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El poeta mapuche Elicura Chihuailaf es elegido como Premio Nacional de Literatura de Chile 2020

martes, septiembre 1st, 2020

Chihuailaf, que se convirtió en la primera persona mapuche en obtener este galardón, fue destacado por “haber llevado la tradición oral y el universo poético de su pueblo más allá de las fronteras de su propia cultura”.

La obra de Chihuailaf está definida por su reivindicación de la cultura indígena de su pueblo. A lo largo de su carrera, ha publicado 17 obras literarias que han sido traducidas a 20 idiomas y él mismo ha realizado traducciones al mapuzugun de importantes obras chilenas.

Santiago de Chile, 1 de septiembre (EFE).- El poeta mapuche Elicura Chihuailaf fue elegido este martes como merecedor del Premio Nacional de Literatura de Chile 2020 gracias a una obra que ha llevado la tradición poética de su pueblo más allá de su propia cultura, informó el Ministerio de las Culturas del país.

Chihuailaf, que se convirtió en la primera persona mapuche en obtener este galardón, fue destacado por “haber llevado la tradición oral y el universo poético de su pueblo más allá de las fronteras de su propia cultura”, tal y como expresó a través de Twitter la ministra del área cultura, Consuelo Valdés.

El jurado, compuesto por destacadas personalidades del mundo académico y literario, lo eligió por mayoría simple y consignó en el acta que “con maestría y haciendo uso de una expresión muy propia, Elicura Chihuailaf ha contribuido de forma decidida a difundir su universo poético en todo el mundo, amplificando la voz de sus ancestros, desde la contemporaneidad”.

El poeta, nacido en 1952 en la comunidad de Kechurewe, en la provincia de Temuco (sur de Chile), recibió la noticia mediante una videoconferencia, ya que en la actualidad se encuentra en España, donde quedó varado debido a la pandemia de coronavirus.

“Muchas gracias por esta buena noticia. Agradezco a cada una y cada uno de quienes conformaron el jurado hayan votado por darme este tan importante premio”, dijo el poeta al ser informado del premio, según reprodujo el digital local Emol.

Enmarcado en la denominada poesía etnocultural y en la generación de autores que comenzaron su actividad tras el Golpe de Estado de Augusto Pinochet en 1973, Chihuailaf está considerado como uno de los más reconocidos poetas mapuche y su obra está definida por la voluntad de reivindicar la cultura indígena de su pueblo.

A lo largo de 40 años de carrera, ha publicado 17 obras literarias que han sido traducidas a 20 idiomas y él mismo ha realizado traducciones al mapuzugun de importantes obras chilenas.

El invierno y su imagen (1977) fue su primer libro de poemas, al que le siguieron otros obras como En el país de la memoria (1988), De sueños azules y contrasueños (1995), con el que ganó el premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura para la Mejor Obra Literaria, o Sueños de luna azul (2008).

DIÁLOGO INTERCULTURAL CHILENO-MAPUCHE

También se destaca su labor de reivindicación del diálogo intercultural entre la cultura chilena y la mapuche, que ha quedado plasmada en ensayos como “Recado confidencial a los chilenos” (1999).

Además, está muy valorada su labor como traductor en la aplicación de políticas educacionales bilingües de español y lengua mapuche (mapudungun).

Así, en 1996, Chihualaf tradujo la poesía de Pablo Neruda en “Todos los cantos / Ti kom vl” y diez años después fue el responsable de la versión en mapudungun de “La Araucana / Ta awkan mapu mew”, de Alonso de Ercilla.

El premio a Chihualaf llega en un momento de especial efervescencia en llamado “conflicto mapuche”, que enfrenta a comunidades indígenas con empresas agrícolas y forestales que explotan tierras consideradas ancestrales.

Son frecuentes los ataques incendiarios a maquinaria agrícola y predios, aunque en las últimas semanas la disputa ha subido de intensidad y se han registrado además ocupaciones de edificios municipales, huelgas de hambre de presos indígenas y ataques a transportistas.

A este respecto, Chihuailaf dijo que la relevancia que puede tener su premio en el conflicto “es la posibilidad de abrir si no una puerta, al menos una ventana para que la chilenidad y sobre todo el Estado se anime de verdad a escuchar la realidad que el pueblo mapuche”, según consignó la prensa local.

Esta fue la tercera vez que Chihuailaf fue nominado para el Premio Nacional de Literatura de Chile, que otorga unos 22 millones de pesos (alrededor de 28.523 dólares) y contempla una pensión vitalicia mensual equivalente de aproximadamente un millón de pesos (unos 1.300 dólares).

El máximo galardón de la literatura chilena se creó en 1942 y es entregado cada dos años a los escritores nacionales.

El mito nacional de la poesía chilena es poderoso; influyó en nuestra cosmovisión: Alejandro Zambra

sábado, agosto 15th, 2020

En la novela Poeta chileno (Anagrama, 2020), Alejandro Zambra gravita alrededor de la paternidad y el mito de la poesía chilena. Desfilan otros temas como las familias rotas, el desamor, y la reivindicación de lectura y la escritura. En entrevista, Zambra habla del génesis de la obra y sus tópicos.

“El ir y venir de la solemnidad lírica al desparpajo, de Neruda hasta la antipoesía de Nicanor Parra, construyó una tradición beligerante que recibimos como historia ya procesada y sigue influyendo en nuestra visión de mundo”, confiesa el autor cuyas novelas han sido traducidas a 20 idiomas.

Ciudad de México, 15 de agosto (SinEmbargo).- Alejandro Zambra escribió su novela Poeta chileno (Anagrama, 2020), en la que retrató el Santiago de Chile de los años noventa, en un cuarto de dos metros cuadrados, ubicado en la azotea de un edificio de la Ciudad de México.

Ahí, en ese espacio diminuto, recorrió ese territorio inconmensurable que es la memoria, armado apenas por unos cuantos libros de su país natal, patria de autores como Gabriela Mistral, Nicanor Parra, Vicente Huidobro, entre muchos otros.

Poeta chileno narra la historia de Gonzalo, un aspirante a escritor que publicó un poemario que se empolvó en las mesas de novedades, quien se convierte en padrastro de Vicente. Gonzalo se apellida Rojas, homónimo del conocido poeta de la Generación del 38, y en su nombre arrastra una sombra que lo eclipsa.

Es un poetrastro, como escriben los editores, “que quiere ser poeta y un padrastro que se comporta como si fuera el padre biológico de Vicente, un niño adicto a la comida para gatos que años más tarde se niega a estudiar en la universidad porque su sueño principal es convertirse -también- en poeta”.

Y la novela gravita alrededor de esos temas: la paternidad y el mito de la poesía chilena, esa tradición literaria que también es una forma simbólica de la paternidad.

“Este libro tiene muchos orígenes, pero creo que el principal se vincula con la palabra padrastro. Había pensando en su condición despectiva, pero de pronto recordé esas situaciones extrañas y cruciales en las que debes tomar decisiones concretas sobre las palabras. Decidir si las usas e intentas dignificarlas o inventas otras nuevas. Ahí apareció la poesía. Ahí empezó todo”, confiesa Zambra.

En la novela también desfilan otros temas, como las familias rotas, el desamor, la reivindicación de lectura y la escritura, y “el deseo valiente y obcecado de pertenecer a una comunidad en parte imaginaria”.

Poeta chileno también se puede leer como un coming of age que, acudiendo al manoseado lugar común de las matrioshkas, contiene tres historias enlazadas: Gonzalo, el poeta-padrastro que no es ni lo uno ni lo otro; Pru, una periodista gringa que trata de desentrañar el mito de la lírica chilena, y Vicente, el hijastro, poeta en ciernes, espejo de Gonzalo, quien -a diferencia de su padrastro- sí tiene una voz propia y algo qué decir, a pesar de que tenga atrofiado su sentido de pertenencia. Gonzalo, Pru y Vicente, como en un juego de espejos, comparten un rasgo: transitan hacia la madurez a lo largo de las páginas, no sin antes vivir experiencias dolorosas, formativas.

Alejandro Zambra es autor de los libros de poesía Bahía Inútil (1998) y Mudanza (2003); las novelas Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007), Formas de volver a casa (2011), Facsímil (2014); del libro de relatos Mis documentos (2013) y Fantasía (2016), y las recopilaciones de crónicas y ensayos No leer (2018) y Tema libre (2019). Sus libros han sido traducidos a veinte idiomas, y sus relatos han sido publicados en The New Yorker, The Paris Review, Granta, Tin House, Harper’s y McSweeney’s. En entrevista, Zambra habla del génesis de la novela, de la poesía chilena y de los temas que entrecruzan la obra.

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—La poesía chilena, para el protagonista de tu novela, «es una historia de hombres geniales y excéntricos, buenos para el vino y expertos en los vaivenes del amor». ¿Cómo la defines tú?

—Gonzalo recibe ese mito nacional, triunfalista y masculino, que hoy suena tan caricaturesco. De pronto me pregunté por qué yo, a los catorce años, consideraba que ser poeta era verosímil. Era un sueño loco, pero a mí no me parecía tan loco. La amplia mayoría de los poetas que leía eran de clase baja o media, con excepción de Vicente Huidobro, un aristócrata que en todo caso se fue contra su propia clase. Es muy raro, en un país tan injusto y desigual como Chile, ese vínculo de la poesía con el mérito, la eventual valoración del talento.

Los lectores de poesía escasean en todo el mundo, no creo que en Chile se lea más poesía que en México, pero seguro que cualquier chileno te diría que tenemos excelente poesía, en parte por los dos premios Nobel, que son, como dice Pato, ese personaje odioso de la novela, los dos mundiales de poesía que ganamos los chilenos. Y por supuesto que en Chile hay excelente poesía, aunque no me animo a ponerla a competir con otras tradiciones, porque es la única literatura que conozco, o la que estoy más cerca de conocer.

Lo que me interesa en la novela es la gravitación de los mitos nacionales, mitos que influyeron y siguen influyendo en nuestras visiones de mundo. El mito de la poesía chilena es poderoso, porque después de Neruda, que fue muy relevante y famoso casi de forma instantánea, vino el antídoto de la antipoesía de Nicanor Parra, y entonces ese ir y venir de la solemnidad lírica al desparpajo, construyó una tradición heterogénea y beligerante. Todo esto sucedió, por cierto, hace muchísimas décadas. Y nosotros lo recibimos como Historia ya procesada.

Para darte un ejemplo: cuando yo tenía 12 años la antipoesía de Nicanor ya estaba en los planes de estudio; es decir, la idea de poesía que un niño debía, en teoría, manejar, ya incluía la antipoesía. Y luego descubrimos a poetas relegados, como Gabriela Mistral, que nos había sido presentada como autora de rondas infantiles, o a poetas reacios al culto a la personalidad (Gonzalo Millán, Elvira Hernández, Carlos Cociña, entre muchísimos otros) y a autores inclasificables y tan radicales como Juan Luis Martínez.

—«Ser padre consiste en dejarse ganar hasta el día en que la derrota es verdadera», escribe el narrador. En la novela también reflexionas sobre la paternidad, tanto real como simbólica. ¿Tu experiencia en la paternidad influyó para la escritura de la novela?

—Me interesa mucho cómo se relacionan las figuras masculinas en la novela, algunas deleznables y ninguna, en sí misma, admirable. Esa puesta en diálogo. El abuelo que dejó hijos regados por el mundo, como un embarazador compulsivo, el pésimo padre separado, el padrastro que de pronto envidia la paternidad biológica, el niño que recibe todas esas imágenes de lo masculino y dialoga, voluntariamente, o a su pesar, con esas presencias ausentes y con su propia vacilante idea de futuro.

Y claro, mi experiencia influyó. Es una novela sobre Chile que escribí en México y una novela sobre padrastría que escribí mientras me volvía padre biológico. Supongo que esas circunstancias desembocan en la novela, aunque no tengo claro de qué manera. Me interesa la padrastía porque pone en escena la legitimidad, un asunto que se ha vuelto central en todos los debates actuales.

Los padrastros y madrastras son los malos: esa es la idea que de ellos prevalece en el imaginario colectivo, el propio lenguaje los marca peyorativamente. Y tal vez ni ellos mismos pueden identificarse con la palabra, naturalizarla, porque también comparten el prejuicio, desconfían de otros padrastros y madrastras.

La persona que acepta, en estas condiciones, ocupar el lugar del padre o de la madre de un hijo ajeno, lo apuesta todo y es mucho más valiente, por cierto, que el poeta solitario que lucha contra la página en blanco. Y luego el fracaso, si sucede, es mil veces más horrible y desolador que la vergüenza de haber publicado un librito malo por ahí.

—En la novela el punto de vista, el rol del protagonista, cambia de un capítulo a otro. En ese sentido, antes de escribir, ¿tienes trazado el destino de tus personajes?

—No tanto. O sea, es más intuitivo. Los planes, al escribir, siempre se difuminan. Y trato de que sea así. Si tengo una idea fija, trato de disolverla. Escribo siempre mucho más, por supuesto, trato de no perder nunca la sensación de borrador. Y luego ya elijo, edito, monto. Es entonces cuando todo comienza a volverse intencional, como en el cine, en la sala de montaje.

—En ciertos momentos, el narrador le recuerda a los lectores que están dentro de una novela, lo cual rompe la suspensión de la incredulidad [término que refiere la voluntad del lector de aceptar como ciertas las premisas sobre las cuales está montada la ficción]. ¿Por qué, para ti, son indispensables ese tipo de guiños metaliterarios, presentes en varias de tus novelas?

—No sé si son indispensables, pero para mí son naturales. También me pasa en la vida, quiero decir, cuando hablo tiendo a eso, me cuestan mucho las situaciones en las que la comunicación es solo aparente, así que verifico el código a cada rato, me gusta sentir que algo sucede en la conversación, que mientras hablamos pasa algo. Tiene que ver, para mí, con la construcción de la intensidad, o con un deseo de intensidad. Cuando escribí Bonsái me sentía ridículo ante la presunta necesidad de acatar las convenciones, por eso de pronto trucos como partir contando el final o ponerle dos nombres a un personaje me resultaban más genuinos, más gravitantes que las maneras tradicionales.

—El narrador, al inicio de la novela, cuenta la historia con cierto desparpajo, con un tono juvenil, algo humorístico, en consonancia con la edad de los personajes y, al final, a través de ciertas expresiones, se muestra maduro, algo melancólico. ¿Fue intencional que el narrador tuviese su propia curva dramática, su propio tránsito de la adolescencia a la madurez, emulando a los personajes?

—No me había fijado en eso, pero tienes razón. Este narrador en tercera a veces parece muy confiado de su propia omnisciencia. Pero es como esa gente que se balancea mientras habla. Se queda en su sitio, pero mueve el cuerpo todo el rato. Quiere contar la historia, pero también quiere escucharla. Esa idea medio naíf siempre me ha gustado mucho: el narrador que escribe por una necesidad imperiosa de escuchar a sus personajes. A veces es despiadado o sobreprotector y quizás quiere mantenerse al margen, pero hay momentos en que simplemente no quiere disimular lo que piensa, incluso lo que siente, por los personajes.

—Uno de los personajes dice: «Es más fácil escribir novelas que poesía». En el libro abundan poemas escritos por los personajes. ¿Crees que Poeta chileno es una deuda saldada con la poesía?

—Claro, por la novela circulan un montón de poetas que no leen novelas, aunque también hay un par de ellos que sí las leen, y tal vez alguno que también las escribe. Por supuesto hay más diferencia entre esos poetas y narradores que la que hay entre poesía y narrativa y me parece que es cada vez más frecuente la saludable hibridez.

Me gusta ese poema “Garfield”, que aparece en la novela, pero no podría haberlo escrito si no me hubiera puesto en el lugar de Gonzalo. Es un poema de él que escribí yo… Lo digo en broma pero también en serio. Al escribir los poemas de los personajes creo que llegué a entenderlos un poco más. También es raro intentar escribir poemas malos. Escribí muchos más poemas que los que aparecen en la novela.

Y claro que corro el riesgo de que los lectores consideren buenos los poemas que yo considero malos, o peor: que los encuentren todos malos. En cuando a la deuda, no creo que se salde nunca, porque es una deuda de lector. Además yo no he dejado de escribir poesía, lo que pasa es que hace mucho dejé de escribir buena poesía, o quizá nunca escribí buena poesía.

ADELANTO | Un viejo que leía novelas de amor, clásico literario y obra cumbre del fallecido Luis Sepúlveda

sábado, abril 18th, 2020

En 1988, Luis Sepúlveda publicó esta novela escrita como libro de aventuras y galardonada con los premios Tigre Juan y Relais, que se convertiría con el tiempo en un libro de lectura obligada en institutos y universidades.

Este célebre libro, editado por Tusquets, ha sido traducido a numerosos idiomas, con ventas millonarias y llevado al cine con guion del propio Sepúlveda, bajo la dirección de Rolf de Heer.

Ciudad de México, 18 de abril (SinEmbargo).- Antonio José Bolívar Proaño vive en El Idilio, un pueblo remoto en la región amazónica de los indios shuar, y con ellos aprendió a conocer la Selva y sus leyes, a respetar a los animales y los indígenas que la pueblan, pero también a cazar el temible tigrillo como ningún blanco jamás pudo hacerlo.

Un buen día decidió leer con pasión las novelas de amor -«del verdadero, del que hace sufrir»- que dos veces al año le lleva el dentista Rubicundo Loachamín para distraer las solitarias noches ecuatoriales de su incipiente vejez. En ellas intenta alejarse un poco de la fanfarrona estupidez de esos codiciosos forasteros que creen dominar la Selva porque van armados hasta los dientes pero que no saben cómo enfrentarse a una fiera enloquecida porque le han matado las crías. Descritas en un lenguaje cristalino, escueto y preciso, las aventuras y las emociones del viejo Bolívar Proaño difícilmente abandonarán nuestra memoria.

A continuación, SinEmbargo comparte, en exclusiva para sus lectores, un fragmento del célebre libro realizado por el fallecido Luis Sepúlveda. Un viejo que leía novelas de amor (Tusquets) ha sido traducido a numerosos idiomas, con ventas millonarias y llevado al cine con guion del propio autor chileno, bajo la dirección de Rolf de Heer. Cortesía otorgada bajo el permiso de Planeta.

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Capítulo segundo

El alcalde, único funcionario, máxima autoridad y representante de un poder demasiado lejano como para provocar temor, era un individuo obeso que sudaba sin descanso. Decían los lugareños que la sudadera le empezó apenas pisó tierra luego de desembarcar del Sucre, y desde entonces no dejó de estrujar pañuelos, ganándose el apodo de la Babosa.

Murmuraban también que antes de llegar a El Idilio estuvo asignado en alguna ciudad grande de la sierra, y que a causa de un desfalco lo enviaron a ese rincón perdido del oriente como castigo. Sudaba, y su otra ocupación consistía en administrar la provisión de cerveza. Estiraba las botellas bebiendo sentado en su despacho, a tragos cortos, pues sabía que una vez terminada la provisión la realidad se tornaría más desesperante.

Cuando la suerte estaba de su parte, podía ocurrir que la sequía se viera recompensada con la visita de un gringo bien provisto de whisky. El alcalde no bebía aguardiente como los demás lugareños. Aseguraba que el Frontera le provocaba pesadillas y vivía acosado por el fantasma de la locura. Desde alguna fecha imprecisa vivía con una indígena a la que golpeaba salvajemente acusá ndola de haberle embrujado, y todos esperaban que la mujer lo asesinara. Se hacían incluso apuestas al respecto. Desde el momento de su arribo, siete años atrás, se hizo odiar por todos.

Llegó con la manía de cobrar impuestos por razones incomprensibles. Pretendió vender permisos de pesca y caza en un territorio ingobernable. Quiso cobrar derecho de usufructo a los recolectores de leña que juntaban madera húmeda en una selva más antigua que todos los Estados, y en un arresto de celo cívico mandó construir una choza de cañas para encerrar a los borrachos que se negaban a pagar las multas por alteración del orden público. Su paso provocaba miradas despectivas, y su sudor abonaba el odio de los lugareños. El anterior dignatario, en cambio, sí fue un hombre querido.

Vivir y dejar vivir era su lema. A él le debían las llegadas del barco y las visitas del correo y del dentista, pero duró poco en el cargo. Cierta tarde mantuvo un altercado con unos buscadores de oro, y a los dos días lo encontraron con la cabeza abierta a machetazos y medio devorado por las hormigas. El Idilio permaneció un par de años sin autoridad que resguardara la soberanía ecuatoriana de aquella selva sin límites posibles, hasta que el poder central mandó al sancionado. Cada lunes —tenía obsesión por los lunes— lo miraban izar la bandera en un palo del muelle, hasta que una tormenta se llevó el trapo selva adentro, y con él la certeza de los lunes que no importaban a nadie. El alcalde llegó al muelle. Se pasaba un pañuelo por la cara y el cuello. Estrujándolo, ordenó subir el cadáver. Se trataba de un hombre joven, no más de cuarenta años, rubio y de contextura fuerte.

Deje que los shuar se marchen. Tienen que avisar en su caserío y en los cercanos. Cada día que pase tornará más desesperada y peligrosa a la hembra, y buscará sangre cerca de los poblados. ¡Gringo hijo de la gran puta! Mire las pieles. Pequeñas, inservibles. ¡Cazar con las lluvias encima, y con escopeta! Mire la de perforaciones que tienen. ¿Se da cuenta? Usted acusando a los shuar, y ahora tenemos que el infractor es gringo. Cazando fuera de temporada, y especies prohibidas. Y si está pensando en el arma, le aseguro que los shuar no la tienen, pues lo encontraron muy lejos del lugar de su muerte. ¿No me cree? Fíjese en las botas. La parte de los talones está desgarrada. Eso quiere decir que la hembra lo arrastró un buen tramo luego de matarlo. Mire los desgarros de la camisa, en el pecho. De ahí lo tomó el animal con los dientes, para jalarlo. Pobre gringo. La muerte tiene que haber sido horrorosa. Mire la herida. Una de las garras le destrozó la yugular. Ha de haber agonizado una media hora mientras la hembra le bebía la sangre manando a borbotones, y después, inteligente el animal, lo arrastró hasta la orilla del río para impedir que lo devorasen las hormigas. Entonces lo meó, marcándolo, y debió de andar en busca del macho cuando los shuar lo encontraron. Déjelos ir, y pídales que avisen a los buscadores de oro que acampan en la ribera. Una tigrilla enloquecida de dolor es más peligrosa que veinte asesinos juntos.

El alcalde no respondió ni una palabra y se marchó a escribir el parte para el puesto policial de El Dorado. El aire se notaba cada vez más caliente y espeso. Pegajoso, se adhería a la piel como una molesta película, y traía desde la selva el silencio previo a la tormenta. De un momento a otro se abrirían las esclusas del cielo. Desde la alcaldía llegaba el lento tipear de una máquina de escribir, en tanto un par de hombres terminaban el cajón para transportar el cadáver que esperaba olvidado sobre las tablas del muelle.

El patrón del Sucre maldecía mirando el cielo pringado y no dejaba de putear al muerto. El mismo se encargó de rellenar el cajón con un lecho de sal, sabiendo que no serviría de mucho. Lo que debía hacerse era lo acostumbrado con toda persona muerta en la selva, que por absurdas disposiciones jurídicas no podía ser olvidada en un claro de jungla: abrirle un buen tajo del cuello a la ingle, vaciarle el triperío y rellenar el cuerpo con sal. De esa manera llegaban presentables hasta el final del viaje. Pero, en este caso, se trataba de un condenado gringo y era necesario llevarlo entero, con los gusanos comiéndoselo por dentro, y al desembarcar no sería más que un pestilente saco de humores. El dentista y el viejo miraban pasar el río sentados sobre bombonas de gas. A ratos intercambiaban la botella de Frontera y fumaban cigarros de hoja dura, de los que no apaga la humedad. —¡Caramba!, Antonio José Bolívar, dejaste mudo a su excelencia. No te conocía como detective. Lo humillaste delante de todos, y se lo merece. Espero que algún día los jíbaros le metan un dardo.

—Lo matará su mujer. Está juntando odio, pero todavía no reúne el suficiente. Eso lleva tiempo. —Mira. Con todo el lío del muerto casi lo olvido. Te traje dos libros. Al viejo se le encendieron los ojos. —¿De amor? El dentista asintió. Antonio José Bolívar Proaño leía novelas de amor, y en cada uno de sus viajes el dentista le proveía de lectura. —¿Son tristes? —preguntaba el viejo. —Para llorar a mares —aseguraba el dentista. —¿Con gentes que se aman de veras? —Como nadie ha amado jamás. —¿Sufren mucho? —Casi no pude soportarlo —respondía el dentista. Pero el doctor Rubicundo Loachamín no leía las novelas. Cuando el viejo le pidió el favor de traerle lectura, indicando muy claramente sus preferencias, sufrimientos, amores desdichados y finales felices, el dentista sintió que se enfrentaba a un encargo difícil de cumplir. Pensaba en que haría el ridículo entrando a una librería de Guayaquil para pedir: «Deme una novela bien triste, con mucho sufrimiento a causa del amor, y con final feliz». Lo tomarían por un viejo marica, y la solución la encontró de manera inesperada en un burdel del malecón. Al dentista le gustaban las negras, primero porque eran capaces de decir palabras que levantaban a un boxeador noqueado, y, segundo, porque no sudaban en la cama. Una tarde, mientras retozaba con Josefina, una esmeraldeña de piel tersa como cuero de tambor, vio un lote de libros ordenados encima de la cómoda. —¿Tú lees? —preguntó. —Sí. Pero despacito —contestó la mujer. —¿Y cuáles son los libros que más te gustan? —Las novelas de amor —respondió Josefina, agregando los mismos gustos de Antonio José Bolívar. A partir de aquella tarde Josefina alternó sus deberes de dama de compañía con los de crítico literario, y cada seis meses seleccionaba las dos novelas que, a su juicio, deparaban mayores sufrimientos, las mismas que más tarde Antonio José Bolívar Proaño leía en la soledad de su choza frente al río Nangaritza. El viejo recibió los libros, examinó las tapas y declaró que le gustaban. En ese momento subían el cajón a bordo y el alcalde vigilaba la maniobra. Al ver al dentista, ordenó a un hombre que se le acercase. —El alcalde dice que no se olvide de los impuestos. El dentista le entregó los billetes ya preparados, agregando: —¿Cómo se le ocurre? Dile que soy un buen ciudadano. El hombre regresó hasta el alcalde. El gordo recibió los billetes, los hizo desaparecer en un bolsillo y saludó al dentista llevándose una mano a la frente.

—Así que también me lo agarró con eso de los impuestos —comentó el viejo. —Mordiscos. Los Gobiernos viven de las dentelladas traicioneras que les propinan a los ciudadanos. Menos mal que nos las vemos con un perro chico. Fumaron y bebieron unos tragos más mirando pasar la eternidad verde del río. —Antonio José Bolívar, te veo pensativo. Suelta. —Tiene razón. No me gusta nada el asunto. Seguro que la Babosa está pensando en una batida, y me va a llamar. No me gusta. ¿Vio la herida? Un zarpazo limpio. El animal es grande y las garras deben de medir unos cinco centímetros. Un bicho así, por muy hambreado que esté, no deja de ser vigoroso. Además vienen las lluvias. Se borran las huellas, y el hambre los vuelve más astutos. —Puedes negarte a participar en la cacería. Estás viejo para semejantes trotes. —No lo crea. A veces me entran ganas de casarme de nuevo. A lo mejor en una de ésas lo sorprendo pidiéndole que sea mi padrino. —Entre nosotros, ¿cuántos años tienes, Antonio José Bolívar? —Demasiados. Unos sesenta, según los papeles, pero, si tomamos en cuenta que me inscribieron cuando ya caminaba, digamos que voy para los setenta. Las campanadas del Sucre anunciando la partida les obligaron a despedirse. El viejo permaneció en el muelle hasta que el barco desapareció tragado por una curva de río. Entonces decidió que por ese día ya no hablaría con nadie más y se quitó la dentadura postiza, la envolvió en el pañuelo, y, apretando los libros junto al pecho, se dirigió a su choza.

La mayor colección privada del poeta Pablo Neruda será subastada en Barcelona por 650 mil euros

viernes, febrero 28th, 2020

Esta colección, cuyo lote se subastará el próximo 19 de marzo, es fruto de una apasionada y sistemática búsqueda, especialmente en Europa y América, del legado y el archivo personal de Pablo Neruda, durante veinticinco años.

Incluye 603 piezas, entre documentos, manuscritos, libros y fotografías: 23 poemas y 164 documentos manuscritos y mecanografiados; 91 primeras ediciones y 48 ediciones posteriores con dedicatoria o autógrafo; 100 fotografías, 89 cartas, 12 postales, entre otros objetos.

Barcelona, España, 28 de febrero (EFE).- La mayor colección privada del poeta chileno Pablo Neruda, en manos del bodeguero español Santiago Vivanco, que incluye 603 piezas, entre documentos, manuscritos, libros dedicados y fotografías, saldrá a subasta en Barcelona en lote único el próximo 19 de marzo con un precio de 650 mil euros.

En la presentación en Barcelona de la colección, Santiago Vivanco explicó este jueves que la misma “es fruto de una apasionada y sistemática búsqueda, especialmente en Europa y América, del legado y el archivo personal de Pablo Neruda, durante veinticinco años”.

Vivanco justificó la decisión de vender la colección porque cree que “ha terminado un ciclo y otro coleccionista debe tomar el relevo con nuevas energías” y reveló que se ha reservado algunas piezas para su colección privada: “Algún libro, dedicatorias que eran tan importantes, y algún documento como un pasaporte”.

Aunque inicialmente pensó en una donación a alguna institución pública como la Biblioteca Nacional de España, con la que mantiene una buena relación, Vivanco decidió ponerla en venta “por el esfuerzo sentimental y económico” realizado estos años y porque el dinero permitirá hacer crecer sus colecciones, como la dedicada a Jorge Luis Borges, “todavía no tan importante como la de Neruda”.

El deseo de Vivanco es que “el fondo no se disperse y que sea accesible a los investigadores”.

En los fondos que se subastarán en La Suite figuran 23 poemas y 164 documentos (manuscritos y mecanografiados); 91 primeras ediciones y 48 ediciones posteriores con dedicatoria y/o autógrafo; 100 fotografías, 89 cartas, 12 postales, y 5 libros de otros autores con dedicatoria a Neruda.

También hay 3 libros de artista; 2 manuscritos de otros autores; 14 folletos y 42 vinilos, fondos en los que afloran vivencias familiares, amorosas, literarias, diplomáticas y vitales del autor de “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”.

A través de dedicatorias o correspondencias se entrecruzan nombres como Salvador Allende, las esposas del Nobel chileno y Miguel Hernández, Violeta Parra, Margarita Xirgu, Picasso, los Premios Nobel Miguel Ángel Asturias, Gabriel García Márquez y Vicente Aleixandre, e incluso los trazos de Joan Miró o Diego Rivera.

En el fondo figuran “joyas” como la primera edición de “La canción de la fiesta”, el poema ganador del concurso de poesía Juegos Florales (1921); las primeras ediciones de “Crepusculario” y de “Caballo verde para la poesía”; la edición de “Los versos del capitán” (1952), una rareza de la que solo se editaron 44 ejemplares con autor anónimo, así como un documento escrito en 1963 en Isla Negra, en el que Neruda reconoce la autoría de dicha obra.

Hay también un ejemplar único de Veinte poemas de amor y una canción desesperada que el chileno dedica a su amigo García Márquez en 1971.

No falta una rara avis singular, la primera edición de “Canto general” (1950), con autógrafos de Pablo Neruda y de dos comunistas enfrentados, Siqueiros y Diego Rivera, el ejemplar 131 de una tirada limitada, numerada y firmada de 500 ejemplares.

“Para mi querido Salvador Allende, con la amistad incondicional y a toda prueba de este humilde poeta de Temuco, que le canta a la Patria, con toda su alma de chileno. Un abrazo de Pablo Neruda, 1969” es una histórica dedicatoria, como todas, siempre en tinta verde.

Emotiva es también la carta que recibió el propio Neruda del también poeta Miguel Hernández en 1938, en la que el de Orihuela escribe: “Iremos Vicente, Antonillo y yo a tu tierra triste y hermosa. Tenemos que ir, y descansaremos de esta lucha, y respiraremos el aire que nos hace falta”, en referencia a Vicente Aleixandre y Antonio Aparicio. Hernández no llegó nunca a viajar a Chile.

Curiosamente, uno de los libros que más persiguió era “Residencia en la tierra”, que Vivanco buscó por todo el mundo y por casualidad encontró en la ciudad española de Logroño, en manos de una estudiante procedente de Chile: la biznieta de Olga, uno de los amores del entonces joven poeta.

El poeta y ensayista chileno Armando Uribe Arce, Premio de Literatura 2004, fallece a los 86 años

viernes, enero 24th, 2020

El contexto político obligó al ensayista a exiliarse en Francia durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). Su literatura, perteneciente a la Generación de 1950, le llevó a obtener dos premios Altazor en el año 2002.

Uribe también fue abogado y diplomático y ejerció su cargo más relevante como Embajador de Chile en la República Popular China durante el Gobierno de Salvador Allende (1970-1973).

Santiago de Chile, 24 de enero (EFE).- El escritor y abogado chileno galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 2004, Armando Uribe Arce, falleció este jueves a los 86 años de edad, confirmaron diferentes entidades académicas y culturales.

En su faceta literaria, Uribe fue poeta y ensayista, comenzando su vasta producción en 1954 con la publicación de su primer poemario, Transeúnte pálido, y posteriormente otras célebres como Por ser vos quien sois (1989), Verso Bruto (2002), De Muerte (2004) o Las críticas en crisis (2004).

El escritor, nacido en 1933, fue profesor en diversas universidades en Chile y en el extranjero, incluyendo La Sorbona (París, Francia), y entró a formar parte de la Academia Chilena de la Lengua en 1993.

Su literatura, perteneciente a la Generación de 1950, le llevó a obtener dos premios Altazor en el año 2002, en las categorías de poesía y ensayo, y el máximo galardón nacional de literatura en 2004.

La Ministra de Cultura chilena, Consuelo Valdés, lo describió como “uno de los grandes intelectuales contemporáneos, que sin temor traspasó la crítica literaria para ahondar en la política”.

Y añadió: “La muerte siempre atravesó su obra, pero hoy, que se hace presente no podemos más que lamentar profundamente su partida. Un poeta telúrico, como Chile, fue Armando Uribe”.

De profesión, Uribe era abogado y diplomático, ejerciendo su cargo más relevante como embajador de Chile en la República Popular China durante el Gobierno de Salvador Allende (1970-1973).

El contexto político que obligó al ensayista a exiliarse en Francia durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) fue criticado en varias de sus obras y según la Biblioteca Nacional, Uribe “se convirtió en una suerte de vigía de la conciencia nacional, disparando sus dardos sobre la hipocresía y la injusticia”.

En este sentido la institución chilena destaca obras que versaron sobre temas políticos como sus célebres cartas a personajes públicos entre las que destaca Carta abierta a Patricio Aylwin (1998) y la obra El accidente Pinochet (1999), un diálogo sobre el proceso judicial al que el dictador fue sometido en Londres tras ser arrestado por la Policía británica.

El novelista Germán Marín, exiliado chileno que se estableció en México, fallece a los 85 años

jueves, enero 2nd, 2020

El escritor conocido por su literatura “incómoda” y su carácter polemista falleció este domingo 29 de diciembre, según informó el director de Ediciones UDP, su casa editorial.

Marín se inició como escritor tardío, pero publicó más de 20 libros y recibió numerosos reconocimientos por su aporte a la literatura chilena y se mantuvo en activo hasta la publicación de su última obra. Vivió en el exilio, estableciéndose primero en México y luego en Barcelona.

Santiago de Chile, 2 de enero (EFE).- El reconocido novelista chileno Germán Marín, autor de obras como Círculo vicioso y El palacio de la risa y conocido por su literatura “incómoda” y su carácter polemista, falleció este domingo 29 de diciembre, a los 85 años de edad, según informó el director de Ediciones UDP, su casa editorial.

Marín se inició como escritor tardío, pero publicó más de 20 libros, el primero Fuegos artificiales (1973), cuya edición fue destruida durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) y devuelta al papel en una reedición en 2018.

Vivió en el exilio, como tantos escritores chilenos del siglo XX, estableciéndose primero en México y posteriormente en Barcelona (España), donde consiguió varios trabajos en el mundo editorial pero no como escritor.

Regresó a Chile en la década de 1990, cuando publicó la trilogía por la que obtuvo reconocimiento internacional: Historia de una absolución familiar, compuesta por las novelas Círculo vicioso, Las cien águilas y La ola muerta, y que supusieron una reescritura de la historia chilena más reciente.

Su literatura es difícilmente encasillable en corrientes literarias, pues su obra dista de la de sus coetáneos, los escritores de la generación literaria de 1950, caracterizados por un escepticismo radical frente a la vida y estigmatizados como escritores despreocupados frente los problemas sociales.

Marín se vinculó en cierto modo con la anterior tradición de narrativa social chilena que lideraron autores como Volodia Teitelboim (1916-2008) y Nicomedes Guzmán (1914-1964) y que dejaron impronta en su escritura directa y llena de inquietudes estilísticas y políticas.

Alejado de las convenciones de lo políticamente correcto, Marín se convirtió en el eterno candidato al Premio Nacional de Literatura de Chile, galardón que han recibido escritores de la talla de Pablo Neruda y Gabriela Mistral, y al que postuló durante casi una década.

El novelista recibió numerosos reconocimientos por su aporte a la literatura chilena y se mantuvo en activo hasta la publicación de su última obra, un libro de cuentos titulado Un oscuro pedazo de vida, publicado semanas antes de fallecer producto de una larga enfermedad.

Patti Smith se declara fan de la literatura chilena. Space Invaders es mi libro favorito en 2019, dice

martes, noviembre 19th, 2019

Horas antes de ofrecer su primer concierto en Chile, la llamada “madrina del punk” alabó la novela póstuma 2666 de Roberto Bolaño y la figura del poeta chileno Nicanor Parra, a quien dedicó hace unos años un poema y una canción.

La novela Space Invaders, finalista en los National Book Awards, fue publicada en Chile en 2013, pero ha sido recientemente traducida al inglés y lanzada en Estados Unidos. Cuenta la historia de un grupo de amigos que crecen en la dictadura de Agusto Pinochet.

Santiago de Chile, 19 de noviembre (EFE).- La artista estadounidense Patti Smith se declaró este viernes “fan” del reconocido escritor chileno Roberto Bolaño y dijo que Space Invaders, de la autora local Nona Fernández, es “el mejor libro” publicado este año en Estados Unidos.

“Casi me hizo llorar. Me enamoré tanto de este libro (Space Invaders) que tuve que volver a la librería y comprar cinco ejemplares”, explicó Smith durante una charla sobre literatura chilena en una universidad de la capital, horas antes de ofrecer su primer concierto en Chile.

“Gracias por escribirlo. Necesitamos que todos tus libros se traduzcan para poder leerlos”, le dijo a la escritora Nona Fernández, que se encontraba presente en el acto y subió al escenario para abrazar a la artista estadounidense, uno de los grandes referentes de la música rock.

Space Invaders, cuyo título hace referencia a un clásico videojuego, fue publicada en Chile en 2013, pero ha sido recientemente traducida al inglés y lanzada en Estados Unidos.

La novela, que cuenta la historia de un grupo de amigos que crecen en el horror de la dictadura de Agusto Pinochet (1973-1990), fue finalista en los National Book Awards, considerados los galardones literarios más prestigiosos de Estados Unidos.

Smith “es una mujer tremendamente generosa” y lo que ha dicho sobre el libro “es un regalo”, dijo Fernández, de 48 años y autora de otras cinco novelas y dos obras de teatro.

La conocida como “madrina del punk”, de 72 años, también alabó la novela póstuma “2666” de Bolaño y la figura del poeta chileno Nicanor Parra, a quien dedicó hace unos años un poema y una canción.

“Esta noche interpretaremos esa pequeña canción que hicimos para Parra”, adelantó la cantante, quien la víspera dio una rueda de prensa y mostró su apoyo a los manifestantes que llevan un mes protestando en Chile.

“Cuando veo a la gente motivada, peleando por sus derechos y tomando las calles, creo que es muy importante mostrar solidaridad (…) Mi mensaje era solo para decirles (a los manifestantes): Estoy aquí, los tengo presentes”, afirmó el domingo Smith.

Chile vive desde hace un mes la crisis más grave desde el retorno de la democracia en 1990, con multitudinarias protestas y cruentos choques entre manifestantes y fuerzas de seguridad, que ya se han cobrado la vida de al menos 23 personas -cinco presuntamente a manos de agentes del Estado- y han provocado miles de heridos.

El estallido social comenzó en respuesta a una subida del precio del billete de metro y con los días se convirtió en un clamor popular contra el desigual modelo económico del país, la represión y el Gobierno, que decretó el estado de emergencia y el toque de queda durante los primeros días.