Algunos escritores tenían extrañas rarezas, maneras de trabajar inusuales y adiciones sorprendentes. Otros estaban obsesionados con cosas un tanto sorprendentes. Los escritores tenían una relación especial con el café aunque esa no era la obsesión más extraña.
Ciudad de México, 30 de junio (SinEmbargo/Culturamas).-
Immanuel Kant: Seguir el calendario
Kant no era una persona espontánea (posiblemente se lo imaginaban cuando tenían que estudiarlo en filosofía en el instituto) y no se dejaba llevar por las pasiones. En general era una persona obsesiva (de ahí que fuese un hipocondríaco) y seguía un calendario previamente establecido a rajatablas. La rutina era sagrada. La estableció en 1783 y la mantuvo hasta su muerte en 1804. Además de una rutina sagrada, también tenía un ritual específico para el café. Se tomaba una taza tras la cena que un criado tenía que hacer en el momento.
Friedrich Nietzsche: Fruta
Nietzsche era un fan de la fruta, que sabemos que es muy sana… pero no si te dejas llevar por su consumo de forma enfermiza. En un día se llegó a tomar ¡tres kilos de fruta! El filósofo tuvo problemas digestivos toda su vida y quizás su pasión por la fruta era la causa.
Charles Dickens: Morgues
“Me empujan a la morgue fuerzas invisibles”, llegaría a escribir. Dickens estaba obsesionado con los muertos y podía pasarse allí días observando a los muertos que entraban y salían. Su obsesión con la muerte y lo macabro (y no vamos a entrar a valorar su abrecartas-pata de gato) le llevaba también a analizar escenas de crímenes famosos para intentar averiguar quién podía ser el asesino.
Truman Capote: Claqué
El claqué le obsesionaba desde siempre, hasta el punto de declarar en una entrevista que lo que realmente quería haber sido era bailarín de esta disciplina
Jean Paul Sartre: Crustáceos
¿Se acuerdan de Sebastián, el amigo de La Sirenita? Para Sartre hubiese sido una pesadilla. El filósofo francés temía a los crustáceos, tras ver un cuadro cuando era pequeño en el que uno atacaba a una persona. Su temor era tal que llegó a tener ataques de pánico (reales) a orillas del mar.
Martin Amis: Videojuegos
Que te gusten los videojuegos no es tan raro, pero en el caso de Amis adquirió condición de algo más. El escritor estaba completamente obsesionado con los videojuegos, tanto como para jugar con todos los que podía en recreativos, bares y similares durante los 80 y escribir un libro sobre ello (La invasión de los marcianitos, que acaba de editar Malpaso)