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“Yo no tengo la suerte de Julio Cortázar”, dice Ray Loriga sobre antigua declaración del escritor argentino

domingo, mayo 19th, 2019

La idea de Sábado, domingo le llegó a Loriga hace como 10 años y consecuente con su certeza de que a él nadie le dicta nada empezó a trabajarla antes de concluir “Rendición”, lo cual de cierta manera lo ayudó a llevar la carga del premio Alfaguara.

Por Gustavo Borges

México, 18 may (EFE).- El español Ray Loriga, premio Alfaguara de novela del 2017, chupó su cigarro, hizo una pausa y con un aire de ceremonia lamentó: “Yo no tengo la suerte de Julio Cortázar, a mí nadie me dicta nada”.

Se refería a una confesión del autor de Rayuela en 1980 cuando le reveló a los estudiantes de Berkeley que le daba vergüenza firmar sus cuentos porque tenía la impresión de que se los dictaban y a veces sentía ser un médium transmisor y receptor de cosas.

Loriga (Madrid, 1967) realizó esta semana una gira en México para promocionar su nuevo libro, Sábado, domingo, una historia que maneja el tema de la culpa, y en entrevista con Efe este sábado se dio unos minutos para hacer revelaciones sobre un tema que suele obsesionar a los escritores: el arte de la creación.

“Una novela lleva tanto tiempo que no puedes esperar la llegada de una musa porque necesitas inspiración durante dos o tres años seguidos”, asegura.

La clave para Loriga no es el descubrimiento del hilo negro. Como suelen asegurar sus colegas, el secreto está en muchas horas de trabajo diario, más que en esperar en un dictado del más allá.

“Nunca he tenido esa sensación, creo que Cortázar probablemente exageraba cuando lo decía”, dice.

En coincidencia con su medio siglo de vida, hace un par de años Ray ganó el Alfaguara con la novela “Rendición”. La obra lo hizo merecedor de elogios y pasó mucho tiempo de gira, pero pocos saben que antes de terminar ese libro ya había comenzado a escribir su nueva obra.

“Sábado, domingo” comienza con las aventuras de un chico y su amigo, apodado ‘El chino’. Una noche de sábado se ligan a una camarera y sucede algo desastroso cuyos detalles el protagonista nunca llega a saber y le provoca un cargo de conciencia.

“En el caso de este personaje es un chico que se aleja de algo que ha sucedido, no quiere saberlo en su momento y piensa un poco en barrer debajo de la alfombra, pero un domingo 25 años más tarde necesita conocer qué pasó y sobre todo establecer cuál es su culpa en el asunto”, explica.

La novela le presentó a Loriga una dificultad a resolver, cambiar el tono del adolescente protagonista de la primera parte, quien aparece en la segunda como adulto y con otra filosofía y discurso.

“Para mí esa fue la clave. La trama me sirve para hacer ese experimento, tomar un narrador que habla en dos momentos distantes de su vida. Esa coma de 25 años me permitió el juego y fue la parte más laboriosa de un libro poco extenso pero que me llevó mucho tiempo construir”, revela.

La idea de Sábado, domingo le llegó a Loriga hace como 10 años y consecuente con su certeza de que a él nadie le dicta nada empezó a trabajarla antes de concluir “Rendición”, lo cual de cierta manera lo ayudó a llevar la carga del premio Alfaguara.

“Al ser diferentes las pude hacer de forma paralela, cosa rara pero que funcionó bien. Acabé ‘Rendición’ y luego usé los ratos libres de la gira por el premio para adelantar ésta”, comenta.

La novela se mantiene rodeada de un halo de misterio porque el autor no da señales hasta el final de lo que pudo haber pasado entre “El chino” y la camarera, lo cual mantiene al protagonista con el peso de la culpa y pensamientos obsesivos.

“Permanece la culpa de la complicidad, de no haber parado la situación antes. Es un chavo joven, parecía algo divertido y se le fue de las manos”, reconoce.

Loriga cree que la expectativa alrededor de lo sucedido sujeta al libro, que, según su opinión no es una novela de suspense, pero sí con suspense, no de misterio, sí con misterio.

Como escritor, Loriga no se pone mapas ni sigue brújulas, organiza sus obras en la cabeza y las escribe en largas sesiones en su casa de Madrid o en cafés y aeropuertos, siempre y cuando no haya conocidos delante que lo distraigan.

“Cada maestrillo tiene su librillo”, explica y se declara incrédulo sobre la existencia de las que alguna vez su amigo Luis Eduardo Aute llamó las maleducadas musas, esos seres etéreos en los que quizás pensó el maestro Cortázar al hablar de dictado a la hora de escribir sus cuentos.

ADELANTO | Sábado, domingo, una novela sobre la culpa y las deudas que se asumen como propias

sábado, mayo 11th, 2019

Sábado, domingo es la nueva novela de Ray Loriga, Premio Alfaguara 2017 y uno de los escritores más singulares del panorama narrativo en español.

Un adolescente y una historia sin resolver que marcará su futuro: un libro transgresor y original con un planteamiento cinematográfico. Aquí un adelanto. 

Ciudad de México, 11 de mayo (SinEmbargo).– Sábado, domingo narra una historia y la vuelve a contar años después. En la primera, un adolescente relata un suceso escabroso del verano anterior. Junto con su amigo Chino, salen un sábado y ligan con una camarera. La noche parece ir bien, hasta que todo se tuerce y acaba en desastre: es un funesto sábado que nuestro narrador se niega a recordar. Pero después de cada sábado, viene un domingo.

Veinticinco años después, ese adolescente, que ahora es un hombre con muchas malas decisiones a cuestas, acompaña a su hija a la fiesta de Halloween en el Colegio Internacional de las afueras de Madrid. Allí comparte charla con una mujer desconocida que se oculta tras la máscara de un disfraz. La conversación, intrascendente en apariencia, pronto lo conduce a aquella noche. No hay más remedio que aceptar que finalmente es domingo, el día que nos obliga a enfrentarnos a nuestro pasado.

Sábado, domingo es una novela sobre la culpa, sobre las deudas que se asumen como propias en la vida y sobre la huida que se impone cuando aceptar la realidad parece no ser posible.

SinEmbargo comparte a sus lectores un adelanto de Sábado, domingo, de Ray Loriga. Cortesía otorgada bajo el permiso de Alfaguara.

***

Madrid, verano de 1988

Lo que sucedió ese día nunca lo hablé con nadie, ni con Chino, que lo vivió conmigo. Ni siquiera con Virginia, que es mi prima preferida. Y si he de ser sincero, creo que no pensé mucho en ello, hasta hoy.

Chino y yo no éramos amigos de la infancia ni nada parecido, apenas llevábamos un año juntos cuando conocimos a la camarera, y en cualquier caso no era mucho de hablar Chino, era más bien de hacer cosas, con lo cual no resultaba muy fácil ser su amigo íntimo. Ni siquiera sé si había algo remotamente íntimo en él; era más bien un tipo de puertas afuera, enredado en una multitud de tareas a las que se entregaba con gran entusiasmo. Montaba a caballo, iba de caza, esquiaba, practicaba eso que se hace con una cometa y una tablita de surf y que no sé ni cómo se llama. Era lo que se dice un hombre de acción. Con las chicas le iba de maravilla, eso sí, y le encantaba contarlo, pensaba que sus aventuras sexuales eran lo más interesante del mundo. Ahí sí que se le soltaba la lengua. Y no sólo me lo contaba a mí con toda clase de detalles, sino que lo compartía con cualquiera que quisiese (o no) escucharle. En eso era la mar de generoso.

En cuanto conocía a una chica le contaba lo que había hecho con otra, lo cual nunca me pareció apropiado, pero a él, en cambio, no le iba mal el método, pero que nada mal. Los dos bebíamos y fumábamos muchísimo, pero lo de las chicas se le daba mejor a él.

Todo tenía gracia más o menos hasta que conocimos a la camarera. Vives como si nada hasta que algo se te clava, y después se trata de sacarse esa espina, más que de seguir viviendo. Sale en todos los cuentos, no es algo que se me haya ocurrido a mí.

Nunca comprendí muy bien lo que pasó aquel fin de semana, fue todo muy extraño. Sólo hoy, casi un año después, empiezo a entender cómo sucedió, aunque no el porqué.

Ahora me doy cuenta de que no teníamos ni que haber empezado a tontear con esa camarera y de que nos equivocamos desde el principio. Tampoco he vuelto a ver a Chino después de aquello, ni ganas. A veces la vergüenza te impide mirar atrás durante mucho tiempo, y la gente que te recuerda algo malo se vuelve rara en la memoria, y uno aparta toda la historia con las manos de dentro de la cabeza como quien espanta moscas. De la chica tampoco he sabido nada más. Estaba loca, supongo, pero era una preciosidad.

Fue en agosto del año pasado, justo después de la fiesta de despedida de mi prima Virginia, cuando por fin anunció que se iba a Francia a estudiar ciencias políticas en la Sorbona y montó aquella fiesta gigante en pleno verano, lo cual era para empezar una idea absurda, absurda para cualquiera menos para ella. Mi prima Virginia es tan encantadora que puede dar una fiesta cuando le dé la gana y vendrán al menos cien personas, aunque sea en Madrid en agosto. Claro que de esas cien personas sólo diez serán gente a la que conocemos de verdad; el resto, como pasa siempre, serán amigos de conocidos de conocidos, la clase de colgados que caen por Madrid de vuelta de una playa y de camino a otra y que presumen como locos de lo bien que les están yendo las vacaciones, y que después de dos copas meten la pata y se mean en una alfombra sin dejar de dárselas de importantes. En resumen: auténticos capullos.

Chino dijo que no quería ir precisamente por eso, pero no me lo creí, y además yo nunca le he negado nada a mi prima Virginia, porque la adoro. Es muy simpática y muy lista y lee todo el tiempo libros rarísimos, pero no presume de nada.

Si mi prima Gini (así llamamos casi siempre a Virginia) supiese lo que sucedió apenas unas horas después de su fiesta y lo que pasó con la camarera, no volvería a dirigirme la palabra.

Si Gini nos hubiese visto ese fin de semana, se hubiese muerto, o algo.

Por eso nunca le dije nada.

A Gini le caigo muy bien, desde que éramos pequeñitos, y tampoco le caigo bien a tanta gente.

Ni siquiera a Chino, aunque él al menos me soporta.

El caso es que fuimos a la fiesta de Gini.

La verdad es que Chino estaba loco por ir, aunque dijese que no quería ir por nada del mundo. A Chino le encantaba hacer eso, decir que le daba cien patadas algo que le apetecía muchísimo. A mí Chino me caía fatal y fenomenal al mismo tiempo. Es difícil de explicar, pero seguro que eso le pasa a todo el mundo con alguien. No es lo que la gente llama una relación de amor-odio, porque yo ni lo amaba ni lo odiaba ni nada parecido, era sólo que me daba un poco de rabia todo lo que hacía y sin embargo no podía dejar de ir con él. Por eso estaba delante cuando sucedió lo de la camarera, por eso me reí de algo que no tenía gracia. Por eso me he despertado esta mañana odiándole a él y odiándome a mí, y sin ganas de vivir otro verano.

No hay que darles tantas vueltas a las cosas. Siempre me lo digo y me lo repito, y luego no me hago ni caso, pero eso no quita para que esté seguro de que no hay que darles tantas vueltas a las cosas. Si hay algo que no aguanto es que la gente te diga que ya sabe lo que te pasa y que hubo un tipo del siglo no sé cuántos que le puso un nombre. Como cuando se agacha tu madre a coger algo y le ves el escote y luego viene un psicólogo y te dice que se te ha metido un griego de hace miles de años en la cabeza. Qué va a saber un griego muerto de mí, o yo de un griego vivo o muerto.

No sé, tal vez en lugar de hablar de griegos de los que no sé gran cosa debería presentarme.

Soy hijo único y crecí en uno de esos barrios de las afueras de casas grandes con jardín y piscina, así que es normal que le caiga mal a cualquiera desde el principio. No pasa nada, estoy acostumbrado. A mí también me cae mal casi todo el mundo que vive en mi barrio y casi todo el mundo que va a mi colegio, o que vive en otro barrio o va a otro colegio. En eso creo que soy como todos, los demás nos caen mal a cada uno de nosotros, y así en general, sin más. Incluidos árabes, asiáticos, aborígenes australianos, negros y caucasianos, y también moros, budistas, hebreos, anglicanos, ortodoxos, coptos y cristianos, menos algunos que por lo que sea nos caen la mar de simpáticos. A lo mejor sólo me pasa a mí, no sé.

Se puede pensar que soy un niño mimado, aunque en mi defensa diré que mi casa es la más pequeña de mi zona y que mi piscina no es ni la mitad de grande que las piscinas de mis amigos, y que casi ni nos bañamos en la mía porque la mayoría se ríe en cuanto dan dos brazadas y ya han llegado al otro lado. Los padres de Chino tienen por ejemplo aproximadamente mil trillones de veces más dinero que los míos. Y una piscina enorme, que se cubre en invierno con una de esas cubiertas de metacrilato que se pliegan y se despliegan. Creo que es metacrilato, pero tampoco soy un experto en cubiertas retráctiles. El agua de la piscina de Chino está caliente en invierno, el agua de la mía en invierno está fría y verde y llena de hojas. Para compensar el tamaño de mi piscina, y la falta de calefacción submarina y de cubierta retráctil de lo que sea, suelo invitar más de la cuenta y enseguida me quedo sin el dinero de la paga y de lo poco que gano haciendo chapuzas por el barrio, como cuidar niños pequeños cuando sus padres se van de cena. Cuando salimos de copas, y la verdad es que apenas hacemos otra cosa, siempre acabo pagando de más. Por alguna razón, la gente que tiene muchísimo dinero suele ser la que menos paga. Eso me pone malo, y entonces pago aún más, para que no se me note. A lo mejor por eso no tengo esquís, ni moto, ni escopeta. Todos mis amigos tienen esquís, motos y escopetas porque se ahorran una pasta cuando salen conmigo. En fin, no hay nada más feo que pagar y quejarse luego de haber pagado, así que mejor me callo.

Ahora parezco un niño mimado de un barrio elegante, pero no siempre fue así. Mi primera infancia transcurrió en un barrio de trabajadores normales, es decir, trabajadores que por mucho que se esfuercen no ganan mucho dinero, y aunque no pasábamos hambre ni nada parecido, tampoco sobraba para caprichos. No teníamos televisor en color, ni nosotros ni casi nadie en mi colegio, ni tampoco zapatillas de marca. El parque donde jugábamos al fútbol lo peleábamos a diario con los chicos de una barriada lindante, La Elipa, al otro lado de una carretera de dos carriles. Los chicos del otro lado, en general, lo pasaban aún peor. Normalmente las peleas no eran gran cosa, pero poco a poco la tensión desembocó en verdaderas luchas de bandas. Los más mayores acordaban reglas para cada disputa según la vieja tradición (puños, piedras, palos) y nos citábamos al terminar las clases. Los mayores iban delante y los pequeños detrás. Cada uno se pegaba, a poder ser, con alguien de su tamaño aproximado; había cierta nobleza y el fair play en general se respetaba. Yo era entonces de los pequeños y todo resultaba más o menos emocionante, divertido y no demasiado peligroso, más allá de unos cuantos moratones y de la humillación de la derrota (cuando ésta se producía, no siempre perdíamos). Hasta que una noche uno sacó una navaja y murió un chico de unos quince años. Ahí se torció la cosa, y luego empeoró cuando a otro lo pilló la policía pasando heroína. Las dos grandes bandas se disolvieron y se formaron otras más pequeñas y más sucias. O, por decirlo así, más profesionales. Al poco cayó otro chico, apuñalado por venganza. Lo cierto es que no sé quién fue el primero en sacar un arma blanca, si uno de ellos o uno de nosotros, pero lo que empezó como un juego se fue volviendo más y más siniestro. Mis padres hicieron un esfuerzo imagino que sobrehumano por sacarme de allí. Así que dos años y catorce kilómetros después terminamos en el barrio de las afueras donde estamos ahora. Apenas si volví a ver a alguno de mis viejos compañeros. No pasó hace tanto, pero lo recuerdo muy lejano, si es que me paro a recordarlo. Como si hubiese sucedido hace un millón de años. A mí es que me parece que cada segundo pasó hace un millón de años.

Casi olvidado ese pasado medio pandillero, saltemos pues hasta ahora. O mejor, hasta el año pasado.

La fiesta de Virginia fue justo durante ese fin de semana en el que todo, y cuando digo todo me refiero a todo, salió tan mal.

Chino y yo estábamos en Madrid porque habíamos suspendido. Para Chino era normal suspender (ya había repetido dos veces), pero para mí no, por eso me llevaba más de dos años y supongo que por eso me parecía entonces tan mayor y tan seguro de sí mismo. Yo, en cambio, soy un estudiante modelo, saco unas notas buenísimas, pero el curso pasado, no sé por qué, me dio por no ir a clase de matemáticas, a pesar de que las matemáticas me encantan. Fue por culpa de la profesora, creo, porque me animaba mucho y pensaba que yo iba a ser matemático profesional o físico cuántico o algo parecido, y la verdad es que tampoco era para tanto. Una vez resolví una parábola según ella muy complicada, y no se le ocurrió otra cosa que ponerme como ejemplo delante de todos y al final me dio una vergüenza horrible. Cualquiera que haya ido al colegio sabe que ese tipo de cosas te convierten de inmediato en el tío más capullo de la clase, así que después de ese bochorno empecé a fumarme las clases de matemáticas y no fui ni a una más en todo el trimestre, e incluso tiré piedras a voleo y rompí tres o cuatro ventanas para tratar de restablecer mi poco prestigio. Suspendí, claro, y fue un escándalo. El director me miró muy seriamente y aventuró grandes problemas en mi futuro. Mi madre lloró y todo. Mi padre no; a mi padre le da igual que apruebe o no, dice que no es asunto suyo y tiene más razón que un santo.

Mi padre es un tipo seco pero simpático que piensa que el futuro de su hijo no es cosa suya. Y creo que hace bien.

Mi padre nunca me ha leído un cuento a los pies de la cama, ni falta que nos hace a ninguno de los dos.

A veces se lleva a mi madre de viaje, no muy a menudo, creo que una vez estuvieron en Portofino y otra en Canarias, y vuelven tan contentos y tan cariñosos que da un poco de vergüenza.

En fin, el caso es que yo había suspendido matemáticas y mis padres estaban de viaje juntos, cosa rara, y se suponía que tenía que pasar el verano repasando integrales y no sé qué leyes de probabilidades aplicadas a la estadística. Nunca he tenido gran interés por la estadística, porque a poco que lo pienses acaba confirmando cualquier tontería. Como que la gente que lleva calcetines negros tiene un índice de mortalidad más alto que la que lleva calcetines de estrellas, sólo porque la mayoría de la gente lleva calcetines negros y a muy pocos les da por las estrellas. Eso no es culpa de la teoría de la probabilidad, que se puede aplicar a casi todo lo interesante; sin ir más lejos, a ganar dinero en la ruleta. Con las integrales, por cierto, tampoco tenía problema alguno.

A lo que íbamos: eso de suspender matemáticas le puede pasar a cualquiera, y tampoco es cuestión de darse gran importancia. Hay quien suspende tres asignaturas y se cree el Che Guevara. No es mi caso.

Chino suspendía mucho más, y le daba aún menos importancia. Chino suspendía seis o siete todos los años y se quedaba tan ancho; había ido ya a cinco colegios y le amenazaban constantemente con mandarle a uno de esos internados que son como correccionales para niños ricos, pero todo eso le traía al pairo. Conozco a algunos que han ido a esos colegios y, según cuentan, es el peor sitio adonde puede uno ir. Allí sólo van aprendices de ladrones y aprendices de asesinos. Todo el que salía de esos colegios para niñatos rebeldes emprendía inmediatamente una carrera más o menos criminal, pero a Chino no le amedrentaba la perspectiva. A Chino le daba todo igual. Cogía el coche de su padre y lo estrellaba, y no se preocupaba ni un pelo. Bueno, en realidad eso lo hizo sólo una vez, pero era un Mercedes-Benz del 74.

Su padre tenía negocios en Brasil y viajaba mucho. Chino cogía el Mercedes para presumir, nos subíamos unos cuantos bien pertrechados de cerveza y dábamos vueltas por las afueras tratando de cazar chicas, hasta que un mal día lo estampó contra la verja del club de tenis y ahí se acabó la juerga. Es un poco capullo, Chino, pero era también mi único amigo de entonces. Los amigos son la cosa más rara del mundo, porque crees que vas a tener amigos que son de una manera y acabas con gente que es justo lo contrario. Como si no pudieses elegir. El caso es que Chino se hizo mi amigo en dos días y yo ya nunca le di más vueltas al asunto. Una cosa buena tenía: a las chicas las volvía locas. Si ibas con Chino siempre había chicas; supongo que por eso me junté tanto a él, a pesar de que no era precisamente el amigo más fiable del mundo. Para empezar, nunca llevaba dinero encima. Siempre decía «paga éste», cuando se refería a mí. De hecho, «paga éste» era la frase que más decía cuando íbamos juntos. Pero bueno, una cosa por la otra: chicas siempre había. Y no esas que por respeto se suelen llamar chicas interesantes, sino esas otras que son guapas de verdad.

La historia con la camarera empezó así, porque era muy mona y enseguida se volvió loca por Chino, y después todo se torció. Pero eso pasó después de la fiesta de despedida de Gini, así que es mejor empezar un poco antes.

A veces pienso que una historia, cuando se la quieres contar a alguien, hay que empezarla en el lugar exacto, pero luego no sé qué lugar es ése y comienzo a contarla al menos un poco antes, por si acaso. No leo muchísimo, desde luego no tanto como mi prima Gini, que se lo lee todo, pero cuando leo siempre me sorprende por dónde empieza la gente sus historias. Algunas veces lo hacen tanto tiempo antes que te desesperas hasta que pasa algo, y otras veces estás dentro desde el principio y te da la sensación de que no sabes lo suficiente. Por alguna razón, para contar lo de aquel sábado con la camarera necesito contar lo que pasó unas horas antes, aunque eso en realidad no explica nada.

Cuando llamó Chino, yo estaba durmiendo. Habíamos salido la noche anterior, y también la de antes, y habíamos bebido mucho, así que estaba recuperándome. Si mis padres no están cuentan con que me vigile Luciana, pero la pobre Luciana se duerme como un tronco y no la despiertas ni pegándole con una raqueta en la cara. Tampoco es que tenga raqueta, porque la mandé al trastero en cuanto me quedó claro que no iba a ganar Roland Garros ni nada parecido.

En realidad, lo que más me gustaba del club de tenis era llevar chaleco de punto de Le Coq Sportif, porque uno no tiene muchas oportunidades de llevar chaleco de punto sin parecer un completo imbécil. También me gustaba la arcilla roja pegada a las zapatillas, aunque no sé muy bien por qué.

Ray Loriga da fin a la promoción de “Rendición” y alaba su relación con México

sábado, diciembre 23rd, 2017

“Es una fábula, pero se parece mucho al mundo en que vivimos”, dice el autor español de su reciente novela, la misma que ha ganado el Premio Alfaguara, que lo ha hecho transitar por todo Latinoamérica. Aquí hace el balance.

Ciudad de México, 23 de diciembre (SinEmbargo).- El escritor español Ray Loriga (Madrid, 1967) está cansado pero feliz. Pronto concluye la promoción de Alfaguara por Rendición (o sales vivo o muerto de allí, él está un poco agripado pero entero), la novela distópica y futurista con la que obtuvo el Premio de la editorial.

“Bien, todo fue muy bonito y agotador. Encontrarte con viejos amigos, escritores que conoces y conocer países donde antes no había estado, esta vez fueron Perú, Ecuador y República Dominicana”, cuenta el autor.

“La verdad es que a mí me gusta mucho viajar por trabajo, no tanto por turismo. Hay una cosa que yo había imaginado y creo que ha sucedido, haberla situado en ese territorio de fábula, un limbo geográfico, también temporal, apelando a sensaciones muy comunes de la condición humana, encontré respuestas muy similares en todos los países. Cada nación tiene su historia diferente, sus procesos políticos, sus problemas sociales, pero casi todos reaccionaron de manera similar”, agrega.

En Colombia, la reflexión inmediata fue para la guerra que recientemente han vivido.

¿Qué es Rendición?

Unos refugiados se ven obligados a abandonar su casa, su campo, sus hijos que se perdieron en la guerra. La vida es aquello que duele, que nos obliga a levantarnos de nuestros despojos y salir a vencer aunque más no sea la respiración cotidiana. Ese consenso común que busca lo mejor para todos y traza una ciudad prohibida, una ciudad transparente por donde se ve hasta los excrementos, tiene a un hombre que se adapta a todo, que nunca va a decir un no y que sin embargo aprende a desconfiar de la felicidad.

Ray Loriga presenta “Rendición”, una novela para pensar en la discrepancia y en el amor

“En Perú relacionaban la novela con Sendero Luminoso, como que en cada lugar traían la novela a lo que habían vivido y también a sus propios sentimientos, con lo cual me han hecho muy feliz”, dice recordando que en Ciudad de México lo presentaron los dos Guillermo (Arriaga y Fadanelli), “personas a las que adoro, fue en El Lunario, fue muchísima gente, son escritores a los que he seguido durante muchos años y se portaron fantástico y luego tuve otra presentación en La Gandhi, con Elena Poniatowska, generosísimamente se empeñó en organizarme ella un acto, que además era el aniversario de la librería, y fue fabuloso”.

“México es el país al que más he viajado. Desde Héroes, hace 23 años, hasta hoy. Me siento muy próximo a autores mexicanos y también al país. Tengo amigos mexicanos en Madrid como el gordo Jorge F.Hernández, como Manuel Ortuño, de la librería Trama”, evoca Ray.

México es el país al que más he viajado. Desde Héroes, hace 23 años, hasta hoy, dice Ray Loriga. Foto: FIL

“Me alegra haber estado lejos de España en estos días. Me pueden preguntar, pero poco sé. Claro, leo prensa española en todos lados y también parte de viajar es olvidarme un poco de donde vengo. Ver todas estas peripecias en Bélgica, con apoyo flamenco, de un gobierno catalán, se me hace muy exótico, todo muy raro”, dice Loriga casi riéndose.

“Sería la primera revolución sin trabajadores en el mundo, una revolución catalana hecha por banqueros y millonarios, ahí sí que hay un conflicto de cómo vende la propaganda oficialista de cara al mundo. Lo intentan vender como si fuera casi un pueblo palestino, sabemos que Cataluña no es así. Pasaba lo mismo con el País Vasco. Venían las estrellas internacionales al Festival de Cine de San Sebastián y prácticamente venían a un pueblo olvidado, cuando sabemos que es uno de los territorios más ricos de España”, dice.

Ray Loriga tiene la fortuna de que cuando fue premiado por Alfaguara, ya tenía una novela bastante avanzada. “Ahora acaba la súper noche vieja y el día 1 no voy a tener que empezar de cero. Tengo una novela, no la he podido ver demasiado en esta gira, pero ya saber que la tengo me tiene muy tranquilo. Me pondré a escribir, que ya me apetece. Uno es escritor cuando escribe”, afirma.

Se han aproximado algunas productoras para filmar Rendición “y sé que hay un gran interés, pero no me gustaría dirigirlo ni escribir el guión. Vamos a ver qué sale”, concluye.

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Ray Loriga presenta “Rendición”, una novela para pensar en la discrepancia y en el amor

sábado, junio 24th, 2017

La ciudad transparente es como una cárcel, adaptarse a las circunstancias será difícil. “Si pensamos en una sociedad perfecta, las causas no comunes merecen perecer. Esa es una diatriba moral, sobre todo para un individuo, para un hombre solo”, dice Ray Loriga.

Ciudad de México, 24 de junio (SinEmbargo).- “¿Qué maldad se esconde en el alma de quien no se reconoce como uno más entre sus semejantes?”

“Sorprende darse cuenta de cómo el amor alimenta y calma aun en las peores condiciones o precisamente y con más razón en las peores condiciones”

“La gente que sabe contar historias siempre tiene compañía”

“No hay cosas muy distintas en ningún lugar del mundo y por eso la gente se viste de colores diferentes y canta canciones distintas para soñar por un segundo que algo distintos son”

Las frases de la novela Rendición se suceden en esta tarde magra una tras otra con los tintes de una historia contada por Philip K.Dick, con la moral instituida por esos grandes maestros del pensamiento.

¿Habrá rendición? Unos refugiados se ven obligados a abandonar su casa, su campo, sus hijos que se perdieron en la guerra, ¿tal vez su amor eterno, ese por el que el protagonista dice haber encontrado a su mujer ideal?

La vida es aquello que duele, que nos obliga a levantarnos de nuestros despojos y salir a vencer aunque más no sea la respiración cotidiana. Ese consenso común que busca lo mejor para todos y traza una ciudad prohibida, una ciudad transparente por donde se ve hasta los excrementos, tiene a un hombre que se adapta a todo, que nunca va a decir un no y que sin embargo aprende a desconfiar de la felicidad.

Ray Loriga ha pasado a convertirse en uno de los autores más importantes de España con “Rendición”. Foto: Crisanto Rodríguez, SinEmbargo

“Estaba tranquilo presentando esta novela a concurso. Nunca había presentado ninguna novela a concurso y esta novela me gustaba, pensaba que premiada o no premiada mi trabajo estaba todo hecho”, dice Ray Loriga a propósito del Premio Alfaguara con que tan justamente ha ganado su Rendición.

Está satisfecho, viene de firmar su novela en la Feria de Madrid y “el libro sale”, dice este autor nacido en la capital española hace 50 años y conocido novelista por obras como Lo peor de todo, Héroes, Caídos del cielo y Tokio ya no nos quiere, entre otras. .

Cree en la discrepancia, en ese valor individual que le da un carácter humano a un hombre, mucho más que la rebeldía y descree de lo que llama “peligro de vivir en público”, ese protagonizar las redes sociales con opiniones gratuitas y anónimas.

Después de leer esta novela, ¿habrá o no rendición? Foto: Especial

Escribió la novela Rendición mientras escribía Zaza El emperador de Ibiza, hasta que hace tres años volvió a su novela inicial y encontró esa voz que le permitió contar la historia. “Era una voz delicada y una estructura delicada, creo que Zaza protegió a Rendición”.

Una ciudad transparente es como un Facebook, como un Instagram: allí conviven los buenos padres con las madres devotas, los hijos impecables, todo allí es consenso, hay mucha gente alrededor que casi no nos vemos, que casi no sabemos cómo nos llamamos fuera de esa ciudad.

“En la ciudad impera un orden riguroso, una calma autoritaria y una absoluta transparencia: no están permitidos los secretos ni las paredes opacas. La temperatura es constante y los olores no existen. Los recuerdos desaparecen; no existe intimidad, ni siquiera se puede sentir miedo. Hasta el momento en que la conciencia despierta y se impone asumir las consecuencias”, dice la presentación de la novela.

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Después de 25 años de carrera, la nave va: Ray Loriga, Premio Alfaguara 2017

sábado, abril 15th, 2017

“A veces el hambre aprieta y la dignidad mata”, ha dicho el flamante ganador del premio Alfaguara, en una historia escrita en forma diferente “sin renegar de todos mis libros anteriores. Ni siquiera del último y mucho menos del primero”, dijo refiriéndose a Za Za, el emperador de Ibiza y Lo peor de todo, escrita en 1992.

Ciudad de México, 15 de abril (SinEmbargo).- El reciente Premio Alfaguara por su novela Rendición, un galardón al que aspiró con un seudónimo, el del futbolista argentino llamado Sebastián Verón, ha sido llamado por el New York Times “la estrella de rock de las letras europeas”.

Sus brazos tatuados, los lentes de sol pegados como con cola a su rostro duro, un caminar cansino, casi derrotado, lo asemejan a un personaje creado por John Fante.

“Siempre fui menos que mi reputación”: así reza una canción del rock en español que sobreviene, espontánea y oportuna, cuando la cronista está a punto de definir al español Ray Loriga.

De él se dice que llega borracho a las notas, que ha dejado plantado a varios periodistas, que es la estrella de rock de las letras europeas (según el New York Times)… Buceando en las hemerotecas virtuales, además, uno encuentra que al susodicho le ha llevado mucho tiempo convertirse en él, un viejo sueño que albergaba desde edad temprana y que ahora que se cumplió lo tiene un poquitín harto, aburrido.

Loriga es todas esas cosas que se dicen de él, sumadas a las enormes referencias literarias con las que han tratado de explicarlo los críticos. Desde Charles Bukowski a Michel Houellebecq, desde el mencionado John Fante al muy leído Haruki Murakami.

Todas son líneas extendidas hacia una descripción tal vez obvia pero no por ello menos pertinente: así se narra en el siglo XXI.

Pero, la vuelta a la novela luego de ocho años de silencio con Za Za, futuro emperador de Ibiza (Alfaguara) y su reciente libro premiado, Rendición, es muestra de que hay un autor allí capaz de saltar la valla de esas referencias, para construir un mundo que le es propio y que lo define como un escritor verdadero, honesto.

Porque, es cierto, para el esplín mesurado, el humor ácido, la contención narrativa, tan en boga en los libros de nuestro tiempo, podría ser Loriga considerado un tipo apto, preparado como ninguno. Su pluma avanza, de todos modos, hacia una frontera más allá o más acá de las modas.

Para decirlo en buen romance: su prosa rezuma chorizo español por todos los costados y en ese humor blanco, cándido, fresco, de un madrileño de 50 años ya de vuelta de muchas guerras ignominiosas, encuentra la literatura un camino por donde transitar sin tomarse de la mano de otras escrituras tal vez más consagradas y si no, seguramente, más citadas.

Para recibir el premio Rendición se arrodilló ante la presidente del jurado, Elena Poniatowska y pronto lo tendremos en México hablando de su nueva novela, que distingue entre rendición y derrota. La primera alude siempre ante una causa mayor y la segunda, la claudicación, ante una causa absurda”.

Cada día es un cambio, ha dicho el escritor madrileño, nacido en 1967. Foto: Penguin Random House

“Cada día es un cambio, las nuevas y las viejas ideas de cómo la vida es otra de la que habíamos concebido y cómo nos movemos en esas situaciones de anhelo o pérdida”, dijo Ray a la agencia efe.

El autor de Tokio ya no nos quiere, Ya sólo habla de amor y El bebedor de lágrimas, cuando deja que se vean sus ojos, impresiona la fragilidad de su mirada, como un niño perdido en un mundo que no lo comprende, como un ser de otra galaxia aterrizado por sorpresa en un territorio desconocido.

Es amable y cuenta que su escritor favorito es William Shakespeare y su personaje es Puck (el del Sueño de una noche de verano): “ese diablillo bufonesco e inteligente que se salva de casi todos los rencores que lo circundan y de las tormentas por las que tiene que pasar con un poco de ingenio y mucho sentido del humor”.

Está muy contento con el premio, un territorio donde deberá defender su novela haciendo una gira por el mundo que durará más o menos un año, para la cual Santiago Roncagliolo ha dicho que hay que sobrevivir.

“Bueno, Santiago ya lo ha vivido, yo estoy apenas por vivirlo, pero este premio es maravilloso porque me llevará a todos los lugares que quiero”, dice Loriga.

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¿CÓMO ES EL ARGUMENTO DE RENDICIÓN?

Han pasado diez largos años desde que estalló la guerra y el matrimonio sigue sin conocer el paradero de sus hijos, sin saber si su país fue el agresor o el agredido. Fuera cual fuese el origen de la contienda, él, hombre de campo, y ella, su antigua patrona, siguen amándose y sus vidas transcurren sencilla y rutinariamente.

Un día un muchacho mudo entra en su propiedad. Al principio lo encierran como a un prisionero, pero acaban por tomarle cierto cariño y, cuando las autoridades comunican que la zona debe ser evacuada y que tienen que poner rumbo a la ciudad transparente, los tres parten juntos. En ese momento el muchacho es bautizado como Julio.

Las puertas de la metrópoli muestran una clara advertencia: el aire mece los cuerpos sin vida de los traidores. En su interior, la ciudad transparente es casi un paraíso que provee a sus habitantes de todo aquello que cualquiera desearía en un hogar: armonía, limpieza y protección. Impera un orden riguroso, una calma autoritaria y una absoluta transparencia: no están permitidos los secretos ni las paredes.

En una sociedad en la que lo privado es de dominio público, en un mundo feliz y asfixiante que ataca pasivamente a la dignidad del ser humano, emergen los más estremecedores augurios de nuestro futuro.

“Todo lo que soy lo soy por Juan Rulfo”, ha dicho después de recibir su premio. Foto: Especial

Ese es el argumento que ha salido premiado por un jurado presidido entre otros por Elena Poniatowska, una escritora que Ray Loriga califica de “maravillosa” y que le ha dicho que “su novela es de gran calado”.

“Después de 25 años de carrera, la nave va y eso me llena mucho de orgullo”, dice el escritor, quien considera la supervivencia mayor que los principios morales.

“Hay que estar vivo para tener principios morales. La vida supera cualquier restricción de la cabeza”, mientras que “la rendición es postrar las armas frente a una causa mayor y la derrota es estar en un muro, sin tener esa oportunidad”.

“Una historia kafkiana y orwelliana sobre la autoridad y la manipulación colectiva, una parábola de nuestras sociedades expuestas a la mirada y al juicio de todos. Sin caer en moralismos, a través de una voz humilde y reflexiva con inesperados golpes de humor, el autor construye una fábula luminosa sobre el destierro, la pérdida, la paternidad y los afectos. La trama de Rendición sorprende a cada página hasta conducirnos a un final impactante que resuena en el lector tiempo después de cerrar el libro”, es el dictamen del jurado integrado entre otros por Santiago Roncagliolo y Andrés Neuman.

“He cambiado mi manera de escribir, pero no por rencor a mi novela anterior ni mucho menos a mi primera novela. Buscaba, eso sí, hacer algo diferente, algo incluso diferente para mí mismo. Adentro de mis capacidades, porque uno no puede aspirar muy lejos de su propio rol, decidí evolucionar”, dice Loriga.

“Más quisiera yo que se pareciera a George Orwell, por esa tesitura de observar un tiempo, más o menos entenderlo, más o menos apuntar algunas de las cosas de cada uno, para la contención de lo ajeno, lo social, de lo común, ojalá. El jurado ha sido muy generoso nombrando a Orwell y a Kafka, más quisiera yo, pero hacia ahí iban todas mis intenciones”, reconoce.

¿Qué más quisiera yo que se pareciese a Orwell?. Foto: Penguin Random House

“El argumento es bastante sencillo. Una pareja se ha quedado sola en una guerra, que no se sabe cuál es porque todas las guerras se parecen mucho, sin hijos, y en medio de las bombas que cada vez suenan más cerca, aparece un hombre mudo que es la voz narradora y va contando todas sus experiencias”, cuenta Ray.

Durante los ocho años que estuvo sin escribir, hasta dar a conocer hace dos años Za Za, emperador de Ibiza, Ray Loriga escribía de todos modos. Eso sí. No publicaba.

“Este premio, más que asegurar mi carrera de escritor que estaba más o menos establecida, sí me da un aliciente para seguir en la nave, que sigue yendo”.

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¿CÓMO COMIENZA RENDICIÓN?

Nuestro optimismo no está justificado, no hay señales que nos animen a pensar que algo puede mejorar. Crece solo, nuestro optimismo, como la mala hierba, después de un beso, de una charla, de un buen vino, aunque de eso ya casi no nos queda. Rendirse es parecido, nace y crece la ponzoña de la derrota durante un mal día, con la claridad de un mal día, forzada por la cosa más tonta, la misma que antes, en mejores condiciones, no nos hubiera hecho daño y que sin más consigue aniquilarnos, si es que coincide por fin ese último golpe con el límite de nuestras fuerzas. De pronto, aquello en lo que no habíamos ni reparado nos destruye, como las trampas de un cazador que nos supera en habilidad y a las que no prestábamos atención mientras nos distraíamos con el señuelo. A qué negar, en cambio, que mientras pudimos también cazamos así, utilizando trampas, señuelos y grotescos pero muy efectivos camuflajes.Si uno mira con cuidado el jardín de esta casa sabrá enseguida que vivió tiempos mejores, que la alberca vacía no desentona con el zumbido de los aviones que cada noche castigan no ya esta propiedad sino todas las de nuestro valle. Cuando ella se acuesta intento tranquilizarla, pero lo cierto es que sé que algo se derrumba y que no seremos capaces de poner nada nuevo en su lugar. Cada bomba en esta guerra hace un agujero que no vamos a ser capaces de rellenar, lo sé yo y lo sabe ella, pero jugamos y nos hacemos los tontos a la hora de dormir, buscando una tranquilidad que ya no encontramos, un tiempo como el de antes. Algunas noches, con tal de soñar mejor hasta recordamos…

Literatura, cuando los premios tocan a los buenos escritores: Ray Loriga y Antonio Ortuño

sábado, abril 8th, 2017

El Alfaguara para un representante de la literatura de los 90 y el Ribera del Duero para quien escribe sobre víctimas y no sobre capos.

Ciudad de México, 8 de abril (SinEmbargo).- Esta semana ha habido dos premios que nos han llenado de orgullo y contento. Uno es el V Premio Ribera del Duero, para La vaga ambición, de Antonio Ortuño y el otro es el Alfaguara para Ray Loriga, que firmó como el futbolista argentino Juan Sebastián Verón su nueva novela, Rendición.

Se trata de dos escritores buenos y contumaces, es decir, gente que ha dedicado su vida y su obra a tratar de encadenar dos palabras que tengan sentido, a darle un giro al lenguaje en función de un libro o un cuento, sin importar qué pasará afuera.

En el caso de Ortuño y Loriga, no están en los cócteles esperando los premios y poco a poco construyen una obra, un decir, un contexto.

En el V Premio Ribera del Duero, el jurado estuvo presidido por Almudena Grandes y contó como representantes del Consejo Regulador y de la Editorial Páginas de Espuma y eligieron La vaga ambición, por “el dominio de la escritura y la capacidad humorística que en el autor no va en detrimento de la emoción, logrando la hazaña de divertir y conmover al lector”.

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En cuanto al Premio Alfaguara, esta vez recayó en Ray Loriga, que dijo algo así como “pasaba por aquí” y se llevó el galardón, mediante un jurado presidido por Elena Poniatowska, ante la que se arrodilló cuando subió al escenario.

El Alfaguara está dotado con 165.000 euros (175.000 dólares) y a esta edición del premio se han presentado 665 manuscritos en castellano, de los que 205 eran de España, 107 de Argentina y 91 de México.

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El español Ray Loriga gana el XX Premio Alfaguara por su novela “Rendición”

miércoles, abril 5th, 2017

El XX Premio Alfaguara de novela fue para el escritor español Ray Loriga por su obra “Rendición”. El ganador recibió 165 mil euros (175 mil dólares). A esta edición del premio se han presentado 665 manuscritos en castellano, de los que 205 eran de España, 107 de Argentina y 91 de México.

Madrid, 5 abr (EFE).- El escritor español Ray Loriga ganó hoy el XX Premio Alfaguara de novela por “Rendición”, dotado con 165 mil euros (175 mil dólares), según el fallo del jurado presidido por Elena Poniatowska.

A esta edición del premio se han presentado 665 manuscritos en castellano, de los que 205 eran de España, 107 de Argentina y 91 de México.

Loriga, novelista, guionista y director de cine, es autor de las novelas “Lo peor de todo” (1992); “Héroes” (1993); “Caídos del cielo” (1995); “Tokio ya no nos quiere” (1999); “Trífero” (2000 y 2014); “El hombre que inventó Manhattan” (2004); “Ya sólo habla de amor” (2008); “Sombrero y Mississippi” (2010); “El bebedor de lágrimas” (2011) y “Za Za, emperador de Ibiza” (2014).

Loriga, novelista, guionista y director de cine. Foto: EFE.

En las redes sociales, los escritores dicen adiós a David Bowie

sábado, enero 16th, 2016
Adiós al misterio hecho arte. Foto: Internet

Adiós al misterio hecho arte. Foto: Internet

El Duque Blanco amaba los libros y leía en forma voraz uno por día. No es sorpresa que gran parte de los autores más conocidos, tanto en nuestro país como en el extranjero, se hicieran eco de la dolorosa partida del artista británico.

Ciudad de México, 16 de enero (SinEmbargo).- “Educado. Decente. Un caballero”. Los tres adjetivos con que el escritor Hanif Kureishi dijo adiós en las redes sociales a su amigo personal, David Bowie, fallecido el 10 de enero, a los 69 años, víctima del cáncer.

Una de las primeras personas en las cuales pensar apenas conocerse la infausta noticia es, precisamente, en el autor de Mi bella lavandería, de El Buda de los suburbios, de Intimidad. Se admiraban mutuamente y de hecho Hanif, de 60 años, fue alumno de la Technical High School, donde también estudió el Duque Blanco.

En la cuenta de Twitter de Kureishi alguien ha colgado una fotografía en blanco y negro donde se ve al escritor, hoy casi calvo, portar una larga melena. A su lado, sonriente, esplendoroso, David Bowie, quien en 1993 grabó la banda sonora para una producción de la BBC basada en la novela The Buddha of Suburbia.

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Las redes sociales, esencialmente Twitter y Facebook, han sido un recipiente donde escritores de todo el mundo expresaron su visión de un artista extraordinario, frente al hecho humano de la muerte, circunstancia natural que solo ante unos pocos –y David Bowie era uno de ellos- se torna prácticamente inadmisible.

“Un soplo de la memoria me trajo, o me llevó, al día en que oí realmente por primera vez a David Bowie”, inicia la columna del escritor mexicano Rafael Pérez Gay en Milenio y que el autor retuiteó desde la cuenta de Cal y Arena, su editorial.

“Vale, seré un moñas, pero llevo todo el día escuchando Bowie (bebiendo) y me cuesta decirle adiós. Algo más se va, una parte de mí, supongo”, escribe el español Javier Sagarna, director de la Escuela de Escritores, con sede en Madrid.

“Los gigantes de verdad no se mueren, sólo cambian de dirección. Ok, detengamos el tren del mame y escuchemos “Starman” hasta mañana en la mañana, a un volumen que despeine a los vecinos”, propone Álvaro Enrigue, el mexicano autor de Decencia y Muerte súbita, entre otros, residente en Nueva York.

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“Seamos héroes”, pidió la poeta y pintora Tanya Huntington en Facebook.

“Genio. Maestro. La vanguardia en esencia. Siempre, siempre estarás presente. Descansa en paz, David Bowie”, escribió la también poeta Rocío Cerón y colgó “Blackstar”, una de las últimas canciones publicadas del artista.

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Aunque el español Ray Loriga no parece frecuentar las redes sociales, fue muy citado tanto en Twitter como en Facebook a raíz de su legendario libro Héroes (1993), que lleva el nombre de un disco paradigmático de Bowie y que contiene un poema dedicado al Duque Blanco.

“El gentil, generoso, agradecido David Bowie. Cada día se lo extraña más”, escribe el locutor y dramaturgo Sergio Zurita. “Recordando a dos: David Gilmoure y David Bowie, en un clásico de clásicos”, tuiteó el periodista y escritor Alejandro Páez Varela al compartir el video de “Comfortably Numb”.

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“Sabía que el cáncer se lo estaba desayunando. Sacó un último disco y lo celebró. Luego celebró su último cumpleaños. Era un puto genio”, posteó en Facebook el autor de la reciente y aclamada Las tierras arrasadas, Emiliano Monge, mientras que su colega y amigo Julián Herbert exhortó a no discutir con las personas que en las redes sociales se quejan por las expresiones de dolor en torno a la muerte del músico.

“¿Por qué discuten con la gente a la que no le gusta Bowie?… Es como discutir con la gente a la que no le gusta el mar o Chaplin o Shakespeare o las últimas sonatas para piano de Beethoven o el café negro o la pizza con cerveza o el olor del pan recién horneado. Todos tenemos limitaciones, muchachos”, afirmó el autor de Canción de tumba.

“Con David Bowie muere mi juventud”, admitió el escritor Carlos Velázquez en Twitter.

“Mi hija me dio la noticia esta mañana. Escuchamos y cantamos “Space Oddity” muy fuerte. De hecho, hoy las estrellas se ven muy diferente”, contó la escritora Valeria Luiselli.

Efectivamente, las estrellas se oscurecieron.

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