ENTREVISTA | Velorios sin flores, el policial en tiempos del narco: Martín Solares

Yo quería que el lector sintiera que caminaba de noche en un cielo muy oscuro con unas pocas estrellas. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Yo quería que el lector sintiera que caminaba de noche en un cielo muy oscuro con unas pocas estrellas. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

El escritor y crítico cinematográfico Iván Farías entrevista al autor tamaulipeco, actual editor de Tusquets. Su nuevo libro, No manden flores,  sale casi siete años después de su debut literario. Martín ahora nos lleva de la mano a territorio Zeta, sin nunca mencionar una palabra clave “narco”.

Por Iván Farías

Martín Solares (Tamaulipas, 1970) es tal vez uno de los editores más conocidos del país. Su paso por Tusquets, luego por Almadía, Océano y ahora de vuelta a su casa, deja siempre huella. Aunado a eso, ha publicado una novela policíaca, Los minutos negros, que será llevaba a la pantalla en un futuro próximo por Mario Muñoz Espinosa, director de Bajo la sal.

Los minutos negros fue de inmediato catalogada como narco novela, aunque, la verdad, la historia va más allá de lo que apuntan los prejuicios.

Su nuevo libro, No manden flores (Literatura Random House),  sale casi siete años después de su debut literario. Martín ahora nos lleva de la mano a territorio Zeta, sin nunca mencionar una palabra clave “narco”.

Quedo de verme con él en un café de la Condesa, muy cerca del parque España. Martín llega al poco rato. Es un hombre no muy alto, de cara afable y finos modales. Se disculpa por la tardanza, apenas unos minutos, y me dice que pidamos para llevar.

Caminamos por las calles del barrio hasta una puerta, que nos conduce hacia un estudio. El sitio es pequeño, de paredes altas, todo repleto de libros. Novelas policiales de bolsillo en francés e inglés de Henning Mankell (1948-2015) y otras de autores nórdicos, libros que él ha editado. Hay también cientos de libretas por todos lados.

Hace un espacio en un escritorio y comenzamos la charla.

 Yo estaba escribiendo una novela policíaca con la que me estaba divirtiendo horrores y surgió otra novela más compleja. Pero ambas eran optimistas. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Yo estaba escribiendo una novela policíaca con la que me estaba divirtiendo horrores y surgió otra novela más compleja. Pero ambas eran optimistas. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

–¿Por qué tardaste tanto entre Los minutos negros y No manden flores?

–Porque el país cambió tanto que la nueva novela que estaba escribiendo debió adaptarse a los nuevos tiempos. Te acuerdas de lo que decía Tom Wolfe, cuando afirmaba que la realidad supera al novelista, quien debe encontrar el camino para rebasar a la realidad. Es el camino de la bestia. Debes alcanzarla y rebasarla. Yo estaba escribiendo una novela policíaca con la que me estaba divirtiendo horrores y surgió otra novela más compleja. Pero ambas eran optimistas. La verdad es que me estaba divirtiendo mucho. Era una novela, si quieres, hasta frívola. Estaba explorando lo que era el narcotráfico en México. A partir de finales de 2005, el país comenzó a ser noticia internacional porque cada semana había ejecuciones. Cada una de esas notas, al principio, parecía ser única y extraña y luego ya se volvió  cotidiana. Se inventó estos términos como “el ejecutómetro”, donde medían las muertes de la guerra entre dos cárteles distintos. De repente las noticias desaparecieron. Hubo una censura en el interior y de cierta manera, en la Ciudad de México. La capital siempre habla del horror que sucede fuera de ella o en su periferia más cercana, nunca de la propia. Paralelo a esto, muchos conocidos míos ponían en Facebook que se iban a otro estado de la República. Si venían para acá, me contactaban para platicar y salía siempre el horror del narco. Así que durante ocho años me la pasé escuchando historias de horror de lo que pasaba en Veracruz y Tamaulipas. Yo les preguntaba a mis amigos sobre conocidos mutuos y me contaban cosas horrorosas. Debido a eso me fui obsesionando con estos hechos. Fui dejando de lado estas novelas divertidas y me di cuenta de que me la pasaba escribiendo esas historias que me contaban, en libretitas. Desconfío de las novelas que están comprometidas con una ideología o con el hecho de denunciar una realidad sin aportar nada más eso. Cuando uno hace eso está usurpando el terreno del periodismo. Creo que la novela siempre tiene varias obligaciones. La primera es no aburrir al lector, la otra es crear personajes imaginarios que duren mucho tiempo de pie una vez que terminaste de escribir. Y la tercera, ofrecerle al lector algo que no vea en la realidad. Si el novelista es incompetente va a entregarle lo mismo que encuentra en los diarios, solo maquillado, sazonado con mostaza. Esas novelas no se conservan mucho tiempo en la memoria de los lectores. La obligación de un novelista es transformar a sus lectores y arañar el alma de quien lo lea y dejarle una herida, una cicatriz en ellos.

­Parece ser que el polvo le molesta. Se levanta, abre una ventana. Martín Solares quita unos libros, se disculpa por el polvo y de vez en vez me cuenta alguna confidencia sobre su vida.

–Tus novelas son de largo aliento, con muchos personajes. Esta es una novela de guerra, por ejemplo.

–Desde que tengo memoria he estado leyenda novelas sobre guerras. En ellas, cada una de las facciones está convencida de que está haciendo el bien. Cuando te encuentras a dos grupos de personajes en que ambos aseguran tener la razón, posees las circunstancias para hacer una novela policíaca donde habrá un gran enfrentamiento. Siempre he leído novelas policíacas, me encanta una variante, la menos ingenua de la novela policíaca latinoamericana, que hizo Mario Vargas Llosa con ¿Quién mato a Palomino Moreno? y Lituma en los Andes; y Rubem Fonseca, con su saga de Mandrake y Guedes. Durante décadas, los novelistas latinoamericanos copiaron la fórmula de los novelistas gringos. Lo cual produjo novelas vergonzosas. Ves a un montón de gente en países donde no hay pepinillos agrios tratando de hacer hamburguesas con pepinillos agrios. Es decir, las hamburguesas que hacian Chandler y Hammet. Se siente eso. Son hamburguesas con mala factura, inverosímiles. En cambio, Vargas Llosa, Fonseca, Marcial Aquino, son un gran ejemplo de cómo hablar de la realidad latinoamericana actual, sin compromiso ideológico. Sencillamente se proponen contar una historia, algo desgarrador, con personajes inolvidables, para llevarte en un viaje por las partes oscuras de la sociedad que no están a la vista. También una manera de contar, de hacer hamburguesas. Creo que ese es el principal problema de la novela policíaca alrededor del mundo. Que creen que la receta de la hamburguesa es mostaza, carne y pepinillos y no necesariamente. Ve las novelas policíacas que hace Rubem Fonseca, son unos bistecs con piña deliciosos, llenos de ensalada y frutas tropicales. Las de Vargas Llosa son cebiches con tostadas gruesas. Los novelistas que más me interesan son los que están haciendo novelas sobre policías. Es decir, que toman un ser humano, lo convierten en un personaje fascinante. Por ejemplo, el Sargento Lituma, que luego lo degradan a Cabo Lituma por resolver un caso que nadie quería resolver. Es un gran personaje, o Guedes, el de Fonseca. De repente se da el lujo de dejar ir a algunos sospechosos. Son héroes fascinantes porque se salen del molde consabido, el predecible y del caminito del que todos siguen. No siempre deben ser policías. Pueden ser madrinas o alguien que esté interesado en conocer la verdad y estar obsesionado por entender la realidad de su ciudad.

Mientras habla de los autores, los busca con la mirada en el enorme librero que tiene a sus espaldas. No parece nervioso, más bien emocionado al hablar de su libro. Santiago Roncagliolo también hace buena novela policiaca en Perú, le digo. Andreu Martin decía que en España no se creía que un policía hiciera tal o cual cosa, pero pronto se dio cuenta de que si iba a escribir policíaco los protagonistas deberían de ser policías.

La obligación de un novelista es transformar a sus lectores y arañar el alma de quien lo lea y dejarle una herida, una cicatriz en ellos. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

La obligación de un novelista es transformar a sus lectores y arañar el alma de quien lo lea y dejarle una herida, una cicatriz en ellos. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

En tu caso, desde tu primera novela siempre hay un policía.

Los minutos negros la intenté como una ficción literaria y fracasé. Luego con recursos periodísticos y fracasé. Esos fueron los dos primeros años. Yo tomaba un taller con Daniel Sada y fue ahí donde me di cuenta de que el protagonista no podía ser un seminarista, un alter ego mío, todos ellos muy aburridos, sino que debía ser un policía. Y todo comenzó a fluir. Cuando tomas a un policía, el lector se deja seducir. El reto es lograr que el policía no sea predecible. Que sea un vehículo construido con materiales muy distintos a los normales. Los policías literarios se desplazan en una línea recta ascendente sin desviaciones. Por qué no sumergirse. Tratando de darle oxígeno al lector de vez en vez. Es lo que hice en No manden flores.

En varias cajas a su alrededor hay decenas libretas llenas de apuntes. De vez en vez toma una y la revisa para dejarla en otro sitio.

–Es una novela oscura. La búsqueda de la chica por Treviño es como sumergirse en una batalla.

–Sí, el concepto de guerra es muy importante para mí. Ese era el primero de los retos. Mi libro favorito de todos es La Iliada. Lo releo siempre que puedo. Es fascinante, siempre me da nuevos ángulos. No leo en griego, pero la he leído en inglés y español. En Los minutos negros metí cosas inspiradas en La Iliada. En No manden flores, hice algo similar. Mandé a un hombre a un campo de guerra y me di cuenta de que el caso es tan grande que Treviño no iba a resolverlo. Que iba tener que luchar contra los que encubrían el misterio. Ahí entra Margarito, que es su némesis. Durante la escritura de la novela, leía Pedro Páramo para un ensayo que me pidieron. Me di cuenta de que Pedro Páramo está construida como el mar y la arena. El mar llega a la arena y poco a poco va apoderándose de la playa. Así le pasa a Margarito, de pronto se apropia de la trama.

–Uno como lector siente que vas a tientas por la novela. Es como entrar en un túnel en el que no sabes a dónde vas.

Yo quería queel lector sintiera que caminaba de noche en un cielo muy oscuro con unas pocas estrellas. Me imagino que las novelas son una constelación de palabras. Cuando las escribes te hacen avanzar. De Los minutos negros a No manden flores me puse un reto. En la primera quería impresionar con imágenes y esta quería que fuera más sensorial. Quería trabajar con el horror. Mi versión tampiqueña de Stephen King. Es decir, usando las historias de horror que me habían contado para transformarlas, esparcirlas y diseminarlas sobre seres de ficción. Mi reto era crear personajes que no fueran recortes de periódico. Que la novela se mantuviera por sí misma. Yo sentía que trabajaba con la oscuridad, una oscuridad que me torturaba, me espinaba. Me preguntas porque tardé tanto, es porque varios de los años que trabajé en ella, me preguntaba cómo transformar ladrillos de horror en ficción. Tratando de ir dos pasos por delante de los periódicos, es decir de la realidad mexicana. Me pregunté cómo sería nuestro país si la palabra justicia dejara de tener significado. Unas cuantas palabras están desplazando a otras.

–Es una novela sobre el mal

–Sí, es una novela sobre el mal y sobre una persona que quiere hacer el bien en este país.

Quién es Martín Solares: Fue editor de Almadía y actualmente lo es de Tusquets.  Ha colaborado en La Jornada, Milenio, Proceso, Replicante y la página electrónica sololiteratura.com, entre otras publicaciones. Premio Nacional de Literatura Efraín Huerta 1998 por la novela fantástica breve El centro de la ansiedad. Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada 2008 por Monstruos. Parte de su obra se encuentra en antologías como Día de muertos y La littérature mexicaine des treinta dernières annes. Su novela Los minutos negros fue finalista de los premios Antonin Artaud 2006 y Rómulo Gallegos 2007. Acaba de publicar No manden flores, novela que es centro de esta entrevista.

Quién es Iván Farías: nació en Ciudad de México, en 1976. Es narrador y crítico de cine. Ha publicado dos volúmenes de cuentos y dos de ensayo, además de una novela corta. Con el libro Entropía -considerado por el Reforma como uno de los mejores de ese año- se hizo acreedor al Premio Tlaxcala  Beatriz Espejo de cuento en el 2003.

 

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One Response to “ENTREVISTA | Velorios sin flores, el policial en tiempos del narco: Martín Solares”

  1. Maza dice:

    Lo único malo de las novelas contemporáneas es su precio.

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