctoral. Gracias a eso, tuve el tiempo y los recursos para desplazarme y seguir el proceso de cerca. Escribí una tesis sobre tres poetas, con lo que volvía a la normalidad. El día de la exhumación y la reinhumación fueron los más duros. Volver a los textos poéticos fue confirmar que la poesía es la vida.

—¿Qué tan difícil fue decidir sobre la escritura del episodio en el que retratas la reinhumación del cuerpo de Julio?

—Fue muy difícil. Uno de los riesgos periodísticos de hoy en día es caer en la pornografía de la violencia, como dice Lydiette Carrión. El caso de Julio es susceptible de atraer el morbo. Desde luego no estoy a favor de la difusión del cadáver de Julio ni de Ingrid Escamilla, pues tiene que ver con la intención: mandar un mensaje de terror. Tengo claro que al momento de escribir, de manera puntual, la necropsia estoy poniendo una imagen dura a los ojos del lector. Mi intención fue mostrar algo que nadie, mucho menos las autoridades, quería ver: la tortura a la que fue sometido Julio. Para mí era importante mostrar eso.

Foto: Especial

—Después de escribir el libro, de tratar de encontrar la verdad, ¿qué esperarías que pase con el caso?

—En el caso de Julio los peritos no pudieron determinar cuándo había ocurrido la herida en el rostro y en el cuello. En todas las autopsias hacen cortes que interfieren en una segunda necropsia. Hay mucha información que se pierde conforme pasa el tiempo. Y eso no es casualidad: es una estrategia del Estado. Quienes perdieron pruebas, o no respetaron el debido proceso, lo hicieron con la intención de proteger a los culpables. Las familias, no obstante, tienen esperanza y están trabajando de cerca con la Comisión encargada del caso.

—Usas algunos poemas, relativos a la muerte, como epígrafe de algunos capítulos. ¿Por qué, en un libro de crónicas, fue importante, para ti, colocar esos versos?

—Cuando trabajo, cuando escribo, lo que hago es meterme de lleno, sin distracciones. Es algo intenso. Cuando escribía estas crónicas, escuchaba música sobre luchas revolucionarias y leía poesía. En el poema de Pablo Neruda encontré consonancias con el caso de Julio. Neruda le escribió un poema a Miguel Hernández, cuando a este último lo apresan y muere en el contexto de la Guerra Civil. Compartí, mientras escribía, el sentimiento de impotencia de Neruda. En varios momentos así, cuando sentía que necesitaba tomar fuerza de algún lado, leía poesía. También tiene la intención de iluminar el libro en medio del horror.

—En el libro escribes: “Al salir de allí yo me pregunto dónde estaba Dios el 26 y 27 de septiembre”. ¿Te sigues preguntando dónde está Dios?

—Esa pregunta surgió porque, a este tipo de procesos, los acompañan sacerdotes o padres, sobre todo aquellos que son cercanos a la teología de la liberación. A pesar de que no soy católica practicante, es una pregunta que siempre está presente.

Joselo Rangel habla de su nueva novela, Los desesperados, y dice: los rockeros somos muy ñoños

miércoles, enero 16th, 2019

Joselo Rangel, integrante de Café Tacvba, dice que es un habitante de otro planeta, como un ovni que mirara con distancia las cosas que hacemos los seres humanos. Lo cuenta un poco en su nueva novela, donde hay un vocalista, El Roto, que todo lo ve para adelante hasta que llega una banda amateur y tiene más éxito.

Ciudad de México, 16 de enero (SinEmbargo).- Joselo Rangel está contento con su novela Los desesperados (Seix Barral), aunque no sabe decir si es juvenil o no. Algunos escritores le han dicho que las novelas juveniles tienen algunos puntos que cumplir y él no ha cumplido ninguno. Lo que sí sabe es que los chicos que se le acercan le hablan maravillas de esa banda de rock que “entre fiestas, conciertos, decepciones amorosas, cultos apocalípticos y avistamientos de ovnis, descubrirá que lo más difícil no es alcanzar la fama, sino mantenerse unida”.

Rangel tiene ritmo potente en la narrativa y un humor que ya le conocíamos en los cuentos editados por Almadía, donde empezó su carrera autoral. Tiene además una cierta distancia de todo lo que ve y en ese sentido podríamos catalogarlo –con muchas risas en el medio- como un habitante de otro planeta.

–¿Es una novela juvenil?

­–No lo sé. No fue intencional escribir una novela juvenil, pero sí veo que muchos jóvenes se acercan a ella y les gusta y no se les hace tan pesada o tan laboriosa de leer. Tengo amigos que escribe novelas juveniles y entiendo que hay ciertos códigos que no se pueden tocar o se tienen que desarrollar de cierta manera para que sea juvenil, pero yo escribo lo que se me antoja, me valen esos códigos. A lo mejor esa es la forma de llegar a los jóvenes, si se quisiera; no clasificarlos pensando en que no se le puede hablar de ciertos temas. Al final no estoy escribiendo un libro ni de superación personal, ni de nada que sea como educativo. Lo que quiero es que la gente así como yo me divierto leyendo ciertos autores, conecte y se divierta conmigo.

­–Me pareció como una novela divertida. ¿Cómo se te ocurrió?

–Al principio la novela fue un cuento y la historia que se me ocurrió es la de una banda de rock que va a un taibol dance, donde una de las bailarinas se parece a la novia del vocalista. No es algo que le haya pasado a nadie, sino que fue una ocurrencia mía. Para mí eso es la literatura, una situación que detona un montón de otras situaciones. Para contar esta historia necesito una banda de rock, un trío donde el guitarrista es el que canta, el bajista y el baterista. Vi que había muchas líneas de historias que podía desarrollar, cuando terminé el cuento, de repente me quedaba pensando en esta banda. Me puse a escribir lo que se me iba ocurriendo, en forma de cuentos, escribí tres o cuatro cuentos y en cierto momento me di cuenta de que era una novela. Primero pensé que iba a ser un libro de cuentos sobre la banda de rock, pero entonces comencé a revisar esos textos, tenía el final y de repente fue llenar esos huecos que había para poder contar una historia que fuera integral.

–Llenando esos huecos, es un mundo bastante estrecho el de los varones, ¿verdad?

–Uno en otro momento no lo hubiera notado, pero hay muchas situaciones que antes sentíamos como normales. ¿Qué es lo normal y qué es lo anormal?, no lo digo en esos términos. Lo que sí traté de evitar es no contar esas cosas porque ahora son políticamente incorrectas. Lo que quería era contar una historia y contarla tal cual. Hay dos personajes femeninos y había cierto temor porque a lo mejor no era como estas dos mujeres hubieran actuado, pero se lo di a leer a dos o tres amigas y me dijeron: “¡Sí! Así hubieran actuado”. Me encantan los personajes femeninos y a lo mejor mi próxima novela los tendrá a ellos como protagonistas. Va a tener más que ver con esos personajes femeninos, claro que en el mundo del rock, donde viven Los desesperados, está rodeado de puros hombres.

–Yo soy ex rockera. He empezado a ver ese mundo limitado de los rockeros, que antes para mí era maravilloso.

–Es que además que ni siquiera supieran cómo ir a un taibol era hasta ñoño. Percibo a muchas bandas así. Nosotros, los de Café Tacvba éramos así: muy ñoños. La gente ve como cierto glamour alrededor de los rockeros, que son de cierta manera, pero la verdad es que somos ñoños. Somos muy nerds. Para sentarte a aprender a tocar un instrumento, tienes que ser una persona que se tiene que encerrar mucho en sí mismo y dejar de socializar, porque no aprendes a tocar una guitarra si eres el más popular. Tienes que encerrarte y ese encerrarte no te permite vivir otras cosas que a lo mejor otros jóvenes sí viven.

Una historia que cuenta lo ñoñas que son las bandas de rock. Foto: Seix Barral

­–En este mundo igual casi todos somos nerds.

–Exacto. En alguna entrevista empecé a hablar de las series y me preguntaban en qué momento escribiste estos cuentos, yo les decía: ¿Has visto Games of Thrones? ¿Has visto Breaking Bad? Mi respuesta era: Yo no las he visto. Lo que me puse a hacer fue escribir. Si me ponto a ver todo Black Mirror nunca escribiré una novela como Los desesperados.

–¿Quién es El Roto? Por su cabeza pasan un millón de cosas.

–Hay ciertos arquetipos del guitarrista, del baterista, del bajista, del vocalista y El Roto tiene mucho de vocalista, esta fuerza de alguien que está en todas las bandas y que siempre está empujando, viendo todo para adelante. Este Roto es más maquiavélico que el resto de los integrantes. Por eso se le ocurren ciertas cosas, poner por ejemplo una banda más mala antes que nosotros para que se note y él lo que está buscando porque no es tanto la fama de su banda, sino porque él quiere llevar su música más adelante. Hace lo que sea por eso. No lo veo como alguien malo, sino como una fuerza creadora, escribe las canciones y tiene ese talento en un momento en el rock no está de moda. Lo que se escucha es el reggaetón. Eso es básico para la novela. Las disqueras quieren firmar reggaetón. Imagínate ese mundo tan árido donde él trata de destacar. Luego resulta que llega una banda amateur, que no tiene tanta ambición y es esa banda la que tiene el éxito. Son situaciones que se han repetido en la historia del rock durante mucho tiempo, pero siempre creo que más allá de éxito o no éxito, hay un momento que todas las bandas tienen su público. Yo no me di cuenta mientras lo estaba escribiendo, pero el final de la novela trata de eso: con estos seres de otro planeta que son los que entienden y gustan de los desesperados.

–¿Los seres de otros planetas creen que van a gustar de muchas cosas que hoy no tienen cabida?

–Seguramente, creo que sí. A lo mejor nosotros no nos damos cuenta de lo que somos o de lo interesantes que podemos ser, nuestras contradicciones como seres humanos, nuestras pasiones. Debemos ser muy interesantes para alguien que está afuera observando todo esto. Se están matando, van todos a la gasolinera al mismo tiempo, debe de ser muy divertido. Los dioses en el Olimpo o seres de otro planeta observando todas las miserias humanas. O hasta nosotros mismos. Yo cuando consigo salirme de este cuerpo y ver todo desde afuera lo que me digo que es todo ridículo. Ver lo que hizo un amigo o una ex novia y te preguntas: ¿En serio está haciendo esto? Es fascinante. Seguramente debemos ser muy interesantes para los otros seres que nos ven desde allá.

–¿Cómo te sientes como escritor?

–Me siento bien en esta profesión. No es que me sienta realizado del todo, porque estoy escribiendo una novela ahora, pero me siento cómodo escribiendo y hablando sobre esto. He encontrado eco en la gente. Veo que les gusta lo que escribo. Lo que quiero es eso, conectar con un público y a lo mejor me toma tiempo. Mucha gente me dice que ya tengo un público cautivo porque soy de Café Tacvba y yo digo que no tanto. Muchos me van a leer por esa situación y muchos no me van a leer por lo mismo. Yo voy a seguir escribiendo y por ahí en un momento dado conecto con algunas personas con las que tengo que conectar.

–Con respecto a Café Tacvba, siento que han hecho un disco genial, Jei Beibi.

–Muchas gracias. Un amigo músico nos dijo hace poco que nos debemos sentir muy solos haciendo esto, en un momento donde no se escucha mucho rock. No hay otros grupos que hagan este tipo de experimentación o de buscar cosas. No es que nos sintamos solos, pero siento que hay otros grupos que no están en ninguna búsqueda y nosotros estamos en una búsqueda de sonidos, de canciones y nos sentimos muy contentos. El público le toma cierto tiempo comprender lo que hacemos. Entender es una palabra muy paternalista.

–Bueno, también es cierto que a todos nos cuesta mucho escuchar.

–Una vez lo oí de Bob Dylan. Escuchar música no es un acto de divertimento, sino que tienes que poner parte de ti, de tu intelecto, ponerle ganas…lo pensé y tiene razón. Todo implica un compromiso y entrarle.

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–¿El sentido de búsqueda, tanto en la literatura como en Café Tacvba, es lo que te despierta las ganas de hacer cosas?

–Sí. Me sucede algo que termino de escuchar un disco y quiero hacer pronto canciones. Con los libros es igual. Termino una nueva novela y quiero escribir. Envidio a la gente que termina un libro y ya, te sientes satisfecho, a mí me surgen unas ganas de escribir tremendas. Tengo que buscar esa satisfacción, hacerlo ya, sentarme a escribir lo que tengo ganas.

–¿Cómo ves México?

–Lo que creo es que somos muy injustos con nuestro país. Hace mi esposa, Lumi Cavazos, bajó una APP de radios de todo el mundo. De pronto me dijo que había descubierto algo impresionante, en todos los países hablan de la violencia de los jóvenes, era una preocupación constante, de los migrantes, en todos los países hablaban de lo mismo. Seguramente en muchos otros países están mejores que nosotros, pero tenemos muchas cosas en común. Creo que es una cosa inherente al ser humano. Entonces de repente oigo que México está mal, pero de repente digo que está igual en todo el mundo. Lo que digo es que tenemos que tratar de hacer nuestras cosas bien, pues un Presidente no puede venir y cambiar todo así nomás, si nosotros no ponemos algo de nuestra parte.

Los editores independientes con sus libros favoritos

sábado, diciembre 15th, 2018

Presentamos a esos “kamikazes” que luchan día a día contra las editoriales comerciales o grandes y que tratan de aportar sus gustos y sus obsesiones con muchas horas al día, con mucho trabajo y a veces poca ganancia. Son los que creen en la literatura y en los libros más allá de todo.

Ciudad de México, 15 de diciembre (SinEmbargo).-“Los catálogos editoriales de sellos independientes buscan restituir dos aspectos fundamentales: una narrativa de los hechos que nos encuentre supeditada a círculos de poder hegemónicos y la construcción de relatos que configuren un territorio común en el que podamos reconocernos”, dice Diego Rabasa, responsable de Sexto Piso, una de las tantas empresas que aquí muestran sus libros.

Difícil decir que México no lee, son tantos los sellos y las propuestas, que es muy osado decir que no hay libro que no tenga los ojos atentos y ansiosos.

En esta pieza, intentamos poner a los editores, para que recomienden sus libros para esta Navidad y para las diferentes fiestas o para regalarlos o comprarlos cuando queramos. Somos libres y estamos enterados de una cantidad de libros variados, con una calidad en portadas y en contenidos que nos deja boquiabiertos.

Caballo de Troya pertenece a Penguim, Malpaso no sabemos si es independiente o no y pensamos en Anagrama como esa empresa que no se ha vendido a las grandes. Elegimos con la mirada amplia para decir: aquí está desde la biografía de The Cure hasta una antología de la narrativa mexicana seleccionada por Mario González Suárez.

El entenado, uno de los mejores libros de ese gran secreto de la literatura argentina: Juan José Saer, los libros de poemas como el nuevo de Gerardo Grande o de Saúl Peña, nos cuentan el mundo de modos diferentes y sinceros. Aquí vamos.

Cal y Arena. Editor: Rafael Pérez Gay

Editorial mexicana independiente fundada en 1988 dedicada a la narrativa: novela, cuento,  poesía, crónica, ensayo literario. También hemos publicado ensayo político e histórico, memoria personal y caricatura.

Desarrollamos una línea editorial dedicada a temas de educación, en especial educación cívica y ética. Contamos con una colección dedicada a escritores mexicanos, clásicos del siglo XIX. Su título es Los Imprescindibles y consta de 20 tomos de aproximadamente 600 a 800 páginas cada uno. Algunos de los autores que se encuentran entre los libros son: Alfonso Reyes, José Joaquín Fernández de Lizardi, Fray Servando Teresa de Mier, Manuel Gutiérrez Nájera y José Juan Tablada.

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Collages, de Anäis Nin

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1968: 50 años. Colección

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Crónicas esenciales de la Ciudad de México, selección de Luis Franco Ramos

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El teatro de la mente, de Bruno Estañol

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200 lugares imprescindibles de la CDMX, de Rafael Pérez Gay y Héctor de Mauleón

Matadero. Editor: Gerardo González

Matadero es un proyecto editorial fundado en 2016. Busca poner en el radar libros combativos, antagónicos, con nervio, que proponen estrategias para romper o alterar de todas las formas posibles los manoseados modelos literarios, las convenciones estéticas, políticas, de género, etc.

Nos interesa y estimula el trabajo de la gente que escribe con asombro, desesperación, rabia, que no pretende quedar bien o alcanzar el confort y el reconocimiento de la máquina cultural.

5 recomendaciones

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De ser numerosos, de George Oppen. Este libro obtuvo el Premio Pulitzer en 1969.

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Anti-Humboldt. Una lectura del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, de Hugo García Manríquez.

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Zurita, de Raúl Zurita

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Perros habitados por las voces del desierto es una antología del infrarrealismo, de Rubén Medina

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Happy Endings, de Jessica Díaz

Páginas de Espuma. Editor: Juan Casamayor

Desde Páginas de Espuma, que en 2019 cumpliremos veinte años de labor entre dos orillas, el primer proyecto que recomendaríamos a los lectores es la Micropedia de Ignacio Padilla, una piedra angular de la narrativa breve mexicana compuesta por cuatro libros –del que ahora sale la última entrega inédita, Lo volátil y las fauces– que fue imaginado y elaborado durante dos décadas. Es una joya del cuento en español; es una cita ineludible. Si Nacho lleva camino de ser un clásico contemporáneo en nuestro idioma, de nuestro catálogo clásico recomendaría las ediciones de los cuentos contemporáneos de Bram Stoker, que es mucho más que Drácula, de Antón Chéjov, el maestro de todos los cuentistas y de Edith Wharton, mujer que vivió entre los siglos XIX y XX con la mente puesta en el nuestro. Y para acabar una promesa hecha realidad, el lado salvaje y necesario del cuento, Pelea de gallos de María Fernanda Ampuero.

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Cuentos completos, de Edith Wharton

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Lo volátil y las fauces, de Ignacio Padilla

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Cuentos completos, de Bram Stoker

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Cuentos completos de Antón Chéjov

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Pelea de gallos, de María Fernanda Ampuero

Impedimenta. Editor: Enrique Redel

Impedimenta nace hace diez años, fundada por Enrique Redel y Pilar Adón en Madrid. Hasta el momento la editorial cuenta con 250 títulos publicados, entre narrativa, álbum ilustrado y novela gráfica, contando en su catálogo con autores de la talla de Mircea Cărtărescu, Penelope Fitzgerald, John Fowles o Kingsley Amis. Pero además incorporará en breve algunos contemporáneos de gran relevancia como David Lodge, Dubravka Ugrešić o Ingrid Rojas Contreras. El proyecto fue galardonado en 2008 con el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural, junto a las editoriales del Grupo Contexto, al que pertenece.

El germen de la editorial está en su filosofía, la de publicar lo más valioso de la literatura clásica y moderna, en ediciones que nos satisfagan a nosotros en tanto lectores exigentes. Obras inspiradas por el ideal de calidad que queremos que sea nuestro inconfundible distintivo como editorial. Impedimenta trata de dibujar esa Gran Narrativa perteneciente a la tradición occidental, que se presenta en nuevas ediciones y con una aproximación editorial totalmente fresca, tratando de recuperar clásicos incontestables, pero también para «fabricar» nuevos clásicos modernos, planteando, además, un diálogo entre lo antiguo y lo moderno. Obras extraordinarias por derecho propio, que estamos orgullosos de poder hacer llegar al público en español.

Entre las 5 recomendaciones imprescindibles con sello Impedimenta deben estar:

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Solenoide, de Mircea Cărtărescu

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La librería, de Penélope Fitzgerald

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Lucky Jim, de Kingsley Amis

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El ala izquierda, de Mircea Cărtărescu

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Voss, de Patrick White

Blackie Books, fundada en Barcelona en 2009. Editor: Jan Martí Cervera

Blackie Books es una editorial independiente fundada en Barcelona en 2009. Su objetivo es la belleza, y su arma la actitud. La editorial fue gestándose poco a poco entre 2007 y 2009, fruto de la inconsciencia y la imprudencia del editor Jan Martí Cervera y de sus ganas de cambiar la manera en que se estaban publicando libros en España.   No buscamos llegar a un público masivo, sino a un tipo de lector apasionado, con ganas de cambiar las cosas, con ganas de vivir y no de ser vivido. En México, hay una atmósfera de cambio, de nuevas propuestas, de lucha, de interés cultural y mucha gente brillante que hace cosas increíbles. Queríamos formar parte de ello y estamos muy ilusionados.

Y los cinco libros que recomiendo del sello:

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No sabes lo que me cuesta escribir esto, de Olivia Rueda

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Nacido un día azul, de Daniel Tammet

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Muerte con pingüino, de Andrei Kurkov

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Contra la lectura, de Mikita Brottman

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Prohibido nacer, de Trevor Noah

Nitro/Press, dirigida por Lilia Barajas y Mauricio Bares

En Nitro/Press nos interesan las letras, no los números. Y para que ambos marchen bien, lo hacemos igual que en una bici. Con un pedal seleccionamos los mejores títulos a nuestro alcance, con el otro los vendemos a los precios más accesibles. Trabajamos de manera muy profesional con los autores, pero siempre abrimos la puerta al trato personal. Atendemos cada detalle del texto y le damos la mejor expresión gráfica. Le “macheteamos” muy duro a la edición y la producción, pero festejamos con todo cuando presentamos cada libro. Conservamos la riqueza que han olvidado los “cárteles editoriales” (término de Roberto Bardini) a través de diferentes colecciones.

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LADOS B, que es una antología anual con alrededor de diez autores hombres y diez mujeres, de la que luego se desprenden libros individuales y que es la columna vertebral de la editorial.

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PUNTO DE QUIEBRE, ediciones conmemorativas que incluyen la obra original y textos de especialistas o de gente cercana al autor, así como fotos de su archivo personal.

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NITRONOIR, de literatura criminal, que incluye libros individuales y antologías con autores de Latinoamérica, como Kike Ferrari y Marçal Aquino.

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INTERVIEW, libros de entrevistas y ensayos.

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LETRAS ROJAS, crónica especializada en nota roja.

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Ediciones Antílope. Editor: Isabel Zapata

Somos una editorial mexicana y hacemos libros que nos gustaría leer. Pensamos que, en el mejor de los casos, la lectura involucra todos los sentidos y conjuga contenidos estimulantes con una experiencia estética y visual. En Antílope hay espacio para voces nuevas, antiguas, arriesgadas, traducidas y rescatadas. Somos, en palabras de Salinger, amantes de lo improbable, protectores de lo infecundo, defensores de los extravagantes sin remedio.

Para nosotros, la edición es el acto de compañerismo que se opone al aislamiento, un sitio donde es posible gestar amistades mientras se trabaja un libro a varias manos.

5 títulos de nuestra editorial

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ARBITRARIA. Muestrario de poesía y ensayo

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HABLA: Los hombres me explican cosas y La voz pública de las mujeres

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El sueño de toda célula, de Maricela Guerrero

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Esta noche, el Gran Terremoto, de Leonardo Teja

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Pequeñas Labores, de Riuka Galchen

Anagrama. Editor: Silvia Sesé

El catálogo de Anagrama, editorial independiente fundada en Barcelona en el año 1969 por el editor Jorge Herralde, cuenta con más de  4.000 títulos. Como una constante a lo largo de estas cuatro décadas, cabe subrayar: la búsqueda de nuevas voces -es decir, la apuesta por los posibles clásicos del futuro- tanto en narrativa como en ensayo, incluyendo autores de todas las nacionalidades; el rescate de aquellos clásicos del siglo XX negligidos o ya inencontrables; la exploración en torno a los debates políticos, morales y culturales más significativos de nuestro tiempo. Las nuevas colecciones, incorporadas al catálogo en los últimos años, hacen eco de esta vocación además de ser un contrapunto para las colecciones clásicas.  El año que viene Anagrama cumplirá cincuenta años y el espíritu inicial sigue más vivo que nunca. Para celebrar, la editorial publicará durante el año novedades de autores ya clásicos del catálogo, como Julian Barnes, Amélie Nothomb o Houllebecq, además de nuevas incorporaciones, apuestas que la editorial espera se conviertan en presencias consolidadas en un futuro cercano.

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 El nervio óptico, María Gaínza (Narrativas Hispánicas)

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 El entusiasmo, Remedios Zafra (Argumentos)

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Ropa, música, chicos, Viv Albertine (Crónicas)

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Cosas que te pasan si estás vivo, Liniers (Contraseñas ilustradas)

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Calle Este-Oeste, Philippe Sands (Panorama de Narrativas)

Malpaso Editorial nació en Barcelona en octubre de 2013. Editor: Malcolm Otero Barral

Malpaso es una editorial joven y provocadora; de ahí que su espíritu, desde su fundación en 2013, ha sido guiado por la curiosidad de buscar y editar libros que no dejen a los lectores indiferentes.

A contracorriente Malpaso ha lanzado una invitación a escritores, editores, libreros y lectores a repensar las posibilidades de llevar el libro a sus manos, incorporando la lectura a las nuevas tecnologías y romper la pugna del libro digital con el papel, pues la edición impresa incluye un ebook por el mismo precio, lo que permite acompañar al canal de distribución tradicional de este formato.

Concluiría diciendo que Malpaso busca animar las conversaciones, contribuir al discurso literario, político y ensayístico porque creemos en la literatura de excelencia y en el ensayo comprometido. Todos los días trabajamos en ser una editorial de referencia en la que existe el espacio para todas las tendencias y gustos literarios y en donde sin importar el formato, ya sea en papel o en formato digital llevemos al lector a disfrutar un buen texto.

Sin duda, nuestras recomendaciones son:

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El regreso de la Doctora Ilustración (Ph.D.) de Carlos Monsiváis con prólogo de Lorenzo Meyer (Malpaso)

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Goya. Lo sublime terrible (Dibbuks) galardonada recientemente con cuatro premios en la Segunda Edición de los Premios Carlos Giménez de Héroes Cómic durante la presentación de Héroes Con Madrid por Mejor Guionista Nacional, Mejor Autor Revelación, Mejor Portada y Mejor Rotulista, ya disponibles en puntos de venta.

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Carbón Animal, de Ana Paula Maia (Jus), autora capaz de construir una novela profundamente lírica y cargada de imágenes casi cinematográficas.

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Para 2019 arribará a México: Cured, de Laurence Tolhurst (Malpaso), las memorias de uno de los fundadores de la mítica banda de The Cure.

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El gorrión rojo, de Jason Matthews (Lince), un thriller magistral al más puro estilo James Bond, cuyo autor ha sido agente de la CIA durante más de 35 años.

Akal, editor: Jorge Betanzos

Hasta 2015, los autores incluidos en el catálogo de Akal eran, en su mayoría, de origen europeo. Para una editorial con bandera roja, conocida por su perfil crítico y por proponer la inclusión de todas las voces, esto significaba una autocrítica y una falta que debía enmendarse. Fue así como nació Akal México, que además de distribuir los sellos que conforman el Grupo Editorial —Siglo XXI España, Blume, Foca, etc.—, se ofrece como un punto de encuentro para el pensamiento latinoamericano (en primer lugar) y del Sur global (en general). Al día de hoy, publicamos autores y temas muy diversos: feminismo islámico, derecho, historia, teología…, pero en todos los casos con la intención de abonar al debate, de aportar herramientas de análisis que atiendan problemas de raíz en nuestras sociedades. No ha sido fácil sostener la independencia y mantenernos a flote, pero es la única manera que encontramos para ser congruentes con lo que proponemos.

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H.P.Lovecraft. Edición Anotada, de Leslie S. Klinger

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Pequeña historia del feminismo en el contexto euro-norteamericano, de Patu y Antje Schrupp

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Evelia, testimonio de Guerrero, de Alejandro Pedregal

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Comprender las clases sociales, de Erik Olin Wright

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Bacanales. El mito, el sexo y la caza de brujas, de Pedro Ángel Fernández Vega

Almadía es una editorial nacida en Oaxaca en 2005. Editor: Guillermo Quijas

Publicamos libros de literatura contemporánea que nos gustan y disfrutamos, buscando siempre un equilibrio entre voces consagradas, apuestas por autores jóvenes y escritores y escritoras extranjeros cuya obra genere puentes con contextos y realidades de otras latitudes. El factor comercial no dicta la última palabra, pero es imprescindible tomarlo en cuenta a la hora de promover lo que decidimos publicar. Creemos en los libros, en su diseño, en nuestros autores, en nuestro equipo, y en los lectores.

Libros recomendados para esta Navidad:

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El vértigo horizontal. Una ciudad llamada México, de Juan Villoro

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Las increíbles aventuras del asombroso Edgar Allan Poe, de Bernardo Esquinca

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El barrio y los señores, de Gonçalo M. Tavares

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Ausencio, de Antonio Vásquez

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Conjunto vacío, de Verónica Gerber Bicecci

Dharma Books. Editor: Nicolás Cuéllar Camarena

Aunque sabemos bien que la competencia en el ámbito editorial es fuerte, nuestro proyecto se busca colocar desde otros frentes. El ímpetu que tenemos no es otro más allá de la pasión y el amor sincero que le tenemos a la literatura y a la poesía. Dharma, como seguramente otras editoriales, tiene un proyecto distinto que trata de otorgar nuevos espacios de lectura. Queremos darle al lector una oferta interdisciplinaria, siendo una casa que reciba desde escritores que habitan en zonas de conflicto —y por conflicto nos referimos no sólo a países en guerra, sino lugares rezagados económica y socialmente—, hasta artistas que por razones comerciales no llegan a México. Tratamos, también, de darles cabida a jóvenes escritores que difícilmente reciben oportunidades en otras editoriales, sea cual sea la razón de esto. El proyecto de Dharma es ambicioso pero está sano y firme, porque contamos con un equipo altamente capacitado y comprometido. Entre nuestras filas están editores filosos, diseñadores con experiencia en el medio, un ilustrador consolidado y un par de traductores que nos acercan a los proyectos de publicaciones bilingües.

Entendemos que cada proyecto editorial tiene un nicho y el nicho de Dharma es, sin oponerse a los demás, un intercambio literario con otras naciones. Además, nuestra editorial buscará en todo momento no ser un simple intermediario entre la obra y su lector, sino una casa que acompañe a sus autores todo tiempo que sea necesario y conveniente, abriendo la posibilidad de trabajar con más de un libro.

No tratamos de competirle a otras plataformas de lectura que circulan en México, entendemos que hay productos para distintos gustos de lectura. En Dharma creemos en el libro-objeto, en el capricho de la letra impresa. El libro-objeto representa, para nosotros, la posibilidad de acercarnos a un mercado exigente que busca no sólo un buen contenido sino también un producto de colección. Gracias a editores como Barney Rosset en Grove Press y Laurence Ferlinghetti en City Lights, la batalla contra la censura editorial se ha limitado, sin embargo, la función de las editoriales permanece: traer a la luz lo impublicable, lo brutalmente honesto y todo aquello que pueda romper paradigmas literarios.

En cualquier tiempo uno podría publicar lo que fuera. De cualquier género y con el estándar de calidad que sea. Claramente eso nunca ha sido un impedimento para el mundo editorial, y el resultado ahí está: la sobreoferta de libros ha desfigurado bastante lo que debiéramos de entender como rescatable y no. Llegamos al punto donde la mesa de novedades se vuelve más una guerra comercial que literaria, orillándonos a escarbar para encontrar lo que valga la pena de ahí en lugar de ponderar entre grandes autores. La elección, vaya, se vuelve hacia el menos malo. Se puede publicar cuento, ensayo, novela, poesía y literatura infantil, siempre y cuando uno mantenga la vara alta y una línea editorial uniforme y atractiva. ¿Por qué? Porque todo nos gusta y todo nos ha marcado en su momento. Los cuentos que leíamos en casa de niños, nuestras primeras lecturas serias de jóvenes, la poesía que nos ha acompañado desde siempre y el ensayo que sirve como luz entre tanta mala cosa que uno acaba leyendo.

La visión de Dharma como editorial, a pesar de buscar medios interdisciplinarios, es enfocarse hacia aquellos autores que pueden trascender bajo las condiciones de su lugar y tiempo y convertirse en un referente literario. El logo esconde un propósito y nos hace perseguirlo. Hace algunos años, en el programa de verano de la universidad de Naropa, de Sam Hamill habló sobre nuevas aproximaciones a la poesía. Replicando la poética de autores como Gary Snyder, Michael McClure y Allen Ginsberg, Hamill utiliza los conceptos del zen para dialogar con el texto y aproximarse críticamente a él. En la imagen de los tres peces presente en la huella de Buda, la visión central es única.

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Cinedoque, de Luis Resendiz

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Aquí el silencio no descansa, de Enrique Urbina

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Evelyn, de Inti García Santamaría

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La posteridad, de Juan Alcántara

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Naturaleza muerta, de Miguel Cosío Woodward

Caballo de Troya nace en 2004, en España. Editor este año: Emiliano Monge

Surgió con la vocación de un sello con perfil de editorial independiente, integrado, sin embargo, a un gran grupo (Random House Mondadori, en ese momento). Desde entonces ha tenido como principal objetivo servir como plataforma editorial para nuevas voces literarias, nuevos talentos que, de otra forma, no habrían encontrado un espacio en el catálogo de un grupo editorial internacional. De esta forma, el sello conjuga la intrepidez literaria de una editorial independiente con la capacidad de distribución, difusión y promoción de un gran grupo.

En 2017, Caballo de Troya hizo su presentación en México con cuatro potentes y originales novelas: El emisario o la lección de los animales, de Alejandro Vázquez Ortiz; Matagatos, de Raúl Aníbal Sánchez; Mi abuelo y el dictador, de César Tejeda y Algunas margaritas y sus fantasmas, de Paulette Jonguitud. Elegidas por el editor Rodrigo Castillo, ex director del Programa Cultural Tierra Adentro del Conaculta (ahora Secretaría de Cultura).

De esta manera, bajo la curaduría de un editor invitado cada año, el sello publicará las obras de noveles escritores, voces llamadas a renovar el panorama de las letras mexicanas.

La selección de títulos a publicarse este año estuvo a cargo del escritor Emiliano Monge.

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Carolina y otras despedidas, de Elvira Liceaga

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La ciudad antes llamada Distrito, de Sandra Olguín

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Maten a Darwin, de Franco Félix

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Primera Silva de sombra, de Eduardo Ruiz Sosa

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Vertical, de Jorge Nores

La Cifra Editorial. Editor:Genoveva Muñoz Castillo

La Cifra es un proyecto editorial con base en la Ciudad de México que busca producir y contagiar asombro. Durante una década de cambios y renacimientos, hemos publicado medio centenar de libros cuya vocación es abrir caminos inexplorados para los lectores, ya sea a través de traducciones o de nuevas voces locales. Nos arriesgamos lo mismo con narrativa gráfica que con ensayos, novela o libros de periodismo. Nos gustan los libros relevantes y entendemos la edición como una singular búsqueda de la belleza. Traductores, diseñadores, impresores, todos saben que su trabajo es valorado aquí, y que en cada proyecto hacemos el mejor libro posible porque respetamos al lector y asumimos la responsabilidad cultural que implica el ser editor.

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Tamangur, de Leta Semadeni (novela)

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Color de hormiga, de Emmanuel Peña (narrativa gráfica)

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Cinco, de Patricio Betteo (narrativa gráfica)

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Amo mis pesadillas, de Vidal/Graux (libro álbum)

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Doctor Vértigo, de Elisa Corona Aguilar (ensayo)

Nieve de Chamoy. Editora: Mónica Braun

Nieve de Chamoy nació en 2014 como un sello editorial independiente que en un principio vendía sus libros solo en formato digital, como ebooks. En mayo de 2017 lanzamos oficialmente la versión impresa de nuestros títulos, que a la fecha suman 14, principalmente novelas de autores contemporáneos mexicanos y latinoamericanos, aunque hemos también publicado ensayo y poesía. Poco a poco hemos ido afinando nuestro criterio editorial y hoy podemos afirmar que, definitivamente, nos inclinamos por textos estilísticamente arriesgados y temáticamente provocadores. Asimismo, damos la bienvenida a primeras novelas de autores desconocidos, pero también tenemos una clara vocación por el rescate de obras que nos parecen valiosas y que salieron del mercado hace años. Si tuviera que resumir en dos palabras cuál es el sentido de nuestra editorial, utilizaría esos dos términos: descubrimiento y rescate.

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Paisajes del limbo, la magnífica antología de Mario González Suárez Paisajes del limbo, que recoge cuentos de 12 autores “raros” del siglo XX mexicano (algunos poco conocidos, como Ricardo Elizondo Elizondo, Juan Manuel Torres o Jesús Gardea).

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La novela Legión, de Pablo Soler Frost, un relato ubicado en la alta Edad Media, erudito, apasionado y fantástico, en edición corregida y aumentada.

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El indefinible y hermoso libro de David Miklos La vida en Trieste (antes titulado La vida Triestina), una mezcla de diario de viaje, diccionario personal y colección de relatos…

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Destaco la primera novela de Mateo Miguel, Negro Corazón, que es el relato de la pasión de un hombre mayor y casado por una joven, narrada primero por él y luego por ella, por momentos crudísima y otras veces sutil y poética.

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Sacrificio, de Béla Braun, una novela que alterna también las voces de dos personajes, un ajedrecista melancólico y extravangante y un recluso norteño y malhablado, que es también la historia de dos existencias y dos destinos posibles, y que ocurre, literalmente, en dos dimensiones paralelas.

Sexto Piso, editores: Diego Rabasa y Eduardo Rabasa

En una entrevista recién publicada por El País a propósito de los 90 años de uno de los pensadores más emblemáticos de nuestra era, Noam Chomsky aseguró que nuestra época tiene como uno de sus signos de identidad más acendrados la forma tan cabal en la que ha decidido prescindir de los hechos. Es como si aquella nefasta profesía de Margaret Thatcher que aseguraba que “las sociedades no existen, existen los individuos” hubiera llegado a su lúgubre realización.

En semejante entorno, los catálogos editoriales de sellos independientes buscan restituir dos aspectos fundamentales: una narrativa de los hechos que nos encuentre supeditada a círculos de poder hegemónicos y la construcción de relatos que configuren un territorio común en el que podamos reconocernos.

Estos dos ámbitos impulsan buena parte de las convicciones de Editorial Sexto Piso que recién alcanzó los dieciséis años de existencia, rebasando los 500 títulos publicados en 6 colecciones distintas que cubren desde la poesía hasta los libros infantiles pasando por la narrativa, el pensamiento, el periodismo y la novela gráfica.

Con estos dos ejes como asíntotas de nuestro quehacer —conectarnos con el mundo y con las y los demás—,  recomendamos las siguientes publicaciones.

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La canción de los vivos y los muertos, Jesmyn Ward, Narrativa Sexto Piso

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Tsunami, de Gabriela Jauregui, Realidades Sexto Piso

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El libro de la tristeza, Gabriel Ebensperger, Sexto Piso Niños

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Los caídos, Carlos Manuel Álvarez, Narrativa Sexto Piso

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La ciudad siempre gana, Omar Robert Hamilton, Narrativa Sexto Piso

Mantarraya Ediciones. Editor: Antonio Calera-Grobet

Mantarraya Ediciones es una editorial mexicana fundada en 2001 por Antonio Calera-Grobet, el artista Demián Flores y el escritor Luis Felipe Fabre. Desde esa fecha hasta la actualidad, no ha dejado de publicar libros de literatura en general, la mayoría escrita por jóvenes mexicanos. En su catálogo podemos encontrar 63 libros publicados sin la subvención del estado ni la iniciática privada; libros que van desde poesía y narrativa hasta pequeños cómics y muestras de artistas visuales. Entre los escritores y artistas publicados se encuentran, Óscar de Pablo, Daniel Lezama, Feli Dávalos y Demián Flores, sólo por mencionar a algunos. Este proyecto, auspiciado por Hostería La Bota, busca, desde otros puntos, acercarse a la gente y quizá hasta descubrir nuevos lectores.

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Furia amanecer, de Gerardo Grande

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Baudau electrónico. Antología de poesía komandroviana, de Horacio Warpola

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En las púas de un teclado, Camila Krauss

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Pasajera en trance, América Pacheco

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Textofilia. Editor: Ricardo Sánchez Riancho

Textofilia Ediciones es una editorial que trabaja con literatura (en los géneros de ensayo, cuento, novela y poesía), arte y libros para niños. Desde su fundación y bajo la dirección de Ricardo Sánchez Riancho, ha recibido múltiples premios y reconocimientos nacionales e internacionales. A su vez, ha coeditado con diversas instituciones internacionales. En 2014 la empresa creó Libros del Marqués, un nuevo sello que trabaja con títulos de coyuntura, comerciales y ficción contemporánea. En total, la empresa ha realizado casi 200 títulos y ha sido invitada a participar en foros culturales de España, India, Estados Unidos, Argentina, Alemania, Perú, Brasil, Cuba y México.

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Meditación sobre ruinas, de Nuno Júdice (poemario)

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La estrella perro, de Manuel Pereira (relatos)

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Volver a Roma, de Bertha Balestra (novela)

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Haikús perros, de Saúl Peña (poemario)

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La caída de las brujas, Alan Ojeda

Elefanta Editorial. Editor: Emiliano Becerril Silva

Elefanta es un editorial con 7 años de vida. Su nombre hace alusión al viento de Elefanta, que clausura el monzón y trae fertilidad. Es un guiño al animal de la memoria. El proyecto surgió principalmente por el interés en publicar literatura africana en español. Por eso organizamos los libros de narrativa por continente, la Colección África es fundamental, después le sigue la Colección América, luego Europa y finalmente Asia. De Oceanía no tenemos nada aún. También tenemos una colección de poesía, por lo pronto con autores mexicanos, dirigida por Carlos Azar Manzur. Y estamos incurriendo en cámara lenta en los libros ilustrados y de fotografía. Estamos enamorados de los libros y sus habitantes.

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Diario de un olvidista, de Paolo Pagliai

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El entenado, de Juan José Saer

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Jaime Bunda y la muerte del americano, de Pepetela

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Sin pasar por GO. Narrativa dominicana contemporánea

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Los memorables, de Lidia Jorge

Editorial Paraíso Perdido. Editor: Antonio Marts

Publicamos cuento, novela, ensayo literario, crónica y narrativa gráfica. Apostamos por los creadores emergentes. Nuestro catálogo se encuentra conformado por una franja imaginaria de narradores que va de los nacidos en la década de los setenta hasta los nacidos en los años noventa del siglo XX y es uno de los referentes cuando se habla de narrativa joven mexicana. Este año, además, volvimos a sumar autores de otros países e idiomas como es el caso de João Valente, autor de la novela The Empire que se tradujo del portugués por Ave Barrera o los venezolanos Enza García Arreaza y JM Soto. Además, es de sumo interés para nosotros publicar escritoras, creemos firmemente que hay mucho talento y nos gustaría aportar desde nuestra trinchera a la visualización y lectura de las mismas. Procuramos no ser solemnes, y publicar historias entretenidas, frescas y diversas.

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The Empire, de João Valente (traducción de Ave Barrera) – Novela

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La reina está muerta, de Ira Franco – Novela

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Los maridos de mi madre, de Joel Flores – Cuento

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Plegarias para un zorro, de Enza García Arreaza -Cuento

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Crónicas desde el piso de ventas, de Iván Farías -Crónica

Trama Editorial. Editor: Manuel Ortuño

Trama Editorial es una editorial independiente afincada en Madrid y cuenta ya veintidós años de trayectoria con once colecciones. Entre ellas destaco Tipos móviles, textos para re-pensar el acto de leer, especializada en el mundo editorial donde se incluyen publicaciones de Jean Echenoz, Hubert Nyssen y Severino Cesari por mencionar algunos nombres.  Mi primera recomendación es Contra la arrogancia de los que leen, de Cristian Vázquez, artículos acerca de los libros que invitan a pensar y desmienten cualquier superioridad a la que se pueda acceder a través de los libros. Aborda también el tema de la lectura en el transporte público y cierra con una reflexión acerca del error de creer que leer concede una situación de privilegio. Otra recomendación: Te voy a hacer una autocrítica, Diccionario para entender a los humanos,  una prosa bronca y destemplada, de tono frecuentemente humorístico y ocasionalmente moralista. Una más, de reciente lanzamiento en la FIL Guadalajara, pertenece a la colección Largo recorrido, El vuelo de los charcos, novela en que Eduardo Iglesias consigue un Noir muy particular, un arsenal de narraciones superpuestas que desembocan en la antesala fantasmagórica de una novela romántica mitad desasosiego del pasado y mitad desconfianza en el futuro.

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Contra la arrogancia de los que leen, de Cristian Vázquez

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Te voy a hacer una autocrítica, Diccionario para entender a los humanos, de Perroantonio

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El vuelo de los charcos, novela en que Eduardo Iglesias

Leonardo Tarifeño: “Los deportados tienen algo de fantasmas”

sábado, noviembre 24th, 2018

Los tipos cuando mandaban sus remesas eran súper patriotas, pero cuando los echan de allá y llegan acá sin dinero, nadie los quiere. El libro de Almadía, No vuelvas, de Leonardo Tarifeño, funciona como un espejo en donde todos podemos vernos.

Ciudad de México, 24 de noviembre (SinEmbargo).- Entrevistar al periodista Leonardo Tarifeño es la mayoría de las veces hablar de los lugares donde uno nació y donde uno quiere vivir. Él ha vivido en España, viene de Argentina y hace tiempo que vive en México, por segunda vez.

Tiene, como la firmante, un amor feroz por Tijuana, esa ciudad que se hace todos los días y cuando comentamos los dramas de los tijuanenses con los inmigrantes, algo nos llama la atención.

Ellos más que nadie saben lo que es recorrer el mundo, lo que es andar de aquí para allá, ¿por qué esa reacción?

“Es que hay varios Tijuana”, dice Leonardo, para explicar también un poco su libro, editado por Almadía, No vuelvas.

Este libro de crónicas narra el drama de los deportados. No los aceptan en los Estados Unidos, pero tampoco en México. El proyecto es doloroso y eso transmite sus páginas. “En Tijuana, la política oficial consiste en tapar el asunto de los migranes. Para ellos si el problema no se ve, entonces no existe. Por eso ya no queda ni un deportado en el Bordo. ¿Crees que los ayudaron a conseguir trabajo y un lugar donde vivir? Por supuesto que no, se limitaron a quitarlos de en medio. Y con eso ya está, no hay más problema que porque no se ve”, dice uno de los entrevistados.

“Este libro es el resultado de los constantes viajes que Leonardo Tarifeño realizó a Tijuana luego de participar en el proyecto Migración y Memoria, que tuvo como propósito recolectar historias que los migrantes deportados desde Estados Unidos traen consigo. Desde un comedor comunitario (El Desayunador del Padre Chava) como cuartel general, Tarifeño logró recabar un importante número de testimonios que tienen en común una larga secuencia de atropellos e injusticias”, dice la editorial.

“Despojados de prácticamente todo, son devueltos a una ciudad que los espera para despojarlos de lo poco que les queda y condenarlos a la indigencia y la drogadicción”, agrega.

El segundo libro de crónicas de Leonardo Tarifeño. Foto: Especial

–Justamente ahora Tijuana está de moda

–Bueno, la verdad es eso algo que vemos, pero la situación por la que Tijuana está de moda, creo que está de moda todo el tiempo. Ahora está de moda por la caravana, las reacciones, un poco amplificadas también, no del todo creíble entonces, pero la verdad es que no es una noticia. Ocurre y seguirán ocurriendo, sólo por agenda política y no de México, se ha expandido. Los migrantes están en caravana desde hace años, que llegan a Tijuana, no pueden pasar, no se ve cómo es la novedad. De todas maneras, creo que no es el foco, ¿verdad?

–No, claro, pero ese sentimiento antimigrante cuesta entenderlo

–Seguro, hay varias sociedades tijuanenses. En el libro menciono la relación que tienen allá con la migración, que es muy distinta a la que tenemos nosotros aquí a la distancia. A mí me da la impresión de que esto del rechazo a los migrantes, la manifestación que han hecho el otro día, eso es parte de esta burbuja informativa no necesariamente real. Lo que sí hay es una relación ambigua con el tema de la migración, porque ellos lo conocen desde la primera mano. Cuando vas de reportero a Tijuana eres como un hippie que está a favor de la paz mundial, pero ellos lo viven mucho más de cerca. Esta gente que no tiene que comer, que no tiene trabajo, asaltan, para muchos son simplemente ladrones y están los hippies diciendo no son ladrones, son migrantes. Nadie es ilegal, es cierto, pero también es cierto que si no tienes nada que comer, claro que vas a asaltar. Me parece que desde Tijuana hay una perspectiva más realista, no necesariamente tan ideologizada como la que podemos mantener a la distancia. Estamos a favor o en contra, por cuestiones ideológicas. Las cosas están más aterrizadas.

–Decías en tu libro que habías nacido en Argentina, pero que no tenías ningún contacto con ese país…

–No sé si tiene una presencia tan fuerte en el libro. Sí en el sentido de que hay una búsqueda, surge el tema porque los migrantes no tienen un país y yo tampoco me siento identificado con algún país. Ya viví lo de Argentina, no tengo mucho más que hacer ni qué decir. Me sentiría muy arrogante si dijera que soy mexicano. No es eso. Tal vez mi experiencia sea una manera de ser mexicano. Seguro que la mirada que tengo sobre los migrantes es de alguien que tiene el background de Argentina, pero no me hace mejor reportero…

–Lo que quise decir es que hay cosas en México que se parecen demasiado a Argentina y al resto de Latinoamérica

–Seguro, eso sí. Las referencias están desde el título y es mi manera de blanquear mi relación con esa situación. Toda la parte autobiográfica es mi manera de analizar por qué me interesó tanto ese tema. No era mi tema. No fui con ninguna intención de escribir sobre eso, pero de alguna manera me fue pegando. No lo descubrí yo, sino que me dijeron mis amigos. Yo podía entender lo que quiere decir quedarte sin dormir, sin comer, no tener lugar, no tener un país, no tener donde ducharte…

–No saber usar la computadora y que llegue una madre y te diga, búscame a mi hija

–La catástrofe humanitaria que se vive ahí no está empezando ni terminando ahora. Yo llegué y la vi, la descubrí, y me vi obligado a escribir sobre eso. No tenía muchas ganas, porque era muy doloroso. Estaba más interesado en ver cómo era mi relación con México, porque era una manera de saldar una deuda. Yo estoy aquí, ¿dejaré algo?. No sé cómo se solucionará, lo que puedo hacer es contarlo y eso fue lo que hice.

Claro que huelen mal, te piden dinero, si te pueden robar te roban, nunca había tenido este contacto, dice Tarifeño. Foto: SinEmbargo

–¿Pensaste en hacer un documental?

–Había muchos reporteros europeos y que los propios tijuanenses lo veían como turismo de la pobreza. Algunos contratan en Tijuana a alguien para que llore en el Bordo. ¿Desde qué lugar yo narro esto? Hay un juego de espejos conmigo mismo, lo digo por la autobiografía. ¿Cómo contar esto, que no sea una cosa turística ni llorona ni tan trágico o de estar tocando siempre una misma nota o hacer un compendio de tragedias? Lo único que quería era intentar que el lector llegara al final del libro, no confiar solamente en el poder de historias muy desgarradoras, hacerlo llegar a final. La historia de esta mujer que no lo viví de una manera tan tranquila como aparece en el libro, lo viví con mucha tensión. Cualquier decisión que yo tomara era mala. Lo único que tengo que hacer es contarlo, tal vez un poco visual, como tú dices lo del docu, de la manera más honesta posible. No tomar un partido o hacer ideología, convertirlo en una historia atractiva pero no en una bandera.

–Acá hay menos cinismo que en tu primer libro de crónicas

–Es muy duro, yo no tenía esa experiencia que era tan terrible. Escribí sobre los feminicidios, ir a la cárcel, pero no esta cosa tan prolongada. Entiendo cuando en Tijuana se quejan porque los migrantes están sucios, hablan mal de los frijoles, pero así son los pobres. Yo no lo sabía. Claro que huelen mal, te piden dinero, si te pueden robar te roban, nunca había tenido este contacto. Llegaba a casa, le contaba a Adriana y ella llorando me decía que no le contara más. Yo no sabía por qué no tenía esa reacción, ante cosas tan fuertes no llores, no sientas que te está carcomiendo algo. Creo que eso fue indispensable para poder escribirlo, porque si me hubiera emocionado tanto no hubiera podido escribirlo.

–¿Qué conclusiones sacaste de esta catástrofe humanitaria?

–Básicamente no hay que pedirle empatía a la gente. No puedes amar a los desposeídos porque lo tiene que hacer. El tema es la educación. Todos tenemos la idea de una vida mejor. Cuando vivimos en un mundo civilizado es porque se respetan todos los derechos. Hay un poder político que juega con esto. Los tipos cuando mandaban sus remesas eran súper patriotas, pero cuando los echan de allá y llegan acá sin dinero, nadie los quiere.

“En una época tan narcisista, conservo el delicioso anonimato del diálogo con mis muertos”: Tanya Huntington

sábado, octubre 6th, 2018

“Es un lujo que haya venido a México con un temperamento tan comunicativo. Si un muro no tiene puerta, ella se encarga de inventarla”, dice Juan Villoro. A ella, a la artista renacentista, como bien aclara Hernán Bravo Varela, le dedicamos nuestra portada por su reciente libro de poemas Solastalgia, editado por Almadía. ¿Adónde iremos a cantarle a la naturaleza los poetas si continuamente la castigamos?

Ciudad de México, 6 de octubre (SinEmbargo).- “Según parece, hay algo en mí que intenta / atravesar paredes de cristal: / algo inútil / y transparente / cuando entiendo que no se puede / hacer./ Es una sensación fugaz de impacto, como de ave, / pero sin la memoria prodigiosa del vuelo.”

El “Ars poética” de Tanya Huntington (Pierre, EUA, 1969), escritora y artista plástica, con la traducción de Hernán Bravo Varela, comienza en su libro Solastalgia (Almadía).

Es una artista binacional y escribe en inglés, pero sabe tanto de México como la sangre misma de alguien que vivió el terremoto, que tiene dos hijos y que ha aprendido a abrirse paso aquí, cuando la mirada sólo accedía a una sola profesión, a un solo oficio.

Ha escrito también Martín Luis Guzmán: Entre el águila y la serpiente (Tusquets, 2015) y A Dozen Sonnets for Different Lovers / Docena de sonetos para amantes distintos (Ediciones Acapulco, 2015) y como artista siempre anda regalando un dibujo o haciendo su serie de escritores en cuadros.

Habla muy bien el español, pero fundamentalmente es mexicana. No tiene una postura de extranjera que vive en un país extraño, aunque todo lo pueda parecer un espacio inconmensurable a la hora de vislumbrar una imagen, un color.

Cuando decidimos hacer nuestra portada, fue ella la que se encaramó con esa voluntad poética, con esa decisión para un decir autonómico y claro. Es cierto que dos por tres hablamos de lo bien que está la poesía mexicana y ella es una de sus máximas representantes, pero al mismo tiempo quisimos hacer un homenaje a su condición de alguien que se abre paso artístico en este país tan aficionado a dejarse andar y explorar.

“Tanya Huntington es alguien que se dedica a abrir puertas y ventanas a rumbos imaginarios. Poeta, pintora, actriz, traductora, profesora, conductora de programas de televisión, acumula oficios y se mueve con enorme soltura en dos idiomas. La tradición quiere que las personas pelirrojas tengan un temperamento arrebatado. En el caso de Tanya más bien podemos hablar de una energía y una generosidad sin límites. Es un lujo que haya venido a México con un temperamento tan comunicativo. Si un muro no tiene puerta, ella se encarga de inventarla. Todo lo contrario a su innombrable paisano que sólo piensa en levantar un muro”, dice Juan Villoro.

Lo que estás viendo aquí es una de las facetas de lo que para mí es el proyecto Solastalgia. Foto: Cortesía

“Tanya me parece una artista total, una renacentista que ejerce la poesía, la traducción, el ensayo, las artes plásticas, el teatro y hasta la gastronomía con pareja gracia e inquietud científica. Su poesía es un registro de esas investigaciones, pero, también, una muestra bastante infrecuente de agudeza formal, densidad conceptual y ligereza sonora”, afirma el también poeta Hernán Bravo Varela.

“Tanya Huntington es una creadora todoterreno, lo mismo pasa de la actuación a la pintura que de la fotografía a la poesía o a la traducción. Generosa como pocas, también es una frecuente colaboradora de proyectos culturales. Combina inteligencia y sensibilidad en su obra, y en su persona”. (Rocío Cerón, poeta)

“A veces pienso en Tanya como en una suerte de duende luminoso que reparte paz, sonrisas y apapachos. Y los reparte con generosidad, como hace todo en la vida: pintar, traducir, escribir poesía, inventar proyectos, celebrar a los amigos cuando están felices y abrazarlos en las tristezas. Compartimos la extranjería y el amor infinito a este país que se volvió nuestro hogar; esto nos ha vuelto cómplices: las dos nos emocionamos con “La suave patria”, con el “Huapango” de Moncayo, con la poesía de Rosario Castellanos y con el pase de lista por los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Adoro su poesía, límpida, clara, irónica muchas veces, profunda siempre. Adoro también su obra plástica que va del hiperrealismo más puntilloso al más enternecedor retrato de la infancia. Pero sobre todo adoro su palabra solidaria, su mirada cálida. Y su amistad a prueba de todo (créanme, lo digo por experiencia).”, afirma Sandra Lorenzano.

–¿Cuándo la poesía dejó de ser una descarga emocional para convertirse en un oficio?

–Es una muy buena pregunta. Yo siempre digo que hay dos clases de poetas, igual que hay dos clases de luchadores, están los técnicos y están los rudos. Hay un aspecto que siempre muestra lo rudo de la poesía, es ese aspecto que nos mueve el tapete, nos quiere conmover, que nos arrastra casi siempre en contra de nuestra propia voluntad. Para mí siempre va a estar en diálogo con esa poesía que le gusta lo racional, los juegos de la mente, los acertijos, las paradojas. Para mí pueden coexistir dentro del mismo formato.

Alejandro Magallanes mostrando su diseño para Solastalgia. Foto: Twitter

–Tú, ¿cómo lograste esa combinación?

–Hablar de mi propia poesía me cuesta. Empecé a escribir poemas cuando tenía 9 años y creo que quizás más allá de esa dicotomía que has establecido para mí era otro manera de entablar el diálogo con mis lecturas. Por eso los epígrafes. Quizás para mí va más en ese sentido.

–“Las piedras del corazón”…qué hermoso poema que has escrito

–Como Dijo Vallejo hay golpes en la vida que uno no espera y nos deja anonadadas como personas. Hay que entender qué nos mató, qué nos arrolló. Contemplar la posibilidad de que morimos en vida y que renacemos y armar la existencia bajo otro ser. Es un poco el proceso que trato de describir aquí. No sé si la poesía sea un antídoto, un barómetro o plasmar algo que es imposible de plasmar, qué es lo que sentimos en las grandes crisis de nuestras vidas.

El nuevo poemario se llama Solastalgia. Foto: Cortesía

–Tú sufriste un derrame cerebral. ¿Cómo influyó en tu poesía ese hecho?

–Para mí era algo más allá de la poesía. Era una manera de vivir un cambio constante en mi relación con las artes, como sabes, yo me dedico a varias. Me di cuenta de que no podía estar o desperdiciando el tiempo, porque nos podemos ir en cualquier momento. El derrame que tuve fue a una edad muy temprana. No esperes a haber leído todo para dar tu pequeño granito de arena, hay que empezarlos a dar cuanto antes. Es una cosa poder frasear la idea del carpe diem porque quizás mañana no estemos aquí a sentir la manera de que probablemente se nos vaya a claudicar la existencia mañana.

–Juan José Millás decía si mañana amanezco tonto y no puedo escribir una sola línea

–A mí me daba pánico dormirme, que es algo que disfruto tanto. Siempre cuento los minutos para la siguiente aventura onírica tras los párpados, pero dormirme y al otro día quizás levantarme con afasia. Eso me daba pánico. Se me afectaron las fechas, los días de la semana y he aprendido a vivir con ese daño cerebral, chequear la cita siempre tres veces, estoy contenta ahora con eso.

–Empiezas a curarte cuando empiezas a soñar

–Por supuesto que saco mucho de los sueños a la poesía y a las artes. Cuando encuentro alguna duda siempre digo: no te preocupes ahora, ya el inconciente lo resolverá. Quizás no sea la respuesta con mayúsculas, pero siempre llega la manera de darle vuelta a la tortilla.

–José Woldenberg no sabe idioma y siempre agradece a los traductores todo lo que le han hecho conocer de las obras literarias. ¿Tuviste a Hernán Bravo Varela como traductor?

–Sí escribo en español, como bien sabes, pero siempre he tenido que toparme que no puedo escribir poesía en español ni siquiera traducir mi poesía. Una de las mejores cosas es saber que uno tiene carencias y que puede confiar y entablar diálogos con quien puede ayudar a llevar a la obra fruición. Hernán no solo es un gran traductor, capaz de llevar la poesía de Emily Dickinson, sino que también es mi amigo y me conoce. Él no sólo entiende literalmente el sentido de los poemas, sino que también me conoce a mí. Qué forma tiene este autorretrato que estoy escribiendo, él lo sabe.

–¿Qué es Solastalgia?

–Solastalgia es un neologismo que me fascinó y que combina la idea de nostalgia con la idea de que podamos perdernos otra vez en la naturaleza. Hay una sensación de pánico frente a que la naturaleza se nos está agotando o más bien la estamos acabando. Cómo afecta la larga historia de amor que tenemos los poetas con la naturaleza.

–Es nostalgia por lo que va a venir

–Sí, es nostalgia por lo que va a venir, de lo que hemos leído en el pasado y un poco de darnos cuenta de que la relación que tenemos con el entorno es tóxica. Querer hacer poesía con la naturaleza a la que estamos golpeando es tremendo.

–¿Las otras artes como alimentan la poesía para ti?

–Una no existe sin las otras artes. Detrás de este poema hay performances, bocetos, fotografías, lo que estás viendo aquí es una de las facetas de lo que para mí es el proyecto Solastalgia.

–Tú resurgiste luego de la separación…

–Uno se muere muchas veces en la vida y eso es lo importante que he descubierto. Perduramos en varios planos cuánticos como nos quieren decir los físicos, pero también renacemos y debemos darle un poco de atención a este proceso. De pensar, ¿cómo va a ser? ¿Cómo seré después de esto? Leyendo Las metamorfosis de Ovidio uno piensa que si nos va bien, renaces como un lago o como un eco o puedes renacer como una gorgona.

–¿Qué significa México para ti, estar aquí?

–¿Qué tanto de nuestra nacionalidad política o social de nuestro nacimiento o qué tanto dónde elegimos estar? Con quienes elegimos rodearnos. Hay algo perverso quizás en el sentido de que nos gusta llevar la imagen del foráneo, pero no siento que así vivo aquí. De verdar no sé si podría vivir en otro lugar. Ese diálogo a quién fui cuando nací y a quién he llegado a ser gracias a mis esfuerzos en México.

–¿Qué es lo que le pasa a quien escribe poesía?

–Para mí forma parte de la existencia y sé que es un género algo castigado actualmente. Me tiene sin cuidado. Podemos cosechar los beneficios de escribir para pocos, para los interlocutores o para nadie. En una época tan narcisista, hasta megalomaníaca en que los autores se han convertido en estrellas de consumo masivo, qué maravilla poder conservar el delicioso anonimato que tu diálogo pueda ser con tus muertos, con tus lecturas.

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¿Cómo hacer el duelo sin saber realmente dónde está la persona que perdiste?: Pensar Ayotzinapa

miércoles, septiembre 26th, 2018

Pensar Ayotzinapa, que consta de nueve ensayos en los que sus autores, desde fundamentalmente perspectivas filosóficas y psicoanalíticas, reflexionan sobre los violentos acontecimientos ocurridos entre la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre de 2014 en la ciudad de Iguala del estado de Guerrero en México.

Ciudad de México, 26 de septiembre (SinEmbargo).- Un día como hoy, hace cuatro años, desaparecieron los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Empezábamos el día viendo la cara sin cara de Julio Ernesto Mondragón, “el mártir de Iguala” y la gran mentira histórica del Gobierno saliente de Enrique Peña Nieto comenzó a marcar nuestros pasos.

Ahora ha salido un libro, Pensar Ayotzinapa, que consta de nueve ensayos en los que sus autores, desde fundamentalmente perspectivas filosóficas y psicoanalíticas, reflexionan sobre los violentos acontecimientos ocurridos entre la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre de 2014 en la ciudad de Iguala del estado de Guerrero en México.

“Hay un nuevo valor para la palabra desaparecido desde que los chicos ya no están”, dice Mariana Hernández Urías, coordinadora de este libro que ha sacado Almadía y donde pensar implica enfrentar de manera directa los hechos de esa noche mientras que en otras se hace un rodeo, pero siempre con el fin de abrir nuevos horizontes de sentido que permitan entender el caso Ayotzinapa.

Los autores tratan problemáticas como el sentido o sinsentido de la rebeldía en relación con la posición de profesor; la relación entre la memoria, el testimonio y la verdad como una demanda de justicia; las diferentes clases de violencia que se anudan en casos como el de Ayotzinapa (simbólica, estructural, radical…); las condiciones que posibilitan el ejercicio de tales violencias contra grupos particulares; la posibilidad o imposibilidad de realizar un duelo cuando la pérdida parece no tener lugar en tanto se trata de un desaparecido; el funcionamiento de la subjetividad mexicana; la indagación del estatus al que pretende aspirar la “verdad histórica” presentada por la PGR y la importancia de la verdad, de la construcción de la historia en términos de registro y reconocimiento para poder elaborar un duelo en tanto comunidad.

Pensar es también que el drama no se olvide y nos enseñe a mirar el futuro con ojos que buscan justicia.

Un libro para que no se repita la desaparición. Foto: Almadía

***

–A cuatro años de la desaparición, crees que ha habido un desgaste por el interés sobre los 43 estudiantes desaparecidos

–Yo pensaría y esperaría que la mayoría de nosotros seguimos interesados y esperando que el Gobierno rinda cuentas que fue lo que pasó allí.

–¿Cómo nació este libro?

–Los colegas que participamos en el libro estamos en un seminario de trabajo en la UNAM; mientras trabajábamos en otros temas nos pareció ineludible pensar en un suceso así.

–¿Fue un crimen que graficó y marcó el Gobierno de Enrique Peña Nieto?

–Sí, exacto. A todos nos hizo un eco tremendo relacionado con el 2 de octubre, toda una historia nacional que en cierto modo se repite, la herida no está curada y por eso tiene esa repetición ominosa. ¿Se resolverá o no? Cuando ya vino el grupo de expertos y empieza a lanzar todos estos hallazgos, comenzamos a ver el nivel de la corrupción en México. Ves a implicados a toda la policía, implicado el Gobierno, a todos los estratos del Ejército. ¿Cómo escapar? ¿Qué hacer con esto? El alcalde, el gobernador, el Presidente…

–Laura Echavarría habla del duelo…¿Qué pasó después de las desapariciones?

–Varios de los textos se están preguntando por algo que en México nos emparienta con Argentina. ¿Cómo haces un duelo si no sabes dónde está la persona que perdiste? ¿Cómo hacer un duelo y qué implicaciones tiene no poder hacer ese duelo, ya no en forma individual sino comunitario y social?

–¿Crees que la palabra desaparecido cobró más fuerza luego de la desaparición de los de Ayotzinapa?

–A mí me parece que sí. Me parece que cuando decimos “Todos somos Ayotzinapa” estamos hablando de las
de miles de desaparecidos que ha habido en los últimos sexenios. Este es un botón de muestra, que el caso Ayotzinapa es paradigmático por el nivel de brutalidad, de violencia y pues un poco de cinismo. ¿Cómo pueden desaparecer a 43 personas? Es escalofriante, pero es una realidad cotidiana en este país.

–Mientras hacías este libro, lo coordinabas, ¿Pensabas en algún momento dónde podían estar ellos?

–Lo pensamos todo el tiempo y creo que en todo el libro una constante es nuestra admiración y lo mucho que valoramos el trabajo del grupo de expertos. Parecía que tenían los recursos y la dignidad para decir la verdad. La importancia de decir la verdad, la desfachatez de la mentira histórica y la importancia de articular una verdad que nos permita realizar un duelo y nos deje a todos como comunidad en un lugar que nos permita salir de la repetición. Este círculo de violencia en el que estamos atrapados todos los mexicanos que sólo suma y suma desaparecidos, suma muertos, parece que no tiene fin. Mientras no se diga la verdad es imposible cortar esa repetición.

–Están estos cadáveres que van de tráiler en tráiler en Jalisco…

–Exacto, es macabro lo que uno encuentra. Tantas cosas sin resolver que se van apilando y que no cesan de aparecer y perturbarnos.

–¿Qué piensas del nuevo Gobierno?

–La mayoría arrolladora con la que ganó Andrés Manuel López Obrador dice mucho del lugar donde estamos los mexicanos. Del hartazgo a estas formas repetidas de corrupción, impunidad, del puro juego de intereses en el poder y el dinero. Espero que haya un cambio, sobre todo en esta brutalidad, que es tan cotidiana y está en toda la República. Creo que es una labor que va a tomar más de seis años y que requiere colaboración de todos los estratos del Gobierno. Así como toma todos los estratos, mantener este nivel de brutalidad, quitarlo va a llevar mucho tiempo.

–¿Crees que los padres esperan una solución del Gobierno que viene?

–La verdad no podría hablar por ello. Sé que se van a reunir con AMLO, quien ha tenido otro abordaje al que tuvo Enrique Peña Nieto. También escuché a uno de los integrantes del grupo de expertos diciendo que ellos sí tenían esperanza con respecto al nuevo Gobierno. Esperemos.

¿Cuánto vale esa vida? El caso Ayotzinapa y el fenómeno de la cosificación, por Mariana Hernández Urías (fragmento)

El presente escrito no consiste en una reflexión en torno a la violencia ejercida contra los estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos entre el 26 y 27 de septiembre de 2014, se trata, más bien, de un intento de explicar qué posibilita que se ejerza tal nivel de violencia junto con la indiferencia de las autoridades y de una gran parte de la sociedad. En este sentido, tomamos el caso Ayotzinapa como un ejemplo paradigmático, pero no exclusivo de la problemática que, junto con Judith Butler, demarcamos como la cuestión de la distribución del valor de las vidas. El objetivo de este texto no es proponer una solución, sino hacer un ejercicio de crítica que exponga dicha
problemática específica de nuestras sociedades contemporáneas. En este sentido, lo que nos proponemos hacer aquí es mostrar un enfoque estructural, históricamente enmarcado, que nos permita echar luz sobre las condiciones de posibilidad del ejercicio de actos de violencia que arrasan con los sujetos y que reiteran que vivimos en un mundo donde hay vidas que valen más o menos que otras.

Nuestro abordaje es en gran medida económico en el sentido de elucidar algunas de las consecuencias subjetivas y sociales que puede tener el capitalismo contemporáneo. Así mismo analizamos, desde el psicoanálisis, un sistema en el cual podemos apreciar dichas consecuencias de manera concreta en el caso específico de los estudiantes: el discurso universitario planteado por Lacan.

A pesar de tomar Ayotzinapa como caso ejemplar, deben tenerse en mente las dinámicas de nuestras sociedades actuales, sus sistemas económicos neoliberales y la gradación de muerte social que parecen producir. Esta última se traduce en un mundo donde millones de individuos viven precariamente, privados de servicios básicos (agua, comida, vivienda, drenaje, salud, empleo…), así como de garantías y protecciones que llamamos “fundamentales” (protección laboral, acceso a justicia y seguridad, derechos de expresión política, formas de reconocimiento social y pertenencia política…).

Es importante decir que la perspectiva que plantearemos aquí cubre uno de múltiples aspectos a considerar y que no pretendemos disminuir la complejidad de cada caso de vidas precarias a una estructura única. Tampoco pretendemos reducir el caso Ayotzinapa a nuestra explicación, creemos que este implica todo un entramado de relaciones, intereses y conflictos que se remontan, al menos, a la década de los 30 (y muchos de los cuales, probablemente, no son siquiera de conocimiento público). Así mismo, la visión estructural que postulamos no pretende en ningún momento dar una explicación de carácter justificativo, sino más bien señalar un problema, hacer crítica de una realidad nacional (y global) cuya racionalidad claramente está en crisis.

Una buena vida

Cuando en 2012 Judith Butler recibió el premio Adorno en Frankfurt, dictó la conferencia “¿Puede uno llevar una vida buena en una vida mala?”, en ella retoma la pregunta de Adorno sobre la posibilidad de la moralidad entendida como la posibilidad de llevar una vida buena dentro de un mundo estructurado con base en relaciones de dominación, desigualdad, explotación e incluso aniquilación. Pensando en que, evidentemente, esta pregunta siempre se hace desde un contexto
histórico particular, Butler aborda la tarea de sondear qué podría significar una “vida buena”:

Muchos han identificado la vida buena con el bienestar económico, la prosperidad o incluso la seguridad, pero sabemos que tanto el bienestar económico como la seguridad bien pueden ser
logrados por aquellos que no están llevando una vida buena. Esto es muy claro cuando aquellos que afirman vivir una vida buena lo hacen a través de sacar provecho del trabajo de otros o a expensas
de un sistema económico que enclava la desigualdad. Por tanto, “la vida buena” debe ser definida más ampliamente de modo que no presuponga o implique desigualdad, o “la buena vida” debe
ser reconciliada con otros valores normativos.

A continuación, Butler establece que la pregunta por la “vida buena”, como Adorno la plantea, se relaciona con el cuestionamiento en torno a la conducta moral y las condiciones sociales dentro de las cuales un individuo se ve envuelto –una conducta moral o inmoral es siempre un fenómeno social–. En esta pregunta está igualmente implicada la relación entre moralidad y teoría social, ya que Adorno se está preguntando sobre cómo el espectro más amplio de las operaciones de poder y dominación pueden interferir con nuestros abordajes sobre cómo vivir nuestras vidas individuales:

“Todo lo que podemos llamar moralidad hoy en día confluye con la cuestión de la organización del mundo… podríamos incluso afirmar que la búsqueda de la vida buena es la búsqueda de la forma correcta de política”.

A partir de estas ideas y atendiendo la configuración social de “vida” que se está poniendo en juego, Butler relacionará la moralidad con la biopolítica, estableciendo que esta última consiste en los
“poderes que organizan la vida, incluso los poderes que, como parte de una gestión más amplia de las poblaciones, disponen diferencialmente las vidas hacia la precariedad a través de medios gubernamentales y no gubernamentales, y que establecen una serie de medidas para la valuación diferencial de la vida misma”.

De este modo, la pregunta moral sobre cómo vivir una buena vida no puede eludir la cuestión biopolítica que gira en torno al valor de las vidas, así como la justicia o injusticia de la asignación de dicho valor:

La pregunta moral más individual –¿Cómo vivo esta vida que es mía? – está estrechamente relacionada con preguntas biopolíticas destiladas en formas como: ¿Cuáles vidas importan? ¿Cuáles vidas no importan como vidas, no se reconocen como vivientes o cuentan sólo ambiguamente como vivas? Tales preguntas presuponen que no podemos tomar por sentado que todos los humanos vivos cuentan con el estatus de un sujeto merecedor de derechos y protecciones, con libertad y un sentido de pertenencia política […] He sugerido que para entender el modo diferencial en que dicho estatus es asignado, tenemos que preguntar: ¿cuáles vidas son lloradas y cuáles no?

Butler usa la palabra ungrievable para designar las muertes que no pueden ser lloradas por una sociedad porque esas vidas no valían en lo absoluto o no valían “lo suficiente”; vidas que están relegadas a un cierto terreno de “muerte social”. Al usar esta última expresión, Butler hace referencia al término que Orlando Patterson utiliza para hablar sobre la condición de vida bajo la esclavitud y sostiene que es importante distinguir entre las diversas modalidades de muerte social, ya que las formas contemporáneas de desposeimiento económico que se derivan de la “institucionalización de racionalidades neoliberales”no pueden equipararse sin más a la esclavitud; del mismo modo –agregamos nosotros– en que la explotación laboral efectuada en el capitalismo no puede identificarse directamente con la explotación esclavista.

De acuerdo con Butler, podemos saber que una vida no se considera digna de ser llorada cuando “no hay una estructura de soporte presente que sostenga dicha vida, lo que implica que está devaluada, que no vale la pena mantenerla y protegerla en tanto vida según los esquemas dominantes de valor”.

Por tanto, el término ungrievable designa una vida que no es valorada previamente a que se pierda y el biovalor cristaliza en la forma de cierta infraestructura de soporte económico y social.

Siguiendo esa línea de pensamiento y considerando el caso de Ayotzinapa, podemos sostener que hay cierta condición previa que posibilita la violencia que el (narco)Estado ejerció/ejerce sobre las
víctimas, directas e indirectas, de los hechos acontecidos entre el 26 y 27 de septiembre de 2014.

Dicha condición tiene que ver precisamente con la gestión biopolítica del valor de las vidas.

Pensemos en la situación de extrema precariedad en la que se desenvuelven las vidas de más de la mitad de los mexicanos, precariedad reflejada claramente en los estudiantes de la Normal Rural
Raúl Isidro Burgos. Hasta 2014 el presupuesto asignado por el gobierno a esta escuela normal rural era de aproximadamente 50 pesos al día por estudiante para cubrir tres comidas, gastos de operación, limpieza y apoyos didácticos. Los últimos bienes que recibieron del gobierno fueron unos colchones entregados hace una década y que no son suficientes para que cada estudiante tenga uno en el cual dormir; algunos de ellos duermen en cuartos de 3 x 3 metros en trozos de hule espuma, sumemos a esto la constante carencia de agua, la imperante humedad y la nula renovación profunda del edificio desde que fue construido en 1933.

El panorama se ensombrece más si consideramos que para los alumnos de esta Escuela Normal Rural estar sujetos a dichas condiciones ya implica una mejoría en lo que llamamos calidad de vida,
comparado con las condiciones en las que viven previamente y, en particular, significa una promesa de prosperidad para ellos y sus familiares.

El “poco valor” de sus vidas tiene expresiones concretas en la paupérrima asignación presupuestal que el gobierno destina a estas escuelas, así como en la informalidad (impunidad) mostrada por
cada instancia del poder institucional de nuestro país, en la poca voluntad por parte del Estado para dar respuestas, la ausencia de una investigación seria (como si, de entrada, no importara), la falta de cumplimiento de las demandas de los padres y familiares de las víctimas, el montaje de la ahora llamada “mentira histórica”, así como la petición presidencial de “superarlo” y la renuencia del gobierno a asumir su responsabilidad en los hechos y empezar a rendir cuentas.

La cuestión en torno al biovalor se recrudece si pensamos qué habría sucedido si la policía municipal se hubiera enfrentado a un grupo de estudiantes de una universidad privada de la zona metropolitana.

¿La sociedad habría reaccionado igual ante la desaparición de 43 estudiantes? ¿El gobierno habría mostrado la misma indiferencia ante las demandas de los familiares de las víctimas?

Butler no nos dice cuáles pueden ser aquellas “racionalidades neoliberales” que, al instituirse, establecen esquemas de valores que sirven de pauta para la gestión biopolítica de las vidas. Sin embargo, creemos que hay una clave en la misma cuestión en torno a la asignación diferencial del valor de las vidas, pues denota ya una cierta actitud: expresa la creencia de que el valor vital puede ser calculado.

Subrayemos también que Butler usa la expresión “asignación de valor” (allocation of value), y que la palabra allocation generalmente es utilizada para hablar de asignaciones presupuestales, es decir, cuantitativas. ¿Por qué tenemos esta “bolsa de biovalores”? ¿Por qué parece normal y, para algunos incluso legítimo, asignarle valor a una vida? ¿Por qué tiene sentido que algunas vidas valgan más que otras?

¿Por qué parece posible calcular el valor de mi propia vida y la de los otros? ¿Por qué es posible hablar de nosotros mismos como si fuéramos productos dentro de alguna clase de mercado?

Asumiendo la misma postura que Butler y Adorno, nos preguntamos sobre las raíces de esas racionalidades neoliberales y el modo en que pueden establecer un determinado esquema de valores. Más que saber en qué nos basamos para gradar el valor de tal o cual vida, nuestra pregunta
apunta al modo en que discriminamos entre el valor de una y otra.

Cuestión de cálculo

En 1923, en su libro Historia y consciencia de clase, Georg Lukács aborda el problema de la mercancía como “problema estructural central de la sociedad capitalista en todas sus manifestaciones vitales”.

Lukács sostiene que la forma de la mercancía ha permeado toda la vida de la sociedad, objetiva y subjetivamente, hasta convertirse en su estructura constitutiva, en el metabolismo de la sociedad.

Creemos que su planteamiento es útil para analizar en qué medida y de qué modo dicha forma de la mercancía –propia del capitalismo moderno aún vigente– establece una determinada manera de
ver al mundo, a nosotros mismos y a los otros, basada en la autocosificación y el principio del cálculo. Nosotros no suscribimos que la mercancía define y regula todas las manifestaciones de nuestra sociedad, pero nos parece que sí determina el modo en el que esta se comporta
tendencialmente y que es posible detectar una relación de mimesis entre la estructura político-económica y nuestra formación subjetiva (así como en la implementación de ciertas políticas públicas). De tal modo, la adopción subjetiva de la estructura mercantil permite empezar a rendir cuentas sobre un cierto criterio para la distribución del biovalor.

La clave de la relación mercantil es que esta relega el valor de uso y establece el valor de cambio como la pauta dominante de toda transacción, es decir que el fin de toda producción de bienes (y servicios) es el intercambio antes que la satisfacción de necesidades; algo que no sólo no ha cambiado desde 1923, sino que se ha agudizado. De modo estricto, sólo podemos hablar de mercancía –y por tanto, de capitalismo– cuando el intercambio es el fin primordial; lo que le interesa a Lukács es el impacto subjetivo y social que esto puede tener.

Revisemos antes que nada la esencia de la estructura de la mercancía como la formula el teórico húngaro: “Se basa en que una relación entre personas cobra el carácter de una coseidad y, de este
modo, una ‘objetividad fantasmal’ que con sus leyes propias rígidas, aparentemente conclusas del todo y racionales, esconde toda huella de su naturaleza esencial, el ser una relación entre hombres”.

Vemos entonces que para Lukács la esencia de la mercancía corresponde a su carácter fetichista, tal como lo estableció Marx en El capital, donde esboza lo que llama el fenómeno de la cosificación que consiste en presentar los caracteres sociales del trabajo como atributos propios de las cosas –de las mercancías producidas– invistiéndolas de un carácter social. Simultáneamente esto genera el fantasma de que las relaciones sociales entre hombres son más bien relaciones entre cosas.

Para intercambiar productos de trabajos cualitativamente diversos es necesario establecer cierta igualdad, una noción de equivalencia que se logra reduciendo esa diversidad laboral a una mera abstracción, a “gasto de fuerza humana de trabajo, trabajo abstractamente humano”.

De acuerdo con Marx, cuando el trabajo se vuelve pura forma abstracta, la dimensión social recae exclusivamente en el intercambio, pues en este es el producto y no el trabajo lo que se revela como útil para los otros. En el intercambio los individuos relacionan los productos de su trabajo como valores objetivos y al hacer esto mercantilizan, cosifican su trabajo sin tener conciencia de ello. Es claro que la equivalencia se establece pagando el precio de objetivar la labor humana, pero es digno de notarse que esto es, a la vez, un efecto y un presupuesto del capitalismo moderno.

Gran parte de la abstracción del trabajo consiste en usar el tiempo de producción de las mercancías para determinar racionalmente su valor; un principio capitalista que se cristaliza en la frase: “El tiempo es dinero”.

¿Cómo es la vida en Chilangópolis? Juan Villoro y El vértigo horizontal

sábado, septiembre 22nd, 2018

“Voy a México”, dice alguien que está en México. Todo el mundo entiende que se dirige a la capital, que en su voracidad aspira a confundirse con el país entero. Extrañamente, ese lugar existe”.  Juan Villoro

Ciudad de México, 22 de septiembre (SinEmbargo).- Convencido de que quizá la Ciudad de México no sea la región más aconsejable para vivir, pero también de que es tan intrincada y apasionante que resulta imposible abandonarla, Juan Villoro propone este libro escrito desde la devoción del urbanita recalcitrante y maravillado que se despliega como un rompecabezas infinito: los atajos viales, el cine de luchadores, los héroes nacionales, el comercio tepiteño, la tramitología gubernamental, el enigma de las vulcanizadoras, las incontables multitudes, la ingesta de chile, los templos ancestrales. El autor también narra ciertos pasajes autobiográficos, como el último paseo con su abuela o el recuerdo de la colonia de casas abandonadas donde creció.

Con mirada atenta y pulso firme, Villoro se desdobla en periodista, transeúnte, comprador de plumas, adulto nostálgico, padre responsable, brigadista de emergencia, y nos ofrece un testimonio de las múltiples aventuras que la urbe depara a todos y cada uno de sus agremiados.

Ya sea desde la propia experiencia o a través de la escucha y la investigación de las realidades ajenas, Juan Villoro compone un gran fresco del caos entrañable y eterno que conforma la capital del país. El espacio en el que ya nada cabe, pero nada nunca sobra: Chilangópolis.

Las crónicas de El vértigo horizontal (Almadía) están escritas desde la propia experiencia del autor o través de realidades ajenas y están acompañadas de imágenes de fotógrafos como Yolanda Andrade, Sonia Madrigal, Marco Antonio Cruz, Dr. Alderete, Paolo Gasparini y Pablo López Luz, entre otros, que reflejan momentos como Semana Santa en Iztapalapa o el viacrucis de viajar en el Metro.

PERSONAJES DE LA CIUDAD: EL ENCARGADO

México ha producido una función social que me atrevo a postular como inexportable: el puesto de “encargado”. No se trata de un jefe, ni mucho menos de un especialista, sino de alguien que comparece detrás de un mostrador para representar la forma más vaga de la autoridad: complica la vida sin ser responsable de nada.

Un pequeño negocio capitalino suele ser un sitio donde tres empleados miran el suelo y dos comen pepitas. Aunque la sobrepoblación es una de nuestras especialidades, abundan las tiendas donde faltan clientes y sobran trabajadores. No importa que todos porten gafete o uniforme: sólo uno es el encargado. Si le preguntas al más cercano por una mercancía, señala con la mirada (rara vez con el índice) a un hombre de traje color vientre de pez y pronuncia la sentencia fatal:

–Hable con el encargado.

Cuando te acercas a la figura que maneja los hilos secretos del lugar, refrenda su autoridad con ofensiva cortesía:
–De ese lado lo atiendo –dice para que sepas que te has entrometido de este lado.

Ante el jerarca de la tienda comienza una ficción comercial en la que se considera profesional que haya obstáculos.

Estás ante una criatura que no manda ni obedece, pero tiene autoridad; representa un límite que no se supera así nomás. Los vertiginosos altibajos de la sociedad de mercado encuentran un ancla en ese hombre. ¿Tendrá lo que buscas? Esta pregunta es precipitada. Antes de entrar en el complejo mundo del abasto, el precio de los productos y el raro fetichismo que provocan, existe el protocolo. La economía mexicana puede ser calificada de muchas maneras, pero el encargado revela que tiene un orden. Sólo él puede decirte que no hay nada y, si hay algo, sólo él puede pedirle a otro que te atienda.

Nada de esto es rápido. La gestión carecería de importancia si no fuera difícil. Estás ante alguien que cree en la superioridad de los ruidos sobre las personas. Todo trámite se interrumpe si suena el teléfono. El encargado sólo regresa a tu rostro urgido después de decirle tres veces lo mismo a una persona que parece tomar dictado con cincel al otro lado de la línea. La situación es común y hartante, pero en la balanza del mundo no hay modo de compensar estos agravios.

O te aguantas o te aguantas.

En una ocasión entré a una megapapelería en busca de una pluma fuente. Cuando hice mi pedido, una mujer contestó:

–Ahorita viene la encargada –a pesar de su chaleco azul reglamentario, ella no podía atender el caso.

Veinte minutos después llegó una mujer autorizada a responder:

–No vendemos plumas.

Hay gente que nace con la temeridad de desactivar bombas y gente que nace para disolver situaciones sociales. No tengo la menor duda de que los atributos del encargado son innatos. Resulta imposible aprender ese sentido de la indiferencia y esa capacidad de responsabilizar al cliente de cualquier falla en la transacción.

Una frase emblemática de esta persona destinada a frenar el destino para cargarlo de trascendencia es: –Me lo hubiera dicho antes.

Toda complicación es culpa de quien solicita algo.

El encargado vive en estado de pureza de alma. En su código personal, reconocer un error es peor que cometerlo; por lo tanto, no se entera de sus carencias. Una de ellas es la tecnología y por eso la usa lo más que puede. Si maneja una fotocopiadora, lo hace como si ahogara a un niño en una tina; si se sienta ante una computadora, sólo se levanta después del tiempo suficiente para reconfigurar el sistema operativo. Ajeno a toda presión, actúa con el aplomo de un dios mineral. Luego entrega el artículo que no pediste o la factura sin IVA desglosado (el mantra regresa: “Me lo hubiera dicho antes”).

Para esas alturas, lo único decisivo es salir de la tienda; aceptas el trámite deficiente con tal de no prolongarlo.

El encargado es una potestad última, un emperador chino en su Ciudad Prohibida. Con esto no quiero decir que las tiendas carezcan de dueños o gerentes superiores. Esas personas existen sin que las veamos. Nuestro contacto esencial sucede con el singular personaje que se equivoca de forma tan complicada y con tal desinterés que inhibe cualquier protesta. Quejarse del trámite implicaría reproducirlo y es lo que menos queremos.

Contrafigura del pícaro, el encargado no roba ni se queja de su sueldo: “Ellos hacen como que me pagan y yo hago como que trabajo”, tal es su divisa.

¿Cómo se relaciona con los otros dependientes? Entras a un lugar de frutas y jugos tropicales y le pides uno de betabel con apio a un hombre cuyo sombrerito triangular parece habilitarlo para la tarea. Te equivocaste: no es el encargado. El hombre frunce los labios en dirección a otro que lee las páginas en sepia y blanco del periódico
deportivo Esto, recargado en una sandía. Experimentas entonces la atávica tradición mexicana de lo que ahora llamamos forwardear: repites la solicitud y él se la repite al del gorrito, con el que ya habías hablado. En ese momento, la frase es oficial. Un hombre comienza a exprimir las verduras porque el encargado se lo pidió. Si recibes un jugo de sábila en vez del de apio con betabel, o transcurre media hora sin que recibas nada, el encargado no se inmuta. La protesta puede llevar a desenlaces como éste: los ojos tutelares pierden la apatía con que seguían goles en el Esto y te miran con una conmiseración superior al desprecio. Luego viene lo peor: el encargado dobla su periódico.

Ha asumido la gestión. Acto seguido, advierte que el betabel es algo que puede atascarse en la exprimidora. Llama a otro empleado.

A continuación, ves que tu jugo es preparado con desarmador, abriendo el aparato. Cuelan el jugo para sacarle los tornillos, eso sí, con cuidado de no meter los dedos embarrados de aceite. A todo esto, el encargado no dice una palabra; mira el mundo como se mira la nada, con los ojos a media asta.

En el modo mexicano de producción, el encargado funge de mustio intercesor; logra que todo funcione a medias e invalida cualquier crítica. Los minutos que pasas a su lado revelan que no tocarás su alma y sólo recuperarás la tuya al salir de ahí.

Incompetente hasta el proselitismo, te convence de que sólo hay algo peor que los problemas: tratar de resolverlos.

Juan Villoro. Foto: cuartoscuro

El escritor y periodista mexicano fue director del suplemento La Jornada Semanal (1995-1998), actualmente es articulista en el periódico Reforma. Ha impartido talleres de creación y cursos en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es autor de más de una veintena de novelas, cuentos y ensayos, entre ellos El disparo de argón, 1991; Los once de la tribu, 1995;Safari accidental (2005), Los culpables, 2007; Palmeras de la brisa rápida, 2009; Llamadas de Ámsterdam, 2010; 8.8: Miedo en el espejo, 2010; Apocalipsis (todo incluido), 2014; Conferencia sobre la lluvia, 2014; Balón dividido, 2014; ¿Hay vida en la tierra?, 2014, Funerales preventivos, 2015, y La utilidad del deseo, 2017.

“Siempre me interesó el límite entre lo real y lo que pertenece al mundo de lo extraño”: Samanta Schweblin

sábado, agosto 4th, 2018

La famosa escritora argentina publica para México y en Almadía “Pájaros en la boca y otros cuentos”. Su límite entre lo real y lo imposible es síntoma de cuentos perfectos que la han llevado a triunfar en el mundo. Desde Berlín, la autora también anuncia su nueva novela, “Kentukis”.

Ciudad de México, 4 de agosto (SinEmbargo).- “Oliver manejaba. Yo tenía tanta sed que empezaba a sentirme mareado. El parador que encontramos estaba vacío. Era un bar amplio, como todo en el campo. Las mesas estaban llenas de migas y botellas y parecía que un batallón hubiera almorzado hace un momento y todavía no hubieran hecho tiempo a limpiar”. Como en esos talleres literarios donde el líder te dice: “Ni una palabra más”, así escribe Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978). Como cuando un maestro de periodismo te dice: ¡Nada de adjetivos! Como cuando la vida se delata detrás de un vidrio o un espejo: esto es lo que tengo que contar, contundentemente, sin ninguna distracción.

Ahora, Samanta presenta en México Pájaros en la boca, que es una reedición de su libro de 2009, más otros cuentos inéditos que fue publicando en alguna revista y que la traen en todo su esplendor, mientras vive en Berlín.

Premiados en Cuba y Argentina, editados en Perú, traducidos a seis idiomas, los cuentos de Samanta Schweblin en Pájaros en la boca, aportan una mirada peculiar, que sobresale en la narrativa latinoamericana contemporánea. En este libro, como ha escrito Mario Bellatin, el lector se llevará “la sorpresa de descubrir que en un texto literario están contenidas todas las demás artes. Schweblin es una experiencia más parecida a la que se puede tener en una galería o frente a una película de autor que delante de un libro sacado de algún estante gris”.

­–Pájaros en la boca es una reedición, ¿verdad?

­–Sí, es una reedición, pero también tiene otros cuentos, incluye cuentos nuevos que quedaron inéditos.

–¿Dónde está la normalidad se pregunta uno con tus cuentos? ¿Tú y Mariana Enríquez manejan un género fantástico

–Es verdad que Mariana y yo tenemos unos puntos de conexión. Siempre me interesó mucho el límite entre lo real y lo que pertenece al mundo de lo extraño o de lo fantástico. Lo extraño y lo fantástico son dos cosas totalmente distintas. A veces es lo fantástico, que es imposible de suceder, a veces es lo extraño, que es posible de suceder, pero no pertenece al mundo de normalidad. Siempre me llamó muchísimo la atención estas etiquetas que ponemos como sociedad alrededor de qué es lo posible y lo que no es posible. Me hace acordar un poco en Buenos Aires, creo que en México también, circulan por la calle estos caballos a los que le ponen orejeras por los lados, para que no se asusten con el tránsito. El caballo sólo puede mirar hacia delante, pareciera ser que ese tránsito que podría asustarlo como no lo ve no lo asusta. Pienso que nosotros que nosotros cuando ponemos nuestros propios límites, que son límites sociales, estamos haciendo un poco eso. Poner esos límites no significa que aquello que no vemos no exista. Para mí, todas las historias que incursionan un poco por esta zona me interesan mucho, porque creo que se abre a cuestiones que pertenecen a nuestra manera de pensar, que son intuitivas, ancestrales, a los que uno no suele estar atento.

–¿Esta categoría también se pasa al lenguaje?

–Una cosa que me pasa mucho es que me llama la atención los malentendidos. Eso me sirve mucho como disparador, para hacer algunas historias. A veces me pasa escuchar algo y malentender. Creo que cuando uno no entiende del todo algo, hay una cosa en la cabeza que necesita desaforadamente ordenar eso que no entendió. ¿Qué pasó acá? ¿Qué le quiso decir exactamente esta persona a esta otra? Cuando no podemos ordenar algo, empezamos a darle vuelta de manera obsesiva y muchas veces hay ideas que surgen de ese malentender.

–Ahora miramos a las mujeres de la literatura antigua como verdaderas creadoras. En otro tiempo eran vistas como locas. ¿Te resulta difícil ser mujeres, escribir cuentos, escribir cuentos fantásticos?

–Yo me acuerdo en el 2001, cuando fue la gran crisis de Argentina, la última gran crisis en nuestro país, en diciembre me confirmaron que me iban a publicar por primera vez. Y yo me acuerdo que pensé, al final, escribo cuentos, el hijo no querido de la literatura, soy mujer, soy inédita y estamos en el medio de una crisis y me van a publicar. Todo era para perder pero sin embargo se dio todo. Respecto al cuento es complicado, se publica muchísimo menos que una novela, pero creo que también en Latinoamérica se lee mucho más cuento que el resto del mundo. Hay lugares donde directamente no se lee cuento, en Suecia, en Noruega, realmente no leen el cuento y no pertenece el cuento a su tradición literaria. Es una cosa notable. Cuando uno entiende esa diferencia es brutal la cantidad de cuentos que escribimos y leemos en Latinoamérica. El cuento está pasando por un estado muy saludable, hay grandes cuentistas.

El cuento está pasando por un estado muy saludable, hay grandes cuentistas. Foto: Almadía

–Son cuentos los tuyos que pertenecen a la misma atmósfera…¿es así?

–Sí, creo que son cuentos que representan distintas etapas de mi escritura, hay un abanico de tiempo muy grande, pero es verdad que la atmósfera, hay algo en la tensión, que los une a nivel geográfico. Por ahí tiene que ver con esto que te decía que me interesa tanto lo posible de lo imposible.

–Para mí eres heredera de Julio Cortázar

–Cortázar fue un autor fundamental para mí, uno de los primeros cuentistas que leí y creo que cuando lee a un autor por primera vez genera una impronta muy fuerte en lo que uno empieza a escribir. Yo lo admiro sobre todo en sus cuentos, pero tengo a otros autores argentinos con los que me siento mucho más cercana, como Adolfo Bioy Casares o los cuentos de Antonio Di Benedetto que me encantan. Sus cuentos tienen algo en el clima que yo admiro muchísimo y que tengo muy presente en la escritura de mis textos.

–Me ocupaba de Cortázar porque tiene esa cosa tuya de estar haciendo algo estrictamente normal y de pronto un hecho casi sutil cambia toda la historia

–¡Sí, eso es muy cortazariano! Seguro. También es cierto que Cortázar escribe desde una tradición rioplatense, ese fantástico del Río de la Plata, más cercano al mundo de cada uno, ese fantástico real, que ni siquiera a veces se concreta, existe la sospecha de que algo monstruoso sucede al otro lado y eso es muy cortazariano.

La portada de Alejandro Magallanes para Almadía. Foto: Almadía

–Estás en Berlín, ¿te sigues sintiendo argentina?

–Absolutamente. Soy una argentina que vive en Berlín. Me siento argentínisima. Al principio, la argentinidad, por decirlo de alguna manera, estaba mucho más presente que cuando vivía en mi país. En Alemania me relacionaba sobre todo con los latinoamericanos y el país desde donde uno provenía se transformaba un poco en tu personalidad. Eras “la argentina” como “la guatemalteca” o “el colombiano”. Me hice mucho más consciente de lo que es ser argentino y no ser español, por ejemplo. Estoy muy contenta acá, es un espacio en el que me puedo concentrar mucho, puedo dedicarle mucho tiempo a la escritura. En la Argentina, lamentablemente, hace tiempo que sale muy muy caro comprar tiempo libre para la escritura. Es casi un lujo de ricos. Sufro por mis contemporáneos escritores cómo la luchan para poder comprar su tiempo de escritura. Es una pesadilla. En ese sentido, Berlín hace la diferencia.

–¿Con quiénes te conectas allí en Berlín? Antonio Ortuño ya está allá

–Hay muchos artistas, pero pocos escritores. Cosa que es lógica es raro que un escritor viva en un país donde hablan un idioma extranjero. Acaba de llegar Antonio Ortuño, todavía no nos hemos visto. Uno empieza a conocer a un montón de gente que no hubiera conocido si viviera en Argentina. El año pasado estuvo Lina Meruane, la escritora chilena y uno es una suerte de embajadora, los recibes, tratas de guiarlos por la ciudad, es muy lindo todo eso.

–¿Se viene la novela?

–Sí, hay una novela nueva que se llama Kentukis. Sale en octubre. Por Random House.

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Giovanno Boccaccio, autor imprescindible de la literatura en “Rimas”

sábado, julio 28th, 2018

Almadía ha comenzado a publicar con la UNAM, libros como estos, en ediciones bilingües, con la intención de proveer a los estudiantes universitarios y al público en general de una muestra de la obra de Giovanno Boccaccio, autor imprescindible de la literatura medieval y de otros escritores y filósofos como Los filósofos ante los animales, un ejemplar de gran interés.

Ciudad de México, 28 de julio (SinEmbargo).- Una de las cosas que pueden poner nervioso al estudioso Fernando Ibarra Chávez es que uno le pregunte si quién era mejor: Boccaccio o Alighieri. No quiere caer en esos juegos, sabiendo tanto como sabe de literatura e historia italianas y puesto ahora a publicar las Rimas, de Giovanni Boccaccio (1313 – 1375).

Dice que muchas de las rimas no habían sido traducidas y tienen además ese componente florido de los versos hechos para describir situaciones, en un autor con una prolífica obra, que abarca desde géneros para la lectura recreativa hasta tratados de vasta erudición.

Almadía ha comenzado a publicar con la UNAM, libros como estos, en ediciones bilingües, con la intención de proveer a los estudiantes universitarios y al público en general de una muestra de la obra de Giovanno Boccaccio, autor imprescindible de la literatura medieval y de otros escritores y filósofos como Los filósofos ante los animales, un ejemplar de gran interés.

–Estaba leyendo el libro de Boccaccio y ustedes dicen que no ha sido muy bien traducido, ¿es verdad?

–Lo que queremos decir es que hay mucha de la obra de Giovanno Boccaccio que no ha sido traducida. Una de las intenciones al hacer este texto era justamente traducir parte de la obra que no se conoce en nuestra lengua.

Una apuesta de Almadía. Foto: Especial

–¿Qué se conoce en nuestra lengua?

–Conocemos el Decameron. Ese es un texto que se conoce muy bien. La genealogía de los dioses paganos, Las ninfas de Fiésole y hay otro textos, como el Filocolo, poemas sueltos y cartas, que en algún momento será necesario traducir.

–¿Estas Rimas son valiosas en su obra?

–El valor que se encuentra en estos textos muchas de estas rimas fueron los primeros ejercicios literarios de Boccaccio. Uno puede trazar una especie de tradición literaria en él.

–¿Boccaccio o Dante para usted?

–Ay, es muy difícil. Esa pregunta no se vale. ¿Para qué lo queremos? Si lo que uno quiere es aprender, estudiar y hacer que la cultura literaria medieval se entienda desde una perspectiva teológica y filosófica: Dante. Si lo que uno quiere es divertirse mucho con la literatura medieval: Boccaccio.

–Uno ve a estos dos autores y se da cuenta de la influencia y la importancia que ha tenido la cultura italiana, algo que no tiene hoy

–Sí. De hecho Boccaccio fue uno de los autores que realmente tuvieron influencia italiana, pero también española. Almadía tenía intención de abrir su panorama y quería hacerlo atendiendo la producción académica. Encontraron en este texto de Boccaccio algo dirigido a un público amplio, interesado en la literatura italiana, en la española, a un amante de las letras, que también pueda tener acceso al libro. Estas son algunas de las virtudes que tiene la edición.

–Me preocupa mucho el tema del lenguaje, ¿qué italiano es el de Boccaccio?

–Todavía no es un italiano consolidado el de él. Todavía no existe una gramática del italiano. Boccaccio está escribiendo de una lengua toscana del siglo XIV.

–La labor de traducción ha sido intensa

–La traducción no se podía a partir de un conocimiento de academia de idioma del italiano. Me atreví a hacer este tipo de trabajos con ayuda de diccionarios especializados. Antes de traducir, hay que entender el texto.

–Usted ha respetado la estructura

–Sí, el gran problema con la poesía es que si uno quiere respetar todo, crea un texto diferente. Hay casos muy afortunados donde se ha podido hacer. El italiano es muy cercano al español y la rima a veces sale natural. Pero también corremos el riesgo de interpretar palabras en italiano del pasado como si fueran del presente. Lo que intenté en todo caso es respetar el endecasílabo, respetar nada más eso, la secuencia y la lógica que está teniendo el texto para estar apegado a Giovanno Boccaccio.

–Se habla de que la literatura tiene un tiempo medido. Con Boccaccio y Dante no ha pasado eso…

–Se entienden mucho. Se entiende por la misma motivación que hizo que se escribieran. Boccaccio sentía placer por escribir, claro que esperaba reconocimiento, pero antes que nada era el gozo por la literatura. Lo que notamos en estos textos es el entusiasmo de un joven que está descubriendo la literatura, por eso habla del amor, de la mujer, despoja a la literatura de la gran carga filosófica y teológica que tenía a raíz de Dante Alighieri y Francisco Petrarca. Transformó a la mujer en un objeto amoroso, todavía lo podemos entender ahora y nos resulta atractivo.

–¿Tiene contactos con la Italia actual?

–Me he concentrado sobre todo en la Italia del pasado. Todavía Eugenio Montale, Ungaretti, los autores de la posguerra logran captar una identidad italiana. Cuando uno lee a Montale o a Pavese lee también las voces de un italiano. Mucha de la literatura italiana se está ajustando al movimiento del mundo, como que quiere ser global. Hay muchas tendencias mundiales que está moviendo a la literatura de ahora.

–¿Qué diría de este libro?

–Que Giovanno Boccaccio está en un cambio de época. Es cierto que es medieval, pero ya tiene los ojos puestos en el Renacimiento. Es una bisagra para entender que la edad media no es el oscurantismo, sobre todo la italiana está llena de vitalidad.

“Aquí no hay sexo”: Los gays de Rusia, según la visión de la periodista Georgina Hidalgo

sábado, junio 23rd, 2018

Vodka Naka es un gran libro de crónicas sobre Rusia. La periodista vivió durante tres años en Moscú, trabajando para RT y sus experiencias las volcó a un libro editado por Almadía y Producciones Salarios del miedo. Lo recordamos en este contexto, tan de Siberia.

Ciudad de México, 23 de junio (SinEmbargo).- “El primer libro de la reportera Georgina Hidalgo, Vodka Naka, se lee como una serie de postales mandada por una amiga aventurera y entusiasta, que ha cambiado las banquetas chuecas y el clima templado de la Ciudad de México por las calles resbalosas con hielo y las temperaturas congeladas de Moscú. Como mucho de los mejores escritores, las viñetas de Georgina –que vivió en la capital rusa durante casi tres años a principios de la presente década. Describen con compasión una cultura y un pueblo, pero sin sentimentalismo. Con un poder de observación frío y despiadado y un sentido del humor incansable”, dice David Lida en el prólogo.

Le hicimos una entrevista a Georgina Hidalgo –de la que se esperan muchos libros más- en 2014, cuando salió este libro, pero ahora, con el mundial de Rusia, en esos tiempos que nos dan los partidos –cuando lloramos o reímos, de acuerdo al resultado- hemos ido otra vez a estas crónicas editada por Almadía y Producciones Salarios del miedo.

Son tres años que Georgina vivió en Rusia, trabajando para RT y sus postales son maravillosas y nos ayudan a adentrarnos en un país difícil y lejano, pero que la palabra lo trae cercano.

Un gran libro. Foto: Especial

Hemos elegido la crónica “Aquí no gays”, con el permiso de su autora.

En la Unión Soviética se solía decir “Aquí no hay sexo” y con esa irónica forma de no hablar de sus intimidades, se consolidó toda una cultura de tradiciones, tabúes y represiones.

En la Rusia postsoviética el sexo sigue siendo un tabú y la empoderada Iglesia ortodoxa se ha aliado con el gobierno para revertir la baja tasa de natalidad del país a punta de subsidios, publicidad y sermones que exaltan el valor de la maternidad y la “natural” familia heterosexual.

La nueva sociedad no oculta su homofobia y su intolerancia a las minorías. Apenas en 1993 el país dejó de considerar delito ser homosexual y hasta 1999 todavía se le incluía entre las enfermedades mentales. Desde 2006, los intentos de activistas homosexuales para organizar la Marcha del Orgullo Gay en Moscú fueron reprimidos no solo por neonazis y grupos religiosos sino por la propia policía ante la indiferencia, cuando no el aplauso represivo, de la mayoría. Las declaraciones del entonces alcalde moscovita, Yuri Luzhkov, ilustran bien la forma de pensar de esta “nueva y democrática” sociedad. “En Rusia no ha habido ni habrá desfiles gays, pues esas marchas tienen algo de demoníaco”.

Luzhkov, depuesto por su negligente actuación ante los incendios del año pasado, alcanzó a proscribir “durante 100 años” la homosexualidad en Moscú. En febrero de 2011, San Petersburgo –la que se supone que es la capital cultural del país- se unió al insólito edicto, promulgando incluso una ley que prohíbe defender, hacer apología de la homosexualidad o repartir propaganda entre niños, so pena de ser multados con hasta 100 mil rublos (30 mil dólares) o varios años de cárcel.

Condenados a socializar en los sótanos moscovitas o en viejos almacenes de la periferia, el mundo gay no tiene nada de rosa. Doce Voltios, Tres Monos, Central Station, El 69, Chuba Bar y Propaganda son algunos de los bares tolerantes, aunque clandestinos de Moscú. Su oferta consiste en espectáculos travesti, varias pistas de baile, cuartos oscuros, bailarines guapísimos, drogas a montones, dj memorables y baños mix. Las razias y las golpizas y extorsiones corren a cargo de las autoridades y los locos extremistas de afuera.

Entonces, si no hay gays en Moscú, ¿cómo es que termino siempre rodeada de jotos? Ahí está Armen, un diecisieteañero que me pide prestado mi delineador para pintarse los ojos e irnos a patinar a sabiendas de que deberá despintarse para llegar a casa. O Erix, cuya nariz francesa quedó más afrancesada después de una golpiza por andar besando a Jeff en las “playas”. O Alexéi, cuyo plan es casarse con su novia lesbiana, tener hijos con ella y disfrutar ambos de su promiscuidad gay fingiendo ante los demás “naturalidad”. O Natasha (acá todas se llaman Natashas), socialmente exitosa pero incapaz de confesar sus preferencias a sus amigos por miedo al rechazo. O Seriosha, un joven restaurantero que cayó víctima del asesino del Grinder, un psicópata que aprovecha la famosa aplicación telefónica para matar horriblemente a sus víctimas.

Para las mujeres, aunque es socialmente aceptado cierto lesbianismo a la hora de beber (las rusas borrachas siempre terminan besándose entre amigas), “salir del clóset” implica dinamitar las esperanzas familiares y nacionales de criar hijos, casarse bien y convertirse en una bella y feliz matrioshka dueña de su hogar. Rusia necesita más hijos, hay que cumplir con la patria. Es un clóset muy grande y cómodo, mientras no quieras salir de él.

¿Prácticos o hipócritas? La doble vida seguirá siendo para los “no naturales” o “con tendencias sexuales no convencionales” la válvula de escape a un mundo hostil, donde la indiferencia y la negación de su existencia es el único destino, porque en Rusia, ya se sabe, no hay gays.

ENTREVISTA | Alejandro Magallanes presenta sus “Libros Fósiles”

sábado, marzo 31st, 2018

Encontrarse con uno de los diseñadores y artistas más ocupados de México es tarea difícil pero siempre gratificante. Ahora son los libros que alguna vez fueron de importancia y que hoy carecen de lectores. Libros de los que Alejandro ha hecho una obra nueva y tratando de ver más allá de la portada.

Ciudad de México, 31 de marzo (SinEmbargo).- Alejandro Magallanes recibió cien libros de economía de diversas tendencias, publicados entre 1953 y 1971, año de su nacimiento, para hacer una exposición.

“Algunos de estos ejemplares jamás habían sido abiertos. Ni por su diseño, ni por sus hermosos materiales y acabados, ni por sus textos, estos libros encontraron lectores interesados en ellos. Habían permanecido en la librería A través del espejo y estaban por ser desechados”, cuenta la editorial.

Son libros sin lectores, que sólo pueden verse por la portada, como dice Verónica Gerber, en uno de los dos escritos que trae Libros Fósiles.

Magallanes decidió sumergirlos en pintura blanca y dibujar sobre ellos respetando su estructura: portada, lomos y contraportada.

La serie se llama Libros fósiles y fue exhibida en la exposición La delgada línea que divide el lado derecho del izquierdo, en la galería Myl Arte Contemporáneo, en la Ciudad de México. El registro de estos libros fósiles, ya dispersos, se publica en este título, que pertenece a una colección de libros de dibujo.

“Me interesaba que fueran libros de economía por dos razones. Primero porque eran libros muy hermosos, libros muy bien cuidados y por otro lado libros que estaban destinados a molerse. Es impresionante pensar que cuando a un libro se le acaban los lectores se convierte en un objeto-guardapolvo. Me gustan mucho los libros y en este caso sumergí todo el contenido y arme una contraportada y una portada para hacer el objeto escultórico que es en realidad el libro”, explica Alejandro Magallanes.

La increíble librería de Selva Hernández y Alejandro Magallanes

­–¿Qué influencia ha tenido sobre ti la relación con Selva Hernández? Empiezan a aparecer cosas de ambos…

­–Por supuesto aprendo cotidianamente de ella, al tener esta profesión de librera, descubre muchas cosas, sabe mucho además. Una de las cosas que nos hizo amigos es el cariño que le tenemos a los libros. Gran parte de nuestra vida juntos gira alrededor de los libros y a mí por supuesto parte de su discurso, parte de lo que piensa, es mucha influencia para mí.

–Te preguntaba esto porque antes eras un artista bastante solo, como dando vueltas sobre tus propias creaciones

–Creo que desde entonces, de mi primer libro, he cambiado mucho. Soy una persona tímida, pero claro que tengo otras perspectivas con respecto a todo. Hacer exposiciones de arte también me ha cambiado. Todo eso son oportunidades de la vida y se van viendo en el desarrollo de las cosas que haces.

­–¿Qué relación tienes tú con los libros que diseñas?

–Tienes que ver la forma de entusiasmarte. Soy afortunado: en la editorial Almadía tienen muy buen catálogo. Del puesto de frutas te tocan las frutas escogidas. Algunos me gustan más que otros, pero tengo suerte. La literatura te ofrece mucha tela de dónde cortar. Por otro lado, colecciono libros viejos, nuevos y tengo además una librería. Por eso en Libros fósiles, en el momento de elegir un objeto de forma natural se dio el tema de los libros.

–¿Cómo te sientes con la colección?

­–Me siento muy bien con la colección, se inició con los libros de Rius, que pidió un libro con dibujos que hacía por disfrutar. Después de fue expandiendo hacia los libros de humorismo blanco como el de Ros, luego el de Boligán, el de Darío Castillejo, el de Rogelio Naranjo con Juan Villoro y las mujeres dibujantes como Ericka Martínez. Estoy muy feliz de que Guillermo Quijas se haya arriesgado por estos libros. En este caso el libro es una paradoja, registro de libros que ya no existen, fotografías sobre los dibujos pero no los dibujos, es una idea posterior a Libros fósiles, son como moldes. Gracias al libro Mudanza, de Verónica Gerber, me enteré de la existencia de Marcel Broodthaers, que es un poeta que decidió ser un artista visual cancelando sus libros de poesía. Son coincidencias, pero no lo son.

–¿Qué piensas de los editores?

–A mí me parecen heroicos. Las editoriales independientes me parece que están hechas por gente apasionada. Es un nicho de lectores pequeños y el libro tiene un costo, a veces no puedes comprar todo. Toda mi admiración para ellos. En estos tiempos violentos, hacer actividades es que no te das por vencido.

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Suspenso y peligro es la dosis en el nuevo libro de Tedi López Mills

sábado, marzo 31st, 2018

Lo que hicimos (Almadía) integra 34 textos escritos a partir de frases tomadas de las Iluminaciones de Arthur Rimbaud.

Ciudad de México, 31 de marzo (SinEmbargo).- Peligro, un poco de suspenso, cierta violencia, erotismo, una historia de amor y personajes que sortean siempre circunstancias un poco desagradables son los ingredientes principales del libro Lo que hicimos de la poeta Tedi López Mills.

El texto es publicado por Editorial Almadía y se escribió con el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) a través del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

En entrevista, Tedi López comentó que se trata de una ficción poética integrada por 34 textos escritos a partir de frases tomadas de las Iluminaciones del poeta francés Arthur Rimbaud.

“Al tener el libro en sus manos, el lector verá el índice y lo que sucede con esas frases y los textos y se dará cuenta que dan origen a historias intrigantes, sugerentes y que valen la pena descubrir”.

Lo que hicimos está integrado por 107 páginas que albergan personajes, paisajes, imágenes y memorias llenas de nostalgia, música, enigmas, recuerdos y placeres.

Hay una Señora que da órdenes, cuida un valioso archivo y cuya presencia vigila de cerca cada paso del resto de los personajes; hay una serie de paisajes que no son los mismos en cada página; un piano que aparece y desaparece y mil elementos que provienen del asombro y ofrecen conclusiones inéditas.

“Temas que se fueron metiendo conforme iba escribiendo y que quedaron muy bien con el título que es muy amplio, descriptivo y objetivo porque habla de lo que hicimos en un año, en varias de las aventuras que se cuentan en este libro y en mil circunstancias”.

LAS HISTORIAS NO TIENEN UN MENSAJE

La autora de los libros de poesía Contracorriente y Parafrasear precisó que las historias de su libro no tienen un mensaje, una verdad o algo subliminal para el lector, sino que son simplemente ficciones que se invitan a conocer.

“Las historias no son necesariamente yo, aunque si tienen muchas cosas mías y que me ocurrieron. Al leer el texto, tómenlo al pie de la letra. Vean lo primero que hay: textos escritos a partir de frases tomadas de las Iluminaciones. Luego, sin preocuparse demasiado por si entendieron, déjense llevar por lo que va ocurriendo en cada uno.

“Vean que existe la posibilidad de descubrir algo en ellos pero sin impacientarse ya que el libro no es una novela, no va a haber un desenlace, no son capítulos y no son una serie de televisión. Sólo ábranlo y ya, tómenlo al pie de la letra”.

Un aspecto importante de Lo que hicimos es que cuenta con ilustraciones y diseño del pintor, diseñador gráfico e ilustrador Alejandro Magallanes que de acuerdo con López Mills le dan al texto un toque fenomenal.

Alejandro Magallanes es el diseñador gráfico del libro. Foto: Especial

“Magallanes me escribió para decirme que había dibujado y tenía un cuaderno que había hecho a partir de los textos. Me lo mandó en pdf y luego, un día, me desperté en la noche y me dije ¿por qué no meterlo en el libro? ¿Por qué no incorporar el cuaderno?

“Creo que quedó bien su obra dentro del libro porque crea una especie de interrupción. Al mismo tiempo está siempre, por todo el libro y uno puede decidir si buscar el dibujo o no ya que son meramente una ilustración o un cómic que está a mitad del texto”.

Finalmente, Tedi López reveló que como se encuentra desarrollando un libro que lleva el título tentativo de En busca del poema perdido que está integrado por distintas clasificaciones de formas de poemas que pueden verse como cajones.

“Ya lo empecé, está agarrando forma. Ahí iré metiendo desde citas hasta definiciones, de todo: poemas como cuentos y como poéticas, poemas literales y versificaciones de monosílabos, bisílabos y trisílabos.Una de las cosas que estoy metiendo son cuadernos míos viejos que encontré de 1978-1979 y de ahí voy sacando cosas como anotaciones y cartas que escribí y nunca mandé”.