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“En Páradais quería explorar la violencia y la complicidad. El machismo desmedido”: Fernanda Melchor

sábado, febrero 27th, 2021

Fernanda Melchor, una de las plumas más destacadas de la narrativa mexicana actual y finalista al Premio Booker, habló en entrevista con SinEmbargo sobre su tercera novela, Páradais, una historia vertiginosa sobre la obsesión devenida en violencia y los límites de la crueldad a los que pueden empujar la marginación material y emocional.

Ciudad de México, 27 de febrero (SinEmbargo).- “Todo fue culpa del gordo, eso iba a decirles. Todo fue culpa de Franco Andrade y su obsesión con la señora Marián. Polo no hizo nada más que obedecerlo, seguir las órdenes que le dictaba”. Así arranca Páradais, última novela de la escritora mexicana Fernanda Melchor, una historia vertiginosa sobre la obsesión devenida en violencia y los límites de la crueldad a los pueden empujar la marginación material y emocional.

“Me interesa explorar y abordar la violencia, no en abstracto, si no desde determinados cuerpos, en ciertos territorios. En este caso, meterme en la mente de dos agresores muy distintos. La voz narrativa me permitió mostrar este machismo desmedido desde los personajes, y al mismo tiempo contarlo desde otra perspectiva”, comenta Melchor en entrevista con SinEmbargo.

En Páradais, Melchor relata la historia de dos adolescentes inadaptados que se reúnen por las noches para embriagarse a escondidas y compartir sus fantasías. Franco Andrade, un joven obeso y solitario, adicto a la pornografía, que sueña con seducir a la vecina de al lado, una atractiva mujer casada, madre de familia, por quien ha desarrollado una obsesión malsana, y Polo, su compañero que fantasea con renunciar a su empleo como jardinero del exclusivo fraccionamiento y huir del pueblo infestado de narcos, y de su madre. “Ante la imposibilidad de conseguir lo que cada uno cree merecer, Franco y Polo maquinarán un plan tan pueril como macabro”, reza la sinopsis.

Para la construcción de los personajes principales, Franco y Polo, la autora tenía bien claro cuál sería el foco: “Supe que la novela iba a estar enfocada desde el punto de vista de Polo, pues me parecía una visión más ambigua, donde el lector podía conectar más. Empatizar con alguien como Franco, con una sexualidad destructiva y con una concepción del deseo tan perversa, que pasa por encima de cualquier norma social o consideración moral, me parecía más difícil”.

“También una de las cosas que me interesaban era justo arrojar luz sobre esta zona indiscernible sobre quién es el verdadero responsable de un crimen. Es algo que vemos mucho en la vida cotidiana, en la violencia que nos rodea: muchas veces no es una sola persona la implicada; son varias las que se motivan y envuelven en una dinámica que desemboca en violencias horribles”, destaca Melchor.

A propósito de la complicidad, Fernanda recuerda el caso de Los Porkys, en Veracruz, donde un grupo de adolescentes abusaron de una menor y grabaron su crimen. O el caso de La Manada, en España, donde cinco sujetos abusaron de una joven de 18 años, captando todo en un video. Melchor también recordó un caso de hace años en Inglaterra, donde dos adolescentes torturaron y mataron a un pequeño de dos años de edad.

“Me preguntaba mucho qué es lo que pasa con la mente de las personas en ese momento. ¿Es un proceso, una zona de sombras, una línea que se cruza, una decisión? Traté de explorar esas situaciones y plasmarlas en una novela que justamente exhibiera estas violencias”, confiesa la escritora.

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—Me cimbró entrar a la mente de dos victimarios, pero también, con sorpresa, empatizo también en ciertos aspectos de sus vidas  ¿Era tu objetivo que los lectores entendiéramos la raíz de esta oscuridad?

—Una de las cosas que me interesaban era justo arrojar luz sobre esta zona indiscernible entre quién es el verdadero responsable. En este caso realmente podríamos decir que “la culpa de todo fue de Franco”, como Polo está todo el tiempo asumiendo. Tal vez Franco sin la ayuda y el servicio de Polo, no hubiera hecho eso; y a la vez, Polo, sin la presencia de Franco, no hubiera hecho lo mismo. En este caso, era único que es un dueto de personas. Y es algo que vemos mucho en la vida cotidiana, en la violencia que nos rodea: muchas veces no es una sola persona la implicada, sino son varias las que estimulan, se motivan y de alguna manera su relación se vuelve una dinámica que desemboca en estas violencias horribles.

—¿En qué te inspiraste para construir estos personajes? Me sorprende sobre todo el uso de un lenguaje realista y verosímil, las referencias y las descripciones del entorno.

—Escribí esta novela sobre lugares que yo conocí de Veracruz, pues viví 30 años ahí y conozco bien estos paisajes, pero en realidad nunca fui durante el desarrollo de mi novela, incluso sentí que no era lo correcto. Una parte de mí me decía que tenía que ir a esos lugares particulares en los que pensaba al escribir, pero me resistí, pues al final no es necesario.

Por supuesto, siempre utilizo toda clase de materiales, sobre todo recuerdos, es conocer bien las zonas de Veracruz, como Boca del Río. Alguna vez sí llegué a ir a alguno de estos fraccionamientos que están a la orilla del río Jamapa. ¿De dónde salen los personajes? No sé, creo que siempre es un poco un misterio, incluso para el escritor, de dónde vienen sus personajes. Decía Sergio Pitol, retomando a Faulkner, que “la novela es el oscuro hermano gemelo del escritor”.

Creo que todos hemos conocido a un muchacho tan asqueroso como Franco Andrade en algún momento de nuestras vidas; sabemos el arquetipo: un muchacho obsesionado con el sexo, hablador, mentiroso, presumido, insoportable, con profundos problemas emocionales, que se niega y esconde debajo de una supuesta seguridad. Y todos hemos sido de alguna manera Polo: insatisfechos con las vidas que tenemos, enfurecidos por el control que los padres ejercen sobre nosotros, inconformes y con ganas de lanzarnos a algo desconocido, que es un momento muy claro en la adolescencia. Como decía, creo que Polo es un personaje con el que es más fácil empatizar porque no es tan decididamente patológico como Franco; es alguien que podemos entender.

Sobre el reto del lenguaje, yo capturo estas cosas y me interesaba plasmarlas, me gusta cómo suenan y por eso escribo así. Ahora lo que quise hacer fue una especie de cambio, un choque de registros. Es algo que nunca había hecho con tanta precisión ni con tanta alegría además. Me costó mucho trabajo encontrar la voz narrativa de Páradais y cuando la encontré, siento que fue un enorme descubrimiento para mí. Esa voz me permitió contar exactamente la historia que yo quería contar y mostrar este machismo desmedido desde los mismos personajes, pero al mismo tiempo crear un espacio suficiente como para contar las cosas desde otra perspectiva. 

—La violencia, el narcotráfico, la marginación y el machismo son temas que aborda el periodismo en México. Tú, teniendo formación periodística, narras estos mismos tópicos con la literatura; de forma híbrida en las crónicas de Aquí no es Miami, y completamente ficcionada con Temporada de Huracanes y Páradais. ¿Por qué es importante para ti narrar estas realidades desde la ficción?

—Desde muy joven siempre me han interesado ese tipo de historias. Me interesa comprender. Cuando tú quieres hacer un trabajo periodístico, tienes el tema, lo piensas y buscas testimonios, archivos, información sobre el tema, pero en la literatura ocurre algo muy chido, es como un espacio de más libertad; puedes construir las cosas desde la perspectiva ficticia de alguien más. Y en el fondo, termina siendo muy tú lo que plasmes; las emociones de mis personajes, sus pensamientos, sus fantasías, son cosas que he obtenido a través de mi propia experiencia, mi imaginación y mi empatía hacia personas que son distintas a mí, pero a lo mejor no tan distintas como queremos pensar.

Creo que esa otra cosa que nos brinda la literatura: la posibilidad de ponernos en la cabeza de los demás y pensar que tal vez, por muy horribles que sean las cosas que pasan en las novelas, en el fondo nosotros también somos capaces de eso, en el fondo también somos así. En la narrativa esto se puede ver más claramente porque lo ves como algo que le pasa a otra persona; es una relación padre, una posibilidad muy interesante que el periodismo no te permite.

Creo que hay niveles a donde la ficción llega de forma más profunda que el periodismo, en el sentido de que en el periodismo tú dependes de entrevistar a una persona, y tienes que confiar en que esa persona te está diciendo la verdad, pero llegar al fondo de los motivos profundos de un asesinato por ejemplo, es algo que alguien como Truman Capote, en A sangre fría, hizo muy bien porque usó su creatividad para contar una historia de formas que rebasan el mero ejercicio del periodismo, de la etnografía, de la investigación. Hubo ahí un ejercicio de empatía y llegó a límites donde éticamente como periodista no deberías hacer.

Esa es la diferencia. No digo para nada que el periodismo no sea necesario; al contrario. Pero creo que la literatura hace otras cosas. El periodismo lo necesitamos para informarnos, para tomar decisiones, para actuar, para saber ahora lo que un suceso va a ocasionar en nuestras vidas. La literatura puede darse el lujo de dar un respiro, de tomarse su tiempo de contar las cosas como le interesa contarlas.

—Otros elementos que comparten ambas novelas es que existe un crimen como columna vertebral de la trama, además del foco en personajes masculinos y que se desarrolla en Veracruz. ¿Al comenzar a escribir Páradais te pesó la sombra del éxito que tuvo y sigue teniendo Temporada de huracanes? Son historias totalmente distintas y sin embargo es inevitable la comparación.

—Bueno, siempre iba a serlo. Parte de poder escribir Páradais fue aceptar que inevitablemente siempre van a comparar todo lo que haga con Temporada de huracanes, y que también iba a ser injusto medir el éxito de un libro comparándolo con el anterior. Creo que esas comparaciones son inevitables, pero a mí como escritora sí me las tuve que sacar de la cabeza porque imagínate leer tantos elogios que escuché de Temporada. Como que puse la vara muy alta y de repente todo se volvió comparar, lo cual era muy poco útil para lo que yo quería hacer.

Lo resolví bajándole el volumen a todas estas cosas que se decían afuera de mí sobre la novela. Y subir el volumen a la voz que yo escuchaba dentro de mí que me estaba gritando otra historia. Olvidarme un poco de esos comentarios: “otra vez vas a hablar de chavos”; “otra vez vas a hablar de la violencia”; “oye, todavía en Veracruz”. Decidí adoptar esta actitud de: “Sí y qué”. Sí tuve que pasar por un momento de vaciamiento y de introspección y por eso me sirvió la pandemia.

Yo sé que la pandemia ha sido un evento terrible para muchos de nosotros, mucha gente ha perdido a su familia, sus trabajos, sus parejas. Ha sido un momento caótico, pero para los escritores de hecho creo que es un momento bastante productivo porque de repente hay menos necesidad de ser sociable y es más aceptado que quieras estar solo, algo que me pasa.

Cada libro es diferente. Por mucho que el libro sea semejante, por mucho que los temas sean o no parecidos, cada libro implica sus propias búsquedas y necesidades. Incluso me atrevo a decir que Páradais es el menos veracruzano de mis libros porque, aunque los paisajes son Boca del Río, El Estero, la zona de Jamapa, los contextos son distintos; por ejemplo estos fraccionamientos de lujo de los que hablo en el libro no sólo suceden en Veracruz. Yo me basé mucho en la construcción de las familias de clase alta de lo que yo observo aquí en Puebla, en Angelópolis.

—En cuanto a forma , un sello particular de tu prosa es la velocidad y el uso de la puntuación, con grandes párrafos y sin dar tregua al lector en las acciones y la escalada de tensión. ¿Tenías planeado adoptar este estilo desde Temporada, o es algo que fue surgiendo a lo largo de tu camino como escritora?

—Salió naturalmente con Temporada y ahora me ha costado trabajo dejarlo. Ahí sí es un gesto de estilo; más que deliberado, es un gesto un poco involuntario. Los gestos de estilo siempre son como tics. A mí me gusta mucho la palabra estilo porque originalmente me parece que se refiere a la herramienta que se usaba para hacer marcas en las tablillas, y habla mucho de los físico del acto; de tomar algo y hacer trazos.

Me gusta mucho la materialidad y para mí es un gesto este tipo de escritura tan vertiginosa y rápida de leer. Aunque parece que se van de corrido, yo trabajo mucho estos textos, meses y meses, justamente buscando este efecto. No es algo que naturalmente siempre salga. Esta fluidez es algo muy deliberado, algo en lo que me esfuerzo mucho por trabajar.

Las primeras 30 páginas de Páradais las estuve reescribiendo una y otra vez durante un año, hasta que el tono quedara exactamente como quería que quedara. Y las imágenes encadenadas de una forma en la que el lector empezara a leer la novela y no respirara hasta llegar hasta el fin de esa primera parte. Y que luego fuera tan misterioso lo que iba a pasar que tuviera que seguir leyendo la segunda.

—Mariana Enríquez, gran exponente del género de terror en Latinoamérica, comentó y aplaudió Páradais. Ella ha recurrido a la ficción también para contar los terrores de la realidad, de pronto en una línea hasta política. La ficción ha sido escrita por mujeres desde antes de Mary Shelley. ¿Qué piensas de esta especie de boom contemporáneo de literatura hecha por mujeres?

—Mariana Enríquez es como nuestra diosa [ríe]. A mí me encanta lo que hace y me parece increíble que además pueda hacer algo tan emocionante, tan interesante desde el género del terror. Lo que me encanta es que con ella no hay ninguna duda de que claro que el género de terror es literatura. Nadie podría decir que sólo son “cuentitos” de terror, como lo que pasó mucho tiempo, en que los subgéneros eran considerados literatura menor.

Creo que muchas mujeres nos inclinamos hacia los subgéneros porque era lo que nos interesaba y no teníamos estas ambiciones de convertirnos en las nuevas Carlos Fuentes, en las nuevas García Márquez, en las nuevas Cortázar, que fue la ambición de muchos escritores después del boom. Después del boom existe ya la posibilidad de ser un escritor latinoamericano hecho y derecho con éxito en todo el mundo; es la primera vez. Antes de las novelas del boom, difícilmente podíamos hablar de una novela latinoamericana como tal, más bien había novelas nacionales y que no se comunicaban unas con otras y a su vez con otros países. Era muy difícil y la industria editorial tampoco lo permitía.

Además había una suerte de cómo tenía que ser un escritor literario. Casi siempre se trataba de un hombre, y de un hombre blanco. Era un camino muy marcado. Entonces creo que muchas de las mujeres que nacimos en los setentas y ochentas crecimos un poco viendo todo esto, y como a nuestro alrededor había muchas escritoras muy valiosas, pero que no eran figuras a seguir porque su visibilidad no era notoria, no estaban en el panorama, no se nos presentaban como modelos a seguir, seguimos muchos caminos que tienen que ver con los subgéneros.

Yo no hago tanto terror como Mariana, pero uso muchísimo elementos del horror y lo sobrenatural en mis libros. Me encanta porque fui lectora de terror y también me marcó. En mis libros casi siempre hay más bien metáforas y símbolos, no son realidades. La bruja de Temporada no es precisamente una bruja como lo sería en un cuento de terror; y la Condesa Sangrienta de Páradais por ejemplo es más bien una leyenda. En un cuento de Mariana sí saldría como tal.

Las mujeres durante mucho tiempo pensamos que no teníamos nada que perder si nos arriesgábamos a hacer lo que verdaderamente queríamos con nuestra literatura, sin pensar en modelos a seguir y sin pensar necesariamente en tener un gran éxito. Creo que a muchas el éxito nos ha llegado como una sorpresa muy agradable, pero también como una condición del mundo actual, que cada vez, como tú bien dices, los lectores están más abiertos a escuchar literatura escrita por mujeres, fuera del cliché de lo que la industria nos vendió que supuestamente era la literatura de mujeres para mujeres.

Me interesa contar lo que la gente no habla, lo que nos avergüenza, lo intolerable: Guadalupe Nettel

sábado, diciembre 12th, 2020

La hija única (Anagrama, 2020), la novela más reciente de la autora mexicana, presenta una serie de transgresiones a la norma de la maternidad y explora el grado de hostilidad frente a un hijo o frente a la maternidad misma, a la inseguridad y a los miedos que provoca convertirse en madre.

“Me interesaba hablar de la sensación de aislamiento en la maternidad, sobre todo en esta época. Es trágico, una de las grandes cosas que hemos perdido es la red de solidaridad, de apoyo comunitario. Debemos desacralizar ideas sobre la familia, reconfigurarlas”, opina Nettel en entrevista para Puntos y Comas.

Por América Gutiérrez

Ciudad de México, 12 de diciembre (SinEmbargo).- A distancia, entre enlaces por plataformas virtuales, llamadas telefónicas y de poner en duda nuestra salud mental después de muchos meses de aislamiento, comenzó una conversación en la que Guadalupe Nettel aclara que “si habla de cosas extrañas”, los lectores piensen que tal vez se debe a esto, o tal vez no.

Todos traemos la piel delgada, fluctuamos entre la ansiedad y el desasosiego. Escuela, trabajo en casa; definitivamente no es fácil lidiar con esta abrupta transformación que sufrió nuestra cotidianidad. En ese sentido, la escritura de Nettel es íntima y dirigida a todo tipo de lectores que quieran descubrir su narrativa.

En La hija única (Anagrama, 2020), la novela más reciente de la autora mexicana, hay transgresiones a la norma de la maternidad. Para Puntos y Comas, Nettel compartió más detalles sobre este libro que explora el grado de hostilidad frente a un hijo o frente a la maternidad misma, a la inseguridad y a los miedos que provoca convertirse en madre.

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—Mientras algunos desdeñan la reelaboración del material personal en su narrativa, para esta historia tú lo has convertido en una fortaleza. Cuéntanos de esa posición particular desde la que escribes

—Cuando tenía veintiún años entendí de qué era lo que yo quería escribir. Que ya es una enorme ventaja para un escritor. Si no tienes más o menos claros cuáles son tus intereses, puedes pasar mucho tiempo buscando. Lo que siempre me ha interesado contar es eso de lo que normalmente la gente no quiere hablar. Lo que quisieran esconder a ojos de los demás. Lo que más nos avergüenza, lo que más nos parece intolerable.

Cada una de mis novelas y libros de cuentos hablan un poco de eso, de las supuestas taras que tenemos, nuestros rasgos “anormales”; esta idea de normalidad-anormalidad. Me encanta la figura del monstruo, por ejemplo, entendido como una persona que se sale de todas las normas y las convenciones y que por su sola presencia y con toda fragilidad además las cuestiona. Entonces, mal que bien creo que sí he ido construyendo una pequeña familia de monstruos a lo largo de mi literatura, por más que haga literatura realista últimamente.

La hija única mapea los espacios domésticos, protagonistas durante esta emergencia sanitaria. La importancia del espacio donde vives, los diferentes tipos de hogar, su oposición al espacio exterior, a la ciudad… ¿qué buscabas con este planteamiento de los espacios vitales?

—Esta es una novela muy intimista que habla de personas que viven prácticamente encerradas, así como estamos ahora nosotros. Una de las mujeres, porque está estudiando y haciendo una tesis y entonces no tiene ni siquiera que ir a la universidad, solamente escribir y estudiar en su casa, a veces en la biblioteca. Otra, porque tiene muchísimo miedo de salir, es viuda, tiene un hijo, y tiene miedo de todo lo que pueda pasar en la calle. Sabe que hay mucha violencia y se siente muy vulnerable estando sola con ese niño… Y la tercera porque está embarazada, sobre todo en esa parte no tanto, pero después, cuando pasa lo del parto, se recoge mucho en su casa.

—La maternidad se puede tornar tremendamente oscura en situaciones límite como las que planteas. Construyes un alto grado de identificación con las que tenemos hijos, que por momentos llegamos a pensar que no somos buenas madres. Escribes cosas que todas hemos sentido pero que no decimos. ¿Era tu plan original esta inclusión de maternidades tan diversas?

—Al principio yo solo quería escribir la historia de Alina, Aurelio, el embarazo, el duelo anticipado y todo eso. Era lo que yo tenía en mente. Conforme fue avanzando la escritura, primero decidí que iba a meter otras historias porque la historia principal era demasiado fuerte o triste. Para que pasaran otras cosas en paralelo, creé los personajes de Doris y Nicolás. Después, poco a poco, fueron entrando otras historias, como la de Daniela y su hija Karina, o como las palomas que aparecen en el libro. A veces pasa que mientras una está escribiendo va incorporando cosas que ve todos los días. Por lo menos esto pasó en esta novela, y al final sí siento que es una especie de conjunto de personajes que están viviendo situaciones semejantes.

Hay muchos colectivos: el colectivo de las madres, el colectivo de las mujeres en México que se organizan políticamente, el colectivo de las amigas. Eso fue ocurriendo, no lo tenía planeado al inicio. Creo que tiene que ver mucho que ver con el momento histórico que estamos pasando en el país, sobre todo estos dos últimos años, durante los cuales escribí la novela. Tienen que ver con las marchas feministas, con estas asambleas que han encontrado un apogeo con toda esta discusión que tenemos en la calle, en las redes sociales, con las amigas, que de alguna manera permeó en la novela y me da mucho gusto que haya pasado esto.

—La relación entre madre e hija es parte fundamental de los temas que atraviesan tu prosa. Laura, la narradora de La hija única, experimenta el cambio en su madre, una mujer perteneciente a otra generación, que logra construir una identidad femenina y feminista distinta ¿Cómo delineaste la ruta de estos personajes?

—Me interesaba mucho hablar de la relación madre-hija porque no es unilateral. No solamente las madres respecto a los hijos, sino que siempre va en muchas direcciones. Cómo somos con nuestros hijos tiene que ver con la manera en que fueron nuestros padres con nosotros, o con nosotras. A mí siempre me ha intrigado la relación madre-hija. Y es verdad que hay una especie de actitud a la defensiva porque somos muy intrusivas unas con otras, madres con hijas e hijas con madres, y existe una especie de juicio permanente de una a otra. Me parecía que era necesario ponerlo.

El hecho de que este personaje haya finalmente abrazado la causa de las mujeres me parecía también una manera de decir que no forzosamente tiene que ver con el ímpetu y el brío de la juventud. Cuando una va a esas marchas, te das cuenta de que confluyen todas las edades. Hay mujeres que van en sillas de ruedas, madres que tienen hasta ochenta años. Yo creo que si mi abuela viviera, estaría yendo. No hay una edad para volverse feminista, y me gustaba que tarde o temprano, no importa cuándo, le “cayera ese veinte” a la mamá de Laura.

—Las palomas, el parasitismo del que nos hablas a lo largo de la novela, ¿crees que podría ser una alternativa? Planteas la crianza en comunidad como una opción en estos tiempos, pero de una forma menos cruel como se da en la naturaleza…

—Bueno, a mí me gusta mucho observar la naturaleza porque siento que es un espejo enorme y todo un curso de diversidad. Cuando creemos que las cosas deben ser así porque así han sido siempre y porque la naturaleza lo manda, te asomas justamente a las diferentes especies que hay y te das cuenta de que todo es natural, que nada es contranatura. Hay miles de casos distintos, desde especies que crían en manada, especies que ponen a los huevos y luego se largan y no vuelven a saber de ellos, especies donde el macho es el que gesta o donde un animal puede cambiar de sexo varias veces durante su vida… incluso hasta eso que consideramos como lo más aberrante: la transexualidad.

Lo de las palomas entró por casualidad porque mientras yo escribía, en mi casa se instaló una pareja de palomas, puso un nido y se puso a criar ahí a sus huevos. Un día, uno de esos huevos apareció destruido. Pensé: esto es demasiado parecido, algo tiene que ver. A lo mejor soy de esas personas que están viendo siempre vínculos extraños entre las cosas, como si me hablara el mundo. Sentí que era necesario incluirlo y que podía formar perfectamente parte de la trama, o de las tramas. Después esta idea, cuando empezaba a mirar paralelamente lo del huevo, las palomas, y Laura, que está ocupándose de un hijo ajeno, pensé: ¿qué especies cuidan a hijos ajenos? Eso debe de existir…

Luego me enteré de lo del cucú, donde la hembra va y pone el huevo en nidos de especies extrañas; los cucús ni siquiera tienen nido, ponen el huevo para que otros los críen. Sí tienen la necesidad biológica, digamos, de reproducirse, pero no de cuidar ni de empollar. No pueden, a lo mejor es una incapacidad natural. Pero al mismo tiempo hay algo extraño ahí, porque a veces tiran los otros huevos, los que ya estaban, para que los pájaros se encarguen de su huevo. Eso ya es querer cuidar de alguna manera, aunque sea en mínima dosis, hay una preocupación por tu propio huevo. Todo eso me parecía fascinante y lo quise incorporar pues me parecía que venía muy bien, muy al caso con la historia de Laura y Nicolás, y Laura y Doris.

—El tarot, los signos del zodiaco, aparecen como una especie de oráculos para darnos más información. Estos símbolos para vislumbrar el futuro o entender las personalidades vuelven flexible la novela, ¿en qué momento decidiste incorporar lo místico?

—A mí el tarot me interesa, me gusta, no lo leo, pero a veces, de vez en cuando, sí voy a que me lo lean o algo así, sobre todo si sé de alguien que lo lee bien. Y tienen un significado estas cartas, un significado que tienen que ver con procesos muy profundos dentro de la psique humana, y con momentos vitales que tarde o temprano reproducimos. El tarot ha inspirado a muchos escritores; ahora pienso en Ítalo Calvino, en su novela El castillo de los destinos cruzados, que fue escrito a partir de una lectura de tarot. Las lecturas del tarot son como el inicio de una novela o el inicio de una historia. Tiene que ver, hay personajes, hay conflictos, hay retos, hay desenlaces posibles.

La historia de Alina me reenviaba al tipo de situaciones de las que hablan estas figuras. Y a otras cosas, como la impermanencia de la que hablan todo el tiempo los budistas; esto de lo que hemos hablado tanto durante la pandemia, que es la idea de que todo cambia constantemente, que nada sigue un curso predestinado. No lo podemos siquiera investigar o conocer y la mejor actitud que podemos tener es pensar que nuestra vida es efímera, que todos los fenómenos son efímeros, y así habitar la incertidumbre. Cuando escribí La hija única no tenía ni idea de que íbamos a estar en una pandemia. Yo creo que cuanto más estamos acostumbrados a nuestra fugacidad, más apreciamos la vida y más podemos encontrar un ancla en el momento presente y no estar pensando en lo que podría haber pasado, en lo que debía haber pasado, en lo que ya pasó y en lo que viene.

—Esta novela no es solo sobre el embarazo o la crianza, abordas nuevas masculinidades. Hay numerosos trayectos emocionales, éticos y hasta políticos. El concepto de familia es muy importante también…

—Quería que la narradora, Laura, que no soporta a los niños, estuviera observando como en un laboratorio la dinámica interna de una familia donde a veces se mezclan la violencia con un amor enorme, con una impotencia enorme, pero con una resiliencia gigante. Todas estas cosas pasan muchas veces dentro de la familia.

Me interesaba hablar de la sensación de aislamiento que podemos tener las madres, sobre todo en esta época, en el siglo XXI, porque es trágico. A mí me parece que una de las grandes cosas que hemos perdido es esta red de solidaridad o de apoyo que había en las familias extendidas, en los clanes, en las tribus, durante mucho tiempo, milenios, si contamos desde la prehistoria pues no sé ni cuántos son. Cada vez se ha ido volviendo más nuclear, más nuclear, hasta que a veces sólo es una madre con un hijo y es una carga y una responsabilidad enorme.

A propósito de esto, hay un refrán anglosajón que dice: “se necesita a todo un pueblo para criar a un niño”. Es verdad. Antes era la familia biológica, los abuelos. Pero ya no tienen el mismo papel que tenían antes porque ya no viven en la misma casa, ya no están ayudando a las tareas domésticas como en el pasado. Es como una olla exprés en la que estamos metidos. Sí quería hablar de esto porque es algo que me indigna y me parece que urge cambiar. Tenemos que reconfigurar las familias, desacralizar la familia biológica; hace falta inventar nuevas configuraciones que pueden ser de cualquier tipo, el que te convenga más a ti, el que me convenga más a mí, pero incorporarlas dentro de nuestra idea de naturalidad, sin prejuicio, sin juicio. Abrazarlas dentro de lo posible como ocurre en la naturaleza. No juzgamos a los otros animales, ¿por qué nos juzgamos tanto nosotros como especie?

—Tus personajes van a terapia o recomiendan siempre a alguien que los atienda. Cuéntanos si esto es un recurso, si tiene que ver con la verosimilitud, con lo genuino. Es una ficción, pero tienes personajes muy claros. Háblanos de estas terapias, de lo que sienten los personajes.

—Creo que muchas veces cuando estamos en momentos fronterizos como ahora, en que la salud mental y la demencia son tan poco distinguibles, que estamos en una zona realmente nebulosa y no sabemos bien dónde nos movemos, viene bien que un profesional nos ayude a encontrar un suelo, un ancla, un equilibrio. Es algo que yo vi natural desde chica porque mi padre estudió psicoanálisis, y ejerció en algún momento; después dejó de hacerlo, pero tenía amigos psicoanalistas y yo he ido a terapia algunas veces.

Es algo que vale la pena, lo considero tan natural que lo incorporo. En este caso, uno de los personajes principales, Alina, está inspirada en una historia real; cuento muchas cosas de esa historia real, y entre esos elementos reales estaba su terapeuta. Pero no solo hay una terapeuta, también hay médicos, muchos médicos, y cada uno aporta una visión diferente y algunos traen sobrecogimiento y no saben ni cómo lidiar con los pacientes y la psique tan frágil que tienen enfrente y a la que le están diciendo noticias terribles. Hay otros que son mucho más humanos. Me interesaba también esta figura del médico, del profesional de la salud.

—¿Podrías compartirnos tus principales influencias literarias en este momento? ¿Qué leíste durante tu escritura de La hija única?

—Leí tantas cosas que ya ni me acuerdo. Fueron dos años. Para empezar leo muchos artículos para la revista de la Universidad de México que hacemos. Leí a Vivian Gornick con Apegos feroces; Distancia de rescate, de Samanta Schweblin. Siempre leo a Enrique Vila-Matas, Juan Pablo Villalobos, Alejandro Zambra, Andrea Bajani, a una escritora italiana que se llama Chiara Valerio. Mircea Cărtărescu, que fue un gran descubrimiento también, sale un poquito en mi novela; tiene un cameo, como dicen los españoles.

Leí a muchas mujeres durante estos últimos dos años. Creo que no soy la única, mucha gente ha estado en eso. ¡Y qué bueno! Me parece genial.


América Gutiérrez es Coordinadora de contenidos de Librerías El Sótano. Ha trabajado para Discovery Channel LANat GeoA&E, IMER y Penguin Random House. Siempre se pregunta: ¿en qué se parece un cuervo a su escritorio? Actualmente estudia las leyes que rigen las excepciones.

Brujas es una novela con la que busqué responderme preguntas desde y para el feminismo: Brenda Lozano

sábado, diciembre 5th, 2020

En el marco de la Feria Internacional de Libro Guadalajara, la autora mexicana da cuenta del proceso de escritura de su último libro, la creación de las dos protagonistas de la novela, Feliciana, la sabia, bruja y curandera del lenguaje, y Zoé, una periodista citadina. Platicamos sobre la urgencia por resolver los feminicidios en México, así como su parecer sobre la obra escrita por mujeres en Latinoamérica.

Con esta obra, la autora también asume el autoconocimiento colectivo en torno a lo feminizado, va detrás de la defensa de las mujeres e irrumpe en la mística de una comunidad oaxaqueña en la figura de Paloma, un personaje muxe.

Por Mario Alberto Medrano

Ciudad de México, 5 de diciembre (SinEmbargo).- Brujas, la más reciente novela de Brenda Lozano (México, 1981), fisura el estereotipo de la mujer siniestra, físicamente abominable y feroz que los mitos, leyendas y películas le han otorgado a quienes se reúnen en aquelarre. Con esta obra, la autora también asume el autoconocimiento colectivo en torno a lo feminizado, va detrás de la defensa de las mujeres e irrumpe en la mística de una comunidad oaxaqueña en la figura de Paloma, un personaje muxe.

En el marco de la Feria Internacional de Libro Guadalajara, Lozano da cuenta del proceso de escritura de Brujas (Alfaguara, 2020), la creación de las dos protagonistas de la novela, Feliciana, la sabia, bruja y curandera del lenguaje, y Zoé, una periodista citadina; pergeña sus ideas acerca de la urgencia por resolver los feminicidios en el país, así como su parecer sobre la obra escrita por mujeres en Latinoamérica.

“Era las seis de la tarde cuando Guadalupe vino a decirme mataron a Paloma…”, así comienza la narración de Brujas, esta novela trepidante, cuya escena se repite cada vez más en la convulsa realidad nacional. Al cuestionar a Lozano sobre si su obra aspira a un autoconocimiento colectivo de la feminidad, reconoce que ésa es una interpretación acertada.

“Me parecen que son dos palabras que juntas hacen un panorama muy hermoso, pues, por un lado, el autoconocimiento está relacionado a lo individual, que pareciera que sólo podemos llegar como la ha impuesto el capitalismo, desde el físico y mental, pareciera que es una cuestión de cada persona, que en su gramática es individual, pero poco a poco te das cuenta que, por paradójico que suene, el autoconocimiento es colectivo. No sé si mi novela tenga esto, pero me pongo a pensar en la importancia que tiene hoy en día. Autoconocerse colectivamente es política, es romper con esas cosas que el capitalismo nos ha hecho pensar que son individuales, y hay que entender que si una pasa por algo, la otra puede entenderlo, es hermoso”, afirma.

Por otra parte, lamenta que aún vivimos dentro de la negación a lo feminizado, lo que conlleva a una violencia aceptada, lacerante. Por eso, su novela es una férrea defensa de lo femenino, ya sea una mujer o un hombre.

“Estamos en un contexto en donde todo lo femenino implica una enorme violencia, desde no poder decidir sobre nuestros cuerpos de manera libre, de toda la violencia ejercida por el simple hecho de ser mujer, así como en contra de los feminizado. Por ejemplo, si un varón tiene actitudes que saltan los preceptos patriarcales va a ser _bulleado en la escuela, éste es sólo un ejemplo, pues lo feminizado es tan abierto como tantas personas hay en el mundo.

Y si es feminizado es porque es un estereotipo, es decir, será castigado cualquier que salte esa norma del heteropatriarcado; por ejemplo, yo siendo mujer es algo que he vivido, es algo que me ha atravesado el cuerpo, entonces puedo entender a cualquiera que se identifique como mujer, y en ese sentido, la transfobia es parte de ese mismo problema”, afirma.

TEMAS URGENTES DESDE LA FICCIÓN

La materia prima de Brujas son los diferentes feminismos. Se nutre de esas ideologías y toma prestada la poliédrica estructura de esta filosofía, desde lo social, lo cultural, corporal, político y hasta lo colectivo e individual. Al cuestionar a la escritora sobre por qué decidió ir desde la ficción y no desde el ensayo (acaso un género apropiado para responder incógnitas) para tratar el tema, reconoce que fue porque desde la literatura también se pueden generar reacciones.

“En efecto, los temas de la novela parten desde la realidad, y que pueden tener respuestas desde un enfoque ensayístico, incluso periodístico. Son urgentes, no podemos quitar el dedo del renglón en ellos, por ejemplo los feminicidios, la transfobia, los abusos de género, en fin, todo esto que aparece en las protestas es antagónico al Estado, pero creo, por otra parte, que desde la ficción hay respuestas, si no definitivas, si no útiles, como lo son quizá los reportajes, desde la ficción hay otros mundo posibles, otra respuesta, que quizá de alguna forma se puedan reflejar en la realidad; por ejemplo, para hacer esta novela me hice muchas preguntas que salían desde el ensayo, desde el cotidiano, que tenía muchas ganas de responder desde la ficción, y aunque no son respuestas totales, tenía ganas de hacerme preguntas desde y para el feminismo.

LOS TRES ROSTROS DE LOZANO

Si el feminismo es neuronal en esta novela, sus terminales nerviosas son las tres protagonistas: Paloma, Feliciana y Zoé. El detonador de esta novela, ya se ha dicho, es la muerte de Paloma. En una cuenta regresiva hacia el inicio, pero también en divergencias temporales, Brenda Lozano escarba por ese terreno lleno de gusanos que es la discriminación a las mujeres, a lo femenino, a lo distinto al _statu quo

El lado A. Feliciana. Narrada su historia en primera persona, la voz de Feliciana tiene un gran sentido de la oralidad de esta mujer oaxaqueña, curandera, mujer de sabiduría, llena de certezas, quien es visitada por artistas, famosos, intelectuales, pues cura a través del lenguaje. Lado B. Zoé, periodista chilanga, mujer con una conexión ancestral con su madre, quien era catalogada como bruja, termino que le molestaba, llega a San Felipe a investigar la muerte de Paloma, ahí se halla con Feliciana, con quien iniciará una travesía. Lado inédito. Paloma, muxe, adivina, curandera, quien muere por las violencias, muere como mueren muchas mujeres, cordón umbilical del viento entre Feliciana y Zoé.

“La idea de Feliciana es que fuera una bruja, una curandera. Quería responder varias preguntas del feminismo a través de la ficción, y la bruja es un personaje muy interesante pues desafía. Vamos a decir que las brujas son las primeras feministas, mujeres que no están sexualizadas, que no son deseables por la sociedad, mujeres mayores, vestidas con túnicas, no tienen un hombre a lado, históricamente, están apartadas de las ciudades. Entonces, para esta novela me interesaba mucho una mujer con estas características, muy poderosa, pero que su poder no fuera desde el dinero, y por supuesto desde el capitalismo, pero yo quería que ella fuera muy poderosa desde el lenguaje, ésa era mi gran fantasía, que fuera un personaje que todo lo pudiera a través del lenguaje, sanar, dar.

En este sentido, era importante que ambas, Zoé y Feliciana, narraran desde la primera persona. Feliciana es la sabia del lenguaje, la mujer que está en contacto con la tierra, el interior, quien está en contacto consigo misma y está muy orgullosa de ello, y tiene un don con el lenguaje. Sí, era importante que de alguna forma Feliciana representara esas repuestas, mientras que Zoé representara esas dudas. El corazón de esa estructura y de esa relación entre Zoé, la reportera de ciudad, que también trabaja con el lenguaje, pero de otra forma”, afirma la también periodista.

En cuanto a Paloma, “a mí me interesaba más hacer un personaje que retratarlo, porque realmente Paloma no está retratada, sino imaginada, es el personaje trans dentro de esta comunidad muxe en Oaxaca, en donde representan un gran orgullo para su sociedad, sin embargo, al ser trans entra en esa misma problemática a la que nos enfrentamos todas en este país, entonces me interesaba mucho explorar esa línea, desde ese punto de vista, y por supuesto, condeno la transfobia, creo que a las mujeres a las trans nos cruzan las (mismas) violencias”, afirma Lozano.

FEMINISMOS, PARADIGMA DEL SIGLO XXI

“Escucha ‘Vivir sin miedo‘, canción de Vivir Quintana”, es la primera respuesta que da Brenda a la pregunta sobre los casos de violencia de género y los feminicidios, “ahí está gran parte de lo que siento y pienso” y cita de memoria “El odio a la mujer es la pandemia que más nos mata”.

“Algo que me parece inaudito que es haya ocho feminicidios diarios y que esa misma violencia venga, sí de todos los niveles, de parte del Estado, que haya una sistemática evasión por parte de Andrés Manuel López Obrador en cuanto este tema, el cual creo que es el más urgente a resolver de su agenda. Considero que todas las protestas feministas son donde más hay que levantar la voz, no podemos quitar el dedo del renglón.

Yo creo que AMLO responde como si las mujeres fuéramos antagonistas. Cómo te explicas que cuando hay una marcha o protesta de mujeres hay un desplegado de más de tres mil elementos policiacos, en una protesta de 300 mujeres. Cómo te explicas que el 25 de noviembre, El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, haya, por parte de Estado, tal represión en las protestas. Es muy claro que AMLO toma a las mujeres como antagonistas porque están rompiendo vidrios. Somos antagonistas las mujeres, y somos a quienes nos están matando, a quienes nos están violentando y cuando salimos a protestar por esta violencia de género se nos reprime, entonces la única oposición de la 4T son los feminismos, y eso no lo han sabido entender. El presidente cree que su oposición es el PRI, cree que su oposición son políticos que hoy no están frente a él, la verdadera oposición son los feminismo que le exigen ‘esto tiene que parar’, lamenta la autora.

ESCRITORAS QUE CUESTIONAN LA HEGEMONÍA

Brujas, cuya primera semilla es Feliciana, el eco de otra novela fallida sobre el volcán Paricutín que Lozano esbozó en un momento, se suma a una lista de obras escritas por mujeres en Latinoamérica. Su nombre, Brenda Lozano, se suma, en un inicio y por cartografía, a otros como Guadalupe Nettel, Fernanda Melchor, Cristina Rivera Garza, Valeria Luiselli, entre otras. Si bien hacer una lista es reducir el panorama algunos nombres, sí da una guía para conocer una literatura.

Al cuestionar a la autora sobre las voces de mujeres en Latinoamérica, no duda en reconocer que las mujeres están escribiendo la literatura más arriesgada, tanto ideológica como estilísticamente.

“No es una coincidencia que haya una serie de libros escritos por mujeres o trans. Es bien profundo, tiene que ver con cómo se cuestionan estas formas hegemónicas de la escritura, de la narrativa o de la poesía, por eso es más arriesgada y por eso quizá me interesa mucho leer a escritoras escribiendo en español. La de las mujeres y trans es la literatura que para mí está el corazón del idioma, y creo que se debe a cómo se cuestionan la hegemonía del relato, qué historias contamos, es necesario que se hable más de las maternidades, del cuerpo de las mujeres, de la violencia, de los feminicidios”, concluye la escritora.

Demasiado odio es mi mirada sobre cómo han cambiado el mundo y las relaciones: Sara Sefchovich

sábado, noviembre 21st, 2020

Treinta años después de haber publicado el exitoso libro Demasiado amor, Sara Sefchovich vuelve con una continuación de esa historia, cuya protagonista, Beatriz, conocerá el vértigo de la violencia en sus formas más descarnadas y se entregará de lleno a ese mundo vacío y egoísta.

“Espero que los jóvenes encuentren en este libro un retrato de lo que es su mundo, y a lo mejor piensen que vale la pena cambiarlo”, comparte para Puntos y Comas la socióloga, catédratica, investigadora, traductora y escritora mexicana.

Ciudad de México, 21 de noviembre (SinEmbargo).- Treinta años después de haber publicado el exitoso libro Demasiado amor, la socióloga, historiadora, catédratica, investigadora, traductora y escritora mexicana Sara Sefchovich vuelve con una continuación de esta historia, cuya protagonista, Beatriz, descubre nuevos lugares y nuevas formas de relacionarse en Demasiado odio.

“Aunque la primer novela salió hace 30 años, entre ambas historias el tiempo que ha pasado es un cuarto de siglo. En aquella novela la protagonista vivía una historia de amor romántica, recorría el país que era México en ese momento, y terminaba teniendo una forma de vida complicada, con un negocio vinculado a relaciones afectivas y amistosas con hombres”, explica en entrevista la autora para los lectores que no ubican el libro de 1990.

“En esta continuación, el negocio de Beatriz fracasa y ella quiere volver a recorrer el país. Decide entonces recorrer el México de hoy y, por la historia de amor que va a vivir, termina también conociendo siete países con su amor, y describiendo cómo ve estas otras ciudades a las que va”, detalla la autora de catorce libros y múltiples artículos en periódicos y revistas.

La sinopsis de este nuevo libro reza: “En sus andanzas por cuatro continentes, Beatriz conocerá el vértigo de la violencia en algunas de sus formas más descarnadas, y se entregará de lleno a un mundo que recompensa los actos más vacíos y egoístas y castiga la inocencia y la solidaridad”. Sobre estos temas, le pregunto a Sara por qué le ha interesado retratar el rostro más oscuro del ser humano…

“No es que a mí me haya interesado; le interesó a mi protagonista, ella me fue guiando. Yo voy detrás de Beatriz y es ella la que decide adónde ir, qué es lo que quiere escribir y qué es lo que quiere ver de cada zona que visita. En algunos lugares ella pasea y observa las formas en las que viven las personas o las cosas que le llaman la atención: los mercados, las tiendas, las calles. En otros lugares, se encuentra con violencia, con situaciones difíciles, con personas que sufren. Pero no tiene nada que ver conmigo, yo solamente voy detrás, viendo lo que a ella le sucede”, asegura Sefchovich.

Le pregunto también si sus personajes intentan buscar el sentido en medio de las circunstancias más oscuras. La escritora mexicana confiesa: “En realidad mis personajes no intentan recuperar nada, ellos simplemente van aceptando lo que se les presenta. Beatriz hace una que otra comparación o tiene algún recuerdo de momentos pasados, pero ni ella ni su acompañante piensan que hay que recuperar algún pasado, sino que hay que vivir el presente. Sobre todo así actúa el personaje más joven, que no tiene ningún conocimiento de lo que podría ser México o el mundo en otros momentos; ese es el mundo que conoce y para él es completamente natural moverse en ese mundo y Beatriz va con él. Ellos no están pensando en que hay que regresar o caminar hacia algo, viven cada día como lo pueden vivir en cada lugar y en cada situación con lo que hay. Algunas veces con mucho gusto, alegría y diversión; otras veces con tristeza, culpa, dolor o arrepentimiento, pero no se platean mucho más allá del momento”.

Sara Sefchovich, durante su participación en Mujeres de la Letra 2017, en el Palacio de Bellas Artes. Foto: Tercero Díaz, Cuartoscuro/ Archivo

Sobre este libro, el guionista y escritor mexicano Guillermo Arriaga dijo que Demasiado amor lleva al lector “al lado luminoso de nuestro país”, pero Demasiado odio muestra su lado más oscuro y “cuenta la transformación radical del mundo desde el dolor y el pasmo, con una necesidad profunda por creer en el ser humano y en el amor, segundos antes de despeñarnos hacia el odio”.

Por otro lado, el autor Julián Herbert comentó que esta es una novela divertida e inteligente “que usa espectacularmente el pliegue de la farsa para hacer crítica social y cultural sin caer en el didactismo. Sus páginas son muy ágiles, llenas de humor negro y peripecias”. Me llama la atención este último punto, en el que coincido con Herbert, acerca del uso del humor para retratar y criticar la realidad. Sara comenta: “Los recursos literarios que uso en la novela son muy diversos, pero ciertamente uno de ellos es el humor. Otros elementos que uso son reiteraciones, sorpresas que de repente se llevan los protagonistas. Independientemente de los recursos, lo importante para mí es tratar de que llegue el mensaje que quiero transmitir: ¿Cómo se vive en el mundo de hoy? ¿Es la única manera en que se puede vivir?”.

“Son las sorpresas que nos da cotidianamente la vida a la vuelta de la esquina o en la puerta de tu casa; son las cosas que pueden pasarle a las personas comunes y corrientes, como somos la mayoría, que vivimos lo mejor que podemos las circunstancias. Los recursos, el lenguaje y la rapidez de mi narrativa tienen que ver con esos cambios, con esas realidades”, apunta.

Hacia el cierre de nuestra charla virtual, Sara enfatiza su interés en que el público más joven se acerque a su novela: “Espero que a los lectores les interese esta mirada sobre los cambios del mundo, sobre cómo ha cambiado el amor, cómo pueden ser ahora las historias de amor. Sobre todo que la gente joven, la que no ha leído aquella novela del 90 o no conoció ese México, se interese por conocer su entorno desde la perspectiva de mi nuevo libro”.

“Es para mi una esperanza que los jóvenes encuentren en este libro un retrato de lo que es su mundo, y a lo mejor piensen que vale la pena cambiarlo, o no, pero que se interesen en su realidad. No les puedo contar el final de la novela, pero es muy sorprendente y plantea decisiones que los seres humanos podemos tomar cuando el mundo no nos gusta. Vamos a ver si los lectores así lo consideran también”, concluye.

Sara Sefchovich Wasongarz nació el 2 de abril de 1949 en Ciudad de México. Se licenció en Sociología en 1977 en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y en 2005 obtuvo un doctorado en Historia de México en la Facultad de Filosofía y Letras de la misma universidad, donde también ha impartido clases. Es investigadora de la UNAM desde 1973 y del Conacyt desde 1985.

Publica una columna en el periódico El Universal desde hace más de veinte años y también ha colaborado para los periódicos La Jornada y Reforma. Participó en el noticiero Monitor de 1996 a 1998 en Radio Red, y de 2002 a 2006 en Radio Monitor. En 1992, Sefchovich fue cofundadora del Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE).

Es autora de las antologías: Mujeres en espejo. Antología de narradoras latinoamericanas del siglo XX Vol I (1983) y Mujeres en espejo. Antología de narradoras latinoamericanas del siglo XX Vol II (1985). Su primera novela, Demasiado amor, publicada en 1990, la hizo merecedora del Premio “Agustín Yáñez” y fue llevada al cine en 2002 bajo la dirección de Ernesto Rimoch y protagonizada por Karina Gidi y Ari Telch.

Para que te adentres un poco más en su más reciente título, a continuación te compartimos un fragmento de Demasiado odio. Cortesía otorgada bajo el permiso de Océano.

***

1

Querida Beatriz,

México no es para ti, México ya no es para nadie. Por favor piénsalo bien, por favor ¡no se te ocurra venir!

No cabe en mi cabeza que te quieras salir de ese país hermoso en el que naciste y en el que tienes hecha tu vida, para instalarte en éste en el que todo está muy revuelto. Te lo digo yo que lo recorrí de punta a punta, que fui feliz por sus caminos y senderos y playas y mares y ríos y montañas y ciudades y pueblos, te lo digo porque hoy ya no se puede ir a ninguna parte, nunca sabes lo que te puede suceder ni quién se te va a atravesar.

Y menos cabe en mi cabeza que te quieras quedar con mi negocio. Te lo digo yo que fui feliz con los muchos clientes que tuve, con sus historias de dicha de frustración de miedo de aventura de secreto, y te lo digo porque hoy ya no son ésos los que llegan, y nunca sabes quién se te va a atravesar ni lo que te puede suceder.

Si no cerré, es porque no puedo dejar de trabajar, no tengo a dónde ir ni cómo ganar dinero para comer. Lo que había guardado durante toda mi vida, se perdió cuando el gobierno acusó de lavado de dinero al banco en que lo tenía depositado y lo intervino como dijeron en la televisión, pero a los ahorradores no nos devolvieron ni un centavo de lo nuestro.

Lo que me salvó fue un cliente que decidió protegerme. Yo lo conocía, pues cuando era muchacho y sin un centavo, lo inicié en las artes amatorias aunque no me pagara, sólo porque me inspiraba ternura. Él se quedó con buen recuerdo de mí y cuando se hizo rico, regresó. En adelante yo voy a mantener este lugar y voy a mantenerte a ti dijo. Y así fue. Puso dos tipos con pistola en la puerta y se convirtió en mi único visitante.​

Hasta que un día no volvió más.

Fue entonces, cuando estaba yo tratando de reorganizar mi vida y de retomar mi trabajo, que apareciste tú. No puedo olvidar la cara de sorpresa que pusiste al verme y ver el departamento, seguro que imaginabas todo de otra manera, seguro creíste que las cosas seguían siendo como las leíste en mi cuaderno, sobre el hombre amado el país amado los clientes mi vida y hasta sobre mi apariencia. Y es con esa idea que pensaste que podrías repetir mi historia. Pero como te digo, eso es ya imposible.

Así que por favor, no vengas para acá, no vengas a México.

2

Sobrina adorada,

Vengo entrando del aeropuerto. Acabo de encontrar el sobre que dejaste encima de la mesa y casi me desmayo. ¡Tanto dinero sólo para mí! ¡Y un boleto de avión para irme a la playa!

He llorado mucho, demasiadas emociones se me juntaron. Gracias a ti podré dejar atrás esta vida, gracias a ti podré cerrar para siempre la puerta detrás de mí. Mientras escribo estas palabras, tú vas por las nubes cruzando el mar, y quién sabe en qué estás pensando.

Hace muchos años le escribí una frase como ésta a tu madre, cuando se fue para Italia a cumplir nuestro sueño de poner allá un hotel, y yo me quedé en México para conseguir el dinero con el cual llevarlo a cabo.

Pero sucedió que nunca la seguí. Ella se casó y vivió allá hasta su muerte y yo me quedé acá porque me enamoré de un hombre con el que viví una pasión tal, que de sólo recordarla aún me estremezco, y con el que conocí y aprendí a amar cada rincón de mi patria.

Entonces no imaginábamos lo que serían nuestras vidas, mucho menos que nunca nos volveríamos a ver. Y peor todavía, que hasta perderíamos todo contacto.

Catorce años han pasado desde la última vez que tuve comunicación con mi hermana. Tú eras una niña y ahora eres una mujer que casi me provocó un infarto cuando te me paraste enfrente, tan parecida a ella. Fue como si el tiempo no hubiera transcurrido o la muerta hubiera regresado de su sepulcro.

Te escribo para darte las gracias por haberme venido a visitar, las gracias por los días maravillosos que pasamos juntas, las gracias por contarme sobre ella, sobre su vida buena y su muerte tranquila, con todo y que tenía esa terrible enfermedad, las gracias por ser como eres, y las gracias por hacerme ver lo importante que es escribir, porque algún día, en alguna parte, alguien lo leerá y tal vez eso servirá para un encuentro un reencuentro un cambio, como me sucedió a mí contigo.

Me parece increíble que te hubieras acordado de tu tía, con todo y que nadie te habló nunca de mí. Me emociona pensar que allí siguen las hadas buenas que siempre me han acompañado. ¿Te imaginas si no hubieras encontrado el cuaderno que alguna vez le mandé a tu madre diciéndole que era para ti? ¡Fue un milagro que ella no lo destruyera con todo y lo muy enojada que estaba conmigo!

Tal vez lo que sucedió es que quería conservar algún recuerdo de mí, aunque fuera escondido en el último rincón de la casa, como dices que estaba cuando te topaste con él.

También es un milagro que hayas sido tú quien lo encontró y no alguno de tus hermanos, porque a saber lo que habría pasado de caer en sus manos. Por lo que me platicaste, no son muy dados a guardar nada, así que menos lo habrían hecho con unas viejas hojas de papel escritas a mano por alguien cuya existencia ignoraban.

Quiero que sepas, aunque no me alcancen las palabras para expresarlo, lo grande que es mi cariño por ti y lo grandes que son mis deseos de lo mejor para ti, adorada sobrina y ahijada, que llevas mi nombre, el que te pusieron por el amor que me tuvo mi hermana y por el que las dos le tuvimos a nuestra madre.

Estas líneas son las últimas que te escribo. Muy pronto mi viaje habrá de comenzar. Te prometo que seguiré escribiendo todo y que algún día te haré llegar el nuevo cuaderno. Tal vez lo querrás leer y quizá hasta servirá para que nos volvamos a ver, si las hadas buenas me siguen acompañando.

Te mando mil besos.

3

Necesito contarte algo para que entiendas por qué no quiero que vengas a México: me preparaba para irme, empacando algo de ropa y algunos recuerdos, cuando se presentó en la puerta uno de los empistolados que siempre acompañaban a mi excliente, ése del que te platiqué que me tuvo en exclusiva para él y que luego desapareció sin dejar rastro. Y así sin más, se me vino encima y me empezó a golpear. Entrégueme usted los billetes que le mandó mi jefe gritaba furioso, los que le trajo mi compañero que cuidaba conmigo su puerta, los necesito ahorita mismo.

¿De qué dinero hablaba? No tenía yo la menor idea. ¿Y por qué me lo pedía de manera tan violenta? Tampoco tenía yo la menor idea. Pero no dije ni una palabra, porque sabía que cualquier cosa que dijera en lugar de calmarlo lo alteraría más.

Me esculcó toda, volteó de cabeza los pocos muebles que quedaban, rajó con una navaja el colchón y el sillón, abrió cajones y puertas del armario y la cocina, hasta que se percató de que no había lo que buscaba. Yo estaba segura de que me mataría, pero lo que hizo fue sentarse en 18 la cama, cabizbajo y desolado. Y se soltó hablando: necesito de verdad ese dinero, necesito independizarme, ser mi propio jefe, dejar de obedecer a otros. Voy a formar un grupo que hará muchas cosas pequeñas, de esas que nadie tiene tiempo ni ganas de perseguir y que me harán rico en muy poco tiempo.

Pero la emoción con que explicó eso se convirtió de repente en enojo. Se puso de pie y se me acercó tanto, que creí que empezaría otra vez a golpearme. Pero no fue así, sólo siguió hablando: mire señora, si no me lo entrega tendré que matarla. Y no quiero hacerlo porque usted no me desagrada, nunca fue grosera conmigo. Así que mejor flojita y cooperando. Y otra cosa: debe largarse ahorita mismo de acá, porque yo me voy a quedar a vivir en este lugar.

Debo de haber puesto cara de sorpresa porque dijo: ni modo que toda su vida se va a quedar en el mismo sitio. Seguramente está absolutamente harta de eso. Otra vez no dije ni una palabra, porque después de todo, ese departamento no era mío y además ya estaba por irme, pero también porque sabía que cualquier cosa que dijera en lugar de calmarlo lo alteraría más.

El momento fue difícil, pero el sujeto por fin se fue. No te imaginas el estado de nervios en que quedé. Afortunadamente Dios es grande y el tipo no se dio cuenta de que el dinero que tú me habías dejado, estaba encima de la televisión, envuelto en la vieja mascada que me había regalado mi primer novio, una que no me quitaba nunca, aunque él se burlaba y decía que parecía yo retrato, diario con lo mismo.

Pero entonces tuve clara conciencia de que mi decisión era la correcta. Porque si antes lo dudaba, ahora estoy segura de que no podría seguir en este negocio, y si antes lo dudaba, ahora estoy segura de que no podría soportar más esta vida mía que había sido el paraíso, pero ahora ya era nada más y todo el tiempo el infierno, el puro infierno.

ADELANTO | “Cometierra supo en una visión que su papá mató a golpes a su mamá. Así inició todo”

sábado, noviembre 7th, 2020

Esa fue solo la primera de las visiones. Nacer con un don implica una responsabilidad, y más en un barrio donde la violencia, el desamparo y la injusticia brotan en cada rincón y sus principales víctimas son las mujeres. Cometierra buscará su propio camino en búsqueda de la verdad, el cuidado y el amor.

Esta es la primera novela de la autora argentina Dolores Reyes, docente, activista feminista y madre de siete hijos. Un relato terrible y luminoso, lírico, dulce y brutal, narrado con una voz que nos conmueve desde la primera página.

Ciudad de México, 7 de noviembre (SinEmbargo).- Cuando era chica, Cometierra supo que su papá había matado a golpes a su mamá. Esa fue solo la primera de las visiones. Nacer con un don implica una responsabilidad, y a Cometierra le tocó ese don que hace su vida doblemente difícil, en un barrio en donde la violencia, el desamparo y la injusticia brotan en cada rincón y sus principales víctimas son las mujeres. En búsqueda de la verdad, el amor y el cuidado, ella encontrará su propio camino.

Dice Cometierra: «Me acosté en el suelo, sin abrir los ojos. Había aprendido que de esa oscuridad nacían formas. Traté de verlas y de no pensar en nada más, ni siquiera en el dolor que me llegaba desde la panza. Nada, salvo un brillo que miré con toda atención hasta que se transformó en dos ojos negros. Y de a poco, como si la hubiera fabricado la noche, vi la cara de María, los hombros, el pelo que nacía de la oscuridad más profunda que había visto en mi vida».

A continuación, SinEmbargo comparte, en exclusiva para sus lectores, un fragmento de Cometierra (Editorial Sigilo), primera novela de la autora argentina Dolores Reyes, docente, activista feminista y madre de siete hijos que actualmente vive en la provincia de Caseros. Este es un primer relato terrible y luminoso, lírico, dulce y brutal, narrado con una voz que nos conmueve desde la primera página. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Océano.

***

A la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos.
A las víctimas de feminicidio, a sus sobrevivientes.

–Los muertos no ranchan donde los vivos. Tenés que entender.
–No me importa. Mamá se guarda acá, en mi casa, en la tierra.
–Aflojá de una vez. Todos te esperan.
Si no me escuchan, trago tierra.
Antes tragaba por mí, por la bronca, porque les molestaba y les daba vergüenza. Decían que la tierra es sucia, que se me iba a hinchar la panza como a un sapo.
–Levantate de una vez. Lavate un poco.
Después empecé a comer tierra por otros que querían hablar. Otros, que ya se fueron.
–¿Para qué está el cementerio? Para enterrar a las personas. Vestite.
–No me importan las personas. Mamá es mía. Mamá se queda.
–Parecés un bicho. Ni siquiera te acomodaste el pelo.

Miro la pieza, las paredes de madera que mamá quería ir forrando desde adentro con ladrillos. Las chapas del techo, bien altas, grises. El suelo, mi cama y el lado de la pieza donde ella se tiraba a dormir si el viejo andaba pesado. «No va a haber nadie de ese lado», pienso, y me tapo la cabeza con la almohada. Mamá me peinaba, mamá me cortaba el pelo.
–¿Vos querés que te llevemos a la rastra? No seas pendeja. Tendrías que tener vergüenza de hacer caprichos hoy.

Me paro de una, el pelo me tapa casi toda la musculosa, una cortina que llega a arañar la bombacha. Me agacho. Busco las zapatillas, el pantalón de ayer que andará tirado. Y guardo las lágrimas para mí y para que quede, sola, una furia que parece acalambrarme. Para ir al baño tengo que salir de la pieza. Pasar por donde la gente está revoloteando mi casa como moscas. Vecinos chusmas, que fuman y hablan pavadas. El Walter se habrá amotinado. A él no lo mueve nadie. Nunca más mamá y yo. Me pongo el pantalón, me acomodo la musculosa adentro. Prendo el botón, subo el cierre mientras le clavo los ojos a mi tía. A ver si por un rato me deja de joder. Si me paro, si salgo de la pieza y camino detrás de esas manos que llevan el cuerpo en la tela, es porque estoy harta. Porque quiero que se vayan de una vez. El Walter no quiere venir.

Verla en silencio caer en un agujero abierto en el cementerio, al fondo, donde están las tumbas de los pobres. Ni lápidas, ni bronce. Antes del cañaveral, una boca seca que se la traga. La tierra, abierta como un corte. Y yo tratando de frenarla, haciendo fuerza con mis brazos, con este cuerpo que no alcanza siquiera a cubrir el ancho del pozo. Mamá cae igual. Mi fuerza, poca, no cambia nada. La tierra la envuelve como los golpes del viejo y yo pegada al suelo, cerca como siempre de ese cuerpo que se me llevan como en un robo. Mientras, las voces rezan. ¿Para qué? Si al final, removida, solo está la tierra. Nunca más mamá y yo.

Entra. La tapan. Oreja en tierra, miro. Todavía puedo respirar. Pensé que no, que las costillas se me hundían arañándome los pulmones. Guardo en pesadillas el sonido de ese lugar, un desperdicio de dolor y pestilencia. Hasta el sol me confunde, me sangra en la piel caliente. Y los ojos, ardidos como si me hubiesen echado ácido, luchando por no llorar. Un amarillo basura, fiebre, o un gris, gris chapa, gris enfermo el dolor. Solo el dolor parece no morir nunca. Van a dejarte acá, mamá, todos, aunque no quiera. Aunque mis manos no los dejen, te vas a quedar.

Creo que puedo poco, solo tragar tierra de este lugar y que no sea más enemiga, la tierra desconocida de un cementerio que jamás pisamos, ni mamá ni yo. Ella se queda acá y yo me llevo algo de esta tierra en mí, para saber, a oscuras, mis sueños. Cierro los ojos para apoyar las manos sobre la tierra que acaba de taparte, mamá, y se me hace de noche. Cierro los puños, atrapo y la llevo a la boca. La fuerza de la tierra que te devora es oscura y tiene el gusto del tronco de un árbol. Me gusta, me muestra, me hace ver. ¿Amanece? No. Es el sol que me enciende los ojos y la piel. La tierra parece envenenarme.

Dicen:
–Levantate, Cometierra, levantate de una vez. Soltala, dejala ir.
Pero sigo con los ojos cerrados. Lucho contra el asco de seguir tragando tierra. No me alcanza, no me voy a ir sin ver, sin saber.
Alguien dice:
–¿Ni para el jonca hay?
Y me obliga a abrir los ojos.
Mamá, vas al agujero en una tela que es casi un trapo. ¿Quién va a hablarme ahora? Sin vos no soy nada, no quiero ser. ¿La tierra va a hablarme? Si ya me habló:
La sacudieron. Veo los golpes aunque no los sienta. La furia de los puños hundiéndose como pozos en la carne. Veo a papá, manos iguales a mis manos, brazos fuertes para el puño, que se enganchó en tu corazón y en tu carne como un anzuelo. Y algo, como un río, que empieza a irse. Morirte, mamá, y cortarte fresca de nosotros dos.
–Levantate, Cometierra, levantate de una vez. Soltala, dejala ir.

PRIMERA PARTE

El Walter fue bueno, no como la tía. Se sentaba en mi cama, escuchaba, hablaba poco. No se enojaba si yo a veces agarraba la almohada y dormía en el suelo, abajo de la cama, como si las maderas y el colchón fuesen el techo de una casa solo para mi cuerpo. Estaba ahí, horas conmigo. Esperaba. Yo escuchaba los ruidos de la casa, crecía.
A veces mi hermano me preguntaba por papá. «El viejo», decía él. Quería saber si había venido, si me lo había vuelto a cruzar.

–No sé nada de papá. ¿Le pregunto a la tierra?
–No –decía el Walter siempre–, te va a hacer mal.
Una tarde esperé a que la tía se fuera a comprar algo para comer y salí. Lo busqué al Walter en la pieza de al lado. Habían sacado la cama grande.
«Estoy sola –pensé–. ¿Y si el Walter y la tía no vuelven más?».
Fui a la cocina y abrí una lata de arvejas. Me dio pena tirarlas, así que vacié la lata arriba de la mesa. Un líquido baboso fue abriéndose desde el amontonamiento que quedó en el medio. Me dieron ganas de comer, pero no. Necesitaba la panza vacía. Fui a buscar un cuchillo y cuando abrí el cajón vi el destapador de mi viejo.

Para preguntarle a la tierra necesitaba algo de él, y mi tía y el Walter habían ido borrándolo de la casa y de mi vida. Ni la cama habían dejado. Agarré el destapador del cajón y me quedé mirándolo. Después, contenta como si tuviera un tesoro, me lo guardé en el bolsillo del short. Salí de la casa, descalza, los pelos sueltos, el destapador en un bolsillo, la lata vacía en una mano y el cuchillo en la otra. Me senté en el terreno, pasé la mano por la tierra, clavé el cuchillo y lo saqué. Me gustó. Volví a clavarlo, pero esta vez no lo saqué, traté de moverlo, de ir abriendo la tierra, de aflojarla de a poco.

La tierra es fuerte pero me dejó. Cuando empezó a abrirse, apoyé la mano y la cerré. Tierra adentro de mi puño. La puse encima del short. Mientras aflojaba la tierra con el cuchillo y la mano, la iba juntando ahí. Después saqué del bolsillo el destapador de mi viejo y lo metí en el agujero. Lo puse parado, en el medio, y de a puñados fui devolviendo la tierra hasta que quedó bien tapado. Me limpié las manos en el short y las piernas.

Sentada, mi pelo llegaba hasta el piso. Tenía el color de ese suelo en el que vivía. Hubiera querido que saliera aunque fuese algún bicho a estar conmigo, pero no pasó. Esperé igual, mirándome las manos, las piernas y el cuchillo. Después agarré todo, tierra y destapador, y pensé en la última vez que lo había visto a mi viejo destapando una birra. Pensar eso me dolió. Con bronca, metí todo junto en la lata.

Me paré y fui para adentro. Una parte del jugo de las arvejas se había escurrido al suelo. Corrí una silla y me senté. Tenía la lata en una mano y la otra con la palma abierta hacia arriba. Quise vaciar un poco de tierra en la mano abierta pero se me vino todo junto, tierra y destapador.

Una parte de la tierra se escapó al piso. Me llevé lo demás a la boca y comí con todas las ganas que tenía de ver a papá de nuevo. Me llenaba la lengua, cerraba la boca y trataba de tragar. Sentía que la tierra pasaba de ser una cosa en mi mano a ser algo vivo, tierra amiga en mí, y seguía comiendo. Cuando no hubo más, quedó el destapador. Le pasé la lengua hasta dejarlo limpio. Y cuando tuve la panza pesada de tierra, cerré los ojos.

–Papá está vivo –les dije al Walter y a la tía después, cuando los vi parados mirándome. Pensé que se iban a poner contentos, pero no. No hablaban. Parecía que se habían quedado congelados. Yo salí corriendo y lo abracé al Walter.
–¿Qué carajo hiciste, pendeja? –dijo mi tía agarrándome del brazo para separarme de mi hermano.
–Walter, papá está vivo –le repetí mientras ella me tiraba para atrás.
Mi hermano volvió a acercarse y me agarró de la mano. Me llevó al baño, me lavó las piernas con una esponja, dejó la canilla abierta. Mientras me limpiaba los brazos y las manos, el Walter me hizo prometerle que nunca más iba a comer tierra.

Cuando prometí, mi hermano me acarició la cabeza. No sabía si él estaba más alto o si era que yo así, con su mano encima, me volvía más chica.
–Ahora lavate los dientes –dijo y me dejó sola en el baño.
Yo me miré en el espejo y sonreí: tenía los dientes manchados de barro. Me acordé de papá fumando sus puchos, del olor y la oscuridad en su boca, y pensé que ellos querían olvidarlo y que por ahí era lo mejor. Volví a abrir la canilla, metí el cepillo abajo del agua, puse un poco de pasta, mojé todo y empecé a cepillarme.
Volví a la cocina y quise hacer el último intento:
–Tu hermano está vivo.
La tía se dio vuelta y me miró furiosa. Sacó del bolsillito del jean el atado de puchos.
–Sucia. Te veo tragando tierra otra vez y te quemo la lengua con el encendedor.

Me asusté tanto que por un tiempo ni pisarla quería, así que trataba de no salir en patas nunca. Si me daban ganas de comer tierra, me mandaba la comida bien caliente, así como la tía la sacaba del fuego. No esperaba. Me llenaba la boca y sentía la piel del paladar hacerse ampollas. La lengua ardiendo me obligaba a tragar un vaso de agua tras otro. Me llenaba la panza y las ganas de tierra se iban. Al día siguiente, apenas comía, apenas podía hablar.

En la escuela, con el tiempo, nos dejaron de joder. No hubo más tierra adentro de mi mochila ensuciándome los cuadernos acompañada de risas por lo bajo. Tampoco papeles de alfajores, esos que quería y no podía comprar, rellenos con tierra sobre mi banco. Solo algunas miradas cada tanto, y mucho silencio. Y todo, sin la tierra, anduvo perfecto. Hasta que la seño Ana no vino más.

Cara de liebre revierte el papel normalizado de la mujer como víctima. Justicia poética: Liliana Blum

sábado, octubre 24th, 2020

Cara de liebre (Seix Barral, 2020) es una novela de diversas capas que da cuenta de los estereotipos sociales, los raseros con los que se mide a una mujer, la intimidad, la inocencia perdida y la obsesión. Un honesto relato de lo que nos cosifica y de la cárcel que puede suponer el cuerpo.

Liliana Blum, una de las autoras más interesantes del panorama literario mexicano, aborda con sordidez y humor negro los problemas del acoso, las relaciones destructivas y la deshumanización implícita en la manera como observamos al otro y lo reducimos a sus defectos.

Por Mario Alberto Medrano

Ciudad de México, 24 de octubre (SinEmbargo).- La anécdota que se cuenta en Cara de liebre (Seix Barral, 2020) podría ser simple a primera vista: la venganza de una mujer motivada por los abusos sufridos a los largo de su vida. Sin embargo, en esta nueva novela, la escritora Liliana Blum se propone crear una obra de diversas capas.

Mediante dos personajes, Irlanda y Tamara, la autora da cuenta de los estereotipos sociales, los diferentes raseros con los que se mide a un hombre y a una mujer, la intimidad del cuerpo puertas adentro, el temor, la inocencia perdida y la obsesión.

Apodada “cara de liebre” debido a su labio leporino, Irlanda sufre bullying en la infancia; poco después, salida de esa primera etapa, decide estudiar letras, para después ser profesora de esa asignatura, por lo que se convierte en una puntual lectora, aspecto que la propia Blum (Durango, 1976) deja ver, con guiños a libros y autores, y quien cada noche va de cacería al bar La cebolla de cristal; por otra parte, Tamara, empleada en spa de masajes, donde ella fantasea con ser pintora, exhibir en alguna galería, abandonar ese destino cutáneo al que llegó sin saber cómo. Anhela casarse, pero su timidez y carácter le impiden lograr socializar. Entonces, un vaso comunicante entre ellas: Nick, cantante de una banda de rock, panzón, rubio, con unos ojos azules que enamoran.

LA PÉRDIDA DE LA INOCENCIA

“Con el tema de la venganza no estoy tan segura porque, aunque pareciera que es así, no es lo que mueve a Irlanda. Ella es una mujer, de una manera patológica, que quiere ser amada, estar con alguien. Después de todas estas experiencias de ser rechazada por su defecto físico, de ser criticada, pues las mujeres somos juzgadas con otro rasero cuando hablamos de ejercer la sexualidad libremente, después de enfrentar agresiones a lo largo de la vida, y en sus desesperación por no estar sola, comente un asesinato y más adelante, con el personaje de Nick, no es tanto un acto de venganza, sino que ella intenta aferrarse a él por la fuerza, pero no le funciona.

Entonces, la disyuntiva es qué haces cuando ya arribaste hasta donde ella llegó, realmente puedes dejar ir a alguien, digamos que son prácticas comunes, pero abominables, pero no creo que Irlanda se quería vengar, es algo más complejo lo que lo lleva a hacer las cosas que hace”, reconoce Liliana.

“Por otra parte, la pérdida de la inocencia sólo la ligamos con la parte sexual, pero es algo mucho más simple, pero más terrible: es cuando te das cuenta que el mundo es un lugar cruel y hostil, sobre todo con quien se sale de las normas tan estrictas que impone la sociedad, tanto para hombres como para mujeres, pero especialmente para ellas, que se les pide ser bellas, jóvenes, entonces creo que darte cuenta que el mundo es cruel y que la felicidad no es algo que podamos dar por hecho, y que muy pocas personas nos van a aceptar como somos, esa es la pérdida de la inocencia más difícil que hay, y de los más duro de aceptar”, afirma autora.

TAMARA E IRLANDA, ROSTROS DE BLUM

Al cuestionar a la autora sobre sus dos personajes, quienes son distintos a los que había pergeñado en otros textos, reconoce que sí intentó crear dos mujeres diversas, con otras honduras, con otras motivaciones y misterios.

“En esta novela me arriesgué a invertir los papeles, lo cual se vuelve algo desconcertante porque estamos bien acostumbrados a que las mujeres sean las víctimas, tanto en la vida real como en la literatura, es algo muy normalizado por lo mucho que sucede, además se culpa a la mujer asesinada, se le victimiza, y lo normalizamos.

Esta justicia poética, si lo vemos desde la metáfora, que hay en Cara de liebre se va volviendo en aquello de lo cual nos quejamos, es terrible, se vuelve la jungla, pero quería jugar con esta idea de qué sucedería si la mujer es la que comete el asesinato, y el hombre más patán del mundo, que va por la vida, con la seguridad de que las cosas salen a su modo, qué pasaría si de repente se encuentra atrapado en la telaraña”, afirma la autora.

Foto: Páginas de espuma

Reconoce que hay diferencia entre estos personajes y otros de su universo literario. “Creo que hay una gran diferencia entre los personajes, por ejemplo, de mi libro de cuentos Tristeza de los cítricos y estos, acaso no tanto con Tamara, quien ha sido violentado de manera psicológica, un poco por los maestros, por los padres, por Nick, sin duda, y ella termina, después de un largo proceso de aprendizaje, tomando la decisión correcta, la que nuestra amigas, madres, nos alentarían a tomar, ‘no te aferres a alguien que no te quiere, sigue con tu vida’”.

LO QUE OCULTAN LOS OJOS AZULES

Si por una parte, Tamara e Irlanda son dos personajes que proponen diferentes lecturas, el de Nick, el personaje masculino que une a ambas, es una caricatura, cuyo gran acierto genético es su color de ojos. Al respecto, Liliana reconoce que se debe a una mezcla de personas que conoce.

“Todos los personajes femeninos tienen mucho de mí, mis miedos, fobias, gustos, aunque las anécdotas son ficticias, pero en el caso de los personajes masculinos, inconscientemente, siempre están personas que he conocido a los largo de mi vida , a veces hago mezclas, la personalidad uno, el cuerpo de otro, y en el caso de Nick, sus ojos azules, que es su mayor poder, es algo que he visto mucho; hombres que son repulsivos como seres humanos y en lo físico también, pero tiene los ojos azules, y eso hace que el resto del mundo pase por alto todo lo demás por esa característica, este racismo metido en nuestra cultura favorece a ciertas personas”.

NOVELA DESCRIPTIVA: EL CUERPO Y LA ATMÓSFERA

Un rasgo continuo en Cara de liebre es la capacidad descriptiva que le impone su autora. Sobre todo, es el cuerpo el elemento central de estas minuciosas observaciones narrativas, las dimensiones corporales, el tono de piel, los rasgos en común o las deficiencias físicas.

”Aunque a veces nos guste pensar que no somos así, sí somos una sociedad superficial, y la primera cara por la que se nos juzga es el cuerpo, la famosa primera impresión, siempre juzgamos a las personas no sólo por cómo se arreglan, por la lotería genética que les tocó.

Mis personajes femeninos siempre se están enfrentado a las complicaciones de su físico, si las mujeres normales la tienen difícil, cuanto más una mujer como Irlanda, quien nació con un defecto congénito, a pesar de que tuvo cirugía, pero hay vestigios, y los niños y los adultos son crueles, por lo que en su historia permea el bullying. La autopercepción de las mujeres no está ligada a la realidad y es parte de lo que le pasa a Irlanda, y de alguna maner a Tamara, pero también es importante mencionar que hay una hostilidad que no es imaginaria de parte de sus alumnos, de los hombres que la consideran buena para una noche, pero no para una relación.

Esta deshumanización que sufren ciertamente las convierten en un seres heridos, y cuando estamos en esta situación de vulnerabilidad es cuando tocamos fondo, cuando sienten que hay nada que perder, es cuando es más fácil hacer las cosas más aberrantes, cuando estás abajo, todo lo que ocurra es ganancia, y esta condición es la que hace que este personaje se salga de los límites que se esperan de una mujer.

EL FEMINISMO, ¿NÚCLEO DE LA NOVELA?

Cara de liebre pasa del testimonial a la mirada desde la cámara, es decir, de la primera la tercera persona. Gracias a esta ambivalencia narrativa, la novela adquiere mayor textura en su forma. Entre estas dos voces se debaten temas de fondo, sociales, personales, como el feminismo.

Foto: Lisbeth Salas, El Tiempo

“Aunque a veces el resultado pueda ser ese, no es algo que planeé. Cuando me siento a escribir, lo hago como si nadie me fuera a leer, pues si me pongo a pensar en lo que van a decir o creer mi mamá, mis hermanos o amigos viene la autocensura, entonces quiero contar esta historia aunque sea terrible.

No tengo una agenda, no quiero demostrar nada, mis personajes se parece tanto a mí como a personajes que he visto cercanos, pues parte de los que escribimos se basa en una observación del mundo, y lo más terrible es que las cosas que veo son violentas, ser mujer en este país es un peligro, aunque no es mi propósito denunciar, sí está plasmado, siempre está ese elemento de violencia, abuso, de necesidad de ser aceptado, amado, todos esos subtemas debido a que es lo que está a mi alrededor”, afirma Blum.

LA IMPORTANCIA DE LEER MUJERES

Para Liliana Blum, autora de novelas Pandora y El monstruo pentápodo, así como de libros cuentos como Tristeza de los cítricos, Yo sé cuando expira la leche, The Curse of Eve and Other Stories, Vidas de catálogo, entre otros, es fundamental leer escritoras que le aporten una voz potente.

“Cuando escribo, trato de leer a autores a los que admiro, pues tengo esta superstición de que si leo autores que no considero de alta calidad, se me puede pegar su prosa y afecta lo que estoy escribiendo. Leo, por ejemplo, a Margaret Atwood, Joyce Carol Oates, Alice Munro, creadoras que admiro, para tener la mentalidad ahí, con ellas.

Ahorita no estoy leyendo nada en particular. Últimamente he descubierto un par de escritoras ecuatorianas muy interesantes, María Fernanda Ampuero, Pelea de gallos, acaso uno de los mejores libros que he leído en los últimos diez años, y Mónica Ojeda, y quien es muy distinta y admirable; Mariana Enriquez, escritoras que considero increíbles, y a quienes quiero leer más”, asegura.

Para culminar, Liliana Blum afirmó, “quisiera arriesgarme en un próximo libro en hacer algo no tan realista, pero la visión oscura del alma humana siempre va a estar ahí, pues lamentablemente es lo que yo veo, y no veo el mundo de color rosa”.


Mario Alberto Medrano González es narrador, poeta y periodista. Su poesía formó parte de la antología Después del viento, trece homenajes a Jesús Gardea, en el Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes, Chihuahua. Ganó el Concurso Literario sobre la salud y Cultura de la Prevención 2013, convocado por la Secretaría de Salud. Actualmente es jefe de corrección en el diario Excélsior, donde también es periodista cultural y crítico literario. Colabora en las revistas Este País y Periódico de Poesía de la UNAM. Es autor de libro Nebde (Ediciones del Lirio, 2019).

RESEÑA | Nadie nos vio partir: Tamara Trottner rememora su pasado y la ruptura de la inocencia

sábado, octubre 10th, 2020

¿Qué significa el secuestro para dos pequeños que apenas comienzan a entender el mundo? Inspirada en fragmentos de su vida, Tamara Trottner teje la memoria del pasado de una niña y el presente de una mujer que intenta descifrar un suceso que la marcó. Relata a detalle cómo se formaron los planes de un viaje que parecía ser interminable.

Por venganza en contra de su esposa, un hombre secuestra a sus hijos y huye con ellos a distintos países. Comienza así una guerra entre dos poderosas familias que ejercen su autoridad y su riqueza hasta las últimas consecuencias. Para una niña de cinco años es difícil comprender que su vida se vea sacudida por una tolvanera de amores y odios. En esta nueva existencia, ella tratará de entender que el amor incondicional está lleno de condiciones.

Por Katia Briseño

Ciudad de México, 10 de octubre (LangostaLiteraria).- ¿Qué entiende una niña cuando su padre la arranca de la normalidad? La niñez es un símbolo de inocencia y fragilidad. De la mano de un padre o madre todo es más acogedor, pero, ¿qué sucede cuando deciden luchar entre ellos? Esta es la historia de una pequeña que con muchas dudas y tristezas es abruptamente alejada de su realidad junto a su hermano mayor.

Despertar, vestirse, ir a la escuela. Aprender. Regresar a casa de la mano de mamá o papá para encontrar a la mascota querida. Visitar a los tíos, abuelos y de vez en cuando salir de vacaciones. Caminar en el parque, en la calle y saborear un dulce de leche. Contar la historia familiar nunca ha sido algo tan profundo como lo hace Tamara Trottner (Ciudad de México) que, entre líneas, explora temas como la ruptura y pérdida de la infancia.

Narrada desde los ojos de una niña, la autora recopila una serie de sucesos que cambiaron su vida para siempre. ¿Qué significa el secuestro para dos pequeños que apenas comienzan a entender el mundo? Un paseo, un viaje, un recuerdo interminable. Ella cuenta momento a momento, cómo se formaron los planes de este viaje que parecía ser interminable.

El amor, secuestro y la construcción de lazos familiares son tres aspectos importantes de esta novela. Inspirada en fragmentos de la vida de la creadora, leerla resulta viajar al árbol genealógico de la familia en el que los integrantes desean empezar de nuevo, llegar a un continente desconocido y hacer todo por prosperar. Al transcurso de las páginas se forma el dibujo de un legado judío con grandes sueños y esperanzas.

Valeria y Leo son jóvenes pertenecientes a dos de las familias ortodoxas más poderosas en la ciudad. Persuadidos por el deseo de sus padres de formar un lazo poderoso, los desposan. El matrimonio es el punto de partida de un pasaje romántico y desgarrador: Nadie nos vio partir. Ella, una madre que intenta escapar del universo impuesto por el destino y a su vez debe terminar la tesis, ser ama de casa, dedicarse a atender a sus hijos y a su esposo. Él, un hombre que entre la búsqueda de la felicidad y la estabilidad, tomará una decisión peligrosa: llevar a sus hijos a un viaje inesperado.

Leo es un hombre de negocios y amante del arte. Desea cumplir las obligaciones impuestas por su comunidad y aunque en el fondo su anhelo más grande es dedicarse a la pintura, atiende al mandato impuesto. Valeria es arriesgada, soñadora y decidida. Una joven estudiante que no abandona la oportunidad de ser feliz en medio de una encrucijada: enamorarse de otro hombre y dejar atrás su vida impuesta. La ambición, venganza y búsqueda de la felicidad de ambos provocará conflictos familiares, en los que la persecución estará presente en toda la novela.

Lo más distintivo de esta obra es, posiblemente, la destacada mirada de una niña que aún no entiende lo que sucede en su alrededor: el secuestro. El “viaje” nos lleva a conocer los rincones de una escuela en París, paisajes en África y la solidaridad en Israel. Es una radiografía de la ruptura de la inocencia de una niña que, ante sus ojos, cree fielmente en que todo está bien y nada malo sucede a pesar de lo que ve. La mirada de una niña que despierta, juega con sus muñecas y, de un día a otro, debe abandonar sus tesoros más preciados sin razón alguna.

La escritora teje la memoria del pasado de una niña y el presente de una mujer que intenta descifrar lo que motivó a sus padres, tíos y abuelos para determinar el futuro de sus vidas en cuestión de una llamada.

“Todo tenía que morir, hija. Desaparecer para poder empezar de nuevo. Era la única forma de quitarte la tristeza de extrañarlo cada día. Es mejor arrancar la curita de un golpe, aunque el dolor sea muy fuerte, se sentirá sólo una vez”.

La fiesta de cumpleaños con pastel de betún en la que nunca pudo abrir sus regalos, la tristeza de saber que su mascota más querida muere, la emoción del primer amor y la angustia de vivir un bombardeo en un kibutz, son algunos de los instantes más potentes de este libro.

¿Cómo se siente la ruptura de los padres? Trottner recupera la novela que comenzó a escribir a los 17 años y tal vez la llevó a descubrir muchos secretos de su vida. El título es una promesa de la autora que se concreta: dos niños salen de una fiesta de cumpleaños tan repentinamente de sus vidas que nadie los vio partir.

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ADELANTO | Claudina Domingo dibuja personajes grotescos y mundos oníricos en La noche en el espejo

sábado, octubre 3rd, 2020

«Cada quien tiene sus penurias, y la mía es tener que huir siempre de algo», afirma la protagonista de esta novela, una mujer en busca de una paz imposible, jaloneada por encuentros que la sumergen en realidades que parecen sueños.

Te compartimos un fragmento de La noche en el espejo, de la poeta y narradora Claudina Domingo, ganadora del Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer 2012 y del Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2016.

Ciudad de México, 1 de octubre (SinEmbargo).- «Cada quien tiene sus penurias, y la mía es tener que huir siempre de algo», afirma la protagonista de esta novela, una mujer en busca de una paz imposible jaloneada por encuentros que la sumergen en realidades cavernosas que parecen sueños. Vemos desfilar frente a ella personajes asombrosos, grotescos o simplemente sin esperanza.

Casi siempre se trata de encuentros fugaces, que tienen la peculiar naturaleza mágica de los encuentros sin una segunda oportunidad. La protagonista no rehúye ninguno, porque cada uno puede ser el que pondrá fin a su huida, y esa plena disponibilidad, de tan acendrada, la torna casi incorpórea.

A continuación, SinEmbargo comparte, en exclusiva para sus lectores, un fragmento de La noche en el espejo, de la poeta y narradora Claudina Domingo, nombrada “escritora emergente del año” por la revista La Tempestad en 2011, y ganadora del Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2012 y del Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2016. Cortesía otorgada bajo el permiso de Sexto Piso.

***

1. LA EXPOSICIÓN

El cielo se ve desde el fondo de la estación. Su azul cobalto tiene profundas inclusiones grises. Subo los escalones de dos en dos con la carpeta de acuarelas en la mano. Hay un mechón amarillo brillante arrumbado junto a las nubes: quizá no sea tan tarde. La taquicardia hace una pausa, pero la cantidad de gente y autos, lo pesado que se mueve el metrobús me hacen pensar que son por lo menos las 6:30. Al fin se pone el rojo en el semáforo. Cruzo la avenida. La forma más rápida de atravesar el parque hacia el sur es en diagonal. Así llegaré pronto a mi casa por los marcos, colocaré las acuarelas y saldré corriendo a la galería cortando, de nuevo por el césped, en dirección al este.

Las nubes abren sus cortinas a un cielo azul zafiro. El parque bulle de personas que descansan o se divierten. Por un lado juegan futbol y bajo un grupo de árboles las parejas descansan. No les preocupa la inminencia de la lluvia. La velocidad con la que las nubes se separan es amenazante. Unas viajan hacia el sur mientras otra, casi negra, se aproxima desde el oeste. Las manos me sudan. Ni para qué mirar el reloj. Las zapatillas me van a hacer ampollas. Ya me imagino la escena que haré a la entrada de la galería: en la puerta, respirando con dificultad, con el pelo apelmazado en la frente por el sudor.

Las personas me mirarán con reproche mientras cuelgo los cuadros en los sitios vacíos en la pared y me disculpo por interrumpir el discurso de inauguración. Siento una punzada de rabia en el estómago. Nunca voy a llegar a este ritmo. Desanudo las correas de los zapatos. Al menos en el pasto avanzaré más rápido descalza. Ya se ve el seto de helechos al final del parque. Una enredadera con flores amarillas trepa por un fresno alto. Un trueno se desbarata en el aire. Si quiero llegar a casa con las acuarelas secas debo correr.

Al bajar las escaleras el aroma de la enredadera se acrecienta. Corto una flor amarilla (me recuerda a una campana) pero cuando voy a prendérmela en el pelo recuerdo la prisa que llevo. Sólo faltan dos cuadras y dar la vuelta a la derecha. Mi casa me estará presintiendo: prepara la alineación de sus tabiques, perfila el color oscuro de su puerta y lo oblicuo de su cristal en ella; pule el verde de los cinco escalones cubiertos de pasto artificial. Detrás de la puerta está la mesa desarreglada donde seguro quedará un traste del desayuno, lápices, la computadora, un sombrero o un suéter. Tras la mesa, el gastado sofá frente a la tele. Entraré con el pulso a toda carrera. La puerta se azotará tras de mí y el fólder caerá sobre la mesa. La bolsita del hombro planeará sobre alguna silla y caerá en algún lugar de la sala mientras me desabrocho el pantalón y me bajo los calzones aún antes de entrar al baño. Las piernas me duelen conforme doy zancadas. Doblo en la segunda cuadra a la derecha. Las casas, iguales a las anteriores, están cubiertas de troncos y sus techos, de tejas rojas.

Los muslos me tiemblan. Aflojo la marcha. A derecha e izquierda, la sucesión de tejas rojas en los techos no sólo llega al final de la cuadra sino que se prolonga a la siguiente. ¿Cómo pude equivocarme de escalera? A lo lejos, ninguna de las cuadras muestra los tejados grises de dos aguas que tienen casas como la mía. Sigo una cuarta cuadra y doy vuelta a la izquierda para corregir hacia el este mi error. Pinos altos y gruesos alargan sus ramas hacia el árbol vecino, creando una sensación boscosa en el andador. El camino hacia el oeste tiene el verde claro de los pinos recién sembrados. Mi casa debe estar en la dirección opuesta, donde el cielo no es perturbado por la atmósfera boscosa y apenas se divisan las copas de unos árboles jóvenes. Camino hacia allí con paso rápido.

Dos personas caminan por el pasillo de la galería. Su puerta principal da a un muro de granito y por el pasillo veo a la gente que rodea el edificio. Ahí viene el pintor con el que expondría. La gente se echa a sus brazos felicitándolo. Tengo una gran facilidad para echarme a perder la vida… Una mano rapaz se prende de mi antebrazo. Es la directora de la galería.

—Si vas a engañar a tu novio, por lo menos no destruyas tu incipiente carrera artística en el proceso. Antes de que pueda responder, la mujer da media vuelta y se marcha.
—Mi amor —una voz grave y una manaza me hacen voltear—, vamos a tomar un café con Arreola y su novia.

Mi mirada se deshace frente al sujeto: un hombre como una montaña (al menos, tan alto que su cabeza cubre la luz de una lámpara en el techo) mueve con gran trabajo los labios: el inferior, tan grueso como una rebanada de pan, blanquecino y húmedo, pugna contra unos largos dientes superiores. En contraste con la boca casi feroz, los ojos (bastante separados y con las comisuras externas caídas) reflejan una mansedumbre casi vacuna. La poderosa nariz con crestas y gibas busca dar un retrato heroico al rostro, pero no sólo ojos y boca lo impiden, sino que la frente, abultada y verdeante de venas saltonas, hace de la cara una canasta de verdulería.

Su bocaza se abre encima de mi cara, dejándome inmersa en su aliento de golosinas. Me toma la mano y, bamboleando las caderas, se abre paso entre la multitud.
El pintor y su novia están sentados bajo la copa frondosa de un árbol iluminado.

—Gabriel, Gaby —el pintor se sube a la mesa, sonriente y con los ojos chispeantes—, cuéntale de la broma que hice a la galerista.
—Ay, Arreola, ni fue tan graciosa —dice Gabriel, haciendo salir con esfuerzo las palabras por la boca que de perfil es idéntica al hocico de un pez abisal—. ¡Mesero! ¡Mesero! ¿Dónde están estos imbéciles cuando se les necesita?

Sentada a la mesa, bajo las lamparitas de colores, con las acuarelas sobre las piernas, siento por fin el cansancio de las piernas. La frustración me teje espinas en las rodillas. Tengo ganas de aovillarme y llorar. Qué día tan frustrante. Hubiera sido mejor dirigirme a la galería desde un principio. Allí tendrían marcos para las acuarelas y, aunque hubiera sido bochornoso, al menos habría expuesto… ¿Por qué me cuesta tanto tomar decisiones de sentido común?

—Lo siento —digo, con voz tembleque—. Salí del metro tarde y las acuarelas… creí que si cortaba por el parque en vez de tomar el metrobús, llegaría a mi casa, podría enmarcarlas y luego correr a la galería. Lo siento de veras. Deben estar enojados y decepcionados… tienen razón.
Tengo tres pares de ojos desconcertados frente a mí.
—¿De qué habla? —le pregunta en voz muy baja la rubia al pintor, acercando su rostro perfecto al oído de éste sin dejar de mirarme.
—Las acuarelas que no pude montar en la exposición… —explico, más seria y recompuesta—. Sé que fue un terrible error. ¿Creen que haya manera de que las monte en otro lado?
El gordo toma con delicadeza mi mano derecha, se la acerca al rostro y deja un beso inesperadamente terso.
—No te pongas así, no, no, no, nena. Ni valía la pena estar ahí. Estaba llenísimo y el vino era horripilante. Tus acuarelas están bien, están seguras allí.
—Son óleos —lo interrumpe el pintor, con tono enérgico.
—Ah, sí, óleos, óleos. Soy un ignorante.
—Un ignorante y medio —dicen al unísono el pintor y su novia.
—No, son acuarelas —digo, enfática— y están aquí. —Saco de abajo de la mesa el cartapacio y lo acomodo sobre ella.
—¿Y sus óleos de la galería, Arreola? —la rubia vuelve a acercar su rostro al pintor—. Yo nunca entiendo nada, debe ser porque soy estúpida. —La rubia recarga la frente sobre la mesa y comienza a sollozar.
—Por favor, no llores —le digo abochornada—. Yo tampoco entiendo y no soy estúpida. —La rubia me mira con un gesto bastante estúpido—. Yo tampoco entiendo: ¿hay óleos míos en la galería, colgados? Porque yo pensé… por eso iba a casa… que iba a exponer estas acuarelas.
—¿Pero cómo se te ocurre? —el pintor me echa encima su rostro encendido—, ¡unas acuarelas entre óleos! ¡No puedes hacer eso! Qué insolencia. Allí están tus óleos, desde ayer.
—Antier —lo corrige la rubia.
—Es lo mismo —dice el pintor—. Ahí están y nada tienen que hacer ahí unas acuarelas —Arreola baja la vista hacia la carpeta—. ¿De qué son?

Las manos me sudan. Los nervios, el carácter tan fuerte del pintor, las lucecillas del árbol… Todo me confunde y no alcanzo a recordar de qué son las acuarelas. Debo tener las mejillas rojas. Volteo a mirar al Gordo, pero está distraído, buscando con la vista a un mesero.

Separo las hojas de la carpeta. Bajo la luz diamantina de los foquitos se abren párpados azules y verdosos, comisuras violetas, destellos amarillos y anaranjados a la deriva sobre un estanque que flota sobre sí mismo: suspendido del reflejo vertical de las copas alargadas, concentrado en el azul profundo del agua que baila en su quietud. El pintor se lleva una mano a la cara y endereza la espalda. Hago a un lado la cartulina.

En la siguiente, un incendio de amarillos, naranjas, mandarinas y rojos abre sus pétalos. Una ola profusa de recuerdos vagamente vegetales es atravesada, en su techo, por insinuaciones celestes; en el suelo hay una cicatriz amarilla. Verdes y violetas confieren una profundidad engañosa al cuadro: ¿se trata apenas de un estrecho pasaje de jardín o del sendero de un bosque? Fijar la vista al centro tampoco sirve de mucho: como en la cartulina anterior, la viveza arrebolada del cuadro navega por los ojos.

La siguiente composición es un poco más clara: un puente a la derecha, unos árboles de copas inclinadas al centro para remarcar, en el rincón izquierdo superior, un trozo de cielo lechoso bajo el que se abre un camino en rojos encarnados de flores difusas. El espejismo de ver con ojos miopes colores casi vivos. Otro estanque con jardín y puente. Una playa al final de un camino seco que se transforma en arena. Veleros bajo cielos recargados de livianas nubes blancas. Amarillos, carmines, verdes y ocres que lo mismo son espesuras de bosques que ramos de flores.

En el último de los cuadros, un ojo enfermo vierte su crepúsculo sobre aguas indefinidas, vítreas, donde el horizonte se escabulle y una balsita flota en las sombras.

—Esto se parece —dice la rubia, pensativa— a algo que existe pero no es, ¿cómo se le llama a eso, Arreola? No es una idea, sino una, una…
—¡Se llama arte! —exclama el pintor, golpeando la mesa y mirando hacia la copa iluminada del árbol—. Hoy hemos presenciado el nacimiento de una forma de expresión —luego
su mirada barre el último de los cuadros con tristeza—: Ojalá yo pudiera pintar algo así. Gabriel: hay que organizarle una exposición para ella sola, en el Museo de la Ciudad, con tus amigos…
El Gordo aterriza, suspirando, de una región tan abigarrada y difusa como la de los cuadros.
—Claro, claro. Será un acontecimiento. Propongo que se llame: «Samarcanda Belmontes: la artista de los pinceles difusos».
La rubia arruga la boca.
—Ay, Gaby —dice el pintor llevándose una mano a la frente—, qué bueno que no te dedicas a nada artístico. No, no, no. Se llamará: «Samarcanda Belmontes: inventora del color».

Esperamos en la avenida a que pase un taxi. ¿Dónde comprarían los foquitos de cristal para el árbol del café? Con tantas cosas ocurriendo al mismo tiempo olvidé preguntarle al mesero. Se verían tan bien en el ficus que hay a la entrada de mi casa. «Samarcanda Belmontes: inventora del color». ¿Serán caros? Si están al aire libre y en tal cantidad, deben ser baratos, pero no tenían cableado; si son digitales son caros. No los había visto en ninguna tienda ni en otro sitio; quizá son importados. «Samarcanda Belmontes…». Bajo el árbol brillante y en la boca del pintor, mi nombre adquirió un halo de paisaje, pétreo e imponente.

Otro día tengo que regresar y preguntarles dónde compraron los foquitos. El pintor abre la puerta del auto gris que se detiene junto a la acera. El Gordo sube su tonelaje en el asiento del copiloto y yo, al último, cierro la puerta derecha trasera. La rubia tiene los ojos enrojecidos. Ahora que me recuesto en el asiento, me siento tan débil que me mareo. ¿Cómo puede extraviarse una persona tan cerca de su casa? No pude estar muy lejos de mi vecindario.

—¿Por qué no te gusta Suiza, Arreola? —dice la rubia mientras las lágrimas escurren hasta su barbilla.
El pintor cruza los brazos y saca la lengua.
—¿También Suiza es una rubia tonta? ¡¿Una gran rubia tonta que sólo saber hacer relojes?! —La rubia agita las manos frente a ella y echa la cabeza encima de sus rodillas, mientras llora con tanta rabia que parece que ríe.
El pintor alza una mano y la deja caer con fuerza sobre su cabeza.
—¡Ey! ¿Qué te pasa? —Intento proteger a la rubia con mis brazos, pero ella se libera de mi abrazo con fuerza.
—¡Tú no te metas! ¿Crees que tienes derecho por no ser una rubia tonta? ¡Quiero que vayamos a Suiza en Navidad!
—¡Pero yo quiero pasar el Año Nuevo aquí! —Arreola aprieta el rostro como si exprimiera un limón.
—¡No hay nada más bello que Suiza en Navidad! ¿Miento, Gaby?

El cansancio de la tarde me va subiendo por las pantorrillas mientras la disputa entre el pintor y su novia hace temblar el auto. Ella llora cada vez más fuerte. El pintor hace gestos con la cara enrojecida y se jala los cabellos. No puedo contener una carcajada, que sale llena de saliva y aire en mi intento por reprimirla. Pasan unos segundos antes de que ellos volteen a mirarme:

—Pero pueden pasar en Suiza la Navidad y el Año Nuevo aquí. Sólo tienen que comprar con tiempo los boletos de avión… —El dolor de estómago que me provoca la risa me impide explicar más.

Escurro la espalda por la puerta detrás de mí hasta que mis nalgas tocan el suelo. El fólder con las acuarelas resbala entre mis dedos. Estoy tan agotada. ¿Cómo pude confundir mi casa? ¿Cómo hace uno para recordar una casa que no es la propia con tanta nitidez: el techo de dos aguas, el pasto falso sobre los escalones? Paso saliva con fuerza. El muro de enfrente se encuentra a seis metros de la puerta de entrada. Un cuadro de dos metros por uno y medio representa un puente negro, trazado contra una tarde de invierno: un cielo lechoso con destellos mostaza.

A un lado del cuadro hay una escultura de un banco; es decir, un banco, de dos metros de alto. Más a la izquierda, en una esquina y junto a un ventanal que ocupa todo el muro, una silla cuyo respaldo llega al techo. El escultor estará marcando tendencia. Aunque de proporciones más humanas, todo lo demás es grande: los caballetes donde están los óleos en proceso: puentes negros, puentes negros desde un ángulo más amplio, una viga del puente negro, los cables del puente.

Me pongo de pie y levanto el fólder con las acuarelas. No hay comparación entre esa monótona repetición de trazos negros y las acuarelas fantasmagóricas y coloridas que iba a exponer. Hacia el norte, el departamento se estrecha. A la derecha hay dos puertas. Unas luces me deslumbran en vertical: el cielo rraso es de vidrio y por encima de él un helicóptero moscardea la ciudad. Al menos en la habitación sí hay un techo, porque de otra forma, el insomnio se cebaría sobre mí. «Samarcanda Belmontes: inventora del color».

Las acuarelas caen sobre el colchón. Entro al baño. Me bajo el pantalón y me siento sobre la porcelana fría a orinar. No puedo. He sentido ganas desde que atravesé el parque y ahora me resulta imposible. Me subo el pantalón. Me miro en el espejo del baño. «Samarcanda Belmontes». El nombre se alza como una bóveda a través de mi timbre un tanto grave y nasal.

RESEÑA | Las Cien alas de María Julia Hidalgo: obsesiones, sueños y recuerdos de la autora en un libro

sábado, octubre 3rd, 2020

Este libro multifacético compuesto por reseñas, crónicas, relatos y ensayos, es ante todo una declaración de amor por la vida, el periodismo, la literatura y el lenguaje en el que están presentes la mirada y la identidad de la autora.

Al mismo tiempo es testimonio fiel de una realidad con frecuencia absurda; una denuncia, un grito, un manifiesto y un cuestionamiento de la cotidianidad del mundo circundante; pero también es una invitación a la solidaridad y la empatía entre unos y otros.

Por Ernestina Yépiz

Ciudad de México, 3 de octubre (SinEmbargo).- Cien alas es un libro escrito con la pasión y la curiosidad —la mirada adolescente— que la autora despliega sobre todo lo que ve y la seduce. El contenido de las poco más de doscientas treinta páginas que conforman este volumen da cuenta de la sensibilidad e intuición de una escritora periodista que apuesta por volver invisible —abatir— la a veces delgada línea que suele separar literatura y periodismo. Ella transita y tiende puentes —vasos comunicantes— entre un territorio y otro.

Cien alas (editorial Intidrinero, 2020) es también un libro en que los diferentes textos que lo integran se abrazan los unos a los otros y pasan de una página a la siguiente como si danzaran sobre el papel. Después de todo, María Julia Hidalgo López —la autora— es una maestra en el arte del bailar y tal vez se deba a eso la armónica y magistral puntuación que nos ofrece en cada uno de los retratos —hablados, por supuesto—, las reseñas, las crónicas, los relatos y los ensayos aquí reunidos.

Cien alas es asimismo un libro variado y multifacético en el que están presentes las obsesiones, los sueños, la mirada, la memoria y la identidad de la autora; quien bajo ningún argumento está dispuesta a mantenerse al margen o indiferente a las exigencias de un mundo vulnerable en exceso y en constante transformación: tanto que parece escapársenos de las manos y toda escritura no es más que una forma de aprehenderlo, de no dejar que se escape. Al menos no por completo.

Cien alas es ante todo un libro que merece ser leído como una declaración de amor por la vida —la propia y la de los otros—; la amistad, el periodismo, la literatura, el lenguaje, las palabras; y al mismo tiempo como testimonio fiel de una realidad que con frecuencia —más de la que nos gustaría— nos resulta absurda y asfixiante en extremo.

Es decir, Cien alas es un testimonio, una denuncia, un grito, un manifiesto, un cuestionamiento y un poner en entredicho la cotidianidad del mundo circundante; pero al mismo tiempo es —claro está— una invitación a la solidaridad, la amistad y la empatía entre unos y otros. El libro, aunque es uno solo, está dividido en varios apartados: personajes, reseñas, crónicas, relatos y ensayos.

En las primeras cuarenta páginas, encontramos los retratos —trazados casi a lápiz: hechos de palabras— de diferentes personajes que forman parte del álbum familiar y emocional de quien los escribe. En lo personal disfruté mucho el que alude a la figura materna y a esos días en que todo parecía tan simple y la felicidad podía amasarse entre las manos o al menos rozarse con la punta de los dedos. Un acto de confesión, en donde la madre es ese dios que contra viento y marea nos protege y reconforta tan amorosamente que todo peso se evapora y el acto de vivir se vuelve más ligero y por lo tanto, absoluto.

Además de la figura materna, describe también a seres humanos que le resultan empáticos y entrañables; entre ellos están dos hombres que por largo tiempo la han acompañado en su quehacer periodístico y literario: Óscar Manuel Quezada y Felipe Garrido. Ambos, trazo a trazo, son delineados en estas páginas.

Pero no quiero dejar de mencionar que aquí encontramos también a Nelson Mandela, Carlos Monsiváis, Gabriel García Márquez, entre algunos otros. El bloque cierra con un retrato de nuestro siempre querido y entrañable Javier Valdez (periodista asesinado en una calle de Culiacán, Sinaloa, el 15 de mayo de 2017).

En las páginas siguientes, la autora nos ofrece una serie de reseñas, en las que nos damos cuenta que una pregunta es casi siempre un pretexto para iniciar una conversación con obras y autores por los que supongo ella siente especial predilección. La lista es larga por lo que citaré solo algunos títulos y nombres: Kafka y la muñeca viajera, de Jordi Sierra; Ciudades desiertas, de José Agustín; Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, de David Foster Wallace, en donde nos invita a embarcarnos en el mismo crucero en que el autor se embarcó para escribir su crónica.

Destaca también Rayuela, de Julio Cortázar; La historia interminable, de Michael Ende; Los enamoramientos, de Javier Marías; El desorden de tu nombre, de Juan José Millás; Nadie me verá llorar, de Cristina Rivera Garza, Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño; y claro no podían faltar Los diarios, de Anaïs Nin. Entre tantas otras obras y autores a los que nos llevan las Cien alas de María Julia Hidalgo.

Si continuamos avanzando en la lectura vamos a encontrar la sección de relatos, en los que casi todos tienen como escenario la seductora y generosa, pero también a veces cruel e insensible Ciudad de México, en la que pueden suscitarse las situaciones más absurdas y contradictoriamente cotidianas; son estas las que atraen precisamente la mirada de nuestra cronista: una boda sin novios, hijos que no quieren a la madre, madres que renuncian a los hijos, esposas que abandonan a sus maridos y viceversa; entre otras muchas temáticas que tienen que ver con los deseos y las pasiones de hombres y mujeres en constante búsqueda de sí mismos y jamás satisfechos.

Nos toparemos con un breve apartado conformado por cuatro crónicas de acontecimientos que han marcado la vida de la autora y de la ciudad en la que habita, que nos hacen recordar nuestra vulnerabilidad y condición de efímeras criaturas.

Ya en la parte de textos ensayísticos, que se distinguen por un tono no exento de cierto desasosiego e ironía, en los que lo cotidiano se nos muestra como absurdo y no tenemos más opción que estar de acuerdo con la autora, quien lo único que hace es quitar los velos —a veces invisibles— con los que se maquilla esa realidad que no siempre queremos o podemos ver; y que casi sin darnos cuenta, habitamos.

A los jóvenes les gusta una abuelita que no los regaña. Por eso me cuentan historias: Poniatowska

martes, septiembre 8th, 2020

En una charla virtual del Hay Festival, la escritora y periodista mexicana Elena Poniatowska, premio Cervantes del 2013, aseguró que a los jóvenes les inspira confianza una abuela de pelo blanco y por eso les cuentan historias cuando va por la calle.

Además, aseguró que su edad no la detiene: “Sigo escribiendo y haciendo periodismo y espero hacerlo por 20 años más, a pesar de que ya tengo 88”, confesó.

Querétaro, México, 8 de septiembre (EFE).- La escritora mexicana Elena Poniatowska, premio Cervantes del 2013, aseguró este lunes que a los jóvenes les inspira confianza una abuela de pelo blanco y por eso les cuentan historias cuando va por la calle.

“Soy una recepcionista de historias, de tristezas y alegrías. Tengo 10 nietos y mucha relación con los jóvenes. A ellos les gusta una abuelita de pelo blanco que no los regaña y no lo sabe todo como los padres que dicen ‘dale por aquí y por allá’. Se oye cursi, pero así es”, dijo la novelista en el Hay Festival de Querétaro.

Poniatowska, ganadora del premio Alfaguara con su novela Piel del cielo, se definió a sí misma como una periodista y explicó que, aunque la vinculan con La noche de Tlatelolco, acerca de la matanza del 2 de octubre de 1968, está activa y no piensa retirarse.

“Sigo escribiendo y haciendo periodismo y espero hacerlo por 20 años más, a pesar de que ya tengo 88”, confesó.

La intervención en el Hay Festival de la autora mexicana, que también ganó los premios Biblioteca Breve y Rómulo Gallegos, entre otros muchos, transcurrió de manera diferida y sirvió para cerrar la fiesta de la cultura de Querétaro, centro de México, transmitida de manera virtual por la pandemia.

“Los mexicanos tenemos afán libertario, entonces se ve en las calles a mucha gente con tapabocas, pero también a muchos otros que van libremente, no guardan la sana distancian, se abrazan y se besan; así que no hay la gran obediencia que hubo en Europa porque tampoco hay un enorme miedo a la muerte”, explicó .

Al referirse a la cultura en México en los últimos meses, marcados por el coronavirus, la novelista recordó que los creadores suelen ser solitarios y no les ha pegado el aislamiento.

“Los escritores y los pintores, están acostumbrados al encierro. son gente que trabaja en su casa y saben de la soledad, la conocen y la ansían. Los pintores tienen sus caballetes, y sus grabados los hacen en casa. No sé si extrañen salir”, comentó.

Elena, nacida en París, pero residente en México desde sus 10 años, habló de las maravillas arqueológicas del país y confió en que después de la pandemia, los turistas extranjeros visiten otra vez los sitios de interés cultural e histórico.

“Así como en Egipto, nosotros tenemos a Teotihuacan, que son las pirámides. Tenemos maravillas en Yucatán y un acervo extraordinario que visitaban los turistas y esperamos lo vuelvan a visitar porque es una fuente de ingresos”, aseveró.

Simpatizante del presidente Andrés Manuel López Obrador, la intelectual vio con buenos ojos la criticada reducción del presupuesto a la cultura por parte del Gobierno porque, según dijo, ese dinero está sirviendo para ayudar a las comunidades indígenas.

“El racismo en México es extraño; somos racistas en contra de nosotros mismos. Van a decir, qué tiene que hablar de eso esta Poniatowska con ese apellido polaco, pues yo tengo que ver porque mi mamá es mexicana, se apellida Amor. Hay apellidos así, medio anarquistas, por ejemplo, Paz, de Octavio Paz, y Odio, como Eunice Odio, una poeta que murió en su tina”, señaló.

Poniatowska mostró asombro por la obsesión de los mexicanos por comprar automóviles, incluso antes de tener un techo y lamentó que como consecuencia la contaminación sea elevada, sobre todo en la capital.

“Apenas tienen dinero compran un automóvil. Ese culto a conducir es terrible y provoca en nuestra ciudad el horror de la comunicación”, señaló.

Elena le puso humor a la conversación y aseguró que si tuviera la oportunidad, lo primero que desearía sería un burro porque cuando llegó a México los contaba al verlos en la calle.

“Yo no sé si nos lo estamos comiendo en mole verde o qué pasa. Ya no veo ni un burro”, concluyó.

La intervención de Poniatowska fue la última del Hay Festival que reunió a figuras mundiales como la expresidenta chilena Michelle Bachelet y los Premios Nobel, Malala Yousafzai, de la Paz, y los de literatura, Mario Vargas Llosa, Kazuo Ishiguro y Olga Tokarczuk, entre otras personalidades.

No hay peor violencia que la cotidiana. Por eso Mínimas despedidas trastoca al lector: Lorea Canales

sábado, agosto 22nd, 2020

Con un sórdido sentido del humor, situaciones límite y trastocando tabúes sociales, la autora mexicana Lorea Canales compila 13 relatos cuyas protagonistas son, en su mayoría, mujeres contrastantes que navegan los mares de la ansiedad, el hartazgo y la incomprensión. Personajes en apariencia tranquilos, pero que internamente están a punto de estallar.

Para Puntos y Comas, te presentamos una charla con esta novelista, periodista y abogada de gran trayectoria, quien asegura que los cuentos que presenta “son en cierta forma secretos, pues el lector sentirá que ha descubierto algo nuevo”.

Ciudad de México, 22 de agosto (SinEmbargo).- Con un sórdido sentido del humor, situaciones límite y trastocando tabúes sociales, la escritora mexicana Lorea Canales compila en Mínimas Despedidas (Dharma Books, 2019) trece relatos de amplia gama de tópicos, pero con la línea común de personajes que en apariencia permanecen tranquilos aunque internamente están a punto de explotar.

“Más que situaciones límite hay en este libro violencias constantes y comunes. Y justo eso es lo que termina por trastocar al lector: no hay peor violencia que aquella que es normalizada”, opina la autora cuyos personajes son en su mayoría mujeres que narran en primera persona. Mujeres contrastantes que navegan los mares de la ansiedad, el hartazgo y la incomprensión.

Sobre este punto, Lorea agrega que “a las mujeres todavía no se nos da permiso en la vida pública, ni privada, de ser plenamente humanas con toda la complejidad que eso supone […] Crecí en un lugar donde los roles de las mujeres eran muy limitados, aunque eso empieza a cambiar… creo, espero”.

Pero no sólo las injustas vicisitudes del género inundan estas páginas, también otro eje importante es el de las clases sociales, e incluso la “mentalidad regia” en contraposición con la capitalina, algo que la propia autora vivió al crecer entre dos urbes: la Ciudad de México y Monterrey.

“Escuchaba cómo ambas se despreciaban, pero sobre todo se ignoraban y se desconocían. Los regios ven hacía el norte, los de la capital hacía ellos mismos […] La diversidad nos enriquece. Creo que en la medida en que salgas de tu entorno social todo se vuelve más interesante”.

Es primordial señalar la labor de Dharma Books en la publicación de esta antología. Lorea se considera afortunada al tener un lugar en esta editorial: “La mayoría de las editoriales publican un 80% hombres contra un 20% mujeres, pero Dharma busca tener paridad de género, y se dieron a la tarea de buscar escritoras para lograr esto”.

Para Puntos y Comas, te presentamos una breve charla con esta novelista de gran trayectoria, quien asegura que los cuentos que presenta son en cierta forma secretos, pues el lector sentirá que ha descubierto algo nuevo.

Trece relatos que plasman diversas escenas y situaciones de la vida en Monterrey, sobre todo, dentro de un círculo social acomodado. Donde la o el protagonista, se rebela contra esos estatutos sociales que le han sido asignados. 

Con un tono casual, íntimo y honesto, estos cuentos develan una realidad que pareciera difícil de romperse, pero que en algún momento comienza a fragmentarse, evidenciando la falta de libertad, y la atmósfera sofocante, que se vive en sociedades cerradas y conservadoras.

En “Fénix”, por ejemplo, dibuja las pinceladas de Joy Laville, mientras describe una escena incestuosa; en “Carmen Redux” una familia se ve afectada por la violencia del crimen organizado; y con “Las piernas de mamá” se presenta una alegoría con tintes de surrealismo. Entre el humor y el rigor, sus personajes reclaman ser escuchados, haciendo visible lo que a primeras luces se difumina.

***

—A lo largo de tus cuentos vemos personajes femeninos contrastantes; desde amas de casa abnegadas y “de buena familia”, hasta mujeres que rompen estándares como en los relatos “Fénix” y “Huizache”. ¿Por qué estos polos opuestos? ¿Hay algo de autobiográfico o te inspiraste en mujeres de tu entorno más próximo?

—En toda escritura hay elementos autobiográficos en el sentido que solo podemos escribir sobre lo que conocemos o imaginamos. Se crea a partir de uno mismo, ya sea escritura o cerámica. Pero estos cuentos salen de experiencias imaginadas, nada ha sucedido en realidad, ni son tomados de personas que existan en carne y hueso.

Me alegra que hayas notado una gama amplia en los personajes femeninos, a las mujeres todavía no se nos “da permiso” en la vida pública, ni privada, de ser plenamente humanas con toda la complejidad que eso supone.

—Divorcio, padres ausentes, aborto, infertilidad, masculinidad tóxica, depresión y hasta un homicidio-suicidio. Tus cuentos abarcan un abanico de temas “incómodos” o tabús sociales. ¿Por qué te ha interesado poner a tus personajes en estas situaciones límite?

—Hacemos mucho para intentar normalizar nuestra experiencia y aislarnos de estas situaciones que llamas “límites”, sin embargo siempre están ahí y nos acompañan a todos. Además creo que con excepción de algunas situaciones como el suicidio, esas “situaciones límite” son en realidad violencias constantes y comunes. Y eso es lo que termina por trastocar más al lector. No hay peor violencia que aquella que es común a pesar de tener una apariencia de extraordinaria.

—Noté que algunos personajes reaparecen de un cuento a otro, desde distintos enfoques y sin ser nombrados explícitamente o de forma tan evidente. ¿Esta decisión narrativa fue premeditada o se fue presentando sobre la marcha?

—En algún momento jugué con ponerles el mismo nombre y que aparecieran como personajes que saltan de un cuento al otro, porque sí son como los árboles de plástico que utilizan los arquitectos en sus maquetas, sirven para dar contexto y paisaje.

—Disfruté particularmente los cuentos “Fénix”, “Las piernas de mamá”, y “Carmen Redux” por irreverentes, sórdidos e incluso cómicos por momentos. Si te pido seleccionar tres relatos favoritos, ¿tienes a tus consentidos? De ser así, ¿cuáles y por qué?

—“Las piernas de mamá” es el más original, sin duda. “East River” ha sido muy leído en Estados Unidos entre estudiantes que están aprendiendo español porque pueden leer un cuento en español con un contexto newyorquino que les es familiar. Pero quizás los que más quiero son los cuentos regiomontanos por ser un lugar tan particular.

—En el último cuento está muy presente la mentalidad regia versus la capitalina. También el TEC de Monterrey es un escenario primordial de la historia. Tú eres de la CDMX y estudiaste en un TEC. ¿Qué nos puedes decir respecto a los moldes, roles y clases sociales que relatas (tema recurrente en otros de tus cuentos)?

—Yo nací en la Ciudad de México, mi mamá es de ahí, pero crecí en Monterrey, mi papá es de ahí. Así que siempre viví entre las dos ciudades, escuchando cómo ambas se despreciaban, pero sobre todo se ignoraban y se desconocían. Los regios ven hacía el norte, los de la capital hacía ellos mismos.

El TEC fue dónde conocí otros estados de la república y tuve amigos de Tamaulipas, Sonora, Sinaloa, Chihuahua, Morelia, Oaxaca, Chiapas y también de Panamá y El Salvador, eso es algo que atesoro. La diversidad nos enriquece. Creo que en la medida en que salgas de tu entorno social todo se vuelve más interesante. Cuando yo crecí en Monterrey los roles de las mujeres eran muy limitados, aunque eso empieza a cambiar… creo, espero.

—Varios de los cuentos recopilados en Mínimas despedidas fueron publicados en diversos medios entre 2016 y 2018. ¿Algo en particular detonó tu inspiración para escribir durante este periodo de tiempo?

—Se me fueron ocurriendo de manera individual y los fui publicando casi al azar. De pronto me di cuenta que ya tenía un buen número de cuentos. Algunos fueron por encargo como “Atardecer”, que aparece en la antología Monterrey 24.

—Cuéntanos brevemente cómo surgió la idea de crear esta antología… ¿Se acercó a ti la editorial Dharma Books para animarte a compilar tus cuentos?

—Yo sigo a Sara Uribe en Twitter, es una gran poeta y persona. Un día vi que ella puso una convocatoria de Dharma que buscaba narrativa escrita por mujeres. La mayoría de las editoriales publican un 80% hombres contra un 20% mujeres, pero Dharma busca tener paridad de género, y se dieron a la tarea de buscar escritoras para lograr esto. Me encantó esa iniciativa, les mandé mis cuentos y los seleccionaron. Tuve suerte.

—Una mínima despedida a manera de invitación para que los lectores se acerquen a este libro.

—Es difícil echar salsa a sus propios chilaquiles. Pero digamos que si estos cuentos fueran chilaquiles, las tortillas serían crujientes, la salsa picosita y bien salada, tendrían queso y crema, frijoles a un lado ¡y no engordan! Después de leerlos quedarías contento, con una media sonrisa en la boca. En cierta forma estos cuentos son secretos y sentirías que descubriste algo.

“Carmen Redux” es una especie de acertijo para el que doy muchas pistas pero nadie ha descubierto aún. Si ya lo has leído te lo puedo compartir. @loreac en twitter, @loreacanaless en Instagram o a través de Dharma Books.

Lorea Canales es abogada, periodista y novelista. Estudió escritura creativa en la Universidad de Nueva York, donde recibió su maestría en 2010. También recibió su maestría en derecho en la Universidad de Georgetown en Washington DC, donde trabajó como abogada antes de entrar al periódico Reforma y cubrir casos jurídicos. Por otro lado, enseñó derecho en el ITAM.

Es autora de Apenas Marta y Los Perros, considerados por la crítica nacional como las mejores novelas de 2011 y 2013. Siendo parte de una nueva generación de escritores globales, Becoming Marta -traducida al inglés- fue publicada por Amazon Crossings en Febrero del 2016, llegando a ser un Amazon Bestseller y Kindle First pick, y asimismo ganó el Premio International Latino Fiction Awards.

Desde el año 2000 vive en Nueva York y continua escribiendo para diversas publicaciones y colaborando en antologías.

Puedo vivir sin escribir, pero si lo tuviera prohibido, mi vida sería sombría: Ángeles Mastretta

viernes, julio 17th, 2020

“Aprendí a escribir como quien va a una fiesta. Escribir es un placer, el chiste es que sea un gozo, igual que leer. Si un libro no atrapa, podemos acudir a otro”, dijo la autora en una charla con sus lectores.

Según Mastretta, en el confinamiento por la COVID-19 ha escrito poco, aunque no la pasado mal porque “no pertenece ni al bando de los que se sienten solos ni de los que se aburren”.

México, 17 de julio (EFE).- La escritora mexicana Ángeles Mastretta, premio Rómulo Gallegos de 1997, reveló este jueves que puede vivir el resto de su vida sin escribir, pero si lo tuviera prohibido, tal vez su vida sería sombría.

“Aprendí a escribir como quien va a una fiesta. Escribir es un placer, el chiste es que sea un gozo, igual que leer. Si un libro no atrapa, podemos acudir a otro, no se queden con un libro que no les guste, acudan a uno que les guste y vayan saltando de uno a otro”, dijo la autora en una charla con sus lectores.

Mastretta, conocida por sus novelas Arráncame la vida, Mal de amores, con la que ganó el Rómulo Gallegos, y Ninguna eternidad como la mía, también por el volumen de cuento Mujeres de ojos grandes, hizo revelaciones sobre su oficio y reconoció haber experimentado melancolía al despedirse de algunos de sus personajes.

“La familia Sauri, de Mal de amores se volvió entrañable. Viví con ellos todos los días de ocho de la mañana a tres de la tarde o por la noche cuando corregía, durante tres años. Son los personajes que más extraño”, aceptó.

Sobre su relación con los escritores que la antecedieron, explicó que en su caso los maestros son como alguien de su familia y siente una cercanía con ellos.

“Para mí Jane Austen está viva, soy amiga de Sor Juana que me ha dicho cosas importantes; quizás la mayoría de mis escritores favoritos vivieron en el siglo XIX”, reveló.

Mencionó a escritores como Flaubert, Balzac, Stendhal, Guillermo Prieto y el poeta Jaime Sabines y contó que si bien escuchó poesía por vez primera de la boca de su abuela que leía a Rubén Darío, la empezó a leer a los 14 años, cuando descubrió a Sor Juana Inés de la Cruz.

“La lírica de Sor Juana, sus sonetos pueden ser generosos para una niña de esa edad”, señaló.

Mastretta, de 70 años, confesó haberse reencontrado con Rayuela, del argentino Julio Cortázar, y elogió la obra de Jorge Luis Borges, cuyos adjetivos calificó de especiales, imposibles de imitar porque si uno lo hace, copia al gran cuentista, poeta y autor de ensayos. “Borges es una lectura obligada y feliz”, aseguró.

Según Mastretta, en el confinamiento por la COVID-19 ha escrito poco, aunque no la pasado mal porque no pertenece ni al bando de los que se sienten solos ni de los que se aburren.

“Este encierro tiene que acercar a la gente; hay un texto de Joaquín Sabina que dice que el fin del mundo nos pille bailando, de eso se trata”, agregó.

La novelista aceptó que si bien podría vivir sin escribir, no podría hacerlo sin ficciones.

“La vemos cuando conversamos con las amigas o recordamos, uno recuerda pedazos de la verdad; eso es ficción”, concluyó.

Barranca combina los hechos dolorosos que me marcaron, con poemas luminosos”: Diana del Ángel

sábado, junio 27th, 2020

Este libro está inspirado en las experiencias infantiles de la autora, quien creció en una colonia pobre y violenta del Estado de México. Para ella, la barranca sirve como una metáfora del cuerpo herido y las vivencias dolorosas.

En estas páginas, Diana del Ángel habla de la violencia y de su niña interior, de sus recuerdos y los singulares personajes que la rodeaban. Además, recupera la lengua de sus padres, una variante del náhuatl huasteco que se habla en Veracruz.

Por María del Carmen Rascón Castro

Ciudad Juárez, Chihuahua, 27 de junio (SinEmbargo).- Durante un tiempo, Barranca tuvo un título parecido a Donde hubo un río. En palabras de Diana del Ángel: “algunas barrancas fueron labradas por el paso de un río, cuando éste se secó, solo quedó la oquedad. Otras, en cambio son grietas”.

Escogió Barranca por ser una imagen que aparecía de forma recurrente en los poemas y por servir como una metáfora del cuerpo herido y las situaciones dolorosas que desarrolla el libro. Algunos de los poemas en prosa pueden parecer cuentos, pero esa no era la intención de la poeta: “Es la forma que encontré para contar y cantar experiencias que me marcaron”, explica.

Todo el libro está inspirado en sus experiencias infantiles. De niña vivió cerca de una barranca, una barranca fea en donde las personas abandonaban su basura y los cadáveres de los perros. También acudían a ella para drogarse. Diana del Ángel añade:

«Además de todo eso que podemos llamar “feo”, estaban otros elementos “bellos”: las pequeñas flores, las mariposas, la hierba. Eso fue para mí una lección de vida y traté de representarlo en la escritura mediante esta combinación de textos que hablan de hechos dolorosos con poemas luminosos, que van hacia la vida».

Creció en una colonia pobre y violenta del Estado de México, rodeada de habitantes que luego aparecerían en sus poemas. El Memo era un hombre borracho y loco que solía vestir de traje. Hablaba solo y creía que tenía por novia a una muñeca. El Morquecho, por su parte, era un ladrón de quien nadie esperaría cosas buenas: “Es curioso, porque la gran mayoría de mis vecinos no son lectores y probablemente nunca lean esos textos donde hablo de ellos, pero para mí es importante contarlos”.

Diana del Ángel es una mujer feminista y esto puede notarse en algunos poemas, ya que denuncian la violencia misógina. “Mariana Lima” está basado en la historia real de una mujer que fue asesinada por su esposo. Debido a que el hombre trabajaba como judicial, logró que el caso fuera clasificado como suicidio: “Gracias a la lucha de Irinea Buendía, mamá de Mariana, ese caso fue el primero que la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenó reclasificar para que se investigara y juzgara como feminicidio”.

Por otro lado, en el poema “Pensamientos de una muchacha en el Estado de México”, Diana del Ángel nos habla de su propia experiencia: “Tiene que ver con lo que yo misma he sentido al andar por las calles de Estado de México (aunque también de la capital) a ciertas horas o en ciertas zonas. Por desgracia no creo ser la única que lo ha sentido, y hay muchas que no pueden contarlo”.

Sobre la elección de la portada del libro, que muestra a una mujer desnuda con una niña de la mano, la autora cuenta que la imagen representa a nuestra niña interior, que es más sabia: “La idea de que dentro de mí siempre hay alguien que sabe qué hacer, aunque yo no sepa o yo tenga mucho miedo. Con el paso del tiempo, he entendido que ese alguien está vinculado con mi niña, o que es propiamente mi niña; creo que esa relación está dada en el libro y por eso me gustó. También porque en cierto modo, muchos de los poemas son dolorosos y en la imagen es la niña la que lleva a la mujer y eso sugiere un recorrido y un reconocimiento de sí misma, que para mí es algo fundamental en la escritura.”

Finalmente, para Diana del Ángel es importante recuperar la lengua de sus padres, una variante del náhuatl huasteco que se habla en Huiztipán, Veracruz:

“Mis padres son originarios de esa comunidad, ambos eran hablantes y, como muchos mexicanos, emigraron a la CDMX o al Estado de México en busca de trabajo. En su época, el racismo y la discriminación eran mucho más acentuados, por ello decidieron no enseñarme su lengua”. Esta es la razón de que algunos de sus poemas incorporen esas voces, como “un gesto de vuelta hacia esa lengua y esa cultura de la que provengo y que me formó”.


Este es un fragmento de una entrevista realizada por María del Carmen Rascón Castro en junio de 2020. Si te interesa leer el texto completo, puedes consultarlo en el blog sobre literatura femenina y feminista lascartasdeamora.wordpress.com

Con Monstruos Marinos visité mi “yo” adolescente, me vi a través de los años: Chloe Aridjis

sábado, junio 20th, 2020

“La adolescencia mezcla el mundo del ensueño con la realidad. Este choque es lo que nos hace crecer”, afirma la escritora mexicana Chloe Aridjis, quien realizó un viaje en el tiempo al escribir cada página de Monstruos marinos, novela ganadora del Premio PEN/Faulkner de Ficción 2020.

Puntos y Comas presenta la charla con esta autora, doctora en poesía francesa del siglo XIX, galardonada con el the Eccles Centre & Hay Festival Writers Award 2020 y miembro del XR Writers Rebel, un grupo de escritores que se enfocan en temas de emergencia climática.

Ciudad de México, 20 de junio (SinEmbargo).- “La adolescencia mezcla el mundo del ensueño y la fantasía con la realidad. Este choque es lo que nos hace crecer”, afirma la escritora mexicana Chloe Aridjis, quien realizó un viaje en el tiempo al escribir cada página de Monstruos marinos, novela ganadora del Premio PEN/Faulkner de Ficción 2020.

“En mi obra me ha interesado explorar, también con personajes adultos, justamente ese enfrentamiento entre el mundo interior y las narrativas que uno crea, con la realidad exterior”, detalla la autora de otras dos novelas: El libro de las nubes, el cual ganó el Prix du Premier Roman Etranger en Francia y Desgarrado, situada en la National Gallery de Londres.

Al preguntarle sobre el galardón, confiesa que para ella Monstruos Marinos ya había quedado en el pasado, había tenido una recepción muy quieta, y prefirió enfocarse en su siguiente libro: “Cuando me escribió mi editor de Nueva York para decirme que era finalista, me sorpendió mucho y me sorprendió aún más recibir la noticia de que había ganado. En este momento, en medio de una pandemia, es muy extraño recibir una noticia tan buena. Lo aprecio muchísimo”.

Chloe tiene la literatura en la sangre, pues desde pequeña sus padres le inspiraron el amor por las letras, en especial por la poesía. Ahora, en tiempos de crisis mundial, corrobora el poder de la literatura: “Creo que para cualquier sociedad, los libros son realmente valiosos porque abren otros mundos y otra visión. Nos recuerdan que dentro de todo este aislamiento, formamos parte de una humanidad. Poder entrar en el pensamiento de otros en este momento es una enorme bendición y una maravilla”.

Para Puntos y Comas, te presentamos la charla con esta autora mexico-americana, doctora en poesía francesa del siglo XIX, galardonada con el the Eccles Centre & Hay Festival Writers Award 2020 y miembro del XR Writers Rebel, un grupo de escritores que se enfocan en temas de emergencia climática.

Una tarde de otoño en la Ciudad de México, Luisa, de diecisiete años, no regresa a casa. En su lugar, aborda un camión a la costa del Pacífico con Tomás, un muchacho al que apenas conoce. Él parece representar todo lo que le falta a su vida: temeridad, impulso e independencia. Y Tomás también puede ayudarla a satisfacer una extraña obsesión: encontrar a la compañía de enanos ucranianos. Según los reportes del periódico, los enanos escaparon recientemente de un circo soviético durante una gira por México.

Los imaginados destinos de estos artistas circenses llenan los surrealistas sueños de Luisa cuando se instala en una comunidad playera de Oaxaca. Rodeada de hippies, nudistas, buscadores de tesoros y excéntricos contadores de historias, ella busca a alguien, a quien sea, que le prometa “sin importar nada, seguirá siendo un misterio”. Todo esto es una misión más fácil de imaginar que de lograr. Mientras pasea por la orilla del mar y visita el bar local, Luisa comienza a desaparecer peligrosamente de las vidas de los desconocidos de Zipolite, la Playa de los muertos.

***

—En la aventura que emprende Luisa hay mucho aprendizaje y crecimiento, pero también desilusión. ¿Es la decepción parte fundamental del desarrollo personal?

—Creo que la adolescencia es una mezcla del mundo del sueño y la fantasía con la realidad. Es a través de estos choques que uno crece. En mi obra me ha interesado explorar, también con personajes adultos, justamente ese enfrentamiento entre el mundo interior y las narrativas que uno crea y luego la realidad exterior.

—El ambiente en el que se desarrolla la historia es playero y soleado. ¿Por qué elegiste Oaxaca como escenario para tu historia? ¿Tienes alguna anécdota que se relacione con este lugar?

—Sí, completamente. Muchos de los eventos y personajes de la novela se basaron en mi vida. Es hasta cierto punto inevitable que haya algo de mí en el personaje de Luisa. Con cada borrador o versión del libro traté de distanciarme más y más de mí misma de joven. Pero hay muchos detalles, muchas experiencias e impresiones que ella tiene en la ciudad, que en realidad son mis recuerdos personales.

Esa experiencia de ir a la playa, a Zipolite, fue completamente verídica; visité ese lugar a los 16 años (un año más joven que Luisa, la protagonista). Siempre me ha atraído mucho el calor y admirar el mar; los bosques o las montañas son paisajes más secos y quizá un poco más misteriosos. Para mí fue muy importante guardar toda esa geografía, No creo que hubiera escogido ese paisaje si no lo hubiera vivido.

También busqué modificar ciertos aspectos. Por ejemplo, en la vida real, el muchacho me preguntó si quería ir a Oaxaca y en la novela Luisa es la que toma la decisión y además es más autónoma y resuelta. Yo era más tímida. Ha sido muy interesante volver a visitar ese ser humano más joven y verlo a través de todos los pensamientos y las experiencias que una va teniendo a través de las décadas desde ese momento.

—Para los nuevos lectores: ¿Puedes contarnos más acerca de los personajes principales de tu novela?

—Está Tomás Román, el muchacho con el cual Luisa se escapa a la playa. Es un personaje un poco irreverente que aparece por las calles de la Roma, casi como saliendo de los escombros de un edificio colapsado después de un terremoto. A Luisa le llama mucho la atención, pues ella estudia en un colegio donde no encaja socialmente con los otros alumnos; su vida social transcurre fuera de la escuela. Luisa es hija única, su padre es profesor de la universidad y su mamá es traductora. Además, la novela presenta a Julián, su mejor amigo, quien vive en el piso superior del Covadonga. Más adelante, en la playa, hay personajes menores y otro hombre misterioso.

—Cúentanos acerca del lenguaje poético en tu narrativa…

—Todo empezó muy joven: desde niña siempre veía a mis padres escribiendo y ambos organizaron varios festivales de poesía. Yo no leía poesía, tenía ocho años, pero en varias ocasiones los escuché leyendo sus poemas y eso me inspiró mucho. Crecí queriendo escribir y sintiendo que el mundo de la poesía iba ayudarme a encontrar o darle forma a mis propias narrativas, aunque escribiera ficción.

Siempre leo mucha poesía a la par de lo que estoy escribiendo. Es mucho un proceso de investigación; lo que hacen los poetas es tomar sus experiencias, darles cierto tratamiento y destilarlas hasta lo más esencial. Actualmente aquí en Londres escribo sobre todo ensayos acerca del arte. También ensayos más personales, de temas que me interesan, en los que puedo ir tejiendo conexiones con tópicos literarios o culturales.

—El pasado 8 de abril Monstruos marinos ganó el Premio PEN/Faulkner de Ficción 2020. ¿Cómo fue está experiencia ya en el contexto del confinamiento?

—Yo estaba totalmente concentrada en mi siguiente novela. Para mí Monstruos Marinos ya había quedado atrás; sentí que había salido al mundo con una recepción buena, pero un poco quieta. Tuvo buenas críticas, pero es un libro que no toca temas actuales. Cuando me escribió mi editor de Nueva York para decirme que era finalista para el premio, eso me sorpendió mucho. Pero no pensaba pasar más allá de la lista de finalistas, por lo que me sorprendió aún más recibir la noticia de que había ganado.

En este momento, en medio de una pandemia y una crisis para la humanidad, es muy extraño recibir una noticia muy buena. Claro que lo aprecio muchísimo, me hace sentir un poco más conectada al mundo exterior porque aquí en Londres ha habido una cuarentena bastante estricta. También es difícil la sensación de estar tan lejos de México y de mis padres en un momento como este. Por lo menos el premio ha abierto muchos diálogos en mi entorno.

—¿Para ti qué representa la literatura en estos tiempos anormales?

—La literatura importa más que nunca. Justamente en países donde comienzan a abrir los negocios esenciales, algunas librerías se encuentran entre ellos. Me gustó mucho enterarme de esta noticia. Creo que para cualquier sociedad, los libros (sobre todo las novelas y la poesía), son realmente valiosos porque abren otros mundos y otra visión. Nos recuerdan que dentro de todo este aislamiento, formamos parte de una humanidad muy basta. Poder entrar en el pensamiento de otros en este momento es una enorme bendición y una maravilla.

Hay gente que sólo ve Netflix, pero me gustaría pensar que también muchísima gente está leyendo libros que llevan años queriendo empezar, pues para la mayoría la vida cotidiana no deja mucho espacio para la lectura. Esta es una oportunidad para ello.

Chloe Aridjis es una escritora mexicana radicada en Inglaterra. Es autora de tres novelas: El libro de las nubes, la cual ganó el Prix du Premier Roman Étranger en Francia, Desgarrado, situada en la National Gallery de Londres, y Monstruos Marinos. También ha publicado el libro de ensayos Topografía de lo insólito: La magia y lo fantástico literario en la Francia del siglo XIX. Creció en los Países Bajos y México antes de hacer su bachillerato en Harvard. Después obtuvo una maestría y un doctorado en poesía francesa del siglo XIX por la Universidad de Oxford.

Chloe también escribe para varias revistas de arte y fue cocuradora de una exposición de Leonora Carrington en la Tate Liverpool. Sus ensayos también han aparecido en Granta y otras publicaciones literarias y en la radio de la BBC. Ha tenido residencias artísticas en Ledig House, The MacDowell Colony y Santa Maddalena. En 2014 recibió la beca Guggenheim.

Llamo “ensayo” a los libros inclasificables, extraños, que bordean los límites: Jazmina Barrera

sábado, marzo 28th, 2020

Línea nigra, el último libro de la autora mexicana, aborda el tema de la maternidad, el parto y la lactancia a través de un diario personal de su embarazo, con el que establece un diálogo constante con otras creadoras que reflexionaron sobre esos temas desde el arte y la literatura.

Por otro lado, Cuaderno de faros (2019) es un gabinete de curiosidades sobre faros reales, imaginarios y hasta mitológicos. Salpicado por anécdotas personales, hechos históricos y relatos de viaje, este collage visual engloba una de las mayores obsesiones de Jazmina.

Ciudad de México, 28 de marzo (SinEmbargo).-Cuatro autoras noveles. Cuatro voces. Cuatro apuestas literarias. Escriben cuento, novela, crónica y ensayo, pero también dramaturgia y poesía. La calidad de sus obras, además de sus propuestas estéticas, han llamado la atención de los críticos, reseñistas y otros escritores, que han celebrado sus libros.

Coinciden en que el canon literario ha invisibilizado a las mujeres. También en que el calificativo “mujeres escritoras” es inoperante: les incomoda que se haga una distinción innecesaria, que demerita su labor. En su caso, en su vida profesional, ninguna ha padecido episodios de discriminación de género por su labor literaria. Y lo viven como un privilegio, si se considera que en México 6 de cada 10 mujeres han sido discriminadas en el país.

¿Cómo viven este momento? ¿Cuáles son sus obsesiones? ¿Cómo fue el proceso de escritura de cada uno de sus libros? Nos acercamos a ellas a preguntárselos. Esta es su voz. Escuchémoslas.

LA ENSAYISTA NARRADORA

Jazmina Barrera (Ciudad de México, 1988) escribió su primer libro a los 5 años, cuando estudiaba la primaria en una escuela “hippie” al sur de la Ciudad de México. Una vez a la semana, ella y sus compañeros escribían textos libres, sin pauta alguna. Al final del año reunían dichos textos, los imprimían con tipos móviles y los cosían a mano.

Veintisiete años después, Jazmina cita de memoria una de las frases de aquel libro: “El día de ayer mi gata Casilda tuvo cinco gatitos”.

“A partir de ahí, para mí, la escritura siempre ha estado asociada a la libertad. Por eso me cuesta mucho trabajo pensar en géneros. Procuro pensar en proyectos literarios. Y cada proyecto me exige cosas distintas, como mezclar convenciones genéricas o ser más autobiográfica”, confiesa.

Desde entonces, Jazmina tenía la certeza de que sería escritora, aunque encontró obstáculos en el camino. Cuando ingresó a la licenciatura en letras inglesas de la UNAM se encontró con un claustro académico que le advirtió desde el principio: “Tú no vas a ser escritora. En cambio, vas a leer este canon de escritores a cuyo nivel literario jamás podrás aspirar”. Más o menos, con más o menos palabras, ese fue el mensaje de bienvenida.

Jazmina, no obstante, seguía escribiendo, incluso a escondidas de sí misma, con miedo e inseguridad. Se inscribió, incluso, a un par de talleres literarios, que para ella significaron un fracaso.

Foto: Erick Baena Crespo

Luego pasó algo curioso que la animó a arrancarse el pudor de encima, como si fuese una costra.

“Conocí a un compañero de mi generación, quien a los 20 años se presentaba diciendo: ‘Hola. Soy escritor’”. Al principio me dio risa, me parecía un alarde egocéntrico, pero después me dije: ‘Si él lo dice con tanta seguridad por qué yo no puedo intentarlo’”, cuenta.

Luego, una vez concluida la carrera, se ganó la beca de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de ensayo. “Y ahí me dieron seguridad, confianza y un espacio de diálogo con personas que sentían lo mismo que yo”.

Después ganó el premio Latin American Voices de ensayo 2013 y su libro Cuerpo extraño fue publicado por Literal Publishing, lo que la confirmaría como una de las jóvenes promesas de la literatura mexicana.

Tras ese libro publicado, impartió clases en la UNAM, pero se enfrentó a una resistencia enorme, tanto de académicos como de administrativos, quienes no creían que se pudiese conciliar la academia y la creación.

“Eso me confirmó que a los académicos no les interesa el aspecto comunicativo. Por eso escriben textos para leerse entre ellos, lo que anula cualquier posibilidad de un diálogo real. Y eso provoca que el ensayo académico esté anquilosado”, sostiene.

De ahí que sus libros de ensayos Cuaderno de faros (Pepitas de calabaza, 2019) y Línea nigra (Almadía, 2020) sean todo lo opuesto a un texto académico: una mezcla de apuntes personales, crónicas de viaje, referencias literarias y datos históricos, atravesados por una mirada lúdica e íntima: una escritura libre.

***

Cuaderno de faros es un libro que Jazmina escribió cuando era becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas. Con afán de coleccionista, Jazmina visita algunos faros reales, imaginarios, históricos y hasta mitológicos. “Surgió como un ensayo en el que contaba el viaje que hice, cuando era adolescente, a un faro en la costa de Oregón en la que relataba el viaje mientras leía To the lighthouse (1927) de Virginia Wolf”. A partir de ese detonante, Jazmina investigó más sobre faros y empezó a coleccionar historias sobre ellos.

Escribió el libro –durante 4 años– conforme recopilaba la información. “La intención era que el libro fuera un gabinete de curiosidades, en el que la información estuviera dispuesta de forma visual, como un collage, para que los fragmentos dialogaran o contrastaran entre sí”. Si bien Cuaderno de faros está salpicado por anécdotas personales, los elementos autobiográficos están bastante dosificados.

Al respecto, Jazmina explica: “Cuaderno de faros es una obra más contenida, aunque me interesaba mucho explorar la relación entre lo individual y el mundo exterior. Creo que es una de las tensiones presentes en el libro, que habla de diarios y bitácoras. Ese contraste entre el registro de lo externo (en el caso de la bitácora) y el registro de lo íntimo (el diario)”.

Su investigación, o más bien, su colección de información sobre faros resultó tan vasta que tuvo que dejar, fuera del libro, muchas anécdotas, hechos históricos y relatos de viaje. Cuaderno de faros, dice, podría escribirse infinitamente.

“También –confiesa– me gustaría escribir sobre un faro ubicado en Yucatán, que está chueco, a punto de caerse”.

Tras el libro, Jazmina empezó a coleccionar fotografías de construcciones que imitan a los faros en la arquitectura de Acapulco. Y también quiere escribir sobre eso.

Le pregunto si le obsesionan los faros por la terrible soledad que representan. Jazmina me responde: “Me obsesionan muchos de los temas asociados a los faros. Y, en particular, esta contradicción de la figura del farero: personajes solitarios, que parecen misantrópicos, pero que tienen una tarea muy humanitaria en el fondo, que es salvar a los barcos de naufragios, tormentas y zonas peligrosas. Esa contradicción que entraña la tarea del farero se parece un poco a la labor literaria: una tarea solitaria, que requiere cierto distanciamiento con el mundo, pero, al mismo tiempo, una cercanía con el otro”.

Otra respuesta, a esa pregunta, se encuentra en la página 19 de Cuaderno de faros: un fragmento lírico, de esos que salpican el libro, en el que Jazmina, con la mirada hacia dentro, con ese estilo que se asemeja a la voz de un viejo sabio que cuenta una historia frente a una fogata y transmite simultáneamente una curiosidad insondable y mucha paz, confiesa:

«Si me concentro en mi misma, me duelo. Por ejemplo, ahora mismo, al escribir esto. En cambio, cuando visito faros, cuando leo o escribo sobre faros, me voy de mí. A algunos les gusta mirar dentro de los pozos. A mí me da vértigo. Pero con los faros dejo de pensar en mí. Me alejo en el espacio y voy a lugares remotos. Me alejo también en el tiempo, hacia un pasado que sé que idealizo, en el que la soledad era más fácil. [..] Al verlos, a veces siento que de verdad puedo petrificarme y disfrutar esa paz absoluta de las rocas». Y uno entiende porque los faros transmiten “una pasión por la anestesia”.

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En Línea nigra, Jazmina Barrera aborda el tema de la maternidad, el parto y la lactancia a través de un diario personal de su embarazo, con el que establece un diálogo constante con otras creadoras que reflexionaron sobre esos temas desde el arte y la literatura.

A diferencia de Cuaderno de faros, este es un libro más personal, íntimo, autobiográfico. “Cuenta mi experiencia entremezclada con otras cosas que me ocurrieron mientras estaba embarazada, como el sismo del 19 de septiembre de 2017 y una enfermedad que padeció mi madre. Eso motivó la escritura del diario”, cuenta.

En el diario, Jazmina también registró su búsqueda de libros que hablaran sobre maternidad. Le interesaba, en particular, aquellas obras que abordaran las transformaciones del cuerpo. Y le costó trabajo hallar bibliografía. Se percató de la escasa producción literaria al respecto, lo que le provocó mayor curiosidad.

“Me parecía rarísimo que esos temas fueran tan poco abordados desde la literatura. No me explicaba porque existían tantos libros sobre la muerte y tan pocos sobre el alumbramiento. Era uno de mis cuestionamientos fundamentales”.

¿A qué se debe eso? Jazmina dice que la cultura patriarcal ha invisibilizado esos temas y menospreciado a las autoras que los trataron. “Es cierto, también, que muchas autoras no se atrevieron a escribir sobre esos tópicos porque creían que no eran interesantes o importantes”, explica. La cultura machista, dice, ha catalogado a la maternidad como algo cursi. Y se congratula que ahora, en la actualidad, muchísimas mujeres estén escribiendo sobre eso, sin limitantes.

Línea nigra es un libro muy personal, pero –como sabemos– en el feminismo lo personal es político. La escritura desde el cuerpo, desde la experiencia de las mujeres, es fundamental. Sí: hay un boom sobre los libros de maternidad, pero eso no debería de llamar nuestra atención, más bien debería extrañarnos que esto no haya ocurrido hace 330 años, pues son temas que deberían de ser interesantes para todos”.

Foto: Erick Baena Crespo

Al igual que en Cuaderno de faros, el proceso de escritura del libro estuvo acompañado por una ardua labor de investigación. Línea nigra (que refiere a la línea vertical, oscura, que se dibuja en el abdomen de las mujeres embarazadas alrededor del segundo trimestre) es, también, un gabinete de curiosidades.

Escribe en una de las entradas: «Mi panza es sólo un poco más grande, muy poco. Ha sido de este tamaño otras veces. Si no supiera que estoy embarazada, no podría imaginarlo. Creería que las náuseas y el cansancio son otra cosa, y que el retraso es por una irregularidad hormonal. He pensado en esa historia de Maupassant, “El Horla”. El embarazo al principio se parece a un ser invisible que te chupa la energía y te hace sentir enferma. Cuando pienso en “El Horla” y en los vampiros recuerdo este dato: la leche materna es sangre pasada por un filtro. Sangre que circuló por las venas y luego se convirtió en leche. Lo cuento y casi nadie lo sabe. Pero deben saberlo, todo el mundo debe saberlo». Y en efecto, me cuenta –con una pasión desbordada, casi enciclopédica– ese dato que desconocía.

A Jazmina también le impresionó otro de sus hallazgos: el fenómeno del microquimerismo fetal, que significa que las células de los hijos pueden escapar del útero, circular por el torrente sanguíneo de la madre y esparcirse por el cuerpo de la madre.

Foto: Erick Baena Crespo

“Este estar hecho de los otros me pareció fascinante”, dice.

Otros hallazgos: “El primer autorretrato de una mujer embarazada, Paula Modersohn Becker, quien se pintó cuando ella no estaba embarazada, entonces es ella imaginándose embarazada y desnuda. El descubrimiento de esa pintora me maravilló”.

Jazmina dice que hay tantas maternidades como madres. Y que cada parto es una historia única, que puede ser de terror o maravilla, o una mezcla de ambas. En su caso, no se cansa de indagar sobre el tema.

“Eso es lo que más me emociona de este libro. Me interesa compartir mi experiencia personal, por si le sirve a alguien, pero me emociona compartir estos hallazgos. Ojalá a otras personas les emocione como a mí”.

***

“El ensayo, como antigénero literario, es el receptáculo de todos los libros extraños”, sostiene Jazmina. Los géneros, dice, le han aportado valiosas herramientas que procura utilizar de acuerdo con las necesidades de cada proyecto.

“Y lo que hago desde hace tiempo es llamar ensayo a todos los libros que me parecen inclasificables, a esos libros que bordean los límites de las convenciones genéricas, que son mis libros favoritos. Por ejemplo, los libros de libros de Maggie Nelson, David Matson, con los que dialogo mucho”.

Sobre el ensayo en México, reflexiona: “Después de Octavio Paz, en México, hubo una tradición muy apegada a Paz. Textos declarativos, que tendían a universalizar, a sermonear. Son ensayos con los que, en general, no hay dialogo. No obstante, desde hace mucho tiempo, existe otra escuela, de la línea de Margo Glantz, en la que están Vivian Abenshushan, Luigi Amara y Verónica Gerber, además de otros escritores como Isabel Zapata, Tania Tagle, Olivia Teroba, Pierre Herrera, Maricela Guerrero y Pablo Duarte”. Y sostiene que, sin duda alguna, las cosas más interesantes que se han escrito en la literatura mexicana contemporanea está en el ensayo.

En Ediciones Antilope –de la cual es editora y socia fundadora– editaron la antología Arbitraria, muestrario de poesía y ensayo (2015) como una reacción a otras antologías que se publicaron ese año para promocionar a los jóvenes escritores mexicanos en el extranjero, pero que sólo se ocupaban de un género: la narrativa.

En ese sentido, cuenta, en los últimos años se ha conformado un grupo de escritores, con quienes ella se mantiene en permanente intercambio, sobre todo con escritoras.

“Los talleres literarios –coincide con otras escritoras entrevistadas para esta serie– sustituyen las funciones que antes realizaban los editores. Estos grupos de colegas, de amigos, funcionan así: se tallerean unos a otros”.

–En ese sentido, ¿qué autoras son un faro para ti?

–Muchísimas. He leído todo lo que encuentro sobre el tema de la amistad entre mujeres porque estoy escribiendo una novela sobre eso. Releí un libro: Los hermosos años del castigo, de Fleur Jaeggy. Y también Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan. Y por supuesto leí el libro de una imprescindible: Margo Glantz, que publicó en Argentina, bajo el título El texto encuentra un cuerpo (Ampersand, 2019).

Foto: Especial

–Por último, como autora, al interior del gremio, ¿te has enfrentado a dificultades por ser mujer?

–¡Ah, claro! Uno se enfrenta a dificultades de este tipo todo el tiempo. A lo último que me enfrenté es a un discurso de resistencia hacia las cuotas de género en comités y jurados, tanto en los que he participado como a los que me he sometido. Por ejemplo, le beca del Fonca Jóvenes Creadores, en el caso de narrativa, se le otorgó a una veintena de hombres y a cinco mujeres. Es algo ridículo.

Aclaro que apliqué y no me dieron la beca. Y jamás me atrevería a decir que mi propuesta era mejor, pero conozco a muchas mujeres talentosas que debieron tener una oportunidad. Hay resistencias masculinas y también femeninas, sobre todo de las mujeres que tienen ideas de otra época y que, quizá, en un mundo en el que prevalece la desigualdad de género creen que siendo condescendientes con ese tipo de actos ganarán uno de los pocos espacios destinados a ellas. Se equivocan.

Después del #MeToo se ha creado una red de mujeres escritoras importantes. No me reúno con mis colegas con la frecuencia que quisiera, pero cada dos o tres meses nos sentamos para intercambiar experiencias, contar lo que estamos escribiendo y opinar sobre nuestros textos. Y eso es muy saludable.

“Mostré lo que nadie quería ver”: Diana del Ángel habla sobre el tortuoso sistema judicial mexicano

sábado, marzo 21st, 2020

La autora mexicana documentó el caso de Julio César Mondragón, asesinado el 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero. El resultado es su libro Procesos de la noche, que narra la historia de una familia en busca de esclarecer las circunstancias de la muerte del joven normalista de Ayotzinapa.

Te presentamos la tercera entrega de “La voz de las escritoras”: Cuatro voces, cuatro apuestas literarias. La calidad de sus obras, además de sus propuestas estéticas, han llamado la atención de los críticos, que han celebrado sus libros.

Ciudad de México, 14 de marzo (SinEmbargo).-Cuatro autoras noveles. Cuatro voces. Cuatro apuestas literarias. Escriben cuento, novela, crónica y ensayo, pero también dramaturgia y poesía. La calidad de sus obras, además de sus propuestas estéticas, han llamado la atención de los críticos, reseñistas y otros escritores, que han celebrado sus libros.

Coinciden en que el canon literario ha invisibilizado a las mujeres. También en que el calificativo “mujeres escritoras” es inoperante: les incomoda que se haga una distinción innecesaria, que demerita su labor. En su caso, en su vida profesional, ninguna ha padecido episodios de discriminación de género por su labor literaria. Y lo viven como un privilegio, si se considera que en México 6 de cada 10 mujeres han sido discriminadas en el país.

¿Cómo viven este momento? ¿Cuáles son sus obsesiones? ¿Cómo fue el proceso de escritura de cada uno de sus libros? Nos acercamos a ellas a preguntárselos. Esta es su voz. Escuchémoslas.

LA POETA CRONISTA

Diana del Ángel (Ciudad de México, 1982) peregrinó durante 19 meses por el tortuoso laberinto del sistema judicial mexicano, con el fin de documentar el caso de Julio César Mondragón, quien fue asesinado y desollado el 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero. El resultado de ese peregrinar sin nombre (Gottfried Benn dixit) es su libro Procesos de la noche (Almadía, 2017), que narra la historia de una familia y su abogada en busca de esclarecer las circunstancias de la muerte del joven normalista de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.

Este libro –como escriben los editores– “es un relato de lucha que nos recuerda el apremiante papel de la memoria en la búsqueda de la justicia. Y esto no sólo a través del esclarecimiento de los hechos, sino al restituir a las víctimas la humanidad que la violencia les arrebata”.

Por esa razón, Diana intercala sus crónicas sobre el proceso judicial con capítulos que aparecen bajo el título “Rostro”, con los que, a través de los testimonios de familiares y amigos, conocemos al hijo, amigo, esposo y padre.

“Esos capítulos están colocados de atrás para adelante, con el fin de llevar una contranarrativa de lo que –en ese momento– se estaba diciendo en medios. Me gusta pensar que este libro, a pesar de que está lleno de dolor y tristeza, transita hacia la vida”, explica Diana.

Su viaje hacia esos laberintos judiciales se inició el 2 de noviembre de 2014, cuando Sayuri Herrera, abogada de la familia Mondragón, invitó a Dania a acudir a una ofrenda en honor a Julio César.

En ese ambiente íntimo, en el que se contaron muchas anécdotas sobre Julio César, los familiares –al enterarse de que Diana era poeta– le dijeron: “¿Por qué no le escribes un poema?”. Diana respondió que sí, a bote pronto.

Y en vez de escribir un poema, Diana escribió crónicas, lo que le permitió llevar un registro preciso de los hechos.

Foto: Erick Baena Crespo

No obstante, en su poemario Barranca, por el que obtuvo una mención honorífica en el Premio Nacional de Poesía Dolores Castro 2013, mismo que terminó antes de que se involucrara en el caso de Julio César Mondragón, escribió unos versos que suenan premonitorios, casi alegóricos:

Yo no sé decir mi cuerpo:
se me quebró una noche
y sus nombres se perdieron.

La poesía antecedió a la crónica, como si la prefigurara. “Esos versos los escribí antes y tienen que ver con la experiencia de violencia en un cuerpo femenino. Lo cierto es que mientras escribía las crónicas me hice consciente de la importancia que tenía la relación cuerpo-violencia en mi escritura”, cuenta Diana. Y esa preocupación aflora en las páginas del libro, como lo constata el capítulo “Una semilla de justicia”, en el cual narra uno de los episodios más tristes de todo el volumen: la reinhumación de Julio César:

«Sé, aunque me repita que ese ya no es Julio sino simple materia orgánica sin sensibilidad, que esa imagen me dolerá por no sé cuánto tiempo y este olor se me quedará grabado en las mañanas de febrero».

Me reúno con Diana una calurosa tarde de febrero, cuatro años después, en los pasillos de la Biblioteca de México, ubicada en La Ciudadela. Quiero preguntarle si esta mañana de febrero le ha provocado evocar aquel día, pero no lo hago. Le pregunto: “¿Quién es tu poeta favorita?”. Y ella me responde: “¡Uy, qué difícil! Son muchas, pero ahorita estoy leyendo a Wislawa Szymborska”. Leo algunos poemas sueltos de Szymborska y encuentro unos versos que me consuelan, que me sacan de las páginas que escribió Diana, en las que se pasea la barbarie:

Nada ocurre dos veces
y nunca ocurrirá.
Nacimos sin experiencia,
moriremos sin rutina.

De ahí que Elena Poniatowska, en el prólogo de Procesos de la noche, escribiera: «El paisaje de fondo de estas páginas que jamás debieron escribirse nos golpea, porque en un país ‘normal’ esta joven ensayista estaría dedicada al estudio de la poesía de César Vallejo, Jaime Sabines y Carlos Pellicer, (…) en lugar de descender al abismo para documentar nada menos que un desollamiento, que en cualquier país del mundo –si es que se practica– es sinónimo de locura, de barbarie, de salvajismo y monstruosidad».

Además de ensayista, Diana del Ángel es poeta y defensora de los derechos humanos. En noviembre de 2016 obtuvo la Primera Residencia de Creación Literaria otorgada por Fondo Ventura y la editorial Almadía, para concluir Procesos de la noche.

En entrevista con Puntos y Comas, Diana habla sobre el libro que nunca debió escribir, que es profundamente doloroso, pero –al mismo tiempo– urgente, necesario y actual.

Foto: Erick Baena Crespo

—¿Cómo surgió Procesos de la noche?

—Tiene que ver con el azar. Muchas cosas de la vida ocurren por azar y otro tanto por voluntad. Cuando ocurrieron los terribles hechos de Ayotzinapa, la urgencia se centró en el reclamo por la aparición de los 43 compañeros, lo cual sigue siendo una demanda central. No obstante, eso opacó un poco el caso de los tres compañeros ejecutados: Julio César Ramírez Nava, Daniel Solís Gallardo y Julio César Mondragón Fuentes, pues –en el terrible contexto que vivimos–, en un caso así, tener un cuerpo es garantía. Incluso, entre las víctimas, es común escuchar: “Al menos, ustedes, tienen un cuerpo a cual llorarle”. En el caso de Julio César Mondragón, debido a que su familia es originaria del Estado de México, no estaban cerca de la movilización y organización que se hizo en torno a la normal de Ayotzinapa.

La familia buscó asesoría con una maestra normalista cercana a la comunidad en la que viven, en San Miguel Tecomatlán. Y ella los refirió con otros compañeros activistas, a quienes yo conocía desde hace años, porque desde la preparatoria fui activista y participé en proyectos comunitarios en otras ciudades del país. Así llegan con Sayuri Herrera, entonces coordinadora del area jurídica del Centro de Derechos Humanos San Francisco de Vitoria [actual fiscal especializada en feminicidios en la Cdmx]. Ella es mi amiga desde la preparatoria y nos hemos acompañado como activistas: ella desde el derecho; yo, en letras.

Sayuri me pidió que la acompañara ese primer día, el 2 de noviembre de 2014, fecha de la primer crónica. Este primer encuentro tuvo que ver con el azar. Y en un segundo momento decidí comprometerme con la historia de Julio, así que, por esa razón, los acompañaba a las diligencias. También, alrededor de la familia, se conformó un pequeño colectivo de personas que estaban donando su trabajo: por ejemplo, había un compañero especialista en comunicación con enfoque de derechos humanos, que nos apoyaba con los comunicados. En esta lógica, doné mi trabajo: mi escritura, así que, por eso, llevé un registro de todo lo que ocurría.

—No estabas familiarizada con la crónica. En ese sentido, ¿cómo fue escribir en otro género, en otro registro, distinto a la poesía?

—Fue algo intuitivo, creo. Lo cierto es que en la licenciatura y la maestría trabajé los textos de José Joaquín Fernández de Lizaldi, que son textos periodísticos, pero que combinan recursos narrativos y de ficción. Creo que aprendí mucho al leer y analizar a Lizaldi. Leí el libro Entre las cenizas (Red de Periodistas de a Pie, 2012), que coordinaron Daniela Rea y Marcela Turati, y algunos libros de Svetlana Alexiévich.

Foto: Erick Baena Crespo

—¿Cómo elegiste la estructura del libro?

—En un principio, cuando terminé la primera versión, con las 22 crónicas listas, en borrador, me puse a revisarlas. Y entonces me di cuenta que, debido al seguimiento del proceso jurídico, era un libro pesado. Me dije: “Tengo que encontrar un punto de equilibrio entre el lenguaje forense con otro registro, más íntimo”. Así fue como decidí integrar esos testimonios, que ya tenía, pues las entrevistas las hice entre abril y mayo de 2015. Afrodita Mondragón, mamá de Julio, decía que su nieta, Melissa, le recordaba mucho a su hijo. En ella, en la niña, está la vida que continúa. Las celulas de Julio en la vida de su hija. Eso me motivó a escribir esos capítulos.

—¿Cómo fue enfrentarte al horror?

—Escribí este libro casi al mismo tiempo que escribía mi tesis doctoral. Gracias a eso, tuve el tiempo y los recursos para desplazarme y seguir el proceso de cerca. Escribí una tesis sobre tres poetas, con lo que volvía a la normalidad. El día de la exhumación y la reinhumación fueron los más duros. Volver a los textos poéticos fue confirmar que la poesía es la vida.

—¿Qué tan difícil fue decidir sobre la escritura del episodio en el que retratas la reinhumación del cuerpo de Julio?

—Fue muy difícil. Uno de los riesgos periodísticos de hoy en día es caer en la pornografía de la violencia, como dice Lydiette Carrión. El caso de Julio es susceptible de atraer el morbo. Desde luego no estoy a favor de la difusión del cadáver de Julio ni de Ingrid Escamilla, pues tiene que ver con la intención: mandar un mensaje de terror. Tengo claro que al momento de escribir, de manera puntual, la necropsia estoy poniendo una imagen dura a los ojos del lector. Mi intención fue mostrar algo que nadie, mucho menos las autoridades, quería ver: la tortura a la que fue sometido Julio. Para mí era importante mostrar eso.

Foto: Especial

—Después de escribir el libro, de tratar de encontrar la verdad, ¿qué esperarías que pase con el caso?

—En el caso de Julio los peritos no pudieron determinar cuándo había ocurrido la herida en el rostro y en el cuello. En todas las autopsias hacen cortes que interfieren en una segunda necropsia. Hay mucha información que se pierde conforme pasa el tiempo. Y eso no es casualidad: es una estrategia del Estado. Quienes perdieron pruebas, o no respetaron el debido proceso, lo hicieron con la intención de proteger a los culpables. Las familias, no obstante, tienen esperanza y están trabajando de cerca con la Comisión encargada del caso.

—Usas algunos poemas, relativos a la muerte, como epígrafe de algunos capítulos. ¿Por qué, en un libro de crónicas, fue importante, para ti, colocar esos versos?

—Cuando trabajo, cuando escribo, lo que hago es meterme de lleno, sin distracciones. Es algo intenso. Cuando escribía estas crónicas, escuchaba música sobre luchas revolucionarias y leía poesía. En el poema de Pablo Neruda encontré consonancias con el caso de Julio. Neruda le escribió un poema a Miguel Hernández, cuando a este último lo apresan y muere en el contexto de la Guerra Civil. Compartí, mientras escribía, el sentimiento de impotencia de Neruda. En varios momentos así, cuando sentía que necesitaba tomar fuerza de algún lado, leía poesía. También tiene la intención de iluminar el libro en medio del horror.

—En el libro escribes: “Al salir de allí yo me pregunto dónde estaba Dios el 26 y 27 de septiembre”. ¿Te sigues preguntando dónde está Dios?

—Esa pregunta surgió porque, a este tipo de procesos, los acompañan sacerdotes o padres, sobre todo aquellos que son cercanos a la teología de la liberación. A pesar de que no soy católica practicante, es una pregunta que siempre está presente.