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¿Y si un oso de peluche te pidiera dinero a cambio de no publicar fotos íntimas? Tal vez es un “kentuki”

miércoles, junio 5th, 2019

Con poco más de doscientas páginas, Kentukis cuenta la historia de Robin, una adolescente chantajeada por un oso que le exige dinero a cambio de no publicar imágenes de ella con los pechos descubiertos.

Por María Teresa Hernández 

Ciudad de México, 5 de junio (AP).– Parece inverosímil. ¿Sentirse amenazado por un osito panda? El cuerpo de peluche, los ojos bien abiertos, el curioso andar de sus rueditas mientras te sigue a todas partes como la más leal de las mascotas. Sería el muñeco perfecto de no ser porque no es un muñeco, sino un “kentuki”: un robot de moda con cámara y micrófono para que un desconocido espíe tu vida de manera remota desde que decidas abrirle la puerta.

En Kentukis, su segunda novela, la escritora argentina Samanta Schweblin desarrolla situaciones perversas en las que algo cercano y familiar se vuelve tan amenazante como para dejar a sus lectores con las rodillas tambaleantes.

La autora dice que para su literatura elige lo que despierta su atención en lo cotidiano. Lo siniestro, explica en entrevista con AP, le atrae “por su ruido, por la arbitrariedad con la que, como sociedad, construimos los límites entre lo que es real y lo que no lo es, lo que es normal y lo que no lo es, lo que es aceptable y lo que no lo es”.

Cada kentuki cuesta 279 dólares y se vende en tiendas de autoservicio como cualquier producto electrónico codiciado. Además de pandas, hay topos, conejos, cuervos y dragones. Su funcionamiento depende de dos individuos: el que lo compra y lo lleva a casa como un animal de compañía y el que elige “ser” kentuki, es decir, una persona que compra una tarjeta de la misma marca para conectarse remotamente a la cámara tras los ojos de la criatura y operarla para observar la vida privada de alguien más. El coctel de abuso y voyeurismo que se desencadena nutre la narrativa y mantiene la lectura entre el desconcierto y el horror.

Schweblin ha dicho que la idea de Kentukis surgió mientras le daba vueltas al funcionamiento de los drones, a su modo de revelar una intimidad oculta desde otras perspectivas. El nombre de sus creaciones se le ocurrió casi por azar, mientras pensaba en algo que remitiera a sus lectores a un producto popular, estrafalario, y a una marca simple pero conocida.

Con poco más de doscientas páginas y una decena de protagonistas, Kentukis es un libro coral. Robin es una adolescente chantajeada por un oso que le exige dinero a cambio de no publicar imágenes de ella con los pechos al aire. Alina es la pareja de un escritor y desquita sus frustraciones con un cuervo en México. Emilia, desde Perú, es una mujer sola que se encariña con la dueña del conejo que le presta sus ojos en Alemania sin imaginar los riesgos de vulnerarse así.

Por su estructura, un sutil coqueteo entre el cuento y la novela, Schweblin deja algunas historias inconclusas. Sin embargo, sus vacíos no defraudan la lectura sino que crean puntos de tensión que hacen de cada relato algo inquietante y difícil de olvidar. Dice que no podría explicar cómo se logra “esa tensión entre las palabras del que escribe y todo lo que el lector nombra en silencio, para sí mismo”, pero tiene claro que el vínculo entre su pluma y quien da vuelta a la página es lo que mantiene sus textos en movimiento: al escribir ella abre una puerta que se cierra en la cabeza de cada lector.

 

Samanta Schweblin. Foto: AP.

De inicio podría pensarse que la novela se enfoca en los riesgos de la globalización y la tecnología, pero en una capa más profunda Kentukis explora lo humano. En la trama no hay oso que se vuelva invasivo, violento o chantajista por sí mismo, sino por la carne y hueso que hay detrás de cada peluche mirón. Entonces, podría pensarse, no es la tecnología en sí misma, sino el modo de utilizarla y relacionarse con ella lo que la vuelve peligrosa.

Si bien esta es la primera vez que la escritora nacida en Buenos Aires en 1978 explora el terreno de la ciencia ficción, no es la primera vez que presenta una prosa que cimbra con desasosiego. En su antología Pájaros en la boca (2009), uno de sus cuentos más memorables se centra en el conflicto de un padre que no acepta la idea de que su hija se alimenta de aves vivas. En Distancia de rescate (2014), esa primera novela que la llevó a ser finalista del Premio Man Booker International, la protagonista es una mujer que agoniza en el hospital y a través de una conversación que por instantes parece alucinatoria, la voz de un niño misterioso sirve para recontar su pasado.

Contrario a lo que podría asumirse, lo que Samanta Schweblin aborda en sus libros no la inquieta durante el proceso de escritura, sino que le sirve para confrontar lo que se topa en lo cotidiano.

“Cuando algo me angustia, o me preocupa, o no termino de entenderlo, entonces necesito la ficción para desarmarlo… para probarme a mí misma frente a eso que me inmoviliza o me domina”, dice desde Berlín, donde reside.

Mientras teje sus tramas le abruman otras cosas, como trabajar con ciudades y culturas que no conoce a fondo y dar verosimilitud a sus relatos.

Es casi paradójico que perfeccionar esa credibilidad, esa posibilidad tan viva y tan latente de que este mundo conciba a un panda robótico que pueda chantajearnos con revelar nuestros secretos más ocultos sea lo que logre sosegar sus angustias mientras sus lectores deben hallar algún modo de huir de esas zonas oscuras que los lleva a recorrer.

“El mal real detrás de la tecnología es otro ser humano”: Samanta Schweblin

sábado, octubre 27th, 2018

La escritora argentina Samanta Schweblin -candidata en 2017 al Man Booker Prize por su primera novela, Distancia de rescate– publica su nueva novela Kentukis (Literatura Random House) con la que explora los límites de las nuevas tecnologías y la relación de los seres humanos con ella a través de diferentes relatos y protagonistas.

Ciudad de México, 27 de octubre (SinEmbargo / EuropaPress).- La escritora argentina Samanta Schweblin -candidata en 2017 al Man Booker Prize por su primera novela, Distancia de rescate– publica su nueva novela Kentukis (Literatura Random House) con la que explora los límites de las nuevas tecnologías y la relación de los seres humanos con ella a través de diferentes relatos y protagonistas.

“Hoy por hoy el mal real detrás de la tecnología es otro ser humano”, ha expresado la autora en un encuentro con medios, tras señalar que con este libro no pretende criminalizar las nuevas tecnologías. “Solemos tener la idea ingenua de pensar que la tecnología es el mal, como si nos fuera a hacer daño”, ha añadido.

Y es que los Kentukis son una mezcla de peluche y robot. Podrían ser una versión moderna del Furby, pero en esta ocasión no funcionan con pilas, si no que están manejados por personas anónimas que se esconden detrás de un ordenador y manejan el peluche a su antojo. De este modo, el Kentuki es el acceso remoto de un ciudadano a la vida privada de otro.

En la novela, Schweblin narra las relaciones de distintos personajes con sus respectivos Kentukis, tanto desde el punto de vista de “los amos”, como desde el punto de vista de aquellos que deciden permanecer en el anonimato y ser un peluche robótico que vive tras una pantalla.

“Con este libro yo quería hablar de los problemas de la tecnología de hoy en día sin que la tecnología fuera un problema”, ha señalado. Por ello, en este relato entran en juego reflexiones como que “la tecnología está avanzando tan rápido” que no está permitiendo un tiempo “para que la sociedad pueda pensarla”.

Es entonces cuando surgen problemas como “el descontrol” de no saber hasta que punto “te metes en la intimidad del otro” y “hasta que punto las personas son capaces de dañar algo tan delicado”. “Hay una serie de límites morales y éticos que no hemos acordado ni siquiera en las redes”, ha expresado. En este sentido ha matizado que con los Kentukis “es más fuerte aún” puesto que “están viviendo otra realidad a tiempo real”.

Así, con esta novela la autora habla de un invento “espacial” que te permite “moverte por la casa de otra persona, de manera anónima, y en cualquier otro lugar del mundo” una idea “que le parece tentadora”. Para ella, crear un Kentuki es “económicamente asequible” y “completamente real”. “Yo si pudiera querría tener uno por la curiosidad de ver el deseo del otro”, ha dicho.

La nueva novela de Samanta Schweblin. Foto: Especial

En cualquier caso, lo que Schweblin no alcanza comprender es “como es posible que no se hayan inventado los Kentukis y sí los drones”. “Se me ocurrió la idea en un momento en el que vivía fuera, pasaba bastante tiempo sola y viajaba mucho. Fue en el momento del boom de las imágenes con drones y cuando me imaginé a los kentukis no los pensé a modo literario, si no que pensé que quería uno”, ha narrado.

Aún así, la escritora no ha querido hacer una historia de tecnologías, si no de personas humanas, y, para ello, “ha mantenido los dramas humanos” y “una conexión emocional” entre persona y Kentuki que “es real”.

Establece una comparación entre como las personas se dirigen a la tecnología y a los animales señalando que ninguno de los dos “puede hablar” y que al no haber lenguaje “no hay juicio de valor”. “En la novela todas las comunicaciones con los Kentukis fracasan cuando hay lenguaje, porque entonces aparecen los juicios de valor y las diferencias éticas, ideologías y religiosas”, ha concluido.

ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE Europa Press. Ver ORIGINAL aquí. Prohibida su reproducción.

“Siempre me interesó el límite entre lo real y lo que pertenece al mundo de lo extraño”: Samanta Schweblin

sábado, agosto 4th, 2018

La famosa escritora argentina publica para México y en Almadía “Pájaros en la boca y otros cuentos”. Su límite entre lo real y lo imposible es síntoma de cuentos perfectos que la han llevado a triunfar en el mundo. Desde Berlín, la autora también anuncia su nueva novela, “Kentukis”.

Ciudad de México, 4 de agosto (SinEmbargo).- “Oliver manejaba. Yo tenía tanta sed que empezaba a sentirme mareado. El parador que encontramos estaba vacío. Era un bar amplio, como todo en el campo. Las mesas estaban llenas de migas y botellas y parecía que un batallón hubiera almorzado hace un momento y todavía no hubieran hecho tiempo a limpiar”. Como en esos talleres literarios donde el líder te dice: “Ni una palabra más”, así escribe Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978). Como cuando un maestro de periodismo te dice: ¡Nada de adjetivos! Como cuando la vida se delata detrás de un vidrio o un espejo: esto es lo que tengo que contar, contundentemente, sin ninguna distracción.

Ahora, Samanta presenta en México Pájaros en la boca, que es una reedición de su libro de 2009, más otros cuentos inéditos que fue publicando en alguna revista y que la traen en todo su esplendor, mientras vive en Berlín.

Premiados en Cuba y Argentina, editados en Perú, traducidos a seis idiomas, los cuentos de Samanta Schweblin en Pájaros en la boca, aportan una mirada peculiar, que sobresale en la narrativa latinoamericana contemporánea. En este libro, como ha escrito Mario Bellatin, el lector se llevará “la sorpresa de descubrir que en un texto literario están contenidas todas las demás artes. Schweblin es una experiencia más parecida a la que se puede tener en una galería o frente a una película de autor que delante de un libro sacado de algún estante gris”.

­–Pájaros en la boca es una reedición, ¿verdad?

­–Sí, es una reedición, pero también tiene otros cuentos, incluye cuentos nuevos que quedaron inéditos.

–¿Dónde está la normalidad se pregunta uno con tus cuentos? ¿Tú y Mariana Enríquez manejan un género fantástico

–Es verdad que Mariana y yo tenemos unos puntos de conexión. Siempre me interesó mucho el límite entre lo real y lo que pertenece al mundo de lo extraño o de lo fantástico. Lo extraño y lo fantástico son dos cosas totalmente distintas. A veces es lo fantástico, que es imposible de suceder, a veces es lo extraño, que es posible de suceder, pero no pertenece al mundo de normalidad. Siempre me llamó muchísimo la atención estas etiquetas que ponemos como sociedad alrededor de qué es lo posible y lo que no es posible. Me hace acordar un poco en Buenos Aires, creo que en México también, circulan por la calle estos caballos a los que le ponen orejeras por los lados, para que no se asusten con el tránsito. El caballo sólo puede mirar hacia delante, pareciera ser que ese tránsito que podría asustarlo como no lo ve no lo asusta. Pienso que nosotros que nosotros cuando ponemos nuestros propios límites, que son límites sociales, estamos haciendo un poco eso. Poner esos límites no significa que aquello que no vemos no exista. Para mí, todas las historias que incursionan un poco por esta zona me interesan mucho, porque creo que se abre a cuestiones que pertenecen a nuestra manera de pensar, que son intuitivas, ancestrales, a los que uno no suele estar atento.

–¿Esta categoría también se pasa al lenguaje?

–Una cosa que me pasa mucho es que me llama la atención los malentendidos. Eso me sirve mucho como disparador, para hacer algunas historias. A veces me pasa escuchar algo y malentender. Creo que cuando uno no entiende del todo algo, hay una cosa en la cabeza que necesita desaforadamente ordenar eso que no entendió. ¿Qué pasó acá? ¿Qué le quiso decir exactamente esta persona a esta otra? Cuando no podemos ordenar algo, empezamos a darle vuelta de manera obsesiva y muchas veces hay ideas que surgen de ese malentender.

–Ahora miramos a las mujeres de la literatura antigua como verdaderas creadoras. En otro tiempo eran vistas como locas. ¿Te resulta difícil ser mujeres, escribir cuentos, escribir cuentos fantásticos?

–Yo me acuerdo en el 2001, cuando fue la gran crisis de Argentina, la última gran crisis en nuestro país, en diciembre me confirmaron que me iban a publicar por primera vez. Y yo me acuerdo que pensé, al final, escribo cuentos, el hijo no querido de la literatura, soy mujer, soy inédita y estamos en el medio de una crisis y me van a publicar. Todo era para perder pero sin embargo se dio todo. Respecto al cuento es complicado, se publica muchísimo menos que una novela, pero creo que también en Latinoamérica se lee mucho más cuento que el resto del mundo. Hay lugares donde directamente no se lee cuento, en Suecia, en Noruega, realmente no leen el cuento y no pertenece el cuento a su tradición literaria. Es una cosa notable. Cuando uno entiende esa diferencia es brutal la cantidad de cuentos que escribimos y leemos en Latinoamérica. El cuento está pasando por un estado muy saludable, hay grandes cuentistas.

El cuento está pasando por un estado muy saludable, hay grandes cuentistas. Foto: Almadía

–Son cuentos los tuyos que pertenecen a la misma atmósfera…¿es así?

–Sí, creo que son cuentos que representan distintas etapas de mi escritura, hay un abanico de tiempo muy grande, pero es verdad que la atmósfera, hay algo en la tensión, que los une a nivel geográfico. Por ahí tiene que ver con esto que te decía que me interesa tanto lo posible de lo imposible.

–Para mí eres heredera de Julio Cortázar

–Cortázar fue un autor fundamental para mí, uno de los primeros cuentistas que leí y creo que cuando lee a un autor por primera vez genera una impronta muy fuerte en lo que uno empieza a escribir. Yo lo admiro sobre todo en sus cuentos, pero tengo a otros autores argentinos con los que me siento mucho más cercana, como Adolfo Bioy Casares o los cuentos de Antonio Di Benedetto que me encantan. Sus cuentos tienen algo en el clima que yo admiro muchísimo y que tengo muy presente en la escritura de mis textos.

–Me ocupaba de Cortázar porque tiene esa cosa tuya de estar haciendo algo estrictamente normal y de pronto un hecho casi sutil cambia toda la historia

–¡Sí, eso es muy cortazariano! Seguro. También es cierto que Cortázar escribe desde una tradición rioplatense, ese fantástico del Río de la Plata, más cercano al mundo de cada uno, ese fantástico real, que ni siquiera a veces se concreta, existe la sospecha de que algo monstruoso sucede al otro lado y eso es muy cortazariano.

La portada de Alejandro Magallanes para Almadía. Foto: Almadía

–Estás en Berlín, ¿te sigues sintiendo argentina?

–Absolutamente. Soy una argentina que vive en Berlín. Me siento argentínisima. Al principio, la argentinidad, por decirlo de alguna manera, estaba mucho más presente que cuando vivía en mi país. En Alemania me relacionaba sobre todo con los latinoamericanos y el país desde donde uno provenía se transformaba un poco en tu personalidad. Eras “la argentina” como “la guatemalteca” o “el colombiano”. Me hice mucho más consciente de lo que es ser argentino y no ser español, por ejemplo. Estoy muy contenta acá, es un espacio en el que me puedo concentrar mucho, puedo dedicarle mucho tiempo a la escritura. En la Argentina, lamentablemente, hace tiempo que sale muy muy caro comprar tiempo libre para la escritura. Es casi un lujo de ricos. Sufro por mis contemporáneos escritores cómo la luchan para poder comprar su tiempo de escritura. Es una pesadilla. En ese sentido, Berlín hace la diferencia.

–¿Con quiénes te conectas allí en Berlín? Antonio Ortuño ya está allá

–Hay muchos artistas, pero pocos escritores. Cosa que es lógica es raro que un escritor viva en un país donde hablan un idioma extranjero. Acaba de llegar Antonio Ortuño, todavía no nos hemos visto. Uno empieza a conocer a un montón de gente que no hubiera conocido si viviera en Argentina. El año pasado estuvo Lina Meruane, la escritora chilena y uno es una suerte de embajadora, los recibes, tratas de guiarlos por la ciudad, es muy lindo todo eso.

–¿Se viene la novela?

–Sí, hay una novela nueva que se llama Kentukis. Sale en octubre. Por Random House.

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