El escritor, como Jorge Ibargüengoitia, elige los hechos cotidianos para hacer una reflexión y sobre todo causar humor en el lector. Es una obra entrañable que nos permite conocernos más como mexicanos. Aquí, una postal en un supermercado y esos amores imposibles.
Ciudad de México, 10 de febrero (SinEmbargo).- Con Arde, memoria, se le da la bienvenida en el sello Tusquets al reconocido autor, Rafael Pérez Gay. En este libro realiza un enorme ejercicio para recuperar parte de su historia literaria a partir de textos que le resultan significantes, pero a los que no hace cambios sustantivos por respeto al joven escritor que fue y que ahora es sometido a la mirada del experimentado editor en el que se ha convertido. Independientemente de la labor para seleccionar cuentos que le representen, Pérez Gay tambien muestra cómo la memoria cambia y cómo los seres humanos también eligen qué recordar y por qué hacerlo, de tal suerte que cada selección resulta un acto sumamente personal.
Una invitación a realizar una antología personal dio paso a la publicación de una obra entrañable que deja al descubierto no solo los temas recurrentes que se quedan en la memoria, sino también los juegos que esta nos hace, al quizá modificar hechos, rostros y situaciones que por alguna razón permanecen vivos.
En la elección de cuentos, el autor tomó en cuenta obra que publicó entre 1988 y 2010, en los títulos Me perderé contigo, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, No estamos para nadie y El corazón es un gitano, donde si bien recupera sus propias obsesiones y vivencias, también se vuelve cómplice de los lectores que se sienten identificados con algunos de los temas que aborda, como los corazones rotos, la vida en la ciudad y las relaciones interpersonales, al asomarse a épocas que quedaron en el pasado.
“Si el joven que fui me viera aquí en este sueño absurdo, me infamaría sin piedad. Y yo le contestaría tranquilo, a sabiendas de que en la juventud todo es una tragedia, una traición a los principios, una deslealtad”, escribe Pérez Gay en Lección de anatomía.
Fragmento del libro Arde, memoria de Rafael Pérez Gay (Tusquets), © 2017. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México
No me iré sin ti
Estábamos muy contentos adquiriendo diversos artículos en un almacén de reconocido prestigio. La magnífica organización familiar descubrió este modo de hacer la compra: tú la fruta y la verdura; yo, abarrotes, blancos y salchichonería. No era lo que se llama una propuesta democrática, pero la acepté como se aceptan las cosas que se vuelven costumbre y uno acaba queriéndolas por el simple hecho de que ocurran siempre.
«Yo la fruta y la verdura», repetí mentalmente, y me encaminé por un pasillo de galletas, panes, harinas y otros productos ricos en calorías, hacia los anaqueles del fondo. En los supermercados de los que hablo, la fruta y la verdura siempre están al fondo. Caminé inexplicablemente feliz, como si me hubieran premiado o hubiera ganado una cantidad interesante de dinero en la última semana. Esto es la vida, pensé, lo demás son trampas de los sueños que caducan, turbias diversiones de la voluntad.
Elegir el jitomate bola puede parecer a simple vista una operación no sólo sencilla sino humillante. Es todo lo contrario, muy complicada y, además, fortalece el espíritu. Se sabe: si el jitomate se consumirá en breve, su textura puede ser blanda, pero si se piensa en el almacenamiento, el jitomate debe estar duro para que el tiempo lo madure y apruebe la buena ejecución de, digamos, una ensalada.
Estaba en esto y otras cosas, como la lechuga romana, la zanahoria, el pepino, la sabiduría que implica diferenciar el cilantro del perejil —uno tiene raíz, el otro no— cuando se oyó por el sonido local del almacén de reconocido prestigio una voz femenina llamando a la corrección de un precio, de un olvido involuntario:
—Abarrotes y servicios, favor de pasar a la caja siete.
Junto a mí una mujer examinaba un melón y le daba golpecitos como si alguien viviera adentro. Se oyó de nuevo la voz:
—Abarrotes y servicios, favor de pasar a la caja siete.
La misma mujer metía en una bolsa de plástico una cantidad de limones suficiente para darle limonada a unas sesenta personas con mucha sed. Una cinta reproducía los acordes orquestales de una canción de los Beatles: «Across the Universe». Se interrumpió la música y se oyó la voz de la mujer:
—Abarrotes y servicios, favor de pasar a la caja siete.
Estaba a punto de decirle a mi compañera de frutas y verduras que los empleados de abarrotes se caracterizan por su impuntualidad, cuando la voz regresó, pero ahora áspera, cercana a la agresión:
—Abarrotes y servicios, favor de pasar a la caja siete. No te escondas entre la muchedumbre —dijo la mujer—. Sé que estás aquí. Siempre supe que no tenías vergüenza. Vienes hasta aquí con tu mujer y tus mentiras como si no hubiera pasado nada entre nosotros. ¿Qué nueva mentira traes contigo?
Un silencio de eternidad como quería Baudelaire invadió el almacén de reconocido prestigio. La señora del melón volteó al techo como si quisiera encontrar en él la cara dolida de la mujer que hablaba inopinadamente por el sonido local. Pero yo supe, por mi conocimiento de los almacenes de reconocido prestigio, que la voz venía del departamento de devoluciones, ni más ni menos. Un hombre que como yo compraba la verdura se pasó una mano por la cara. No pudo disimular el miedo, la tensión dominó su mano derecha y despanzurró un jitomate —que yo había desechado— y que estaba listo para ser partido en rodajas.
El silencio se convirtió en desconcierto y éste en confusión. Una mujer dejó caer al piso la pasta Anti-Sarro con Fluoristat, los jabones antibacterianos y un paquete de Panty Shields para una perfecta higiene femenina después de esos días. Por alguna razón que, creo, tiene que ver con la solidaridad, le dije al hombre que había triturado el jitomate:
—Un útil instrumento de persuasión, ¿no le parece? —señalé las bocinas del sonido local y vi su mano derecha enrojecida y húmeda.
—Y pensar que te quise como a nadie —se oyó la voz, ahora con dos puntos más de volumen—. Que pasé años de mi vida en la sombra del secreto, que me alejé de todos. Cómo pude ser tan ciega. «Somos descaradamente felices», me dijiste una de las últimas noches que pasamos juntos hasta el amanecer lluvioso de un día de mayo. Eso fue lo que dijiste, ¿te olvidaste ya? Durante toda esa noche en que bebimos nuestro vino y nuestro sudor y nos quedamos dormidos, cansados de ser uno solo, convencidos de que aquello no era un sueño sino el momento más feliz de nuestras vidas, ¿te olvidaste ya? ¿Por eso regresas con tu mujer como si nada hubiera ocurrido entre nosotros?
Todos suspendieron sus necesidades compradoras, atentos a la voz. Un hombre rompió el pasmo:
—Me perdonan, pero un amor así debe ser una esclavitud espantosa.
Era un hombre de abrigo gris, con lentes y una mirada perdida en el abismo y no frente al refrigerador de cervezas heladas. Supe de inmediato que se trataba de un profesor de filosofía de la universidad de Berkeley que pasaba sus vacaciones en la ciudad de México. Las circunstancias me obligaron a responderle esto:
—Eso lo dice Schopenhauer; y me va a perdonar, pero Schopenhauer tiene más contradicciones que semillas esta sandía —alcé una sandía verde y madura para enseñársela.
—Piénselo, amigo —me dijo el profesor—. Un amor así es una esclavitud.
Por detrás de nosotros se acercó una mujer hermosa, de unos treinta y tres años recién cumplidos, vestida para hacer el mercado: jeans deslavados, blusa de flores, zapatos bajos. Era muy bella, y dijo:
—El asunto es si esta pobre mujer fue engañada o no. Por lo que dice creo que él mintió más de una vez. A cambio de las mentiras él recibió certezas diarias, cariño; actos de amor, más que palabras hermosas.
Rafael Pérez Gay (Ciudad de México, 1957): Estudió Letras Francesas en la UNAM y ha publicado numerosos artículos y textos sobre literatura francesa. Sus ensayos sobre la prosa y el periodismo del siglo XIX, y acerca de climas porfirianos, autores decadentistas y encrucijadas culturales de fin de siglo, han aparecido en diversas publicaciones a lo largo de más de veinte años. Otros libros publicados: Nos acompañan los muertos (Seix Barral, 2009), El corazón es un gitano (Seix Barral, 2010) y El cerebro de mi hermano (Seix Barral, 2013). @RPerezGay