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RESEÑA | “Nada que perdonar, la vida callejera de un autor incómodo”, un texto de Iván Farías

sábado, agosto 31st, 2019

Nada que perdonar, la vida callejera de un autor incómodo es un texto del escritor Iván Farías. Con la autorización de Langosta Literaria, Puntos y Comas lo reproduce íntegro. 

Ciudad de México, 31 de agosto (Langosta Literaria).– J.M. Servín es uno de esos autores molestos mexicanos, uno que se aleja por gusto propio de la idea del ser el intelectual políticamente correcto en las redes sociales o que comulga con las causas sociales del momento. Pero también pone distancia del intelectual borrachín, que con unas pocas lecturas quiere hacerse el contracultural e irreverente. Servín es uno de esos autores criados en la calle, que comenzó su andadura literaria con las historietas y los programas de crímenes en la televisión. Una rara avis en un país en el que muchos escritores presumen sus posgrados y no su narrativa.

El primer tiro que sale de su pluma es la novela corta Cuartos para gente sola, un descarnado libro sobre un misántropo y marginado tipo que ante la desesperación, se ofrece para combatir con un perro de pelea. Este libro fue rechazado por varias editoriales hasta que acabó apareciendo bajo el sello independiente Nitro/Press. Así iniciaría la andadura de Servín, quien centraría su mirada en la calle, en los desposeídos, en sus vagabundos, en la periferia.

En Nada que perdonar, Servín hace algo que es un quiebre con la forma en que se hace narrativa en nuestro país, el contar de primera mano, sin ser autoficción, cómo se hizo escritor. Si bien en un libro anterior —Por amor al dólar— ya había realizado una crónica de su vida como trabajador ilegal en Estados Unidos, Inglaterra y Francia, es aquí que se abre de capa para contarnos sobre su mundo familiar.

Por ejemplo, entremezclado con crónicas de ladrones, criminales y detectives famosos como Valente Quintana, nos va contando la manera en que el machismo propio de la sociedad mexicana va formando un carácter duro, crudo, agreste entre los hombres. Las constantes referencias a su padre, la manera en que era reprendido por leer, por estar interesado en salir del sitio donde “le tocaba estar”, nos van mostrando el espacio áspero donde el futuro escritor fue haciendo su vida. Su prosa descarnada, alejada de florituras va dejando tras de sí pedazos de existencia en los que se alcanza a sentir sus más fuertes influencias, la cultura negra norteamericana y los escritores de la generación perdida.

Como si la ciudad fuera él, y él fuera la ciudad, cartografía de primera mano cómo se ha ido modificando la urbe a través del tiempo, tomando como referencia los tugurios y antros que visita, donde convive con seres que serían él si la literatura no le hubiera llegado. Servín se apresta a servir como testigo de cómo los indigentes habitan y sobreviven en las calles, cómo la policía cierra vialidades o levanta inocentes, cómo los ambulantes se repliegan y avanzan en un desafío constante a la autoridad o cómo los manifestantes le amargan la vida con sus bailes y basura.

Por otro lado también se encuentran las vicisitudes propias de la escritura. Las presentaciones, las reuniones que casi siempre acaban en alcohol y claro, las nostalgias por las amistades perdidas. El capítulo dedicado a Sergio González Rodríguez, por ejemplo, que lo describe tal cual era, un hombre pequeño, pero que contenía en ese cuerpo menudo una energía que te empujaba seguir con tu trabajo con su famoso grito de Métele, brother.

Servín pelea a la contra y este libro lo constata, no tiene nada por lo cual pedir perdón, pero sí hay mucho por cual agradecerle. Su mirada, su prosa, su vida.

ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE Langosta Literaria. VER ORIGINAL AQUÍ. PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN.

Lo más importante es la charla entre el librero y el lector. Una máquina no puede vender libros: Iván Farías

sábado, abril 6th, 2019

Iván Farías nació en la Ciudad de México en 1976. Es escritor y crítico de cine. Ha desempeñado multitud de oficios, desde vendedor en carreteras hasta librero. Estudió ciencias de la comunicación aunque su formación ha sido autodidacta. Ha publicado en numerosos periódicos y revistas del país. Y ha sido jurado en diversos festivales de cine. Actualmente es crítico de cine para Playboy México.

Ciudad de México, 6 de abril (SinEmbargo).– Iván Farías lleva años recopilando anécdotas como librero. Dice que lo más importante es la charla entre el vendedor y el cliente (el lector). Las experiencias le han dejado un profundo cariño por los libros, a los cuales también se ha acercado por medio de su propia pluma.

“Es un trabajo que me gusta. Es raro. Le vas agarrando cariño a los libros y le vas agarrando cariño a los lectores. Los lectores se convierten en amigos. Sabes lo que les gusta, sabes lo que leen. Hay charla entre lector y librero”, cuenta en entrevista con SinEmbargo.

Farías nació en la Ciudad de México en 1976. Es escritor y crítico de cine. Ha desempeñado multitud de oficios, desde vendedor en carreteras hasta librero. Estudió ciencias de la comunicación aunque su formación ha sido autodidacta. Ha publicado en numerosos periódicos y revistas del país. Y ha sido jurado en diversos festivales de cine. Actualmente es crítico de cine para Playboy México.

Iván también es consejero editorial en Nitro/Press, donde ha publicado Entropía (2014, remix del libro que ganó el premio «Beatriz Espejo» en 2002), la antología México Noir (2016) y ha colaborado en diversos títulos como las antologías Lados B 2012 y Latinoir, y las ediciones conmemorativas de Safari en la Zona Rosa y Se está haciendo tarde (final en laguna).

El escritor resalta la parte humana de vender libros. Asegura que es algo que no puede hacer una máquina.

“Es una forma increíble relacionada con el psicólogo y con el cantinero. Le das a la gente reflexiones, ideas. Intercambias. Va mucho más allá de lo que está pasando. Conoces a los clientes. Hay una parte muy humana”, dice.

Durante los años que lleva trabajando desde el piso de ventas, Farías ha hecho grandes amigos. Uno de sus textos, Tipos que no duermen por la noche, se presenta a continuación.

SinEmbargo comparte un fragmento del libro de cuentos Tipos que no duermen por la noche (Nitro/Press – Secretaría de Cultura; México, 2019).

***

Café

Llegó al parque y compró el periódico. Vestía igual que hacía años, sin variar ni un poco: camisa a cuadros, pantalón de mezclilla y mocasines Flexi de nobuk. Se sentó en uno de los muchos cafés que dan al palacio de gobierno, el más cercano a la puerta central. Con parsimonia pidió un americano. Abrió el periódico y lo dispuso sobre la mesa. Las noticias locales hablaban sobre los despidos recientes: 100 obreros en la fábrica de cable, 87 en la de hilados, 130 en las maquiladoras de celulares.

Levantó la cabeza y observó con detenimiento la puerta del palacio de gobierno. Vio a los dos policías que vigilaban para impedir que un puñado de manifestantes entraran a perturbar al gobernador y a sus colaboradores. Unos campesinos afectados por las heladas sostenían un plantón desde hacía una semana. Un par de ellos habían amenazado con ponerse en huelga de hambre si no les daban respuesta.

La mesera llegó con el café y le ofreció un pastel. Carlos la miró con fiereza. Lo prefiero solo, dijo. Acomodó la taza justo detrás del periódico, sacó una libretita más pequeña que su mano y apuntó en ella:

«Día uno, 8:43 de la mañana. A las nueve, me informan, llega el gobernador».

Volvió a observar el parque, la gente, un par de campesinos sentados en el suelo recargados en una jardinera, las improvisadas casas hechas con telas y lonas. Un hombre de unos treinta años en jeans y con playera estampada con la leyenda sin maíz no hay país daba indicaciones. Vio a los policías que cuidaban la puerta, cansados, estáticos, sin ninguna preocupación y comiéndose con los ojos a las oficinistas en faldas apretadas que pasaban frente a ellos. Un día tranquilo, como lo eran todos en San Carlos. La gente de prensa tomando café en los restaurantes vecinos, con sus chalecos estampados de insignias de sus medios, los periódicos acumulados en las mesas, algunos políticos de baja estofa desayunando, los meseros quietos en las entradas de los restaurantes, los burócratas comiendo tamales en la esquina, los boleros limpiando zapatos y, de vez en vez, algún tipo corriendo para llegar a algún sitio.

Carlos pidió una hoja a la mesera y ella le trajo una membretada con el nombre del lugar. Dobló el periódico, lo puso a un lado, sorbió un poco del café negro y se dispuso a dibujar un croquis de la plaza. Hizo un gran rectángulo del lado derecho al que rotuló como «palacio de gobierno», luego un cuadrado donde puso «kiosko», tres pequeños círculos cerca del rectángulo a los que bautizó como «manifestantes». Otros dos rectángulos en los que escribió «cafés» y «portal chico», respectivamente. Con flechas marcó el sentido de las calles y dibujó apresuradamente el resto de las cuadras.

De improviso sonó su reloj con una alarma chillona que repetía un arcaico pip pip pip. Dejó el dibujo en paz y volteó a ver hacia el palacio de gobierno. Esperó sorbiendo poco a poco su bebida sin dejar de mirar a la puerta. Llegó una comitiva de dos suburban; de una bajó un hombre moreno, regordete, cabellos lacios y mirada huidiza: era el gobernador, seguido de una rubia de piernas largas y lentes de pasta, y dos tipos trajeados. Y de la otra suburban, tres guaruras.

Carlos anotó en la libretita: 09:03. Dos camionetas, siete personas. Policías quietos. Manifestantes gritando consignas. Aproximadamente 22 metros hasta palacio de gobierno. Siguió viendo la escena.

El gobernador despachó a los guaruras a la mitad del camino. Los manifestantes comenzaron a gritar «¡Solución!». Uno de ellos, el hombre de la playera sin maíz no hay país se acercó para darle una hoja. Los policías de inmediato se movieron de su lugar con la cara fiera, pero el trajeado los detuvo con la palma derecha levantada. Tomó el papel y le dijo en tono conciliador que hablaría con ellos. Estrechó la mano del sujeto sin maíz y le pidió a la rubia apuntara su nombre y lo hiciera pasar cuanto antes. ¡Solución!, siguieron gritando los campesinos sin atreverse a salir de su maltrecho campamento.

Hijodesuputamadre, soltó por lo bajo Carlos y se buscó un cigarro. La mesera se acercó para prendérselo. Le preguntó si quería algo más. Carlos ni se molestó en contestarle. Vio que el hombre se metía en el edificio y luego esperó hasta que volvió a salir para apuntarlo en la libreta: 11:43, el gobernador sale con sus custodios.

Prendió la cafetera y esperó pacientemente a que el agua comenzara a subir para luego bajar por el filtro y llenar la jarra. Se asomó a la ventana y vio que afuera estaba todo detenido. Ya no había niños en la unidad donde vivía, así que los juegos mecánicos pintados de colores chillantes sólo esperaban que el tiempo los oxidara. Fue a la cajonera de su recámara y sacó el revólver. Era un S&W 327, café, envejecido como él; comprado hacía años, cuando la fábrica lo nombró supervisor en jefe y temía que lo asaltaran. Había ido a una tienda de armas a la Ciudad de México y luego de pasar por múltiples trámites, se lo entregaron en una caja de madera.

Cuando lo compró había jugado con él todo el día. Esperó para llegar a casa y enfundarlo y desenfundarlo, igual que un vaquero. Se veía al espejo mientras lo acomodaba en la cintura, o lo guardaba en la bolsa secreta de la chamarra cazadora que le habían regalado en navidad. Le gustaba sentir el peso del arma en la mano, cómo se amoldaba perfectamente a sus dedos, a su palma, como si se hubiera hecho expresamente para él.

Esa noche se fue a un lote baldío y ahí disparó a unas latas viejas de refresco y cerveza. Pronto se dio cuenta de lo difícil que era darles alejado varios metros. Pero nada se comparaba al atronador sonido cuando disparaba. Carlos se sintió poderoso, imbatible. Así que durante varios meses lo estuvo llevando a todos lados escondido entre sus ropas hasta que su hija le pidió que no lo hiciera. Nunca había podido contravenir una petición de ella.

Luego vino el cierre de la fábrica y el atestiguar cómo su vida de jefe se iba perdiendo. Hacía casi medio año que Didermex había clausurado sus puertas y a cambio de sus años de servicio le habían entregado un cheque con unos pocos miles, que servían para llenar únicamente la despensa y embriagarse en un bar esa noche. Unos pocos miles por los casi veinte años de trabajo ininterrumpido, las tarjetas checadas a la hora precisa, las horas extras y los días quitados a la familia para invertirlos en «la empresa».

Tomó el revólver y lo desarmó. Contó cuántas balas le quedaban: 16. No habría problema. Fue a la cocina y se sirvió una taza de café. En ese momento sonó el timbre de la puerta. Corrió a la habitación, tapó el arma con una cobija y fue a ver quién tocaba. Una mujer delgada, de ojos color miel y pecas en las mejillas con una nariz igual que la de él, se presentó con una bolsa de supermercado. Era su hija.

La mujer volvió a tocar pero él se quedó estático, sin atreverse a mover. «Ahí estás papá, ábreme», dijo ella. Volvió a tocar tratando de ver hacia adentro. Dejó la bolsa del súper en el suelo y se fue. Luego de un rato el hombre abrió y la metió.

—Me trae su limosna.

«Un americano, ¿verdad?», dijo la mesera cuando Carlos se sentó a la mesa. Él asintió y abrió su periódico. Mismas notas, diferentes nombres. Un mecánico había golpeado a su mujer hasta matarla, el secretario de transportes local dijo que no subiría el precio del pasaje, una actriz añeja fue la madrina de la generación saliente del tecnológico de Agua Suave.

A los campesinos en la plaza se les había unido un grupo de normalistas que deseaban tarjetas de descuento y una asociación de migrantes que esperaban les devolvieran los salarios que envió la administración norteamericana hacía cinco años. La plaza frente al palacio de gobierno estaba colmada de mantas escritas con diferentes peticiones: «Gobernador ¡renuncie!», «Fuera secretario Limantur», «Solución», «Renuncia».

Día catorce, apunta en su libreta: Cerca de cincuenta manifestantes. Continúan los mismos dos policías en la puerta y el séquito de tres guaruras. La rubia siempre detrás, los acompañantes varían de uno a cinco, dependiendo el día. El ritual demagogo de llegar a las nueve continúa sin cambio. El tiempo promedio para atravesar los veintidós metros hasta palacio de gobierno varía entre uno y cinco minutos. El momento de guardia baja es cuando recibe las rechiflas de los indignados en la plaza y pide a sus guardias no intervenir. Es un momento de confusión apropiado.

Tomó café y escribió la hora: 9:04.

Cuando vio que el gobernador se metió a palacio, dejó el importe exacto de su consumo en la mesa, más cinco pesos. Encendió el cronómetro y caminó hasta donde se detenía siempre el político. Tiempo de recorrido, puso en la libreta, 42 segundos.

Observó el territorio desde ahí, las caras de los campesinos, de los migrantes, observó a un joven comer una Maruchan sentado en la banqueta. El hombre sin maíz caminaba de un lado a otro dando órdenes. Carlos se preguntó si en su juventud tuvo la misma vitalidad.

La mujer pidió un descafeinado y él un expreso.

—¿Cómo está tu madre?

Los platos con las sobras de pasta quedaron frente a ellos.

—Bien, ya sabes que siempre se las arregla para ser feliz.

—¿Sigue teniendo los cincuenta perros?

—Sigue teniendo a los cinco de siempre. Nube ya está bien viejita, creo que de este año no pasa.

—Tanta gente con hambre y tu mamá dándoles la gran vida a esos animales.

—Son su compañía, papá. Yo casi no estoy en la casa. El trabajo en la oficina del gobernador es muy pesado, apenas si me da tiempo de salir con Jorge.

La mesera trae los cafés y se lleva los platos. Quedó la mesa sólo con las dos tazas.

—¿Y para cuándo se casan?, me habías dicho que ya pronto.

—No sé, ni idea. Lo hemos pospuesto. Cada uno tiene mucho trabajo. A veces para vernos me tengo que quedar en su casa y salir tempranísimo; es que en el día no hay tiempo.

—Pero si Jorge es tu novio desde…

—Desde la preparatoria, papá. Las situaciones cambian, uno va madurando y piensa mejor las cosas. No sé si Jorge sea mi más grande amor, no sé si quiero pasar toda mi vida con él. Es más, no sé qué pasará cuando se acabe el sexenio. No me atormentes con eso.

—Tenía ganas de conocer a mi nieto.

—Ahí vas de fatalista. Estás flaco pero no te vas a morir pronto. O qué, ¿tienes una oscura enfermedad de la que nadie está enterado?

—La vida se va muy rápido.

—No pensé que fuera cierto, pero sí, los viejitos se van volviendo bien amargados.

—¿Me dijiste «viejito»?

—Claro, antes no eras así. Eras risueño, movido. Ahora todo el tiempo tienes cara de velorio. Odias el Internet, a los jóvenes… para acabar rápido, todo lo nuevo. Ves a los chavitos saliendo de las escuelas y vas renegando de ellos, que si las fachas, que si el respeto. Te has vuelto tan antisocial.

—Es que el mundo se ha vuelto terrible.

—¿Ves?, un viejito completo.

—Tú lo dices porque tienes un buen trabajo, pero hay miles de personas desempleadas, como yo…

—Porque quieres. Ya te dije que te ofrezco trabajo pero te gusta hacerle al mártir. Mira, papá, quieras o no el gobernador es muy humano. Trae sus guaruras, pero nunca impiden que la gente se acerque. Hace audiencias públicas, resuelve problemas. Tú bien sabes que se levanta a las siete de la mañana para llegar puntualito a las nueve a palacio. Nos traen en friega.

—¿Y los que están ahí manifestándose?

—Son acarreados, papá. A-ca-rre-a-dos. Los manda el senador Argüelles. Está bien ardido de que no haya ganado su delfín. Tú conoces como son las patadas bajo la mesa. No sé cómo te puedes creer eso. ¿Quién les manda comida diario? Sale del Senado. Por eso el gobernador no deja de pasar diario por ahí. Sabe que son puros fantoches y que si no hiciera su rutina diaria demostraría que tiene miedo.

—No creo. Hay mucha gente que lo odia.

—Mejor hablamos de otra cosa porque me estás haciendo enojar.

Día veintitrés. 07:34 de la mañana, jueves 14 de octubre, el día que se quedará en la memoria de la gente como el inicio de un grito que espero sea replicado por muchos. Ante la sordera de las autoridades, el estruendo de un arma hará que nos oigan. El hombre que mataré es un simple ratero como muchos de los que hay en todas partes. Villanos que han venido a saquear a la nación, que han alimentado la avaricia de las transnacionales, que quieren dejar sin dignidad a un pueblo que poco a poco les fue cediendo el poder. No culpen a nadie más de su muerte. Soy un ciudadano que actúa inspirado en los ideales de este país. Dejo esta carta aquí, en mi casa, porque sé que dentro de poco arrasarán con todo lo que ahora son mis pertenencias. Que la gente vea las condiciones miserables en las que vivo, que sepa que no soy un loco, simplemente un ciudadano que se hartó de las maneras pacíficas.

Carlos llegó al café con la chamarra cazadora que le regalaran en Navidad. En una bolsa llevaba el revólver, cargado, listo. Se sentó y por primera vez pidió un té. Se sentía tan nervioso que no quería incrementar más su presión arterial. Cuando le habló a la mesera, la voz le temblaba. La mujer ya le sonreía; los cinco pesos extras diarios le habían ablandado el corazón frente a los rústicos modales de Carlos.

Vio el reloj, 08:56; los del plantón aumentaron en número a casi una centena. Había unos cables amarrados a postes, árboles y jardineras. En ellos colgaron fotografías de los estragos de las heladas, de migrantes marchando en alguna ciudad norteamericana, de los estudiantes en míseras escuelas sin ventanas. Un grupo de familiares de desaparecidos que buscaban a sus hijos e hijas habían engrosado el campamento. Los rostros de las personas se veían tensos. El hombre sin maíz hablaba por un altavoz. En su discurso de vez en vez se oían palabras como corrupción, burla, hartazgo. Se oía furioso.

Carlos vio a lo lejos el cotidiano convoy de las Suburban. Sacó un billete de cincuenta pesos, lo puso sobre la mesa y le dijo a la chica que se quedara con el cambio. Caminó lentamente hacia el baño y entró. Cerró la puerta y sacó la pistola. Vio el brillo metálico en el cañón, quitó el seguro al tambor y verificó que estaban todas las balas. El revólver parecía habérsele pegado a la mano. Metió el arma a la chamarra y salió con la mirada fija hacia el frente. La mesera le dio las gracias, pero él no respondió.

09:01, las camionetas se detuvieron a los veintidós metros de la puerta del palacio. Los manifestantes dejaron su plantón y fueron reduciendo espacio entre ellos y el gobernador. El hombre sin maíz bajó el altavoz y tomó el liderazgo. Los dos policías se acercaron y de dentro salió un par más. La rubia de lentes se veía nerviosa. Carlos caminaba contando sus pasos. Sólo debería llegar por detrás, desenfundar la pistola y disparar dos o tres veces seguidas. Luego lo haría en su propia cabeza.

09:02, Carlos sudaba. Sentía que el revólver podía caérsele. El gobernador detuvo su comitiva y se acercó al hombre sin maíz como esperando un interlocutor.

09:03, el gobernador dijo a los custodios y a los policías: déjenme hablar con ellos; somos un gobierno de puertas abiertas. La rubia se metió entre dos de los tres guaruras. El trajeado muy feliz extendió la mano. Los gritos de «¡Solución! ¡Solución! ¡Solución!» alborotaban a las aves, que chillaban entre los árboles.

Carlos se acercó lentamente por atrás sin que los escoltas se dieran cuenta. Alargó la mano con el revólver y justo cuando lo iba a poner en la nuca del gobernador, el hombre sin maíz se le adelantó con una escuadra y sorrajó un tiro. Carlos probó el calor de la bala entrando en sus carnes y el dolor del plomo caliente haciéndose paso. La vista se le oscurecía así que vació la pistola mirando fijamente a su objetivo.

Abrió los ojos y su hija, con un café en sus manos, le sonrió. La habitación olía a flores.

—Papá, ¿me escuchas?

—Sí —contestó apenas moviendo la boca.

—Todos estamos muy orgullosos de ti.

—¿Qué?

—El gobernador no sabe cómo agradecerte lo que hiciste.

Carlos vio a su alrededor: Tenía suero conectado a su brazo izquierdo y el pecho vendado. Había flores por toda la habitación. La luz del sol luchaba por colarse entre las persianas cerradas. La mujer bebía de un vaso de cartón que decía café en varios idiomas.

—¿Qué pasó?

—Que los pendejos de su seguridad no se dieron cuenta de que el loco ése iba armado y tú sí. Le metiste tres tiros. Apenas supieron que eres mi papá, me mandaron llamar.

Carlos quería reírse, pero el dolor en el pecho no lo dejaba. Se agarró la cabeza y se quedó en silencio.

“Un plan perfecto”, la vocación por un género: Iván Farías

sábado, julio 29th, 2017

Con una narración veloz y llena de humor, Iván Farías conecta un robo simple con las guerrillas en África, la mafia rusa y las redes de criminalidad en Europa.

Ciudad de México, 29 de julio (SinEmbargo).- Un plan perfecto es la primera novela policial de Iván Farías. Uno podría no ponerle el adjetivo de policial e igual acertaría, porque está suscripto al juego del género con una voluntad firme y convencida.

Diego Rodríguez, el Soñado, es un ladrón de los viejos, por lo que tiene un particular código moral en el que evita usar la violencia. Cansado de su vida criminal, decide hacer un último atraco y retirarse. Escoge irse a la bucólica provincia mexicana para robar un banco y desaparecer más tarde en la playa para servir cervezas frías mientras una joven de 15 años cocine camarones para los clientes de su restaurante.

Siguiendo los consejos que le daba su padre, se dispone a ejecutar un plan perfecto, pero desconoce que los planes jamás funcionan como se organizan. En paralelo a todas las intenciones del protagonista de esta historia, se entrelazan otros personajes; un ladrón de joyas, un pintoresco diputado tlaxcalteca, un aprendiz de narcotraficante, un par de sicarios norteños y un peculiar taxista que harán de todo para impedir su retiro.

La sinopsis de la novela de este narrador nacido en 1976 comprueba hasta qué punto su decisión forma parte de encender la clave de un género que en los últimos tiempos ha tenido a varios escritores. Entre ellos, Hilario Peña ha dicho: “Una novela vertiginosa que se mueve entre cantinas y joyerías del Centro Histórico y palapas en el Golfo de México”.

–Un plan perfecto es la historia de un hombre que quiere desligarse de todo, pero primero quiere robar.

–La de un tipo que quiere primero hacer las cosas por la fácil y según en su código, no quiere dañar a nadie, a fin de cuentas termina dañando a la gente, le quita sus cosas. Es una especie de deseo de tener unas vacaciones permanentes, pagadas por alguien más. Esta loca idea de ganarte la lotería o que te herede de un tío rico.

Un plan perfecto es la primera novela de Iván Farías. Foto: SinEmbargo

–Bueno, la idea de ganarme la lotería yo la tengo, juego todas las semanas…

–Yo juego Chispazo…

­–En este querer ganarse la lotería encuentra en el camino a un montón de gente

–Sí, los planeamientos de robo o ese tipo de novelas que crees que todo está organizado, en realidad encuentras que no puedes controlar nada. Se va encontrando una serie de personajes. El Soñado se encuentra a un antiguo compañero suyo, con el que compartió una campaña política y también compartió a unos sicarios, casi sin nombre y a un vendedor de joyas. Pero también hay muchos otros personajes, de los cuales no sabe El Soñado que están ahí. Lo que yo quería era como hacer una especie de zoológico, de una serie de criminales o de gente que está inmiscuida con algo que puede ser muy sencillo: robar unas joyas.

Un plan perfecto es la posibilidad que tú tienes de explayarte en el género

–A mí me gusta mucho el género policial, porque es como un juego y aparte crea un tipo de lector paranoico. Como dice Piglia, un lector paranoico que va avanzando sobre la novela, todo el tiempo está pensando en ella, no entra inocente, sino que tiene un reto con el autor. Eso me gusta mucho. Es como conoce a alguien y decirte: ahora vamos a ver qué va a traer. Otra cosa por la que me gusta es que a la gente que le gusta el policíaco enseguida te conectas, en cualquier parte del mundo. No importa que sea de Alemania, de Inglaterra, de Argentina, siempre hay puntos de referencia. Somos como una hermandad de niños. Recuerdo a un gringo que era soldado y que llegó a la librería, tenía como 30 años más que yo, teníamos vidas totalmente diferentes, y terminamos siendo amigos por el género policial. La novela es como un gran juego, en la que acomodas las piezas para que el lector llegue hasta el final.

–Y ahora acomodando las piezas, ¿qué aporta Un plan perfecto?

–Creo que siempre está la idea de que hay buenos y malos en la novela, lo que yo quise hacer en realidad es marcar que no hay inocentes. En todos lados están inmiscuidos, de una manera o de otra, en la criminalidad. Haciendo como que robas poquito o mirando para otro lado. Traté de poner en varios niveles en esos personajes.

–¿A quiénes nombrarías como colegas del mundo policial en México?

–Hay muchos colegas. El tema que más se usa es el tema sexual y tratar de resolverlo. En mi caso, traté de no meter narcos, a pesar de que los dos sicarios son unos “narcazos” y plantearlos sobre un robo. Me gustan mucho los robos, es como un juego, como un planteamiento. Me parece haber incorporado otra voz en la literatura de género mexicana. Que puede funcionar, una voz que es muy propia, muy mía.

Un plan perfecto, editada por Penguin Random House. Foto: Especial

–El robo te trae además cierto lector que va más allá del crimen

–Sí, así es. Es definitivamente otro tipo de lector, está tratando de saber. Una de las cosas que tienen también las novelas policiales es que aprendes mucho de otros lados, uno lee las novelas suecas, las danesas, para saber cómo funcionan las cosas allá. O lees novelas argentinas porque te llevan a otros parajes y entonces tuve que investigar mucho para esta novela, aunque en el fondo utilizara muy poco.

–Imanol Caneyada acaba de sacar un libro…¿A quienes admiras aquí?

–Me gusta mucho lo que hace Imanol. Lo leo mucho, aunque siempre me estruja. Me duele lo que él escribe. Francisco Haghenbeck también me gusta, es un personaje que crea y que lo disfruto. Hilario Peña me encanta lo que escribe…

­–Eres muy joven, estás iniciándote en el tema de la literatura, ¿cómo te sientes?

–Bien, siento que los autores que admiro son muy disciplinados y tratan de sacar varias novelas, creando un universo propio. Pienso en Benjamin Black, que tiene ya varias obras y quiero hacer una obra sólida, crear un mundo personal, apenas voy empezando.

Los 10 libros entrañables del escritor Iván Farías

sábado, octubre 1st, 2016

Leer por diversión y no por obligación: el lema de la familia Farías que se ha hecho carne en Iván, el joven autor de Entropía Remix.

Ciudad de México, 1 de octubre (SinEmbargo).- En casa siempre hubo libros. No los grandes libros, sino novelas baratas de crimen y terror, además de historietas, ahora llamadas cómics. Lo mismo estaban las revistas llamadas El libro rojo y el Libro policíaco, que las colecciones de novelas que sacaba ediciones Forum, sobre policial y terror. Amén de los bolsilibros de vaqueros y los de Bruguera. En la familia la lectura fue siempre diversión y no deber. Tal vez por eso me gusta estar siempre con un libro.

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Es una de las novelas que más he leído. Me parece uno de los mejores libros de José Agustín porque tiene dos personajes muy fuertes, Eligio y Susana. Pero el trasfondo más interesante aún. La relación entre Estados Unidos y México, cómo nos tratamos los escritores, la relación de colonización de las universidades gringas y el mundo ordenado limpio de los norteamericanos al desordenado y sucio del nuestro. Y todo es sencillo, sin juegos verbales, sin pirotecnia en la narrativa. Uno lo lee y conecta de inmediato con los personajes.

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Libro de cartas y artículos de Raymond Chandler. A manera de una especie de autobiografía vamos conociendo a un Chandler más ácido que el de sus novelas, pero también más frágil. Era inabarcable el viejo. Cada frase suya es una lección. Cada queja se convierte en el deseo de mejorar las cosas. Alcohólico, taciturno, necio pero siempre lúcido, este libro es como platicar con él.

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El primer libro que leí de Stephen King y el único que me ha dado miedo. Lo tuve en una edición usada que publicaron como recopilación de bestsellers, así que tiene la portada de la película. Yo tenía 13 años y era el primer libro que leía de King. Ene se momento no me di cuenta, pero el de Maine sabe muy bien describir a una parte de la sociedad gringa. Hace un buen cuadro de costumbres sobre esa América blanca, con sus miedos y sus deseos más profundos. La imagen de un padre deseando que vuelva su hijo de la tumba, no importa que tan mal esté, le da una vuelta al viejo cuento de La garra del mono.

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Lo leí en la Universidad, para ese momento ya había tenido varios trabajos. Había sido obrero, dependiente de una papelería, mesero, vendedor callejero y me faltaban más trabajos. Cuando lo leí entendí que la vida del escritor no era de éxito y riqueza, sino de trabajo toda la vida. Cuando toros leen a bukowski se quedan con la idea de embriagarse y no en la disciplina de este para escribir en las peores adversidades.

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Lo leí ya grande y lo hice por recomendación de un amigo. Me gustan mucho los libros de viaje, pero creo que Chatwin tiene algo que me hace congeniar de inmediato con él: le gusta la extrañeza. Logra conocer a personajes disparatados y locos. Su prosa es muy diáfana, pero logra con ella reflexiones muy interesantes que solo ofrecen los viajes.

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La leí muy joven en la edición de Lecturas Mexicanas. En un principio me pareció algo menor. Pero luego me di cuenta que recordaba muchas situaciones y frases. La volví a leer y me enganché, la vi de otra forma. Me gusta tanto que estoy haciéndole una especie homenaje en algo que estoy escribiendo.

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Recopilación de cuentos que sacaba la extinta Martínez Roca, aunque la marca existe ya no es la misma de antes. Su colección Superterror era completamente de colección. Lo que hacían era traducir recopilaciones anuales de revistas de prestigio de EUA y darle su característico sello. Aquí había tres cuentos que no olvidaré jamás: el de un tipo paranoico que siente lo persiguen los judíos, el un tipo que obtiene el terrible poder de sentir lo que sienten los demás y el tercero, el de una chica hermosa que cuando se excita se convierte en un monstruo. Se quedaron tanto en mi cabeza que un día escribí un cuento plagio de uno de ellos y tuve que destruirlo cuando recordé que la historia no era mía.

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Libro en español que traduce la versión inglesa del libro, y que agrega varios artículos que en la original no aparecen. Viví en un pueblo de Tlaxcala durante tres años, en él no había señal de tv así que me devoré todas las películas de un videoclub cercano. Este libro me hizo volverme un sibarita de VHS, descubriendo que la filmografía de países llamados tercermundistas, utilizan lo de los países colonialistas pero le agregan su propia cultura, dando así a objetos culturales muy interesantes.

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Otro libro que compré usado y muy joven. Leer a Ibargüengoitia es volverse adicto a él. Esta serie de viñetas, de anécdotas y de desparpajo fueron mi entrada al mundo de Cuevano. Una vez que entras ahí es imposible de salir. Con Ibargüengoitia supe que al literatura no tenía que ser solemne ni exquisita para ser buena.

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Matheson es un genio. Sus cuentos son increíbles, pero es en Soy Leyenda llevó al máximo sus estilo seco, de frases cortas y de gran imaginación.  El relato de un tipo que se siente víctima, pero en realidad es victimario, trastocó todo mi mundo. Aún hoy, cuando al vuelvo a leer logro entender otras cosas que se me habían escapado.

Iván Farías, autor y lector. Foto: Facebook

Iván Farías, autor y lector. Foto: Facebook

Iván Farías nació en Ciudad de México, (1976): Es narrador y crítico de cine. Creció entre su ciudad natal, Tlaxcala, Puebla y Xalapa. Ha publicado dos volúmenes de cuentos y dos de ensayo, además de una novela corta. En la tercera emisión del concurso de argumento cinematográfico convocado por la Agencia Bengala-UANL quedó dentro de la short List.  Cuentos suyos han aparecido en varias antologías. Ha publicado cuentos y artículos en diferentes revistas y periódicos de circulación nacional, además de múltiples revistas underground en todo el país. Ha publicado cuentos también en Estados Unidos y Chile. Ha sido seleccionador en el Festival Internacional de Cine Puebla, en dos ocasiones, además de jurado en el Festival Macabaro. Actualmente es columnista de cine para Playboy México. Ha escrito el guión para dos cortos filmados.

LIBROS IMPERDIBLES | Cuatro propuestas para la mesa de novedades

sábado, junio 25th, 2016
Que no se te pierdan las joyas en la mesa de novedades. Foto: Shutterstock

Que no se te pierdan las joyas en la mesa de novedades. Foto: Shutterstock

Los libros que merecen ser leídos, recomienda el escritor y periodista Iván Farías. Para que no se te pasen esos títulos que quizás no tienen tanta publicidad, pero que valen mucho

Por Iván Farías

Ciudad de México, 25 de junio (SinEmbargo).- Muchas veces el ruido de las novedades editoriales allende el mar, las campañas de mercadotecnia, las propuestas políticas coyunturales y el reducido presupuesto de las editoriales independientes nos impiden acercarnos a títulos que pasan por la mesa de sugerencias sin detenernos en ellas. Este es un listado de cuatro libros que merecen la pena ser leídos porque tienen una propuesta diferente, porque se arriesgan por contar de otra manera.

Una historia de marginación, en una novela filosófica. Foto: Especial

Una historia de marginación, en una novela filosófica. Foto: Especial

Rambler, de Antonio Calera-Grobet. Colección Imaginaria

Una novela que rompe los moldes de lo que debe ser una novela. Breve, amena, ensayística, juguetona. En Rambler se cuenta la historia de un tipo que un día, luego de una desgracia, decide quedarse a vivir dentro de su auto. Un hombre del cual, cómo apunta el autor, han hablado muchas personas. Un hombre que sirve como punto de referencia para ahondar sobre el rechazo, sobre la soledad, sobre como un hecho así afecta a todos los que tocan, hayan convivido o no con él. Es la historia de los muchos personajes urbanos con los cuales convivimos a diario, pero que hacemos invisibles para poder continuar con nuestro viaje diario por la urbe.

En Rambler, Calera-Grobet da rienda suelta a sus pensamientos, es en cierta manera, cómo meterse en su cabeza y tener una larga discusión con él. Es un fluido de pensamientos, pero también la narración, a trompicones, de una historia que tiene muchos finales y vertientes. Es en suma, un texto rabioso, que busca preguntar y responderse sobre la marcha, llegando a momentos de gran lucidez.

La biografía del creador de El Eternauta. Foto: Especial

La biografía del creador de El Eternauta. Foto: Especial

Continuum. Una novela sobre Héctor G. Oesterheld, de Edgar Adrián Mora Editorial Paraíso perdido

¿Para qué biografiar a un semi desconocido autor sudamericano? Podría pensar el lector promedio que puede beberse las páginas biográficas de europeos desconocidos, con la seguridad de que está haciendo algo loable. Mi respuesta es porque debes conocer Héctor Germán Oesterheld ya que llevó una existencia pletórica de vida, porque imaginó decenas de mundos y porque llegó un momento en que, como alguna vez afirmó, tenía más lectores que Jorge Luis Borges.

También hay que leerla porque Mora es un muy buen escritor. No solo toma como punto de partida la vida real del guionista argentino, sino que la entremezcla con la de sus personajes imaginados. Mora nos muestra, de esta manera, la dureza del encierro durante la dictadura argentina, pero también la felicidad del éxito al crear historietas que llegaban a miles de lectores. Juega con los tiempos, con la realidad y con la ficción y nos enamora con una prosa que sin ser preciosista, sí encanta. La brevedad, su concisión, el escoger muy bien los pasajes de la vida que va a contar y no rellenar páginas y páginas con datos que solo servirían para agrandar el número de páginas. No importa si conoces o no a Héctor G. Oesterheld, igual la vas a disfrutar.

Hilario Peña, editado por NitroPress. Foto: Especial

Hilario Peña, editado por NitroPress. Foto: Especial

Págale al diablo, de Hilario Peña, Editorial Nitro Press

La femme fatale es uno de los personajes recurrentes del género negro clásico norteamericano. James Cain es uno de sus cultores más conocidos, por lo que el espíritu de este se hace presente en toda la historia de “Págale al diablo”. En ella, un evangelista que recorre un puerto norteño, se encuentra un día que una candorosa y perversa mujer que lo encantará al grado que planear la muerte del esposo y repartirse el dinero que deje. Como lleva haciendo desde hace años, Hilario Peña toma un cliché, lo reinventa, lo modifica, lo salpimenta y nos entrega algo que conocíamos pero que al mismo tiempo es completamente nuevo.

La prosa de Peña es ágil, juguetona y a la vez seca. Llena sus historias de muchas referencias a la cultura popular (beisbol, box, música grupera, predicadores maniacos) pero sin caer en el pastiche. La narrativa de Peña se aleja de los supuestos y deseos de la llamada “alta literatura” para congraciarse con la “baja”, con la hecha para el disfrute, lo cual lo lleva a congraciarse con el público y a la vez, permitirse seguir buscando otro cliché más que reinventar.

Un excelente panorama del género fantástico en nuestro país. Foto: Especial

Un excelente panorama del género fantástico en nuestro país. Foto: Especial

 La tienda de los sueños, antología de Alberto Chimal, SM Ediciones

Uno de los grandes problemas de la literatura fantástica es la reducción que hace el gran público al relacionarla directamente a la fantasía heroica, es decir, al estilo El señor de los anillos o Harry Potter. Tal vez por eso mucha gente huye de ella.  Alberto Chimal es conocido no solamente como un prolífico escritor, sino cómo uno de los más grandes promotores de esta literatura. Por eso no es extraño que la recopilación realizada por él para la colección Gran angular de SM Ediciones, sea un excelente panorama del género fantástico en nuestro país, que lo mismo retoma a autores clásicos como las escritoras Guadalupe Dueñas o Leonora Carrington, que a plumas recientes como Magali Velasco y el ahora infaltable, Bernardo Esquinca, además de autores ninguneados como el gran Emiliano González.

La tienda de los sueños es, además, un juego de referencias y espejos. Es un libro que te deja pistas para seguir buscando más. Al final de cada texto además de un comentario del compilador, nos hace la referencia de otros cuentos que se entroncan con el leído. Esta antología demuestra, así, cómo el cuento fantástico se ha venido cultivando desde hace, cuando menos, un siglo en nuestro país.

REPORTAJE | La vida en cuadritos, la historieta de no ficción

sábado, marzo 19th, 2016
¿Te gusta la novela gráfica?. Aquí tu lista. Foto: Shutterstock

¿Te gusta la novela gráfica?. Aquí tu lista. Foto: Shutterstock

El ensayista y narrador Iván Farías hace una lista de las novelas gráficas a disposición en el mercado nacional. “Múltiples opciones para un lector maduro”, promete.

Por Iván Farías

La historieta de no ficción, es decir, aquella que narra hechos reales sucedidos en la historia o al autor, ha tomado una fuerza inusitada en el panorama actual. Muchos historietistas alrededor del mundo han dejado las historias de ficción para narrar en viñetas la biografía de personajes famosos (nada nuevo, ya que décadas atrás se hacía de manera constante), entrelazada con su vida o mostrar crónicas de viajes, como antes hicieran los viajeros del siglo XIX.

Cuando se habla de historieta en nuestro país siempre es necesario lanzar una queja a la forma en que la percibimos los mexicanos. Para el lego, es motivo de burla, de infantilidad, de desprestigio. En otros países como Francia, España, Inglaterra, Estados Unidos, Uruguay o Argentina, es un arte mayor que tiene cabida en librerías para todo público. Para el aficionado promedio, la mayor parte del tiempo el término “cómic” se relaciona con superhéroes, y aún más, a lo hecho por las grandes empresas de nuestro vecino del norte. Sin embargo, hay un mundo enorme de opciones para un lector maduro. A continuación enlisto no las mejores, no todas, pero sí las novedades más destacadas de la novela gráfica de no ficción que se pueden conseguir fácilmente en nuestro país.

Uncle Bill, de BEF, edición de Sexto Piso. Foto: Sexto Piso

Uncle Bill, de BEF, edición de Sexto Piso. Foto: Sexto Piso

 Uncle Bill (Sexto piso 2014) BEF

La aparición de Uncle Bill es una rara avis dentro del panorama nacional. Este cuenta el paso de William Burroughs por nuestro país, como es obligatorio, narra el fatal accidente con su esposa que lo obligó a abandonar el país, pero además nos ofrece el relato de fascinación que un lector tiene con un autor. Este detalle en particular hace que la historia del mentor de la generación beat, contada muchas veces y conocida ya como una especie de leyenda, adquiera una relevancia distinta. Uno de los momentos más altos de este libro es cuando aparece un tercer personaje omnipresente: la Ciudad de México. La cual adquiere una relevancia importante al mostrar a manera de frescos, el momento de ebullición cultural que se vivía a medidos de los cincuenta donde, actores de cine, fotógrafos, pintores músicos, sitios y circunstancias crean una suerte de collage que nos revela un gran amor por esta hermosa y mísera ciudad.

Retrato humano de un tipo que por su estatura sufría burlas y vítores por igual. Foto: Especial

Retrato humano de un tipo que por su estatura sufría burlas y vítores por igual. Foto: Especial

André el Gigante, Vida y Leyenda, (Astiberri, 2014) Box Brown

La lucha libre es menospreciada por no ser “real”. “No se pegan”, dicen unos. Un sector la desprecia por ser “popular”, sin embargo en tres países, Japón, Estados Unidos y México, es un deporte que mueve masas, además de nutrirse y nutrir la cultura. Si bien el libro de Box Brown no es el primero que se hace sobre la Lucha libre (en este caso, wrestling), si es una de las obras más destacadas que se han hecho. Brown tomó a uno de los íconos más grandes de la cultura popular, al francés André Roussimoff, conocido como André el Gigante para contarnos su vida y al mismo tiempo, mostrarnos los entretelones del wrestling, con su dosis de cinismo y explotación de los luchadores. Brown es un gran fan de la lucha libre y un gran artista, por lo que, además de mostrar al lector con poco del kayfabe, es decir el arte detrás de la lucha libre, nos brinda un retrato humano de un tipo que por su estatura sufría burlas y vítores por igual.

Backderf se las arregla para mostrarnos cómo funciona el sistema escolar norteamericano. Foto: Especial

Backderf se las arregla para mostrarnos cómo funciona el sistema escolar norteamericano. Foto: Especial

Mi amigo Dahmer, (Astiberri, 2015) Derf Backderf

Jeffrey Dahmer, El carnicero de Milwaukee, fue uno de los asesinos seriales más brutales que se han visto en Estados Unidos, país donde nacen la mayoría de ellos. Backderf fue compañero en el high school de él y narra en primera persona, la vida de este personaje, que fue creciendo poco a poco la violencia en su interior, sin que nadie hiciera nada para evitarlo. La primera vez que Backderf plasmó en cómic su experiencia, fue un éxito. Las menos de 20 páginas que dibujó y escribió se convirtieron en referencia obligada en el underground. Sin embargo, años después, ya con algunas otras obras en su haber, regresa a esos recuerdos para hacernos un retrato, sin sangre, sin tremendismo, de como un chico con severos problemas, puede volverse un asesino despiadado en una sociedad que reprime la homosexualidad y que no le importa el comportamiento errático de nadie. Backderf se las arregla para mostrarnos cómo funciona el sistema escolar norteamericano y cómo el que se queda atrás en esta carrera para no ser un perdedor, acaba pasándola muy mal.

Uno de los grandes libros que nos demuestran que la novela gráfica es un arte por derecho propio. Foto: Especial

Uno de los grandes libros que nos demuestran que la novela gráfica es un arte por derecho propio. Foto: Especial

 

Blankets, (Astiberri, 2012), Craig Thompsom

Tal vez una de las novela gráficas autobiográficas más sinceras y emotivas que se han hecho. Thompsom cuenta parte de su infancia y adolescencia en la América profunda, donde la nieva y el fervor cristiano cubren todo a su alrededor. Thopsom vive una infancia idílica, de pobreza y represión junto a sus padres y su hermano. Las sábanas blancas de su cama suplen los juguetes de estos dos hermanos. Así, son al mismo tiempo montañas, que disfraces. Pero es cuando se va a un retiro Bautista a otro estado que Craig conocería a Raina y sus convicciones religiosas y su idílico mundo caerían en pedazos. Con múltiples influencias pictóricas, con un ritmo que avanza y se detiene en hermosas ilustraciones, con una trama sencilla, pero absorbente, Blankets es uno de los grandes libros que nos demuestran que la novela gráfica es un arte por derecho propio.

Delisle siempre encuentra la manera de mostrarnos la vida cotidiana de todos los lugares a donde viaja. Foto: Especial

Delisle siempre encuentra la manera de mostrarnos la vida cotidiana de todos los lugares a donde viaja. Foto: Especial

 Crónicas de Jerusalén, (Astiberri, 2014) Guy Delisle

Recomendar algo de Guy Delisle es muy difícil, casi todo lo que hace es muy bueno y casi todo lo que hace es crónica. Si bien es muy conocido por Pyongyang, libro donde cuenta la manera en que vive la gente en Corea del norte, experiencia que tuvo cuando fue contratado como animador en un proyecto que no se terminó, es este, Crónica de Jerusalén su libro más pensado y conceptualizado. El punto de vista de Delisle es lo que dota a sus relatos de una experiencia casi neutra (cosa imposible). Canadiense de Quebec, el historietista mira las cosas sin apego, sin obsesión o militancia. Lo que sucede frente a sus ojos es tomado con humor y mostrado como él lo ve. Lo mismo entra a una tienda donde venden “kipas” estampadas con logos como el de Batman, que camina entre las barricadas para los Palestinos o dibuja en una iglesia cristiana en pleno centro de la ciudad. Delisle siempre encuentra la manera de mostrarnos la vida cotidiana de todos los lugares a donde viaja, ya sea Birmania, China, Israel o su propia casa.

ENTREVISTA | Velorios sin flores, el policial en tiempos del narco: Martín Solares

sábado, febrero 6th, 2016
Yo quería que el lector sintiera que caminaba de noche en un cielo muy oscuro con unas pocas estrellas. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Yo quería que el lector sintiera que caminaba de noche en un cielo muy oscuro con unas pocas estrellas. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

El escritor y crítico cinematográfico Iván Farías entrevista al autor tamaulipeco, actual editor de Tusquets. Su nuevo libro, No manden flores,  sale casi siete años después de su debut literario. Martín ahora nos lleva de la mano a territorio Zeta, sin nunca mencionar una palabra clave “narco”.

Por Iván Farías

Martín Solares (Tamaulipas, 1970) es tal vez uno de los editores más conocidos del país. Su paso por Tusquets, luego por Almadía, Océano y ahora de vuelta a su casa, deja siempre huella. Aunado a eso, ha publicado una novela policíaca, Los minutos negros, que será llevaba a la pantalla en un futuro próximo por Mario Muñoz Espinosa, director de Bajo la sal.

Los minutos negros fue de inmediato catalogada como narco novela, aunque, la verdad, la historia va más allá de lo que apuntan los prejuicios.

Su nuevo libro, No manden flores (Literatura Random House),  sale casi siete años después de su debut literario. Martín ahora nos lleva de la mano a territorio Zeta, sin nunca mencionar una palabra clave “narco”.

Quedo de verme con él en un café de la Condesa, muy cerca del parque España. Martín llega al poco rato. Es un hombre no muy alto, de cara afable y finos modales. Se disculpa por la tardanza, apenas unos minutos, y me dice que pidamos para llevar.

Caminamos por las calles del barrio hasta una puerta, que nos conduce hacia un estudio. El sitio es pequeño, de paredes altas, todo repleto de libros. Novelas policiales de bolsillo en francés e inglés de Henning Mankell (1948-2015) y otras de autores nórdicos, libros que él ha editado. Hay también cientos de libretas por todos lados.

Hace un espacio en un escritorio y comenzamos la charla.

 Yo estaba escribiendo una novela policíaca con la que me estaba divirtiendo horrores y surgió otra novela más compleja. Pero ambas eran optimistas. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Yo estaba escribiendo una novela policíaca con la que me estaba divirtiendo horrores y surgió otra novela más compleja. Pero ambas eran optimistas. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

–¿Por qué tardaste tanto entre Los minutos negros y No manden flores?

–Porque el país cambió tanto que la nueva novela que estaba escribiendo debió adaptarse a los nuevos tiempos. Te acuerdas de lo que decía Tom Wolfe, cuando afirmaba que la realidad supera al novelista, quien debe encontrar el camino para rebasar a la realidad. Es el camino de la bestia. Debes alcanzarla y rebasarla. Yo estaba escribiendo una novela policíaca con la que me estaba divirtiendo horrores y surgió otra novela más compleja. Pero ambas eran optimistas. La verdad es que me estaba divirtiendo mucho. Era una novela, si quieres, hasta frívola. Estaba explorando lo que era el narcotráfico en México. A partir de finales de 2005, el país comenzó a ser noticia internacional porque cada semana había ejecuciones. Cada una de esas notas, al principio, parecía ser única y extraña y luego ya se volvió  cotidiana. Se inventó estos términos como “el ejecutómetro”, donde medían las muertes de la guerra entre dos cárteles distintos. De repente las noticias desaparecieron. Hubo una censura en el interior y de cierta manera, en la Ciudad de México. La capital siempre habla del horror que sucede fuera de ella o en su periferia más cercana, nunca de la propia. Paralelo a esto, muchos conocidos míos ponían en Facebook que se iban a otro estado de la República. Si venían para acá, me contactaban para platicar y salía siempre el horror del narco. Así que durante ocho años me la pasé escuchando historias de horror de lo que pasaba en Veracruz y Tamaulipas. Yo les preguntaba a mis amigos sobre conocidos mutuos y me contaban cosas horrorosas. Debido a eso me fui obsesionando con estos hechos. Fui dejando de lado estas novelas divertidas y me di cuenta de que me la pasaba escribiendo esas historias que me contaban, en libretitas. Desconfío de las novelas que están comprometidas con una ideología o con el hecho de denunciar una realidad sin aportar nada más eso. Cuando uno hace eso está usurpando el terreno del periodismo. Creo que la novela siempre tiene varias obligaciones. La primera es no aburrir al lector, la otra es crear personajes imaginarios que duren mucho tiempo de pie una vez que terminaste de escribir. Y la tercera, ofrecerle al lector algo que no vea en la realidad. Si el novelista es incompetente va a entregarle lo mismo que encuentra en los diarios, solo maquillado, sazonado con mostaza. Esas novelas no se conservan mucho tiempo en la memoria de los lectores. La obligación de un novelista es transformar a sus lectores y arañar el alma de quien lo lea y dejarle una herida, una cicatriz en ellos.

­Parece ser que el polvo le molesta. Se levanta, abre una ventana. Martín Solares quita unos libros, se disculpa por el polvo y de vez en vez me cuenta alguna confidencia sobre su vida.

–Tus novelas son de largo aliento, con muchos personajes. Esta es una novela de guerra, por ejemplo.

–Desde que tengo memoria he estado leyenda novelas sobre guerras. En ellas, cada una de las facciones está convencida de que está haciendo el bien. Cuando te encuentras a dos grupos de personajes en que ambos aseguran tener la razón, posees las circunstancias para hacer una novela policíaca donde habrá un gran enfrentamiento. Siempre he leído novelas policíacas, me encanta una variante, la menos ingenua de la novela policíaca latinoamericana, que hizo Mario Vargas Llosa con ¿Quién mato a Palomino Moreno? y Lituma en los Andes; y Rubem Fonseca, con su saga de Mandrake y Guedes. Durante décadas, los novelistas latinoamericanos copiaron la fórmula de los novelistas gringos. Lo cual produjo novelas vergonzosas. Ves a un montón de gente en países donde no hay pepinillos agrios tratando de hacer hamburguesas con pepinillos agrios. Es decir, las hamburguesas que hacian Chandler y Hammet. Se siente eso. Son hamburguesas con mala factura, inverosímiles. En cambio, Vargas Llosa, Fonseca, Marcial Aquino, son un gran ejemplo de cómo hablar de la realidad latinoamericana actual, sin compromiso ideológico. Sencillamente se proponen contar una historia, algo desgarrador, con personajes inolvidables, para llevarte en un viaje por las partes oscuras de la sociedad que no están a la vista. También una manera de contar, de hacer hamburguesas. Creo que ese es el principal problema de la novela policíaca alrededor del mundo. Que creen que la receta de la hamburguesa es mostaza, carne y pepinillos y no necesariamente. Ve las novelas policíacas que hace Rubem Fonseca, son unos bistecs con piña deliciosos, llenos de ensalada y frutas tropicales. Las de Vargas Llosa son cebiches con tostadas gruesas. Los novelistas que más me interesan son los que están haciendo novelas sobre policías. Es decir, que toman un ser humano, lo convierten en un personaje fascinante. Por ejemplo, el Sargento Lituma, que luego lo degradan a Cabo Lituma por resolver un caso que nadie quería resolver. Es un gran personaje, o Guedes, el de Fonseca. De repente se da el lujo de dejar ir a algunos sospechosos. Son héroes fascinantes porque se salen del molde consabido, el predecible y del caminito del que todos siguen. No siempre deben ser policías. Pueden ser madrinas o alguien que esté interesado en conocer la verdad y estar obsesionado por entender la realidad de su ciudad.

Mientras habla de los autores, los busca con la mirada en el enorme librero que tiene a sus espaldas. No parece nervioso, más bien emocionado al hablar de su libro. Santiago Roncagliolo también hace buena novela policiaca en Perú, le digo. Andreu Martin decía que en España no se creía que un policía hiciera tal o cual cosa, pero pronto se dio cuenta de que si iba a escribir policíaco los protagonistas deberían de ser policías.

La obligación de un novelista es transformar a sus lectores y arañar el alma de quien lo lea y dejarle una herida, una cicatriz en ellos. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

La obligación de un novelista es transformar a sus lectores y arañar el alma de quien lo lea y dejarle una herida, una cicatriz en ellos. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

En tu caso, desde tu primera novela siempre hay un policía.

Los minutos negros la intenté como una ficción literaria y fracasé. Luego con recursos periodísticos y fracasé. Esos fueron los dos primeros años. Yo tomaba un taller con Daniel Sada y fue ahí donde me di cuenta de que el protagonista no podía ser un seminarista, un alter ego mío, todos ellos muy aburridos, sino que debía ser un policía. Y todo comenzó a fluir. Cuando tomas a un policía, el lector se deja seducir. El reto es lograr que el policía no sea predecible. Que sea un vehículo construido con materiales muy distintos a los normales. Los policías literarios se desplazan en una línea recta ascendente sin desviaciones. Por qué no sumergirse. Tratando de darle oxígeno al lector de vez en vez. Es lo que hice en No manden flores.

En varias cajas a su alrededor hay decenas libretas llenas de apuntes. De vez en vez toma una y la revisa para dejarla en otro sitio.

–Es una novela oscura. La búsqueda de la chica por Treviño es como sumergirse en una batalla.

–Sí, el concepto de guerra es muy importante para mí. Ese era el primero de los retos. Mi libro favorito de todos es La Iliada. Lo releo siempre que puedo. Es fascinante, siempre me da nuevos ángulos. No leo en griego, pero la he leído en inglés y español. En Los minutos negros metí cosas inspiradas en La Iliada. En No manden flores, hice algo similar. Mandé a un hombre a un campo de guerra y me di cuenta de que el caso es tan grande que Treviño no iba a resolverlo. Que iba tener que luchar contra los que encubrían el misterio. Ahí entra Margarito, que es su némesis. Durante la escritura de la novela, leía Pedro Páramo para un ensayo que me pidieron. Me di cuenta de que Pedro Páramo está construida como el mar y la arena. El mar llega a la arena y poco a poco va apoderándose de la playa. Así le pasa a Margarito, de pronto se apropia de la trama.

–Uno como lector siente que vas a tientas por la novela. Es como entrar en un túnel en el que no sabes a dónde vas.

Yo quería queel lector sintiera que caminaba de noche en un cielo muy oscuro con unas pocas estrellas. Me imagino que las novelas son una constelación de palabras. Cuando las escribes te hacen avanzar. De Los minutos negros a No manden flores me puse un reto. En la primera quería impresionar con imágenes y esta quería que fuera más sensorial. Quería trabajar con el horror. Mi versión tampiqueña de Stephen King. Es decir, usando las historias de horror que me habían contado para transformarlas, esparcirlas y diseminarlas sobre seres de ficción. Mi reto era crear personajes que no fueran recortes de periódico. Que la novela se mantuviera por sí misma. Yo sentía que trabajaba con la oscuridad, una oscuridad que me torturaba, me espinaba. Me preguntas porque tardé tanto, es porque varios de los años que trabajé en ella, me preguntaba cómo transformar ladrillos de horror en ficción. Tratando de ir dos pasos por delante de los periódicos, es decir de la realidad mexicana. Me pregunté cómo sería nuestro país si la palabra justicia dejara de tener significado. Unas cuantas palabras están desplazando a otras.

–Es una novela sobre el mal

–Sí, es una novela sobre el mal y sobre una persona que quiere hacer el bien en este país.

Quién es Martín Solares: Fue editor de Almadía y actualmente lo es de Tusquets.  Ha colaborado en La Jornada, Milenio, Proceso, Replicante y la página electrónica sololiteratura.com, entre otras publicaciones. Premio Nacional de Literatura Efraín Huerta 1998 por la novela fantástica breve El centro de la ansiedad. Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada 2008 por Monstruos. Parte de su obra se encuentra en antologías como Día de muertos y La littérature mexicaine des treinta dernières annes. Su novela Los minutos negros fue finalista de los premios Antonin Artaud 2006 y Rómulo Gallegos 2007. Acaba de publicar No manden flores, novela que es centro de esta entrevista.

Quién es Iván Farías: nació en Ciudad de México, en 1976. Es narrador y crítico de cine. Ha publicado dos volúmenes de cuentos y dos de ensayo, además de una novela corta. Con el libro Entropía -considerado por el Reforma como uno de los mejores de ese año- se hizo acreedor al Premio Tlaxcala  Beatriz Espejo de cuento en el 2003.

 

Puntos y Comas | Martín Solares y el camino de la bestia: los libros a escena

sábado, febrero 6th, 2016

En la nueva edición de nuestro suplemento literario, el escritor Jorge Zepeda Patterson analiza las novelas Orhan Pamuk y Michel Houellebecq y la poeta Julia Santibáñez hace una encendida defensa de las erratas, entre otras muchas cosas, por supuesto.

Ciudad de México, 6 de febrero (SinEmbargo).- “Te acuerdas de lo que decía Tom Wolfe, cuando afirmaba que la realidad supera al novelista, quien debe encontrar el camino para rebasar a la realidad. Es el camino de la bestia. Debes alcanzarla y rebasarla. Yo estaba escribiendo una novela policíaca con la que me estaba divirtiendo horrores y surgió otra novela más compleja. Pero ambas eran optimistas”, cuenta el escritor Martín Solares al joven narrador y crítico de cine Iván Farías.

Es nuestra entrevista de portada, con magníficas fotografías de Francisco Cañedo, el novelista de Tampico y actual editor de Tusquets, habla de su reciente novela No manden flores (Literatura Random House).

En una nueva entrega de su columna “Mesa de noche”, el escritor Jorge Zepeda Patterson analiza las recientes obras del turco Orhan Pamuk, Una sensación extraña y la muy polémica y discutida Sumisión, del siempre provocador autor francés Michel Houllebecq.

La periodista y escritora Irma Gallo recomienda unos libros muy interesantes de las no menos propositivas editoriales independientes, mientras que el poeta José Eugenio Sánchez nos invita a recorrer los anaqueles de su biblioteca para encontrarnos con los versos profundos de Allen Ginsberg y Sam Shepard, entre otros.

El complot Mongol llega a Turquía, Carme Riera es nombrada presidente del jurado del Premio Alfaguara de Novela 2016, mientras que el joven ensayista Marcos Daniel Aguilar nos entrega una pieza en donde elogia la presencia intelectual del peruano Mario Vargas Llosa. Su mirada causará polémica, sin duda.

Qué haríamos los autores sin las erratas, catalizadoras de la metáfora insólita, se pregunta la poeta Julia Santibáñez en su hermoso texto de elogio a esos infames “dedazos” de los que nunca nadie está a salvo.

Los libros a escena, los booktrailer, a leer, porque nos quita las arrugas, nos rejuvenece y nos adelgaza…bueno, eso creemos.
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