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Luiselli tiene su primera novela escrita directamente en inglés

jueves, junio 3rd, 2021

Lost Children Archive, publicado en 2019, aborda el tema de los niños migrantes que viajan sin acompañantes adultos a Estados Unidos, una crisis que la autora ha atestiguado de primera mano como traductora e intérprete de estos niños en la corte migratoria de Nueva York.

CIUDAD DE MÉXICO, 3 de junio (AP) — Valeria Luiselli está complacida de haber pasado la prueba de fuego de la lectura con su primera novela escrita directamente en inglés, Lost Children Archive (Desierto sonoro), recientemente reconocida con el Premio Literario Dublín.

El galardón, patrocinado por el ayuntamiento de la capital irlandesa, es el de mayor dotación monetaria — 100 mil euros (122 mil dólares) — para una sola novela publicada en inglés. Los libros finalistas son nominados por bibliotecas públicas de todo el mundo.

“Eso me parece lo más bonito realmente que tiene este premio”, dijo Luiselli en una entrevista reciente con The Associated Press desde Nueva York, donde reside. “Es un premio que no está vinculado, como todos los demás premios, a la velocidad del mercado sino a la velocidad de la lectura”.

Lost Children Archive, publicado en 2019, aborda el tema de los niños migrantes que viajan sin acompañantes adultos a Estados Unidos, una crisis que la autora ha atestiguado de primera mano como traductora e intérprete de estos niños en la corte migratoria de Nueva York.

En la novela, una familia conformada por una pareja de documentalistas sonoros y sus respectivos hijos (madre e hija, padre e hijo) emprenden un viaje por carretera de Nueva York a la frontera sur, algo que ella misma realizó en 2014. Ese y otros viajes sucesivos detonaron esta historia sobre niños desplazados que se entrelaza con el pasado de dominación y suplantación de culturas indígenas locales como los apaches.

“Cruzando este país se apoderó de mí una urgencia distinta, la urgencia de escribir sobre la violencia política hacia las comunidades que este país considera externas”, explicó Luiselli. “Pensando en los ciclos que se repiten en la historia de violencia contra ciertas comunidades, casi siempre violencia motivada por el racismo profundo en este país, viajando y recorriendo este país y viendo eso fue que decidí escribir ‘Lost Children Archive’”.

La autora de 37 años ya había publicado libros en inglés, incluyendo las novelas Los ingrávidos (Faces in the Crowd, Premio Art Seidenbaum de primera ficción de The Los Angeles Times) y La historia de mis dientes (The Story of My Teeth, finalista al Premio del Círculo Nacional de Críticos Literarios de Estados Unidos y ganadora del premio del Los Angeles Times a mejor ficción), y el libro de ensayo Los niños perdidos: un ensayo en cuarenta preguntas (Tell Me How it Ends, galardonado con el American Book Award). Pero esos los escribió en español.

Lost Children Archive, novela de Valeria Luiselli. Foto: AP

Lost Children Archive es el primero que redacta directamente en inglés, a pesar de que es el idioma con el que aprendió a leer y escribir. Luiselli, hija de padre diplomático y madre zapatista, nació en la Ciudad de México en 1983, pero desde niña ha vivido en Sudáfrica, Corea del Sur, India y varios países de Europa. Desde hace 13 años vive en Estados Unidos, donde espera el nacimiento de su segunda hija con su pareja, un hombre somalí criado en Canadá.

Su “centro gravitacional”, sin embargo, se mantiene en México.

“Crecí en una casa donde nuestras raíces mexicanas no sólo no se olvidaban, sino que constantemente nos eran recordadas”, dijo. “Crecí con una sensación de que vivíamos fuera y que casa estaba allá en México, que ese era nuestro hogar y que algún día volveríamos… Mis afectos más profundos están en México”.

En Lost Children Archive, la madre de su novela tiene origen indígena ñañú, una etnia mexicana. Un día conoce a Manuela, una hablante de triqui, una lengua indígena de Oaxaca, y le pide grabarla hablando este idioma para documentarlo. Manuela le cuenta que sus hijas venían en camino para reencontrarse con ella, pero fueron detenidas y pueden ser deportadas. Así surge la obsesión de la madre por esos niños que se pierden en el camino, al tiempo que viaja con sus hijos mirándolos, imaginando qué pasaría si fueran ellos.

Como parte de la trama, la madre participa en una vigilia con un sacerdote para reclamar a desaparecidos en redadas del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE) en las que las autoridades buscan cubrir una cuota de detención: “Al principio creí que el padre Juan Carlos predicaba desde una especie de delirio distópico orwelliano. Me llevó tiempo advertir que el resto de las personas reunidas allí aquel día… eran familiares de alguien que, de hecho, había desaparecido tras una redada”.

Luiselli señaló el aumento “estrepitoso” de centros de detención para migrantes. De acuerdo con cifras de la organización National Migration Forum, Estados Unidos tiene el sistema de centros de detención para migrantes más grande del mundo, el cual se ha multiplicado por 20 desde 1979 y expandido 75% en la primera década del siglo XXI.

En 2019, casi 70 mil niños migrantes estuvieron bajo custodia del gobierno en una red de albergues que a veces no cumplen con los requerimientos para su desarrollo apropiado, como estadios, centros de convenciones o instalaciones militares.

“Es una cosa absurda… Se ha vuelto una manera de alimentar al gran monstruo de la industria privada de las prisiones en Estados Unidos”, lamentó la escritora. “Básicamente encarcelan a las personas migrantes y con eso ganan billones (miles de millones) de dólares. En vez de darles debido proceso, en vez de permitir que un niño o una niña vivan con sus familiares mientras procesan su visa, lo encarcelan en un centro para niños”.

Pero mientras las leyes migratorias van hacia la segregación, Luiselli encuentra que el “spanglish” se abre cada vez más paso como un idioma en ciernes en Estados Unidos, el segundo país con mayor número de hispanohablantes del mundo.

“Es un tercer idioma que yo creo que es la semilla del idioma que se va a hablar en Estados Unidos en 100 años. Es inevitable. Ya hay 60 millones de hispanoparlantes en este país”, dijo. “Es el mismo idioma que hablamos en casa, un idioma completamente híbrido”.

Luiselli trabajó directamente con Daniel Saldaña París para traducir Lost Children Archive, editada en español por Sexto Piso en una versión que se siente tan vívida como la original. Cuando escribe en español, trabaja con la traductora Christina MacSweeney para llevar sus libros al inglés.

Destacó a otras escritoras contemporáneas que han abordado el tema de la frontera como Samanta Schweblin, Gabriela Jauregui, Brenda Lozano, Cristina Rivera Garza, Dolores Dorantes, Natalie Diaz y Fernanda Melchor, quien con Temporada de huracanes (Hurricane Season) también fue finalista al Premio Literario Dublín este año.

“Sólo puedo pensar en mujeres que están escribiendo cosas interesantísimas sobre la frontera”, dijo. “Hay una generación de escritoras en este momento con una voz muy poderosa … sobre temas que nos obsesionan y nos duelen”.

Luiselli gana Premio Literario de Dublín con Lost Children Archive

viernes, mayo 21st, 2021

Valeria Luiselli es la primera autora mexicana y la quinta mujer en ganar el premio fundado hace 26 años.

Ciudad de de México, 21 de mayo (AP).– La autora mexicana Valeria Luiselli ganó el jueves el Premio Literario Dublín 2021 por su primera novela escrita en inglés Lost Children Archive (Desierto sonoro).

El premio, patrocinado por el ayuntamiento de Dublín, está dotado con 100 mil euros (122 mil dólares), la mayor cantidad otorgada por un premio para una sola novela publicada en inglés a nivel mundial.

Luiselli es la primera autora mexicana y la quinta mujer en ganar el premio fundado hace 26 años. Fue anunciada como ganadora por la alcaldesa de Dublín Hazel Chu en un evento online especial en la inauguración del Festival Internacional Literario de Dublín. Luiselli recibió el premio en el Consulado Irlandés en Nueva York, donde reside.

Hurricane Season (Temporada de huracanes) de la mexicana Fernanda Melchor, Girl, Woman, Other de la británica Bernardine Evaristo, Apeirogon del irlandés Colum McCann, On Earth We’re Briefly Gorgeous del vietnamita-estadounidense Ocean Vuong y The Nickel Boys del estadounidense Colson Whitehead fueron finalistas de la edición del premio de este año.

Publicada por 4th Estate en Gran Bretaña y Vintage Books en Estados Unidos, Lost Children Archive surge de la experiencia de Luiselli como traductora para menores inmigrantes sin permiso para ingresar a Estados Unidos y sus viajes por la frontera con México.

El premio recibe sus nominaciones de bibliotecas públicas en ciudades de todo el mundo y reconoce a autores y traductores.

Luiselli nació en la Ciudad de México en 1983, ha vivido en Corea del Sur, Sudáfrica e India. Su obra abarca ficción y ensayo con libros como las novelas Los ingrávidos, La historia de mis dientes y Desierto sonoro así como los libros de ensayo Papeles falsos y Los niños perdidos. Un ensayo en 40 preguntas. Ha ganado dos premios literarios del diario The Los Angeles Times y un American Book Award.

El Premio Literario Dublín se entrega anualmente para promover la excelencia en las letras. Está abierto a novelas escritas en cualquier idioma que hayan sido publicadas o traducidas al inglés de autores de cualquier nacionalidad en el periodo de elegibilidad. Anna Burns, Emily Ruskovich, Mike McCormack, José Eduardo Agualusa y Juan Gabriel Vásquez son algunos de los ganadores anteriores.

Es mi labor, y la de todos los escritores, dejar un testimonio de este momento: Valeria Luiselli

jueves, abril 2nd, 2020

“Que ahorita la comunidad literaria siga a todo vapor, aunque sea desde sus casas y detrás de sus pantallas, es para mí entre conmovedor y esperanzador”, expresó en entrevista con AP la autora mexicana, recientemente ganadora del Premio Rathbones Folio de literatura por su novela Desierto sonoro.

Por Claudia Torrens

Nueva York, 2 de abril (AP).- Encerrada en su casa en el Bronx con su hija y su sobrina debido a la pandemia del coronavirus, la escritora mexicana Valeria Luiselli ha bajado “el volumen y la velocidad” de su vida: está alfabetizando su biblioteca, sembrando legumbres en su terraza y escuchando viejas grabaciones del escritor argentino Julio Cortázar.

Es un ritmo de vida que nada tiene que ver con el remolino de éxito profesional que vive tras recibir prestigiosas becas y numerosos premios, incluido el Rathbones Folio británico, por su más reciente novela Desierto sonoro (en inglés titulada Lost Children Archive).

La escritora de 36 años lo recibió la semana pasada en una ceremonia celebrada por internet debido al coronavirus. Durante una entrevista telefónica con The Associated Press, Luiselli expresó su tristeza por no poder recibirlo en persona, pero también su gratitud al ver que premios así se siguen concediendo.

“Que ahorita la comunidad literaria siga a todo vapor, aunque sea desde sus casas, y desde detrás de sus pantallas, es para mí entre conmovedor y esperanzador”, dijo.

Desierto sonoro, publicado en octubre por Vintage Español, es una mezcla de documental y ficción: por un lado, sigue el viaje ficticio de una familia en automóvil de Nueva York a Arizona. Por el otro, presenta historias de niños inmigrantes a lo largo de la frontera de México y Estados Unidos.

Luiselli, quien creció en países como Corea del Sur, India y Sudáfrica, se maneja a caballo entre el español y el inglés y escribió la novela en este último idioma primero.

La tituló Lost Children Archive, que quiere decir El archivo de los niños perdidos, y el sello Vintage de Penguin Random House la publicó en febrero del 2019.

La inspiración de Luiselli fue la crisis migratoria ocurrida en el 2014 cuando una multitud de niños y jóvenes cruzaron la frontera sur de Estados Unidos en busca de asilo, huyendo de situaciones de pobreza o violencia en Centroamérica.

Luiselli dijo que empezó a fijarse en cómo se explicaba lo que estaba ocurriendo, tanto en los medios de comunicación como en conversaciones entre comensales en restaurantes de Arizona.

“Me empecé a preguntar de qué manera los niños (inmigrantes) de esta generación iban a poder eventualmente contar esa historia, qué iban a poder articular ellos sobre esta realidad, por un lado hiperreal, pero por otro aparentemente inverosímil, sobre miles de niños en un limbo migratorio, llegando solos sin padres, a pedir asilo y que el gobierno los estuviera encerrando en hieleras”, dijo la escritora.

En Nueva York, Luiselli empezó a hacer de voluntaria en las cortes de inmigración, documentando en inglés lo que le contaban los menores para que abogados pudieran ayudarlos.

De esa experiencia nació “Los niños perdidos” (2017), o “Tell Me How It Ends” en inglés, un ensayo político sobre migración. “Desierto Sonoro”, su tercera novela, le siguió.

El libro no sólo fue escogido por el expresidente Barack Obama como uno de sus favoritos del 2019 sino que, entre otros reconocimientos, es finalista al premio del Círculo Nacional de Críticos Literarios de Estados Unidos en la categoría de ficción. (Los galardones se postergaron de marzo a septiembre debido a la crisis sanitaria).

“La historia de mis dientes” (2013) y “Los ingrávidos” (2011) son los trabajos anteriores de Luiselli.

Y escribir es obviamente algo que también intenta hacer en estos días de reclusión, además de leer en voz alta junto a su familia y tomar fotos instantáneas.

“Creo que es mi labor, como la labor de todos los escritores, sean escritores de ciencia ficción, sean periodistas, sean poetas, cada quien a su velocidad y dentro de sus capacidades, ir dejando un testimonio de estos momentos”, señaló. “Vamos a necesitar ese tejido narrativo, como una especie de gran tejido en el cual echarnos una vez que estemos del otro lado de esto”.

Valeria Luiselli gana el Premio Rathbones Folio de literatura por su novela Desierto sonoro

martes, marzo 24th, 2020

La ceremonia fue realizada en línea debido a la pandemia del coronavirus. Desde su casa en Nueva York, Luiselli dijo que recibía el premio “como una señal de que la gente seguía teniendo fe en sus libros, aun en tiempos extraños y preocupantes”.

Luiselli se alzó con el galardón de 30 mil libras esterlinas (35 mil dólares), creado en 2013 para competir con el prestigioso Premio Booker. El Folio está abierto a la ficción, no ficción y poesía que se publica en Gran Bretaña.

Londres, 24 de marzo (AP).- La escritora mexicana Valeria Luiselli ganó el Premio Rathbones Folio de literatura por Lost Children Archive (Desierto Sonoro) en una ceremonia realizada en línea debido a la pandemia del coronavirus.

Luiselli superó a finalistas que incluían a Zadie Smith y Ben Lerner al alzarse el lunes con el galardón de 30 mil libras esterlinas (35 mil dólares). Creado en 2013 para competir con el prestigioso Premio Booker, el Folio está abierto a la ficción, no ficción y poesía que se publica en Gran Bretaña.

Desierto Sonoro, la tercera novela de Luiselli y su primera escrita en inglés, entreteje el viaje por carretera de una familia estadounidense con historias de niños inmigrantes a lo largo de la frontera de México y Estados Unidos.

El poeta Paul Farley, que presidió el jurado de tres miembros, dijo que el libro era “un viaje por carretera, un documental, un retrato de una familia y las zonas fronterizas estadounidenses, y un viaje a la idea de hogar y pertenencia”.

Una ceremonia programada en la Biblioteca Británica en Londres se canceló siguiendo las recomendaciones de salud pública para reducir el número de personas contagiadas con el COVID-19. En vez, el anuncio se hizo por internet y se transmitió por la radio de la BBC.

Desde su casa en Nueva York, Luiselli dijo que recibía el premio como una señal de que la gente seguía teniendo fe en sus libros, aun en tiempos extraños y preocupantes.

ADELANTO | Una familia que viaja por EU se entrecruza con el éxodo de niños migrantes en Desierto Sonoro

sábado, enero 18th, 2020

La tercera novela de la escritora mexicana Valeria Luiselli —la cual se encuentra en las listas de libros más vendidos en Estados Unidos— relata la travesía de una familia que atraviesa el vasto territorio norteamericano y la diáspora de niños que llegan a la frontera en busca de asilo.

Los dos hijos pequeños escuchan las conversaciones de sus padres y a su manera confunden las noticias de la crisis migratoria con el genocidio de los pueblos originarios de Norteamérica. En su imaginación, las historias se mezclan y dan lugar a una aventura, la historia de un país y un continente.

Ciudad de México, 18 de enero (SinEmbargo).- Un matrimonio en crisis viaja en coche con sus dos hijos desde Nueva York hasta Arizona. Ambos son documentalistas y cada uno se concentra en un proyecto propio: él está tras los rastros de la última banda apache en rendirse al poder militar estadounidense; ella busca documentar la diáspora de niños que llegan a la frontera sur del país en busca de asilo.

Mientras la familia atraviesa el vasto territorio norteamericano, los niños, sentados en el asiento trasero, escuchan las conversaciones de sus padres y a su manera confunden las noticias de la crisis migratoria con el genocidio de los pueblos originarios de Norteamérica. En su imaginación, las historias se mezclan y dan lugar a una aventura, la historia de un país y un continente.

Esta novela atraviesa horizontes desérticos, se detiene en moteles de carretera y penetra en los territorios íntimos de sus personajes, ofreciendo con precisión una serie de instantáneas que retratan las infinitas capas del paisaje geográfico, político y espiritual de la realidad contemporánea. Un relato conmovedor y necesario que se pregunta qué significa ser humano en un mundo cada vez más deshumanizado.

A continuación, SinEmbargo comparte, en exclusiva para sus lectores, un fragmento del libro Desierto Sonoro, tercera novela de la escritora mexicana Valeria Luiselli, la cual se encuentra en las listas de libros más vendidos en Estados Unidos. Cortesía otorgada bajo el permiso de Sexto Piso.

***

PRIMER A PARTE
SONIDOS FAMILIARES

DESPLAZAMIENTOS

El archivo presupone un archivista,
una mano que colecciona y clasifica…
Arlette Farge

Partir es morir un poco.
Llegar nunca es llegar definitivo.
Oración del migrante

PARTIDA

Bocas abiertas al sol, duermen. Niño y niña: frentes perladas de sudor, cachetes colorados, hilos de baba seca. Ocupan toda la parte de atrás del coche –extendidos, despatarrados, rotundos, plenos–. Desde el asiento del copiloto me volteo para mirarlos cada tanto, y luego sigo estudiando el mapa. Avanzamos rumbo a la periferia de la ciudad con la lava lenta del tráfico, que se mueve por el puente George Washington para disolverse, más adelante, en la autopista. Un avión sobrevuela y deja una cicatriz blanca en el paladar azul del mediodía. Mi marido, al volante, se ajusta el sombrero y se seca la frente con el dorso de la mano.

LÉXICO FAMILIAR

No sé qué les diremos a los dos niños en el futuro, mi marido y yo. No estoy segura de qué partes de nuestra historia decidirá, cada uno por su lado, editar o suprimir, ni qué secciones reordenaremos e insertaremos de nuevo para crear la mezcla definitiva –y eso que suprimir, reordenar y editar mezclas finales es, quizá, la descripción más precisa de nuestro oficio–.

Pero los niños harán preguntas, porque preguntar es lo que los niños hacen. Y no nos quedará más remedio que contarles algo con un inicio, un desarrollo y un final. Tendremos que dar respuestas, ofrecerles una narrativa.

El niño cumplió diez años ayer, justo un día antes de irnos de la ciudad. Fuimos espléndidos con los regalos. Nos había dicho, sin titubeos:

No quiero juguetes.
La niña tiene cinco años, y desde hace unas semanas ha estado preguntando, una y otra vez:
¿Y yo cuándo cumplo seis?
Ninguna respuesta la deja satisfecha, así que en general le contestamos con ambigüedades:
Pronto.
En unos meses.
En menos de lo que canta un gallo.

La niña es hija mía y el niño es de mi marido. Soy madre biológica de una, madrastra del otro y madre de facto de los dos. Mi esposo es padre y padrastro de cada uno, respectivamente, pero también padre de ambos, así sin más. Por lo tanto, la niña y el niño son: hermanastra, hijo, hijastra, hija, hermanastro, hermana, hijastro y hermano. Y puesto que estas construcciones y estos matices innecesarios complican demasiado la gramática del día a día –el nosotros, el ellos, el nuestro, el tuyo–, tan pronto como empezamos a vivir juntos, cuando el niño tenía casi seis años y la niña era todavía una bebé, adoptamos el adjetivo posesivo nuestros, mucho más simple, para referirnos a los dos. Se convirtieron en lo que son: nuestros hijos.

Y a veces, a secas: el niño, la niña. Los dos aprendieron rápidamente las reglas de nuestra gramática privada, y adoptaron los sustantivos comunes mamá y papá, o a veces ma y pa. Y al menos hasta ahora nuestro léxico familiar ha definido bien los límites y los alcances de este mundo compartido.

TRAMA FAMILIAR

Mi marido y yo nos conocimos hace cuatro años, mientras grabábamos audio para un paisaje sonoro. Éramos parte de un equipo más amplio, que trabajaba para el Centro de Ciencia Urbana y Progreso de la Universidad de Nueva York. El objetivo del proyecto era registrar y catalogar los sonidos emblemáticos o distintivos de la ciudad: el rechinido del metro al detenerse, la música en los pasillos subterráneos de la estación de la calle 42, los pastores predicando en Harlem, el rumor de voces y murmullos en la bolsa de valores de Wall Street.

Pero también había que compendiar y clasificar todos los sonidos que produce la ciudad y que, en general, pasan inadvertidos, como mero ruido de fondo: cajas registradoras abriéndose y cerrándose en los delis de las esquinas, un guión ensayado en un teatro vacío, las corrientes submarinas del río Hudson, los graznidos de los gansos canadienses que cagan desde lo alto, en pleno vuelo, mientras sobrevuelan el parque Van Cortland, los columpios que se balancean en las áreas de juego de Astoria, las manos de una vieja coreana afilando uñas adineradas en el Upper West Side, las flamas de un incendio deshojando un viejo edificio del Bronx, un peatón propinándole un rosario de madafakas a otro.

En el equipo había periodistas, artistas sonoros, geógrafos, urbanistas, escritores, historiadores, acustemólogos, antropólogos, músicos e incluso batimetristas, con sus ecosondas multihaces, que sumergían en los cuerpos de agua que rodean la ciudad para medir la profundidad y los contornos de los lechos fluviales. Todos, en parejas o en pequeños grupos, medíamos y registrábamos longitudes de onda por toda la ciudad, como si buscáramos documentar los jadeos de una bestia gigante.

A él y a mí nos pusieron a trabajar en pareja y nos asignaron la tarea de grabar, durante un periodo de cuatro años, todos los idiomas hablados en la ciudad. La descripción de nuestras responsabilidades especificaba: «realizar un muestreo de la metrópolis con la mayor diversidad lingüística del mundo, y mapear la totalidad de los idiomas hablados por sus adultos e infantes». Resultó que hacíamos bien nuestra tarea. Y que hacíamos un buen equipo, incluso demasiado bueno. Trabajábamos más horas y con más entrega de la que se requería, quizá para tener una excusa para vernos más seguido. Entonces, tal vez de manera un poco predecible, después de sólo unos meses trabajando juntos nos enamoramos –de cabeza, como una piedra que se enamora de un pájaro y ya no sabe dónde empieza la piedra y dónde termina el pájaro–. Cuando llegó el verano decidimos mudarnos a vivir juntos, cada uno aportando un hijo a la ecuación. Nos volvimos una tribu.

La niña no se acuerda de nada de ese periodo, por supuesto. El niño recuerda que yo siempre traía puesto un suéter de lana azul, largo hasta las rodillas, al que le faltaban algunos botones; y que a veces, cuando se quedaban dormidos, me lo quitaba y los tapaba a los dos con él, y olía a tabaco y picaba un poco. La mudanza fue una decisión impulsiva, tan confusa, urgente y hermosa como se sienten las cosas cuando no estás pensando en sus consecuencias. Luego, vinieron las consecuencias. Conocimos a nuestras respectivas familias extendidas, nos casamos por la ley civil, y empezamos a pagar impuestos de sociedad conyugal. Nos volvimos una familia.

INVENTARIO

En los asientos delanteros: él y yo. En la guantera: seguro del coche, tarjeta de circulación, manual de usuario y mapas de carreteras. En el asiento de atrás: los niños, sus mochilas, una caja de kleenex y una hielera azul con botellas de agua y comida perecedera. En la cajuela: una pequeña bolsa de gimnasio con mi grabadora digital para voz marca Sony, modelo PCM-D50, audífonos, cables y baterías de repuesto; la mochila organizadora Porta-Brace para audio de mi esposo, con su boom plegable, micrófono, audífonos, cables, zeppelin, filtro tipo dead-cat y su grabadora 702T. Además: cuatro maletas chicas con nuestra ropa, y siete cajas de archivo (38 x 30 x 25 cm) de cartón con doble fondo y tapas resistentes.

COVALENCIA

A pesar de los esfuerzos que desde un inicio hicimos mi marido y yo por mantener una sensación de solidez en nuestro mundo familiar, siempre ha habido entre los cuatro cierta ansiedad sobre el lugar que ocupa cada uno. Somos como esas partículas problemáticas que se estudian en clase de química, con enlaces covalentes en lugar de iónicos –o quizás era al revés–. La madre biológica del niño murió en el parto, en Atlanta, pero ése es un tema del que nunca se habla. Mi esposo me lo comunicó en una sola frase, muy al principio de nuestra relación, y de inmediato entendí que no era un tema sujeto a más preguntas. Tampoco a mí me gusta que me pregunten sobre el padre biológico de la niña, a quien ella no conoce, así que los dos hemos honrado, desde siempre, un respetuoso pacto desilencio en torno a esos elementos de nuestro pasado y del pasado de nuestros hijos.

Tal vez a manera de reacción a todo lo anterior, los niños siempre han querido escuchar historias sobre sí mismos en el contexto de nosotros cuatro. Quieren saberlo todo sobre el momento en que los dos se convirtieron en nuestros hi- jos, y todos nos convertimos en una familia. Son como antropólogos que estudian ciertos relatos cosmogónicos, pero en su caso con un toque narcisista. La niña pide que le contemos una y otra vez las mismas historias, y el niño pregunta por algunos episodios de su infancia compartida como si hubieran sucedido hace décadas, o hace siglos incluso. Y nosotros, claro, transigimos. Les contamos todas las historias que alcanzamos a recordar. Cada vez que nos saltamos alguna parte o que confundimos algún detalle, los niños interrumpen inmediatamente el relato para corregirnos. Exigen que les contemos la historia de nuevo, esta vez sin errores, desde el principio.

MITOS FUNDACIONALES

En nuestro principio hubo un departamento casi vacío y una ola de calor. Era la primera noche en ese departamento –el mismo que ahora acabamos de dejar atrás– y los cuatro estábamos en calzones, sentados en el piso de la sala, sudorosos y agotados, balanceando rebanadas de pizza en las palmas de las manos.

El niño oteó la sala, masticando un pedazo de pizza, y preguntó:
¿Y ahora qué?
Y la niña, que entonces tenía dos años y medio, remedó:
Sí, ¿ahora qué?

No supimos qué contestar, aunque creo que ambos lo pensamos detenidamente, buscando alguna respuesta, quizá porque también nos habíamos estado haciendo la misma pregunta frente a ese espacio ajeno. Habíamos terminado de desempacar lo esencial y salido a comprar unas cuantas cosas de último momento: sacacorchos, cuatro almohadas nuevas, líquido limpiavidrios, detergente, dos pequeños portarretratos, clavos y un martillo. Habíamos medido la altura de los niños y hecho una primera marca en la pared del pasillo: 84 y 106 centímetros. Luego habíamos fijado un par de clavos en el muro de la cocina, junto al refrigerador, para colgar dos postales que antes habían estado en nuestros respectivos departamentos: una era un retrato de Malcolm X, tomada justo antes de que lo mataran, donde se le ve reposando la cabeza sobre la mano izquierda y mirando hacia algo o alguien fuera de cuadro; la otra era de Zapata, muy erguido, sosteniendo un rifle en una mano y un sable en la otra, con una banda colgándole de un hombro y sus dobles cananas cruzándole el pecho. Pero a pesar de esas primeras marcas de nuestra presencia, y de las muchas cajas de cartón y las maletas de todos, el espacio aún se sentía vacío.

¿Ahora qué?, preguntó otra vez el niño.
Por fin contesté yo:
Ahora vayan a lavarse los dientes.
Pero no hemos desempacado nuestros cepillos todavía, replicó.
Entonces enjuáguense la boca en el lavabo y a dormir, dijo su papá.

Regresaron del baño diciendo que les daba miedo dormir solos en el cuarto nuevo. Accedimos a que se quedaran en la sala con nosotros, por un rato, si prometían dormirse. Los dos se acomodaron dentro de una caja de cartón vacía y, después de cachorrear un rato hasta negociar la división de espacio que les pareció más justa, ambos cayeron súbitos.

Mi esposo y yo abrimos una botella de vino y, asomados a la ventana, nos fumamos un porro. Luego nos acomodamos otra vez en el piso de la sala, platicando a ratos, y a ratos viendo nomás a los dos niños, dormidos en su caja de cartón. Desde donde estábamos sentados alcanzábamos a ver sólo un amasijo de cabezas y nalgas: el pelo del niño, recio de sebo, los chinos de la niña, un nido; él, nalgas de aspirina, y las de ella, amanzanadas. Parecían la miniatura de una pareja que ha estado demasiado tiempo unida, de esas que envejecen muy rápido porque se disponen a la comodidad de una promesa eterna y sin sobresaltos. Ambos dormían en absoluta soledad compartida, serenos. Pero de pronto, interrumpiendo ese silencio casi sacro, el niño empezó a roncar y la niña empezó a soltar largas yufas, seguidas de breves pero tronados pedos.

Ese mismo día, más temprano, habían dado un concierto parecido cuando íbamos en metro hacia la casa, volviendo del supermercado, rodeados de bolsas de plástico llenas de huevos enormes, jamón rosáceo, almendras orgánicas, pan de elote y pequeños tetrapacks de leche entera –los productos enriquecidos y vitaminados de nuestra nueva dieta: la dieta de una familia con dos salarios–. Tres paradas del metro, y los dos niños se habían quedado dormidos, las cabezas en nuestras piernas, su sudor oliendo a los pretzels tibios que nos habíamos comido en la calle unas horas antes. Acomodados los cuatro en el vagón de metro –los niños dormidos, angélicos casi, y nosotros dos lo bastante jóvenes–, conformábamos una tribu hermosa, envidiable.

Hasta que de repente, uno comenzó a roncar y la otra a tirarse pedos. Los pocos pasajeros que no llevaban audífonos se dieron cuenta, miraron a la niña, luego a nosotros, luego al niño, y sonrieron –no sé si por compasión o en complicidad o simplemente entretenidos por la total desvergüenza de nuestros hijos–. Mi esposo les devolvió la sonrisa a los pasajeros. Yo pensé por un momento en desviar la atención, distraerlos de algún modo, tal vez mirando acusatoriamente al viejo que dormía a pocos asientos de distancia, o a la joven en ropa deportiva. Pero no hice nada. Sólo asentí con la cabeza a modo de aceptación, o de resignación, y les devolví media sonrisa a los extraños del metro. Supongo que sentí el tipo de pánico escénico que sobreviene en ciertos sueños, cuando te das cuenta de que estás en la escuela sin ropa interior: un profundo sentimiento de vulnerabilidad frente a todas esas personas que se asomaban de pronto a nuestro mundo, un mundo frágil todavía.

Pero esa noche, de vuelta a la intimidad del departamento nuevo, mientras los niños dormían emitiendo nuevamente esos ruidos hermosos –la verdadera belleza, siempre involuntaria–, pude escucharlos con atención, ya sin el peso del bochorno público. La caja de cartón amplificaba los sonidos intestinales de la niña, que viajaban diáfanos por el espacio casi vacío de la sala. Después de un rato el niño los oyó también –o eso nos pareció– y le respondió desde la profundidad de sus sueños con una serie de gruñidos y murmullos. Mi marido advirtió que estábamos presenciando un idioma más del paisaje sonoro de la ciudad, puesto al servicio del acto siempre circular de la conversación:

Una boca que le responde a un culo.

Por un instante reprimí la risa, pero luego noté que mi marido contenía la respiración y cerraba los ojos para evitar reírse y despertar a los niños. Tal vez estábamos un poco más pachecos de lo que creíamos. Me distendí por completo en una carcajada. Él me hizo segunda con una serie de resoplidos y jadeos, sus fosas nasales aleteando, el gesto fruncido, los ojos casi borrados, su cuerpo entero balanceándose como piñata herida. La mayoría de la gente se vuelve aterradora cuando ríe desaforadamente. Siempre me han dado miedo los que castañetean los dientes, y los que se ríen sin emitir sonido alguno.

Son desconcertantes las personas que se ríen como cantaba Chavela Vargas, que jalaba aire entre los dientes antes de soltar sus quejumbrosos pujidos. Y luego están los que clavan la cabeza hacia delante, contorsionándose, como si la alegría les doliera. En mi familia paterna tenemos un defecto genético, creo, que se manifiesta mediante bufidos nasales y ronquidos porcinos al final de cada ciclo de risas. Estos sonidos, quizá por su animalidad, desatan a su vez un nuevo ciclo de risas. Y así hasta que todos terminamos con lágrimas en los ojos y un sentimiento de vergüenza nos embarga.

Respiré profundamente y me limpié una lágrima del cachete. Me di cuenta entonces de que era la primera vez que oíamos la risa del otro. Quiero decir, nuestras risas más profundas: risa desatada, inmoderada, risa plena y ridícula. Quizás nadie nos conoce realmente hasta que no conoce nuestra risa. Por fin recobramos la compostura.

¿Es terrible reírnos a costa de nuestros hijos mientras duermen?, le pregunté.
Sí sí, todo mal, dijo, los pliegues de su piel todavía reacomodándose, regresando poco a poco al semblante parco y sereno que suele tener.

Decidimos que había que documentar este preciso momento, así que sacamos nuestro equipo de grabación. Mi esposo empezó a recorrer el espacio con el brazo extensible de su boom; yo acerqué mi grabadora de mano a los niños lo más posible. Ella se chupaba el dedo y él murmuraba palabras y gruñidos oníricos para la grabadora. El micrófono de mi esposo captaba también los sonidos de la calle: coches, una pareja discutiendo, jóvenes echando desmadre. Con una complicidad infantil registramos los sonidos de esa noche. No estoy segura de qué motivos más profundos nos impulsaban. Quizás era sólo el calor del verano, más el vino, menos el porro, multiplicado por la emoción de la mudanza, dividido por todo el reciclaje de cajas de cartón que teníamos por delante.

O quizás estábamos obedeciendo al impulso de permitir que aquel momento, que parecía el comienzo de algo, dejara una huella. Después de todo, nuestras mentes estaban entrenadas para detectar oportunidades de grabación, y nuestros oídos escuchaban la vida cotidiana como si fuera material para ser documentado. O tal vez las familias nuevas, como las naciones jóvenes después de una violenta guerra de independencia o una revolución, necesitan anclar sus comienzos en un momento simbólico y fijar ese instante en el tiempo. Esa noche fue nuestra fundación; fue la noche en que nuestro caos se convirtió en cosmos.

Más tarde, cansados y habiendo perdido momentum, cargamos a los niños hasta su nuevo cuarto y los dejamos sobre la cama –apenas más grande que la caja de cartón donde se habían dormido–. Después, ya en nuestro cuarto, nos metimos a la cama y entrelazamos las piernas sin decirnos nada, aunque comunicando algo con nuestros cuerpos, algo así como quizás más tarde, quizás mañana, mañana hacemos el amor, hacemos planes, mañana.

Buenas noches.
Buenas noches.

“No soporto la literatura moralista”, dice Valeria Luiselli, mexicana que escribe de niños migrantes

jueves, septiembre 19th, 2019

Desierto sonoro, la última novela de la autora mexicana, relata el viaje por carretera en Estados Unidos de una familia en crisis que se entrecruza con el éxodo de niños migrantes. La novela ya entró en las listas de libros más vendidos en Estados Unidos y es candidata al Premio Booker.

La escritora reproduce en su libro, a través de las noticias que escuchan sus protagonistas en la radio, cómo cientos de niños van a ser deportados a Centroamérica. En este libro, Luiselli buscó “rescatar las voces de los que no llegan”.

Madrid, España, 19 de septiembre (EFE).- La autora mexicana afincada en Nueva York Valeria Luiselli ha escrito sobre los niños migrantes que cruzan solos a Estados Unidos y lo hace de nuevo en su novela Desierto sonoro en la que ha querido rescatar las voces “de los que no llegan”, aunque asegura que no soporta la “literatura moralista“.

Desierto sonoro de Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983), publicada por Sexto Piso, relata el viaje por carretera en Estados Unidos de una familia en crisis que se entrecruza con el éxodo de niños migrantes, una novela que ha sido incluida entre las candidatas al Premio Booker.

En 2017 publicó también Los niños perdidos (Un ensayo en cuarenta preguntas) en el que a través de su experiencia como traductora en la Corte migratoria de Nueva York para la defensa de los niños inmigrantes contaba el proceso legal del que depende el futuro de los miles de menores centroamericanos que llegan a Estados Unidos.

La escritora mexicana cree que la crisis migratoria “está cambiando la cara” de Estados Unidos, que “nunca en su historia había encarcelado masivamente a niños que piden asilo”. Foto: Especial

Luiselli, que se encuentra en España por el lanzamiento de su novela, ha explicado a Efe que dar voz a los menores que han desaparecido en ese viaje es un “problema ético” y un trabajo creativo “muy complicado”.

“No soporto la literatura moralista, pero sí creo en la que expone y demuestra, sin pontificar desde una altura moral”, recalca esta autora, cuyo retrato de la infancia en Desierto sonoro ha entrado en las listas de libros más vendidos en Estados Unidos.

Un retrato también de una familia y un país a través de un viaje en carretera de una pareja junto a sus hijos de 10 y 5 años desde Nueva York hasta Arizona. Ambos son documentalistas y cada uno se concentra en un proyecto propio: él está tras los rastros de la última banda apache; ella busca documentar la diáspora de niños que llega a la frontera del país en busca de asilo.

Mientras el coche familiar atraviesa el vasto territorio norteamericano, los dos niños escuchan las conversaciones e historias de sus padres y a su manera confunden noticias de la crisis migratoria con la historia del genocidio de los pueblos originales de Norteamérica.

La escritora, que destaca la ausencia de cifras oficiales de estos menores migrantes, reproduce en su libro, a través de las noticias que van escuchando sus protagonistas en la radio, cómo cientos de niños van a ser deportados a Centroamérica desde un pequeño aeropuerto local.

Luiselli, que prepara un documento sonoro sobre la violencia en la frontera entre México y EU y los desaparecidos, considera que existe un cierto grado de tolerancia frente al sufrimiento ajeno.

La escritora mexicana cree que la crisis migratoria “está cambiando la cara” de Estados Unidos, un país que aunque ha actuado en ocasiones muy cruelmente contra sectores de la población “nunca en su historia reciente hasta ahora había encarcelado masivamente a niños que llegan pidiendo asilo”.

RESEÑA | Papeles falsos, uno de los primeros libros de Valeria Luiselli, nominada al Premio Booker

sábado, agosto 10th, 2019

La escritora Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983) es la primera mexicana en estar nominada al Premio Booker, uno de los certámenes literarios más importantes en lengua inglesa. La novela con la que compite es Lost children archive (El archivo de los niños perdidos), que relata la historia de los niños migrantes en Estados Unidos. El resultado final se dará a conocer el próximo 14 de octubre y el libro se estrenará en México, en septiembre del año en curso. Por ello, hemos decidido hablar de uno de sus primeros libros, Papeles falsos (2010), para conocer un poco más de esta escritora.

Por Laura Itzel Dominguez Martínez 

Ciudad de México, 10 de agosto (SinEmbargo).– La memoria es una especie de mapa imaginario en el cual depositamos nuestra ficción. Todo recuerdo es un cuento de lo que fue, aderezado con lo que hubiera podido ser. En este sentido, Papeles falsos (Sexto Piso, 2010) de Valeria Luiselli (México, 1983) no es la excepción. Sin embargo, su singularidad radica en mostrarnos ese indefinible paseo que hace por el mundo mientras habla de sus periplos mentales: la Ciudad de México, la Isla de los Muertos, la casa de Joseph Brodsky. Todo dispuesto al azar como un modelo para armar.

Bajo esta tónica, debo confesar que me acerqué a Luiselli con la intención de descubrir un relato más; por lo tanto, leí Papeles falsos como una suerte de Rayuela mexicana con toques de cosmopolitismo. Pero con el paso de las páginas comprendí que me enfrentaba a algo más que una novela enredada, pues en cada hoja se desplegaba una reflexión en torno al viaje, a la ciudad, al panteón, al mundo. No había principio ni fin, sino una vida que sucedía en ese preciso instante.

Luiselli comienza con su visita al cementerio de San Michelle en Venecia, Italia. En ese recorrido narra la búsqueda del Otro: el muerto en su tumba. En medio de todo, se interrumpe a sí misma de la mano de Joseph Brodsky. (No me gusta la gente. No soporto su apariencia. Aferrado al árbol de la vida cada rostro está firmemente atado y no puede desatarse, cita en algún sitio.) Desde este momento, el libro se vuelve una especie de exaltación del poeta ruso, de quien dice estar realizando una investigación. No la culpo, los seres humanos buscamos afinidad con otros para resignificar nuestra propia historia.

En consecuencia, Brodsky es el complemento perfecto a la historia personal de Luiselli, quien nació en la Ciudad de México en 1982. Como hija de un embajador, pasó gran parte de su vida fuera de México, en países como Italia, Sudáfrica e India. Por su parte, el poeta ruso también fue un hombre de mundo, al cual habitó con fervor. Él vivió una larga temporada en Estados Unidos mientras añoraba su ciudad natal, San Petersburgo, pero su tumba se encuentra en Venecia. De tal forma que, el cosmopolitismo involuntario es lo que une a estos dos escritores.

Papeles falsos puede leerse, entonces, como una metáfora del desarraigo. O como diría la también ensayista, Susan Sontang, al respecto de los viajes de Brodsky, éstos son: “el característico premio de una rápida asimilación de lo que había que conocer y sentir, una resolución a nunca dejarse embaucar, y mordaces reconocimientos de vulnerabilidad”. En este sentido, Luiselli se desenvuelve en este libro como una joven exiliada del mundo, pero con una avidez similar a la del poeta ruso.

Es justo en este punto, en el que Papeles falsos es también una especie de nostalgia por lo que la autora es sin serlo del todo: una mexicana. Quizá no sólo por el simple hecho de verse en el espejo de los desterrados, sino también por la imposibilidad de nombrar el mundo desde un lugar específico. Y esa preocupación, la acompañará a lo largo de todo el libro, en la búsqueda de ese algo que la fije en un sitio preciso. Por ejemplo, explora términos intraducibles, con la intención de hallar un rasgo único de la lengua materna:

“La saudade no es homesickness ni es heimweh. El kaihomielisyss finlandés, aunque recuerde a home y a miel, expresa sólo su dimensión más invernal. El sökundur islandés es seco, el tesknota polaco apenas la toca; al lack inglés le falta algo, el steak checo se encoje; y en el ihaldus estonio la ‘h’ es helada. La morriña rueda hacia ella como una piedra de trayectoria asintótica. Los brazos largos del longing no la alcanzan. En Sehnsucht se demora demasiado una ‘e’. La saudade no es nostalgia y no es melancolía: quizá la saudade tampoco sea saudade”.

Esa curiosidad, sin duda, también abreva del mundo brodskyano (por llamarlo de algún modo). Decía Sontang a propósito de su amigo, que sí, él era un afecto al cosmopolitismo, pero no por nostalgia, sino por reconocer que el pasado era una fuente de criterios más elevados que los que permite el presente. En este mismo tenor, Luiselli mostrará a lo largo de estas páginas su peculiar relación con el pasado, pues piensa que “los espacios sobreviven al paso del tiempo de la misma manera que sobrevive una persona a su muerte en esa estrecha alianza entre la memoria y la imaginación.”

Si bien, hay una cierta obsesión por Brodsky, en Papeles falsos transitan tantos lugares como personajes de la historia mundial. Entre ellos, Walter Benjamin, Fernando Pessoa y W. G. Sebald. Sin embargo, debo confesar que este quehacer ensayístico tiene más de benjaminiano que de brodskyano. Los paseos de Luiselli por la Ciudad de México e Italia me recuerdan más a Calle en sentido único (W. Benjamin) que a Del dolor y la razón (J. Brodsky), no sólo por la brevedad de cada uno de los ensayos sino por la soltura con la que recurre a los otros para sostener su verdad.

No obstante, el libro de Luiselli también puede verse como una búsqueda de identidad; o bien, una explicación de sí misma a través de su ciudad –la Ciudad de México–. “Hay un cuadrángulo de pequeñas ausencias, de plazuelas donde hubo algo que ahora sólo son huecos”, dirá en algún instante. (A unas cuadras de mi casa hay un edificio en ruinas: mausoleo de televisiones, periódicos, muñecas, familias. El viejo policía que cuida la propiedad de enfrente asegura que eran más de cinco pisos, un edificio moderno, de pocos años antes del temblor del 85.) Casi como en un intento desesperado de evitar el olvido, de reinventarse a sí misma en un sitio que ha dejado de ser el mismo.

De este modo, Papeles falsos se despliega ante el lector como un recurso de memoria: un modelo para armar. En el cual, tenemos la posibilidad de llenar los vacíos por medio de nuestra propia experiencia. O bien, podemos verlo como una especie de método, con el cual nos cuestionamos el mundo –el nuestro–. Entonces, ¿qué fue de la casa que habité?, nos preguntaremos algunos. Mientras otros recurrirán al pasado reciente, aquel que nos trastocó justo hace un instante para convertirnos en seres reminiscentes. Todo, en medio de un trance que siempre llega al mismo lugar: nosotros los de entonces ya no somos los mismos.   

La obra Los Ingrávidos, adaptación de la novela de Valeria Luiselli, es presentada en el Foro Lucerna

sábado, octubre 13th, 2018

Los Ingrávidos, que desde el pasado 5 de octubre y hasta el 25 de noviembre se presentará en el Foro Lucerna del Teatro Milán, cuenta con la dramaturgia y dirección de Fernando Bonilla, y es una adaptación de la novela homónima de la escritora mexicana Valeria Luiselli.

Ciudad de México, 13 de octubre (SinEmbargo).– La evocación del recuerdo se verá retratada en la obra Los Ingrávidos, una adaptación de la novela homónima de la escritora mexicana Valeria Luiselli, recientemente reconocida con el premio American Book Award.

La puesta en escena que desde el pasado 5 de octubre y hasta el 25 de noviembre se presentará en el Foro Lucerna del Teatro Milán, cuenta con la dramaturgia y dirección de Fernando Bonilla, que en 2013 obtuvo el éxito en el Teatro Orientación, del Centro Cultural del Bosque con la adaptación.

La obra es presentada por la compañía de teatro Puño de Tierra y el elenco está conformado por la actriz Lourdes Echeverría, el mismo director Fernando Bonilla y Meraqui Padris.

“Como las tarántulas que mudan de piel y siguen su camino, hay personas que se mueren varias veces en la vida y dejan fantasmas a su paso por la vida”. Foto: PUÑO DE TIERRA, Facebook

Los Ingrávidos narra la historia de una mujer que escribe sobre su juventud en Manhattan cuando trabajaba como editora, al mismo tiempo que describe su obsesión por el poeta mexicano Gilberto Owen. Además, no deja mencionar su actual vida en la Ciudad de México que es confrontada por el pasado.

En trama se exponen los fantasmas de la nostalgia que rodean a la escritora y Owen, y el caminó a sus finales donde a uno le espera la muerte y otro el fin de su matrimonio.

“Como las tarántulas que mudan de piel y siguen su camino, hay personas que se mueren varias veces en la vida y dejan fantasmas a su paso por la vida”.

La adaptación se presenta los viernes a las 20:45 horas, sábados a las 18:30 y 20:30, y los domingos a las 18:00 horas. Si de seas adquirir tus boletos puedes entrar aquí o directamente en el teatro ubicado en la calle Lucerna 64, colonia Juárez, en la Ciudad de México.

Yo tuve un sueño: El viaje de los niños centroamericanos a EEUU

sábado, octubre 6th, 2018

Valeria Luiselli acaba de ganar el American Book Award con Los niños perdidos, un trabajo sobre los niños migrantes en la Corte migratoria de Nueva York. “¿Por qué viniste a los Estados Unidos? Ahora viene Juan Pablo Villalobos, con Yo tuve un sueño. El gran autor de Anagrama entrevistó a diez niños migrantes. El resultado es desolador y al mismo tiempo necesaria.

Ciudad de México, 6 de octubre (SinEmbargo).-“Yo tengo un sueño”, dijo Martin Luther King en su célebre discurso sobre la igualdad racial pronunciado en 1963. Yo tuve un sueño se titula este libro sobre otros sueños americanos del siglo XXI: los de los inmigrantes que cruzan sin papeles la frontera entre México y Estados Unidos. Juan Pablo Villalobos cuenta aquí diez historias centradas en los más vulnerables: los niños. En 2016, el autor entrevistó en Nueva York y Los Ángeles a diez inmigrantes que habían entrado en Estados Unidos entre 2011 y 2014 para reunirse con sus familias. Cuando cruzaron la frontera tenían entre diez y diecisiete años y procedían de Honduras, El Salvador y Guatemala. Este es un “libro de no ficción, aunque emplea técnicas narrativas de la ficción para proteger a los protagonistas”  y pretende dar voz a quienes no la tienen, poner rostro a las frías cifras de las estadísticas y contar las historias personales que hay detrás de las escuetas noticias. Sus páginas hablan de pobreza, miedo, explotación, violencia, pandilleros, sicarios, calabozos, familias separadas, un tren al que llaman la Bestia…, pero también de esperanza, entereza y dignidad.

Yo tuve un sueño aún a lo mejor de la crónica periodística comprometida con una realidad que debe explicarse y la solidez narrativa de uno de los más estimulantes escritores mexicanos actuales. El resultado: una obra sobrecogedora, necesaria y de una asombrosa fuerza literaria.

–Estos marasalvatruchas y estos migrantes centroamericanos se parecen mucho más a los mexicanos que los estadounidenses…

–Lo que pasa es que hemos vivido siempre dándole la espalda a Centroamérica, sintiéndonos no sé si superiores pero sí diferentes. Ellos retribuyen con un poco de miedo, como se ve en el libro. Tienen miedo de México, al peligro y al riesgo de lo que supone atravesar este país.

–Tienen más miedo de México que de Estados Unidos

–Sí, porque de hecho el viaje se emprende a los Estados Unidos, con una mezcla de miedo de lo que sucederá en el viaje, con un miedo a que no terminará feliz, a que sean deportados, pero al fin y al cabo es una esperanza. Llegar a los Estados Unidos. Es una esperanza relativa, ¿de dónde viene esta gente? ¿de qué situación? Como podemos ver en el libro de situaciones de violencia extrema, violencia en las calles, violencia en la familia, de pobreza, de explosión social y de una perspectiva nula de tener un futuro digno. ¿Cómo puede aparecer el escenario de vivir en los Estados Unidos? Parece una posibilidad, incluso en lo más elemental, de sobrevivir. Me parece terrible una frase que me repetía una niña que su hermano le había dicho “prefiero morirme en el camino”.

–Tú elegiste la crónica, no elegiste la teoría para analizar este caso

–Yo elijo narrar mis historias, más que explicarlas. Yo soy un narrador, no soy periodista ni un sociólogo ni un historiador. Mi pulsión, mi necesidad, mi manera de trabajar me lleva a mí asumir la crónica, el relato en primera persona. Me parecía que era necesario darle la voz a aquellos que no las tienen. No la tienen entre otras cosas porque no se las damos. Me parecía que yo podría agregar un poco al debate de lo que está sucediendo. No iba a poner mi perspectiva sobre el asunto. Yo llegué a este libro de contar en primera persona las historias. Mi primera novela está contada por medio de un narrador infantil y la segunda está la perspectiva de un adolescente. El editor que originalmente me pidió que escribiera un reportaje sobre los niños migrantes, me lo pidió porque había leído mis libros y creía que yo era capaz de contar en primera persona lo que le pasaba a estos chicos.

–Son voces que nunca las hemos escuchado

–Estuve entrevistando a estos niños durante horas. Me interesaba que se quedara lo más esencial, que se quedara también un tono de voz, un vocabulario, el mismo que yo había escuchado; en algunos relatos en particular hay el uso de algunas herramientas de la ficción que están más alejadas de lo que sería el propio testimonio o de lo que sería el periodismo. Lo que comentas es un caso que está contado por un pandillero. Lo que hago allí es dislocar la voz narrativa. Esa historia completa me la ha contado aquel que era acosado por el pandillero y yo lo que decido es que le doy la voz al otro. Todo lo que me cuenta ha sucedido, pero cambio la perspectiva. “Prefiero morirme en el camino” es el único relato que está contado en tercera persona, porque hay al final una elipsis que no nos deja saber que ha pasado con estos niños, si han sobrevivido o no. Me parecía que era importante que en ese libro hubiera una huella en esos testimonios que se pierden, porque los menores no sobreviven en general en su viaje por México. Obviamente el testimonio se puede contar cuando sobreviven. Dejar huella de ese horror, de la desaparición.

–El libro apareció con el Premio American Book a Los niños perdidos, de Valeria Luiselli. ¿En qué se parecen?

–Yo creo que son dos libros complementarios. Yo leí ese libro hace tiempo y lo presenté en Barcelona. Digo que son complementarios porque yo no aparezco, incluso el epílogo hemos puesto al periodista Alberto Arce para que lo escribiera, en el libro no se encontrará ninguna opinión mía. En el caso de Valeria, ella se pone en el centro del libro para conflictuar a los lectores sobre cómo nosotros nos enfrentamos a esa situación. Las dos aproximaciones tienen una aportación diferente y que son libros que se pueden leer paralelamente.

–Juan Pablo Villalobos, Valeria Luiselli, Fernanda Melchor…hay otros por ahí, ¿son la nueva narrativa mexicana?

–Hay bastantes libros que han ido tocando este tema, el de la migración, pensaba en el libro de Emiliano Monge, Las tierras arrasadas. Pensaba en el libro de Antonio Ortuño, La fila india. Ha resultado un tanto inevitable que los autores de esta generación, nacidos en los 70, en los 80, nos acabemos involucrando con estos temas, entre otras cosas porque no tenemos para donde hacernos. Ha sido tan grave lo que ha sucedido en México y en la región en los últimos años que de alguna u otra manera se vuelve inevitable involucrarte a nivel literario.

–¿Hay un nuevo impulso narrativo, de mayor calidad, en esta nueva narrativa mexicana?

–No lo sé. He pensado mucho en esto que me preguntas ahora, ¿qué puede haber de diferente entre la generación anterior y esta de narradores? Creo que puede deberse a un fenómeno editorial más que a un fenómeno literario. Creo que esta literatura es una especie de continuación y no dejamos de ser parte de una tradición.

Un libro para los migrantes centroamericanos. Foto: Especial

Fragmento de Yo tuve un sueño, de Juan Pablo Villalobos, con autorización de Anagrama

ADVERTENCIA

Este es un libro de no ficción, aunque emplea técnicas narrativas de la ficción para proteger a los protagonistas. Todos los relatos se inspiran en los testimonios de diez menores recabados en entrevistas personales llevadas a cabo durante el mes de junio de 2016 en Nueva York y Los Ángeles. Se han cambiado los nombres de los menores para preservar su anonimato.

EL OTRO LADO ES EL OTRO LADO

El gordo venía caminando todo sudado, haciéndose el que no se daba cuenta de nada, como si no supiera que acababa de cruzar del otro lado, pero claro que sabía, todos lo saben, no hay una sola persona en Ilopango que no sepa dónde está la divisoria, y por eso me puse alerta, pensé: ese algo anda tramando, ese seguro es un poste de la Salvatrucha.

Venía comiendo una bolsa de papas fritas, le eché que tendría unos quince o dieciséis años, ya estaba peludo como para hacerse el pendejo. Traía colgando una mochila de la espalda, venía todo elegante, su camiseta planchada y sus jeans nuevos, más me valía que mirara qué se traía en la mochila, por qué andaba así disfrazado. Atravesé la calle para alcanzarlo.

–¿Quihubo, cabrón? –le dije.

Volteó a verme de reojo, siguió caminando muy socado, más despacio, pero no se detuvo. Yo por mí ya le hubiera enseñado ahí mismo la escuadra, para que se le quitara lo socado, nadie puede andarse haciendo el que no oye cuando le habla uno de la 18,1 si no fuera porque luego siempre me dicen que quién me autorizó, que quién me creo que soy para saltarme a los de arriba, que primero hay que mirar bien de quién se trata antes de sacar el fierro.

–Ey, te estoy hablando, parate –le volví a decir, y lo agarré del brazo para que se detuviera. Se paró sin voltear a mirarme y lo oí que respiraba pesado, se había puesto nervioso, ya sabía con quién estaba hablando y ya le andaban temblando las canillas.

–¿Tás sordo o qué? –le dije.

No dijo nada, nomás seguía resoplando como un caballo. Lo empujé del hombro y se fue contra la pared, sin resistirse. De la frente le escurría el sudor como si fuera una fuente.

–¿Adónde vas tan san vergón? –le dije.

Se limpió el sudor con un pañuelo doblado que sacó del bolsillo del pantalón y miró para todos lados antes de contestarme, como buscando a alguien. Para su mala suerte no había casi nadie en la calle y los que pasaban se iban rápido para no meterse en problemas. Todos saben que con los de la 18 nadie se mete así tan fácil para defender a un chivazo cualquiera.

–Yo conozco al Yoni –me dijo cuando vio que no le quedaba remedio más que hablarme.

–Ah, no jodás, yo también lo conozco –le dije.

Hizo el intento de ponerse a caminar para irse, pero yo lo jalé del brazo y lo empujé de nuevo.

–Se me hace que sos poste de los Mierdas –le dije.

Otra vez se quedó callado, sin decir nada, sin mirarme, mirando nomás hacia el final de la calle como si allá lejos fuera a encontrar a alguien que lo salvara. Este gordo lo único que sabía hacer era resoplar como caballo.

–¿Vos crees que no te vi que venías del otro lado? –le dije–. Del otro lado es de los Mierdas, ni que no supieras, todo mundo lo sabe. ¿Adónde vas? Sacó el pañuelo del bolsillo del pantalón y se secó otra vez la frente, eso le pasaba por estar tan gordo, seguro sudaba tanto por eso.

–Qué, ¿te vas a derretir? –le dije.

–El Yoni es mi amigo –me dijo el gordo de nuevo–, preguntale si querés.

–Loguá hacer –le dije–, pero primero decime adónde vas.

–Voy a mi casa –me dijo.

–¿Dónde vivís? –le pregunté.

–Aquí nomás a la vuelta –me dijo–, en el mesón.

–¿Y en qué andabas del otro lado, eh? –le dije–, se me hace que sos poste de los Mierdas. .

–Fui a hacer un bolado de la escuela –me dijo–, un bolado de grupo, el compañero con el que me tocó hacerlo vive allá. Si querés te enseño lo que traigo para que veás.

Se descolgó la mochila, abrió el zíper y me mostró que traía cuadernos, libros, cosas de estudiar. También traía otra bolsa de papas.

–¿Tu chero no es de los Mierdas? –le dije.

–Yo solo fui a hacer el bolado –me dijo–, en serio, preguntale al Yoni, él me conoce bien, conoce a mi familia.

–Pues le voy a preguntar –le dije.

Iba a cerrar la mochila pero lo detuve antes.

–Dame las papas –le dije. Agarré la bolsa de papas y llamé por el celular al Yoni. Cuando contestó se escuchó bien fuerte el sonido de la tele, seguro el Yoni estaba viendo una película con su jaina.

–Yoni, hay un pedo acá –le dije–, ¿sí me oís?

El Yoni debe haberle puesto pausa a la película, porque el ruidero dejó de oírse y nomás escuché su voz que contestaba.

–Rápido, ¿qué pasa? –me dijo–, estoy ocupado.

–Uno que venía de donde los Mierdas y dice que te conoce –le dije.

–¿Quién es? Le pregunté al gordo, que estaba otra vez secándose la frente y el cuello, cómo se llamaba.

–Santiago –me dijo–, decile que mi abuela tiene la tienda, allá en el mesón. Le repetí al Yoni lo que me dijo.

–Traémelo para acá –me dijo el Yoni, y colgó.

–El Yoni te quiere decir hola –le dije al gordo. Lo agarré del brazo y empecé a caminar. Se resistía y como estaba pesado era difícil obligarlo.

–Mi abuela me está esperando –me dijo–, tengo que ayudarla en la tienda.

–Eso se lo decís al Yoni –le dije–. Ahora vos caminale que si no vas a ver lo que te puede pasar. Ni que no supieras dónde vivís.

Saqué la escuadra y se la enseñé. Hizo como que no quería verla, pero bien que se puso a caminar de inmediato. Atravesamos las calles hasta llegar a donde el Yoni, mientras yo me comía las papas. Andaba muerto de hambre porque me había tocado postear desde temprano, llevaba desde las doce y ya eran casi las cinco.

El Yoni estaba con su jaina viendo la película a la que le había puesto pausa y se estaban comiendo unas pupusas. Yo ya había visto esa película, era la historia de un niño que hablaba con los muertos. El Yoni le puso pausa cuando nos vio entrar y el gordo de inmediato se puso a acusarme.

–Este me quiere ahuevar –le dijo al Yoni–, yo nomás vengo de hacer un bolado de la escuela, yo no tengo la culpa de que la profe me ponga a hacer un bolado con un compañero que vive donde las Letras.

–Dijo que era tu chero, Yoni –le dije al Yoni–, pero venía directo de donde los Mierdas, lo vi venir de allá.

–Su abuelo era el dueño del mesón –le dijo el Yoni a su jaina–, aquí a la vuelta, una época mi papá le rentaba un cuarto ahí, pero ahora ya no rentan cuartos, ¿no? –le preguntó al gordo.

–Ya no –dijo el gordo–, cuando mi abuelo se murió mi abuela decidió que el mesón fuera la casa de la familia.

–¿Y quién más vive ahí? –le preguntó el Yoni.

–Mi bisabuela, mi tía, mis tíos y mis primos –le contestó.

–¿No tenías un hermano?

–Sí.

–¿Cuántos años tiene? –le dijo–, Daniel se llama, ¿no?

–Diez –le contestó.

–¿Y tú? –Quince.

–¿Tu nana sigue en Estados Unidos? –le preguntó.

El gordo le dijo que sí, sacó otra vez el pañuelo del bolsillo del pantalón y se secó el sudor del cuello, de la cara y de la frente. El Yoni se lo quedó mirando, como riéndose, y le apretó la mano a su jaina para que ella también lo mirara.

–A tu abuela todo mundo la quiere aquí en el barrio –le dijo–, a tu abuela se la respeta, pero no deberías usar eso si no querés que la gente piense que sos maricón. La jaina se rió a carcajadas y yo también. El gordo hizo bolita el pañuelo y se lo metió de vuelta al bolsillo del pantalón.

–Estoy enfermo, Yoni –le dijo el gordo–, tengo un pedo del corazón, me llevaron al cardiólogo porque me canso mucho y me pongo a sudar.

–¿Tás jodiendo o es en serio? –le preguntó el Yoni.

El gordo le dijo que sí.

–Tengo grande el corazón –dijo–, más grande de lo normal.

–Sentate –le dijo el Yoni–, no te vayas a desmayar.

–Y le señaló una silla.

–Tengo prisa –dijo el gordo–, mi abuela me está esperando, a mí me toca atender la tienda en la tarde y ya voy atrasado porque el bolado estaba difícil y luego este me paró.

El Yoni se levantó del sillón donde estaba sentado, dejó el plato de las pupusas en la mesa, caminó hasta donde estaba el gordo y lo sentó a empujones en la silla.

–¿Te pararon los Mierdas? –le preguntó.

–Paran a todos –le contestó, casi llorando.

–¿Y qué les dijiste? –le dijo.

–Nada –le respondió.

El Yoni chasqueó la lengua porque ya se estaba desesperando.

–¿Te vas a poner a chillar? –le dijo.

El gordo resopló fuerte, pero para adentro, como tragándose los mocos.

–¿Qué les dijiste? –le preguntó el Yoni de nuevo.

–Querían saber adónde iba y me acompañaron hasta la casa de mi chero –dijo el gordo–. Cuando vieron que sí era verdad que iba a hacer un bolado de la escuela se fueron.

–¿No me estás dando paja? –le preguntó.

El gordo le dijo que no.

–¿Te acordás de Marco? –le dijo el Yoni–. Lo agarramos por andar con los Mierdas y ya sabes lo que le pasó. En eso sonó el celular del Yoni y se metió a otro cuarto para que no lo escucháramos. El gordo aprovechó para limpiarse la frente con el pañuelo, estaba tan gordo que se desbordaba de la silla. Luego el Yoni volvió.

–Voy a necesitar que me guardes un bolado en el mesón –le dijo.

–No puedo –dijo el gordo.

–Allá en el mesón hay muchos cuartos –le dijo–, allá fijo encontrás un lugar seguro para guardarlo.

El gordo no dijo nada, ni lo miraba al Yoni mientras le hablaba, se quedaba viendo al suelo como si de ahí adentro fuera a salir alguien para rescatarlo.

–Es nada más por un rato –dijo el Yoni–, o hasta mañana.

–De verdad no puedo, Yoni –dijo el gordo–, si mi abuela se entera…

–No te estoy preguntando –lo interrumpió el Yoni–, me acaban de avisar que anda dando vueltas la tira.

Se metió apresurado hacia el fondo de la casa y volvió con una bolsa blanca. Nomás entrar se olió lo que traía la bolsa adentro.

–Vos lo acompañás –me dijo el Yoni–, asegurate que la guarde, no la vaya a tirar en el camino.

Agarró la mochila del gordo, que estaba en el suelo, y sacó los cuadernos y libros que llevaba. Metió la bolsa dentro y cerró la mochila de vuelta.

–¿Qué es? –preguntó el gordo.

–¿Vos qué crees? –contestó el Yoni–. ¿Que no hueles? Se la das al Mecha cuando te la pida, hoy más tarde o mañana.

–¿A quién? –dijo el gordo.

–¡A este! –respondió el Yoni señalándome–, ¿necesitás que te lo presente? Váyanse ya, rápido, ya estuvo bueno.

El gordo no se levantaba de la silla. Miró de reojo al Yoni. –¿Qué esperás? –le dijo el Yoni.

Necesito mis chunches de la escuela –contestó el gordo.

–El Mecha te los va a dar cuando le regresés la bolsa –dijo el Yoni.

El gordo se levantó y se colgó la mochila en la espalda. El Yoni le quitó la pausa a la película y se escuchó el grito de una persona. Era la mamá del niño que hablaba con los muertos, acababa de encontrarlo con los ojos en blanco hablando un idioma desconocido. Salimos a la calle, parecía que iba a caer un vergazo de agua, olía a la comida que estaba preparando la vecina y yo ni siquiera había almorzado.

–¿Dónde la voy a guardar? –me dijo el gordo mientras caminábamos.

–Eso lo sabrás vos –le dije–, ¿no dijo el Yoni que hay muchos cuartos ahí en el mesón?

–Pero están ocupados –me dijo.

–Pues en tu cuarto –le dije.

–Ahí duerme también mi hermano –dijo–, y mi tío, mi tío se va a dar cuenta.

–Ese no es mi rollo –le dije.

Dimos la vuelta en la esquina y caminamos hasta la mitad de la calle. La tienda estaba en la acera de enfrente, era una tienda donde vendían de todo, comida, bebidas, cosas para el aseo.

–Mejor que no te vaya a ver mi abuela –dijo el gordo.

Crucé la calle y me metí a la tienda. Una señora estaba detrás del mostrador mirando una tele que tenía ahí encima. Me vio como si el diablo hubiera entrado a la tienda. Agarré unas bolsas de papas y unas gaseosas, mientras el gordo saludaba a su abuela y le pedía perdón por haberse atrasado. De veras que el gordo era todo un maricón. Me salí de la tienda sin pagar y escuché que la abuela me gritaba, pero me seguí sin decirle nada.

Al día siguiente no fui a recoger la bolsa, porque el desvergue con la tira andaba complicado. El Yoni decía que alguien lo había traicionado. Pasaron varios días en que todos anduvimos escondidos y luego el Yoni me mandó a que fuera por la bolsa. Me tuve que esperar un rato, porque en la tienda estaba la abuela y el gordo no se veía por ningún lado. Pero el gordo no llegaba, se iba haciendo de noche, entonces tuve que entrar a la tienda y preguntarle a la abuela.

–¿No está el Santiago? –le dije.

La abuela hizo como que yo no existiera, ni me contestó, ni volteó a verme, nomás se quedó mirando la tele que tenía encendida. Saqué el fierro y lo puse encima del mostrador, tapando la televisión, para que me hiciera caso. La abuela se dio la vuelta y caminó hacia una refrigeradora que estaba al fondo, alzó la mano y sacó la bolsa de arriba. La aventó encima del mostrador, la agarré y me salí rápido para ir donde el Yoni.

–El gordo no estaba –le dije cuando le di la bolsa–, pero la bolsa me la dio la abuela.

El Yoni abrió la bolsa y contó las bolsitas que había adentro.

–¿Querés que vaya a buscarlo? –le pregunté al Yoni.

–Ese ya se fue para el otro lado –me dijo.

–¿Con los Mierdas? –le dije. –

El otro lado es el otro lado –me dijo–, a ese ya lo mandaron a Estados Unidos.

Juan Pablo Villalobos y una crónica sobrecogedora. Foto: Cortesía

Juan Pablo Villalobos (México, 1973) ha investigado temas tan dispares como la ergonomía de los retretes, los efectos secundarios de los fármacos contra la disfunción eréctil o la excentricidad en la literatura latinoamericana de la primera mitad del siglo XX. En Anagrama se han publicado Fiesta en la madriguera y la reciente Si viviéramos en un lugar normal.

Valeria Luiselli, una mujer que escribe más allá de los éxitos

sábado, agosto 18th, 2018

Valeria Luiselli acaba de ganar el American Book Award con Los niños perdidos, un trabajo sobre los niños migrantes en la Corte migratoria de Nueva York. “¿Por qué viniste a los Estados Unidos? Ésa es la primera pregunta del cuestionario de admisión para los niños indocumentados que cruzan solos la frontera”.

Ciudad de México, 18 de agosto (SinEmbargo).- Una de las cosas por las que más se lo recuerda a Roberto Bolaño (1953-2003) es porque jamás pensaba en los premios. Claro que cuando el editor de Anagrama, Jorge Herralde, le avisó que era candidato para ganar el Rómulo Gallegos, él llamaba para ver cómo había sido el resultado.

A Bolaño, por supuesto, se lo recuerda además por sus obras y esto sucede con la joven escritora mexicana Valeria Luiselli (1983).

Al punto fue que la última vez que la entrevistábamos decía algo como que la editorial (Sexto Piso) iba a tener que darle mucha paciencia. Estaba metida en una novela un poco enrevesada y hasta que no estuviera a punto no la iba a sacar.

Hablar con ella de literatura recuerda un poco a la universidad y a veces a esas historias que cuenta Jeffrey Eugenides en La trama nupcial, pero cuando se abandona el discurso de las letras sobreviene un talento inconmensurable a la hora de elaborar libros raros, difíciles de clasificar.

Uno de ellos, Los niños perdidos, acaba de ser ganador del American Book Award. Se trata de la experiencia de Valeria en la Corte migratoria de Nueva York, como traductora, para la defensa de los niños inmigrantes. “¿Por qué viniste a los Estados Unidos? Ésa es la primera pregunta del cuestionario de admisión para los niños indocumentados que cruzan solos la frontera”.

Los niños perdidos (Un ensayo en cuarenta preguntas) es un testimonio brutal, íntimo, escrito con una prosa franca, brillante y lúcida, que observa la realidad de los niños migrantes desde una distancia situada entre el deseo de remediar el desamparo existencial en el que se encuentran sumidos y la impotencia que desata la incapacidad para hacerlo. Y es que, como cuestiona con honestidad la propia Luiselli: “¿Cómo se explica que nunca es la inspiración lo que empuja a nadie a contar una historia, sino, más bien, una combinación de rabia y claridad?”.

El premio, más allá de ponerla en el centro de los medios y darle un prestigio como escritora que ya tenía, revela a una escritora muy interesante que llegó a hacer En La historia de mis dientes, un trabajo donde elabora una fantasía desopilante, donde el humor y la imaginación resultan materia prima hechicera.

Los niños perdidos, un trabajo sobre los niños migrantes. Editó Sexto Piso. Foto: Especial

Autora también del libro de ensayos Papeles falsos, en 2010, autora de Los ingrávidos (que se llevó al teatro) Valeria dice que “Lo que escribo siempre dialoga con lo que leo. No hago esa diferencia tan frecuente: por un lado el escritor de la calle que sólo escribe sobre sus vivencias en el camino, por el otro el escritor con pantuflas que lee y sólo escribe alrededor de su biblioteca. No siento que los libros estén divorciados de mi experiencia vital, ni que sean menos intensos que las cosas que vivo. Quizás parir sea la única experiencia más intensa que todo. Derivo tanta experiencia de la lectura como de la calle. En esta La historia de mis dientes, los personajes y las historias son muy literarios. Hay una subasta de dientes, por ejemplo. Lo que traté de hacer es entender de una manera distinta el ensayo literario, un género que me interesa mucho, donde suele haber humor pero que al mismo tiempo se piensa despojado del humor. Quería que mi historia tuviera la frescura de los ensayistas de los que hablo en La historia de mis dientes”.

“En Nueva York, México es un país sumamente sofisticado y hay una visión más profunda y más amplia de nuestro país. No tengo que pelearme allí con estereotipos. Lo que ha cambiado en los últimos años es que México y la Ciudad de México en particular empezaron a circular en boca de todos, como un lugar en el que todo el mundo quiere poner el pie”, ha dicho en una entrevista realizada por SinEmbargo.

Valeria leyendo uno de sus libros en la Flip Festa Literária, en Italia. Foto: Cortesía Flip Festa Literária

Allí también le preguntamos si la literatura era su vida. Ella nos contestó:

“Sí, absolutamente. No hay un momento en que no esté trabajando. Eso es bueno y malo. Sé que todo lo que vivo y observo lo hago con dos cerebros, uno de los cuales registra todo lo que pasa para luego reflejarlo sobre la página. Creo que eso le puede restar mucho a la experiencia, pues toda la experiencia así se vuelve material de trabajo y he tenido que cortar con ese impulso de vez en cuando”.

La escritora mexicana Valeria Luiselli gana el American Book Award 2018

miércoles, agosto 15th, 2018

La mexicana Luiselli se basó en la experiencia que vivió cuando fue testigo del proceso “legal” que atraviesan los niños indocumentados, para realizar su ensayo “Los niños perdidos”, obra literaria que la llevó a formar parte de la lista de ganadores por el premio American Book Award 2018.

Ciudad de México, 15 de agosto (SinEmbargo).— Valeria Luiselli, es la segunda mexicana en ganar el America book Award de 2018 –anteriormente lo ganó Reyna Grande en el año 2007– por su trabajo literario “Odisea de los niños perdidos: un ensayo en 40 preguntas” y por participar como traductora en la corte de migración del estado de Nueva York.

“Los niños perdidos”, fue la obra que hizo que Valeria Luiselli entrará a la lista de ganadores del premio America Book Award junto a Guillermo Gómez y Carlos Santana, quienes fueron reconocidos por la Before Columbus Foundation.

Sin embargo, Luiselli, fue parte importante para la obra literaria mexicana y las mujeres que intentan a hacer a un lado el pensamiento machista de que “el mundo a sido siempre liderado por hombres”.

La escritora mexicana se basó en la experiencia que vivió cuando fue testigo del proceso “legal” que atraviesan los niños indocumentados, y en como es la travesía para llegar a la frontera con estados Unidos.

Por medio de testimonios pudo reunir diversas historias de niños que pretendían huir de sus países donde la violencia e inseguridad forman parte del sistema y por ende, de sus vidas.

El American Book Award, es un premio literario estadounidense que celebra a la literatura Americana y que anualmente reconoce libros y personas por sus “logros literarios sobresalientes” sin llevar acabo ninguna nominación.

Valeria Luiselli nació en la Ciudad de México en 1983. Estudio en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y realizó un doctorado en Literatura Comparativa por la Universidad de Columbia.
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Iñárritu, Cuarón, Luna, Gael… llaman a mexicanos a asumir 12 compromisos de cara al cambio

sábado, junio 30th, 2018

A través de las voces de Alejandro González Iñárritu, Alondra de la Parra, Gael García Bernal, Lila Downs, entre otros, buscan concientizar a la sociedad de frente al nuevo gobierno que el día de mañana será elegido por millones de mexicanos.

“El Día Después” es una iniciativa con la que se intenta motivar a que los ciudadanos pasen a la acción una vez acabe la jornada electoral.

Ciudad de México, 30 de junio (SinEmbargo).– Cineastas, actores, cantantes, escritores y periodistas convocaron a ciudadanos mexicanos a unirse a una iniciativa de 12 compromisos para hacer frente al nuevo gobierno que se elegirá el día de mañana.

Un total de 89.1 millones de mexicanos están llamados para votar por 3 mil 406 cargos públicos, incluido al Presidente del país, y las autoridades electorales han ofrecido tener en el menor tiempo posible una tendencia de los resultados.

A través de temas centrales como la democracia, política, elecciones 2018, confrontación, empatía social y transformación ciudadana, artistas invitan a la sociedad afrontar con empatía social el proceso electoral, y en especial, los días posteriores al 2 de julio.

“La paz y la tolerancia no son un sueño, deben ser una realidad”, comienza con el primer compromiso la cantante Julieta Venegas en el video.

El cineasta Alejandro González Iñárritu llama a decir: “No al racismo ni al clasismo, no a un país que excluya a apersonas con discapacidad. Todas y todos somos iguales y así debemos tratarnos. El otro no es mi enemigo, es mi complemento.

“Ejerzo una actitud crítica hacia mis gobernantes. Independientemente de mi aflicción política y la de ellos”, pronuncia en el video de dos minutos de duración la cantante Natalia Lafourcade.

El periodista Rulo David recuerda que se debe poner un alto a un de los peores males que aquejan al país: “La corrupción mata, violenta y divide. No la tolero y denuncio a quien la practica”, dice.

Uno de los peores problemas de México queda en voz de Paula Amor: “La pobreza es una forma de violencia, me comprometo a ayudar a combatir la desigualdad en todas sus formas, en todos los espacios”.

“Debo escuchar a los pueblos indígenas y asegurarme que sus decisiones y autonomías sean respetadas”, plantea el guionista y cineasta Carlos Cuarón.

También recuerdan la brecha tan grande que a lo largo de años la sociedad ha marcado entre mujeres y hombres: “La igualdad de género es una condición fundamental para una sociedad justa. Lucho por una igualdad laboral, económica y de oportunidades para mujer. Repruebo cualquier violencia en contra de ellas”, pronuncia el escritor y analista Emilio Lezama.

Asimismo reflejan en uno de los compromisos el respeto por los derechos de la comunidad LGBTTTI, en voz de la cantante oaxaqueña Lila Downs: “Respeto la identidad de género y la orientación sexual de cada persona. Todas y todos debemos disfrutar de los mismo derechos”.

“Me solidarizo con los inmigrantes indocumentados. Defiendo los derechos de mis paisanos del otro lado de la frontera de la misma forma que defiendo y acojo aquéllos que emigran a México o través de México”, dice el cineasta Alfonso Cuarón, ganador de un premio Oscar como mejor director en 2014.

La reconocida escritora Valeria Luiselli hace un llamado al apoyo de la cultura en el país: “Apoyo la edición la cultura y la ciencia como pilares de cualquier proyecto de país”.

“El respeto al medio ambiente es el respeto a mí mismo”, no olvida el actor Luis Gerardo Méndez.

Por último, Diego Luna, actor y fundador de esta indicativa ciudadana, hace un voto por la libertad de expresión: “Defiendo la libertad de expresión en todas sus formas. La libertad es un derecho que construyo y que exijo”, culmina.

El actor Diego Luna presentó la iniciativa El Día Después, un proyecto donde junto con otras personalidades del cine como Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro, invitan a la ciudadania a votar este 1 de julio. Foto: Tercero Díaz, Cuartoscuro

El pasado 19 de junio, Diego Luna presentó “El Día Después”, una iniciativa con la que se intenta motivar a que los ciudadanos pasen a la acción una vez acabe la jornada electoral.

“Lo más importante es cómo ejercer nuestra ciudadanía a partir del 2 de julio, qué pasa una vez que acaba la elección y qué podemos hacer haya o no ganado nuestro candidato”, explicó Luna en aquel ocasión.

Aseveró que “la polarización (en el proceso electoral) se empieza a volver peligrosa”, creando un clima de violencia, por lo que hay que ser más empáticos, lo que no necesariamente pasa por “pensar igual” que el otro.

“Se trata de bajar el ímpetu de confrontación y entrarle más a la reflexión”, apuntó el protagonista de filmes como “Y tu mamá también”.

Ese mismo día se publicó en redes sociales un video en el que aparecen imágenes de disturbios mientras la voz de Luna relata que “el miedo, la angustia, la rabia, la incertidumbre y la impotencia” llevan a estados en los que “todo se magnifica”.

“Las redes sociales se han convertido en un espacio donde el ruido hace imposible pensar. ¿Cómo fue que llegamos a este nivel de intolerancia?” se pregunta el actor, antes de dar paso a imágenes de políticos lanzando insultos a sus oponentes.

Por ello, Luna abogó por “reaccionar para que el respeto impere”.

ENTREVISTA | Me preocupa encontrar una “pinche” frase: Valeria Luiselli

sábado, febrero 13th, 2016
La joven escritora mexicana vive en Nueva York, donde da clases de literatura. Foto: Luis Barrón, SinEmbargo

La joven escritora mexicana vive en Nueva York, donde da clases de literatura. Foto: Luis Barrón, SinEmbargo

“Mi literatura no está regida por esa máxima de “contar una historia”. Lo que me interesa en el lenguaje es otra cosa”, dice la escritora mexicana radicada en Nueva York, una de las figuras literarias más importantes de las nuevas generaciones en nuestro país, candidata a recibir el The National Book Critics Circle con su libro La historia de mis dientes.

Ciudad de México, 13 de febrero (SinEmbargo).- Su incursión en la nueva literatura mexicana con una voz propia, fuerte y clara, se ve coronada con la postulación al importantísimo The National Book Critics Circle, que se entrega anualmente en los Estados Unidos desde 1974.

Este galardón se define en marzo y se divide en seis categorías: autobiografía, biografía, crítica, ficción, no ficción y poesía y son los únicos premios elegidos por los mismos críticos en los Estados Unidos..

Entre los treinta finalistas del 2015 se encuentra Luiselli, con La historia de mis dientes (Sexto Piso 2013), que en 2015 publicó en inglés la editorial Coffe House Press con el título de The Story of My Teeth y traducción de Christina MacSweeney.

Los únicos autores de habla no inglesa que han sido galardonados con este premio en la categoría de ficción son Roberto Bolaño y W. G. Sebald. Valeria es la primera autora mexicana en obtener una postulación.

Luiselli, nacida en 1983 y cuya novela anterior, Los ingrávidos, sorprendió gratamente tanto en el medio literario nacional como extranjero –además de convertirse en una obra de teatro muy exitosa-, es también autora del libro de ensayos Papeles falsos en 2010 y colabora regularmente con galerías de arte como la Serpentine Gallery en Londres y la Colección Jumex en México.

[youtube Iyd8nQMzyUY]

Precisamente, de un trabajo con los obreros de la Jumex nació el hoy aclamado La historia de mis dientes, un texto a-genérico que la autora escribió con la firme voluntad de alejarse de la autobiografía.

“En esta novela, los personajes y las historias son muy literarios. Hay una subasta de dientes, por ejemplo. Lo que traté de hacer es entender de una manera distinta el ensayo literario, un género que me interesa mucho, donde suele haber humor pero que al mismo tiempo se piensa despojado del humor. Quería que mi historia tuviera la frescura de los ensayistas de los que hablo en La historia de mis dientes”, dijo en una entrevista que le hiciéramos en 2013.

[youtube JOrY7IjC74c]

En los preparativos de una nueva novela y los festejos de fin de año en su tierra natal, encontramos a Valeria Luiselli. La cita fue en una librería de La Roma, a la que llegó una mañana portando sus enseres para armar cigarrillos y una predisposición para la charla propia de un ser inteligente y sensible como es la joven escritora mexicana.

–¿Qué pasó después de La historia de mis dientes en tu vida literaria?

–Pasaron muchas cosas. Después de que el libro saliera en español, estuve trabajando intensamente en la traducción al inglés. Ya existía una traducción al inglés, casi simultánea y lo que me propuso mi agente es que trabajáramos ese texto como si fuera un manuscrito. Lo cual fue muy importante para mí, porque creo que un autor en hispano que vive en los Estados Unidos, como en mi caso, la relación editorial acaba siendo muy poco creativa. El libro está hecho y los editores son simplemente las personas que canalizan una obra terminada. Yo ya llevo seis años en los Estados Unidos y lo que no quería era mantener una relación así con mi editorial allá.

Su libro La historia de mis dientes es candidato al The National Book Critics Circle. Foto: Luis Barrón, SinEmbargo

Su libro La historia de mis dientes es candidato al The National Book Critics Circle. Foto: Luis Barrón, SinEmbargo

–¿Entonces el texto cambió?

­–Sí. Trabajamos durante un año de una manera muy intensa entre el editor y yo, a veces se unía Christina MacSweeney, la traductora, con la que acordé que le agregaría capas en inglés que quisiera a su traducción. Ella, de hecho, le agregó un capítulo. Es una persona muy meticulosa y se dio cuenta de que era un texto que tira nombres en forma constante, en donde el ejercicio consiste precisamente en eso, en tirar nombres y ver cómo esos nombres modifican el tejido narrativo. Cuando se dio cuenta de que eso era parte del juego, ella comenzó a hacer una especie de mapa muy interesante. Comenzó a relacionar los nombres y acabó haciendo una cosa rara, especie de glosario, que me encantó tanto que lo incorporé al libro. Es un texto tan poroso que me ha permitido ir sumándole capas.

–No está nada mal para un texto que se hizo a pedido de la Fundación Jumex, que partió de esa iniciativa

–No es una novela, por más que las editoriales quisieron envolverlo con esa pátina de la narrativa. Efectivamente, que un proyecto en colaboración con los obreros de la Jumex.

–¿Cómo es México en los Estados Unidos?

–Bueno, hay muchos México y muchos Estados Unidos. La representación de México en los Estados Unidos varía según el entorno. En Nueva York, México es un país sumamente sofisticado y hay una visión más profunda y más amplia de nuestro país. No tengo que pelearme allí con estereotipos. Lo que ha cambiado en los últimos cinco años es que México y la ciudad de México en particular empezaron a circular en boca de todos, como un lugar en el que todo el mundo quiere poner el pie.

–¿Por qué crees que la política antidrogas de los Estados Unidos es para afuera y no para adentro?

–Lo que creo que es claro es que hay pequeñísimos pasos para legalizar la marihuana allí. Con sólo la legalización de la marihuana, una gran parte del problema del narcotráfico estaría solucionado, leí alguna vez. Resulta cada vez más difícil defender la ilegalidad de las drogas.

–¿Cómo es tu relación con las drogas?

–Bueno, cuando era muy muy joven probé de todo. Vivía en Sudáfrica, un lugar donde se consumía muchas drogas a edad temprana. Probé la marihuana a los 12 años. Pero con las drogas tiendo a la paranoia y a lugares donde no me gusta estar. A los 15 dejé todo y me volví muy puritana al respecto. Ya no soy la puritana que era antes.

­–Lo que pasa es que a las drogas hay que dedicarles mucho tiempo…

–Sí, puede ser. Imagínate si Octavio Paz hubiera probado más peyote, tal vez hubiera sido mejor persona. (risas).

–Fue un año en el que te afianzaste como una figura intelectual, entrevistando a salman Rusdhie en el Hay Festival

–Fíjate que no fui a ese Hay Festival porque estaba con broncas de visa, pero sí entrevisté a Rushdie hace poco en Nueva York, junto con un escritor que empecé a leer hace poco, László Krasznahorkai y creo que es el mejor escritor vivo, si lo lees te va a enloquecer. Realmente es algo distinto, yo no había sentido algo así en el cerebro desde que leí a cierta edad a Dostoievski o a Kafka.

–¿Te gusta esa figura pública que permanentemente es convocada?

–Bueno, es algo raro. Lo que me gusta es mantener diálogos con las mentes que admiro. Eso por supuesto que me interesa. Tengo largos periodos en que prefiero esconderme un poco, sobre todo cuando estoy escribiendo. Ahora, justo, desde noviembre, pude volver entrar a la novela que estoy haciendo desde hace tiempo. Aun así viajo más de lo que quiero viajar. Digo sí y luego el calendario me produce palpitaciones y termino cancelando muchas cosas. Además, tengo una hija, una vida demandante en los Estados Unidos. Me he tenido que volver más celosa con mi tiempo.

No hay un momento en que no esté trabajando, dice. Foto: Luis Barrón, SinEmbargo

No hay un momento en que no esté trabajando, dice. Foto: Luis Barrón, SinEmbargo

–¿Hay algo que construyas a tu alrededor como ambiente literario?

–Fíjate que esta vez en México me he sentido extranjera, muy ajena a cualquier definición de mundo constituido. Tengo amigos con los que mantengo una conversación viva, pero no diría que me encuentro en un mundo aquí, si es que hay tal cosa. Luego hay un mundo más flotante de amigos escritores, algunos latinoamericanos, con los que me encuentro en Nueva York. Allí llega mucha gente, se queda un rato y se va…

–¿La literatura es tu vida?

–Sí, absolutamente. No hay un momento en que no esté trabajando. Eso es bueno y malo. Sé que todo lo que vivo y observo lo hago con dos cerebros, uno de los cuales registra todo lo que pasa para luego reflejarlo sobre la página. Creo que eso le puede restar mucho a la experiencia, pues toda la experiencia así se vuelve material de trabajo y he tenido que cortar con ese impulso de vez en cuando.

–¿Hubo una epifanía que te hizo sentir escritora?

–Hubo un momento. Yo tenía seis años, más o menos, y llegamos a vivir a Corea del Sur. Estaba aprendiendo a escribir al mismo tiempo que aprendía a hablar en inglés. Fue un periodo de mucho aislamiento, pues no tenía un lenguaje para comunicarme con los demás en la escuela. En clase lo que hacía eran unos libritos que llenaba de palabras. Me daba eso una sensación de paz y refugio. Supongo que ahí encontré mi casa, mi espacio donde estar.

–¿Qué cosas te preocupan?

–Me preocupa mucho encontrar una pinche frase. Llevo toda la vida escribiendo en inglés y en español. Hasta ahora no he escrito nunca un libro totalmente en inglés. Pero el libro que hago ahora me exige el inglés y es raro pensar qué hacer con eso en términos identitarios. No concibo el cambio de idioma para siempre, pero eso agrega dificultades al proceso de escritura.

–Hay ansiedad por esa próxima novela…

–Hay una ansiedad enorme. Tuve una hermosa charla con mis adorados Rabasa (editores de Sexto Piso), quienes me acorralaron amorosamente y me hicieron firmar en una servilleta que reescribiría la novela en inglés en español. Me jodieron los cabrones. Tienen razón, pues. Sería absurdo que alguien me tradujera.

–Pero existe el peligro de que se convierta en otra novela

–Si es peligro está bien y creo que eso es lo que va a pasar: van a ser dos libros distintos. Ni modo. Así será. Como lo fue La historia de mis dientes. Como Los ingrávidos. No cambiaron tanto, pero en este caso si voy a reescribir de cero, serán dos novelas.

–Me gusta mucho esa literatura que consiste en lo que puedo hacer con las palabras, más allá de los géneros. Traigo, llevo, traduzco, agrego, quito…una lógica que no es de las editoriales ni del mercado de libros

–Soy de clase media y nadie vive de escribir libros. Cuando entendí eso decidí hacer un doctorado, me gusta dar clases y estar involucrada en proyectos que me obliguen a explorar cosas en otras disciplinas. Nunca haré una novela por año y no me interesa, además. Mi literatura no está regida por esa máxima de “contar una historia”. Lo que me interesa en el lenguaje es otra cosa. Concibo cada proyecto radicalmente distinto al anterior, que exige entonces otro procedimiento de trabajo al que me lleva tiempo encontrar. Mis procedimientos y mis resultados están estrechamente relacionados. Le pongo mucha atención al proceso. Por eso hay muchos años entre libro y libro.

La autora de Sexto Piso escribe una nueva novela. Foto: Luis Barrón, SinEmbargo

La autora de Sexto Piso escribe una nueva novela. Foto: Luis Barrón, SinEmbargo

–¿Hay algo de artista contemporáneo aplicado a la literatura en esos procesos?

–No me considero una artista contemporánea, pero si te refieres a un espíritu juguetón con mis materiales, sí. Hay mucho que aprender de Marcel Duchamp y de tantos otros.

–Quizás sea la edad, pero desde un inicio te paraste con mucha desconfianza frente a los géneros

–Gente como Mario Bellatin, como Sergio Pitol, como César Aira, por supuesto como Enrique Vila-Matas, aunque no son los únicos le dieron otra visión al proceso creativo, a la literatura, frente al auge de la novela realista y los párrafos pesados. Nuestros contemporáneos, como los que acabo de mencionar, le dieron a mi generación mucha libertad para no tener que estar hablando de los géneros. Escribimos textos, libros para leer. Es una libertad que existe mucho más en el mundo hispanoparlante que en el anglosajón. Mis libros son vistos como ultraexperimentales allí, cuando no lo son. La historia de mis dientes es como un folletín decimonónico.

–Dijiste “ultra-experimental y te reíste”. ¿Qué otras palabras te dan risa?

–Meta. Metaliteratura. Metanfetamina. La palabra “meta” me da risa.

–Es que eso de la metaliteratura y los intertextos…

–(risas) Creo que es una manera muy floja, de pereza intelectual, decir que un texto es metaliterario porque no es clásico. Le da al crítico un label, un sello, en vez de incitarlo a generar un discurso interesante sobre un libro.

–¿Pasaste las fiestas navideñas en México?

–Después de mucho tiempo. Fueron fiestas familiares y de ver a muchas amistades, de viajar un poco por México. De beber tequila…

–No estás adscrita a la moda del mezcal

–Me gusta mucho, pero más me gusta el tequila. He comido mucho. Me gusta todo de la comida mexicana, me sabe a gloria. En los Estados Unidos no se bebe, vivimos muy puritanamente, cenamos a las 6 de la tarde, arroz y verduras. Pero ayuda mucho a concentrarse, a escribir, a terminar la tesis.

–¿Sobre qué fue la tesis?

–Un mapa de la Ciudad de México en los ‘30 y ‘40, un mapa de las terrazas donde empezaron las revistas literarias y de traducción. Hay un capítulo dedicado a las azoteas donde nació la vanguardia mexicana. Hay otros capítulos sobre los cines sonoros, sobre la casa-estudio que O’Gorman construyó sobre Frida Kahlo y Diego Rivera.

–Sólo con el afán de hacerte quedar mal con tus colegas, ¿qué has leído de nueva literatura mexicana?

–Todavía no he leído Tierras arrasadas, de Emiliano Monge, que es un grande. Sigo de cerca a varios, a Julián Herbert, siempre leo todo lo que escribe Luis Felipe Fabre, leo a Daniel Saldaña París, ahora sale su libro en inglés. A Laia Jufresa, a Guadalupe Nettel, no estoy desconectada de mis compatriotas.

En las redes sociales, los escritores dicen adiós a David Bowie

sábado, enero 16th, 2016
Adiós al misterio hecho arte. Foto: Internet

Adiós al misterio hecho arte. Foto: Internet

El Duque Blanco amaba los libros y leía en forma voraz uno por día. No es sorpresa que gran parte de los autores más conocidos, tanto en nuestro país como en el extranjero, se hicieran eco de la dolorosa partida del artista británico.

Ciudad de México, 16 de enero (SinEmbargo).- “Educado. Decente. Un caballero”. Los tres adjetivos con que el escritor Hanif Kureishi dijo adiós en las redes sociales a su amigo personal, David Bowie, fallecido el 10 de enero, a los 69 años, víctima del cáncer.

Una de las primeras personas en las cuales pensar apenas conocerse la infausta noticia es, precisamente, en el autor de Mi bella lavandería, de El Buda de los suburbios, de Intimidad. Se admiraban mutuamente y de hecho Hanif, de 60 años, fue alumno de la Technical High School, donde también estudió el Duque Blanco.

En la cuenta de Twitter de Kureishi alguien ha colgado una fotografía en blanco y negro donde se ve al escritor, hoy casi calvo, portar una larga melena. A su lado, sonriente, esplendoroso, David Bowie, quien en 1993 grabó la banda sonora para una producción de la BBC basada en la novela The Buddha of Suburbia.

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Las redes sociales, esencialmente Twitter y Facebook, han sido un recipiente donde escritores de todo el mundo expresaron su visión de un artista extraordinario, frente al hecho humano de la muerte, circunstancia natural que solo ante unos pocos –y David Bowie era uno de ellos- se torna prácticamente inadmisible.

“Un soplo de la memoria me trajo, o me llevó, al día en que oí realmente por primera vez a David Bowie”, inicia la columna del escritor mexicano Rafael Pérez Gay en Milenio y que el autor retuiteó desde la cuenta de Cal y Arena, su editorial.

“Vale, seré un moñas, pero llevo todo el día escuchando Bowie (bebiendo) y me cuesta decirle adiós. Algo más se va, una parte de mí, supongo”, escribe el español Javier Sagarna, director de la Escuela de Escritores, con sede en Madrid.

“Los gigantes de verdad no se mueren, sólo cambian de dirección. Ok, detengamos el tren del mame y escuchemos “Starman” hasta mañana en la mañana, a un volumen que despeine a los vecinos”, propone Álvaro Enrigue, el mexicano autor de Decencia y Muerte súbita, entre otros, residente en Nueva York.

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“Seamos héroes”, pidió la poeta y pintora Tanya Huntington en Facebook.

“Genio. Maestro. La vanguardia en esencia. Siempre, siempre estarás presente. Descansa en paz, David Bowie”, escribió la también poeta Rocío Cerón y colgó “Blackstar”, una de las últimas canciones publicadas del artista.

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Aunque el español Ray Loriga no parece frecuentar las redes sociales, fue muy citado tanto en Twitter como en Facebook a raíz de su legendario libro Héroes (1993), que lleva el nombre de un disco paradigmático de Bowie y que contiene un poema dedicado al Duque Blanco.

“El gentil, generoso, agradecido David Bowie. Cada día se lo extraña más”, escribe el locutor y dramaturgo Sergio Zurita. “Recordando a dos: David Gilmoure y David Bowie, en un clásico de clásicos”, tuiteó el periodista y escritor Alejandro Páez Varela al compartir el video de “Comfortably Numb”.

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“Sabía que el cáncer se lo estaba desayunando. Sacó un último disco y lo celebró. Luego celebró su último cumpleaños. Era un puto genio”, posteó en Facebook el autor de la reciente y aclamada Las tierras arrasadas, Emiliano Monge, mientras que su colega y amigo Julián Herbert exhortó a no discutir con las personas que en las redes sociales se quejan por las expresiones de dolor en torno a la muerte del músico.

“¿Por qué discuten con la gente a la que no le gusta Bowie?… Es como discutir con la gente a la que no le gusta el mar o Chaplin o Shakespeare o las últimas sonatas para piano de Beethoven o el café negro o la pizza con cerveza o el olor del pan recién horneado. Todos tenemos limitaciones, muchachos”, afirmó el autor de Canción de tumba.

“Con David Bowie muere mi juventud”, admitió el escritor Carlos Velázquez en Twitter.

“Mi hija me dio la noticia esta mañana. Escuchamos y cantamos “Space Oddity” muy fuerte. De hecho, hoy las estrellas se ven muy diferente”, contó la escritora Valeria Luiselli.

Efectivamente, las estrellas se oscurecieron.

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