Posts Tagged ‘Friedrich Nietzsche’

Las cinco corrientes filosóficas más importantes

sábado, septiembre 22nd, 2018

Una de las ideas más célebres que se conservan de Sócrates nos llegó, como todo lo suyo, por la vía de los diálogos platónicos. En la Apología se dice que, para este filósofo, el examen de la vida era necesario para la vida en sí. Y aunque podrían citarse a otros autores para apoyar esta idea, quizá en este punto baste con apelar a nuestra propia experiencia.

Ciudad de México, 22 de septiembre (SinEmbargo/Culturamas).- ¿Quién no ha sentido, en ciertos momentos de su vida, la necesidad de entender? ¿Quién no se ha preguntado por el propósito de la existencia humana? ¿Quién no se ha angustiado por la fugacidad del tiempo? ¿Quién no se ha sentido aprisionado entre el llamado de su deseo y las imposiciones de la sociedad?

La filosofía, madre de todas las ciencias, ha pasado miles de años intentando responder esas preguntas, renovadas a cada momento porque el ser humano se encuentra en cambio constate, y con él la realidad que habita.

A continuación compartimos un listado de escuelas filosóficas que han destacado en ese examen que aconsejaba Sócrates. Además de una breve explicación de cada una, añadimos algunas sugerencias de obras o autores para comenzar a conocerlas.

Pesimismo

¿Qué es? Un término que puede despertar un primer impulso de rechazo. ¿Por qué querría alguien ser voluntariamente pesimista? Esta es una pregunta válida pero que igualmente vale la pena precisar. El pesimismo como actitud filosófica nos invita a considerar la negatividad propia de la existencia y reflexionar al respecto. Para nadie es un secreto que en la vida también se presentan el dolor, el sufrimiento, la enfermedad, la muerte y otras situaciones y emociones afines. ¿Hacemos bien en querer evadirlas? Los filósofos pesimistas nos dirían que no, pues en cierto modo eso es amputar la vida misma, quitarle algo que le es propio e, incluso, que es necesario para experimentarla en plenitud. En este sentido, el pesimismo suele derivar en un amor hacia la vida.

¿A quién leer? Arthur Schopenhauer es quizá el filósofo pesimista por excelencia, pero Friedrich Nietzsche también heredó cierto espíritu cercano. Del primero puede leerse un opúsculo suyo, El arte de ser feliz, o entrar de lleno a El mundo como voluntad y representación. Del segundo, puede acudirse a La gaya ciencia o Ecce homo.

Nihilismo

¿Qué es? Nihil significa “nada” en latín, y aunque esto de inicio podría también despertar cierto recelo frente a esta forma de pensamiento, vale la pena frenar ese prejuicio. La “nada” a la que esta corriente filosófica se refiere podría compararse al espacio vacío de una hoja en blanco o la nada primordial que hipotéticamente antecedió al inicio del Universo. ¿Y qué si no hubiera nada? Cuando se piensa así, podemos darnos cuenta de que prácticamente todo lo que nos rodea es resultado del cambio y del accidente. Por más que a veces ciertas cosas parecen haber estado ahí desde el origen, lo cierto es que no es así. La moral, las costumbres, las instituciones sociales, las ideas, nuestras prácticas más habituales: todo pudo no-ser y, por ello mismo, es susceptible de ser cambiado.

¿A quién leer? Friedrich Nietzsche es el filósofo más identificado con el nihilismo, aunque algunos lectores especializados tienen ciertas reservas para clasificarlo así. De cualquier modo, se trata de un pensador que nos enseñó a dudar del conocimiento en sí y de las formas en que éste se construye. Así habló Zaratustra o El ocaso de los ídolos pueden ser títulos para acercarse a su pensamiento nihilista. También un ensayo breve pero profundamente estimulante: “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”. Conocer la vida de Diógenes y las anécdotas que se conservan de él también puede ser un primer acercamiento al nihilismo.

Existencialismo

¿Qué es? El existencialismo es quizá la escuela filosófica más persistente de todas. Su nombre mismo así lo sugiere. Si la filosofía, de por sí, nació como una disciplina para examinar la vida humana, cabría decir que las raíces del existencialismo se extienden incluso hasta los días del Banquete de Platón y llegan a las discusiones contemporáneas de Byung Chul-Han. No se piense, sin embargo, que es ambiguo, pero quizá nuestra especie sea la única que fue capaz de hacer un enigma de sí misma y quizá somos los únicos que necesitamos entender nuestra vida para poder vivirla.

Søren Kierkegaard fue un existencialista avant la lettre. Foto: Especial

¿Qué leer? Al existencialismo solemos asociarlo con los filósofos franceses de la Posguerra –Albert Camus y Jean-Paul Sartre sobre todo–, pero sus ramificaciones son un poco más vastas y diversas. Søren Kierkegaard fue un existencialista avant la lettre y hay quien considera los ensayos de Tolstoi o las novelas de Dostoyevski verdaderas exploraciones del alma humana. Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset también han sido catalogados como existencialistas. Son nombres que, en todo caso, también pueden sumarse a una exploración por esta forma de pensamiento que a su favor tiene, a diferencia de otras corrientes filosóficas, que al mirar al ser humano en toda su complejidad, las obras resultantes son en su mayoría accesibles, sencillas, conmovedoras y a veces hasta fraternales. Quizá por eso es también una de las pocas en que fácilmente se encuentran autores de literatura entre su nómina. En no pocos casos leer a uno de estos pensadores es como hablar con un amigo o con una persona a quien respetamos y con quien nos une un afecto sincero. La repetición de Kierkegaard, las Memorias de la casa muerta de Dostoyevski, El mito de Sísifo de Camus pueden ser algunas sugerencias. Los escritos de Simone Weil pueden ser también una sorpresa grata.

Estoicismo

¿Qué es? Sobre todo en los últimos años, esta escuela de pensamiento ha recobrado un interés inusitado. Fue especialmente popular en los días del Imperio Romano y entre sus adeptos contó incluso con Marco Aurelio, a quien se le llamó el “emperador filósofo” y que entre sus obras legó un interesante compendio de máximas que invitan a una vida de virtud, sobriedad, honor y valentía, bajo cualquier circunstancia. Puede decirse que esa es la esencia del estoicismo: recordarnos que todo en la vida es una oportunidad para ser virtuosos, la felicidad y el infortunio, la dicha y el dolor, las tareas cotidianas y los placeres. La virtud es la brújula que nos permite navegar por los mares de la existencia sin perder nuestro rumbo ni olvidar lo elevado de nuestra misión.

¿Qué leer? Las Meditaciones de Marco Aurelio, las Epístolas morales a Lucilio o Sobre la brevedad de la vida de Séneca y los Discursos de Epícteto se encuentran entre las mejores obras estoicas, pero no son las únicas dignas de atención.

Hedonismo

¿Qué es? En las antípodas del pensamiento filosófico dominante se encuentra el hedonismo, una forma de vivir y reflexionar que tiene el placer como eje rector. El placer, que siempre ha estado en la mente de los filósofos porque es un componente esencial del ser humano. Lamentablemente, en casi todas las épocas el placer no ha salido bien librado de las discusiones filosóficas y menos aún de las prácticas sociales. Casi siempre se le mira como una bestia que es necesario domesticar o contener (así, por ejemplo, en Platón). Pero no es el caso de los hedonistas, quienes invitaron a llevar al placer al centro de la existencia. Y aunque esto suena a una vida llena de sensualidad, fiestas y banquetes, lo cierto es que filosóficamente no es así de sencillo. El placer es también una categoría que debe examinarse para poder ejercerse. ¿Serías feliz si todos los días comieras lo que más te gusta? ¿El placer que sientes por una actividad es genuino o es sólo porque aprendiste a disfrutar lo que te fue enseñado?

¿Qué leer? Si bien el hedonismo es una de las escuelas de pensamiento más antiguas en la historia de la filosofía, en un pensador contemporáneo podría encontrarse un acercamiento fresco y luminoso a la materia: el francés Michel Onfray. Su libro Teoría del cuerpo enamorado es un repaso erudito e inteligente a la manera en que la filosofía y la sociedad han tratado al placer sexual y se encuentra ahí además una apasionada defensa a las ideas de Epicuro (el mayor de los hedonistas).

Esta lista no es exhaustiva, sin duda, y además de algunas corrientes de pensamiento fundamentales para Occidente como el racionalismo o el relativismo, podrían agregarse otras escuelas de Oriente que igualmente se han abocado a reflexionar sobre la vida humana. Pero por ahora que baste con esto, que es material suficiente para preguntarnos por qué y para qué vivimos.

Cabe recordar, por último, que la filosofía no lleva a una reflexión aislada o estéril. Pensar se hace siempre con otros: con los otros que nos rodean, los otros a quienes leemos, los otros con quienes vivimos. Y, por otro lado, se trata de reflexiones que se hacen al hilo de nuestra propia vida, con nuestros actos y nuestras decisiones, con el interés de llegar a esa “vida examinada” aconsejada por Sócrates, que en esa expresión debe entenderse como una vida con sentido. Se vive y se reflexiona, eso es filosofar, y es en la combinación de ambas acciones donde se descubre el sentido de la existencia.

ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE  Culturamas. Ver ORIGINAL aquí. Prohibida su reproducción

El sentido de la vida surge en la calma y la paciencia: Friedrich Nietzsche

sábado, julio 21st, 2018

Para muchos de nosotros, la vida actual tiene como denominador común la prisa y la impaciencia. Tal vez, dicho así, encontremos cierta resistencia a aceptar que nuestra vida transcurre con frenesí¡ o que muchas de las actividades que la ocupan (que nos ocupan) parecen imparables por definición.

Ciudad de México, 21 de julio (SinEmbargo/Culturamas).- Sin embargo, tomemos una pausa para reflexionar al respecto. Incluso esto suena inusual, ¿no? Que un texto al que quizá llegaste por azar, al que diste clic mientras seguías el scroll infinito de Facebook, te proponga ahora detenerte para pensar. ¿Por qué no hacerlo? ¿Por qué no tomarse unos minutos para abrir un paréntesis no en la vida, sino en las ocupaciones de la vida?: un paréntesis en el hacer que nos permita posar nuestra mirada sobre el ser.

Esta pausa, por sencilla que parece, no es muy habitual en la actualidad. No es fácil des-aprender algunos de los hábitos que en los últimos años hemos desarrollado, muy a nuestro pesar. Aprendimos a desear recompensas inmediatas y fugaces, aprendimos a vivir en un exceso constante de estímulos y aprendimos también a querer siempre más de todo. Entre otros factores, ahí se encuentra el germen de esa prisa y esa impaciencia a las que aludimos antes. Lo insaciable nos lleva necesariamente a la búsqueda frenética pero, sobre todo, irreflexiva. Cabría preguntarse asimismo, en este contexto, si de verdad somos capaces de disfrutar lo que vivimos cuando nos encontramos en una actitud constante de querer siempre otra cosa.

A manera de provocación, compartimos este fragmento en el que Friedrich Nietzsche señaló tres tareas que consideró necesarias para todos los “educadores”. El filósofo habla de este oficio en particular porque sus líneas tienen como propósito formar una “cultura aristocrática”, esto es, sentar las bases de una manera amplia de vivir, distinta a la que imperaba en sus días y que, según su forma de pensar, aspiraría más bien a hacer de la vida una obra de arte. En ese sentido podríamos entender lo aristocrático no como una categoría excluyente, sino elevada, una forma de apreciar la vida que la dota de un sentido especial, exquisito. Nos dice Nietzsche: “Voy a señalar enseguida las tres tareas en razón de las cuales se tiene necesidad de educadores. Se ha de aprender a ver, se ha de aprender a pensar, se ha de aprender a hablar y escribir: la meta en estas tres cosas es una cultura aristocrática. Aprender a ver: habituar el ojo a la calma, a la paciencia, a dejar que las cosas se nos acerquen; aprender a aplazar el juicio, a rodear y a abarcar el caso particular desde todos los lados”.

Estas líneas, que provienen de El crepúsculo de los ídolos, nos invitan a hacer una pausa antes de reaccionar por mero instinto. A crear una distancia entre lo que somos y aquello que se nos presente, entre el ser y la realidad.

¿Con qué fin? Quizá no exista una sola respuesta a esta pregunta, pero, entre aquellas que podemos elaborar, es posible decir que en esos instantes de calma y de paciencia puede llegar a emerger el sentido de la vida, la razón por la que tenemos ciertas experiencias, la causa detrás de los hechos que nos ocurren. Ese “dejar que las cosas se nos acerquen” del que habla Nietzsche es un intervalo precioso entre la anticipación y el hecho en sí, entre el pensamiento y el acto, una especie de vacío que, como el aburrimiento o el ocio, pueden llenarse inesperadamente por las aguas a veces dulces y a veces intempestivas de la existencia plena.

ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE Culturamas. Ver ORIGINAL aquí. Prohibida su reproducción.

6 extrañas obsesiones de grandes escritores

sábado, junio 30th, 2018

Algunos escritores tenían extrañas rarezas, maneras de trabajar inusuales y adiciones sorprendentes. Otros estaban obsesionados con cosas un tanto sorprendentes. Los escritores tenían una relación especial con el café aunque esa no era la obsesión más extraña.

Ciudad de México, 30 de junio (SinEmbargo/Culturamas).-

Immanuel Kant: Seguir el calendario

Kant no era una persona espontánea (posiblemente se lo imaginaban cuando tenían que estudiarlo en filosofía en el instituto) y no se dejaba llevar por las pasiones. En general era una persona obsesiva (de ahí que fuese un hipocondríaco) y seguía un calendario previamente establecido a rajatablas. La rutina era sagrada. La estableció en 1783 y la mantuvo hasta su muerte en 1804. Además de una rutina sagrada, también tenía un ritual específico para el café. Se tomaba una taza tras la cena que un criado tenía que hacer en el momento.

Friedrich Nietzsche: Fruta

Nietzsche era un fan de la fruta, que sabemos que es muy sana… pero no si te dejas llevar por su consumo de forma enfermiza. En un día se llegó a tomar ¡tres kilos de fruta! El filósofo tuvo problemas digestivos toda su vida y quizás su pasión por la fruta era la causa.

Charles Dickens: Morgues

“Me empujan a la morgue fuerzas invisibles”, llegaría a escribir. Dickens estaba obsesionado con los muertos y podía pasarse allí días observando a los muertos que entraban y salían. Su obsesión con la muerte y lo macabro (y no vamos a entrar a valorar su abrecartas-pata de gato) le llevaba también a analizar escenas de crímenes famosos para intentar averiguar quién podía ser el asesino.

Truman Capote: Claqué

El claqué le obsesionaba desde siempre, hasta el punto de declarar en una entrevista que lo que realmente quería haber sido era bailarín de esta disciplina

Jean Paul Sartre: Crustáceos

¿Se acuerdan de Sebastián, el amigo de La Sirenita? Para Sartre hubiese sido una pesadilla. El filósofo francés temía a los crustáceos, tras ver un cuadro cuando era pequeño en el que uno atacaba a una persona. Su temor era tal que llegó a tener ataques de pánico (reales) a orillas del mar.

Martin Amis: Videojuegos

Que te gusten los videojuegos no es tan raro, pero en el caso de Amis adquirió condición de algo más. El escritor estaba completamente obsesionado con los videojuegos, tanto como para jugar con todos los que podía en recreativos, bares y similares durante los 80 y escribir un libro sobre ello (La invasión de los marcianitos, que acaba de editar Malpaso)

LECTURAS | Michel Houellebecq: En presencia de Schopenhauer

sábado, junio 23rd, 2018

Houellebecq meets Schopenhauer: el gran iconoclasta de las letras francesas se cruza con el gran pesimista de la filosofía alemana.

Ciudad de México, 23 de junio (Sin Embargo).-Todo empezó en la década de los ochenta, cuando un Houellebecq veinteañero se topó por azar en una biblioteca parisina con un libro de aforismos de Schopenhauer y tuvo una revelación: descubrió en él a un alma gemela, un álter ego del pasado, un maestro. Descubrió a alguien que le hizo sentirse menos solo. Y esa admiración acabó desembocando en este libro, una suerte de diálogo entre dos personas separadas por el tiempo pero unidas por la fiereza del pensamiento; dos voces indómitas, a contracorriente, de un pesimismo lúcido e incómodo. Houellebecq elabora una perspicaz lectura de la obra del filósofo alemán que acaba funcionando como un juego de espejos. Y así, Houellebecq ilumina a Schopenhauer y Schopenhauer ilumina a Houellebecq.

El pesimismo de ambos escritores. Foto: Especial

Prefacio y un capítulo del libro En presencia de Schopenhauer, de Michel Houellebecq, con autorización de Anagrama

PREFACIO. HISTORIA DE UNA REVOLUCIÓN

Cuando Michel Houellebecq emprendió en 2005 esta labor de traducción y comentario de la obra de Schopenhauer –una tarea tan ardua como inesperada y que demuestra su profunda admiración–, acababa de concluir la escritura de La posibilidad de una isla. Durante unas semanas se consagró a este nuevo proyecto con la intención, en un primer momento, de convertirlo en un libro; luego, enseguida, lo abandonó. Sin embargo, durante ese tiempo tradujo y comentó una treintena de pasajes extraídos de El mundo como voluntad y representación y de Aforismos sobre la sabiduría de la vida, las dos obras más célebres de Schopenhauer (1788- 1860). La primera, el libro capital del filósofo, es asimismo la obra de una vida: el joven Schopenhauer, que acababa de leer su tesis, trabajó en ella intensamente de 1814 a 1818, y en 1819 ya se publicó una primera versión; pero, a medida que introducía sin cesar nuevos añadidos, la obra se iba ampliando en ediciones sucesivas hasta convertirse en el imponente volumen, a menudo editado en varios tomos, que conocemos en la actualidad. Sin embargo, Schopenhauer solo obtendría finalmente –muy tarde ya– el reconocimiento público que siempre había esperado con la publicación de Parerga y Paralipómena (1851), una recopilación de diversos ensayos –entre los que se cuentan los Aforismos sobre la sabiduría de la vida– que abordan aspectos esenciales de su doctrina. “Comienza la comedia de mi fama”, dijo entonces, “con mi cabeza ya gris”.

Sin embargo, En presencia de Schopenhauer no es únicamente una labor de comentario: es también el relato de un encuentro. Hacia los veinticinco o veintisiete años –lo que sitúa la escena en la primera mitad de los años ochenta– Michel Houellebecq tomó prestado de una biblioteca, al parecer por casualidad Aforismos sobre la sabiduría de la vida. “En esa época ya conocía a Baudelaire, Dostoievski, Lautréamont y Verlaine, a casi todos los románticos; y mucha ciencia ficción. Había leído la Biblia, los Pensamientos de Pascal, Ciudad de Clifford D. Simak y La montaña mágica. Escribía poemas; ya tenía la impresión de releer, en lugar de leer; creía haber concluido por lo menos un ciclo en mi descubrimiento de la literatura. Y entonces, en unos minutos, todo se tambaleó.” Fue una verdadera conmoción y, presa de un afán febril, el joven recorrió París hasta dar con un ejemplar de El mundo como voluntad y representación, convertido súbitamente en “el libro más importante del mundo”; y esta nueva lectura, dice, también lo “cambió todo”.

Un autor es ante todo “un ser humano, presente en sus libros”, afirma François, el narrador de Sumisión, y “solo la literatura permite entrar en contacto con el espíritu de un muerto, de manera más directa, más completa y más profunda que lo haría la conversación con un amigo”.

Sin duda Michel Houellebecq experimentó esa misteriosa e impactante sensación al descubrir la obra de Schopenhauer; sin duda, también, al lanzarse a la redacción de este texto significativamente titulado En presencia de Schopenhauer quiso compartir con sus lectores ese encuentro capital. La fuerza de la revelación que suscitó en él esa lectura está relacionada, a buen seguro, con la conmoción que procura el reconocimiento de un álter ego con el que uno sabe desde el primer momento que se instaurará una larga camaradería. Schopenhauer, el experto en sufrimiento, el pesimista radical, el misántropo solitario, resulta ser una lectura “reconfortante” para Michel Houellebecq: uno se siente menos solo en compañía de otra persona. E incluso cabe preguntarse: ¿era ya schopenhaueriano Michel Houellebecq antes de su lectura de Schopenhauer o fue esa lectura la que le hizo tal como le conocemos? ¿Estaba ya fundamentalmente “no reconciliado” (con el mundo, los hombres, la vida) o fue Schopenhauer quien sembró la semilla del conflicto? ¿Houellebecq ya prefería los perros a los seres humanos o, como en otros aspectos, hay que ver en ello la influencia de Arthur? Es obvio que no tiene mayor importancia: ahí nos adentramos en los secretos de las relaciones de pareja duraderas. Lo que sí es seguro, por el contrario, es que en 1991, el año en que ven la luz las primeras publicaciones firmadas por Michel Houellebecq, Schopenhauer está por todas partes: desde el título (enormemente schopenhaueriano) de su ensayo sobre Lovecraft, Contra el mundo, contra la vida, hasta la primera frase de Sobrevivir, “el mundo es un sufrimiento desplegado”, que recuerda mucho al axioma schopenhaueriano según el cual “toda vida es sufrimiento”; e incluso en estos sorprendentes versos de su primer poemario, La búsqueda de la felicidad:

Quiero pensar en ti, Arthur Schopenhauer,

Yo te amo y veo en el reflejo de los cristales,

El mundo no tiene salida y yo soy un viejo payaso.

Hace frío. Hace mucho frío. Adiós Tierra

Y aunque ese encuentro pueda parecer un flechazo, tiene también toda la apariencia de una revolución; ya que la filosofía de Schopenhauer, cuya ambición es desarrollar un “único pensamiento” capaz de dar cuenta de la realidad en toda su complejidad, a Michel Houellebecq le parece de inmediato un formidable operador de verdad. Schopenhauer le abre los ojos y aprende a contemplar el mundo en sí mismo, es decir, enteramente movido por el “deseo de vivir” ciego y sin fin que es la esencia de todas las cosas, desde la materia inerte hasta los hombres, pasando por las plantas y los animales. En Schopenhauer, esa “voluntad” ajena al principio de razón es la base del carácter absurdo y trágico de toda existencia, en la que los sufrimientos son inevitables (puesto que “todo querer surge de la necesidad, o sea, de la carencia, es decir, del sufrimiento”) y, a su vez, no tienen justificación. Esa voluntad explica también el legendario pesimismo del autor. Un pesimismo radical, por descontado; pero un pesimismo roborativo, ya que según Michel Houellebecq “el desencanto no es malo”.

Y, como afirma Nietzsche en la tercera de sus Consideraciones intempestivas, Schopenhauer resulta ser el mejor “educador”. Su habla puede compararse, afirma Nietzsche, con la del padre que instruye a su hijo: es una “forma de expresarse honesta, ruda y cordial, ante un oyente que escucha con amor”.La obra de Schopenhauer es una escuela moral que insufla al lector las cualidades de la lealtad, la serenidad y la constancia que caracterizan a su autor y es también, siempre según Nietzsche, una lección de estilo (porque moral y estilo son las dos caras de una misma moneda): “El alma de Schopenhauer, ruda y un poco salvaje, enseña no tanto a añorar como a rechazar la flexibilidad y la gracia cortesana de los buenos escritores franceses.” ¿Se aplicó Nietzsche la lección? Michel Houellebecq sí, a buen seguro, y no es casualidad que les recuerde con tesón a quienes eternamente le reprochan su falta de estilo la famosa frase de Schopenhauer: “La primera –y casi condición de un buen estilo es tener algo que decir.”

Como demuestra rotundamente Michel Onfray, toda la obra del escritor podría leerse a través del filtro de la filosofía de Schopenhauer. Idéntica evidencia del sufrimiento, idéntico pesimismo, idéntica concepción del estilo, pero también idéntica concesión de una importancia central a la compasión como fundamento general de la ética; idéntico carácter salvador de la contemplación estética; idéntica imposibilidad de “adherir” al mundo… Y al constatar esa influencia no sorprende que Michel Houellebecq conciba de entrada En presencia de Schopenhauer como un homenaje para demostrar “a través de algunos de mis pasajes favoritos, por qué la actitud intelectual de Schopenhauer me sigue pareciendo un modelo para cualquier filósofo venidero; y también por qué, aunque se pueda estar en desacuerdo con él, solo cabe mostrarle una profunda gratitud”.

Sin embargo, la empresa –esa es su fuerza y su mayor interés– revela que Michel Houellebecq no se limita a ese proyecto: a lo largo de los comentarios precisos, a veces difíciles, de los fragmentos que se toma la molestia de traducir él mismo, la obra de Schopenhauer no se le aparece como una lección paciente y admirablemente asimilada, y menos aún como un modelo, sino como una formidable máquina para pensar. Poco a poco, el análisis se emancipa de la lectura del texto al pie de la letra y se esboza una interrogación sobre los problemas planteados por el gore y la representación de la pornografía en el arte, y también una crítica de las filosofías del absurdo o reflexiones sobre la emergencia de la poesía urbana, sobre las mutaciones del arte del siglo XX o sobre la “tragedia de la banalidad” que está “por escribir”… Este ejercicio intensamente personal (todo en él es singularmente houellebecquiano, incluso esa nota 44 en la que compara la “vida de los nómadas”, provocada por la “necesidad”, con la “vida del turista”, provocada por el “aburrimiento”) deja traslucir un ejercicio de pensamiento y abre nuevos horizontes: sin duda no es casualidad que En presencia de Schopenhauer sea inmediatamente anterior a El mapa y el territorio, que es quizá la novela más schopenhaueriana de todas las de Houellebecq.

Las historias de amor suelen acabar mal, y Michel Houellebecq afirma haberse alejado de Schopenhauer “unos diez años” después de haberlo descubierto. Otro encuentro, el de Auguste Comte, le obliga, dice, a hacerse positivista “con un entusiasmo desengañado”:¡ una adhesión racional (por descontado), fría, desprovista de la apasionada exaltación que acompañó el descubrimiento de Schopenhauer. El artículo titulado “Aproximaciones al desarraigo”, aparecido en 1993, debe de ser de esa época. En el mismo, Houellebecq presenta a Schopenhauer superado por aquello en lo que se negaba a creer y que se halla, por el contrario, en el núcleo de la doctrina positivista: el movimiento de la Historia.

La revelación que Schopenhauer había hecho sobre el mundo, “que por una parte existía como voluntad (como deseo, como impulso vital), y por otra era percibido como representación (neutro, inocente y puramente objetivo en sí, y por lo tanto susceptible de reconstrucción estética)» en la actualidad parece haber fracasado, dice. Esa revelación que Schopenhauer creía definitiva ha sido refutada por la “lógica del supermercado” que prevalece en el liberalismo contemporáneo: en lugar de “la fuerza orgánica y total, tercamente empeñada en su cumplimiento, que sugiere la palabra “voluntad”” el hombre contemporáneo ya solo conoce una “dispersión de los sentidos” y “cierta depresión del querer”; en cuanto a la representación, “profundamente infectada por el sentido”, invadida por perpetuos sentidos figurados, ha “perdido por completo la inocencia”, minando a la vez “la actividad artística y filosófica” incluso como posibilidad de comunicación entre los hombres. Nos adentramos así “en una atmósfera malsana, trucada, profundamente insignificante”. Por ello, la Historia no nos habrá salvado del pesimismo, ni por asomo: al demoler los pilares de la filosofía schopenhaueriana solo agrava su constatación. ¿Y ha anulado con ello su validez? Para responder a esa pregunta, basta leer la solución preconizada por Michel Houellebecq al final del artículo: “Cada individuo es capaz de producir en sí mismo una especie de revolución fría, situándose por un instante fuera del flujo informativo-publicitario. Es muy fácil de hacer; de hecho, nunca ha sido tan fácil como ahora situarse en una posición estética con relación al mundo: basta con dar un paso a un lado.” Suspensión del querer, conciencia de la distancia, práctica activa del desfase: Schopenhauer, ahora y siempre. Agathe Novak-Lechevalier

¡SAL DE LA INFANCIA, AMIGO, DESPIERTA!

Nuestras vidas se desarrollan en el espacio, y el tiempo no es más que un accesorio, un residuo. Aunque conservo un recuerdo fotográfico, inútilmente nítido, de los sitios donde han tenido lugar los acontecimientos de mi vida, solo consigo situarlos en el tiempo mediante laboriosos cotejos aproximativos. Así, cuando tomé prestado Aforismos sobre la sabiduría de la vida de la biblioteca municipal del distrito VII (más precisamente del anexo del barrio de Latour-Maubourg), debía de tener veintiséis años, aunque quizá tuviera veinticinco o veintisiete. Sea como fuere, era muy tarde para un descubrimiento tan formidable. En esa época ya conocía a Baudelaire, Dostoievski, Lautréamont y Verlaine, a casi todos los románticos; y mucha ciencia ficción. Había leído la Biblia, los Pensamientos de Pascal, Ciudad de Clifford D. Simak y La montaña mágica. Escribía poemas; ya tenía la impresión de releer, en lugar de leer; creía haber concluido por lo menos un ciclo en mi descubrimiento de la literatura. Y entonces, en unos minutos, todo se tambaleó.

Al cabo de dos semanas de búsqueda logré procurarme El mundo como voluntad y representación de una estantería de la librería de las Presses Universitaires de France, en el boulevard Saint-Michel; en aquellos tiempos, el libro solo se encontraba de segunda mano (durante meses manifesté mi sorpresa en voz alta, y debí de compartirla con decenas de personas: estábamos en París, una de las principales capitales europeas, ¡y el libro más importante del mundo ni siquiera se había reeditado!). En filosofía, me había quedado en Nietzsche; en la constatación de un fracaso, de hecho. Su filosofía me parecía inmoral y repulsiva, pero su poderío intelectual me impresionaba. Me hubiera gustado destruir el nietzscheísmo y dispersar sus cimientos, pero no sabía cómo hacerlo; intelectualmente, estaba derrotado. No hace falta decir que la lectura de Schopenhauer, en eso también, lo cambió todo. Al pobre Nietzsche ni siquiera le guardo rencor; sencillamente tuvo la mala suerte de aparecer después de Schopenhauer, al igual que en el terreno musical tuvo la desgracia de cruzarse con Wagner.

Mi segunda conmoción filosófica fue el descubrimiento de Auguste Comte, diez años más tarde, que me llevó en una dirección radicalmente opuesta; es difícil imaginar dos mentes más distintas. Si Comte hubiera conocido a Schopenhauer, es probable que solo hubiera visto en él a un metafísico, un representante del pasado (estimable sin duda, en la estela del “metafísico más importante”, léase Kant; pero a fin de cuentas un representante del pasado). Si Schopenhauer hubiera conocido a Comte, es probable que no se hubiera tomado muy en serio sus especulaciones. Entre paréntesis, los dos hombres eran contemporáneos (1788-1860 en el caso de Schopenhauer, 1798-1860 en el de Comte); a menudo siento la tentación de concluir que, en el plano intelectual, no ha ocurrido nada desde 1860. Y, por supuesto, es un fastidio vivir en una época de mediocres; sobre todo cuando uno se siente incapaz de elevar el nivel. Sin duda no produciré ninguna idea filosófica nueva; creo que, a mi edad, ya hubiera dado alguna señal de ello: pero estoy bastante seguro de que produciría mejores novelas si el pensamiento, a mi alrededor, fuese un poco más rico.

Entre Schopenhauer y Comte, al final me acabé decantando, y progresivamente, con un entusiasmo desengañado, me he vuelto positivista; al mismo tiempo, pues, he dejado de ser schopenhaueriano. A pesar de ello, releo poco a Comte y nunca con un placer simple, inmediato, más bien con ese placer algo perverso (y violento, una vez se le toma el gusto) que a menudo se siente con las rarezas estilísticas de los lunáticos, mientras que, a mi entender, no hay ningún filósofo cuya lectura sea tan inmediatamente agradable y reconfortante como la de Arthur Schopenhauer. No se trata del “arte de escribir” ni de chorradas por el estilo; se trata de las condiciones previas que cualquiera debería poder suscribir antes de tener la osadía de ofrecer su pensamiento a la atención del público. En su tercera Condición intempestiva, redactada poco antes de la abjuración, Nietzsche alaba la profunda honestidad de Schopenhauer, su probidad y su rectitud; elogia generosamente su tono, esa especie de ruda sencillez que despierta el desprecio hacia los elegantes y los estilistas. Ese es, ampliado, el objeto de este libro: me propongo tratar de demostrar, a través de algunos de mis pasajes favoritos, por qué la actitud intelectual de Schopenhauer me sigue pareciendo un modelo para cualquier filósofo venidero; y también por qué, aunque se pueda estar en desacuerdo con él, solo cabe mostrarle una profunda gratitud. Por qué, citando de nuevo a Nietzsche, “el hecho de que semejante hombre haya escrito aumenta el gozo de vivir sobre la Tierra”.

Michel Houellebecq (1958) es poeta, ensayista y novelista, “la primera star literaria desde Sartre”, según se escribió en Le Nouvel Observateur. Su primera novela, Ampliación del campo de batalla (1994), ganó el Premio Flore. En mayo de 1998 recibió el Premio Nacional de las Letras, otorgado por el Ministerio de Cultura francés. Su segunda novela, Las partículas elementales (Premio Novembre, Premio de los Lectores de Les Inrockuptibles y mejor libro del año según la revista Lire), fue muy celebrada y polémica, así como Plataforma. Obtuvo el Premio Goncourt con El mapa y el territorio, que se tradujo en 36 países, y ha abordado el espinoso tema de la islamización de la sociedad europea en Sumisión. Las cinco novelas han sido publicadas por Anagrama, al igual que Lanzarote, El mundo como supermercado, Enemigos públicos (con Bernard-Henri Lévy), Intervenciones y los libros de poemas Sobrevivir, El sentido de la lucha, La búsqueda de la felicidad y Renacimiento(reunidos en el tomo Poesía) y Configuración de la última orilla.

El aforismo es una bala disparada a la parte central de nuestra conciencia: Leonardo Da Jandra

sábado, mayo 20th, 2017

En su colección Avispero, título que también tiene la revista literaria de categoría internacional, el escritor ha seguido los pasos de Antonio Porchia y Andrés Manuel Dávila, un libro “notable” dice el prologuista Patricio Pron.

Ciudad de México, 20 de mayo (SinEmbargo).- Leonardo Da Jandra dice que su Avisperos, un mundo editorial y de mayores alcances, es la continuación de Almadía, la empresa que comenzó con Guillermo Quijas.

“Los hijos desarrollan sus propias alas y defienden sus propios vuelos, entonces es una nueva generación para darle voz y proporcionarles una nueva experiencia literaria a los jóvenes oaxaqueños”, dice.

Avispero tiene una revista con gran impacto internacional en España y está considerada una de las mejores revistas en el campo. “Con ella lo que hacemos es difundir a los nuevos valores y desarrollar la experiencia literaria con la docencia”, explica Da Jandra.

En dicho contexto, ahora presenta un libro de Aforismos, algo inusual en su carrera, conocido por editar –entre otras cosas- Huatulqueños, Bajo un sol herido y Distopías.

“A quien esto escribe no le interesan los aforismos, cuya brevedad siempre parece poner por delante el ingenio a la inteligencia, la insinuación de un hallazgo al hallazgo; sin embargo, quien esto escribe debe reconocer que ha leído pocos libros tan notables como estos Aforismos, de Leonardo da Jandra”, escribe Patricio Pron en el prólogo.

Da Jandra nació en Chiapas en 1951 y es uno de los filósofos y escritores mexicanos más importantes de las últimas décadas, en las que publicó libros como Arousiada (1995), Los caprichos de la piel (1996), Entrecruzamientos: I, II, III (2005), La gramática del tiempo (2009), entre otros.

“Los fragmentos (quien esto escribe se resiste a llamarlos “aforismos”) son parte de un pensamiento completamente articulado y personalísimo”, asegura Patricio y la verdad es que el libro es un verdadero goce, con pensamientos y decires profundos, propios de su actividad y a veces rozando la política, la educación, la vida misma.

“Quijas en lugar de ser mi hijo, ya es mi abuelo”, bromea mientras iniciamos la entrevista, preguntándole de entrada que es un libro raro, distinto.

“Bueno, es un libro raro en el contexto de nuestra cultura literaria. Curiosamente los dos mejores autores no son mexicanos ni españoles. El aforismo es una bala disparada a la parte central de nuestra conciencia. Y los dos libros que tengo para destacar al respecto, uno es Voces, del argentino Antonio Porchia y el otro es del colombiano Nicolás Gómez Dávila, Escolios a un texto implícito”.

–¿Tiene algo que ver Twitter y las redes sociales?

–Tú sabes que después de vivir en la selva, vine al mundo “normal” y entre otras cosas descubrí Twitter. Para mi manera de pensar aforísticamente, fue ideal esa oración de 140 caracteres. Creo que es la ventaja que tiene, que puedes leer tres o cuatro por día, sin necesidad de leer mis novelas, que son un poco densas.

El aforismo es una bala disparada a la parte central de nuestra conciencia. Foto: SinEmbargo

–Me hace acordar mucho a Friedrich Nietzsche…

–Sí, es verdad. No se parece a Porchia ni a Nicolás, se parece mucho a Friedrich Nietzsche y tiene raíz en mi afán por metodologizar todo. Siempre polemizamos con Fadanelli, porque él tiende a ser anti-metódico y para mí ese es el peor de los métodos. La mente tiene por su estructuración básica y por su determinación cultural una tendencia a establecer parámetros de racionabilidad entre las cosas, lo que yo permito a mi mente que haga con los aforismos que se vaya a diferentes temas y es verdad, hay una continuidad pero también está la riqueza de lo diverso.

–¿Cómo fue que lo ideaste?

­–Desde que empecé a leer a Nietzsche a los 15 años adquirí un hábito, tomar un cuaderno e ir anotando todo lo que me llamaba la atención. Y luego, al lado, como una especie de apéndice, ponía mis propias opiniones. Tengo 6 o 7 cuadernos de todo eso, pero este libro es parte de mi proceso de trabajo, que no pude llevar a término como yo quisiera con Almadía. Este libro ni lo toqué. Lo hizo uno de mis muchachos, el editor, un chico que ha leído todo, que le sorprendió a Jacobo Siruela, que vino a comer a casa. Él hizo una selección de todos mis aforismos y fue el gran editor.

–¿Cómo es la venta de este libro?

–Estamos en un momento de decadencia generalizada, que se caracteriza por una determinación onerosa de la oralidad y la genitalidad y hay que pensar cómo salir de eso. Pienso que no podemos dejar en manos de los neofenicios, comerciantes o empresarios que sólo buscan el lucro o políticos corruptos que sólo buscan satisfacer sus deseos con dos o tres años que están en el poder. Es importante volver a respetar a los intelectuales, no es que posean la verdad, pero son los que más cerca están de dar ciertas respuestas a las dudas e ir sembrando más dudas. Lo que los políticos y los fenicios siembran hoy son defecciones, no dudas. El dudar es el principio de la filosofía.

–¿Tienes miedo al libro físico?

–No debe molestarnos que se termine el libro físico. Lo que tiene un principio tiene un fin, va cambiando y no me opongo para nada al libro electrónico. Cada vez hay que entender más lo que significan las bodegas, las bibliotecas, los árboles que hay que talar para todo esto. El eje ha tenido dos elementos de negatividad que son el editor y el librero, fíjate cómo es eso. No digo el autor. El librero porque no es posible que cobres el 40 por ciento de lo que vale el libro porque no le vas a dar un peso al autor. El editor, yo tuve la fortuna de conocer a Jacobo Siruela, a Jorge Herralde, a Enrique Díez-Canedo, es decir, a una serie de editores que sí han leído. Conocieron a muchos autores, ahora estamos viendo a la literatura en manos de quienes no han leído pero sí tienen noción de las ventas. Estamos en manos de los neo-fenicios. Es una industria, es un negocio, pero prioritariamente los libros son la difusión del alma de una sociedad.

–¿Este libro va a ser distinto?

–Es distinto. Sacamos 200 libros. 100 ponemos a la venta para que de ahí salga el futuro libro y 100 lo regalamos a periodistas para que conozcan nuestro producto y formen opinión. No regalamos a ningún amigo, está prohibido. Lo demás es gratis, lo puedes sacar gratis de la red.

El escritor entrevistado por Canal 22. Foto: YouTube

–Hablas mucho de los escritores en el libro de Aforismos

–Es el tema de Baltazar Gracián, cuando él decía: la envidia y la soberbia, esos males hispanos. Traspasaron acá al Nuevo Mundo y acá crecieron de manera desbordada. He estado hablando de esto en Toluca, me encontré con muchas dificultades para que alguien joven, crítico, hablara de la nueva literatura. ¿Qué piensan ustedes de esta nueva generación? De Álvaro Enrigue, de Valeria Luiselli, de Fernanda Melchor, de Emiliano Monge, Juan Pablo Villalobos, Yuri Herrera, Antonio Ortuño…Yo los estoy leyendo, porque me interesa mucho aunque dudo mucho de que ellos lean mi obra, pero no se lo voy a reclamar. Nosotros fuimos la sombra de un siglo de oro, la literatura latinoamericana fue impresionante y no tuvimos ni la cuarta parte de la difusión que están teniendo estos chicos. Muchos tienen apenas un libro o dos, algo que no percibí en Jorge Luis Borges, ni en José Lezama Lima ni en Alejo Carpentier. ¿Qué va a pasar? ¿Permanecerá algunas de esas obras? ¿Llegó una nueva literatura? Son chicos muy inteligentes, están en una estructura de promesa, hay mucho talento en un sistema donde se produce la caída de la literatura como eje dinámico de la transformación social. Ahora es toda la imagen, como había dicho Giovanni Sartori. No sé si este nuevo grupo de escritores tendrá un nuevo grupo de lectores, ojalá.

–¿Qué piensas de los migrantes, ahora que preparas un número de Avispero sobre el tema?

–Lo que está pasando a nivel global una dictadura de la gerontocracia. La mayoría de los que vota son viejitos de mi edad, que están con el pase de abordar y quieren que le den los últimos goces porque trabajaron para eso. Tienen razón pero se ponen en una actitud defensiva: ya no voy a aportar, tengo que sacar, ¿quién les va a dar para mantener esa exigencia si no esta fuerza de trabajo, esta nueva voluntad? Por otro lado, no es genuinamente una lucha política y económica sino identitaria. Son luchas por la identidad, son encuentros y desencuentros de cultura. Está la necesidad de un cambio radical a nivel global y ahí es donde entran los migrantes. ¿Qué significa la migración? No es lo mismo la búsqueda que la huida, no es lo mismo el exilio que el salir a trabajar porque no puedes sostenerte en el lugar donde has nacido. La migración ha sido el eje fundamental para que las culturas se renueven, pasó en Grecia, pasó en Roma, en España, es inevitable: los imperios caen desde adentro y tiene que ver esta nueva voluntad. En el caso de los Estados Unidos y de Donald Trump la nueva voluntad es la cultura hispana. Barack Obama fue un representante del liberalismo en los Estados Unidos, mantuvo todo el aparato económico, deportó a los migrantes, no era el negro liberador sino un hombre educado pero que respondía a los intereses de su país, este Donald Trump no. Viene del vicio y ha logrado permearse en ese sentimiento neorreligioso fundamentalista, no olvidar que donde él obtuvo la mayoría de los votos fue en la ruralidad.

ENTREVISTA | El mundo envuelto en la ligereza, según el sociólogo Gilles Lipovetsky

domingo, agosto 28th, 2016

“Lipovetsky sostiene con su fuerza habitual que lo ligero no es un fenómeno de moda ni un efecto de superficie. Es un hecho social total. Hablar de “civilización de lo ligero” se ha vuelto hoy legítimo, dice Roger-Pol Droit en Le Monde. Para el pensador francés, la ligereza del mundo contemporáneo no debe establecer las bases morales que pongan en duda principios como la igualdad, la fraternidad y el trabajo.

Ciudad de México, 28 de agosto (SinEmbargo).- Todo es muy ligero en el mundo. Es lo liviano, lo escuálido, lo light, lo mínimo, lo que pinta el rostro de la cultura contemporánea. En el estricto sentido del pensamiento, ¿la corrección política constituiría el sostén moral de la ligereza? Esas ideas ligeras y poco profundas que dan marco a una manera de enfrentar el mundo moderno, con la virtud de un “individuo solitario y zapeador”, ¿son el espíritu de nuestra época?

De las artes plásticas a la industria de la energía, de la informática a las prácticas consumistas, de la educación al deporte y el cultivo del cuerpo, de la tecnología a la medicina, del diseño a las relaciones sexuales, de los imaginarios colectivos a las fantasías individuales, el fantasma de la ligereza, la miniaturización, la provisionalidad, la liberación de todas las ataduras, la evanescencia, la frivolidad y la virtualidad recorre Occidente como expresión de deseos, aspiraciones, sueños, esperanzas y utopías.

La ligereza es “un valor, un ideal, un imperativo”: estamos en la civilización de lo ligero, afirma el sociólogo francés Gilles Lipovetsky (París, 1944), quien se encuentra en México para presentar su ensayo De la ligereza, editado por Anagrama.

La moral no puede ser ligera, dice Lipovetsky. Foto: Anagrama

La moral no puede ser ligera, dice Lipovetsky. Foto: Anagrama

Pese a ello, el intelectual sostiene en entrevista con SinEmbargo que “la moral no puede ser ligera”.

“La ligereza es un ideal estético, técnico, existencial, pero no es moral. Tampoco es inmoral. Es otra categoría. Por lo tanto, el feminismo, lo políticamente correcto, no tienen un vínculo directo con la ligereza”, afirma Lipovetsky.

La ligereza, según su visión, es una respuesta moderna a la pesadez y el rigor que la cultura del pasado imponía en la vida personal de la gente. Esta fuerza liberadora de la ligereza, presenta de todos modos una “doble cara”.

Por un lado defiende valores primordiales como la libertad individual, pero establece la paradoja cuando estos individuos también aspiran a establecer vínculos sólidos con el prójimo.

Lo que sin duda puede describirse como una estructura estética caracterizada por la comodidad, la indiferencia, lo cool, la relajación interior, también genera lo que el autor de La era del vacío llama “una angustia que no cesa”.

“Precisamente por eso no he desarrollado mucho el tema de la moral en mi libro, porque la ligereza se cuece aparte. En tiempos pasados, efectivamente, la moral era lo que regía y condicionaba la vida de las personas. Por ejemplo, en el mundo antiguo decir que una mujer era “ligera” implicaba una condena moral que hoy ese término ya no tiene”, explica el pensador francés.

Para Lipovetsky, la tendencia de lo ligero en la existencia contemporánea, contempla la incultura de los estudiantes, las agresiones y faltas de respeto cotidianas, la desinformación de los medios de información, la inmoralidad de los representantes públicos, el número de suicidios, los neofascismos disfrazados de progresismos, la distancia económica entre pobres y ricos. Y estamos sólo en los comienzos.

Un libro provocador y pionero, como todos los del intelectual francés. Foto: Anagrama

Un libro provocador y pionero, como todos los del intelectual francés. Foto: Anagrama

“Hablar de “civilización de lo ligero” se ha vuelto hoy legítimo”, opina Roger-Pol Droit, en Le Monde, mientras que Lipovetsky es muy firme a la hora de aclarar que “el mundo de la ligereza no puede ni debe absorberlo todo”.

“Hay valores esenciales que no pueden ser discutidos por la cultura de la ligereza, como el respeto a las personas, la igualdad ante la ley, la fraternidad, la solidaridad, el trabajo, esas no son cosas ligeras, sino los valores fundamentales para una existencia humana verdadera”, afirma.

“No hay que pensar que estar en la Internet alcanza para la participación social. En la escuela no se acepta la totalidad de la ligereza. Los que tienen niños saben que ellos no pueden estar todo el día mirando la televisión, queremos niños activos, que jueguen, que crezcan interesados en algo más que una pantalla”, agrega.

¿QUIÉN ES GILLES LIPOVETSKY?

Gilles Lipovetsky es el autor de los celebrados ensayos La era del vacío, El imperio de lo efímero, El crepúsculo del deber, La tercera mujer, Metamorfosis de la cultura liberal, (con Elyette Roux) El lujo eterno, (con Sébastien Charles) Los tiempos hipermodernos, La felicidad paradójica, La sociedad de la decepción, (con Jean Serroy) La pantalla global y La cultura-mundo y, junto con Hervé Juvin, El Occidente globalizado.

Ha sido considerado “el heredero de Tocqueville y Louis Dumont” (Luc Ferry) y “una estrella de los analistas de la contemporaneidad” (Vicente Verdú). Es Caballero de la Legión de Honor y doctor honoris causa de las universidades de Sherbrooke (Quebec, Canadá), de Sofía (Bulgaria) y de Aveiro (Portugal).

Aunque De la ligereza es esencialmente crítico, en las entrevistas el siempre apasionado Lipovetsky insiste con marcar más que nada la paradoja en que se encuentra la existencia humana en estos momentos del mundo. No se trata –dice- de condenar per se la vida ligera a la que la clase media se ha volcado con ahínco, sino de “pensar que hay cosas que no pueden ser ligeras como la ciencia”, afirma.

“Por otro lado, la ligereza tiene un sentido favorable si la comparamos con la moral rígida de otros tiempos. Somos más relajados con la vida sexual, con los niños, con la libertad individual y eso me gusta. Sin embargo, hay que también demostrar que en este mundo no podemos tener la ligereza como un fin. El mundo de la ligereza te da libertad, pero también te da adicción. En lo que concierne a la educación, no podemos movernos sólo con la ligereza, no podemos decir que los alumnos hagan lo que quieran, que no se esfuercen. Para ser ligero, hay que trabajar”, advierte.

“Hay que trabajar para bailar, para tocar el piano. Hay una ligereza frívola, que no es mala, pero no es todo. Hay otra ligereza que es fruto del trabajo y produce el progreso. Comprar cosas de marca todo el tiempo no puede ser un ideal del mundo”, agrega.

En relación con el concepto de ligereza acuñado por Friedrich Nietzsche, Lipovetsky explica que “no satanizo la ligereza, Nietzsche sí. Él habla de la ligereza sólida y odiaba el mundo liberal. El mundo frívolo también es interesante, pero no hay que desaparecer el otro”, expresa.

“No estoy de acuerdo con la falta de compromiso, con el consumismo, pero tampoco dejo de advertir que este mundo de la ligereza ha permitido reforzar la democracia y nos ha liberado de la locura revolucionaria y nacionalista, no tenemos más las guerras que devastaron Europa”, concluye.

[youtube ciupVZGrmmE]