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“Estoy ejerciendo la literatura sin títulos ni permisos”, Camila Sosa Villada sobre Las malas

sábado, enero 9th, 2021

Las malas (Tusquets, 2019) se convirtió en un fenómeno literario durante esta pandemia. Su autora argentina, Camila Sosa Villada, habla en entrevista sobre los libros que recién adquirió, el amor, el teatro, de su vida en las calles, así como de su opinión en torno a la ley pro aborto en la Argentina.

Por Mario Alberto Medrano

Ciudad de México, 9 de enero (SinEmbargo).- En punto de las diez de mañana, tiempo de México -las tres de la tarde en su natal Córdoba-, Camila Sosa Villada (Argentina, 1982) responde una videollamada para charlar de Las malas (Tusquets, 2019), la novela que se convirtió en un fenómeno literario durante esta pandemia. Camila es siempre literatura, es siempre una ficción, es siempre teatro. Con franqueza y sin ambages, habla con entusiasmo de los libros que recién adquirió, entre los que se hallaban nombres como Marguerite Duras, Julián López y Penélope Fitzgerald, hasta de la música que se escucha en su casa, el amor, el teatro, de su vida en las calles, así como de su opinión en torno a la ley pro aborto en la Argentina.

Galardonada con el Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2020, precisamente por Las malas, Sosa Villada ha escalado en los rankings literarios, junto a otras grandes autoras, como Mariana Enríquez y Dolores Reyes, asunto que incomoda a los escritores varones, a decir de la también actriz.

“Yo, en verdad, soy una escritora sin propósito, sin planes. El primer fulgor de Las malas fue un personaje que hice en una obra de teatro, que era la tía Encarna, ella aparecía al final de una obra que se llamaba El cabaret de la difunta Correa, que trataba sobre los milagros, y yo intuía que ese personaje tenía mucha idea de dónde cortar, que tenía material de escritura interesante, entonces comencé a escribir a partir de eso que ella hablaba, de los milagros que están al alcance de las manos, pero sin ningún propósito.

Por otra parte, reconozco que el libro existe tal cual es, capaz de ganarse un premio como el Sor Juana y lograr todas esas traducciones que se ha ganado, gracias al trabajo de edición que ha hecho Juan Forn. Él logró que este libro sea la mejor versión de sí mismo. Yo digo que Juan lo normalizó, lo que salió de mí y pasó por sus manos y llegó a la editorial es un poco diferente a la idea que yo tenía del libro porque yo no he hecho talleres ni mucho menos, yo soy una escritora que está ejerciendo la escritura sin título, sin permiso, lo que sí he hecho es escribir con el viento en contra, bajo la lluvia, bajo la tormenta, y aun así no he dejado de hacerlo, incluso cuando no tenía ni tiempo ni dinero, y tenía que hacer otras cosas para ganarme la vida”, confiesa Sosa Villada.

Las malas, el silencio que nombra

El parque Sarmiento, donde habita la estatua de Dante, es el telón de fondo -y primera imagen de la narración, valdría decirlo- de esta novela, en donde se concentra la manada de travestis, comandadas por la tía Encarna, quien, después de hallar a un bebe en una zanja vio transformada su vida. Entre la vorágine de hombres, retenes policiacos, enfermedades, burlas y humillaciones, esa voz en primera (un yo colectivo), que supone la de Camila, irá narrando las vicisitudes de las mujeres que se debaten entre la pobreza y la violencia.

“Lo digo en el discurso de agradecimiento del premio Sor Juana, que el libro gana ese galardón también por lo que sabe ocultar, por lo que no dice. Cuando la gente me dice ‘ay, pero qué terrible ha sido tu vida’, ‘yo no sabía que las travestis vivían tan mal’, incluso mi madre me dijo ‘hija, yo no sabía que habías vivido tanto’, lo que pienso es que es imposible que pueda hablar de esos años, que pueda contarlo todo, pues me volvería loca de dolor. Ha sido realmente muy difícil poder estar viva, con casi 39 años, habiendo comenzado a trasvestirme en los años 90, yo he pasado por cosas mucho peores que las que se cuentan en Las malas, mucho más dolorosas, humillantes incluso, si se quiere.

Con Las malas, como dice Alice Munro en Las vidas de las mujeres, es autobiográfica en la forma y no en el contenido. Tomé la forma de parque, el telón de fondo donde inicia la novela, en el que estuve con una manada, las travestis, quienes me enseñaron a serlo, pero yo inventé y llenè de plumas y animales y personajes inesperados toda una situación que de otra manera no hubiera podido escribir.

Género amorfo

Una vez aparecida la novela de Camila, la crítica intentó posicionarla en un género literario, ponerle un corsé que se adaptara las promociones de ventas; sin embargo, esta obra es amorfa en su estructura, pues puede ser posicionada en la autobiografía, biografía ficcional, el realismo mágico, como una crónica.

Obra iniciática, de descubrimientos, la narradora de esta travesía recompone su propio mundo, devastado, entre ruinas, a veces vulnerable, pero siempre en constante reaprendizaje. No es una obra de superación personal, como se conoce, ni intenta serlo, pero sí hay una constante cavilación sobre la vida y el cuerpo, que es una patria conquistada.

“A fuerza de responder preguntas de los periodistas, pude entender cómo yo desarmaba no sólo el protocolo de escritura, es decir, tener un plan para escribir, tener una línea de tiempo, saber qué tipo de arco tienen los personajes, qué tipo de género habita esta escritura, eso yo lo comencé a romper, y luego comencé a romper también quiénes son hijos y quiénes son padres, cómo se constituyen las familias, que ese contraste entre la tía Encarna y su hijo es interesante en tanto y en cuanto la tía Encarna, porque es un personaje brillante, se deja modificar por la existencia de ese niño al punto de abandonar a su pareja, al punto de quedarse absolutamente sola, al punto de volverse hombre para llevarlo al colegio, yo creo que eso sí es interesante porque además la presencia del niño no sólo modifica la vida de la tía Encarna, sino también de todas las otras travestis que están allí, porque deben cuidarlo, hay a una que le comienzan crecer alas, a otra se convierte en loba.

Creo que me mayor influencia es que he sabido leer muy bien, he leído buenas escritoras, sobre todo mujeres, es decir, he sabido leer a Marguerite Duras, a Sharon Olds, también he leído muchas entrevistas donde Duras habla sobre la escritura, entonces, sin saber que estaba aprendiendo, estaba aprendiendo a escribir, y eso ha sido mi mayor escuela”, asegura.

Poesía, germen de su vida

Entrar en el universo de Las malas es confrontarse constantemente, sentir incomodidad: lo que cuenta Camila Sosa no es sencillo de diferir, hay, para entrelazar la figura de Dante en el parque Sarmiento, un descenso a los infiernos.

Y aquí, la poesía, como sucede en La divina comedia, hay poesía. “Creo que la poesía es el primer contacto que tiene las personas con la escritura. Creo que es por un tema de brevedad, economía, de magia, cualquier persona es accesible para cualquier persona y viceversa. Luego está el hecho de que una quiere hacer durar esa instancia de intimidad, la poesía se escribe en lapsus cortos, a veces muy intenso, a veces una puede escribir un poema y ya se terminó ahí. También es cierto que una quiere permanecer dentro de los libros, hasta el último momento.

Pienso en Lorca, “La noche se puso intima como una pequeña plaza”, entonces, cualquier persona con el estudio que sea, de la procedencia que sea, se va a conmover por un verso así, en cambio, si le das a leer una novela, la persona no tiene tiempo, se aburre, le parece complicado, se tiene que ir al diccionario, pero la poesía tiene la maravilla que es inmediata.

Entre la música y la fama

En estos tiempos de confinamiento, Camila ha pasado los días entre la escritura, música y el teatro. Al cuestionarla sobre sus gustos musicales, reconoce que siempre debe haber jazz en su vida. Asimismo, se sabe rebasada por las entrevistas y la marea de reflectores en torno a ella y su novela.

“Me gusta mucho el jazz cantado por las tres o cuatro más importantes para mí, que son Billie Holiday, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan y Nina Simone. Me gusta el folclore, el bossa nova, la música brasileña, la samba. No soy muy fiel a ningún estilo, salvo al jazz, que siempre suena en mi casa.

Ahora, la pasó fatal dando entrevistas, primero porque yo creo que no tengo respuestas para muchísimas cosas que preguntan, yo me siento impotente, siento que me voy a arrepentir de lo que digo; segundo, no es lo mismo estar acostumbrada a las tablas que el interactuar con las personas. En el escenario, finalmente, estás sola, más allá que se tengan compañeros que te acompañen en ese momento haciendo una obra, sigues estando sola, y eso es lo que me gusta. Soy más tímida de lo que parezco; ahorita me viene al pelo haberme contagiado de esta mexicanidad porque de esta manera me defiendo un poco, luego me dicen cómo es que vas a ser tímida, si eres actriz, el tipo de fotos que te sacas, las cosas que dices, cómo puedes ser tímida, pero a al momento de interactuar con personas, sufro muchísimo”, reconoce.

La ley pro aborto en Argentina

Acaso, una de las posibilidades de lectura de esta novela sea la parábola, con una enseñanza de por medio, aunque sería reducirla a una forma de tratado en favor de los travestis y los homosexuales. Para Camila, su obra sí presenta una maternidad, pero sin reglas ni reglamentos, la ejercida por los travestis. En ese tenor, la actriz también da cuenta de su opinión sobre la ley que actualmente se discute en Argentina sobre el aborto seguro.

“Lo que creo es que lo que sucede en Las malas, en particular con la tía Encarna, es que esa maternidad no es ninguna novedad para las travestis, nosotras venimos ejerciendo maternidades sin nomenclaturas, sin definiciones, desde hace años. Conozco a travestis que se han venido del Perú de Bolivia, del norte del País, de Paraguay, a las capitales, a trabajar como prostitutas, y todo el dinero que ganan lo enviaban a sus casas para darle de comer a sus hermanitos, a sus sobrinos. Entonces, estas maternidades no son una novedad.

Después está el hecho de que el cuerpo de las mujeres sufre un tipo de violencia específica, y es intransferible, del mismo modo que el cuerpo de las travestis sufre una violencia que también es intransferible. En el medio lo que nos une es vivir en una civilización un poco más saludable para todo el mundo. En eso si estoy y acompañando, sabiendo que no soy un cuerpo prestante, que no es mi tema, que ahí no tengo más que dar mi apoyo, decir que esto está bien, y es necesario para un país como Argentina, y después me retiro y hasta allí llegó yo, y sé que es una labor de las mujeres, que es una labor de los hombres trans que sigue abortando, que son violados y necesitan hacer abortos, o lo que fuera, pero siempre con la distancia”.

Nuevos proyectos

Escritora disciplinada, Camila reconoce que el aluvión de entrevistas provocadas por Las malas le impidió escribir, pero ahora, con más calma ha podido recuperar el ritmo de escritora

“Ahora mismo estoy escribiendo un libro de relatos para Tusquets, que sale el año que viene. Y ahorita se está terminando de configurar dentro de mi cabeza qué es lo que estoy haciendo. En cuanto a los géneros literarios, es un tanto extraño. Ya me sucedió con Las malas, que no se sabe si es una autobiografía, una crónica, una novela de realismo mágico, con los cuentos me está sucediendo lo mismo, y es gracias a mi ignorancia, que es una ignorancia benéfica para mí como escritora, es decir, mientras no sepa sobre esa teoría de géneros, seguiré siendo una buena escritora, el día que sepa qué estoy haciendo voy a tener que cambiar de modo.

Para el libro de cuentos, al principio, pensaba en el nombre de uno de los cuentos, Hacer un hombre, la editora me dijo que le gustaba más Piel de higo, que es título de otro cuento, y después, ahora, más ordenada mi cerebro, y esos relatos han comenzado a formar parte de una misma nuez, de un mis hueso, me gusta mucho el título La travesti prohibida, que es el nombre de otro de los cuentos del volumen. Veremos qué sale, pues aún no lo termino. Luego estoy escribiendo un ensayo sobre los vendedores ambulantes para una editorial pequeña de acá de Argentina, y yo sigo llenando páginas. Esa cosa de escribir es la mejor escuela, y escribo, a veces cosas que no tiene sentido con otras que voy escribiendo, y que están ahí, y que en algún momento terminan por ser parte de un libro.

Sobre las escritoras latinoamericanas

Al cuestionar a la autora sobre el trabajo de las escritoras latinoamericanas, Camila no oculta su orgullo de posicionarse junto a nombre como el Mariana Enríquez, entre otras, dentro de las listas de los libros más vendidos. Asimismo, reconoce que sí existe una diferencia entre lo que escriben las mujeres y los hombres.

“Los varones se preocupan mucho por hacerlo bien, es una exigencia del patriarcado, que tiene que demostrar que son hábiles, cultos, que no han dejado ninguna cosa librada al azar, siempre están muy preocupados por eso, por ganarse los premios, por las traducciones por ser editados, al menos los escritores que tengo la buena suerte o mala suerte de conocer acá en Argentina.

Las mujeres hacen algo de lo que los varones deberían aprender y es lanzarse al vacío sin saber cómo se va a salir de ahí. Como a nosotras nunca se nos ha leído, durante muchos años hemos estado en las estanterías ocupando espacios, salvo un par que han tenido renombre, entonces nos hemos dedicado a escribir y ya. Si somos editadas, qué fortuna, si no, pues que mala suerte, y esa cierta indiferencia con el mundo editorial ha hecho que ahorita nosotras seamos, al menos aquí en Argentina, las que estamos manteniendo las librerías, las editoriales, las que estamos en boca en boca.

Y yo veo a muchos hombres llorar cuando se hacen rankings. Hace poco leía que un diario importantísimo de España reconocía que ya que Mario Vargas Llosa, por poner un ejemplo, y tantos otros no están publicando, pues bueno, nos conformamos con estas que están sacando libros. Y yo digo, ‘mira las lágrimas de un varón’. En Twitter, por poner otro ejemplo, me posicionaban en los rankings de los más vendidos, y juntos a Mariana Enríquez y Dolores Reyes, y en los comentarios, la ristra de escritores llorando, diciendo ‘yo no conozco a tal’, ‘yo no sé quién es ella’, ‘adiós, muchachos’, decía otro. Y nosotras lo único que hacemos escribir”, asegura.

Pandemia, el teatro y la vida

La pandemia del coronavirus puso un parón en la mayoría de los espectáculos de entretenimiento. El teatro, por su puesto, encabezó la lista, pues la gente no podía reunirse a ver una escena que sólo cobra sentido cuando hay público presente. Al respecto, Camila no dejó de estar activa, tratando de formar parte de proyecto, aunque dice que durante el aislamiento también se dedicó a descansar.

“He tenido la suerte de ser convocada para hacer una suerte de experimento teatral por whatsapp, que se llama Audioguía para que vuelvas, donde estamos Dolores Fonzi, Jorge Marrale, Cecilia Roth, Leonardo Sbaraglia, son monólogos, por audio de whastapp, que tiene su ficción, su coherencia, y trata sobre una familia, cuyo cada integrante se ha acostado con la misma persona, lo le envían audios pidiéndole que vuelva. Fue una experiencia muy bonita, no la esperaba. Antes hicimos Amor en cuarentena, que tenía la misma lógica: recibir audios por whatsapp”.

A pesar de sí estar activa en diversas actividades, “en la pandemia me dediqué al amor, a ser querida, que me hagan el amor, a que me preparen tragos, a descansar, en la medida de los posible, a entrenar físicamente, y me relajé: entendí que esa dinámica de la pandemia sería así como la estamos viviendo y negar que esto está pasando o enojarme, me haría más daño, que el saber que en algún momento terminará. Entonces, me quedé aquí en mi casa, además, no ha cambiado mucho mi vida, pues a mí me gusta estar en mi casa, aquí que aquí me quedé, feliz de estar aquí adentro” finaliza.

ADELANTO | Música sólo música: las charlas de Haruki Murakami con el director de orquesta Seiji Ozawa

sábado, octubre 17th, 2020

Muchos saben que a Murakami le apasiona tanto la música moderna como la clásica. Además de haber pertenecido a un club de jazz en su juventud, ha impregnado de referencias y vivencias musicales la mayoría de sus novelas.

Ahora el autor japonés comparte las fascinantes conversaciones, a lo largo de dos años, con su amigo ex director de la Boston Symphony Orchestra, mientras escuchan discos y los comentan. Anécdotas y curiosidades que contagian la pasión por la música.

Ciudad de México, 17 de octubre (SinEmbargo).- Muchos saben que a Haruki Murakami le apasiona tanto la música moderna y el jazz como la música clásica. Esta pasión no solo le llevó a regentar en su juventud un club de jazz, sino a impregnar de referencias y vivencias musicales la mayoría de sus novelas y obras.

En esta ocasión, el autor japonés comparte con sus lectores sus querencias, opiniones y sus ansias de saber todo sobre la música. Para ello, a lo largo de dos años, Murakami y su amigo Seiji Ozawa, antiguo director de la Boston Symphony Orchestra, mantuvieron estas deliciosas conversaciones.

Así, mientras escuchan discos y comentan distintas interpretaciones, el lector descubre confidencias y curiosidades que le contagiarán el entusiasmo y el placer inacabable de disfrutar de la música. Las charlas van desde conocidas piezas de Brahms, Beethoven, Bartok y Mahler, hasta directores de orquesta como Leonard Bernstein y solistas excepcionales como Glenn Gould; también sobre piezas de cámara y ópera.

A continuación, SinEmbargo comparte, en exclusiva para sus lectores, un fragmento de Música sólo música, del escritor superventas Haruki Murakami, autor de numerosas novelas y libros de relatos, quien ha recibido múltiples premios y su nombre suena reiteradamente como candidato al Nobel de Literatura. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

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PRIMERA CONVERSACIÓN
En esencia, sobre el Concierto para piano y orquesta n.º 3 en Do menor de Beethoven

Mantuvimos esta primera conversación en mi casa de Kanagawa, al oeste de Tokio, el 16 de noviembre de 2010. Nos dedicamos a sacar vinilos y cedés de las estanterías, los escuchábamos y después los comentábamos. Para evitar que la conversación saltara de un asunto a otro mi plan era abordar un tema concreto. En esta primera ocasión decidimos, por tanto, centrarnos en el Concierto para piano y orquesta n.º 3 en Do menor de Beethoven. Después decidimos comentar la interpretación de Gould y Bernstein del Concierto para piano y orquesta n.º 1 en Re menor de Brahms, que ya he mencionado antes. Se daba la circunstancia de que Ozawa tenía programado un concierto de la obra de Beethoven con la pianista Mitsuko Uchida al mes siguiente en Nueva York.

Finalmente, a causa de una dolencia crónica de espalda agravada por el largo viaje hasta Nueva York y una neumonía como consecuencia de la ola de frío que azotaba la ciudad ese invierno, Ozawa se vio obligado a ceder la batuta a un sustituto y la misma tarde del concierto tuvimos la oportunidad de hablar durante tres horas seguidas de esa obra. Hicimos algún que otro descanso para evitar que se fatigara en exceso, a fin de que él tomase sus medicamentos y pudiera comer algo, como le había prescrito el médico.

Comienzo por el Concierto para piano y orquesta n.º 1 en Re menor de Brahms

MURAKAMI: Recuerdo que hace tiempo me habló de una interpretación del Concierto para piano y orquesta n.º 1 de Brahms a cargo de Glenn Gould y con Leonard Bernstein al frente de la Filarmónica de Nueva York. Antes de comenzar, Bernstein se dirigió al público y anunció que se disponían a interpretar el concierto de acuerdo con el criterio del señor Gould, con el cual él no estaba de acuerdo.

OZAWA: Sí, yo estaba allí como asistente de dirección de Lenny (Leonard). De pronto, antes de empezar, Lenny salió al escenario y se dirigió al público. Por aquel entonces yo no entendía bien el inglés, así que le pregunté a la gente de mi alrededor qué decía y pude hacerme una idea general.

MURAKAMI: Ese episodio está incluido en el disco que tengo aquí.

Palabras de Bernstein

No se apuren. El señor Gould está aquí (el público ríe con cierto disimulo). Enseguida vendrá. Como ya sabrán ustedes, no tengo costumbre de hablar antes de los conciertos, a excepción de los pases de los jueves por la noche, pero ha ocurrido algo peculiar que merece, creo, una o dos palabras por mi parte. Están a punto de escuchar una interpretación, digámoslo así, poco ortodoxa del Concierto para piano y orquesta n.º 1 en Re menor de Brahms, muy distinta de cualquier otra que yo haya podido escuchar, o incluso soñar, hasta ahora por sus notables y amplios tempi, así como por sus desviaciones respecto a las dinámicas indicaciones del propio Brahms. No puedo decir que esté totalmente de acuerdo con el señor Gould, y eso pone en evidencia una importante cuestión: ¿qué pinto yo aquí dirigiéndolo? (Murmullos de la audiencia.) Lo dirijo porque el señor Gould es un artista tan serio e importante que no me queda más remedio que tomar en consideración cualquier cosa que se le ocurra de buena fe, y en este caso su concepción es lo suficientemente interesante como para convencerme de que ustedes deberían escucharlo.

Pero la pregunta anterior sigue en pie. ¿Quién manda en un concierto, el solista o el director? (El público ríe cada vez más abiertamente.) La respuesta, obviamente, es que unas veces manda uno, y otras el otro, dependiendo de quien se trate. Casi siempre, ambos se las arreglan para trabajar juntos, ya sea mediante la persuasión, el encanto o incluso las amenazas. (Risas.) Eso permite ofrecer una interpretación coherente.

En toda mi vida profesional sólo en una ocasión me he visto obligado a someterme por completo a la concepción radicalmente nueva, e incompatible con la mía, de una obra, fue la última vez que interpreté junto con el señor Gould. (El público estalla ahora en carcajadas.) Hoy, sin embargo, las discrepancias entre nuestros puntos de vista son tan enormes que creo necesario permitirme este pequeño descargo de responsabilidad.

Por lo tanto, y volviendo a la pregunta de antes, ¿por qué lo dirijo? ¿Por qué no aprovecho para organizar un pequeño escándalo y busco un solista que lo sustituya, o dejo a mi asistente que se haga cargo de dirigirle? Pues porque estoy fascinado, encantado, de tener la oportunidad de ofrecerles una nueva visión de una obra tantas veces interpretada. Más aún, porque el señor Gould interpreta en muchos momentos con una frescura y una convicción sorprendentes. También porque todos nosotros podemos aprender algo de este extraordinario artista y sesudo intérprete. Y en último lugar porque en la música existe lo que Dimitri Mitrópoulos llamaba «el elemento deportivo», una curiosidad, un ansia de aventura, de experimentación, y les aseguro que toda esta semana de ensayos ha sido una verdadera aventura trabajar con el señor Gould para preparar este concierto. El resultado de ello es lo que les presentamos hoy aquí. (Aplausos sostenidos).

OZAWA: Sí, sí. Fue algo así, aunque ya entonces no me pareció oportuno que lo dijera antes del concierto. De hecho, aún lo pienso.

MURAKAMI: Al menos Bernstein se lo tomó con sentido del humor y el público se rio a pesar de cierta confusión inicial.

OZAWA: Sin duda. A Lenny se le daba muy bien hablar.

MURAKAMI: No hay nada que objetar a su discurso. No revela nada malo entre ellos dos, tan sólo advierte de antemano que el tempo de la obra es de Gould, no suyo.

Empieza la música.

MURAKAMI: Mmm… Es verdad, el tempo resulta extrañamente lento. Creo entender lo que quería decir Lenny con su advertencia.

OZAWA: Esta parte es claramente un amplio compás de dos por dos, y en cada una de las secciones hay que contar un, dos, tres / cuatro, cinco, seis. Pero Lenny dirige como si fueran las seis seguidas porque los compases de dos por dos son demasiado amplios para mantener un intervalo consistente entre los golpes. No le quedaba más remedio que hacerlo así. Lo normal es uno… y dos…, y él lo dirige como uno… dos… Seguramente hay muchas formas de ejecutarlo, pero es así como se ejecuta casi siempre. Aquí, por el contrario, con un tempo tan lento no podía mantener un intervalo consistente entre los golpes, por lo que debería ser un, dos, tres / cuatro, cinco, seis. Por eso no fluye bien y se para todo el tiempo.

MURAKAMI: ¿Y el piano?

OZAWA: Estoy seguro de que pasa lo mismo.

Empieza el piano (4:29).

MURAKAMI: Es verdad, el piano va muy lento.

OZAWA: Sí, pero tiene un sonido excepcional, sobre todo si no lo has oído nunca. Das por hecho que así es como funciona la pieza, como si fuera una hermosa melodía del campo.

MURAKAMI: No debe de ser fácil interpretarlo alargándolo de esa manera.

OZAWA: No. Escuche cuando llega a esta parte. Uno no puede dejar de maravillarse.

MURAKAMI: Por aquí (el volumen aumenta y entran los timbales) (5:18) la orquesta suena como si fuera por su lado.

OZAWA: Cierto. Esta no es la grabación del Manhattan Center, ¿verdad? ¿Es la del Carnegie Hall?

MURAKAMI: Sí, es la grabación en directo del concierto en el Carnegie Hall.

OZAWA: Claro. Por eso el sonido es tan apagado. Al día siguiente se hizo otra grabación ya programada en el Manhattan Center.

MURAKAMI: ¿De la misma obra?

OZAWA: La misma, pero nunca llegó a comercializarse.

MURAKAMI: No, estoy bastante seguro de que no se puede encontrar.

OZAWA: También estuve en esa grabación. Era ayudante del director. Cuando Lenny decía que podía haber dejado la dirección en manos de su asistente, se refería a mí. (Risas).

MURAKAMI: De no haber llegado a un acuerdo entre ellos, usted habría ocupado el puesto de Bernstein… En cualquier caso es un concierto en el que se nota mucha tensión.

OZAWA: Sin duda. No está muy pulido.

MURAKAMI: Al tocar tan lento da la sensación de que, en cualquier momento, todos se van a poner a tocar como les parezca.

OZAWA: Exacto. Está a punto de que ocurra.

MURAKAMI: Por cierto, cuando Gould tocó con la Orquesta de Cleveland, George Szell y él no llegaron a ningún entendimiento y al final Szell renunció en favor de su ayudante. Lo leí en alguna parte.

Empieza a sonar la sección de piano del primer movimiento (5:56).

OZAWA: Suena extrañamente lento, pero si Gould toca así, la cosa funciona, ¿no le parece? La impresión no es mala.

MURAKAMI: Debía de tener un sentido del ritmo muy desarrollado. No sé cómo explicarlo, pero me da la sensación de que es capaz de alargar el sonido y ajustarlo todo el tiempo al marco de la orquesta.

OZAWA: Entendió a la perfección el flujo de la música, pero Lenny también. Ambos se dedicaban en cuerpo y alma.

MURAKAMI: Pero ¿no es una pieza que suele interpretarse como un estallido de pasión?

OZAWA: Sí, tiene razón. Aquí no se aprecia demasiada pasión.

El piano toca el hermoso segundo tema del primer movimiento (7:35).

OZAWA: Esta parte, por ejemplo, con este ritmo funciona bien. Me refiero al segundo tema. ¿No le parece?

MURAKAMI: Sí, está bien.

OZAWA: La parte anterior con un sonido más fuerte produce una sensación un tanto áspera, poco sofisticada, pero esta parte seduce.

MURAKAMI: Acaba de decir que Lenny también entendía perfectamente el flujo de la música, que se dedicaba en cuerpo y alma a ella, y a pesar de todo no está usted de acuerdo con el hecho de que un director se dirija al público antes del concierto como hizo él, ¿verdad?

OZAWA: No, no. Nunca me ha parecido una buena idea, pero se trataba de él y más o menos convenció a todo el mundo.

MURAKAMI: Quiere decir que es mejor escuchar la música tal cual, sin prejuicios, ¿verdad? Sin embargo, yo entiendo que Bernstein quería aclarar de quién era la idea de interpretar así.

OZAWA: Supongo.

MURAKAMI: ¿Quién manda normalmente en un concierto, el solista o el director?

OZAWA: En un concierto el solista suele soportar la mayor parte de la carga durante los ensayos. El director suele empezar a ensayar dos semanas antes, pero el solista puede dedicarle un mínimo de seis meses, por eso está tan metido en la obra.

MURAKAMI: Entiendo, pero en el caso de que el director esté por encima del solista, ¿lo puede decidir todo sin contar con el solista?

OZAWA: Es posible. Pensemos en el caso de la violinista Anne-Sophie Mutter, por ejemplo. La descubrió el maestro Karajan y enseguida grabaron juntos Mozart y más tarde los conciertos de Beethoven. Si uno escucha esas grabaciones, se da cuenta de que se trata del mundo de Karajan. A ella le sugirieron después que trabajase con otro director y me eligieron a mí. Fue Karajan quien le dijo: «Lo siguiente que hagas hazlo con Seiji». Grabamos algo de Lalo, la no sé qué española, algo así. Ella era apenas una niña de catorce o quince años.

MURAKAMI: La Sinfonía española, de Édouard Lalo. Estoy seguro de que tengo ese disco en alguna parte.

Rebusco entre mis discos y al fin lo encuentro.

OZAWA: ¡Ah, sí, es este! Qué recuerdos… La Orquesta Filarmónica de Radio Francia (Orquesta Nacional de Francia). No me lo puedo creer. ¡Vaya cosas que tiene usted! Ni siquiera yo tengo una copia. Tenía unas cuantas en casa, pero terminé por regalarlas o las presté y nunca me las devolvieron.

Karajan y Gould Concierto para piano y orquesta n.º 3 en Do menor de Beethoven

MURAKAMI: Hoy me gustaría escuchar con usted el Concierto para piano y orquesta n.º 3 en Do menor de Beethoven dirigido por Karajan, con Gould al piano. No es una grabación de estudio, sino de un concierto grabado en directo en Berlín en 1957, con la Filarmónica de Berlín.

La larga y densa introducción de la orquesta concluye y entra el piano de Gould. Enseguida empiezan a interactuar (3:19).

MURAKAMI: Aquí, en esta parte. La orquesta y el piano no van juntos, ¿verdad?

OZAWA: Tiene razón, no están sincronizados. Oh, pero aquí tampoco entran a la vez.

MURAKAMI: Me pregunto si solucionaron todas las dificultades durante los ensayos.

OZAWA: Estoy seguro de que sí. Pero en pasajes como este es la orquesta la que se supone que debe ajustarse a lo que toca el solista…

MURAKAMI: En aquella época Karajan y Gould debían de ser músicos de estatus muy distintos, ¿no?

OZAWA: Seguro que sí. Fue en 1957, poco después de que Gould debutara en Europa.

MURAKAMI: Corríjame si me equivoco, pero a lo largo de esos tres minutos y medio de introducción, donde sólo se oye a la orquesta, suena muy a Beethoven, muy alemán, ¿verdad? Pero entonces aparece el joven Gould y da la impresión de querer liberar un poco esa tensión y hacer su propia música. Quizá por eso no llegan a encajar, y cada vez parecen alejarse más, aunque el resultado final no produce una mala sensación.

OZAWA: La música de Gould es muy libre. Puede que se deba al hecho de que fuera canadiense, un no europeo residente en Estados Unidos. Eso puede constituir una gran diferencia, el hecho de no proceder del mundo germanoparlante. Por el contrario, en el caso del maestro Karajan la música de Beethoven estaba profundamente arraigada en él y de ahí no se iba a mover. Por eso suena muy alemán desde el principio, como una sólida sinfonía. Por si fuera poco, él no tenía la más mínima intención de adaptarse a la música de Gould.

MURAKAMI: Da la sensación de que Karajan hubiera decidido tocar la música como se supone que se debe hacer y dejar que Gould hiciera el resto como le viniera en gana. En los solos de piano y en las cadencias Gould consigue recrear bien su propio mundo, pero antes y después de esas partes me da la impresión de que no coinciden nunca, de que hay un desequilibrio.

OZAWA: Lo cual no parece molestar demasiado al maestro Karajan, ¿no cree?

MURAKAMI: No, en absoluto. Es como si estuviera sumergido por completo en su propio mundo, y Gould, por su parte, se hubiera resignado desde el primer compás a ir a la suya por la imposibilidad de trabajar al unísono. Me da la impresión de que Karajan construye su música en vertical, desde el suelo, mientras que Gould se preocupa más por seguir una línea horizontal.

OZAWA: De todos modos el resultado es interesante. No hay muchos directores capaces de interpretar un concierto con tanta confianza, como si se tratase de una sinfonía, llegando al extremo de no tener en cuenta al solista.

Gould y Bernstein Concierto para piano y orquesta n.º 3 en Do menor de Beethoven

MURAKAMI: Le voy a poner un vinilo de ese mismo concierto, pero de una grabación de 1959, dos años después de la de Karajan. Se trata de una grabación de estudio a cargo de la Orquesta Sinfónica de Columbia, formada fundamentalmente por integrantes de la Sinfónica de Nueva York.

Introducción orquestal. Tiene firmeza, como si alguien lanzase arcilla contra un muro de piedra.

OZAWA: Es una interpretación completamente distinta a la del maestro Karajan. No llega a transformarse en sinfonía, pero el sonido de la orquesta suena muy anticuado.

MURAKAMI: Nunca pensé que sonase anticuado, pero comparado con el sonido de Karajan es cierto, y eso a pesar de que se grabó dos años más tarde.

OZAWA: Sí, suena muy anticuado.

MURAKAMI: ¿Será por la grabación?

OZAWA: Puede ser, pero no sólo eso. Los micrófonos están demasiado cerca de los instrumentos. Antes se solía grabar así en Estados Unidos. El maestro Karajan, por el contrario, grababa a la orquesta en su conjunto.

MURAKAMI: Quizás a la gente en Estados Unidos le gustaba más ese sonido potente, apagado.

Entra Gould al piano (3:31).

OZAWA: ¿De verdad se grabó dos años más tarde?

MURAKAMI: Sí, tres antes que aquel concierto de Brahms, del alboroto de Brahms, y dos años después de la grabación con Karajan. Vaya contraste con Karajan, ¿verdad?

OZAWA: Desde luego. Esto es mucho más el estilo de Glenn, más relajado, pero a decir verdad… Mmm… Me pregunto si es adecuado que yo diga esto… No debería comparar a Karajan con Bernstein. Pienso en el concepto de «dirección», en el sentido de «dirección musical». En el caso del maestro Karajan era algo innato, esa capacidad de crear frases largas. Nos lo enseñó a todos sus discípulos. Lenny era más lo que se suele llamar un genio, con un instinto muy desarrollado para crear frases largas, pero no podía hacerlo de manera consciente, intencionada. Karajan transformaba sus deseos en música a base de fuerza de voluntad, como le ocurre cuando interpreta a Brahms y a Beethoven. Con Brahms se nota esa fuerte voluntad, algo casi absoluto, aun a costa de sacrificar ciertos detalles del ensemble. A nosotros nos pedía lo mismo.

MURAKAMI: A pesar de sacrificar ciertos detalles del ensemble…

OZAWA: Quiero decir, si algunos detalles concretos no llegaban a funcionar bien, no debíamos preocuparnos. Lo más importante era mantener una larga línea gruesa. En otras palabras, la dirección. En la música la dirección implica elementos de conexión. Existe un tipo de dirección detallada y también otra más amplia.

La orquesta toca un crescendo de tres notas que suena por debajo del piano.

OZAWA: Estas tres notas son también una de las características de la forma de dirigir del maestro Karajan: la, la, la. Hay directores capaces de lograr ese sonido y otros no. Con eso consigue consistencia.

MURAKAMI: En el caso de Bernstein, la dirección no responde tanto a un cálculo como a algo instintivo, casi físico.

OZAWA: Supongo. Algo así.

MURAKAMI: Cuando le va bien todo funciona, pero en caso contrario puede llegar a derrumbarse.

OZAWA: Exacto. El maestro Karajan, sin embargo, preparaba muy bien la dirección de antemano y le exigía lo mismo a la orquesta.

MURAKAMI: Eso quiere decir que la música ya estaba formada en él antes del concierto.

OZAWA: Más o menos.

MURAKAMI: Pero con Bernstein las cosas no eran así.

OZAWA: No, él se movía por instinto, en el momento.

La reproducción del disco continúa. Gould toca su parte de solo con mucha libertad (4:33-5:23).

OZAWA: En esta parte toca muy libre, ¿no le parece?

MURAKAMI: ¿Quiere decir que, comparado con Karajan, Bernstein deja libertad al solista y en función de cómo fluya su música él se adapta para crear la suya?

OZAWA: Hay algo de eso, sí. En esta pieza al menos, pero en el caso de Brahms no resulta tan fácil y por eso surgieron problemas. En especial con esa obra, con el Concierto para piano y orquesta n.º 1.

Gould alarga el fraseo en su parte solista y baja el ritmo (5:01-5:07).

OZAWA: ¿Se ha dado cuenta de cómo ha bajado el ritmo? Es algo característico en Glenn.

MURAKAMI: Cambia el ritmo muy libremente, es cierto. Bueno, era su estilo y no debía de resultar nada fácil seguirle.

OZAWA: Por supuesto que no, era muy difícil.

MURAKAMI: Supongo que durante los ensayos debían de ajustarse a su respiración o algo así, ¿no?

OZAWA: Bueno, sí, pero cuando uno se las ve con artistas de esa talla, puede ocurrir también en directo. Al final ambas partes logran calcular y ajustar sus movimientos, aunque en realidad no se trata tanto de una cuestión de cálculo como de confianza mutua. En mi caso, creo que los músicos confían en mí porque me tienen por alguien muy serio. (Risas.) A menudo los solistas hacen lo que les viene en gana (risas), pero si la cosa sale bien el resultado es magnífico. Una música libre, fantástica.

El piano aborda un diminuendo al final del cual entra la orquesta (7:07-7:11).

OZAWA: ¿Se ha dado cuenta? En el diminuendo, justo antes de que entre la orquesta, Gould ha introducido una especie de ¡pon!

MURAKAMI: ¿Qué quiere decir?

OZAWA: Le envía una señal al director para decirle: «¡Entra ahora!». Es un acento que no está en la partitura. No existe.

El piano se acerca a la famosa y larga cadencia del final del primer movimiento (13:06).

OZAWA: Glenn se sentaba en esa silla suya tan baja y tocaba en esa postura tan peculiar (se hunde en la silla para imitarlo). No sé bien cómo hablarle de todo esto.

MURAKAMI: ¿Ya era famoso por aquel entonces?

OZAWA: Mmm… Sí. Cuando lo vi por primera vez yo estaba muy emocionado, por supuesto, pero él ni siquiera te daba la mano. Siempre llevaba guantes.

MURAKAMI: Todo un excéntrico.

OZAWA: Oí todo tipo de historias sobre él cuando fui director de la Sinfónica de Toronto (de 1965 a 1969). Incluso llegó a invitarme a su casa…

(Nota del autor: Ozawa me contó varios episodios que, lamentablemente, no puedo reproducir.)
Última sección de la cadencia. El ritmo de las notas cambia vertiginosamente.

MURAKAMI: Su forma de interpretar en esta parte es absolutamente libre, ¿no cree?

OZAWA: Era un genio, sin duda. Resulta muy convincente, aunque en realidad toca algo muy distinto a lo que está escrito en la partitura y, a pesar de todo, no suena raro.

MURAKAMI: ¿No está en la partitura? ¿Se refiere a la cadencia en la parte solista?

OZAWA: No, no sólo en esa parte. Eso es lo que me resulta admirable.

Termina el primer movimiento (17:11). Levanto la aguja del disco.

MURAKAMI: Sabe, la primera vez que escuché una grabación de Gould y Bernstein juntos fue cuando estaba en el instituto, y desde entonces esta versión del Concierto en Do menor es una de mis favoritas. Me gusta el primer movimiento, por supuesto, pero en el segundo hay una parte en la que Gould apoya a la orquesta con arpegios.

OZAWA: ¿Se refiere a la parte donde entra el viento madera?

MURAKAMI: Sí. Otro pianista acompañaría a la orquesta, pero Gould da la impresión de hacerle un contrapunto. Por alguna razón siempre me ha gustado mucho esa parte. Es completamente distinta a las interpretaciones de otros pianistas.

OZAWA: Imagino que tendría una abrumadora confianza en sí mismo para atreverse a hacer ese tipo de cosas. Vamos a escucharlo. Justo ahora estoy estudiando esta obra porque dentro de poco voy a interpretarla con Mitsuko Uchida en Nueva York, con la Saito Kinen Orchestra.

MURAKAMI: Estaré atento. Me gustaría mucho asistir y tener la oportunidad de escucharla.

Le doy la vuelta al disco para escuchar el segundo movimiento. Antes acordamos un pequeño descanso para tomar un té caliente y comer unas galletas de arroz.

MURAKAMI: Supongo que dirigir este segundo movimiento es difícil.

OZAWA: Sí, lo es.

MURAKAMI: Quiero decir, es muy lento y a la vez muy hermoso.

Suena el solo de piano. Después entra la orquesta muy silenciosa (1:19).

MURAKAMI: El sonido de la orquesta no resulta tan duro como en el movimiento anterior, ¿no cree?

OZAWA: Sí, está mucho mejor.

MURAKAMI: Quizás antes estaban demasiado tensos.

OZAWA: Puede ser.

MURAKAMI: En el primer movimiento se notaba en el sonido una especie de tensión, como si hubiera un duelo entre el solista y el director. A juzgar por otras interpretaciones de esta misma obra me doy cuenta de que hay dos aproximaciones distintas a ese primer movimiento: una de confrontación y otra más colaborativa. La grabación en directo de la interpretación de Rubinstein y Toscanini en 1944 parece una verdadera pelea. ¿La conoce?

OZAWA: No, nunca la he oído.

Suena el viento madera y Gould incorpora sus arpegios (4:19- 5:27)

OZAWA: Se refiere a esta parte, ¿verdad?

MURAKAMI: Sí, justo. Se supone que el piano debería acompañar a la orquesta, pero Gould toca de una manera deliberadamente clara.

OZAWA: Desde luego. Para él no se trata en absoluto de un simple acompañamiento, al menos en su mente.

Gould termina la frase y tras una breve pausa comienza a tocar la frase siguiente (5:40).

OZAWA: ¡Ahora, ahí donde retoma la frase después de la pausa! Es Gould en su máxima expresión, ejercitando toda su libertad. Es su marca, su estilo, esa manera de retomar la frase.

El piano y la orquesta se entrelazan con gran belleza durante un rato.

OZAWA: Ahora ya se ha convertido todo en el mundo de Gould. Él ha tomado la iniciativa por completo. En Japón hablamos del ma en la música asiática, es decir, de la importancia de las pausas y silencios, pero en la música occidental también existen, y alguien como Gould sabía leerlas y ejecutarlas muy bien. No todo el mundo puede hacerlo y menos aún si no es un músico extraordinario. Él, sin embargo, lo hace todo el tiempo.

MURAKAMI: ¿Los músicos «normales», por así decirlo, no lo hacen?

OZAWA: No, y suponiendo que lo hagan, no resulta natural. No llegan a encajar. No te atrapan como de hecho sucede aquí. De eso se trata cuando se insertan espacios vacíos. Al hacerlo se consigue atrapar la atención del público. Oriente u Occidente poco importan cuando quien interpreta es un virtuoso.

MURAKAMI: Solo conozco una versión dirigida por usted de este mismo concierto, con Rudolf Serkin y la Sinfónica de Boston en 1982.

OZAWA: Sí, sólo lo he grabado con Serkin. Juntos grabamos todos los conciertos para piano y orquesta de Beethoven y teníamos la intención de hacer lo mismo con los de Brahms, pero enfermó y murió poco después.

MURAKAMI: ¡Qué lástima!

La orquesta toca una larga y pausada frase.

MURAKAMI: No debe de ser fácil para la orquesta alargar y retardar de esta manera, ¿verdad?

OZAWA: Es muy complicado.

El piano y la orquesta vuelven a juntarse en un tempo lento.

OZAWA: ¡Vaya, en esta parte no coinciden!

MURAKAMI: Tiene razón. Están fuera de tempo.

OZAWA: Estaba contando los compases, y tal vez Gould va demasiado por libre.

MURAKAMI: En la interpretación que escuchamos de Karajan y Gould, también había partes que no ajustaban, ¿verdad?

Sigue un extraordinario solo de piano.

MURAKAMI: No debe de haber muchos pianistas capaces de tocar este segundo movimiento sin resultar aburridos, sin arrastrar el sonido, ¿no cree?

OZAWA: No, desde luego que no.

Termina el segundo movimiento (10:47).

OZAWA: La primera vez que dirigí este concierto fue con un pianista llamado Byron Janis. Fue en el Festival de Ravinia de Chicago.

(Nota del autor: Ravinia es un festival de verano que se celebra en las afueras de la ciudad de Chicago y está a cargo, fundamentalmente, de los componentes de la Sinfónica de Chicago.)

MURAKAMI: Sí, Byron Janis. He oído hablar de él.

OZAWA: La siguiente vez fue con Alfred Brendel. Interpretamos el Concierto para piano y orquesta n.º 3 en Do menor de Beethoven en Salzburgo. La siguiente ya fue, tal vez, con Mitsuko Uchida y después vino Serkin.

RESEÑA | Sobrevivientes del abandono y los sueños rotos: Todas hemos perdido algo, de Liliana Blum

sábado, junio 20th, 2020

Esta es una antología atravesada por la incertidumbre del mañana y por la aflicción de separarse de los seres amados, que reúne los relatos cortos de No me pases de largo (2013) y El libro perdido de Heinrich Böll (2008), así como la novela breve Residuos de espanto (2008).

Liliana Blum consigue un tono sórdido, que estremece fibras íntimas, alejada de lo previsible o lo cursi. Cada una de estas historias transcurre en situaciones de extrema soledad y el desencanto es la constante.

Por América Gutiérrez Espinosa

“¿Qué diríamos hoy que es lo indecible?”
Respiración artificial
Ricardo Piglia

Ciudad de México, 20 de junio (LibreríasElSótano).- Nuestra época está marcada por la subjetividad y la memoria, quedaron atrás las primaveras en las que éramos invencibles. Esta vez, las adversidades nos explotan en la cara. Desde mi lugar en el sofá reconozco que mis pérdidas siguen pendientes y que la ficción se cuela por esas grietas.

Me acerqué a la narrativa de Liliana Blum después de una charla con el editor Juan Casamayor a propósito de los veinte años de Páginas de espuma. En esa conversación, me adelantó un poco acerca de las novedades reservadas para aquella temporada: Anatomía sensible y La tristeza de los cítricos. Decidí leer el segundo y no me equivoqué.

Ahora después de poco más de nueve meses de haberla leído por primera vez, me reencuentro con ella en una antología personal, con un título desolador, al que le di la vuelta dos veces antes de atreverme a leer: Todas hemos perdido algo. Una reunión de textos de corta distancia que incluye los libros de cuentos El libro perdido de Heinrich Böll, No me pases de largo y cierra con la novela breve Residuos de Espanto.

El libro perdido de Heinrich Böll deja claro que una obra de ficción no es lo opuesto de la verdad, sino un trabajo con el lenguaje, la realidad y el sentido. La autora consigue que las palabras encuentren su cauce sin que interfiera con su estilo, con ese realismo intencionalmente sórdido que elimina cualquier filtro dulcificador. Las situaciones que enfrentan sus personajes femeninos son brutales, lo que pasa y lo que no sucede. La premisa es un libro perdido y encontrado, que funciona como el hilo de Ariadna, donde el único deber de cada protagonista es saberse en su laberinto.

La segunda parte de la antología está atravesada por la incertidumbre del mañana y por la aflicción de separarse de los seres amados. Las ficciones no sólo se refieren al mundo sino que están en él y lo modifican; eso pasa en los cuentos de Blum: no son mera representación, son capturas, como en “No me pases de largo”, cuya narración tiene un efecto rítmico, quizá marcado por las sutiles menciones a los Beatles que los alejan de su legado festivo.

Mientras avanza la lectura, se revela un compás que entraña nerviosismo, desdicha, carencia o abandono. El que lee no sabe si reír o llorar frente a algunas reacciones incisivas o temerarias de estas mujeres que han estado juntas sin ser demasiado afines o compatibles. Este acompañamiento en soledad es una paradoja que sostiene el costado sensible, lo humano y contradictorio en sus personajes.

Liliana Blum consigue alcanzar un registro que estremece fibras íntimas, alejada de lo previsible o lo cursi. Se desmantelan vínculos familiares, el anonimato y la incomunicación trastornan las vidas privadas. El desencanto es la constante y la muerte no es simplemente un hecho físico, biológico o material; la muerte es una constatación de la tragedia personal.

En la novela corta Residuos de espanto, las guerras, las migraciones, las diversas modalidades del exilio influyen en la articulación de universos personales atravesados por la incertidumbre. Cuando estaba en el último capítulo, recordé una frase de Hannah Arendt: “Sólo mediante una representación convincente podemos acercarnos al hecho objetivo, real, del terror y la crueldad.” A partir de esa reflexión, me acerqué un poco más a la disyuntiva en la que se encuentran los sobrevivientes de las grandes tragedias en la historia de la humanidad, al cuestionarse constantemente ¿cómo es posible convencer a los demás de lo que les ha sucedido, si a ellos mismos se les hace difícil creerlo?

Los recuerdos son materia flexible, siempre puesta en tela de juicio, en algunos casos; no sólo tienden a borrarse con los años sino que, con frecuencia, se modifican o se alteran, agregando perspectivas extrañas. En cada una de estas historias la aceptación de las pérdidas transcurre en situaciones de extrema soledad, en la que incluso se consideran naturales algunas acciones perversas que suceden en la vida cotidiana.

Liliana Blum revela todo aquello que no aparece en los registros familiares e históricos, da prueba de las ausencias invisibilizadas por los vencedores, remueve desde la mirada infantil o adulta una furiosa poética de la violencia.


América Gutiérrez es Coordinadora de contenidos de Librerías El Sótano. Ha trabajado para Discovery Channel LANat GeoA&E, IMER y Penguin Random House. Siempre se pregunta: ¿en qué se parece un cuervo a su escritorio? Actualmente estudia las leyes que rigen las excepciones.

“Ya está bueno después de un año y cacho seguirle echando la culpa a los neoliberales”: Trino

sábado, mayo 23rd, 2020

El caricaturista Trino y el periodista Gil Gamés se dieron a la tarea de resumir los episodios más relevantes del primer año de Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Instrucciones para sobrevivir en el México de la 4T reúne una selección de columnas de “Gilga” y viñetas inéditas del monero mexicano.

Para Puntos y Comas, Trino habló sobre la autocensura y la corrección política en el humor; sobre los monitos y la prensa en México. Pero lo más importante: nos indica cómo hacernos la vida más fácil durante la primera parte de este sexenio.

Ciudad de México, 22 de mayo (SinEmbargo).- “En vez de amargarnos, hay que reirnos. El humor es lo que nos va a salvar de la 4T”, opina el caricaturista mexicano José Trinidad Camacho Orozco, mejor conocido como Trino. Es por eso que él y el periodista Gil Gamés se dieron a la tarea de resumir los episodios más relevantes del primer año de Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Todo sazonado con mucha sátira y humor.

«El libro tiene un equilibrio porque Gil es “anti” y yo no, yo sí voté por AMLO. Me chocan estas definiciones, pero es un libro que se puede leer por “chairos” y “fifís», explica Trino sobre Instrucciones para sobrevivir en el México de la 4T (Tusquets, 2019), que reúne una selección de columnas de “Gilga” publicadas en Milenio y viñetas inéditas del monero mexicano.

En esta charla para Puntos y Comas, Trino habló sobre la autocensura y la corrección política en el humor; sobre los monitos y la prensa en México. Pero lo más importante: nos indica cómo hacernos la vida más fácil durante la primera parte de este sexenio. “Yo te diría que nos vemos en tres años cuando platiquemos cómo seguir sobreviviendo a la 4T (o como se llame para entonces), porque seguro habrá mucho material”, promete el creador de personajes como El Santos y El Peyote Asesino.

***

VIÑETAS, MONITOS Y HUMOR

—¿Cuál es la instrucción principal o más importante para sobrevivir a la 4T?

—Yo lo pondría en un embudo, porque el libro es eso, una colección de los escritos de Gil Gamés que ha ido publicando en Milenio, más mis caricaturas que hacen un resumen de esos textos. Al meter en una licuadora esa combinación de las columnas y los monos, el resultado es el humor. El humor es lo que nos va a salvar. Lo que está pasando con la 4T en general es que estamos perdiendo el sentido del humor, todo es demasiado serio.

Creo que todo está funcionando mal porque no hay una planeación y se nota día a día que está improvisándose. Yo voté por Andrés Manuel, pero siento que de alguna manera tenemos que dejar de verlo como nuestro candidato que ganó. Esto fue un cheque en blanco que le diste a alguien porque confiaste en él, pues su discurso era muy bueno; pero en la práctica, al menos en un año y fracción, ya nos dio para un libro en el cual señalamos muchos errores, y por lo que estamos viendo van a seguir existiendo.

Yo sí creo que él es un cuate honesto, con una muy buena intención, pero está rodeado de un equipo impresentable (Bartlett, el hijo del “Napo”, etc). Entonces creo que en vez de amargarnos, hay que reirnos. Esa sería la instrucción principal para sobrevivir a la 4T.

Foto: Crisanto Rodríguez, SinEmbargo

—¿Cómo seleccionaron los temas de este libro? ¿Cuál es el proceso para crear una viñeta?

—El libro no abarca sólo el primer año de Gobierno, abarca desde las campañas; hablamos de Meade, de Anaya, de todo el periodo de elecciones. Es un panorama de cómo se fue gestando esta 4T. Para los fans de Gil, van a encontrar una selección de columnas que ya habían leído en Milenio. En mi caso, mis viñetas son novedades.

Respecto al procedimiento: según el episodio que escriba Gil Gamés, busco algo que sea coherente con lo que escribe, es decir, con una anécdota o algo relacionado con el humor social. Gil es más ácido, él se va a la yugular, incluso le dice “Liopez” a López Obrador. El libro tiene un equilibrio porque él es “anti” y yo no, yo sí voté por AMLO. Me chocan estas definiciones, pero es un libro que se puede leer por “chairos” y “fifís”. Si no qué hueva: o todo es fifí o todo es chairo.

Creo que este es un libro interesante en tanto que tú sacas tus propias conclusiones luego de leerlo, sobre todo por el humor. Y de eso se trata: es un libro agradable para leerse en el baño, en la playa, en el camión si lo quieres ir leyendo en un trayecto. Es para todos.

—¿Cuál es tu viñeta favorita del libro?

—Son varias, para mí cambia según el día. Pero por ejemplo, la que hace referencia a la legalización de las drogas. Yo soy un gran promotor de que esto debería pasar porque lo prometió Andrés Manuel y no lo ha hecho. No sólo de la mota, de las drogas en general, hay que quitarle el negocio al narco. Que se legalice todo y que el sector salud invierta para poder sacar a la gente que es adicta. Que las legalicen no quiere decir que habrá más consumidores. Los que le entran, de todas formas le van a entrar, esté permitida o prohibida.

Este dice: “Milord, usted prometió que iba a despenalizar la mota y el aborto”. Él contesta: “lo iba a hacer, pero me chingué la rodilla”. Y eso está pasando, muchas de las promesas que Andrés Manuel hizo en su momento tienen que ver con un discurso que me latía muchísimo, que era apoyar a la cultura, la ciencia y la salud, y no está pasando. Ahorita hay un problema enorme en cultura, un problema de no apoyo a la ciencia y a la educación.

¿Por qué está figurando otra vez Elba Esther? ¿Por qué le dan otra vez oportunidad a Bartlett, a Napo y a otros impresentables? Si la bandera es anticorrupción, ¿por qué están ellos ahí? No necesitamos pruebas, ¡se sabe de años quienes son ellos! No entiendo. Siento que voté por un discurso y no se me está cumpliendo. Todavía tengo fe, no estoy arrepentido para nada, de que esto puede cambiar. Tal vez como te digo, él no está bien asesorado. Igual y en el camino se van acomodando los peones.

LA 4T: UN LOOP INFINITO DE MALA POLÍTICA

—¿En una palabra o frase, cómo evaluarías el desempeño de AMLO hasta ahora, tras un año y cinco meses de Gobierno?

—Improvisado. Como te decía, creo que hay buenas intenciones, pero el Presidente no está rodeado por un equipo profesional, más bien hay gente improvisada, gente que está en lugares estratégicos y a lo mejor es su primera vez en ellos; entonces vemos broncas en el SAT, en el sector salud y cultura. Ya está bueno después de un año y cacho seguirle echando la culpa a los neoliberales, ¡pues ya no! Ya ahora sí empezó el motorsito, ya ahora sí son ustedes por los que yo confié, con mi voto, que nos iban a sacar de esta crisis.

Yo soy un daño colateral de la 4T: voté por Andrés Manuel y creo en su proyecto, pero no tuve periódico durante tres meses por decisiones que van desde quitarle la publicidad a los periódicos; algo que seguía funcionando y con eso me pagaban a mí como a muchos articulistas o moneros. Estas decisiones han ido mermando la situación laboral. Todo ha sido “vamos a quitar, vamos a quitar”, la austeridad ha sido brutal. Ahorita afortunadamente ya me contrató un periódico y tengo chamba, pero hay mucha gente que la perdió y no sabe por dónde porque esta nueva versión de Gobierno es totalmente deficiente en la ejecución de las cosas.

Foto: Crisanto Rodríguez, SinEmbargo

—Hablando de la prensa, ¿cómo percibes la actitud de AMLO respecto a este gremio? ¿Con los moneros y el cartón político es diferente?

—Yo no soy cartonista político, entonce no me siento comprometido con nada y con nadie, ni con el PRI, el PAN o Morena. Siento que los humoristas y los que hacen cartón político deberían utilizar la sátira y el humor para criticar de la misma manera y con la misma vara a Andrés Manuel. Se han cometido errores y es muy sano criticar.

Veo a Andrés Manuel un poco intolerante cuando se le dicen cosas que no le gustan. Ahorita es el incio relativamente, yo creo que la piel se le hará más gruesa, pero ahorita está como muy sensible.

—¿Te ha tocado vivir algún tipo de censura?

—No, para nada. Ahorita lo que está pasando, no por la 4T sino a nivel mundial, es que hay mucha autocensura. Yo soy un monero que habla de cosas sociales o de situaciones complicadas como el sexo y las drogas, con humor. Ahorita con el movimiento Me too, por ejemplo, no me imagino haciendo a la Tetona Mendoza en un periódico, porque millennials que no conocieron al Santos podrían decir que es un mensaje misógino.

Las redes sociales se han polarizado tanto que lo peor es que actualmente existe más la autocensura. A veces pienso: “voy a hacer esta tira, pero ¡ah cabrón!, hay un chiste donde El Santos y El Cabo son gay, entonces se me va a echar encima la comunidad LGBT. Si pongo a la Tetona Mendoza, se me van a echar las feministas. Si digo que El Santos agarra un gato y lo avienta, es maltrato animal”. Por las redes sociales, ahorita todo se está yendo al extremo y no hay mucha posibilidad de hacer humor porque la gente se ofende de todo.

Creo que es algo natural para que luego otra vez todo se vuelva a equilibrar. En primer lugar, sí necesitamos hacer una evaluación de cómo somos los hombres con respecto al machismo; la violencia hacia la mujer se nos fue de las manos. Se debe normalizar el pago equitativo entre mujeres y hombres, se deben normalizar muchas cosas, pero ahorita todo está muy crispado.

El humor lo tienes que pensar dos veces, y eso para mí es peor que si el editor de algún periódico no me permitiera cierto contenido. Ahorita tú puedes perder un empleo seguro, de un buen billete y lo que tú quieras, porque tuiteaste pedo y escribiste algo que sí piensas en realidad. Tenemos a Kevin Hart cuando los Óscares; iba a ser el host y por un chiste de 2004 en Twitter lo mandaron a la chingada.

Finalmente es humor. Dibujé a la Tetona Mendoza y no soy misógino, pero se puede interpretar así. En el humor, cuando hay ese tipo de riesgos, llegas a un punto donde dices “¿a poco me voy a andar cuidando de todo?” No me siento ya tan natural al hacer mi trabajo. Trato de no cuidarme de lo “políticamente correcto”, pero en general no quiero molestar. Sí me la pienso a la hora de hacer un chiste.

Estamos siendo muy cuidadosos y eso me preocupa más porque estamos poniéndole un freno de mano que antes no teníamos. Y esto es culpa en gran parte de actitudes sexistas, clasistas y homofóbicas del pasado. Todo está cambiando y entonces hay que hacer también un nuevo orden mundial del humor.

Foto: Crisanto Rodríguez, SinEmbargo

—¿Qué le auguras a la 4T?

—Es el primer año y salió mucho material para un libro. Le decía a Gil que me gustaría hacer la segunda parte en el tercer año, a la mitad, porque será el año crítico. Realmente ahí se podrá ver si este Gobierno sí la armó o todo fue una fantasía.

Yo creo que el desgaste de la mañanera, y con la edad de Andrés Manuel, es brutal. Yo soy más joven que él y no podría hacer todas las mañanas lo que él hace y luego irme de fin de semana a recorrer la República. Yo sí creo que debería ser más sosegado. Las mañaneras no tienen que ser todos los días, podrían ser nada más dos veces a la semana. Nada con exceso, todo con medida, como dice el comercial. Así debería ser.

A veces pienso que la política mexicana tiene una especie de historia como El día de la marmota, una película en la que todos los días son el mismo día. Pareciera que esto es otra vez una repetición de los políticos anteriores y sus errores. Hasta que no vea yo que a todos los políticos corruptos los destituyan de sus puestos y los metan a la cárcel, yo no veo que haya una renovación real.

Entonces yo te diría que nos vemos en tres años cuando platiquemos cómo seguir sobreviviendo a la 4T (o como se llame para entonces), porque seguro habrá mucho material.

ADELANTO | Un viejo que leía novelas de amor, clásico literario y obra cumbre del fallecido Luis Sepúlveda

sábado, abril 18th, 2020

En 1988, Luis Sepúlveda publicó esta novela escrita como libro de aventuras y galardonada con los premios Tigre Juan y Relais, que se convertiría con el tiempo en un libro de lectura obligada en institutos y universidades.

Este célebre libro, editado por Tusquets, ha sido traducido a numerosos idiomas, con ventas millonarias y llevado al cine con guion del propio Sepúlveda, bajo la dirección de Rolf de Heer.

Ciudad de México, 18 de abril (SinEmbargo).- Antonio José Bolívar Proaño vive en El Idilio, un pueblo remoto en la región amazónica de los indios shuar, y con ellos aprendió a conocer la Selva y sus leyes, a respetar a los animales y los indígenas que la pueblan, pero también a cazar el temible tigrillo como ningún blanco jamás pudo hacerlo.

Un buen día decidió leer con pasión las novelas de amor -«del verdadero, del que hace sufrir»- que dos veces al año le lleva el dentista Rubicundo Loachamín para distraer las solitarias noches ecuatoriales de su incipiente vejez. En ellas intenta alejarse un poco de la fanfarrona estupidez de esos codiciosos forasteros que creen dominar la Selva porque van armados hasta los dientes pero que no saben cómo enfrentarse a una fiera enloquecida porque le han matado las crías. Descritas en un lenguaje cristalino, escueto y preciso, las aventuras y las emociones del viejo Bolívar Proaño difícilmente abandonarán nuestra memoria.

A continuación, SinEmbargo comparte, en exclusiva para sus lectores, un fragmento del célebre libro realizado por el fallecido Luis Sepúlveda. Un viejo que leía novelas de amor (Tusquets) ha sido traducido a numerosos idiomas, con ventas millonarias y llevado al cine con guion del propio autor chileno, bajo la dirección de Rolf de Heer. Cortesía otorgada bajo el permiso de Planeta.

***

Capítulo segundo

El alcalde, único funcionario, máxima autoridad y representante de un poder demasiado lejano como para provocar temor, era un individuo obeso que sudaba sin descanso. Decían los lugareños que la sudadera le empezó apenas pisó tierra luego de desembarcar del Sucre, y desde entonces no dejó de estrujar pañuelos, ganándose el apodo de la Babosa.

Murmuraban también que antes de llegar a El Idilio estuvo asignado en alguna ciudad grande de la sierra, y que a causa de un desfalco lo enviaron a ese rincón perdido del oriente como castigo. Sudaba, y su otra ocupación consistía en administrar la provisión de cerveza. Estiraba las botellas bebiendo sentado en su despacho, a tragos cortos, pues sabía que una vez terminada la provisión la realidad se tornaría más desesperante.

Cuando la suerte estaba de su parte, podía ocurrir que la sequía se viera recompensada con la visita de un gringo bien provisto de whisky. El alcalde no bebía aguardiente como los demás lugareños. Aseguraba que el Frontera le provocaba pesadillas y vivía acosado por el fantasma de la locura. Desde alguna fecha imprecisa vivía con una indígena a la que golpeaba salvajemente acusá ndola de haberle embrujado, y todos esperaban que la mujer lo asesinara. Se hacían incluso apuestas al respecto. Desde el momento de su arribo, siete años atrás, se hizo odiar por todos.

Llegó con la manía de cobrar impuestos por razones incomprensibles. Pretendió vender permisos de pesca y caza en un territorio ingobernable. Quiso cobrar derecho de usufructo a los recolectores de leña que juntaban madera húmeda en una selva más antigua que todos los Estados, y en un arresto de celo cívico mandó construir una choza de cañas para encerrar a los borrachos que se negaban a pagar las multas por alteración del orden público. Su paso provocaba miradas despectivas, y su sudor abonaba el odio de los lugareños. El anterior dignatario, en cambio, sí fue un hombre querido.

Vivir y dejar vivir era su lema. A él le debían las llegadas del barco y las visitas del correo y del dentista, pero duró poco en el cargo. Cierta tarde mantuvo un altercado con unos buscadores de oro, y a los dos días lo encontraron con la cabeza abierta a machetazos y medio devorado por las hormigas. El Idilio permaneció un par de años sin autoridad que resguardara la soberanía ecuatoriana de aquella selva sin límites posibles, hasta que el poder central mandó al sancionado. Cada lunes —tenía obsesión por los lunes— lo miraban izar la bandera en un palo del muelle, hasta que una tormenta se llevó el trapo selva adentro, y con él la certeza de los lunes que no importaban a nadie. El alcalde llegó al muelle. Se pasaba un pañuelo por la cara y el cuello. Estrujándolo, ordenó subir el cadáver. Se trataba de un hombre joven, no más de cuarenta años, rubio y de contextura fuerte.

Deje que los shuar se marchen. Tienen que avisar en su caserío y en los cercanos. Cada día que pase tornará más desesperada y peligrosa a la hembra, y buscará sangre cerca de los poblados. ¡Gringo hijo de la gran puta! Mire las pieles. Pequeñas, inservibles. ¡Cazar con las lluvias encima, y con escopeta! Mire la de perforaciones que tienen. ¿Se da cuenta? Usted acusando a los shuar, y ahora tenemos que el infractor es gringo. Cazando fuera de temporada, y especies prohibidas. Y si está pensando en el arma, le aseguro que los shuar no la tienen, pues lo encontraron muy lejos del lugar de su muerte. ¿No me cree? Fíjese en las botas. La parte de los talones está desgarrada. Eso quiere decir que la hembra lo arrastró un buen tramo luego de matarlo. Mire los desgarros de la camisa, en el pecho. De ahí lo tomó el animal con los dientes, para jalarlo. Pobre gringo. La muerte tiene que haber sido horrorosa. Mire la herida. Una de las garras le destrozó la yugular. Ha de haber agonizado una media hora mientras la hembra le bebía la sangre manando a borbotones, y después, inteligente el animal, lo arrastró hasta la orilla del río para impedir que lo devorasen las hormigas. Entonces lo meó, marcándolo, y debió de andar en busca del macho cuando los shuar lo encontraron. Déjelos ir, y pídales que avisen a los buscadores de oro que acampan en la ribera. Una tigrilla enloquecida de dolor es más peligrosa que veinte asesinos juntos.

El alcalde no respondió ni una palabra y se marchó a escribir el parte para el puesto policial de El Dorado. El aire se notaba cada vez más caliente y espeso. Pegajoso, se adhería a la piel como una molesta película, y traía desde la selva el silencio previo a la tormenta. De un momento a otro se abrirían las esclusas del cielo. Desde la alcaldía llegaba el lento tipear de una máquina de escribir, en tanto un par de hombres terminaban el cajón para transportar el cadáver que esperaba olvidado sobre las tablas del muelle.

El patrón del Sucre maldecía mirando el cielo pringado y no dejaba de putear al muerto. El mismo se encargó de rellenar el cajón con un lecho de sal, sabiendo que no serviría de mucho. Lo que debía hacerse era lo acostumbrado con toda persona muerta en la selva, que por absurdas disposiciones jurídicas no podía ser olvidada en un claro de jungla: abrirle un buen tajo del cuello a la ingle, vaciarle el triperío y rellenar el cuerpo con sal. De esa manera llegaban presentables hasta el final del viaje. Pero, en este caso, se trataba de un condenado gringo y era necesario llevarlo entero, con los gusanos comiéndoselo por dentro, y al desembarcar no sería más que un pestilente saco de humores. El dentista y el viejo miraban pasar el río sentados sobre bombonas de gas. A ratos intercambiaban la botella de Frontera y fumaban cigarros de hoja dura, de los que no apaga la humedad. —¡Caramba!, Antonio José Bolívar, dejaste mudo a su excelencia. No te conocía como detective. Lo humillaste delante de todos, y se lo merece. Espero que algún día los jíbaros le metan un dardo.

—Lo matará su mujer. Está juntando odio, pero todavía no reúne el suficiente. Eso lleva tiempo. —Mira. Con todo el lío del muerto casi lo olvido. Te traje dos libros. Al viejo se le encendieron los ojos. —¿De amor? El dentista asintió. Antonio José Bolívar Proaño leía novelas de amor, y en cada uno de sus viajes el dentista le proveía de lectura. —¿Son tristes? —preguntaba el viejo. —Para llorar a mares —aseguraba el dentista. —¿Con gentes que se aman de veras? —Como nadie ha amado jamás. —¿Sufren mucho? —Casi no pude soportarlo —respondía el dentista. Pero el doctor Rubicundo Loachamín no leía las novelas. Cuando el viejo le pidió el favor de traerle lectura, indicando muy claramente sus preferencias, sufrimientos, amores desdichados y finales felices, el dentista sintió que se enfrentaba a un encargo difícil de cumplir. Pensaba en que haría el ridículo entrando a una librería de Guayaquil para pedir: «Deme una novela bien triste, con mucho sufrimiento a causa del amor, y con final feliz». Lo tomarían por un viejo marica, y la solución la encontró de manera inesperada en un burdel del malecón. Al dentista le gustaban las negras, primero porque eran capaces de decir palabras que levantaban a un boxeador noqueado, y, segundo, porque no sudaban en la cama. Una tarde, mientras retozaba con Josefina, una esmeraldeña de piel tersa como cuero de tambor, vio un lote de libros ordenados encima de la cómoda. —¿Tú lees? —preguntó. —Sí. Pero despacito —contestó la mujer. —¿Y cuáles son los libros que más te gustan? —Las novelas de amor —respondió Josefina, agregando los mismos gustos de Antonio José Bolívar. A partir de aquella tarde Josefina alternó sus deberes de dama de compañía con los de crítico literario, y cada seis meses seleccionaba las dos novelas que, a su juicio, deparaban mayores sufrimientos, las mismas que más tarde Antonio José Bolívar Proaño leía en la soledad de su choza frente al río Nangaritza. El viejo recibió los libros, examinó las tapas y declaró que le gustaban. En ese momento subían el cajón a bordo y el alcalde vigilaba la maniobra. Al ver al dentista, ordenó a un hombre que se le acercase. —El alcalde dice que no se olvide de los impuestos. El dentista le entregó los billetes ya preparados, agregando: —¿Cómo se le ocurre? Dile que soy un buen ciudadano. El hombre regresó hasta el alcalde. El gordo recibió los billetes, los hizo desaparecer en un bolsillo y saludó al dentista llevándose una mano a la frente.

—Así que también me lo agarró con eso de los impuestos —comentó el viejo. —Mordiscos. Los Gobiernos viven de las dentelladas traicioneras que les propinan a los ciudadanos. Menos mal que nos las vemos con un perro chico. Fumaron y bebieron unos tragos más mirando pasar la eternidad verde del río. —Antonio José Bolívar, te veo pensativo. Suelta. —Tiene razón. No me gusta nada el asunto. Seguro que la Babosa está pensando en una batida, y me va a llamar. No me gusta. ¿Vio la herida? Un zarpazo limpio. El animal es grande y las garras deben de medir unos cinco centímetros. Un bicho así, por muy hambreado que esté, no deja de ser vigoroso. Además vienen las lluvias. Se borran las huellas, y el hambre los vuelve más astutos. —Puedes negarte a participar en la cacería. Estás viejo para semejantes trotes. —No lo crea. A veces me entran ganas de casarme de nuevo. A lo mejor en una de ésas lo sorprendo pidiéndole que sea mi padrino. —Entre nosotros, ¿cuántos años tienes, Antonio José Bolívar? —Demasiados. Unos sesenta, según los papeles, pero, si tomamos en cuenta que me inscribieron cuando ya caminaba, digamos que voy para los setenta. Las campanadas del Sucre anunciando la partida les obligaron a despedirse. El viejo permaneció en el muelle hasta que el barco desapareció tragado por una curva de río. Entonces decidió que por ese día ya no hablaría con nadie más y se quitó la dentadura postiza, la envolvió en el pañuelo, y, apretando los libros junto al pecho, se dirigió a su choza.

Mujeres fueron las principales víctimas de la iglesia y la psiquiatría del franquismo: Almudena Grandes

viernes, febrero 14th, 2020

La novelista española publica La madre de Frankenstein, quinta entrega de su serie titulada Episodios de una guerra interminable, con el trasfondo de un manicomio en los años cincuenta y uno de los crímenes más famosos de la República.

Por Miguel Ángel Villena

Ciudad de México, 14 de febrero (ElDiario).- Almudena Grandes (Madrid, 1960) está a punto de culminar la inmensa tarea de escribir seis ambiciosas novelas que abarcan desde los años cuarenta hasta 1964, es decir, los llamados “25 años de paz” de la propaganda de la dictadura.

En una clara demostración de una actitud maratoniana y de una disciplina germánica, una de las escritoras más leídas y reconocidas de este país acaba de publicar La madre de Frankenstein (Tusquets), quinta entrega de esta serie titulada Episodios de una guerra interminable en homenaje a su maestro Benito Pérez Galdós.

Confía Almudena Grandes en publicar dentro de tres o cuatro años la sexta novela y reconoce ahora, entre risas, cuando ha transcurrido más de una década desde que comenzó a narrar estos episodios, que se trataba de un proyecto un tanto marciano. “Pero lo considero un privilegio”, comenta la escritora en una charla con eldiario.es, “que me ha dado muchas alegrías y me ha liberado de esa angustia del novelista cuando se plantea cuál será la próxima historia a contar. Por otra parte, me gusta mucho buscar documentación para mis novelas, estudiar el contexto histórico o construir personajes”.

Al estilo de las obras de su admirado Galdós, por La madre de Frankenstein desfilan 117 personajes, de los que siete son reales, incluidos, por supuesto, Aurora Rodríguez Carballeira (Ferrol, 1879 – Ciempozuelos, 1956) y su hija Hildegart.

Subtitulada como Agonía y muerte de Aurora Rodríguez Carballeira en el apogeo de la España nacionalcatólica. Manicomio de mujeres de Ciempozuelos, Madrid, 1954-1956, la última novela de Almudena Grandes gira en torno a uno de los crímenes más célebres y conmovedores de los años republicanos y al posterior encierro de la madre asesina en un psiquiátrico durante dos décadas.

“Culta, rica y muy inteligente, Aurora reunía todas las condiciones para convertirse en símbolo de una España moderna y en una pionera del feminismo. Sin embargo, una enfermedad mental arruinó esa trayectoria al matar a su hija Hildegart de cuatro tiros mientras dormía en la noche del 9 de junio de 1933”.

La novelista quedó impresionada desde que conoció en su juventud la historia de Aurora que había concebido a propósito una hija, fruto de una relación planificada con un sacerdote, para proyectar en aquella niña todas sus aspiraciones de crear una mujer superdotada. Hildegart cumplió las expectativas de su madre y fue una precoz y brillante estudiante, más tarde abogada, conferenciante y dirigente de las Juventudes Socialistas. Pero su deseo de emanciparse de la tutela materna y vivir su propia vida la condenó a los 19 años.

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“Aurora se entregó voluntariamente”, aclara Almudena Grandes, “y nunca entendió por qué se la juzgaba ya que en definitiva ella había destruido su creación del mismo modo que un escultor tiene derecho a destrozar su obra. Hay que tener también en cuenta que Aurora fue muy partidaria de la eugenesia, una ideología transversal y muy popular en los años treinta que sirvió de base para los crímenes de la Alemania nazi o para las teorías del gen maligno de los rojos, defendidas en la España franquista por el psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera. Esa práctica de la eugenesia explica asimismo el crimen de Aurora”.

Hildegart y Aurora Rodríguez. Foto: El Diario

Diagnosticada en su época como una paranoica pura, es decir, con una peculiar enfermedad mental que no está vinculada a otros trastornos y se manifiesta solamente en forma de delirios de grandeza o de persecución, Aurora siempre mantuvo que estaba cuerda. Hasta tal punto estaba convencida de su cordura que, en el juicio por el asesinato de su hija, apoyó las tesis de la acusación de que era una persona normal frente a la posición de su defensa, que argumentó que sufría paranoia.

“Da la impresión de ser una paradoja”, comenta la autora de La madre de Frankenstein, “pero tenía que negar su locura porque, de lo contrario, su vida y sus ideas no hubieran tenido sentido, hubieran quedado invalidadas”.

Pero la novela parte de aquel suceso, que conmovió a España en la etapa republicana y fue adaptada ya en democracia para el cine por Fernando Fernán Gómez y para el teatro por Fernando Arrabal, para adentrarse en los últimos años que Aurora Rodríguez Carballeira pasó en el manicomio para mujeres del pueblo madrileño de Ciempozuelos hasta fallecer en 1956. Junto con otros dos personajes protagonistas, un psiquiatra y una enfermera, ambos ficticios, el papel de Aurora le sirve a la novelista como hilo conductor para reflejar la España de los cincuenta, “un puro túnel”, según Grandes.

“En la posguerra”, afirma, “la represión del franquismo contra los demócratas fue feroz. Ahora bien, la oposición luchaba con la esperanza de que una victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial acabara con la dictadura. Pero en los cincuenta Franco logró reconocimiento internacional y se convirtió en un baluarte anticomunista. Así las cosas, estaba claro que el dictador iba a permanecer muchos años en el poder y los antifranquistas perdieron toda esperanza”.

“Por otro lado, pese a esa supuesta fama de años tranquilos, la década de los cincuenta impulsó una alianza de hierro entre el Estado y la Iglesia en un país donde todo pecado equivalía a un delito y donde el nacionalcatolicismo alcanzó su apogeo e impuso un terror moral. La Iglesia dominaba la educación, los medios de comunicación y muchas otras parcelas de poder”.

En ese periodo, en el que transcurre la novela, la psiquiatría se convierte en una ayuda imprescindible para imponer los dogmas nacionalcatólicos, para otorgarles un presunto aval científico. Al mismo tiempo, psiquiatras sin escrúpulos se enriquecieron justificando el ingreso en manicomios de esposas de las que algunos maridos querían deshacerse para seguir con sus amantes o bien aprobando el internamiento de hijas díscolas que no obedecían a sus padres. “Las mujeres locas”, señala Almudena Grandes, “fueron las mayores víctimas de la Iglesia y la psiquiatría durante el franquismo. De hecho, he querido contar esta historia desde los márgenes de los márgenes, desde las últimas de la cola, desde las más discriminadas”.

Hildegart Rodríguez, la hija asesinada de Aurora Rodríguez. Foto: El Diario

Escritora extrovertida y sociable, con una multitud de lectores y lectoras fieles desde que publicara Las edades de Lulú en 1989, Almudena Grandes ha consolidado su prestigio con novelas como Atlas de geografía humana o El corazón helado o con premios como el reciente Nacional de Narrativa en 2018 por Los pacientes del doctor García, cuarta entrega de sus episodios.

Siempre con Galdós como modelo, la novelista ha adoptado el formato del maestro para “contar la Historia desde los personajes de abajo, de la gente corriente, y no desde la perspectiva de los poderosos”. “Galdós”, añade la escritora, “nos mostró una manera de mirar España de modo que la vida privada de la gente pequeña sirve para narrar la Historia con mayúsculas”.

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RESEÑA | Lo que somos o lo que queremos representar: Pandora, de Liliana Blum

sábado, enero 26th, 2019

En 2016 se publicó una novela donde este esquema se recrea en la pluma de la escritora nacida en Durango: Liliana Blum (1974), bajo el título de Pandora (Tusquets). Con un extraordinario manejo de los personajes, Pandora tiene rasgos muy similares a los del cuento de Ponce, porque un matrimonio “feliz” (en apariencia) será sacudido por un elemento erótico-sexual: Pandora. Gerardo Vieira y Adriana, su esposa, tendrán problemas en su matrimonio por diversos motivos, no obstante, poco a poco nos vamos enterando que el eminente ginecólogo siente una especial atracción por las mujeres gordas.

 

Ciudad de México, 26 de enero (SinEmbargo).- Don Quijote de La Mancha, más allá de la maravilla que trajo consigo a la lengua española con su infinidad de pasajes filosóficos, referentes al arte de la caballería y la literatura, también trajo consigo un final que nos invita a reflexionar sobre la ficción y la realidad. Cuando Alonso Quijano vuelve a la realidad donde los demás personajes (léase Sancho, la sobrina, el cura y el bachiller) han querido que regrese, únicamente lo hace para morir. El final es una invitación a reflexionar sobre la vida que ofrece la ficción, mientras que la muerte ejemplifica lo vacuo de la cotidianidad. La fantasía de Don Quijote fue la vida de aventuras que los que lo rodeaban no alcanzaron a ver.

Generalmente solemos aludir a los principios de las obras literarias; no obstante, pocas veces hablamos de un final que cumpla cabalmente con lo prometido en un inicio. Vienen a mi memoria Pedro Páramo, que finaliza con el cacique de Comala desmoronándose al dar un golpe seco contra la tierra o La metamorfosis, de Franz Kafka, donde la familia Samsa decide irse sin importar que Gregorio —convertido en bicho— haya muerto, pues lo único que apremia es casar a su hija y mudarse a una nueva casa. Los ejemplos pueden multiplicarse en cuentos como los de Jorge Luis Borges o Julio Cortázar, maestros de finales inesperados y sorpresivos (premisa necesaria en el arte del cuento), pero en la novela es otro asunto, para que el final nos deje boquiabiertos depende mucho de la construcción de los personajes: de nada sirve que una obra inicie maravillosamente si se desmorona a medida que avanzamos en su lectura.

Pandora, de Liliana Blum. Foto: Especial

Pienso en el final del cuento “Enigma”, que aparece en Figuraciones, de Juan García Ponce —autor con profundidades eróticas que abrevó de las múltiples lecturas de Henry Miller y Pierre Klossowski— donde el eminente doctor Ramón Rendón, con una vida ejemplar al lado de su familia, exitoso y muy bien parecido, sucumbe al deseo. Cuando parece que todo es miel sobre hojuelas y nada puede salir mal en la vida de Rendón, aparece en su casa, Rosa, una sirvienta contratada por su esposa para las labores domésticas mientras él está de viaje. La empleada despertará en su patrón una obsesión sexual que lo llevará a la locura. Ramón se entrega a sus pasiones sexuales a tal grado que termina loco en el hospital psiquiátrico que él dirigió alguna vez. Este relato data de 1982 y pertenece a la colección de Lecturas Mexicanas del Fondo de Cultura Económica. Pienso en ello porque en 2016 se publicó una novela donde este esquema se recrea en la pluma de la escritora nacida en Durango: Liliana Blum (1974), bajo el título de Pandora (Tusquets).

Con un extraordinario manejo de los personajes, Pandora tiene rasgos muy similares a los del cuento de Ponce, porque un matrimonio “feliz” (en apariencia) será sacudido por un elemento erótico-sexual: Pandora. Gerardo Vieira y Adriana, su esposa, tendrán problemas en su matrimonio por diversos motivos, no obstante, poco a poco nos vamos enterando que el eminente ginecólogo siente una especial atracción por las mujeres gordas, filia que se conoce como Anastimafilia y que no es otra cosa que una atracción sexual por las personas obesas.

Pandora está acostumbrada a la indolencia del mundo hacía ella por su sobrepeso; sencillamente no es una estética que empate con los cánones establecidos por una sociedad plástica, la cual finge que le importa la salud para alcanzar un estereotipo de belleza. La maestría de Blum radica en que nos demuestra que sabe tratar lo mismo temas literarios como en El libro de perdido de Heinrich Böll (donde crea historias de cinco mujeres en torno a un libro encontrado en aparente olvido), como temas de urgencia social: el secuestro y la pedofilia en la novela El monstruo pentápodo. En Pandora logra una aguda crítica a la plasticidad a la que nos hemos habituado en gran parte por la mercadotecnia y las redes sociales, que nos invitan a ser “estéticos” para que nos consuman y consumamos en busca de aceptación. Ser fitness es bien visto, mientras que ser gordo “equivale a ser una pared lista para ser grafiteada por los odios de los demás. Ser gorda es ser aquella esquina donde todos los vecinos dejan sus bolsas de basura sin mayores consecuencias”, tal como lo dice la misma Pandora después de haber intentado una vida “normal” sin éxito alguno. Se sabe aborrecida.

Después de presentarnos la difícil vida de la protagonista, que no sabe por qué le han puesto este nombre, “que [le] ha traído tantos sinsabores. La culpable de todos los males del mundo, o al menos de [su] familia” las vicisitudes comienzan cuando ella llega a trabajar como recepcionista en el hospital donde trabaja Gerardo Vieira. Pandora, sin imaginarlo siquiera, hará que se reavive el deseo del médico por las mujeres obesas, un deseo que vio luz desde pequeño junto a su tía Olga, entre tardes de pláticas y postres que irrumpen inevitablemente. Luego de la experiencia, y al pasar de los años, el doctor parece tener todo bajo control, puesto que satisface sus fantasías con videos de mujeres gordas mientras todos en casa duermen. Pandora será esa caja que se abre ante sus ojos y a la que le puede hablar libremente de lo que siente por mujeres de su tipo. Ambos se dejan llevar. Ella, que siempre fue la apestada, se siente querida por primera vez. Él, que tiene una esposa esquelética porque representa el estereotipo de la esposa ideal del marido triunfador, siente deseo por Pandora. Embonan a la perfección. Deseo y necesidad. El mingitorio de Duchamp, criticado, pero inserto en la historia del arte. Un mundo que repele y otro que incluye en la soledad, en el murmullo, detrás de la puerta. Pandora y Gerardo deciden jugar un juego, cueste lo que cueste, porque no tienen límite, siempre buscan más y se pierden de la realidad por vivir su fantasía. Los dos crearán su propio universo. La locura de Don Quijote. No importa que el mundo los reclame, ellos no estarán disponibles. Pandora no tiene nada que perder, siempre fue desplazada: su madre le reprochaba ser gorda, su hermana (la muñeca bonita) fue la consentida y su padre, “La única persona que [la] amaba tal como [ella] era”, un día pierde la vida.

Pandora y Gerardo sellan un pacto: ella engordará más (por amor) cada día y él le pondrá casa y se hará cargo de ella (por amor) con tal de que aumente su peso. Cada visita a la casa chica va acompañada de sendas comilonas en la cama y de tórridas relaciones sexuales que los dejan sin aliento, sumidos en pecados capitales: Lujuria y Gula. Al finalizar el ritual el doctor la pesa en una báscula especial para las vacas y anota el peso en una libreta. El final es atroz, escatológico, sádico. Al final compadecemos a Adriana y a Pandora: Gerardo ha jugado a su conveniencia (siempre apostando a no perder) porque, aunque no se diga explícitamente, es un personaje que se ciñe a las convenciones sociales; sin embargo, sus ideales y tormentos los esconde tras una puerta.

Liliana Blum tiene un excelente manejo de la prosa, pone sobre la mesa temas que invitan a la reflexión humana sobre lo que somos verdaderamente y lo ocultamos ante los demás. ¿Qué estamos dispuestos a dejar para alcanzar nuestros sueños, nuestras pasiones?, porque no solamente se le desdeña al gordo, sino también al raro, al pobre, al torpe, al diferente. La historia de Pandora que termina sin amor propio puede ser la de cualquiera de nosotros, no por conseguir amor, sino por un poco de atención. Este final enmarca uno de los mejor logrados en las letras mexicanas, por la estructura de los personajes y el destino que les depara junto a obras contemporáneas como El último lector de David Toscana o La muerte de un instalador, de Álvaro Enrigue, sólo por mencionar algunas en este terreno, es inevitable.

Sexo, soledad y Mozart: las claves para entender a Murakami a través de su último bestseller

sábado, enero 26th, 2019

Llega a las librerías el segundo libro de La muerte del comendador, culminación de la obra más ambiciosa del célebre autor nipón en los últimos años. Los dos volúmenes ofrecen una exploración de las manías y formas de narrar que han convertido a Murakami en uno de los autores más importantes de este siglo.

Por Francés Miró, para eldiario.es

Ciudad de México, 26 de enero (SinEmbargo/eldiario.es).- Haruki Murakami tiene fama de no ser profeta en su tierra. Puede que sea un tropo labrado durante años entre la crítica literaria, que ha considerado que su éxito mundial y su renuncia al estilo tradicional nipón y al idioma, son signos de un autor que prefiere exportar su talento. Y puede también que sea una fama buscada: él mismo afirma ser un marginado en el panorama literario de su país y se ha curtido en la imagen de literato adoptado e influenciado por una cultura ajena.

Sin embargo, su obra Los años de peregrinación se convirtió en la novela más vendida en Japón el año de su publicación. Y cuando en 2017 publicó La muerte del comendador, repitió el fenómeno editorial, superando la marca de su anterior récord a nivel de ventas. Tampoco se le desprecia en el ámbito intelectual de forma unánime: su obra se estudia en las universidades como parte esencial de la literatura de este siglo y él se siente cercano al ámbito universitario. Su último gesto fue donar todos sus manuscritos, de un valor incalculable, a la Universidad de Tokio, pública y habitualmente situada en los rankings educativos como la más prestigiosa del país.

Por mucho que sigamos repitiendo lo contrario, a Murakami lo leen en casa y en el resto del mundo. Eterno candidato al premio Nobel, ahora revalida la vigencia de su estilo con la segunda parte de su novela más ambiciosa en años: La muerte del comendador Libro 2, publicada por Tusquets en castellano, y traducida por Fernando Cordobés y Yoko Ogihara. Conclusión de la historia de un retratista que un buen día recibe un extraño encargo. Dos novelas que exploran muchas de las ambiciones, manías y temáticas que vertebran su obra. Repasamos algunas.

Portada de ‘La muerte del comendador libro 1’. Ilustración de David de las Heras. Foto: eldiario.es

NO ES FÁCIL SER UNO MISMO

Sexo, soledad y Mozart: cinco claves para entender a Murakami a través de su último bestseller La muerte del comendador se inicia con una huida en toda regla. El protagonista, un retratista que vive un buen momento profesional, no es capaz de afrontar el divorcio con la mujer con la que llevaba seis años casado. Sabe que, probablemente, nunca ha apostado por su relación tanto como ella. Pero no es capaz de gestionar la decepción consigo mismo. Así que un día comprará un coche de segunda mano y se pasará semanas recorriendo Japón. Sin lugar al que ir ni al que volver.

Un buen día, un viejo amigo le dice que quiere alquilar la casa de campo de su padre, que era pintor. Y nuestro protagonista encuentra un lugar en el que, por un tiempo, quedarse. Porque por muchas vueltas que dé, por muchos viajes que haga, siempre lleva el mismo equipaje. Él mismo.

Solitario en una casa perdida entre bosques y montañas, el retratista empieza una búsqueda de sí mismo. De lo que es para con su pasado y presente, de lo que significó para él una adolescencia prematura debido al fallecimiento de su hermana, de lo que significa ser artista, de lo que quiere expresar con sus retratos…

Pues la exploración interior, la búsqueda de significado de un paisaje emocional de compleja interpretación, es una constante en muchos personajes de Haruki Murakami. Les conocemos en plena etapa de cambio vital  y con ellos iniciamos el ejercicio de enfrentarse al espejo, aceptar lo que son y aspirar a ser otros. Como hicimos con el publicista de La caza del carnero salvaje, cuyo desarrollo se asemeja al de este retratista. Pero con una reflexión constante sobre la memoria y la identidad en épocas decisivas, como le ocurría a Tsukuru Tazaki, protagonista de Los años de peregrinación del chico sin color. En su prosa, lo que éramos influye en lo que somos, pero no tiene por qué decidir lo que seremos. Depende de nosotros.

CULTURA, CULTURA, CULTURA

Las artes en sus muchas formas y vertientes y cómo influyen en nuestra forma de ver la vida, son una constante en el universo murakamiano. Una que motiva, conduce o cambia radicalmente el desarrollo de la trama. La impregna en todos los sentidos. Sin ir más lejos, La muerte del comendador que da título a las dos últimas novelas del autor nipón, es también un cuadro.

El protagonista lo encuentra escondido en una buhardilla de la casa del pintor. En él se retrata una violenta escena del Don Giovanni de Mozart. La ópera, de hecho, sustituye al jazz en esta historia, pero Murakami sigue fiel a sus filias: la música en su obra ha creado todo un culto a su alrededor. Ya fuere por las presencias de John Coltrane o Duke Ellington en Kafka en la orilla, por los Debussy, Brahms y Chopin que se escuchan en Sputnik mi amor o por los Beatles de Tokio Blues. Existen extensos recopilatorios de vídeos con las canciones que suenan en sus libros en Youtube. Hay todo tipo de playlists en Spotify. El propio autor ha dirigido programas musicales de radio y regentó un local de jazz en su juventud. Incluso se han escrito magníficos ensayos sobre el tema.

No es menos relevante cómo se filtran sus referentes literarios en una obra que se impregna de Kafka, odia a Mishima, suena a Salinger y se lee tan rápido como a Scott Fitzgerald. De hecho, él mismo ha reconocido que El gran Gatsby es una inspiración esencial de La muerte del comendador.

En esta ocasión, además, se suma una reflexión en torno al lamento del artista, incapaz de comprender qué le motiva a serlo. Inútil ante el hecho de expresar con su obra algo que ni él mismo comprende.

La muerte del comendador 2. Foto: Tusquets

OTRA FORMA DE ENTENDER LA VIDA

En japonés existe un concepto bellísimo para describir lo que, en multitud de ocasiones, se respira en la prosa de Murakami: mono no aware. “El término (物の哀れ) es un concepto básico de las artes japonesas, especialmente de la literatura, que suele traducirse como empatía”, describe Laura Tomàs, cocreadora de la web especializada japonismo.com, en un artículo sobre esta idea. “Hace referencia a la sensibilidad o capacidad de sorprenderse o conmoverse, de sentir cierta melancolía ante lo efímero”, explica.

Sus descripciones, a veces vagas, otras minuciosas hasta la locura, atienden siempre al detalle más nimio cargado de un significado difícilmente aprehensible. Toda una tradición cultural nipona, presente en gran medida en la filosofía del haiku clásico, que permanece viva en su literatura.

El sosiego, la tranquilidad y el intento de captar la esencia de los momentos más breves de la vida no es solo algo que persigan sus letras, es que en su última novela es algo que busca desesperadamente el propio protagonista. Obligado a alejarse de la ciudad y refugiarse en una casa perdida en el monte, el retratista se sorprenderá conmoviéndose por todo aquello que antes le pasaba inadvertido. Como si siempre subyaciese un significado oculto en aquello que vemos.

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UN FANTASMA EN TU CAMA

Sexo, soledad y Mozart: cinco claves para entender a Murakami a través de su último ‘bestseller’ En este sentido, La muerte del comendador explora otra de las tesis últimas de la literatura de Haruki Murakami: el significado real nunca es el evidente. En su obra, conocer a los demás da vértigo y sus personajes son, muchas veces, personas asustadas ante la certeza de conocer a los demás más allá de su fachada. De abrirse a los demás. De compartir sus demonios.

Y justo ahí, cuando se habla de lo que subyace, dentro y fuera de nuestra realidad, se nos presentan dos elementos fundamentales de la mente murakamiana: el sexo y la fantasía.

El primero es evidente en La muerte del comendador. La obra, de hecho, fue censurada en Hong Kong y terminó declarada públicamente como “indecente”, siendo solo aceptada su distribución como material para adultos. El protagonista de su última novela tiene con el sexo una relación de necesidad, aparente normalidad y obsesión adolescente. Y su desarrollo está asociado, de distintas formas, con largas y descriptivas escenas de sexo. Algo que el autor entiende como una forma de acercarse a los demás. Corriendo el riesgo de descubrir la verdad de personas que creías conocer.

En cuanto al segundo, la fantasía se filtra en la mayoría de su obra en un terreno expresivo muy parecido al del sexo. Ya fueren las ciudades subterráneas de El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, los gatos parlanchines de Nakata en Kafka en la orilla o los mundos paralelos de 1Q84: todos estos elementos hablan de lo que no se ve a simple vista, pero existe y afecta a nuestra vida.

En La muerte del comendador, pronto aparece un elemento disruptivo: un ‘hombre sin rostro’ que acecha los sueños del protagonista para exigirle un retrato que le prometió. Otra promesa rota en un mundo de fantasmas y apariencias.

MÁS HOMBRES SIN MUJERES

El último bestseller del eterno candidato al Nobel empieza, como decíamos, con una huida. Un divorcio mal gestionado emocionalmente llevará al protagonista a evaluar la relación con su expareja, con el recuerdo de su hermana fallecida y con dos mujeres a las que conocerá cuando decida perderse en las montañas.

En Hombres sin mujeres, ya compuso una compleja tesis sobre la necesidad del hombre heterosexual moderno de refrendar su condición casi en cualquier aspecto de su vida. De proyectar en él sus inquietudes, frustraciones y rabias. “Variaciones sobre el tema de hombres abandonados por mujeres o privados de su presencia. Mujeres que entran y salen de la vida de aquellos, sin posibilidad alguna de comunicación o armisticio, sin segundas oportunidades”, explicaba el también escritor Carlos Zanón en su crítica del libro. Subyacía la tóxica incapacidad del hombre blanco heterosexual para procesar el abandono.

La masculinidad frágil, uno de los temas más explorados de su obra, se estudia aquí a través de un personaje que no acepta su ruptura. De la misma forma que la ausencia de una mujer motivaba Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.

Pero Murakami ha decidido desterrar la idea de la femme fatale y la mujer que hiere el sentimiento y orgullo del hombre para ser, así, culpada por todos sus males. Un motivo recurrente que planea sobre mucha literatura vestigial de prematuros lectores de Bukowski, que en La muerte del comendador, carga sus tintas en ellos. En hombres con dificultades para empatizar, gestionar sus emociones y vehicular de forma positiva sus preocupaciones. Hombres que tienen que cambiar.

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Fragmento de La muerte del comendador 2, de Haruki Murakami, con autorización de Tusquets/Planeta

Me gustan tanto las cosas que se ven como las que no se ven

El domingo también hizo un día espléndido, apenas soplaba el viento y bajo el resplandeciente sol otoñal brillaban las hojas multicolores de los árboles. Unos pajarillos de pecho blanco volaban de rama en rama y picoteaban certeros los frutos rojos del bosque. Me senté en la terraza y me deleité en la contemplación del paisaje. El esplendor de la naturaleza se ofrecía por igual a ricos y pobres, sin hacer distinciones. Como el tiempo… No, tal vez el tiempo no. Quizá la gente rica tiene la opción de comprar tiempo con su dinero.

A las diez en punto apareció por la cuesta el Toyota Prius azul claro. Shoko Akikawa llevaba un fino jersey beige de cuello vuelto y unos pantalones estrechos de algodón de color verde claro. Lucía una modesta cadena de oro. Su peinado era casi perfecto, como la semana anterior, y cuando movía la cabeza, dejaba al descubierto su elegante cuello. Llevaba un bolso de ante colgado en bandolera y unos zapatos marrones tipo náutico. Vestía de manera sencilla, pero se notaba que cuidaba todos los detalles. Sin duda, tenía el pecho bonito y, según la información de carácter íntimo aportada por su sobrina, no se ponía relleno en el sujetador. Sus pechos me atraían, aunque solo fuera desde una perspectiva puramente estética.

Marie Akikawa, por su parte, vestía ropa informal distinta a la del día anterior: unos vaqueros rectos gastados y zapatillas Converse blancas. Los pantalones tenían unos cuantos agujeros (hechos a propósito, obviamente). Llevaba un cortavientos ligero de color gris sobre los hombros y una gruesa camisa de cuadros como de leñador. Al igual que la semana anterior, en su pecho no se notaba ninguna redondez y tenía la misma cara de mal humor, como la de un gato al que le han retirado el plato antes de que terminara de comer.

Preparé té y lo serví en el salón. Les mostré los tres bocetos que había hecho el domingo anterior. A Shoko parecieron gustarle.

—Producen una impresión muy viva —dijo—. Reflejan a Marie mejor que una foto.

—¿Me los vas a dar? —preguntó Marie.

—Por supuesto —contesté—, pero cuando termine el cuadro. Quizá los necesite hasta entonces.

—¡Marie! —exclamó su tía con un gesto de preocupación—. ¿Qué dices? ¿De verdad no le importa?

—No, no me importa. Una vez terminado el retrato ya no me harán falta.

—¿Los usas como referencia? —me preguntó Marie. Negué con la cabeza.

—No. Digamos que los he pintado para entenderte de una forma tridimensional. Sobre el lienzo pintaré algo distinto, creo.

—¿Ya tienes en la cabeza la imagen que vas a pintar?

—No, todavía no. A partir de ahora vamos a pensar en ella juntos.

—¿Necesitas entenderme de forma tridimensional?

—Sí —respondí—. Un lienzo es una superficie plana, pero un retrato debe estar pintado en tres dimensiones. ¿Lo entiendes?

Marie puso cara de extrañeza. Supuse que, al oír la palabra tridimensional, había pensado en la redondez de su pecho. De hecho, lanzó una mirada furtiva al de su tía, que describía una hermosa curva bajo su fino jersey. Después me miró a la cara.

—¿Qué hay que hacer para dibujar así de bien?

—¿Te refieres al boceto? Marie asintió.

—Sí, al boceto, a los croquis.

—Practicar. Cuanto más se practica, mejor salen las cosas.

—Pues a mí me parece que mucha gente no mejora nada por mucho que practique. No le faltaba razón. Había estudiado en la Facultad de Bellas Artes y muchos de mis compañeros no mejoraban en absoluto por mucho que practicasen. Aunque uno se empeñe, lo que de verdad cuenta son nuestras habilidades naturales. Pero si empezaba a hablar de eso, la conversación terminaría por írseme de las manos y no acabaría nunca.

—Eso no significa que no haga falta practicar. Hay talentos y cualidades que solo emergen cuando uno practica. Shoko asintió con cierto entusiasmo al escuchar mis palabras. Marie, por su parte, se limitó a torcer un poco la boca, como si dudase de lo que le decía.

—Quieres mejorar tus dibujos, ¿verdad? —le pregunté. Marie asintió de nuevo inclinando la cabeza.

—Me gustan tanto las cosas que se ven como las que no se ven.

La miré a los ojos, brillaban de una forma especial. No entendí a qué se refería, pero, más que sus palabras, me llamó la atención el brillo de sus ojos.

—Qué cosas más extrañas dices —intervino Shoko—. Parece un acertijo.

Marie no contestó. Se limitó a contemplar sus manos en silencio, y cuando levantó la cara, ya había desaparecido ese brillo especial de sus ojos. Apenas había durado un instante.

Marie y yo nos metimos en el estudio. Shoko sacó de su bolso el mismo libro grueso en edición de bolsillo de la semana anterior (pensé que era el mismo por el aspecto) y enseguida se acomodó en el sofá para empezar a leer. Parecía entusiasmada y me intrigaba saber qué libro era, pero me contuve y no se lo pregunté.

Marie y yo nos sentamos uno de cara al otro a unos dos metros de distancia, como habíamos hecho una semana antes. En esta ocasión, sin embargo, tenía delante de mí un caballete con un lienzo, si bien aún no había cogido ningún pincel ni ningún tubo de pintura. Por el momento, me limitaba a mirar alternativamente a Marie y al lienzo vacío, pensaba cómo trasladar allí tridimensionalmente su imagen. Necesitaba una “historia”. No bastaba con plasmar la imagen en el cuadro. Solo con eso no se hacía un retrato. Para mí, en ese momento, lo más importante era encontrar una historia y empezar a dibujarla.

Sentado en la banqueta, observé la cara de Marie durante mucho tiempo y ella no apartó la mirada en ningún momento. Me miraba directamente a los ojos, casi sin pestañear. No era una mirada desafiante, pero sí transmitía la decisión de no echarse atrás. La gente se llevaba una impresión equivocada de ella debido a sus rasgos nobles y proporcionados de muñeca, pero en realidad era una niña con un carácter fuerte. Tenía su propia forma de hacer las cosas, sin titubear. Una vez que había trazado una línea recta frente a ella, ya no se desviaba con facilidad.

Al observarla con detenimiento me di cuenta de que había algo en sus ojos que me recordaba a los de Menshiki. Ya me había dado esa impresión, pero ese rasgo suyo en común volvió a sorprenderme. Era un brillo extraño. Podría decir que semejante a una “llama congelada en un instante”. Producía calor y, al mismo tiempo, transmitía calma. Parecía una joya muy especial con una fuente de luz oculta en su interior. Donde dos fuerzas luchaban fervorosamente, una por salir y expandirse y otra que se recluía y tendía a mirar hacia dentro.

Pero si pensaba eso, era porque Menshiki me había hablado con anterioridad de la posibilidad de que Marie fuera su hija biológica. Quizá por eso buscaba a propósito un rasgo común entre ellos.

Fuera como fuese, tenía que plasmar en el lienzo ese brillo especial de sus ojos, que era la característica central de su expresión, lo que hacía que se tambalease su fisonomía casi perfecta. Sin embargo, aún no era capaz de encontrar el contexto que me permitiera hacerlo. Si no lo lograba, esa cálida luz solo parecería una joya gélida. Tenía que descubrir de dónde procedía el calor que había en el fondo de su mirada y hacia dónde iba realmente.

Después de mirar alternativamente su cara y el lienzo me resigné. Aparté el caballete a un lado y tomé aire varias veces despacio.

Hablemos de algo —propuse al fin.

—Vale —dijo ella—. ¿De qué?

—Me gustaría saber algo más de ti, si no te importa.

—¿Por ejemplo?

—Pues… ¿Cómo es tu padre?

Marie torció ligeramente la boca.

—No le entiendo.

—¿Por qué? ¿No habláis?

—Casi no le veo.

—¿Trabaja mucho?

—No sé gran cosa de su trabajo, pero creo que no le intereso demasiado.

—¿No le interesas?

—Lo deja todo en manos de mi tía. No hice ningún comentario.

—¿Te acuerdas de tu madre? —continué—. Me contaste que cuando murió tenías seis años.

—Solo me acuerdo de ella a trocitos.

—¿A trocitos?

—Desapareció de mi vida en un instante y yo no entendía entonces lo que significa la muerte de una persona. Pensaba que solo había desaparecido, como el humo que se escapa por una rendija.

Se produjo un silencio y, al cabo de un rato, continuó.

—No recuerdo el antes y el después, porque desapareció de repente y no entendí bien la razón de su muerte.

—¿Estabas confusa?

—Un muro muy alto separa el tiempo en que estaba mi madre y el tiempo a partir del cual desapareció. Son dos tiempos que no se conectan. Volvió a quedarse callada un rato mientras se mordisqueaba los labios.

—¿Entiendes esa sensación? —me preguntó al fin.

—Creo que sí. Mi hermana pequeña murió con doce años. Ya te lo he contado, ¿verdad? Asintió.

—Tenía una malformación congénita en una de las válvulas del corazón. Se sometió a varias operaciones muy complicadas y en un principio todo fue bien, pero por alguna razón no llegaron a solucionar el problema. Digamos que vivió siempre con una bomba de relojería dentro de su cuerpo. En la familia siempre nos pusimos en el peor de los casos y no nos pilló por sorpresa como te pudo suceder a ti con tu madre.

—No os pilló por sorpresa…

—Me refiero a que no fue algo inesperado, como cuando de repente en un día soleado suena un trueno a lo lejos y a nadie se le había ocurrido que pudiera suceder.

—Pillar por sorpresa —volvió a repetir, como si de ese modo archivase la expresión en algún compartimento de su cabeza.

—Hasta cierto punto era previsible —continué—, y, a pesar de todo, cuando sufrió el ataque repentino y murió en el mismo día, el hecho de estar preparados ante la posibilidad de perderla no nos sirvió de nada. Yo me quedé literalmente petrificado. No solo yo, en realidad. Nos pasó a todos lo mismo.

—¿Te cambió mucho aquello?

—Sí, cambió muchas cosas. Lo cambió todo, de hecho, tanto dentro como fuera de mí. El tiempo empezó a transcurrir de otra manera y, como tú dices, ya no fui capaz de conectar lo que había pasado antes de su muerte y lo que había pasado después. Marie me miró fijamente durante unos diez segundos y después dijo:

—Tu hermana era muy importante para ti, ¿verdad? Asentí.

—Sí, era muy importante para mí. Marie agachó la cabeza como sumida en sus recuerdos, y solo volvió a levantarla al cabo de un rato.

—Tengo la memoria dividida y ya no me acuerdo bien de mi madre. No recuerdo cómo era, su cara, las cosas que me decía. Mi padre tampoco cuenta muchas cosas de ella.

Lo único que yo sabía de la madre de Marie era lo que Menshiki me había contado con todo lujo de detalles sobre su último encuentro sexual, sobre su apasionado intercambio en el sofá de su oficina que, tal vez, significó la concepción de Marie. Pero, lógicamente, no podía hablarle de eso.

—De todos modos, algún recuerdo conservarás. Viviste con ella hasta que tuviste seis años.

—Solo el olor —dijo Marie.

—¿Su olor?

—No, el olor de la lluvia.

—¿El olor de la lluvia?

—Llovía. Llovía tan fuerte que se oía cómo las gotas golpeaban el suelo. Sin embargo, mi madre caminaba sin paraguas. Íbamos de la mano bajo la lluvia. Creo recordar que era verano.

—¿Una de esas tormentas de verano?

—Puede ser. Notaba el olor que desprende el asfalto quemado por el sol cuando se moja de repente. Recuerdo ese olor. Estábamos en una especie de mirador en lo alto de la montaña y mi madre cantaba una canción.

—¿Qué canción?

—No recuerdo la melodía, pero sí la letra. Decía algo así como que al otro lado del río se extendía bajo el sol una gran pradera verde, pero a este lado no dejaba de llover… ¿La has oído alguna vez? No me sonaba de nada.

—Creo que no. Marie se encogió ligeramente de hombros.

—Se lo he preguntado a mucha gente, pero nadie la conoce. ¿Por qué será? ¿Me la habré inventado?

—Tal vez la inventó para ti en ese momento. Me miró a los ojos y sonrió.

—Nunca lo había pensado. De ser así sería maravilloso, ¿no crees? Creo que esa fue la primera vez que la vi sonreír. Como si una densa nube se hubiese partido en dos para dejar pasar un rayo de sol que iluminase la tierra prometida.

—¿Sabrías identificar ese lugar que aparece en tu recuerdo? —le pregunté.

—Es posible —dijo—. No estoy segura del todo, pero creo que sí.

—Conservar en la memoria una imagen así, un paisaje como ese, es algo precioso.

Marie se limitó a asentir.

Durante un rato estuvimos escuchando los cantos de los pájaros, al otro lado de la ventana lucía un espléndido sol de otoño. No había rastro de nubes y cada uno estaba abstraído en sus propios pensamientos.

—¿Y ese cuadro que está de cara a la pared? —me preguntó Marie al cabo de un rato.

Se refería al retrato del hombre del Subaru Forester blanco (aún inconcluso). Estaba apoyado de cara a la pared para no tener que mirarlo.

—Es un cuadro a medio hacer. El retrato de un hombre. No lo he terminado.

—¿Puedo verlo?

—Sí, pero ten en cuenta que aún no es más que un boceto.

Cogí el lienzo y lo coloqué en el caballete. Marie se levantó de la silla, se acercó y lo contempló con los brazos cruzados. Al enfrentarse al cuadro, sus ojos recuperaron el mismo e intenso brillo de antes. Apretó los labios. Había pintado el cuadro utilizando tan solo el rojo, el verde y el negro; el retratado aún no tenía un contorno bien definido. Su figura dibujada a carboncillo había quedado oculta bajo el color, como si rechazase adquirir una consistencia real, más presencia de la que ya tenía, como si de algún modo no admitiese más color. Sin embargo, yo sabía que estaba allí. Había atrapado el fundamento de su existencia, como los peces caídos en la red invisible de un pescador aún sumergida en el fondo del mar. Yo intentaba descubrir el modo de sacarle de allí, pero él me lo impedía, y en ese tira y afloja el retrato había quedado interrumpido.

—¿Lo vas a dejar así? —me preguntó Marie.

—De momento sí. A partir de aquí, no sé cómo avanzar.

—Parece que ya está terminado —dijo ella en un tono tranquilo. Me levanté y me acerqué para contemplar el cuadro desde su perspectiva. ¿Acaso veía la figura del hombre latente en la oscuridad?

—¿Quieres decir que ya no hace falta añadir nada? —le pregunté.

—Sí. A mí me parece que está bien así. Contuve la respiración. Sus palabras eran casi idénticas a las del hombre del Subaru Forester blanco: “Déjalo así. No lo toques más”.

—¿Y qué te hace pensar eso? —insistí.

Marie no dijo nada durante un rato. Se concentró de nuevo en el cuadro, extendió los brazos y después se llevó las manos a las mejillas como si quisiera refrescarse.

—Ya tiene suficiente fuerza —dijo al fin.

—¿Suficiente fuerza?

—Eso creo.

—¿Una fuerza positiva? No contestó a mi pregunta. Aún tenía las manos en las mejillas.

—¿Conoces bien a este hombre? Negué con la cabeza.

—No. En realidad, no le conozco de nada. Es una persona con la que me crucé por casualidad en una ciudad lejana durante un largo viaje. No hablé con él e ignoro su nombre.

—No sé si la fuerza es buena o es mala. Tal vez depende del momento. Como esas cosas que se ven distintas en función del ángulo desde el que las mires.

—Y te parece que es mejor dejarlo así, ¿verdad? Me miró a los ojos.

—Si pintas algo más y no funciona, ¿qué vas a hacer? ¿Qué vas a hacer si de repente alarga su mano para agarrarte? Tenía razón, pensé. Si de allí resultaba algo malo, malvado incluso, y alargaba su mano hacia mí, ¿qué podría hacer yo? Bajé el cuadro del caballete y lo dejé en el mismo sitio de cara a la pared. Solo con quitarlo de en medio me dio la impresión de que la tensión en el estudio disminuía. Tal vez debería haberlo envuelto bien y haberlo guardado en el desván como había hecho Tomohiko Amada con La muerte del comendador.

—Entonces, ¿ese cuadro de ahí qué te parece? —le pregunté señalando el lienzo de Tomohiko Amada colgado en la pared.

—Me gusta —dijo sin titubear—. ¿Quién lo ha pintado?

—Tomohiko Amada, el dueño de esta casa.

—Ese cuadro quiere decir algo. Es como un pájaro que quiere escapar de la estrecha jaula donde lo han encerrado. De nuevo me miró a los ojos.

—¿Pájaro? ¿Qué clase de pájaro?

—No llego a ver al pájaro ni la jaula. Es solo una sensación. Tal vez se trata de algo demasiado complicado para mí.

—No solo para ti. A mí también me resulta muy difícil, pero tienes razón. En el cuadro hay un grito, una súplica que el autor quiere desesperadamente que oiga la gente. Yo también lo noto, pero soy incapaz de comprender qué quiere transmitir en realidad.

—Alguien mata a alguien. Con un sentimiento muy fuerte.

—Eso es. El hombre joven le clava la espada al otro, que parece muy sorprendido por el hecho de estar a punto de morir asesinado. La gente de alrededor contiene el aliento al ver cómo se desarrollan las cosas.

—¿Hay asesinatos que se puedan considerar buenos? Reflexioné sobre su pregunta.

—No lo sé. Juzgar si algo es correcto o no depende solo de criterios morales. Hay mucha gente, por ejemplo, que considera la pena de muerte una especie de asesinato socialmente correcto. Ese mismo razonamiento, pensé, se podía aplicar a ciertos homicidios.

—Pero a pesar de que se asesine a una persona y salga mucha sangre —dijo Marie después de un silencio—, no transmite opresión. Es como si el cuadro intentara transportarme a un lugar distinto, un lugar donde no existe un criterio sobre lo que es correcto y lo que no lo es.

Aquel día no usé el pincel ni una sola vez. Estuve hablando con Marie en el estudio inundado de luz. Mientras hablábamos memoricé cada uno de sus gestos, sus cambios de expresión. Tenerlos almacenados en la memoria me serviría para transformarlos después en la sangre y en la carne del retrato que le iba a pintar.

—Hoy no has pintado nada —dijo Marie.

—Hay días así —traté de explicarme—. Algunas cosas te roban el tiempo y otras te lo dan. Es importante que el tiempo se convierta en tu aliado.

No dijo nada más. Tan solo me miraba a los ojos como si observara el interior de una casa con la cara pegada a la ventana. A buen seguro, pensaba en el sentido del tiempo. Cuando sonaron las señales horarias de las doce del mediodía salimos del estudio y fuimos al salón. Shoko, sentada en el sofá con sus gafas de pasta negras, estaba concentrada en la lectura del libro. Tan concentrada, de hecho, que apenas parecía respirar.

—¿Qué libro está leyendo? —le pregunté, incapaz de resistir por más tiempo.

—Si le digo la verdad, tengo una superstición —dijo con una sonrisa mientras colocaba el marcapáginas—. Si le revelo el título del libro que estoy leyendo, por alguna razón seré incapaz de leerlo hasta el final. Siempre que lo hago sucede algo inesperado y ya no puedo continuar. A lo mejor le suena extraño, pero le aseguro que es así. Por eso nunca le digo a nadie el título del libro que estoy leyendo, pero en cuanto lo termine lo haré encantada.

—Como quiera, por supuesto. La he visto tan entusiasmada que he sentido curiosidad.

—Es un libro muy interesante. Cuando empiezo no puedo parar, y por eso he decidido leerlo solo cuando vengo aquí. Así se me pasan las dos horas volando.

—Mi tía lee mucho —dijo Marie.

—No tengo otra cosa que hacer y la lectura ha terminado por convertirse en el centro de mi vida.

—¿No trabaja usted? Se quitó las gafas y se acarició entre las cejas para hacer desaparecer una arruga.

—Una vez por semana como voluntaria en la biblioteca. Antes trabajaba en un hospital universitario privado en Tokio. Era la secretaria del director, pero lo dejé cuando me mudé aquí.

—Se vino cuando murió la madre de Marie, ¿verdad?

—Solo tenía intención de pasar una temporada con ellos, pero después de vivir con Marie ya no me resultó fácil marcharme, y aquí sigo. Si mi hermano volviera a casarse, regresaría a Tokio enseguida.

—Pues yo me iría contigo —dijo Marie.

Shoko sonrió ligeramente, pero no dijo nada.

—Si no les va mal, las invito a comer. Puedo preparar algo rápido, pasta y una ensalada.

Shoko mostró ciertos reparos, pero Marie parecía entusiasmada.

—¿Y por qué no? Aunque volvamos a casa, papá no está.

—No se preocupe. Haré algo sencillo. Ya tengo preparada la salsa y me da igual cocinar para mí solo o para tres.

—¿De verdad no le importa? —preguntó Shoko, cautelosa.

—Por supuesto que no, no se preocupe. Como, desayuno y ceno solo todos los días, y de vez en cuando me gusta disfrutar de un poco de compañía. Marie miró a su tía directamente a los ojos.

—En ese caso —dijo Shoko—, aceptamos su invitación con mucho gusto. ¿De verdad no es molestia?

—En absoluto. Siéntase como en casa. Fuimos al comedor. Marie y Shoko se sentaron a la mesa y yo me dirigí a la cocina para hervir agua y calentar la salsa de espárragos y beicon. Preparé también una ensalada de lechuga, tomate, cebolla y pimiento. Cuando el agua hirvió, eché la pasta, y mientras se cocía piqué un poco de perejil. Saqué té frío de la nevera y lo serví en vasos. Marie y Shoko miraban extrañadas cómo me manejaba en la cocina. Shoko me preguntó si me podía ayudar en algo. Le dije que no, que se quedase tranquilamente sentada. No había tanto que hacer, después de todo.

—Se le ve a usted muy acostumbrado —dijo admirada.

—Lo hago todos los días.

Cocinar no representaba para mí ninguna molestia. Siempre me habían gustado los trabajos manuales, ya fuera cocinar, la carpintería, arreglar una bici o cuidar del jardín. Lo que no se me daba bien en absoluto era el pensamiento abstracto o matemático. Para una mente simple como la mía, los juegos mentales como el shogi, el ajedrez o incluso los puzzles eran agotadores. Cuando lo tuve todo listo, me senté con ellas y empezamos a comer.

Se trataba solo de una comida informal un domingo despejado de otoño. Shoko me parecía la compañía ideal para compartir mesa en un día así. Tenía una conversación animada, sentido del humor, era inteligente y sociable. En la mesa mostraba unos modales exquisitos, pero sin darse aires. Se notaba que se había criado en una familia educada y había estudiado en colegios buenos. Marie, por su parte, apenas habló. Delegó la conversación en manos de su tía y se concentró en la comida. Shoko me pidió la receta de la salsa.

Cuando estábamos a punto de terminar, sonó el timbre de la puerta. No me resultó muy difícil imaginar quién era. De hecho, me parecía haber oído un poco antes el potente rugido del Jaguar. El ruido había alcanzado esa capa intermedia entre la conciencia y la inconsciencia. El ruido de ese motor estaba en las antípodas del silencioso Toyota Prius. Quizá por eso el sonido del timbre no me sorprendió.

—Disculpen —dije.

Dejé la servilleta encima de la mesa y fui hasta la entrada. Era incapaz de imaginar qué ocurriría a partir de ese momento.

Lee el primer capítulo de La muerte del comendador (1), de Haruki Murakami

sábado, octubre 20th, 2018

Este año no se entregará el Premio Nobel, por causas de un violador ligado a la institución que entrega el galardón, así que dejaremos tranquilo a Haruki Murakami, en un año con una nueva novela, con música de Mozart y todo. Lee el primer capítulo.

Ciudad de México, 20 de octubre (SinEmbargo).-En plena crisis de pareja, un retratista de cierto prestigio abandona Tokio en dirección al norte de Japón. Confuso, sumido en sus recuerdos, deambula por el país hasta que, finalmente, un amigo le ofrece instalarse en una pequeña casa aislada, rodeada de bosques, que pertenece a su padre, un pintor famoso.

En suma, un lugar donde retirarse durante un tiempo. En esa casa de paredes vacías, tras oír extraños ruidos, el protagonista descubre en un desván lo que parece un cuadro, envuelto y con una etiqueta en la que se lee: “La muerte del comendador”. Cuando se decida a desenvolverlo se abrirá ante él un extraño mundo donde la ópera Don Giovanni de Mozart, el encargo de un retrato, una tímida adolescente y, por supuesto, un comendador, sembrarán de incógnitas su vida, hasta hace poco anodina y rutinaria.

Este primer volumen de la novela La muerte del comendador es un fascinante laberinto donde lo cotidiano se ve invadido de señales indescifrables, de preguntas cuya respuesta todavía está lejos de vislumbrarse. El lector, al igual que el protagonista, deberá permanecer muy atento.

La nueva novela de Haruki Murakami. Foto: Especial

Fragmento de La muerte del comendador (1), de Haruki Murakami, con autorización de Tusquets

Si la superficie estaba empañada

Desde el mes de mayo de aquel año hasta principios del año siguiente viví en una casa en lo alto de una montaña junto a un estrecho valle, en el que durante el verano llovía sin parar a pesar de que un poco más allá estuviera despejado. Esto se debía a que desde el mar, que se hallaba bastante próximo, soplaba una brisa del sudoeste cargada de humedad que entraba en el valle, ascendía por las laderas de las montañas y terminaba por precipitarse en forma de lluvia. La casa estaba justo en la linde de ese cambio meteorológico y a menudo se veía despejado por la parte de delante, mientras que por atrás amenazaban unos nubarrones negros. Al principio me resultaba de lo más extraño, pero me acostumbré enseguida y terminó por convertirse en algo normal.

Cuando arreciaba el viento, las nubes bajas y dispersas que había sobre las montañas flotaban como almas errantes que regresaran al presente desde tiempos remotos en busca de una memoria ya perdida. A veces caía una lluvia blanquecina como la nieve, que danzaba silenciosa a merced de las corrientes de aire. Casi siempre soplaba el viento y el calor del verano se soportaba sin necesidad de encender el aire acondicionado.

La casa, pequeña y vieja, tenía un extenso jardín. Si lo descuidaba durante un tiempo, las malas hierbas lo invadían todo y alcanzaban una altura considerable. Una familia de gatos aprovechaba entonces para instalarse allí entre las plantas, pero en cuanto aparecía el jardinero y quitaba la maleza, se esfumaban. Era una hembra de pelo rayado con tres gatitos. Tenía una mirada severa y estaba tan flaca que daba la impresión de que sobrevivir era el único esfuerzo del que era capaz.

La casa estaba construida en lo alto de la montaña y desde la terraza orientada al sudoeste se atisbaba el mar a lo lejos entre los árboles. La porción de mar que se podía ver no era muy grande, parecía la cantidad de agua que cabría en un balde: un trozo diminuto del inmenso océano Pacífico. Un conocido que trabajaba en una agencia inmobiliaria me había dicho que el valor de las casas variaba mucho en función de si se veía el mar o no, aunque solo se tratase de una porción minúscula. A mí me resultaba indiferente. Desde aquella distancia, tan solo parecía un trozo de plomo de color apagado. No entendía el porqué de tanto afán por ver el mar. Yo prefería contemplar las montañas. Según la estación del año y la meteorología, su aspecto variaba por completo y nunca me aburría. De hecho, me alegraban el corazón.

Por aquel entonces, mi mujer y yo habíamos suspendido temporalmente nuestra vida en común. Incluso llegamos a firmar los papeles del divorcio, pero después sucedieron muchas cosas y al final decidimos darnos otra oportunidad.

Resulta complicado entender una situación así en todos sus detalles. Y ni siquiera nosotros somos capaces de discernir las causas y las consecuencias de los hechos que vivimos, pero si tuviera que resumirlo de algún modo, diría con palabras corrientes que después de un “ahí te quedas”, volvimos al punto de partida.

Entre ese antes y ese después de mi vida matrimonial viví un lapso de nueve meses, que siempre me pareció como un canal abierto en un istmo.

Nueve meses. No sabría decir si ese periodo de tiempo me resultó largo o corto. Si miro atrás, la separación me resulta infinita y, al mismo tiempo, tengo la sensación de que transcurrió en un abrir y cerrar de ojos. La impresión cambia de un día para otro. A veces, cuando se quiere dar una idea aproximada del tamaño real de determinado objeto en una fotografía, se pone al lado del objeto una cajetilla de tabaco como referencia. En mi caso, la cajetilla de tabaco que debería servir como punto de referencia en la serie de imágenes que conservo en la memoria aumenta o disminuye de tamaño en función de mi estado de ánimo. De la misma manera que dentro de mis recuerdos cambian las circunstancias y los acontecimientos sin cesar, también la vara de medir, que debería ser fija e invariable, está en constante transformación, como para llevar la contraria.

Eso no quiere decir que todo, absolutamente todo lo que ha ocurrido en mi vida, se transforme y cambie de una manera disparatada. Hasta ese momento, mi vida había transcurrido de una manera apacible, coherente, razonable. Solo durante esos nueve meses viví en un estado de confusión que no logro explicarme. Fue una época anormal, excepcional. Me sentía como un bañista que está disfrutando de un mar en calma y de pronto es arrastrado por la fuerza de un remolino.

Cuando pienso en lo ocurrido (escribo al dictado de los recuerdos), a menudo todo se vuelve incierto; pierdo de vista la importancia real de las cosas, la perspectiva, la relación entre ellas. Y eso se debe seguramente a que al alejar un poco la mirada de lo que sucedió cambia el orden lógico. No obstante, voy a esforzarme para poder contarlo todo de una manera lógica y sistemática dentro de mis posibilidades. Tal vez resulte un esfuerzo vano, pero intentaré agarrarme a algún tipo de regla establecida por mí mismo, como el nadador agotado en mitad del mar que se sujeta a un providencial trozo de madera.

Lo primero que hice después de trasladarme a aquella casa fue comprarme un coche barato de segunda mano. El anterior lo habían desguazado de puro viejo y no me quedó más remedio que comprar otro. Para alguien que vive en una ciudad de provincias y, más aún, en un lugar apartado de las montañas, el coche resulta imprescindible para la vida diaria. Fui a un centro de vehículos de ocasión de Toyota en las afueras de la ciudad de Odawara. Tenían un Corolla ranchera que se ajustaba a mis necesidades a un precio razonable. El vendedor aseguraba que era de color azul pastel, pero a mí me recordaba a ese color pálido que tiene la piel de una persona enferma. Solo había rodado treinta y seis mil kilómetros, pero le habían aplicado un descuento considerable porque había sufrido un accidente. Lo probé y no pareció dar problemas, ni con los frenos ni con la suspensión. No tenía intención de conducir por autopista, de manera que me pareció adecuado.

El dueño de la casa se llamaba Masahiko Amada. Fuimos compañeros en la Facultad de Bellas Artes. Aunque dos años mayor que yo, era uno de los pocos amigos de verdad de aquella época con quien seguía viéndome de vez en cuando. Al terminar sus estudios, renunció a hacer carrera como pintor y empezó a trabajar como diseñador gráfico en una agencia de publicidad. Nada más enterarse de mi separación, y de que no tenía adónde ir, me propuso quedarme en la casa vacía de su padre y así hacerme cargo de ella. Su padre, Tomohiko Amada, era un famoso pintor de estilo japonés y desde siempre había tenido su estudio en las montañas a las afueras de Odawara. Se instaló allí definitivamente tras la muerte de su mujer y vivió solo y desconectado del mundo durante diez años. No hacía mucho le habían diagnosticado demencia senil y la enfermedad avanzaba de forma implacable. Decidieron ingresarle entonces en una residencia en la altiplanicie de Izu, y por eso la casa estaba vacía.

—Es una casa solitaria en plena montaña —me explicó Masahiko—, y no puedo decir que sea un lugar cómodo, pero te garantizo que es tranquila y silenciosa. Un ambiente ideal para pintar. Nada te distraerá, desde luego.

El precio del alquiler era más bien simbólico.

—Si no la habita nadie, terminará por echarse a perder y me preocupan los ladrones o un posible incendio. Si te quedas allí, estaré mucho más tranquilo, pero ten en cuenta que quizás, en función de cómo evolucionen las cosas, dentro de un tiempo debas marcharte.

No tenía ninguna objeción. Mis pertenencias cabían en el maletero de un coche pequeño y podía mudarme al día siguiente.

Me instalé tras el largo puente festivo de principios del mes de mayo. Era una casa de estilo occidental de una sola planta, lo que se suele llamar un cottage, lo bastante amplia para una sola persona. Estaba en lo alto de una montaña rodeada de bosques. Ni siquiera el propio Masahiko conocía bien los límites de la propiedad. El jardín lo presidía un gran pino que extendía sus gruesas ramas por los cuatro costados. Aquí y allá había piedras decorativas, y junto a un gran tooroo, una de esas linternas de piedra, crecía un banano majestuoso.

Como me había advertido Masahiko, se trataba, sin duda, de un lugar tranquilo, pero visto con perspectiva, no puedo afirmar que estuviera libre de distracciones.

Durante los casi nueve meses que viví en aquel valle tras mi separación, mantuve relaciones sexuales con dos mujeres. Las dos estaban casadas. Una era mayor que yo, y la otra, menor. Las dos eran alumnas de mi clase de pintura.

Aproveché la situación para proponerles algún plan y ellas no rechazaron mi invitación. (En condiciones normales, un tímido como yo nunca se habría atrevido a hacer algo así.) No llego a entender la razón, pero invitarlas a mi cama me resultaba sencillo y, hasta cierto punto, lógico. En cuanto al hecho de que fueran alumnas mías, no me suponía ningún conflicto. Mantener relaciones sexuales con ellas me parecía algo tan natural como preguntarle la hora a una persona por la calle.

Haruki Murakami (Kioto, 1949) es uno de los pocos autores japoneses que han dado el salto de escritor de prestigio a autor con grandes ventas en todo el mundo. Ha recibido numerosos premios, entre ellos el Noma, el Tanizaki, el Yomiuri, el Franz Kafka, el Jerusalem Prize o el Hans Christian Andersen, y su nombre suena reiteradamente como candidato al Nobel de Literatura. En España, ha merecido el Premio Arcebispo Juan de San Clemente, la Orden de las Artes y las Letras, concedida por el Gobierno español, y el Premi Internacional Catalunya 2011. Tusquets Editores ha publicado todas sus novelas —Escucha la canción del viento y Pinball 1973; La caza del carnero salvaje; El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas; Tokio blues. Norwegian Wood; Baila, baila, baila; Al sur de la frontera, al oeste del Sol; Crónica del pájaro que da cuerda al mundo; Sputnik, mi amor; Kafka en la orilla; After Dark; 1Q84, Los años de peregrinación del chico sin color yLa muerte del comendador (Libro 1)—, así como los libros de relatos El elefante desaparece, Después del terremoto, Sauce ciego, mujer dormida y Hombres sin mujeres, la personalísima obra Underground, los ensayos titulados De qué hablo cuando hablo de correr y De qué hablo cuando hablo de escribir, y el bello relato ilustrado La chica del cumpleaños.

“Suelo sentir cierta empatía por las personas a las que se enfrenta Charlie Parker”: John Connolly

sábado, septiembre 15th, 2018

Fue un enorme placer para John Connolly visitar México y para nosotros entrevistarlo una circunstancia muy gozosa. Sabe muy bien del género negro, del horror y de su país, Irlanda. Lo explica en español y cuando se confunde mucho le pide a la traductora que lo ayude. Tiempos oscuros (Tusquets) es otra novela donde su detective Charlie Parker entra en guerra con el Diablo. “Este héroe que no es típico”, se disculpa su autor.

Ciudad de México, 15 de septiembre (SinEmbargo).- Dice que no quiere que Idris Elba (45) sea el próximo James Bond. “No porque sea negro, sino porque es muy viejo. Hará una o dos películas y no más”. Dice que cuando era joven se leyó las novelas de Ian Fleming (1908-1964) una tras la otra y la verdad es que como todos los hombres, siempre quiso ser James Bond.

John Connolly (1968) es extremadamente amable. Hace un esfuerzo por hablar español y eso revela su humildad, aunque a veces entre la mezcla del inglés y la lengua recientemente adoptada uno deba hacer esfuerzos para entenderlo.

Viene de estar en San Luis Potosí, el Festival Huellas del Crimen 3, donde le dijo al novelista Jorge Alberto Gudiño (1974) que “la novela negra tiene la capacidad de dar respuestas que no siempre se consiguen en la vida real”.

Al dictar su conferencia magistral, John contó que la muerte de una prostituta en Dublín, lo hizo dejar el periodismo para dedicarse de lleno a la novela negra. Claro que en su juventud él se inclinaba más por los fantasmas, por lo gótico, por todo lo extraño que tiene la vida.

Autor de más de 30 libros, es precisamente la mezcla de géneros, el horror, la novela detectivesca, lo que lo ha hecho famoso en el mundo, aunque él dude de su éxito y prefiera hablar de Charlie Parker, ese detective que tal, como lo definió nuestro escritor Mauricio Carrera, tiene “esa mezcla entre lo cotidiano y lo sobrenatural que me desconcertó al principio y me entusiasmó, después. No he podido dejar de leer sus aventuras. Charlie Parker persigue fantasmas y los fantasmas lo persiguen a él. Los crímenes que investiga son de éste y del otro mundo. Me agrada su ascetismo, su vulnerabilidad. Es una especie de ángel caído que busca redención y no la encuentra. Simplemente hace lo que tiene que hacer para llegar a fin de mes. Mientras tanto, combate asesinos ordinarios y extraordinarios. En el fondo me atrae que alguien pueda defendernos contra lo que más nos asusta: la criminalidad de la vida terrena y la maldad proveniente de aquello que no entendemos, el más allá, lo sobrenatural”.

Connolly coincide con esa apreciación y tan leal es a su detective que ya ha escrito 17 volúmenes sobre él, el último de los cuales, Tiempos oscuros, lo ha venido a presentar acá.

“Jerome Burnel se convirtió, años ha, cuando trabajaba para una joyería, en un héroe (a su pesar). Intervino para evitar un homicidio múltiple, pero en su empeño se destruyó a sí mismo. Su vida familiar y profesional se truncó y él acabó encarcelado, embrutecido. Fuerzas desconocidas le humillaron, enviándolo a prisión por un crimen que no cometió. Cree que es cuestión de tiempo el que esas fuerzas lo maten, pero antes de morir quiere respuestas y recurre al detective privado Charlie Parker”, es la sinopsis del libro editado por Tusquets.

También escritor de La ira de los ángeles, El poder de las tinieblas y Música nocturna, indicó que el próximo año estará disponible en español el libro A game of ghosts, en el cual el lector sabe más que el propio Charlie Parker, quien va un paso atrás para revelar el misterio.

Foto sacada durante la entrevista. Le digo que se parece a James Bond y él dice que está muy viejo. Foto: SinEmbargo

–Viene de San Luis Potosí, ¿cómo le fue allá?

–Bien, me fue muy bien. Los otros escritores estaban muy amables, pero yo estaba un poco frustrado porque quiero hablar mejor el español. Uno de los placeres de viajar a otro país es que nos encontramos con los otros escritores, pero para mí la comprensión es limitada. No puedo hablar mucho con los otros, a menos que ellos hablen inglés.

–Hay muchos escritores que hablan inglés, ¿no?

–Sí, pero me da un poco de pena para mí. Viajar a países donde hablen español. Espero que en los años siguientes pueda hacer todas las entrevistas en español y hablar más con los otros escritores.

–Sobre todo porque es usted famoso en todo el mundo, muy leído en Latinoamérica y fue la estrella del Festival Huellas del Crimen

–No soy tan famoso. Conocía yo a varios escritores latinoamericanos y sé que aquí son más conocidos que yo. Siempre me siento un poco torpe, casi como intruso, con una cierta desigualdad. Me siento muy afortunado además, porque los escritores no son celosos y tuvieron mucha tolerancia frente a este escritor extraño.

La portada de su nuevo libro. Foto: Tusquets

–También es cierto que en el género negro usted es un maestro

–No lo sé, no quisiera hacer una especie de comparación con los otros escritores. Estoy muy sorprendido de escucharlo y no digo más.

–Dice Mauricio Carrera, un escritor mexicano, que su detective favorito es Charlie Parker, “porque persigue fantasmas y los fantasmas lo persiguen a él”…

–(risas) Sí, es verdad. Cuando he comenzado a escribir, no comprendía que no debía combinar los géneros. Cuando era joven me encantaban los cuentos de fantasmas y las novelas negras. Los fantasmas fueron mi primer amor. No sabía que había problemas en la hechura de esta combinación. En los años 70 los críticos ingleses escribían unas reglas de cómo se puede escribir las novelas negras. Una de las reglas era que no era posible tener los elementos sobrenaturales. Las reglas eran serias y no tan serias. En los años posteriores, se volvieron a tomar en serio, pero para mí no era un problema de esta combinación. En el corazón del género detectivesco es una tensión creativa, narrativa, positiva que se da entre los dos géneros. La novela detectivesca es un producto del periodo después de la Iluminación. La creencia de que es posible entender a la gente solo con el racionalismo. Pienso que la gente es más compleja y la realidad es más complicada. Hacemos daño a los otros, hacemos las cosas porque estamos enfadados, porque estamos enamorados, no somos totalmente racionales, sino que nos dejamos llevar por las emociones. El universo es extraño, no sólo el universo literario, sino el universo científico. Para mí lo sobrenatural me da una posibilidad de una exploración metafísica y metafórica. La posibilidad de una expansión de las posibilidades del género negro. Necesito algo nuevo, algo extraño, para desarrollar el género negro. Si no incorporas sangre nuevo, a la larga se deteriora.

–Nosotros los lectores estamos confundiendo un poco el género negro con el género del horror

–La novela de horror no tiene esperanza. Todos los personajes están muertos o están condenados, en cambio, la novela detectivesca está basada en la esperanza. El escritor irlandés Edmund Burke dijo que todo es necesario para el triunfo del mal y que los hombres buenos no hacen nada. En mis novelas y en el género del detective privado, un hombre bueno, una mujer buena, se rehúsan a no hacer nada. Esa es la diferencia entre ambos.

–¿Qué es Tiempos oscuros?

–Charlie Parker no es un héroe típico. No es blanco o negro. Es un hombre que tiene un sentido de justicia social y un sentido de justicia de la ley, pero al mismo tiempo es un hombre que está enfadado, que es violento. Su hija y su mujer fueron asesinadas y posiblemente una investigación como esta le da a Parker la neutralización de sus tendencias violentas.

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–También está Jerome Burnel

–Burnel no quiere estar como un héroe, pero se rehúsa a no hacer nada. Burnel es castigado por esto. Hay un precio que pagar por hacer algo. Parker está dispuesto a pagar ese precio, porque entiende las consecuencias. Alguien como Burnel no las entendió y las castiga por hacer lo correcto.

“Parker no está en sus cabales totalmente”, dice Connolly. Foto: Secretaría de Cultura

–¿Charlie Parker lleva mucho más allá su pacto con el Diablo en este libro?

–Sí, Parker no está en sus cabales totalmente; cada vez que haces algo mal arriesgas a perder un poco de ti mismo, puedes convertirte en la persona que cazas y Parker lo entiende muy bien. Parker entra en tratos con el Demonio, efectivamente y esencialmente le declara la guerra.

–¿Cómo es la gente buena y la gente mala en sus historias?

–La gente que hace el mal no se siente mala persona porque justifica todo lo que hace y eso es lo que asusta de lo que está mal en este mundo. La gente blanca que en Norteamérica piensa que lo han tratado mal, no es mala gente y vota a Donald Trump. Hay una clase blanca y trabajadora que siente que se los ha abandonado y tiene toda esa rabia racial. Contra gente que cuando menos son tan infortunados como ella. Creen que a lo mejor tenemos que dañar a gente que aparentemente no son como nosotros. Suelo sentir cierta empatía por las personas a las que se enfrenta Charlie Parker. Es demasiado fácil crear villanos al ciento por ciento. Alguien dijo alguna vez que cuando sueñas eres todos los personajes que sueñas. A la hora de escribir novelas colocas pedacitos de ti mismo en cada uno de los personajes, porque sino serían sólo caricaturas.

–Con respecto a lo social, ¿Irlanda fue un espejo para usted?

–No, para nada. En el siglo pasado no escribían los autores irlandeses mucha ficción. Somos una sociedad muy joven, tenemos menos de 100 años de independencia; después de la Revolución en Irlanda, tuvimos una discusión acerca de la sociedad que queríamos. Había un debate que era muy importante y la ficción ocupaba una parte en esta discusión y en ese momento tan relevante. Los escritores irlandeses se detuvieron de escribir ficción y trataron otros temas, como la represión, la relación con Inglaterra, la religión. El género detectivesco, la novela negra, comenzó a plantear un escape de todos estos temas. Después de 20 años de escribir sobre novela negra, uno no puede escapar de su legado. La escritura negra norteamericana no necesita a autores irlandeses que imiten su género y la diferencia es mi carácter irlandés, mi fascinación por los mitos, por las hadas, por los fantasmas. Me llevó muchos años darme cuenta de eso y supongo que es porque estaba muy enfadado.

–¿Cómo está Irlanda hoy: el tema de los migrantes, por ejemplo?

–En Irlanda necesitamos tener una sociedad con más tolerancia. Mucho de Europa está volviéndose a la derecha. En Irlanda tenemos a matrimonios del mismo sexo, ley del aborto y tenemos una historia muy complicada con la inmigración. En los ciclos que pasamos teníamos a muchos pobres que se iban a Norteamérica, a Inglaterra y ahora tenemos prosperidad. Pienso que tenemos una obligación para la gente que no tiene nada. Debemos ser agradecidos y ahora devolver la generosidad de otros países.

–¿Quién cree que será James Bond próximamente?

–Espero que no sea Idris Elba y no porque sea un hombre negro. Es muy viejo, necesitamos a un actor más joven para los próximos 10 años. Las novelas de James Bond, sobre todo la primera serie, las leí una tras otra. Me enamoré de James Bond y todos queríamos ser James Bond.

25 libros para pasar el verano (con paraguas o sin él)

sábado, junio 30th, 2018

Llegó el verano y las lluvias a veces nos desmienten el clima. Sin embargo, estamos todos dispuestos a pasarla bien, tomar un poco de cerveza, irnos de vez en cuando a la playa y leer los últimos libros de las editoriales.

Ciudad de México, 30 de junio (SinEmbargo).- El verano se ha manifestado un poco frío. Tenemos que salir con paraguas, guarecernos en algún bar, esperar que luego que pase la lluvia sudar como un marrano (¿está bien dicho así?), pero el estío es el estío.

Y tenemos más tiempo aunque el trabajo sea el mismo, tenemos más disposición a compartir, a interesarnos, a no estar tristes como nos plantea el frío a rajatablas.

¿Somos los seres humanos hijos del clima? Si es así, el calentamiento global nos hace estar un poco tarados o salidos de control, pero hablemos de libros y ¿no estamos en verano dispuestos a ver qué sacan las editoriales para nuestro entretenimiento?

Aquí vamos, estos son 25 libros que hemos elegido, pero hay muchos más, pero es verano y andamos un poco perezosos.

Nunca seremos poetas, de Gustavo Ogarrio, serie Rayuela, 2018 (UNAM)

Las narraciones que componen este volumen van del relato fantástico a las evocaciones de espacios y personajes perdidos y recobrados en los largos pasillos de la historia personal; del retorno y la derrota de un superhéroe de utilería a los púberes que nunca serán poetas pero que en los pizarrones escolares hacen valer el derecho a la poesía en la solemnidad del aula.

“En un espacio muy breve (Ogarrio) convoca diversas territorialidades y demuestra, en el avión de sus personajes, que el mejor medio de transporte es la lectura: tres o cuatro planos se intersectan con fuerza, gracias, entre otras cosas, a la prosa medida con la que escribe; cede el énfasis cuando es necesario y escoge adjetivos o injurias cuando vale la pena subir el tono”, escribió Juan Villoro sobre la narrativa del autor.

Sombras del rock, de Carlos Mapes, Serie Diagonal, 2017 (UNAM)

Este libro reúne una serie de relatos sobre una época inolvidable para toda una generación marcada por el nacimiento del rock and roll. “Álbum de asombros y antología de lados B de la nostalgia, compilación de prodigios y rarezas o Best of de instantes recobrados en un verso, un riff, una armonía, este libro es también un manifiesto personal y una declaración de fe en esa que José Agustín llamó alguna vez ‘la nueva música clásica’”, señala el poeta y editor Víctor Cabrera, sobre este título.

Los muros que nos encierran, de Nova Ren Suma (SUMA)

EN EL EXTERIOR está Violet, una bailarina de ballet próxima a alcanzar la vida de sus sueños, vida que peligra con la aparición de una amenaza que podría revelar la impactante verdad de su gran logro.

EN EL INTERIOR, dentro de las paredes del centro de detención juvenil de Aurora Hills, está Amber, encerrada por tanto tiempo que ya no puede imaginar la libertad.

ATADA A ESTOS DOS MUNDOS está Orianna, quien tiene la clave para esclarecer los misterios más oscuros de ambas chicas.

¿Qué pasó realmente la noche en que Orianna se interpuso entre Violet y sus torturadores?

¿Amber, Violet y Orianna obtendrán la justicia que merecen?

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El coleccionista, de John Fowles (Sexto Piso)

John Fowles afirmaba que una de sus motivaciones para escribir era imaginar a sus personajes en situaciones límite para ver cómo respondían. En El coleccionista, considerado el primer thriller psicológico moderno, ubicó a los personajes principales en una de las situaciones más extremas imaginables para dos personas y el resultado fue una novela magistral que ha sido leída por miles de lectores a lo largo de los años. Frederick es un solitario burócrata municipal que colecciona mariposas. Miranda es una radiante e inteligente estudiante de arte. Frederick la secuestra y la aloja con todas las comodidades en un sótano en su propiedad. Fowles recrea un intenso duelo psicológico, físico y cultural donde captor y prisionera intercambian papeles con sadismo, cada cual defendiendo sus propios fines: Miranda desea recuperar su libertad, Frederick quiere ser aceptado como un igual por el objeto de su obsesión.

Me acuerdo, de Joe Brainard (Sexto Piso)

Joe Brainard era tan polifacético que él mismo parecía uno de sus propios collages. Más conocido como artista que como escritor, su inclasificable libro Me acuerdo se consideró una obra excepcional desde su irrupción en 1970 en el panorama literario de Estados Unidos. Su impacto fue tal que, años después, Georges Perec escribió su Je me souviens bajo el modelo de Brainard, y se lo dedicó a éste. La fórmula es tan simple que escritores como Ron Padgett, poeta y gran amigo de Brainard, se preguntaron: «¿Por qué no se nos habrá ocurrido a nosotros una idea tan elemental?». Su original forma, basada en una repetición casi de mantra, recoge más de mil evocaciones que empiezan con las palabras “Me acuerdo”. Se trata de frases, en su mayoría breves, que activan un resorte en la mente al rescatar imágenes con las que han crecido varias generaciones de todo el mundo. Una entrañable mirada a lo más íntimo de la vida de Brainard y un retrato de la cultura y del imaginario popular del Estados Unidos de los cuarenta y los cincuenta.

“Me acuerdo es una obra maestra. Los libros supuestamente más importantes de nuestro tiempo serán olvidados uno y otra vez, pero la pequeña y modesta joya de Joe Brainard perdurará. Con frases sencillas y contundentes traza el mapa del alma humana y altera de forma permanente la manera en que miramos el mundo. Me acuerdo es a la vez increíblemente divertido y profundamente conmovedor. Además, es uno de los pocos libros completamente originales que he leído”. (Paul Auster)

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Labranza arcaica, de Raduan Nassar (Sexto Piso)

Labranza arcaica, la primera novela de Nassar, sitúa la acción en una granja brasileña, en un universo rural y primigenio con marcados ecos del Antiguo Testamento, (un vergel mancillado por el pecado), para narrarnos la huida y el regreso de André, suerte de hijo pródigo sediento de libertad que, harto de la austeridad, las penurias y las obligaciones, cansado de los trabajos y los días, y temeroso de la imponente y autoritaria figura del padre, decide abandonar la casa y las tierras de la familia, cargando con un oscuro e inconfesable secreto, y andar su propio camino a la intemperie.

La prosa de Labranza arcaica es lírica y sensual, transida de una intensidad bíblica, y se regodea en las dolorosas disyuntivas entre cuerpo y alma, ley y transgresión, placer y obligación, familia e individuo para urdir un texto fascinante, profundo y poético.

La biografía. Tom Petty, de Warren Zanes (Océano)

Tom Petty nació en Gainesville, Florida, con mucha sangre sureña en las venas. A pesar de crecer en un ambiente rural cerrado que parecía ofrecerle un futuro poco prometedor, el rock and roll cambió su destino. Conoció a Elvis, vio la primera aparición de los Beatles en la TV estadounidense, fue productor de Del Shannon, formó una banda con George Harrison, Bob Dylan, Roy Orbison y Jeff Lynne, grabó discos con Johnny Cash y colocó docenas de sus propias composiciones en lo más alto de las listas de ventas. La vida de Tom Petty es una auténtica historia épica del rock and roll.

Hasta el momento de su repentino fallecimiento el 2 de octubre de 2017, a la edad de 66 años, las grabaciones y las giras siguieron formando parte de su día a día. Aunque tenía fama de proteger su privacidad, compartió con Warren Zanes —rockero, escritor y amigo suyo— sus experiencias y su forma de entender la vida, sus aciertos y sus errores dentro y fuera del escenario y muchos otros detalles personales. Todo ello queda recogido en esta biografía autorizada, tan intensa como rigurosa.

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Europa y los faunos, de Pablo Soler Frost (Alfaguara)

1943, Copenhague. Los nazis han decidido erradicar a los judíos daneses. Alertados por un rabino, algunos consiguen escapar, entre ellos, David y su amigo Max. Adolescentes, casi niños, encuentran refugio en Suecia para después emigrar a México. Así, llegan a una nación hospitalaria, pero un tanto hipócrita, un país que, como ellos mismos, está en formación y efervescencia.

Pasan los años. David y Max descubren el amor y otros placeres y otras amarguras, cada uno desde su propio lado. El mundo parece tener vértigo o, al menos, prisa. David tendrá un nieto, también así llamado, cuyo devenir sigue esta novela, de México a Dinamarca, y de vuelta, del ámbito del teatro al del cine y de regreso: mundos flotantes, tejidos de generaciones, punteados por la insólita mirada de un extraño personaje que todo lo contempla. Una serpiente o un gusano invisible se muerde la cola y se envenena.

Europa y los faunos traza la constelación de soledades que es toda familia y, al mismo tiempo, logra ser una Bildungsroman colectiva: la novela de formación, no de un individuo, ni de un grupo de individuos, sino de un fragmento del mundo.

En presencia de Schopenhauer, de Michel Houellebecq (Anagrama)

Todo empezó en la década de los ochenta, cuando un Houellebecq veinteañero se topó por azar en una biblioteca parisina con un libro de aforismos de Schopenhauer y tuvo una revelación: descubrió en él a un alma gemela, un álter ego del pasado, un maestro. Descubrió a alguien que le hizo sentirse menos solo. Y esa admiración acabó desembocando en este libro, una suerte de diálogo entre dos personas separadas por el tiempo pero unidas por la fiereza del pensamiento; dos voces indómitas, a contracorriente, de un pesimismo lúcido e incómodo. Houellebecq elabora una perspicaz lectura de la obra del filósofo alemán que acaba funcionando como un juego de espejos. Y así, Houellebecq ilumina a Schopenhauer y Schopenhauer ilumina a Houellebecq.

Houellebecq meets Schopenhauer: el gran iconoclasta de las letras francesas se cruza con el gran pesimista de la filosofía alemana.

Paseos por la calle de la amargura y otros rumbos mexicanos, de Guillermo Sheridan

Por “la calle de la amargura”, estrecha y sobrepoblada, se pasean como si nada lo mismo AMLO que Peña Nieto, los ricachones fastuosos y los abundantes políticos, la tenaz clase media, la selecta realeza de los líderes sindicales y la republicana desvergüenza de gobernadores y legisladores.

“La calle de la amargura” conduce también a algunas encrucijadas del pasado reciente. Camina por ella, haciendo una pregunta incómoda, el padre de uno de los 43 de Ayotzinapa. Pasan Octavio Paz y Carlos Fuentes escribiendo a dos voces una crónica epistolar del 68; pasan los agentes secretos de Washington y del Kremlin; Elena Garro va a una fiesta que cambiará su vida; José Revueltas camina hacia la cárcel y Juan Rulfo hacia su soledad.

Desde hace años, ante un miedo ambiente que en México empeora a diario, Sheridan practica el raro arte del periodismo como defensa personal, lanzando crítica y diatribas a izquierda y a derecha, siempre con ironía, agria inteligencia y humor mercurial.

Revelaciones de un misionero: Mi vida itinerante, de Alejandro Solalinde y Karla María Gutiérrez (Harper Collins)

La figura del padre Alejandro Solalinde Guerra es ampliamente conocida dentro y fuera de México por su intensa actividad en la defensa de los derechos humanos de los migrantes, principalmente centroamericanos, en su tránsito por México hacia Estados Unidos, en el que son víctimas de asaltos, secuestros, extorsiones, violaciones, asesinatos, trata de personas y de órganos, entre otros delitos. Fundó el albergue Hermanos en el Camino en Ciudad Ixtepec, Oaxaca, cerca de las vías del tren para dedicar incontables esfuerzos a la protección, asistencia y defensa legal de los migrantes, encontrando obstáculos, calumnias, denuncias, amenazas de las mafias e intentos de asesinato.

Candidato recurrente a recibir el Premio Nobel de la Paz y distinguido con reconocimientos otorgados por diversas organizaciones nacionales e internacionales, pasó de ser un sencillo cura rural, al protagonismo nacional en la última década. En este libro autobiográfico, escrito en colaboración con la periodista mexicana Karla María Gutiérrez, comparte con sus lectores un retrato hasta ahora inédito de los momentos clave que marcaron su vida y su vocación, desde su infancia hasta nuestros días.

Guerrillas, por Jon Lee Anderson (Sexto Piso)

Si bien en la actualidad a todo aquel dispuesto a llevar a cabo actos violentos para protestar por el orden de cosas existente se lo califica, casi universalmente, de terrorista, hace apenas medio siglo la figura del guerrillero era el símbolo por antonomasia de la lucha para la transformación de la sociedad por la vía armada. Más allá de su éxito específico para tomar el poder en Cuba, la revolución del Che y de Fidel sirvió de inspiración para cientos de movimientos a lo largo y ancho del mundo, la enorme mayoría de los cuales no consiguió su objetivo último. Sin embargo, como muestra todavía la resistencia zapatista en el sureste mexicano, el poder simbólico en el imaginario colectivo puede trascender ampliamente el impacto concreto de la lucha armada.

En este libro clásico sobre el fenómeno de las guerrillas, Jon Lee Anderson trata con su habitual minuciosidad y claridad uno de los fenómenos cruciales para comprender la historia de la segunda mitad del siglo XX. Para realizarlo, viajó para conocer in situ y de primera mano las realidades de los muyahidines de Afganistán, el FMLN de El Salvador, el Ejército de Liberación Nacional Karen de Birmania, el Frente Polisario del Sáhara Occidental, y células palestinas que luchaban contra Israel en la Franja de Gaza. Independientemente de la suerte experimentada por los distintos movimientos guerrilleros, el aliento que recorre su investigación es “comprender qué es lo que motiva a la gente común para ir a la guerra, para tomar la decisión consciente de matar y morir por un ideal que existe, al menos al comienzo, tan sólo en sus cabezas. Me pareció que el primer paso era el crucial, pues implicaba el cruce de una línea invisible, hacia un territorio en donde la muerte, y no la vida, era la principal certidumbre”.

Los filósofos ante los animales, coordinado por Leticia Flores Farfán y Jorge E.Linares Salgado (Almadía)

Desde la antigüedad se ha pensado sobre la conciencia y su relación con el hombre y con los otros animales, así como las capacidades que nos diferencian. Este texto, encabezado por Leticia Flores Fajardo, nos presenta una variedad de ensayos en los que los que el bloque rector es la idea que se tiene sobre los animales y el lugar que han ocupado y ocupan en la realidad y en la historia. Pasando por la ética que se puede aprender de ellos como lo hicieron los cínicos, hasta el valor que se les debe dar en una sociedad desde la visión de Pitágoras y Aristóteles, este texto nos abrirá el panorama sobre la visión que se ha tenido de los animales en diversas épocas.

Leticia Flores Farfán y Jorge Linares Salgado, académicos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, presentan una rica colección de ensayos en torno a este tema. Luis Gerena Carrillo aborda el cinismo y su conexión ética con los animales; Leticia Flores Farfán discurre sobre la compasión por los animales en las ideas de Pitágoras y Plutarco; Patrick Llored se interna en el pensamiento animal postulado por Empédocles; Luis Xavier López Farjeat habla de los animales en la tradición árabe-islámica clásica; Claudia Mársico nos introduce a la animalidad desde el punto de vista platónico; Agustín Muñoz-Alonso López presenta la filosofía estoica con respecto a los animales; José M. Zamora Calvo plantea el enfoque animal de Plotino y Porfirio.

Vivir bien la vida, de J.K.Rowling (Salamandra)

Este libro es la traducción del discurso que J.K. Rowling, autora de la exitosa serie Harry Potter pronunció a los alumnos de Harvard en su graduación el 5 de junio de 2008. En este emotivo discurso la escritora nos revela aspectos de su vida que no conocíamos, como su trabajo en Amnistía Internacional y su participación en la fundación Lumos “para ayudar a poner fin a la nefasta práctica de internar a los niños en hospicios”.

Durante el discurso de J.K.Rowling, ella se ocupa de sensibilizar sobre los beneficios del fracaso y la importancia de la imaginación en la vida. A partir de su propia experiencia, comenta que el fracaso es una lección alentadora para todas las personas: “el fracaso ayuda a prescindir de lo superfluo” y “así fue como tras tocar fondo, ese mismo fondo se convirtió en la sólida base sobre la que rehíce mi vida”, dijo.

También afirmó que fracasar le proporcionó una seguridad interior invaluable, porque “saber que has superado contratiempos y has salido de ellos fortalecido y más sabio, supone que, a partir de entonces, estarás seguro de tu capacidad para sobrevivir”.

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No te calles, seis relatos contra el odio, varios autores (Nube de tinta)

Si ves que alguien comete una injusticia… ¿Qué haces? No mires hacia otro lado.

Y si eres tú quien la ha cometido, ¿tratas de compensarlo? Lucha contra el odio.

Todos los días vivimos y escuchamos historias de discriminación hacia el indefenso, el que destaca o, simplemente, el diferente. Ha llegado el momento de tomar la palabra.

Hagamos del mundo, entre todos, un lugar mejor.

Escriben: Benito Taibo, Fa Orozco, Javier Ruescas, Andrea Compton, Chris Pueyo y Sara Fratini.

Tipos singulares y otros relatos, por Tom Hanks (Roca editorial)

Una maravillosa colección de 17 cuentos escritos por el actor y dos veces ganador de un Oscar, Tom Hanks.

Un amable inmigrante del este de Europa llega a Nueva York tras ver destruida su vida y su familia a causa de la Guerra Civil de su país. Un hombre que ama los bolos juega una partida perfecta… y luego otra, y otra, y muchas más seguidas, hasta que acaba convertido en la nueva celebridad del canal de deportes ESPN y entonces debe decidir si la fama y la perfección combinadas han arruinado lo que más ama en el mundo.

Un excéntrico millonario y su fiel ayudante se aventuran por América para buscar oportunidades de negocios y se encuentran con un motel de mala muerte, con un romance y con una pequeña dosis de la vida real.

Éstas son algunas de las historias que narra Tom Hanks en su primera recopilación de relatos. Son historias sorprendentes, inteligentes, reconfortantes. Un libro realmente imprescindible para sus millones y millones de admiradores.

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El presidente ha desaparecido, Bill Clinton y James Patterson (Planeta)

Hay secretos que sólo un presidente puede saber. Hay situaciones que sólo un presidente puede resolver. Pero hay decisiones que ni siquiera un presidente querría tomar.

La presidencia de los Estados Unidos pende de un hilo. El presidente, Jonathan Duncan, está a punto de ser destituido y es presa fácil de los tiburones de Washington cuando, acorralado por la prensa, cuestionado por la opinión pública y sus propios colaboradores, se enfrenta al mayor ataque que Estados Unidos haya sufrido nunca. Sin nadie en quien confiar, el presidente Duncan deberá desaparecer para actuar en la sombra, aún a riesgo de que le consideren sospechoso y traidor. Tres días de infarto en los que el hombre más buscado del planeta se verá inmerso en un juego de estrategia política sin precedentes para poner a salvo el futuro de la nación.

El presidente ha desaparecido es una combinación explosiva de intriga y acción, repleta de secretos y detalles que sólo un presidente puede conocer.

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Las afueras, de Luis Goytisolo (Anagrama)

El debut narrativo de Luis Goytisolo, ganador del Premio Biblioteca Breve en su primera convocatoria en 1958 y capaz de generar controversia y cosechar grandes elogios de los críticos más perspicaces.

Las afueras es una propuesta osada y radical que, entre otras cosas, plantea los límites de lo que podemos considerar una novela. Está compuesta por siete relatos, siete episodios protagonizados por personajes diferentes y en apariencia inconexos, pero unidos por el espacio y el tiempo: una ciudad que con toda probabilidad es Barcelona y sus alrededores, en una época que corresponde a la posguerra en que el libro fue escrito.

A través de estas historias se entrecruzan las clases trabajadoras y la burguesía acomodada: un señorito que ha hecho la guerra y pasa sus días ociosos en una finca; un niño retraído y triste del que cuidan sus abuelos; un hombre acomodado que sale de juerga con un amigo y se encuentra con quien fue su asistente durante la guerra; una pareja de ancianos que vive sin apenas medios en un pequeño piso; un peón y su mujer provenientes de la emigración, y un joven universitario con el futuro por delante… A través de estos personajes y estos relatos, Goytisolo construyó un potente e innovador artefacto novelístico que habla de la periferia, la marginación, la soledad y las injusticias sociales, con el que inició una carrera literaria marcada por el empeño constante de expandir las formas novelísticas y experimentar con ellas.

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Mírame, de Antonio Ungar (Anagrama)

“Al otro lado de los patios, en el quinto piso del número 21 de la Rue C, hay ahora una familia. Llegaron el lunes. Son oscuros. Hindúes o árabes o gitanos. Han traído a una hija.” Esta es la primera anotación del protagonista de esta novela, un personaje solitario, obsesivo, que se automedica, vive apegado al recuerdo de su hermana muerta y habita en un barrio en el que cada vez hay más inmigrantes. Un personaje que lo escribe todo de forma minuciosa en su diario.

A través de sus páginas, el lector será testigo de cómo observa a sus nuevos vecinos, de los que sospecha que trafican con drogas. Descubrirá también cómo se va obsesionando con la hija, a la que acaba espiando con cámaras ocultas que le permiten verla desnuda en el baño, mirando por el balcón, tendida en la cama, siendo agredida por uno de sus hermanos. A partir de ese momento el personaje pasará de la observación a la acción, mientras se deja enredar en la tela de araña de la chica a la que contempla, creyendo saberlo todo sobre ella, aunque acaso las cosas no sean como él piensa y acaso alguien lo esté observando a él.

Y mientras la tensión –erótica y violenta– aumenta, el narrador empieza a sentirse perseguido, modela en yeso unas enigmáticas esculturas de ángeles y se prepara para hacer algo que lo cambiará todo… Antonio Ungar ha escrito una novela absorbente, inquietante y perturbadora. Una reflexión acerca de la inmigración y la xenofobia. El portentoso retrato de un personaje arrastrado por una obsesión enfermiza que, en un imparable crescendo, desemboca en terrenos propios del thriller más sombrío.

Una vida en plena conciencia: Thich Nhat Hanh, de Céline Chadelat y Bernard Baudouin (Diana)

Este es el relato de una vida extraordinaria que comenzó hace más de ochenta años en Vietnam, donde el joven Thich Nhat Hanh fue testigo desde temprana edad de los azotes que la guerra provocó en su país natal.

A los 16 años, Thich ingresó a un monasterio para estudiar el budismo zen. Ahí comenzó su recorrido en búsqueda de la paz y la iluminación, un recorrido que podrás vivir de primera mano: desde la fundación de un cuerpo de activistas pacíficos y su ordenamiento como maestro del Dharma, hasta la ayuda que brindó a sus compatriotas en la guerra de Vietnam y su encuentro con Martin Luther King Jr., quien lo recomendó públicamente para el premio Nobel. Siguiendo la biografía de Thich aprenderás los principios fundamentales que guiaron sus pasos hacia la paz. Thich Nhat Hanh ha sido uno de los líderes espirituales más importantes de Oriente y Occidente, una figura seguida por decenas de miles de personas alrededor del mundo. Sus enseñanzas y filosofía se condensan en este libro que da cuenta de una de las existencias más inspiradoras que hayamos visto.

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Pecado, de Benjamin Black (RBA)

Una cruda mañana de invierno, el cadáver de un cura católico aparece en medio de un charco de sangre en la biblioteca de Ballyglass House, la casa solariega de los Osborne, de la antigua baronía de Scarawalsh, en el condado irlandés de Wexford. Al padre Tom Lowless —amigo del coronel Osborne, cabeza de la familia propietaria de la mansión— lo han asesinado apuñalándolo en el cuello y luego le han cortado los genitales. El inspector Strafford es enviado por su superior en Dublín —el comisario jefe Hackett— al lugar de los hechos —una morada inhóspita y decadente, en lóbrega sintonía con el desapacible frío que reina en el exterior— a investigar con el pretexto de que haberse criado en una buena familia le facilitará la comunicación con los implicados. Sin embargo, el policía intuye que Hackett no desea ensuciarse las manos en un caso que promete ser tremendamente delicado, ya que la Iglesia católica sigue dominando el país con puño de hierro, al tiempo que los aristocráticos Osborne gozan de una reputación inmaculada en la zona (pese a los problemas financieros que atraviesan en el presente).

Con Pecado, Benjamin Black se sumerge de nuevo en la Irlanda de los años cincuenta e inicia una nueva serie, con su inimitable estilo y su don para crear ambientes y personajes fascinantes. Y con un nuevo protagonista: Strafford es desgarbado, protestante, abstemio…

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Pensar el 68, coordinadores Hermann Bellinghausen y Hugo Hiriart (Cal y Arena)

Reedición del libro de 2008. El año de 1968 es una realidad y una mitología cuya irrupción registra ya cincuenta años. Bajo su influjo México ha experimentado cambios considerables que proyectan sobre el futuro una sombra decisiva de señales y esperanzas. No obstante la huella moral que ese año tiene para toda una generación, apenas comenzamos a pensarlo con profundidad necesaria. Rescatarlo no solo significa revivirlo sino entenderlo como un periodo que contribuyo enormemente a la lucha por la democracia en el país. A partir de entonces se han fraguado una infinidad de revoluciones cotidianas y de cambios permanentes en la sociedad mexicana.

Contiene textos de Héctor Aguilar Camín, Raúl Álvarez Garín, Luis Tomas Cabeza de Vaca, Sócrates Amado Campos Lemus, Heberto Castillo, Pablo Gómez Álvarez, Luis González de Alba, Gilberto Guevara Niebla, Hugo Hiriart, Soledad Loaeza, Carlos Monsiváis, Marcelino Perelló, Elena Poniatowska, José Revueltas y Julio Scherer García.

Contra todo, cómo vivir en tiempos deshonestos, de Mark Greif (Anagrama)

Mark Greif, siguiendo la tradición de grandes intelectuales americanos como Lionel Trilling o Susan Sontag, se plantea en este libro un ejercicio de disensión “contra todo” lo que damos por supuesto: ¿por qué hacemos ciertas cosas y no otras? ¿De verdad creemos en lo que hacemos, o solo seguimos un patrón aprendido en el que ni siquiera acabamos de confiar? ¿Y si la sabiduría popular resultara no ser tan sabia? Comenzando por lo más próximo a nosotros, el cuerpo, Greif analiza por qué estamos tan obsesionados por el ejercicio físico y la alimentación; cuáles son las verdaderas razones que accionan nuestra pulsión sexual; cuál es la causa de los nuevos hábitos a la hora de tener hijos; qué queremos decir cuando hablamos de “experiencia”.

Pero el libro también aborda cuestiones sociales clave a la hora de conformar nuestro mundo futuro: ¿es posible garantizar una renta mínima para todo el mundo y limitar los beneficios de los más ricos? ¿Cuál es nuestro futuro como televidentes y ordenadorvidentes? ¿Por qué cada vez más gente quiere sentir menos y se refugia en ideologías anestésicas para no sufrir? ¿Pueden los Estados Unidos seguir ejerciendo de policía mundial cuando su propia autoridad nacional está tan cuestionada?

Por último, a partir de su crónica personal del movimiento Occupy Wall Street, Greif nos ofrece una lúcida reflexión sobre cuál ha de ser el papel del filósofo en nuestro mundo, basándose en Thoreau, su pensador de referencia, alguien que supo hacer tabla rasa de las ideas recibidas y observar la vida desde la frescura de un pensamiento auténticamente radical.

Tiempos de swing, de Zadie Smith (Salamandra)

Desde su impactante y exitoso debut literario con Dientes blancos, la narrativa de Zadie Smith se ha caracterizado por afrontar de lleno y con gran calado las facetas más relevantes que conforman las relaciones humanas. Surgidos de un mosaico de lenguas, costumbres y colores de piel, sus personajes desarrollan sus vidas entre la incierta búsqueda de una identidad que les ofrezca un centro de gravedad reconocible y la fuerza vital que les otorga precisamente la heterogeneidad de su origen. En esta quinta novela —Finalista del National Book Critics Circle Award e incluida en la lista de bestsellers de The New York Times—, la escritora londinense vuelve a exhibir sus dotes para radiografiar el presente con asombrosas dosis de lucidez, humor y sensibilidad.

Hijas de matrimonios mixtos, Tracey y la narradora se conocen desde la infancia, son amigas íntimas y comparten el sueño de llegar a ser algún día bailarinas. Sin embargo, su entorno familiar tiende a separarlas: el padre de Tracey está en prisión y su madre la colma de regalos y caprichos, mientras que en casa de la narradora se valoran el esfuerzo y la superación personales, urgida por una madre estricta y solícita. Así pues, a medida que las dos chicas emprenden sus propios caminos,las sutiles diferencias de clase y raza van minando todos los vínculos de confianza y lealtad forjados en la niñez.

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La chica del cumpleaños, de Haruki Murakami y Kat Menschik (Tusquets)

Una joven camarera cumple veinte años. Pero no pasa ese día rodeada de amigos o celebrando su cumpleaños en familia: ella tiene que trabajar. Su jefe, el gerente del restaurante, le pide, además, que lleve la cena al dueño del local. Es algo nuevo. Y nunca ha visto al propietario.

Con ese misterioso encargo se inicia este delicioso relato que transcurre como en un sueño.

Soberbiamente ilustrado por la artista alemana Kat Menschik, el volumen se cierra con un posfacio de Haruki Murakami, titulado “Mi cumpleaños”, en el que repasa los hitos de su generación, la que creció con el rock’and roll y la rebeldía del 68, y explica qué significa para él cumplir años.

ENTREVISTA | Daniel Salinas Basave, el huésped no invitado de la literatura mexicana

sábado, junio 2nd, 2018

Es el autor premiado de México. Un cuentista singular que ha ganado el reciente galardón de Fundación el Libro en Buenos Aires y el año pasado fue finalista del Premio García Márquez en Colombia. Aquí no tiene editorial y fue la figura en la Feria del Libro de Tijuana, donde vive.

Ciudad de México, 2 de junio (SinEmbargo).- Fue la figura más representativa y más popular de la Feria del Libro de Tijuana, una institución que ya va por la edición número 36 y que le otorgó a Daniel Salinas Basave dos presentaciones. Una en el primer día de la feria, con su ejemplar Días de whisky malo y otra al terminar, con su recientemente premiado Juglares del bordo.  

El narrador regiomontano, tijuanense de adopción, nacido en 1974, acaba de ganar el premio de cuento de la fundación Argentina El Libro, otro galardón que viene a asegurar su carrera de escritor, luego de que su esposa le dijera, hace unos 12 años, que dejara el periodismo y se dedicara a escribir.

Daniel es un escritor raro y talentoso. Empezó como él dice “tarde” en la literatura, no tuvo un tiempo de “joven escritor”. Escribe fundamentalmente cuentos y en todos los concursos, tanto adentro como en el plano internacional, gana o es finalista.

Escribe desde la periferia y en México no tiene una editorial que difunda y ordene su obra. Vive de los concursos: por Juglares del Bordo recibió 375 mil pesos argentinos (aproximadamente 18 mil 600 dólares). Es autor de Días de whisky malo, Dispárenme como a Blancornelas y Vientos de Santa Ana, entre otros.

El año pasado fue finalista del Premio Gabriel García Márquez, con Días de whisky malo, editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León y que ya había obtenido en México el Premio Gilberto Owen. La siguiente es una nota realizada en Tijuana, sin cuyas calles no hubieran nacido los cuentos premiados.

Días de whisky malo fue editado por la UANL y obtuvo el premio Gilberto Owen. Foto: Especial

–¿Cómo fue lo de Buenos Aires? Ganaste entre tantos cuentistas argentinos que hay allí

–Bueno, fueron dos viajes a Buenos Aires en menos de un mes. Un viaje a finales de marzo para recibir el premio, una ceremonia muy bonita, con muchísima gente, con las personas de la Fundación El Libro. Con César Sodero, un gran escritor de Río Negro, que ganó el segundo lugar, hicimos una ruta de medios bastante grande. Posteriormente, aunque no estaba en los planes, se me hizo una invitación a ir a la Feria del Libro de Buenos Aires. El libro se publicó en tiempo récord, estuve haciendo un trabajo de edición a larga distancia y el libro quedó listo. Lo presentamos en la Sala Sarmiento de la FIL, el 1 de mayo. Fue una experiencia extraordinaria. Dentro de mi modesta y magra carrera creo que fue el punto más alto.

–¿Cómo es tu lugar en la literatura mexicana? Vas a tener que pelear mucho para ser considerado aquí…

–Pones el dedo en la llaga. Todo ha sido muy difícil y creo que tiene que ver porque llegué a la literatura muy tarde. Siempre he sido lector, durante década y media fui reportero de tiempo completo, de 14 a 16 horas al día, principalmente reportero de política y de policiales. No he sido un “joven escritor”. De los narradores nacidos en mi generación, en los 70, se conocieron en las becas del FONCA, se conocieron en Tierra Adentro, porque publicaron casi todos su primer libro a los 26, a los 30 años, y de una otra forma crecieron juntos. Yo estaba reporteando en esos momentos. Pensaba que si iba a publicar serían libros periodísticos, no de ficción. Yo la miraba de afuera a la literatura. La miraba como un espectador, pero de pronto fue como si todo se viniera en catarata, como si todo fuera incontrolable, es decir, todo ha sido muy rápido. En menos de ocho años ya tengo 12 libros, siete premios, dos finales, casi el total de mis libros 10 son producto de algún premio o de alguna eliminatoria, no llegué a la editorial a que me lo publicaran. Creo que todo fue demasiado rápido y sigo siendo en la literatura el huésped no invitado.

Un rara avis de la literatura mexicana. Foto: Especial

–Bolaño también recibió reconocimiento tardío…tal vez te tendrías que morir

–Fíjate que me sucedió caminando tanto por las calles de Buenos Aires, que sería bueno morir en este momento. Morir en ese pleno momento que estás ardiendo. Por un momento llegué a pensar, este es un instante muy grande, quisiera morirme aquí.

–Antes de que te mueras, ¿hay pensada una novela grande, algo que transforme tu literatura?

–Me sucede muy a menudo que muchos cuentos querrían ser inicios de novela, pero al final soy más cuentista o me gana el ansia de que estás tomando un licor y te lo quieres terminar rápido. Muchos principios de novela terminan en cuentos. Siempre me ha pasado que siento que no me he desangrado por completo en un libro. Soy muy disciplinado, soy rápido, estoy acostumbrado como reportero, sé trabajar con plazos, el mínimo de páginas son estas, así que trabajo así, pero al mismo tiempo siento que no me he desangrado por completo.

Días de whisky malo circula en Colombia, editado por Planeta/Tusquets. Foto: Especial

–¿Qué tendría que pasar para que te desangres totalmente, que tu familia esté atendida?

–Paradójicamente mi familia ha sido mi principal apoyo. Tengo un matrimonio de 19 años y ha sido mi principal apoyo. Nunca en mi vida he tenido una beca, lo que he reunido ha sido por premios. Fue mi esposa la que me dijo que me dedicara totalmente a la literatura, llevo desde 2012 entregado a esto, sólo algún que otro trabajo esporádico con el periodismo. Sucede que no he escrito todavía desde el sufrimiento. Escribir es ser otro, escribir es vivir otras vidas, el problema es cuando pierdes el cable a tierra. Estoy como esa canción de Fito Páez, buscando un cable a tierra.

–¿Qué dirías de tu literatura? Escribes de personas que sufren

–Generalmente son personajes que están en la frontera del absurdo, suelen ser personajes tristes, pueden ser personajes fuertes, a mí me gusta mucho el rock y trato de escribir así. La misma experiencia que tengo con un disco metalero es lo que quiero que tenga el lector con un libro mío. Quiero una literatura de puño cerrado, de enseñar dientes, de patear las calles, me gusta ante todo contar una historia, con personajes que tengan sangre en las venas y que suden. Yo siempre he sido lector, para mí el personaje más importante es el lector, siempre trato de mirarlo a los ojos, porque leer es un acto de generosidad y de fe.

–¿Qué han significado los premios para ti?

–Me han significado sobre todo muchas puertas abiertas, porque sin premios tendría que estar dedicándome a otra cosa. Mi principal sostén económico, aparte del trabajo de mi esposa, ha sido los premios. De regalías es muy poco lo que ganas, gracias al Premio García Márquez el libro está circulando en Colombia, gracias al premio de Argentina pude visitar Buenos Aires y mi libro se está vendiendo allá. De otra manera, no veo cómo podría haberlo hecho.

–¿Qué piensas de la literatura mexicana?

–Tengo la impresión de que no caigo bien en la literatura mexicana. De una u otra forman mis amigos son del noroeste, pero creo que no he hecho clics con los autores de mi generación. No tengo nada en contra de ellos. Los leo mucho. Creo que los libros que se han escrito por gente de mi generación tiene una madurez narrativa impresionante. La literatura mexicana está en un gran momento, hay novelas desgarradoras. Sí creo por desgracia que sí hay una lista donde los escritores siempre son los mismos, sin embargo hay muchos escritores en otras partes del país que también están aportando muchas cosas.

ENTREVISTA | Una novela en la mismísima iglesia del neoliberalismo: Haidu Kowski

sábado, febrero 24th, 2018

El libro Instrucciones para robar supermercados (Tusquets) presenta a un personaje acostumbrado a sobrevivir, como le pasó a tantos argentinos en la crisis del 2001 y que hoy ven como esa crisis regresa, con la falta de empleo, con la falta de subsidios a la luz, al agua, con la inflación. Podría ser Argentina o el mundo, tan hartos de neoliberalismo como estamos.

Ciudad de México, 24 de febrero (SinEmbargo).- El lenguaje suelto, la vida para sobrevivir, la solidaridad, son elementos que están en el libro Instrucciones para robar supermercados (Tusquets) y narra la Argentina en tiempos de crisis, como está ahora. Lo cuenta Haidu Kowski, un autor de allá y que entre otras cosas ha inventado el JAM de escritura, eso que ves en los festivales, cuando un ilustrador trabaja en vivo y un escritor también.

Franco es el personaje principal de la novela y en medio de la pobreza absoluta y desempleado vive una serie de desafíos para poder sobrevivir y no caer en situación de calle, explica el autor del volumen Adrián Elías Haidukowski, conocido en el ámbito literario como Haidu Kowski.

El personaje decide encarar a un sistema económico, luego de ser despedido de su trabajo en el supermercado al verle a través de las cámaras de seguridad hurtando artículos y cambiando las etiquetas de los precios.

“En un principió el libro fue de 600 páginas y consistía en instrucciones exactas de cómo llevar adelante diversos atracos, terminó de 220 páginas y de esa primera versión hay muy poco en la novela”, dijo.

“Comencé a visitar supermercados e inicié una especie de investigación de campo en los supermercados, donde miraba el comportamiento y acciones de los clientes, qué hacían, cómo actuaban, y qué compraban. De pronto había alguien que abría algo y lo comía, lo veía y lo seguía para ver qué estaba haciendo, si lo pagaba después o no”, agrega.

“En el relato Franco descubre un nuevo modo de vida: robar supermercados y su método pronto se convierte en un negocio a gran escala que le abre las puertas al sexo, el alcohol, las drogas y excesos de todo tipo. Vivimos un sistema que nos obliga a ser exitosos, lo que es un problemón. Si no se tiene dinero no existes en él, desapareces. Considero la novela es contemporánea y absolutamente anti-sistema”, puntualizó.

Haidu Kowski es autor de las novelas Met, el muerto (2001), Dos días en Venecia (2008) y Cartas de un psicópata enamorado (2011), del libro Estrategias del póker para la vida (2015). Actualmente es editor de la revista Pokerface y creador del JAM de escritura.

–Es una literatura cuyo estilo obedece a esa literatura del 60, del 70, ¿lo ves así?

­–No sé ver mucha literatura de antes, leo muchísima obra contemporánea. Desde JAM de escritura, que empecé a hacer hace 10 años o la revista Pisar el césped, que tuve hace bastante, empecé a leer a muchos autores de ahora. En la Facultad de Letras leí algunos, no asocio mucho a esa literatura que dices.

–Lo decía un poco por el lenguaje, aunque lo importante aquí es que robar al supermercado es como robar al neoliberalismo

–Sí, el supermercado es un poco la iglesia del neoliberalismo, es donde se concentra todo el poder de lo que no necesitamos. No hace falta coca cola para vivir, ni un auto ni perfumes, ni siquiera hace falta determinadas marcas para vivir, uno puede existir comiendo lo esencial.

La última versión la comencé a escribir en el 2015, cuando ganó Macri. Foto: SinEmbargo

–Parece que empezaste a escribir esta novela durante la crisis tremenda de Carlos Menem, que ahora cobra fuerza con el Gobierno de Mauricio Macri

–La realidad es que empecé a trabajar con esta novela hace 9 años. Estaba sin trabajo, en un medio económico malo, empecé a ir a los supermercados, empecé a conocer gente extraña. El chico que cortaba sachets de leche con hojas de afeitar, me anoté para ser seleccionado entre la seguridad del supermercado, fui a las entrevistas, me miraban como bicho raro. Esa fue una búsqueda para hacer la novela. La última versión la comencé a escribir en el 2015, cuando ganó Macri.

–Los supermercados son como los aeropuertos, los no-lugares

–Sí, son no lugares, el supermercado, el shooping y los aeropuertos. El título lo tuve desde el primer momento y me puse a investigar sin saber lo que estaba buscando. Este personaje tiene la pulsión de la supervivencia, donde de vuelta vamos al neoliberalismo, si no eres exitoso comercialmente, eres un fracaso. Este personaje que tiene la historia con el padre, que era tan rígido, siente que si no hace algo productivo en la vida se sentirá un fracaso. Aunque robar supermercados a su manera él siente que está haciendo un bien a la sociedad. Luego se lo reconocen y esto va creciendo, se siente un poco como Robin Hood porque comparte con la clase baja, menos pudiente, su botín. La otra vez me preguntaron si yo hubiera sido amigo del personaje, creo que sí.

–Ahora en esta edad uno empieza a darse cuenta de lo poco que necesitaba tantas cosas

–Es la zanahoria que nos dibujan adelante, perseguimos la zanahoria porque creemos que lo que va a venir va a ser mucho mejor. Incluso nada alcanza para ser feliz, eso es lo que te vende el sistema. Si tienes un autor, tienes que irte de viaje con él, si te fuiste de viaje tienes que volver a tu casa, si tienes una casa tienes que tener tus hijos y así todo el tiempo. Pierde el sentido el concepto de amor por lo que uno es, por lo que uno tiene. Vemos en Netflix algo que ve alguien que no soportamos, nos muestran qué ver, ¿por qué en vez de comprar otro libro no leo el que tengo hace años en el estante sin leer?

–La literatura a veces se salva de los algoritmos

–Sí, la literatura es libre. El otro día di una charla para adolescentes en Tepic y hablé de las redes sociales, les decía qué aprenden de todo eso, las redes no enseñan nada. Uno vuelve a la sensación de que todo está igualado, te igualan el concepto de lo que nos gusta. En lugar de mirar Netflix, ¿por qué no miramos otra vez una película de François Truffaut? La literatura y la poesía son los únicos dos medios que están completamente libres. Un autor está libre a la hora de escribir. Busquen en otros lados, no sólo en las redes sociales.

–¿No es tarea también de los mayores?

–No lo sé. No creo. Los adolescentes son libres y van a lo que les interesa. Yo conozco a jóvenes que leen libros en lugar de ir a las redes sociales, que les interesa el deporte, que no les vale demasiado lo que pasa en las redes sociales. Igual los adultos. Yo conozco gente obsesionada por el Instagram y otras que no sabe ni qué es el Instagram.

–Tu libro es muy para los adolescentes

–Ahora me invitaron a dar una charla en el TEA (Escuela de Periodismo de Argentina) y me van a poner un coach. Hasta dónde la libertad de la gente que comunica está puesta en todo esto. No sé si voy a hacerla, mi libro está libre, dije lo que tenía que decir, el lenguaje es coloquial…

–¿Piensas que el escritor debe conseguir su propia libertad a la hora de escribir?

–Es necesario. No está dada la libertad por antonomasia, el ego muchas veces se impone a la hora de escribir, este es un libro muy agresivo, que se mete con todo el mundo, que tira salsa para todos lados, dibujé un poco los límites que te impone la sociedad e intenté romperlo. Desde lo sexual, el tema del Viagra, el tema del incesto, el tema de los abusos de drogas, yo soy un espejo de la sociedad, yo soy el que vive en una sociedad, soy el que observa y simplemente puedo ser un espejo.

–¿Qué es la literatura para ti?

–Siento que la literatura saca mi costado femenino, cuando escribo me siento así. Eso me gusta mucho, la realidad que lo femenino tiene mucha más sensibilidad que lo masculino. Con el JAM de escritura comenzó porque yo era muy malo leyendo en vivo, destruía mis textos, ese fue un motivo para hacerlo y de sacar al escritor de la soledad, de que fuera ermitaño.

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LECTURAS | “No me iré sin ti”, de Rafael Pérez Gay

sábado, febrero 10th, 2018

El escritor, como Jorge Ibargüengoitia, elige los hechos cotidianos para hacer una reflexión y sobre todo causar humor en el lector. Es una obra entrañable que nos permite conocernos más como mexicanos. Aquí, una postal en un supermercado y esos amores imposibles.

Ciudad de México, 10 de febrero (SinEmbargo).- Con Arde, memoria, se le da la bienvenida en el sello Tusquets al reconocido autor, Rafael Pérez Gay. En este libro realiza un enorme ejercicio para recuperar parte de su historia literaria a partir de textos que le resultan significantes, pero a los que no hace cambios sustantivos por respeto al joven escritor que fue y que ahora es sometido a la mirada del experimentado editor en el que se ha convertido. Independientemente de la labor para seleccionar cuentos que le representen, Pérez Gay tambien muestra cómo la memoria cambia y cómo los seres humanos también eligen qué recordar y por qué hacerlo, de tal suerte que cada selección resulta un acto sumamente personal.

Una invitación a realizar una antología personal dio paso a la publicación de una obra entrañable que deja al descubierto no solo los temas recurrentes que se quedan en la memoria, sino también los juegos que esta nos hace, al quizá modificar hechos, rostros y situaciones que por alguna razón permanecen vivos.

En la elección de cuentos, el autor tomó en cuenta obra que publicó entre 1988 y 2010, en los títulos Me perderé contigo, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, No estamos para nadie y El corazón es un gitano, donde si bien recupera sus propias obsesiones y vivencias, también se vuelve cómplice de los lectores que se sienten identificados con algunos de los temas que aborda, como los corazones rotos, la vida en la ciudad y las relaciones interpersonales, al asomarse a épocas que quedaron en el pasado.

“Si el joven que fui me viera aquí en este sueño absurdo, me infamaría sin piedad. Y yo le contestaría tranquilo, a sabiendas de que en la juventud todo es una tragedia, una traición a los principios, una deslealtad”, escribe Pérez Gay en Lección de anatomía.

Rafael Pérez Gay se inaugura en Tusquets con “Arde memoria”. Foto: Especial

Fragmento del libro Arde, memoria de Rafael Pérez Gay (Tusquets), © 2017. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México

No me iré sin ti

Estábamos muy contentos adquiriendo diversos artículos en un almacén de reconocido prestigio. La magnífica organización familiar descubrió este modo de hacer la compra: tú la fruta y la verdura; yo, abarrotes, blancos y salchichonería. No era lo que se llama una propuesta democrática, pero la acepté como se aceptan las cosas que se vuelven costumbre y uno acaba queriéndolas por el simple hecho de que ocurran siempre.

“Yo la fruta y la verdura”, repetí mentalmente, y me encaminé por un pasillo de galletas, panes, harinas y otros productos ricos en calorías, hacia los anaqueles del fondo. En los supermercados de los que hablo, la fruta y la verdura siempre están al fondo. Caminé inexplicablemente feliz, como si me hubieran premiado o hubiera ganado una cantidad interesante de dinero en la última semana. Esto es la vida, pensé, lo demás son trampas de los sueños que caducan, turbias diversiones de la voluntad.

Elegir el jitomate bola puede parecer a simple vista una operación no sólo sencilla sino humillante. Es todo lo contrario, muy complicada y, además, fortalece el espíritu. Se sabe: si el jitomate se consumirá en breve, su textura puede ser blanda, pero si se piensa en el almacenamiento, el jitomate debe estar duro para que el tiempo lo madure y apruebe la buena ejecución de, digamos, una ensalada.

Estaba en esto y otras cosas, como la lechuga romana, la zanahoria, el pepino, la sabiduría que implica diferenciar el cilantro del perejil —uno tiene raíz, el otro no— cuando se oyó por el sonido local del almacén de reconocido prestigio una voz femenina llamando a la corrección de un precio, de un olvido involuntario:

—Abarrotes y servicios, favor de pasar a la caja siete.

Junto a mí una mujer examinaba un melón y le daba golpecitos como si alguien viviera adentro. Se oyó de nuevo la voz:

—Abarrotes y servicios, favor de pasar a la caja siete.

La misma mujer metía en una bolsa de plástico una cantidad de limones suficiente para darle limonada a unas sesenta personas con mucha sed. Una cinta reproducía los acordes orquestales de una canción de los Beatles: “Across the Universe”. Se interrumpió la música y se oyó la voz de la mujer:

—Abarrotes y servicios, favor de pasar a la caja siete.

Estaba a punto de decirle a mi compañera de frutas y verduras que los empleados de abarrotes se caracterizan por su impuntualidad, cuando la voz regresó, pero ahora áspera, cercana a la agresión:

—Abarrotes y servicios, favor de pasar a la caja siete. No te escondas entre la muchedumbre —dijo la mujer—. Sé que estás aquí. Siempre supe que no tenías vergüenza. Vienes hasta aquí con tu mujer y tus mentiras como si no hubiera pasado nada entre nosotros. ¿Qué nueva mentira traes contigo?

Un silencio de eternidad como quería Baudelaire invadió el almacén de reconocido prestigio. La señora del melón volteó al techo como si quisiera encontrar en él la cara dolida de la mujer que hablaba inopinadamente por el sonido local. Pero yo supe, por mi conocimiento de los almacenes de reconocido prestigio, que la voz venía del departamento de devoluciones, ni más ni menos. Un hombre que como yo compraba la verdura se pasó una mano por la cara. No pudo disimular el miedo, la tensión dominó su mano derecha y despanzurró un jitomate —que yo había desechado— y que estaba listo para ser partido en rodajas.

El silencio se convirtió en desconcierto y éste en confusión. Una mujer dejó caer al piso la pasta Anti-Sarro con Fluoristat, los jabones antibacterianos y un paquete de Panty Shields para una perfecta higiene femenina después de esos días. Por alguna razón que, creo, tiene que ver con la solidaridad, le dije al hombre que había triturado el jitomate:

—Un útil instrumento de persuasión, ¿no le parece? —señalé las bocinas del sonido local y vi su mano derecha enrojecida y húmeda.

—Y pensar que te quise como a nadie —se oyó la voz, ahora con dos puntos más de volumen—. Que pasé años de mi vida en la sombra del secreto, que me alejé de todos. Cómo pude ser tan ciega. “Somos descaradamente felices”, me dijiste una de las últimas noches que pasamos juntos hasta el amanecer lluvioso de un día de mayo. Eso fue lo que dijiste, ¿te olvidaste ya? Durante toda esa noche en que bebimos nuestro vino y nuestro sudor y nos quedamos dormidos, cansados de ser uno solo, convencidos de que aquello no era un sueño sino el momento más feliz de nuestras vidas, ¿te olvidaste ya? ¿Por eso regresas con tu mujer como si nada hubiera ocurrido entre nosotros?

Todos suspendieron sus necesidades compradoras, atentos a la voz. Un hombre rompió el pasmo:

—Me perdonan, pero un amor así debe ser una esclavitud espantosa.

Era un hombre de abrigo gris, con lentes y una mirada perdida en el abismo y no frente al refrigerador de cervezas heladas. Supe de inmediato que se trataba de un profesor de filosofía de la universidad de Berkeley que pasaba sus vacaciones en la ciudad de México. Las circunstancias me obligaron a responderle esto:

—Eso lo dice Schopenhauer; y me va a perdonar, pero Schopenhauer tiene más contradicciones que semillas esta sandía —alcé una sandía verde y madura para enseñársela.

—Piénselo, amigo —me dijo el profesor—. Un amor así es una esclavitud.

Por detrás de nosotros se acercó una mujer hermosa, de unos treinta y tres años recién cumplidos, vestida para hacer el mercado: jeans deslavados, blusa de flores, zapatos bajos. Era muy bella, y dijo:

—El asunto es si esta pobre mujer fue engañada o no. Por lo que dice creo que él mintió más de una vez. A cambio de las mentiras él recibió certezas diarias, cariño; actos de amor, más que palabras hermosas.

Rafael Pérez Gay (Ciudad de México, 1957): Estudió Letras Francesas en la UNAM y ha publicado numerosos artículos y textos sobre literatura francesa. Sus ensayos sobre la prosa y el periodismo del siglo XIX, y acerca de climas porfirianos, autores decadentistas y encrucijadas culturales de fin de siglo, han aparecido en diversas publicaciones a lo largo de más de veinte años. Otros libros publicados: Nos acompañan los muertos (Seix Barral, 2009), El corazón es un gitano (Seix Barral, 2010) y El cerebro de mi hermano (Seix Barral, 2013). @RPerezGay

ENTREVISTA | Un escritor no debe detenerse ante ningún tema y eso tiene un riesgo emocional: Rafael Pérez Gay

ENTREVISTA | Un escritor no debe detenerse ante ningún tema y eso tiene un riesgo emocional: Rafael Pérez Gay

sábado, diciembre 16th, 2017

Tusquets Editores acaba de sacar Arde, memoria, un título nabokovkiano con que el autor Rafael Pérez Gay celebra sus libros en busca de la familia, de la libertad de poder hablar del padre, de la madre, con el periodismo como base.

Ciudad de México, 16 de diciembre (Sin Embargo).- Entrevistar a Rafael Pérez Gay no es tarea fácil. En la FIL de Guadalajara fue “víctima” de los atrasos de Aeroméxico y acá anda de un lado a otro, cumpliendo tareas en Cal y Arena, la editorial que tiene con su esposa, Delia Juárez, cumpliendo con su programa de televisión y con Gil Gamés, su alter ego en la columna de Milenio.

Encontrarse con este querido autor es siempre hablar de literatura y por supuesto, de futbol, que el año que viene se espera negro para México, que inaugurará con Alemania el Mundial de Rusia.

“Esa pregunta es la más importante que me has hecho hoy”, dice Rafa, al hablar de su hermosa tricolor. “Yo estoy muy preocupado. Nos toca la mala suerte de abrir contra el campeón del mundo. Si el equipo más duro te toca y tienes la mala suerte de pisar mal el campo, de entrar con miedo y con inseguridad y pierdes el primer encuentro, como muy probablemente va a ser, los otros dos –con Corea del Sur y Suecia- serán compromisos llenos de presión”, dice.

“Soy pesimista también en eso. No creo que le ganemos a Alemania, aunque hubo selecciones que le empataron, fuimos a penales con ellos, pero la selección de hoy, me gustan los jugadores, no veo a un equipo consolidado”, remata.

Como sea, a continuación la conversación con quien traduce la vida familiar, el transcurrir cotidiano, con Jorge Ibargüengoitia como maestro, con José María Pérez Gay en el recuerdo permanente y con una novela que saldrá en marzo, así empezará el año.

Un libro con lo mejor de sus relatos. Foto: Especial

–Los artículos ya fueron publicados en varios libros, pero verlos ahora, aparecidos en una antología por Tusquets, hacen que cobre nueva vida

–Fíjate que me pidió Tusquets que hiciera una antología personal de textos de vida cotidiana. Me puse a leer de Me perderé contigo, Llamadas nocturnas, Mi corazón es un gitano, de Paraísos duros de roer y al ir releyendo rápidamente, iba teniendo como una línea literaria, la línea del recuerdo y la memoria. Todos tienen que ver con el libro de familia que yo empecé a escribir hace tiempo y que tuvo su punto de inflexión en Nos acompañan los muertos. Al mismo tiempo, los relatos iniciales de Me perderé contigo, que son de corte onírico o psicoanalítico, pero que tienen que ver con la memoria. De ahí el título, nabokoviano, que es Arde, memoria.

–¿Tú encontraste una manera nueva de narrar que tiene que ver con la autobiografía, que tiene que ver con tus padres, una forma tan próxima al lector?

–Sí. Esto ocurrió cuando yo me derroté a mí mismo del falso dilema entre periodismo y literatura. Yo le llamo falso dilema porque hay artículos que pueden convertirse con relativa naturalidad en relato súbito, hay cuentos que tienen sustancia literaria pero que transcurren en un clima cotidiano, casi de actualidad. En ese momento empecé a escribir con una libertad que no me conocía, una libertad que pensé que no tendría nunca, y fui un escritor libre, que no me detenía y que experimentaba. Soy audaz, un escritor no debe detenerse ante ningún tema y eso tiene un riesgo emocional. Eso conecta rápidamente con una novela familiar, con una nota o con este libro que ahora es una antología personal.

–¿Tenías a Pepe (José María Pérez Gay) como el maestro que tenías que superar?

­–Pepe mi hermano fue como un gran maestro. Me llevaba 14 años y tenía la oportunidad de recomendarme autores, de recomendarme libros, el primero que me trajo de Alemania un libro de poesía de Samuel Becket, que todavía no era muy conocido acá. Él fue el que me enseñó a leer a Paul Celan, que lo traducía muy bien y luego me enseñó a tomar los libros y leer de un modo independiente. Me enseñó la formación de un gusto y el respeto de un canon. Luego yo tomé mi propio camino, porque estudié Letras Francesas, él era un germanista muy notable, pudimos muchos años después encontrarnos y lograr una amistad literaria, donde yo tenía un bagaje francés y él un enorme bagaje germanista. Tenía yo además un conocimiento que a él le interesaba mucho y que era sobre el siglo XIX mexicano y de la ciudad de esa época. Ahí hicimos un clic muy fuerte.

–Villoro me contaba que él era la mejor persona que escuchó hablar alemán en México

–Es cierto, hablaba muy bien. Él era un notable escritor. El imperio perdido es un libro muy bueno, Tu nombre del silencio es una novela muy buena. Él reunía varias cualidades y una de ellas fue que era un extraordinario maestro. Si lo veías dar clases, era muy impresionante, era ameno, era espectacular y era histriónico. Yo tengo que transitar por un terreno más libre y vengo del periodismo, que es con mucho orgullo decirlo: vengo de ahí.

–Estaba pensando en una página de tu libro. Que es el tema de las maracas con tu madre…

–El niño tiene que tener maracas para poder presentarse en su festival. Cómo lograr que eso se convierta con naturalidad en una estampa, en una viñeta, en un brevísimo relato, que tenga un toque de emoción. La buena literatura debe conmover y debe inquirir algo en nuestra alma. Si lo puedes lograr con una viñeta, con un poema, con una página, habrás logrado algo interesante. Creo que todo escritor se propone eso, lo acepte o no lo acepte decir.

Hubo muertos, damnificados y hubo la sensación de que somos vulnerables, dice sobre los terremotos. Foto: Crisanto Rodríguez, SinEmbargo

–Hay brevedad pero también mucha profundidad y mucho humor

–Justamente. Arde, memoria, tiene cuatro partes. La primera son los cuentos oníricos, unos amores perdidos que se encuentran en los sueños. Luego viene los relatos más sólidos de Paraísos duros de roer. Luego hay un paradero que lo pensé así, planeando que allí tenían que aparecer, relatos breves, artículos, como les quiera llamar, de vida cotidiana que aparecen en No estamos para nadie, donde predomina el humor. Y la salida, que es De mi corazón a sus asuntos, que son ensayos sobre la familia, tiene un toque melancólico. Ahí aparece un texto que se llama “Cosas de mi madre”, otro texto que se llama “La visita”, que mi padre, a punto de morir, dice anoche vino mi madre, se sentó aquí y me visitó. Esa era la visita que él quería antes de morir. Donde digo que mi padre no habla, él que era un caudal, un torrente lingüístico, al final de su vida ya no hablaba. El paradero del humor sirve como puerta de entrada al sentimiento melancólico del libro.

–¿Jorge Ibargüengoitia qué significa para ti?

–Para mí es uno de los escritores más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Lo leí completo y algunos de mis primeros ensayos eran sobre Jorge Ibargüengoitia, lo descubrí rápidamente en él, algo que es explosivo, conectar con el lector a través del humor. Pero el humor no tanto como un estallido, sino como una actitud. El humor inglés, es decir como el ensayista inglés. Puedes leer los cuentos de Maten al león y te mueres de la risa, puedes leer los artículos con los cuales obtuvo una gran cantidad de público y que aparecían en Excelsior y conectas con algo que es como se vivía en México en esos años ’70, en la calle de Sosa, donde él vivía y donde te cuenta del bache, de la vendedora, con un estilo sencillo pero que no excluye la profundidad. De modo que para mí, Ibargüengoitia no sólo es una influencia notable sino que además me parece que es un autor que seguirá creciendo. Hay autores que mejoran con el tiempo.

–¿Tú cómo estás? Ha sido un año con terremoto, pero termina con un libro tuyo en Tusquets…

–A mí me encanta Tusquets, para empezar a decir. El libro es muy lucidor y los libros de esa editorial tienen un toque de gran literatura, de gran prestigio y no puedo sentirme más que profundamente feliz por aparecer. El año por desgracia en el mes de septiembre México vivió uno de los momentos más tristes, más negros en la historia reciente. Primero fue el sismo del 7 de septiembre, que devastó a Oaxaca, a Chiapas, incluso de Tabasco. Luego el terremoto del 19 que dañó muchísimo a la Ciudad de México, a Puebla y a Morelos. Hubo muertos, damnificados y hubo la sensación de que somos vulnerables. Este ha sido un año complejo y triste respecto a la violencia. La violencia volvió al índice que había tenido el gobierno de Felipe Calderón a principios de 2010. El Gobierno de Enrique Peña Nieto vuelve a llevar a la inseguridad a un punto altísimo, como no soñábamos que volviéramos a estar ahí. No podemos contar la parte de nuestra vida sin la salvaje matazón a que se ha sometido a la población mexicana. Parecía que si tú descabezabas a las cinco principales bandas del Narco habrías dado un fuerte golpe en contra del crimen organizado. Como suele pasar cuando no se planean bien las cosas, resultó al revés. Lo que tenemos ahora son decenas y decenas de peligrosas bandas violentísimas, ahora por toda la República. Tenemos al Ejército por toda la República Mexicana y la violencia no parece terminar. Una de las preguntas que hay que hacerle a los candidatos es: ¿Usted qué va a hacer para que la violencia termine?

ENTREVISTA | ¿Quieres que te haga un análisis entre México y Alemania?: Trino

sábado, diciembre 16th, 2017

El caricaturista tapatío puede explicar la Conquista en su libro Historias desconocidas de la Conquista en un libro desopilante para Tusquets, pero he ahí que si la reportera le dice que haga un pronóstico de cómo le irá a la tricolor en Rusia, mejor terminamos la nota. “Como dijo un valedor: lo que necesita nuestra historia es más Trino y menos llanto”, recomienda la editorial. Ahí vamos.

Ciudad de México, 16 de diciembre (SinEmbargo).- Luego de Historias desconocidas de la Independencia y la Revolución, vuelve Trino con otro hilarante, irreverente y desopilante recorrido por aquellos pasajes de la historia nacional que quizá no pasaron exactamente como aprendimos en la primaria, la secu o el cobach.

Ni los héroes son tan santos ni los malos tan villanos y por cada versión que cuentan los vencedores hay montones que cuentan los vencidos. Historias desconocidas de la Conquista: el remake más cool del encuentro de las dos culturas que engendraron nuestra nación, en un arranque desde los tiempos donde ser migrante equivale a una mala palabra.

Trino Camacho (1961) ursó todos sus estudios con jesuitas, de la primaria a la licenciatura en Ciencias de la Comunicación (Colegio Unión, Instituto de Ciencias, ITESO). Aunque su primer cartón de humor publicado a nivel nacional apareció en el diario Unomásuno, en realidad se dio a conocer a través de “La croqueta-Humor perro”, una columna de humor semanal que publicaba en La Jornada, junto a Jis y Falcón. Más tarde, en colaboración con Jis, inventó las tiras cómicas “El Santos contra la Tetona Mendoza” y “La chora interminable”, que se publicaron en La Jornada durante varios años. Tusquets Editores ha publicado los diez tomos de la serie completa de El Santos, además de Viva la familia, Yo creo en los ovnis, El mundial de Trino, Historias sobre el fin del mundo, El regreso del rey Chiquito, Trino para colorear, Historias desconocidas de la Independencia y la Revolución e Historias desconocidas de la Conquista.

“Es que vamos a perder. Tú dime si le vamos a ganar a los alemanes. ¿Abrimos con Alemania? ¿Y Suecia fue el que le ganó a los italianos? No creas que Osorio me gusta mucho como entrenador. Nos vamos a ir de paseo a Rusia, va a ser una hermosa primera ronda y luego nos vamos a venir”, dice Trino.

–Mejor vamos al tema de la Conquista. ¿Es Tusquets el que dice el tema o eres tú el que lo propone?

–Fue porque empecé a hacer en el 2010, por el Centenario, los temas de la Revolución y la Independencia. Entonces Carmina Rufrancos, la editora, me planteó hacer un libro de cero, que no fuera la continuación del Rey Chiquito ni de Fábulas ni de nada y que traía yo. Siempre traía ganas de hacer historias desconocidas de la Conquista. Lo traía en tinta. Me esperé a hacerlo para que fuera muy sabroso y muy simpático. Cuando lo hice, fue muy rápido, pero era porque ya lo tenía muy armado adentro. Fluyó muy bien.

–Es un libro espléndido, poder dárselo a los chicos en la escuela, sería genial

–Sí, es eso, es un libro de humor, pero en el fondo tomo los libros que me dieron en la escuela y cuento cómo llegaron los aztecas y fundaron Tenochtitlan, que además eran unos cabrones con los zapotecas, con los mixtecas, no vas a poner eso porque el libro sería mala onda, pero pitorrearte de esa situación. Luego llegan los españoles y te pitorreas de eso. Ahora los libros que hago de cero está muy contaminado con el humor de las redes sociales y ubico a los aztecas teniendo Facebook y Twitter y cosas así.

–Además es una manera de decir por qué estamos acá

–Totalmente. Ahí te das cuenta de que no salimos. Estamos conquistados, pero a la vez amarrados a una cultura que nos tiene presos. Cómo tratamos mal a los indígenas, fruto de esa cultura. Para mí es importante tener a una candidata como Marichuy y no es que me meta de lleno en la política, pero nunca ha habido una mujer candidata y menos indígena, en un país donde tenemos las raíces descendientes de indígenas. Nos hicimos muy pendejos con ese tema.

–¿No crees que ha habido en los últimos tiempos un emerger de los caricaturistas políticos?

–Por supuesto. La gran tristeza es que en los últimos años se nos fueron Naranjo y Rius. El cartón político en México es muy importante, sigue siendo como la base para tomar consciencia y esto que dices es muy cierto. Han salido muy buenos caricaturistas, el que más me gusta es Alarcón, tiene diferencias ideológicas con los cartonistas de La Jornada –la gran tradición en México-, pero ya no los veo como tendencias, sino como humoristas que critican al sistema político y puedes incluso criticar a Andrés Manuel López Obrador, un hombre que tiene mucho material de dónde cortar. Me gusta mucho esa facilidad y esa manera de ver las tendencias de todo: lo que sigue ganando es que el humor gusta mucho, siempre.

–Entre Rius y Naranjo, tú eres más de Rius, ¿verdad?

–Te voy a decir que sí y lo conocí mucho más y era nuestro padrino. También quería mucho a Naranjo. Sucede que la línea de él se diferencia mucho a la mía, era espectacular y buena. Lo que pasa con Rius era que él mismo se decía no hacer caricaturas, “hago monitos”, decía y nos puso a todos moneros. Nos viene bien eso. Me identifico mucho con Rius por esa ligereza en el humor y la manera tan desfachatada de dibujar.

Un libro de humor desopilante. Foto: Especial

–Es cierto que Rius tenía un pensamiento político muy profundo, pero a la hora de dibujar era muy ligero

–Sí, por supuesto. Naranjo tenía también esos pensamientos y había humor en él, pero Rius era mucho más campechano.

–En el tema de la Conquista hay mucho sentir indígena, ¿siempre te preocupaste por este tema?

–Me preocupaba más que los indigenistas se fueran a ofender y por el otro lado que se fueran a ofender mi familia que viene del lado de mi esposa, Margarita, que son españoles. Que mi suegro dijera: ¿Por qué hablas tan mal de los españoles? Lo que me dije es que en ambos iba a tratarlos con humor. Te puedes encontrar como un tema que es políticamente incorrecto, pero no es ofensivo. En la portada puedes ver al águila dándole una cachetada a la serpiente, un tema muy nacional y que seguramente en tiempos de Echeverría hubiera sido censurada. El tema es tomar el escudo nacional y le das esa sencillez y le quitas la solemnidad a eso, sabes de qué eso el libro va.

–No vas a hacer un tratado sobre José Meade, pero el personaje se presta

–Claro, es como Arturo Brizio de Presidente. No lo sé. Yo hasta tengo un chiste, que es que el Pri chingue a su meade.

–Sí va a haber algo sobre futbol

–No, ya hice el Mundial anterior y creo no poder hacer algo nuevo en tan poco tiempo. Son apenas cuatro años y el futbol no ha cambiado mucho. Siguen siendo los mismos actores. Siempre tengo por ahí los cartones deportivos que hacía en Siglo XXI, en los ’90, salen mucho Menotti, Lavolpe, ya no están, era una novedad. Si ahora hago algo así siguen estando Messi, Cristiano Ronaldo, no hay nada nuevo. Quiero hacer otras cosas. El año que viene celebro 40 años de que conozco a Jis y quiero hacer algo al respecto. En 1978 él tocaba la batería en un grupo de rock progresivo y yo abría a ese grupo con mi banda que hacíamos Kiss y Los Ramones. Yo era el bajista. Creo que hay similitud porque los dos llevamos el ritmo de la banda. Es celebrar que cuando él tenía 15 años y yo 17 nos conocimos, fuimos cuates y duramos hasta aquí. Merecemos un libro con cosas que la gente no conozca, platicar en historieta cuando nos enojamos y por qué para nosotros es la relación más longeva que tenemos. Él ya lleva tres matrimonios y yo dos, pero sin embargo seguimos juntos.

Trino quiere celebrar los 40 años de amistad con JIS. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

–También es un poco la historia de la caricatura mexicana

–Sí, porque tiene que ver como Rius nos pone en su serie Los agachados, como llegamos a conocer a Naranjo, como Quino fue importante para nosotros. Tenemos un video con él, en una playa y como ahora tenemos La Chora TV, tenemos que sacar esas imágenes.

–¿Van a seguir con el cine?

–Se nos antoja hacer una serie para Netflix, porque creemos que El Santos es para episodio, no para una película de largo aliento. Quiero hacer eso, no sé si logre. Vamos a ver.