Posts Tagged ‘Sergio Pitol’

Caballé, Roth, Hawking, Del Paso, Amos Oz: 2018 se lleva a pléyade que llenó al mundo de talento

domingo, diciembre 30th, 2018

Pensar en la muerte de Anthony Bourdain, de Amos Oz, de Philip Roth, de Sergio Pitol: algunas podrían haberse evitado, de otras es triste llegar a una edad en la que tienes que partir y decir adiós a este mundo. Aquí, los famosos que han muerto en 2018.

Ciudad de México, 30 de diciembre (SinEmbargo).- “Sueño todo el tiempo que no puedo salir de un hotel victoriano con muchos pasillos y habitaciones. Paso mucho tiempo en los hoteles, pero este es amenazante, no lo puedo dejar. Y hay otra parte de este sueño donde estoy tratando de ir a casa y no puedo recordar adónde queda. Me siento como Quasimodo, el jorobado de Notre Dame, me siento como un freak, muy aislado”, decía el chef y presentador Anthony Bourdain, unos pocos días antes de morir, ahorcado y solo, en un hotel de Francia, a una psicóloga en Buenos Aires, donde había ido a encontrarse con Francis Mallman y a comer chorizos en La Costanera.

Suicidio. El Centro de Enfermedades de Estados Unidos informó que desde hace dos décadas los suicidios aumentaron en un 30 por ciento, la vida como un instante que pareciera ser sobre la que tenemos control. El libre albedrío para terminar con ella, a pesar de ser uno de los hombres más envidiados del planeta, que tenía fama, fortuna, juventud (tenía apenas 61 años) y mucho por hacer todavía.

Suicidio. Como el que tres días antes cometió la diseñadora Kate Spade, a los 55 años, víctima de la ansiedad, de la depresión, de sus demonios personales.

La depresión no es estar triste. La depresión requiere tratamientos. La depresión es uno de los males de la cultura occidental en aumento y cada vez más difícil de combatir.

Tim Berling, mejor conocido como el Dj Avicii, de origen sueco, se quitó la vida el 20 de abril en Mascate, Omán.

No es lo mismo que morirse de viejo, contento de haber dado al mundo el mayor de los conocimientos y haber disfrutado la vida como ninguno, como le pasó al cocinero Paul Bocuse (91 años), al diseñador Hubert Givenchy (91), a Charles Aznavour (94), a Stan Lee (95) y a George Bush padre (94).

LA VIDA SIN LOS ESCRITORES

Este año también murió Philip Roth, a los 85 años, un Premio Nobel que jamás llegó a tener y ciertas miradas feministas sobre su obra que él, a todas luces muerto, no alcanzó a padecer o debatir.

Este es el año en que ya no está Sergio Pitol (85 años). Su muerte dejó un sabor amargo, no sólo porque su grado de amistad y de entrega a las letras nos creaba la ilusión de que siempre sería joven, sino porque sus familiares entablaron una barrera entre él y sus admiradores.

Fue el año sin Amos Oz (79) y la tristeza porque no pudo ver lo que sin duda alguna vez se hará realidad: la inserción de Palestina en esos territorios, ya sin guerra y sin rostros dolientes.

Nicanor Parra vivió hasta los 103 años. Su antipoesía se hizo otra vez popular y aquí en México se lo recordó cuando vino a retirar su Premio Juan Rulfo, en la Fil en Guadalajara.

Fernando del Paso se fue unos días antes de que participara en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara. José Trigo (1966), Palinuro de México (1977) y Noticias del Imperio (1987), destacan entre sus obras. En el 2015 fue distinguido con el prestigioso Premio Miguel de Cervantes.

Stephen Hawking dijo basta a su terrible enfermedad y murió, a causa de la esclerosis lateral amiotrófica, a los 76 años, en Cambridge, Reino Unido.

EL CINE Y LAS FIGURAS QUE SE FUERON

¿Quién no recuerda Novecento? Esa película larga, con grandes planos secuencias, en donde todos los inmigrantes podíamos sentirnos parte de algo sustancial, la lucha de las clases sociales en tiempo donde un hombre podía vender a otro y donde no había que comer más que un trozo de polenta.

Esa película la hizo Bernardo Bertolucci, uno de los cineastas más admirados que partió a los 77 años en su casa del Trastevere romano. Autor de El último tango en París y de El último emperador, fue uno de los grandes maestros de la cinematografía.

[youtube TNZdYZHDhJs]

A los 86 años dejó este mundo Milos Forman, el gran creador de Amadeus, esa película donde aprendimos a admirar a Salieri, quien envidiaba a Mozart, en uno de los grandes papeles del estadounidense F. Murray Abraham.

[youtube tgZhaFFNVc4]

Los bigotes y la sonrisa de Burt Reynolds, quien se fue a los 82 años, un poco olvidado del cine, que en su tiempo supo valerse de su papel de macho y seguro de sí mismo, en papeles de películas como Smokey and the Bandit.

[youtube IzMpOvKxXdM]

LA MÚSICA SIN LAS MUJERES

La gran Aretha Franklin se fue a los 76 años, víctima de un cáncer de páncreas, dejando un legado musical extraordinario, que la convirtió en la estrella femenina del soul.

[youtube KtBbyglq37E]

En España se fue la soprano Monserrat Caballé, a los 85 años, en el hospital Sant Pau de Barcelona. Tenía una voz clara, tersa y poderosa. Acompañó a Carreras, a Pavarotti, a Plácido Domingo. Y, por supuesto, cantó “Barcelona”, con Freddie Mercury.

[youtube hkskujG0UYc]

María Dolores Pradera falleció a los 83 años, fue una gran cantante de boleros, de Chabuca Granda, de Cuco Sánchez, de José Alfredo Jiménez. Su voz fina y elegante marcó una época y una manera de sufrir las penas de amor.

[youtube xvKfN-kNkZg]

La cantante Dolores O’Riordan, la gran voz sonora de The Cranberries, falleció ahogada en una bañera en un hotel de Londres. Fue accidental, dicen las crónicas.

OTRAS MUERTES QUE HAY QUE LAMENTAR

Murió Kofi Annán, el gran pacifista que llevó a la ONU a mediar entre los grandes procesos bélicos o pre-bélicos del siglo XX. Ganó, entre otras cosas, el Premio Nobel de la Paz en 2001. Tenía 80 años.

El rapero Marc Miller murió a los 26 años, a causa de una sobredosis.

MUERTOS EN MÉXICO

Difícil olvidar a la actriz María Rubio. Conocida como Catalina Creel, murió por causas naturales a los 83 años. Rogelio Guerra, el veterano actor, falleció a causa de un infarto, a los 83 años.

Fela Fábregas, la gran impulsora del teatro, murió a los 87 años.

Difícil fue la muerte por asesinato en la Colonia Narvarte, del ex integrante de Uff, Fabio Melanito.

Los fanáticos del bolero lamentaron la partida de Lucho Gatica, quien se fue a los 90 años.

[youtube TiIWSOSiXe0]

INBA inaugura “Pitol: viajes, letras, mundos”, una exposición dedicada al autor de El Mago de Viena

viernes, julio 13th, 2018

El Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) realizará un homenaje póstumo al escritor mexicano Sergio Pitol, que falleció el pasado 12 de abril, con la exposición “Pitol: viajes, letras, mundos”, que se expondrá en el Museo de la Cancillería hasta el próximo 10 de agosto.

Ciudad de México, 13 de julio (EFE).- México homenajea al escritor, editor, traductor y Embajador mexicano Sergio Pitol, fallecido el pasado 12 de abril, con una exposición inaugurada hoy que da cuenta con textos y ensayos de su extensa obra, así como fotografías de su vida y cartografías de sus viajes como diplomático.

La muestra, titulada “Pitol: viajes, letras, mundos”, estará abierta al público hasta el 10 de agosto en el Museo de la Cancillería, ubicado en el centro de la capital mexicana, informó el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) en un comunicado.

“Sergio Pitol tuvo la fortuna, las facultades y la tenacidad para conciliar su pasión por el viaje con el oficio diplomático y la creación literaria. En las tres estaciones de esta muestra, los visitantes descubrirán innumerables ramificaciones de su incansable labor como editor, traductor y narrador”, señaló el INBA.

Pìtol fue uno de los más reconocidos intelectuales mexicanos del siglo XX. Foto: EFE

La muestra, que forma parte del Homenaje Nacional a Sergio Pitol, expone piezas documentales, reúne fotografías inéditas que ilustran sus actividades como embajador en la antigua Checoslovaquia y rescata sus ensayos de críticas de arte, entre otros aspectos de su obra literaria.

“Al conocer y repasar estos testimonios quizás podamos aquilatar en su justa dimensión la herencia perdurable que una figura de la estatura intelectual de Sergio Pitol deja al siglo XXI”, concluyó la institución cultural.

Pitol (Puebla, 1933), miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 1997, falleció el pasado mes de abril en su vivienda de Xalapa, capital del estado de Veracruz, a los 85 años.

Vista de algunas obras que conforman la exposición “Pitol: viajes, letras y mundos”. Foto: EFE

Fue autor de obras como El desfile el amor (1984), Domar a la divina garza (1988) y La vida conyugal (1991), así como un incansable viajero que pisó París, Varsovia, Budapest, Roma, Moscú, Praga, Pekín y Barcelona, entre otras grandes ciudades.

Pitol ganó diversos premios como el de Literatura Miguel de Cervantes en Lengua Castellana, en 2005; el Xavier Villaurrutia, en 1981; el Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura, en 1993; el Mazatlán de Literatura, en 1997, y el Juan Rulfo en 1999.

COLUMNISTA INVITADO | Despedir al amigo Sergio Pitol

sábado, abril 14th, 2018

La noche del 12 de abril, a las 20:00 horas, nos dimos cita algunos profesores de la Facultad de Letras para despedir a nuestro maestro y entrañable amigo Sergio Pitol. En una ciudad de provincia como Xalapa, parecería que la única funeraria que hay es la de Bosques del Recuerdo: los funerales son una ominosa secuencia de dejá vu.

Por Magali Velasco

Ciudad de México, 14 de abril (SinEmbargo).- Rodeado de coronas, el féretro de madera oscura resaltaba como una isla. Extrañé una fotografía de él, algo que nos indicara que realmente su cuerpo reposaba ahí. Durante la ajetreada mañana, los rumores de si la familia de Sergio permitiría o no el acceso a la funeraria, desanimó a alumnos de la Facultad y a colegas a querer manifestar su respeto y cariño. Hacia las ocho de la noche, cuando llegamos y vimos que había mucha gente, periodistas, la directora del INBA, Dra. Lidia Camacho, el Coordinador de Literatura del INBA, Dr. Geney Beltrán, la rectora de la UV y demás funcionarios, sentimos un alivio Mario Muñoz y yo, de poder decirle adiós.

La irrupción de la muerte trastoca y nos obliga a cuestionarnos el sentido de la vida, en este caso, la sensación de orfandad reaparece. La generación del Medio Siglo es una llama tenue alimentada por el soplo de Amparo Dávila, Elena Poniatowska y Fernando del Paso. Es difícil decirles adiós a esa generación que escribió el México del siglo XX. Sí, queda el legado, la obra, la memoria, las enseñanzas, pero definitivamente, ese espíritu único se lo han llevado junto con ellos.

Vista del velatorio de Sergio Pitol. Foto: cortesía

Apenas supe de la noticia de la partida de Sergio, pensé en que su cielo sería Venecia, esta ciudad mítica que quizá un día sólo exista en libros e imágenes. Recordé lo mucho que a Pitol le gustaba Muerte en Venecia y luego su cuento “El relato veneciano de Billie Upward”. Lo imaginé caminando por las callecitas laberínticas de Venecia, ataviado con uno de sus trajes de lino blanco, su bastón, llevando con la otra mano la correa de Sacho, el perro pachón blanco y negro con el que llegó a Xalapa. Allá va el hombre, el escritor, el maestro, al encuentro de esa generación que ya lo está recibiendo con los brazos abiertos. También lo reciben sus otros perros labradores y todo el cariño de los que nos quedamos un rato más por aquí.

COLUMNISTA INVITADO | Distorsión Pitol

sábado, abril 14th, 2018

A propósito de la reciente muerte del enorme Sergio Pitol, el docente y escritor Felipe Ríos Baeza recuerda todas las veces que lo conoció, tan inolvidable.

Ciudad de México, 14 de abril (SinEmbargo).- Conocí una vez a un profesor que se esmeraba en narrar con saña y sorna cierta anécdota negra del pasado de Sergio Pitol, algo que involucraba un hecho de sangre provocado por su orientación sexual, su alcoholismo y el sistema soviético, que sofocaba a Varsovia.

Había otro profesor que, afecto a esas mismas desavenencias achacadas a Pitol por el otro coleguita, contaba el modo en que el escritor había ayudado a ciertos autores muy jóvenes a publicar en Era o Anagrama, a cambio de favores que involucraban una especie de servicio de escort para ferias del libro, conferencias en el extranjero y distintos viajes a propósito de premios y distinciones.

Tuve un alumno que decidió hacer su tesis de posgrado sobre la obra de Pitol y acabó descubriendo un mecanismo singularísimo de citación entre sus libros.

Conocí, en un cóctel marciano donde vi puros funcionarios y ningún escritor, a una de sus parientes lejanas, que quería parecerse en todo al tío menos en la finura de su prosa.

Le escuché a Juan Villoro hablar de sus libros con sincera admiración.

Le escuché a Enrique Vila-Matas hablar de sus libros con sincera admiración.

Le escuché a una periodista alegar que por qué Villoro y Vila-Matas lo admiraban tanto y su conclusión fue que porque los tres eran unos pesados, que sólo mareaban a sus lectores.

Esta mañana se fue Pitol, en la nebulosa de siempre. Nunca supe la veracidad de esas anécdotas y todo lo que fue pasando con su nombre a mi alrededor tiene, en esta hora postrera, esa misma característica de difuminación, como si su vida y su obra fueran una pintura de Monet, un boceteado de colores con más dinamismo que figurabilidad. Es una de sus características: su óptica, en donde se mixturan en un mismo lienzo la apreciación de la obra de Chéjov y Jerzy Andrzejewski, el estupor que le provocó traducir a Witold Gombrowicz y sus correrías cultas por Europa y México DF, como si mirara el paisaje cultural borroso y maravilloso a la vez. No por nada, lo primero que Pitol cuenta en El arte de la fuga es que cree haber perdido sus lentes en un tren y debe adentrarse así, con una miopía que será a la fin beneficiosa, en una Venecia mágica, que mira y no mira al mismo tiempo, que ve como una acuarela ante la falta de anteojos y que compara y superpone con sus recuerdos y los referentes cultos que le van brotando como burbujas en la cabeza.

Ese ensayo/cuento/texto autoficcional se llama “Todo está en todas las cosas” y es la declaración de principios de su ars literaria. Pero me gusta más otro, tímido, reservadísimo, que habla sólo cuando hay que hablar, así como era Pitol, hundido en la selva de textos de El arte de la fuga: “Con Monsiváis, el joven”. Allí Sergio Pitol cuenta cómo se convirtieron José Emilio Pacheco, el aludido Carlos Monsiváis y él mismo en detectives salvajes, visitando librerías y lustrando con sus codos las barras de bares y cafés; y me gusta porque se trata de la visión de una cultura mexicana que ya no está, la ponderada desde Revueltas hasta Arreola, pasando por los contemporáneos y los estridentistas: “En la planta baja del edificio inmediatamente contiguo al Kikos se encuentra la librería Zaplana, la más grande de México; no resistimos la tentación de echar un vistazo a las mesas y estanterías de aquel inmenso recinto. Cada uno sale con un imponente bulto bajo el brazo. Nos enorgullece el rápido crecimiento de nuestras bibliotecas”. Me gusta porque, incluso en esa puerilidad de amigos-cultos-que-nos-desmarcamos-del-rebaño, fueron capaces de hacer cultura con sus propias experiencias debido a que ya tenían el espacio ganado tras sus escritos. Híbridos, desafiantes, eruditos, eso que uno echa de menos en la novísima narrativa mexicana.

Por eso, aunque sabía la respuesta, les pregunté a cada uno de esos profesores y esos alumnos y esos periodistas si habían prestado suficiente atención a libros como El mago de Viena, El viaje o El arte de la fuga que es, creo, donde se cifra su aporte y posteridad más que en su obra de ficción. Les pregunté si habían leído lo que Pitol había leído, si habían traducido lo que Pitol había traducido. Y la respuesta fue el silencio. Claro: siempre es fácil desarmar a un bocón.

Vi a Pitol dos veces, primero en un homenaje mal hecho y para el olvido por parte del Ayuntamiento de Puebla. En esa ocasión, Pitol parecía un Messi en conferencia de prensa: perdido en sí mismo, mirando apenas a la gente y los fotógrafos; un rain-man que, al mirarlo, no te quedaba claro si estaba abstraído por tarado o por genio. Lo más singular de ese encuentro fue que, al estampar la dedicatoria en mi pequeño ejemplar de El arte de la fuga, se tardó horas y me preguntó el nombre unas tres veces. Bien, pensé: la mayoría de los escritores se creen Miró al dedicar las primeras páginas de sus libros y Pitol, consciente o no, se está dando el tiempo.

La segunda vez fue en el Aeropuerto de Barajas y es la imagen que me ha rondado estas horas cuando me enteré de su muerte. En ese viaje había conseguido nuevita, brillosita, la edición de Ferdydurke de Seix Barral, traducida por el mismo Witold Gombrowicz y prologada por Ernesto Sabato. De pronto sentí que un señor me rondaba, que se acercaba y alejaba proyectando su sombra sobre las páginas. Al alzar la vista, lo vi. Era Pitol.

El diálogo fue como sigue:

—¿Leyendo al maestro? —preguntó, en un susurro apenas audible.

—Pero no en la traducción del maestro —respondí.

—Entonces, mejor —dijo, tartamudeando—. La traducción imperfecta siempre es la mejor…

Alguien lo llamó. “Sergio, Sergio”, le dijo. Un agente, un amante, un gestor cultural, esa gente que pudre el universo literario. El tipo alegó que perderían la conexión, que debían reclamar un vuelo, algo así. Quiso llevárselo, pero aún tuvo tiempo de hacerse una foto que inmortalizaría el encuentro.

DSC02009

Dejó dicho Vila-Matas: “Quien ahora se pregunte por su estilo, le diré que consiste en huir de esas personas tan terribles que están llenas de certezas. Su estilo es contarlo todo, pero no resolver el misterio. Su estilo es distorsionar lo que mira”. Viva, entonces, la lección que nos enseñara, al margen de las habladurías: todo escritor tiene la obligación de distorsionar la realidad, partiendo, pues, por la suya.

LECTURAS | “El desfile del amor”, de Sergio Pitol

sábado, abril 14th, 2018

La reciente muerte de Sergio Pitol nos obliga a ir a sus escritos, para perpetuarlo siempre en nuestra memoria y disfrutar de su talento infinito. Este es una de sus novelas más elogiadas, al punto que Juan Villoro ha dicho “fracasa como investigación policial pero triunfa como investigación narrativa, en el sentido de que la narrativa nunca tiene una verdad única. Toda la literatura de Pitol tiene que ver con una idea de la traducción. En El desfile del amor los personajes hablan y Miguel del Solar, el personaje principal, los tiene que traducir”

Ciudad de México, 14 de abril (SinEmbargo).- El desfile del amor –a la vez un fresco histórico, una trepidante investigación detectivesca, una divertidísima comedia de equívocos– confirma a Sergio Pitol como uno de los más notables y personales escritores latinoamericanos. México, 1942: este país acaba de declarar la guerra a Alemania y su capital se ha visto invadida recientemente por la más insólita y colorida fauna: comunistas alemanes, republicanos españoles, Trotski y sus discípulos, Mimí sombrerera de señoras, reyes balcánicos, agentes de los más variados servicios secretos, opulentos financieros judíos.

Mucho tiempo después, tras el hallazgo casual de unos documentos, un historiador interesado en tan apasionante contexto intenta esclarecer un confuso asesinato perpetrado entonces, cuando él tenía diez años, y la narración –que atraviesa los polos excéntricos de la sociedad mexicana, los medios de la alta política, la intelligentzia instalada, así como sus más extravagantes derivaciones– permite a Sergio Pitol no sólo pintar una rica y variada galería de personajes, sino también reflexionar sobre la imposibilidad de alcanzar la verdad.

Como en una comedia de Tirso de Molina, nadie sabe a ciencia cierta quién es quién, las confusiones se suceden sin cesar y el resultado es este regocijante desfile, que por algo lleva el nombre de una de las más famosas comedias de Lubitsch. El desfile del amor obtuvo en su segunda convocatoria, en 1984, el Premio Herralde de Novela, otorgado por unanimidad por el siguiente jurado: Salvador Clotas, Juan Cueto, Luis Goytisolo, Esther Tusquets y el editor Jorge Herralde.

Fragmento de El desfile del amor, de Sergio Pitol, con autorización de Editorial Anagrama

1. MINERVA

Un hombre se detuvo frente al portón de un edificio de ladrillo rojo situado en el corazón de la colonia Roma, una tarde de mediados de enero de 1973. Cuatro insólitos torreones, también de ladrillo, rematan las esquinas del inmueble. Durante décadas, el edificio ha constituido una extravagancia arquitectónica en ese barrio de apacibles residencias de otro estilo. A decir verdad, en los últimos años nada desentona, ya que el barrio entero ha perdido su armonía. Las pesadas moles de los nuevos edificios resquebrajan las casas graciosas de dos, a lo sumo de tres plantas, construidas según la moda de comienzos de siglo en Burdeos, en Biarritz, en Auteil. Hay algo triste y sucio en ese rumbo que hasta hacía poco lograba sostener aún ciertos alardes de elegancia, de antigua clase poderosa, maltratada pero no vencida. La apertura de la estación del metro, las bocanadas de desarrapados que vomita regularmente, los innumerables puestos de fritangas, tacos, quesadillas y elotes; de periódicos; los vendedores de perros, de juguetes baratos, de medicamentos milagrosos, han señalado el auténtico fin de esa parte de la ciudad, el comienzo de una época distinta.

Comenzó a anochecer. El hombre empujó la puerta de metal, caminó hasta el patio central, levantó la mirada y recorrió con ella el espectáculo escuálido que ofrecía el interior de aquella construcción al borde de la ruina. Así como el edificio no correspondía al barrio, y, bien mirado, ni siquiera a la ciudad, su parte interna tampoco era coherente con el gótico falso de la fachada, con las mansardas, las ventanas en ojo de buey y los cuatro torreones. La mirada del hombre recorrió los corredores que circundaban cada planta del edificio, los oasis creados irregularmente por conjuntos de macetas y botes de hojadelata de distintas formas y tamaños donde crecen palmas, lirios, rosales, buganvilias. Esa disposición de las flores rompe la monotonía del cemento, crea un juego asimétrico a fin de cuentas armonioso y recuerda el interior de las vecindades humildes de la ciudad.

“En las jardineras crecían palmas de tallos espigados”, se dijo. Se preguntó si la memoria no le estaría tendiendo una celada. Su estancia en aquel lugar aparece, se pierde, y vuelve a surgir en sus recuerdos como enmarcada por un escenario palaciego. Y en ese momento, al examinar con cuidado el interior, los espacios, a pesar de su amplitud, le parecen bastante más reducidos de cómo los ha retenido en sus recuerdos. Lo inunda un torrente de palabras pronunciadas treinta años atrás, de ecos de conversaciones que insisten en la elegancia, en el prestigio social de aquel inmueble, en su interior Art Decó diseñado en 1914 por uno de los arquitectos más prestigiosos de aquel tiempo, el año precisamente de su libro, estilo sobrepuesto al original de ladrillos sin revestir, tal como aparece en el exterior. Lo que en esos momentos ven sus ojos son muros a punto de tronar, de desvencijarse.

El personaje debe de tener cerca de cuarenta años. Viste pantalones de franela gruesa, café oscuro, y una chaqueta de tweed, del mismo color, ligeramente jaspeada. La corbata es de lana tejida, ocre. En esa esquina, y, sobre todo en ese pórtico, su atavío, así como cierto modo de permanecer de pie, de llevarse la mano al mentón, resultan absolutamente naturales, a tono con las altas y sucias paredes de ladrillo rojizo, semejantes a muchos muros y pórticos londinenses. Lleva bajo el brazo las pruebas recién corregidas de su último libro y un estudio sobre el lenguaje de Maquiavelo, que acaba de comprar en la vecina librería italiana.

Podía calificar francamente de malos los dos últimos días, dedicados a revisar las pruebas del libro en que trabajó durante los últimos años: una crónica de los sucesos ocurridos en la ciudad de México, desde la salida de Victoriano Huerta hasta la entrada de Carranza. El estilo le resultó duro y presuntuoso. A momentos deslavazado y pedagógico; otros, relamido en exceso. Pero lo peor fue que el espíritu del libro comenzó a escapársele. ¿Tenía en realidad sentido haber pasado tanto tiempo sepultado en archivos y bibliotecas, respirando un aire viciado, empolvándose el cabello y los pulmones para lograr resultados tan mediocres? Tiene la impresión de que en cada una de las vacaciones pasadas en México no había hecho otra cosa que no fuera buscar, clasificar y descifrar papeles. De pronto, mientras recorría con fatiga esas planas ya limpias de erratas que sólo esperaban su aprobación final, sintió que su trabajo podía haber sido realizado por cualquier amanuense poseedor de una mínima instrucción sobre la técnica de evaluar y seleccionar la información dispersa en cartas, documentos públicos y privados, y la prensa de una época determinada. Su libro se llamaba El año 14, aunque la acción ocupaba también un amplio sector del siguiente. Había utilizado el 14 en el título por ser el año de la Convención de Aguascalientes, fundamental para el trazo de su obra. La historia de una ciudad sin gobierno: la capital que, al estar en manos de las distintas facciones, no queda bajo el control de ninguna. En semejante desamparo, en el corazón del caos todo puede ocurrir: Vasconcelos improvisa un Ministerio de Instrucción Pública; frente a su puerta los soldados de vez en cuando disparan al aire sus carabinas, a saber en obediencia a qué reflejos, etc.

Había que dejar por la paz ese México lejanísimo. Si algo lo mantenía por el momento en pie era un interés muy vivo por estudiar una serie de materiales que pugnaban ya por integrar un nuevo libro. Había descubierto hacía unos meses, aún en Bristol, la correspondencia entre el administrador de una empresa petrolera inglesa de la Huasteca y su central en Londres, durante los conflictos petroleros que desembocaron en la expropiación de las empresas y la consiguiente ruptura de relaciones entre Inglaterra y México. Extendió su curiosidad a la continuación de esas relaciones difíciles cuya reanudación hizo posible la guerra, a las visitas de destacados intelectuales y periodistas británicos al general Cedillo (¡Waugh, nada menos!), quienes se obstinaban en verlo como al buen salvaje en el cual sí había germinado la siembra de la catequización. El hombre necesario para derrotar el caos. La prensa mundial se expresaba sin el menor sentimentalismo: si Cedillo se negaba a encabezar la rebelión, o si era derrotado, el único camino a seguir debía ser la intervención armada. Poner punto final al desorden. Tomó entonces algunas notas; las había repasado y ampliado en México. Y hacía apenas dos o tres semanas, poco antes de terminar el año, encontró a una condiscípula, Mercedes Ríos, con quien comentó sus lecturas del momento y le habló de algunos aún vagos proyectos de trabajo. Mercedes le prestó unas copias fotográficas de un legajo referente a las actividades más o menos clandestinas de ciertos agentes alemanes activos en México durante ese mismo período. Habían pertenecido a un tío suyo, alto funcionario de la Secretaría de Gobernación en el período de la guerra, y supuso que podían resultarle sugestivas, pues de alguna manera se ligaban con su tema. Él había pensado en una investigación más restringida: la acción de las empresas petroleras contra México, el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la participación del país en la causa aliada; soluciones de facto a los problemas creados por la expropiación, etc., pero la lectura de aquellos documentos le hizo advertir mil posibilidades nuevas. Se propuso ampliar el ámbito, estudiar la situación mexicana en relación a la internacional, y no sólo respecto a los países a quienes pertenecían las empresas expropiadas. Un período muy estimulante. En otras partes comenzó a encontrar materiales que renovaban su interés en dicha época fundamental, la que, a pesar de su cercanía en el tiempo, parecía tan remota como aquella en que José María Luis Mora intentaba ambientar en el país las tesis de la Ilustración y acercar el tiempo mexicano al Siglo de las Luces. Mercedes había acertado en cuanto al interés que le despertarían tales documentos. Se sumió en ellos un fin de semana. Un perfume amargo, el del misterio, emanaba de esas escuetas fichas biográficas. De alguna manera recreaban la atmósfera de ciertas películas, de ciertas novelas, que uno estaba acostumbrado a situar en Estambul, en Lisboa, en Atenas o Shangai, pero jamás en México. Eran poco más de cincuenta páginas. Las leyó un sábado por la noche y fue tanta su excitación que ya no pudo dormir. El domingo volvió a estudiarlas, a tomar notas, a reflexionar sobre esos datos. Debido a tal lectura estaba allí, en el patio del bizarro edificio de ladrillo rojo, y miraba de manera imprecisa una esquina del primer piso, donde suponía, sin tener ya la entera seguridad, que había estado su dormitorio hacía treinta y un años, durante los meses que pasó en casa de sus tíos Dionisio y Eduviges. Dionisio Zepeda y Eduviges Briones de Díaz Zepeda, como a ella le gustaba puntualizar.

El legajo que lo había emocionado consistía casi exclusivamente en eso: una seca colección de fichas biográficas, carentes casi por completo de comentarios marginales. La mayor parte de esas biografías sinópticas estaban en apariencia desprovistas de interés, al menos por el momento. Como historiador, lo único cierto que ha aprendido es que no hay punto que, en determinado momento, no sea propicio a las más jugosas revelaciones. Existía la posibilidad de que los nombres incluidos en esa lista y la serie de datos que la acompañaba, por el momento neutros, una vez que comenzaran a ligarse con otros, con las personas e instituciones correspondientes, se dilataran, se expandieran e introdujeran al investigador en campos más amplios, algunos de verdadera significación.

Su existencia en sí conformaba un pliego de preciosa información:

Johannes Holtz, por ejemplo. Desembarcó en Veracruz en febrero de 1938; trabajó como ingeniero químico en una empresa de fabricación de esencias y perfumes. Tenía veintisiete años cumplidos a la fecha de su llegada. Fijó su domicilio en Anatole France, 68 bis, colonia Polanco. Estableció contactos en los primeros meses de su estancia en el país con Rainer Schwartz y Bodo Wünger, propietarios ambos de negocios de fertilizantes. Holtz viajaba a menudo, a veces solo, otras con algunos de los mencionados súbditos alemanes, a Cuernavaca, donde asistía a reuniones de las que se sospechaba una finalidad de instrucción política, aunque bien pudieran ser de mero recreo. Tenía relaciones, cuyo carácter íntimo se daba por descontado, con la viuda Eliza Franger, hija de padre alemán y madre colombiana, en cuyo departamento, sito en Luis Moya 95-9, dormía regularmente todos los viernes. El 10 de abril de 1943 embarcó en Tampico con destino a Brasil. Hasta donde se sabía, no había vuelto a ingresar a México, por lo menos con el nombre de Johannes Holtz.

Una parte de los enlistados eran alemanes nacidos en Guatemala, educados en Alemania, perfectamente bilingües, ocupados en realizar una labor no demasiado peligrosa: establecer contactos con los alemanes residentes en México y propiciar labores de proselitismo. En un local, situado en un edificio de la avenida Juárez, casi esquina con Dolores, dos o tres de ellos, ésos sí profesionalmente adiestrados en trabajos complejos y delicados, perfeccionaban métodos de alta sofisticación, según el informe de Gobernación, para despachar mensajes a una central receptora en Alemania. Todo aquello formaba la pequeña crónica, las andanzas de un puñado de individuos grises, comunicados sólo de modo tangencial con alguna arista de lo que consideramos la verdadera historia. De hecho, se trataba de un pobre y somero expediente policiaco. Fichas, fichas y más fichas de individuos con nombres teutónicos, que repetían con monotonía el año de ingreso a México, el domicilio, las conexiones y viajes por el país. No existía allí ninguna mención, que sería lo que las podría hacer de verdad interesantes, de sus contactos con los centros del nacismo nacional, con esos apóstoles dementes y exaltados de la derecha radical mexicana. Tal vez eso estaría reseñado en otro expediente, en algún archivo de manejo reservado. ¡La temida quinta columna! En fin, debían ser otros los expedientes importantes y era posible que ya hubiese llegado el momento en que fuera accesible su consulta. Debía intentarlo. Hacer tal vez una visita al Archivo General de la Nación. Cabe decir que entretanto no había permanecido inactivo, y en las pausas en que no corregía las pruebas del libro en el que prefería no pensar, había hecho una visita a la hemeroteca y leído los diarios del mes de noviembre de 1942. Necesitó corroborar ciertos datos de 1914 de los que no estaba muy seguro, aunque en verdad debía confesar que hizo esa visita por una razón más íntima.

Las neutras fichas de su amiga le habían resultado apasionantes por dos motivos, uno menor, y más bien divertido: saber que el padre de un compañero de leyes, a quien en un momento había comenzado a detestar, estuviese ligado a esa red de actividades clandestinas y hubiera transportado a algunos agentes alemanes en una avioneta de su propiedad, una vez a Tampico y en reiteradas ocasiones a San Luis Potosí. Lo había llegado a conocer. Sí, una figura borrosa a la que vio atravesar dos o tres veces el jardín de la casa de su detestado compañero con la mirada vaga y el aire de estar metido en un laberinto de salida imposible. Al final de la ficha, un comentario lo descalificaba como agente peligroso; por el contrario, celebraba sus múltiples indiscreciones (gracias a las cuales había sido posible enterarse de algunos movimientos sospechosos de aquella gente). El alcohol, según se decía, le producía una verborrea incontenible. Le extrañó que el personaje pudiera ser el viejo maniáticamente silencioso a quien había conocido; sin embargo, no había lugar a dudas sobre la identidad. Ahí estaban registrados su nombre y dirección, la misma casa a la que fue tantas veces durante la adolescencia y a la que cada vez juraba no volver. Se imaginó al padre de su amigo en aquella época: un joven fanfarrón, recién llegado al país, a quien dos copas de aguardiente convertían en un papagayo dispuesto a hablar hasta por los codos. La jactancia de sus hazañas había sido aprovechada ampliamente por las autoridades. Tal vez su silencio posterior tuviese un carácter expiatorio. Todos los proyectos en que intervino fracasaron por su culpa.

La otra sorpresa, y ésa sí le produjo un sobresalto, una indefinible excitación, estaba contenida en los dos renglones finales del expediente. Se indicaba que los asesinatos del edificio Minerva, el mismo en cuyo patio se encontraba en ese momento, estaban posiblemente ligados a un drástico ajuste de cuentas entre agentes alemanes y sus secuaces locales. ¡Él había vivido en esta casa en el momento de ocurrir tales hechos! Tendría entonces diez años. Una edad en que es posible recordar todo, o casi todo… Y, por supuesto, recordaba muchas cosas… ¡Pero de qué absurda, desmadejada e incoherente manera! Posiblemente los hechos que fuesen los aludidos en el legajo. ¿En dónde se había producido la balacera?, por ejemplo. ¿En el patio frente al cual estaba? ¿En las escaleras? ¿Dónde en realidad habían tenido lugar los disparos? Alguna vez, al recordar su infancia, había sentido un aleteo, el eco de recuerdos perdidos, que lo relacionaba con los disparos y la gran perturbación producida en la vida de sus familiares. Lo que le llegó fue un eco muy vago, a pesar de la significación que aquella noche tuvo en su vida. Tan importante, que no pudo concluir el año escolar y tuvo que abandonar la ciudad de México.

Mil veces, al pasar frente al edificio durante los años universitarios, cuando sus compañeros comentaban con una mezcla de entusiasmo y burla la excentricidad de aquella arquitectura, el aire espectral que gradualmente fue envolviéndola, el aspecto de ilustración de novela de Dickens que se desprendía de sus balcones, muros y torres, él se enorgullecía en descubrirles que parte de su infancia había transcurrido en ese mismo edificio. Y repetía frases extraídas del legajo de nostalgia familiar: nadie podía imaginarse al pasar frente a esa ruina la elegancia de sus interiores, la excelente madera de sus pisos y puertas, la amplitud de los salones, la altura de los techos. El edificio, explicaba, había sido construido, igual que otro gemelo situado en las calles de Marsella, con el propósito de ofrecer un alojamiento de calidad al personal de las embajadas y legaciones extranjeras, menos costoso y más fácil de atender que una casa independiente. Los departamentos de la planta baja no podían considerarse buenos; eran oscuros y pequeños. Los del primer piso, donde vivió con sus parientes, eran, en cambio, palaciegos. El piso estaba ocupado por dos únicos departamentos, cada uno con buenos salones, amplio comedor y largos pasillos que comunicaban a un sinfín de dormitorios, estudios, cuartos de costura, etc. En los pisos superiores, las viviendas perdían espacio, aunque no categoría: sencillamente estaban hechas para familias menos numerosas.

El sistema de corredores en torno a un amplio patio interior, tan poco usual en la época de su construcción, a finales del siglo XIX, cuando ya se había desatado en México una feroz especulación inmobiliaria, lo hacía diferente a cualquier otro edificio de la ciudad, contemporáneo o posterior. Desde las ventanas interiores los inquilinos podían enterarse de la clase de visitas que recibían los vecinos. Eso, en un México como el de los años cuarenta, lleno aún de resabios provincianos, debió de tener muchos atractivos. Veía a los inquilinos extranjeros saludarse pausadamente, cambiar unas cuantas palabras en idiomas incomprensibles, despedirse con la misma prosopopeya y seguir su camino. Imagina que se visitarían sólo cuando lo hubieran convenido previamente. Nadie se inmiscuiría en los asuntos ajenos, aunque no puede saberlo con exactitud, pues en lo referente a su tía Eduviges, ésta no había hecho sino entrometerse en los asuntos de los demás. Su hermano, Arnulfo Briones, un vejete que siempre le inspiró disgusto, de voz chirriante, dientes y bigotes manchados de un amarillo sucio, y ojos inexpresivos que parecían de vidrio, lo sometió en varias ocasiones a verdaderos interrogatorios, secos, inhóspitos, carentes de afecto, sobre los niños con quienes solía jugar en el patio central y sus familias; interrogatorios a los que según vio después sometía también a su tía Eduviges, a Amparo y hasta a las sirvientas. Sí, era cuestión de hurgar en la memoria. Ya él había cumplido diez años cuando mataron al alemán.

A esa edad se recuerda todo, había dicho; pero sucedía que en su caso no era verdad. En dos o tres ocasiones estuvo en la galería de Delfina Uribe, había cambiado algunas palabras con ella, y, sin embargo, no tuvo una noción precisa de que estuviera tan ligada a la tragedia, sino hasta días atrás, al visitar la hemeroteca y consultar una serie de periódicos viejos. Conocía mejor, aunque tampoco eso significaba mucho, a Julio Escobedo. En una época lo había tratado con relativa frecuencia. En su boda, unos primos de Cecilia, su esposa, les habían regalado un óleo suyo, que llegó a convertirse en su cuadro favorito: un gato gris jugando con un trompo. Al fondo, un vaso de flores azules y moradas. Nunca, está seguro, supuso que aquella fiesta que tan mal fin había tenido hubiera sido ofrecida en su honor. Lo cierto es que sabía y a la vez no sabía nada de lo allí ocurrido. Tampoco un niño de diez años tenía por qué saber que en el departamento de al lado se ofrecía una fiesta a un pintor que con el tiempo se volvería famoso. No había ido a la hemeroteca con el propósito de enterarse de los detalles del caso (en el expediente de Gobernación se usaba, cosa que le intriga, la palabra «asesinatos», en plural, como si el hijastro de Arnulfo Briones no hubiera sido la única víctima), sino para cotejar algunos datos sobre los que de pronto no se había sentido muy seguro al leer las últimas pruebas de El año 14. Se quedó satisfecho. No encontró errores. Los datos sobre los que en cierto momento había tenido dudas eran los correctos, pero ya que estaba allí, se dijo, aprovecharía la oportunidad para leer la prensa de 1942. No fue difícil precisar la fecha. Cursaba el cuarto año de primaria, de modo que debía ser 1942. La época de los apagones: simulacros de ataques aéreos sobre México. La ciudad se oscurecía por entero bajo el ruido de los aviones que volaban sobre ella. La balacera debió ocurrir, creía, hacia el final del año. No le llevó más de media hora encontrar los diarios que buscaba. La fiesta, según comprobó, tuvo lugar la noche del 14 de noviembre de 1942. En la primera página de un periódico aparecía con grandes titulares la noticia: «Crimen cometido en casa de una hija de Luis Uribe», y se remitía al lector a dos secciones interiores, a la página de sociales y a la nota roja. Leyó primero la crónica social. Delfina Uribe celebraba la apertura de su galería y la exposición de Escobedo con que la había inaugurado la semana anterior. Leída treinta años después, la lista de invitados era un revelador documento de época. Esa noche había estado presente medio mundo. Pintores, escritores, políticos, cineastas, gente de teatro. Figuras legendarias, en su mayoría desaparecidas. Lo impresionó lo compacto del medio. Una ciudad pequeña donde, por lo mismo, sus individualidades sobresalían con mayor nitidez. Las relaciones familiares de Delfina y su talento personal le permitían sin demasiados esfuerzos reunir al todo México. La cronista describía con algo semejante al éxtasis la elegancia de aquel «departamento insólito que, por el modernismo de su atmósfera, hubiera sido el orgullo de lugares como Los Ángeles o Nueva York», al que concluía por calificar como «¡un sueño de Hollywood!». Citaba comentarios de algunos concurrentes sobre unas columnas de aluminio, un conjunto de máscaras prehispánicas, y el retrato de la anfitriona, hecho años atrás por el joven Escobedo. Hablaba de los platillos franceses y mexicanos de la cena; se detenía en describir los trajes de algunas de las figuras sociales más destacadas del momento, el contraste, por ejemplo, entre el opulento traje bordado de Oaxaca de Frida y la túnica drapeada al estilo griego que llevaba la Del Río. Comentaba el ambiente cosmopolita que súbitamente floreció en algunos salones de la ciudad donde «para el espíritu refinado, una reunión como la de Delfina Uribe constituía una auténtica efemérides, la entrada a un espacio privilegiado donde se podían escuchar y practicar todas las lenguas». La nota era un canto a la armonía. De haber sido cronista político, su autora hubiese hecho alusión a la consigna de unidad nacional que estaba a la orden del día. Políticos y artistas convivían en esa reunión en una paz perfecta; damas y caballeros descendientes de las antiguas familias se mezclaban y departían sin recelo con quienes sólo en fechas muy recientes, ¡ayer como quien dice!, habían ascendido en la escala social. Igual que los platillos servidos esa noche, los invitados nacionales y los extranjeros parecían coexistir de la manera más tersa. La cronista de sociales abandonó alborozada la reunión para caer en un nuevo deliquio ante el espectáculo celeste. La noche, aún demasiado fría para esa época del año, dejaba ver un cielo más claro que el habitual. Cada una de las estrellas que integraban la constelación de Orión entonaba loas en honor de Delfina Uribe y su nueva galería, y presagiaban felicidad a los demás presentes. ¿Acaso la comentarista se habría retirado de la fiesta antes de los disparos? Le parecía evidente que fuera así, y, sin embargo, sentía en su tono oropelesco una inflamación hecha de intento de ocultar algo terrible. En el mismo periódico, en la bronca página criminal, se comentaba la misma reunión en términos muy diferentes. La calificaban de tenebrosa. Un artero complot dispuesto por un cerebro altamente criminal. El saldo: un alemán asesinado y dos nacionales que agonizaban en el hospital. El muerto, eso lo sabía muy bien, era el hijastro de Arnulfo Briones, el hermano de su tía Eduviges, un muchacho llegado hacía poco a México. Los heridos, el propio hijo de Delfina y un tal Pedro Balmorán, cuyo nombre le sonó vagamente conocido, sin lograrlo ubicar. Revisó los periódicos de ese y los siguientes días. Por desgracia, no encontró en la hemeroteca revistas escandalosas de la época, las que con seguridad serían más explícitas. De cualquier modo, las secciones de los periódicos dedicadas a la nota roja eran virulenta y escandalosamente amarillistas. Delfina declaró no conocer al occiso, de nombre Erich María Pistauer, ni haberlo invitado a su casa. Durante los diez días posteriores todos los diarios aludieron a los motivos pasionales y políticos del crimen. Las notas de una u otra manera insinuaban alguna liga de Delfina con el asesinato. Un periódico la consideraba ejemplo de la corrupción revolucionaria: dinero fácil, lujo escandaloso, amores de paso, frivolidad a pasto. Se decía que la pelea había empezado en su departamento, que los hermanos Uribe habían corrido a los alborotadores y que al llegar a la calle se habían producido los disparos. Otro periodista comentaba algunos rumores circulantes: el esfuerzo de realizar desde arriba, por decreto, una artificiosa unidad nacional había resultado un fracaso. Desde un principio se habían advertido unas fisuras que terminarían por convertirse en grietas profundas. Aquel crimen se presentaba al público como fruto de una nueva escisión de la familia revolucionaria. El general Torner había amenazado pistola en mano a Julio Escobedo, un pintor. El programa unitario no dejaba de ser una ficción. Los militares, eso era evidente, hacían sentir el peso de sus armas sobre los civiles. ¿Volvían los caciques a luchar por el poder? ¿Qué era lo que a fin de cuentas se proponía el maquiavélico licenciado Uribe? ¡Que hablara! ¡Que pusiera con honradez sus cartas sobre la mesa! Un periodistillo con resabios de letrado comentaba en un periódico de la extrema derecha que no era una anomalía que la tragedia hubiese ocurrido en ese lugar. El edificio Minerva se había vuelto una nueva peligrosísima Babel, invadido por extranjeros de la peor calaña. Semitas surgidos de las cloacas más turbias de Lituania y el Mar Negro lo habían convertido en su teatro de operaciones. Pero la policía seguía con atención sus actividades. Hizo hincapié en el hecho de que la hebrea Ida Werfel había iniciado la batalla al intentar transmitir un mensaje cifrado usando como cobertura, ¡el colmo!, frases del inmortal religioso español, autor de autos sacramentales, Tirso de Molina. ¡Debían tener cuidado la Werfel y sus secuaces! Las autoridades no eran ciegas ni sordas; en unos cuantos días se revelarían noticias asombrosas. No se publicó ninguna esquela. El nombre de Arnulfo Briones se mencionó con relativa discreción en dos o tres ocasiones. Quince días después desaparecieron las noticias, salvo una que otra muy fugaz, colada en los diarios más incontrolables, referidas a la pelea entre el general Torner y el pintor Escobedo. Siempre en un mismo tenor de irrealidad. Era evidente la intervención del padre o los hermanos de Delfina para acallar el escándalo. Quizá la importancia de varios de los asistentes a la fiesta, dos miembros del Gabinete entre ellos, contribuyera también a ese silencio.

La consternación reinó en casa de sus tíos. Mentiría si dijera que había oído los disparos esa noche. Su habitación no tenía ventanas a la calle. Por la mañana, Amparo lo despertó a primera hora para decirle que habían matado a Erich, el hijo de la esposa alemana de su tío Arnulfo. Se vistió con toda rapidez y se reunió con la familia en el comedor donde estaban ya desayunando. Su tía parecía haber enloquecido. Ni ella ni su tío Dionisio se habían acostado en toda la noche. En un momento, se puso de pie y con gesto imponente les hizo jurar a él y a Amparo que no saldrían del departamento en todo el día. Luego se dejó caer sobre una silla y con voz y gestos de derrota les pidió que no entraran en la habitación de Antonio a preocuparlo con las noticias, pues para un niño enfermo del hígado cualquier sobresalto podía resultar fatal. Con nadie debían hablar de lo ocurrido. Ni con los vecinos ni con las criadas. “¡No hablar! ¡Cerrar la boca! ¡Ni una sola palabra a los extraños!”, gritaba. Ella, en cambio, no hacía sino enviar a las sirvientas a averiguar lo que pudieran y luego transmitir por teléfono la información recibida a quién sabe cuántos lugares. Cuando al mediodía volvió su tío, la encontró desfallecida aunque capaz de revivir de inmediato para enterarse de algún nuevo rumor proporcionado por la portera, los vecinos, las sirvientas de Delfina y las de los diplomáticos colombianos y uruguayos que vivían en un piso superior. Se encerró un rato con su marido, salió después muy alterada, diciéndole que estaba equivocado, que en su familia no se conocían hechos de sangre, que el responsable de lo ocurrido, lo venía afirmando desde la noche anterior, lo había profetizado desde mucho antes, era uno de los heridos, a quien Del Solar pudo identificar en los periódicos como Pedro Balmorán. El hecho de que hubiera resultado herido de gravedad parecía no convencerla de su inocencia. Durante el día entero trató de localizar a Delfina, pero no había vuelto del sanatorio donde operaron a su hijo. Supo que varios inspectores de policía fueron a su departamento, y que los Uribe se habían encargado de recibirlos y despacharlos. Amparo y él estuvieron largo rato en una cómoda al lado de una ventana para ver trabajar a los fotógrafos con sus cámaras. Luego también al departamento de ellos llegaron los inspectores y su tía Eduviges gritó que no sabía nada, que estaba aterrorizada, que era una pobre madre desolada con un hijo enfermo de hepatitis precoz cuya vida peligraba a cada minuto, que eso le pasaba por vivir en aquel edificio siniestro, que lo único que podía declarar era que Pedro Balmorán, quien se decía escritor y periodista y vivía en el último piso, era un pillo de marca mayor, seguramente inmiscuido en el asesinato de Pistauer.

Al correr los días, la calma pareció volver al edificio, pero no a reinar en casa de sus tíos. Arnulfo dejó de visitarlos. Del Solar nada supo sobre el entierro de Erich. A la madre, alemana, sólo la recuerda haber visto en una ocasión, cuando su tía lo hizo acompañarla a una visita de la que volvió muy disgustada. No habían logrado entenderse porque la alemana, una mujer alta, rubia, que no sonrió una sola vez, no hablaba español ni francés, y su tía no comprendía una palabra de alemán. La visita, muy breve dada la enemistad con que fueron recibidos, consistió en una mera inspección a la cocina, en especial al refrigerador, en muchos gestos desesperados que habían querido significar que la mantequilla no era tan buena como la que ella compraba en el mercado de San Juan, que con el pescado había que tener mucho cuidado y que sólo debía comprarlo cuando conociera muy bien al pescadero, que el mejor filete de res se compraba en una carnicería de la colonia Juárez, aunque también en San Juan sabían cortarlo como era debido; y en ulteriores y amargos comentarios, ya de regreso a casa, exclusivos para él, pues Amparo se había quedado haciéndole compañía a Antonio, sobre los disparates de su hermano Arnulfo, el último consistente en liarse con aquella mujer tan antipática que acabaría por meterlo en un lío. Lo que finalmente ocurrió. La policía detuvo a las dos muchachas que trabajaban en la casa para ser interrogadas, y su tío tuvo que ir a buscarlas a la comisaría, pero ya no quisieron trabajar con ellos; volvieron, muertas de miedo, sólo a recoger sus bultos. Su tía permaneció muda, o casi, durante varios días, con los ojos llorosos. Amparo se enteró de que tendrían que mudarse de casa, que su tío Arnulfo había desaparecido junto con su mujer y ya no les pagaría la renta; que les habían ofrecido una casita de alquiler más modesto en el mismo rumbo, a unas cuantas cuadras del edificio. El médico estaba muy preocupado por la mala evolución de la enfermedad de Antonio; decía que el nerviosismo de la casa penetraba en su dormitorio y envenenaba su organismo, que a lo mejor lo internarían unos días en un sanatorio para que el cambio de casa no le afectara. Él ya no vivió la mudanza, pues, aunque le faltaban varios meses para finalizar el año escolar, sus padres decidieron que se reuniera con ellos en Córdoba, donde vivió los siguientes años, continuó sus estudios, hasta que llegó el momento de volver a México e ingresar en la Universidad.

Al examinar de nuevo el edificio sintió que los juegos en el patio, la experiencia de los apagones, las exaltadas confidencias de su tía habían formado parte de una existencia paradisíaca que el olvido apenas había velado un poco. Más falta que los juegos infantiles le habían hecho los misterios sin fin intuidos en los diálogos de su tía Eduviges con su marido, con su hermano Arnulfo, con interlocutores desconocidos con los que se comunicaba por teléfono. La exuberancia incontenible de su tía, que de adulto le pareció siempre detestable, resultó quizá el elemento entonces más añorado. ¡Aberrante pero cierto! No advertía que Eduviges monstruo y que con el tiempo se volvería peor. El hecho de hablarles a él y a Amparo como a un par de personas mayores, y comentar con ellos, casi en calidad de cómplices, las mil y una peripecias de su vida diaria, a pesar de que ellos sólo pudieran comprender una mínima parte del torrente verbal, le había proporcionado a Miguel del Solar un placer que nunca más volvió a hallar en el trato con la gente. A Antonio, por supuesto, casi no lo registra en esa época, invisible como estaba en su cuarto de enfermo.

Tal vez el hecho de alimentarse en una fuente que siempre confundió las tribulaciones familiares con los desastres del país definió su vocación posterior, su empeño en seguir contra la opinión familiar, que los consideraba poco serios, demasiado imprecisos, los estudios de historia. Sí, abandonó la carrera de derecho al año de iniciarla para dedicarse de lleno a la historia.

Aquel edificio de muros gangrenados, el Minerva, no era ni la sombra del que había conocido. Le faltaba pintura, carecía de dignidad; su excentricidad se mezclaba con la miseria, categorías que juntas jamás funcionan bien. Algunas partes le recordaban más una vivienda popular colectiva que los recintos originalmente construidos para inquilinos elegantes. Aún así, no se le podía negar su encanto. El departamento de sus tíos comprendía dos alas, que formaban una escuadra. Sin embargo, no logró precisar el sitio de su propia habitación.

En el fondo del patio, alrededor de una pequeña fuente, unas personas trataban de hacer funcionar, al parecer sin éxito, una bomba de agua. Una mujer joven, humilde, de sonrisa muy fresca, se le acercó a preguntarle si buscaba a alguien, si se le ofrecía algo, y añadió:

–Soy la portera.

Se sintió descubierto en una acción inocua. Dijo atropelladamente que al pasar por allí se había interesado en saber si estaba disponible algún departamento.

–Me parece que no –le respondió la joven–. Pero ¿quién puede saber si pronto va a desocuparse alguno? El administrador podría informarle, pero ahora no está. ¿No quisiera usted pasar más tarde?

Se despidió. No, desde luego no pensaba vivir allí. Volvió a recorrer con la mirada el interior del edificio. Una casa de brujas. Una ruina, con mucho carácter, sí, pero seguramente inhabitable. Si no estuviera por terminar el año sabático, tal vez lo pensaría. Minutos después se encaminó hacia las calles de Tabasco, donde debía entregar las planas ya recogidas de su libro.

Es historiador, eso ha quedado claro. Se llama Miguel del Solar. Ha enviudado hace poco. Desde hace unos siete años vive en Inglaterra, donde es profesor de historia latinoamericana en la Universidad de Bristol. La visita que acaba de hacer lo ha conmovido. Siente una necesidad casi física de conocer las circunstancias y pormenores de ese crimen relacionado con el edificio Minerva. Considera que lo toca muy de cerca.

Adiós al escritor universal y un ser humano entrañable: Sergio Pitol

viernes, abril 13th, 2018

“Uno es una suma mermada por infinitas restas”, dijo Sergio Pitol. Ahora, a vivir esta resta: un mundo sin él. Ayer murió el escritor, en Xalapa, a los 85 años de vida. Sufría afasia. No podía hablar. Ahora está con su bastón y su elegancia. Cerca de Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco.

Ciudad de México, 14 de abril (SinEmbargo).- Hoy fue uno de esos días en que llovía pero no. Al rato salía el sol y al rato los árboles se movían como en tormenta tremenda. A la mañana temprano, la noticia de la muerte de acaso el mayor intelectual mexicano, Sergio Pitol (1933-2018) sacudió de esa manera, un poco para aquí, un poco para allá, nuestro destino.

Recordarlo en sus últimos días, alejado de sus amigos, tal vez mirando la tarde por la ventana, pensando quizás en sus grandes compañeros muertos, José Emilio Pacheco (1939-2014) y Carlos Monsiváis (1938-2010), evocando las visitas de su gran amiga viva, Margo Glantz, quien hace poco, el 18 de marzo, mencionó que cumplía 85 años.

O queriendo que él sea el más joven de todos, siempre con sus palabras suaves y sabias, a quien quisiera escuchar, diciéndose uno: el más joven de todos murió hoy.

Sergio Pitol nació en Puebla en 1933. Realizó estudios de Derecho y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México; como diplomático desarrolló una carrera que inició en 1959.

Fue Creador Emérito del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes desde 1993; subdirector de Asuntos Culturales de la Secretaría de Relaciones Exteriores; director de Asuntos Internacionales del Instituto Nacional de Bellas Artes; Embajador de México en Checoslovaquia; secretario académico de la Facultad de Filosofía y Letras e investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.

Entre sus obras destacan las crónicas, cuentos, novelas y ensayos: El viaje, Tiempo cercado, Los climas, No hay tal lugar, Nocturno de Bujara, Vals de Mefisto, Cementerio de tordos, El asedio del fuego, Un largo viaje, De Jane Austen a Virginia Woolf, La casa de la tribu, Adicción a los ingleses. Vida y obra de diez novelistas, El tañido de una flauta, Juegos florales, Domar a la divina garza y La vida conyugal.

Sus libros han sido traducidos a varias lenguas como el francés, alemán, italiano, polaco, húngaro, holandés, ruso, portugués y chino.

Como traductor, otra de sus tareas encomiables, tenemos La vuelta de tuerca, de Henry James (Estados Unidos); Diario de un loco, de Lu Hsun (China); Emma, de Jane Austen (Inglaterra) y El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad (Polonia-Inglaterra), así como el libro de cuentos El ajuste de cuentas, de Tibor Déry (Hungría).

Un drama de caza, de Antón Chéjov (Rusia); Madre de reyes, de Kazimierz Brandys (Polonia); Las puertas del paraíso, de Jerzy Andrzejewsky (Polonia) y Washington Square, de Henry James, además de la autobiografía Adiós a todo eso, de Robert Graves (Inglaterra). Además está el libro Elogio del cuento polaco, con selección y prólogo de Sergio Pitol y Rodolfo Mendoza, una recopilación de obras de 35 autores polacos representativos de varias generaciones, que comienza en la segunda mitad del siglo XIX con “Memorias de un maestro de Poznan”, de Henryk Sienkiewicz, Nobel de Literatura 1905 y termina con Daniel Odija, de quien se presenta “El túnel”. En el medio está Witold Gombrowicz, uno de los primeros en descubrirlo y difundirlo.

Sergio Pitol fue merecedor de diversos premios como el de Literatura Miguel de Cervantes en Lengua Castellana, en 2005; el Xavier Villaurrutia, en 1981; el Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura, en 1993; el Mazatlán de Literatura, en 1997 y el Juan Rulfo en 1999. En 1997 fue elegido miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y en 1998 recibió el doctorado Honoris Causa por la UAM.

Fue un gran traductor y uno de los primeros en leer a Witold Gombrowicz. Foto: Especial

DESDE HACE CUATRO AÑOS SUFRÍA AFASIA

Sergio sufría desde hace cuatro años afasia, un trastorno neuronal que le impedía hablar, aun cuando se encontraba en pleno uso de sus facultades mentales. Poco a poco fue deteriorándose, aunque cuando uno iba a la Feria de Xalapa o al Hay Festival siempre lo podía ver, rodeado de alumnos y colegas que disfrutaban de su bonhomía y elegancia.

Bueno, los últimos dos años fueron difíciles y su vejez se vio más compleja, debido a la aparición de unos parientes que hicieron un juicio para obtener la tutela y el manejo de su patrimonio. Lo que hay que decir en este punto que ojalá descanse en paz, con su perro y su elegancia, lejos de la codicia y los sueños terrenales de la gente de a pie.

“Precisamente este suceso pone en juego la idea de trascendencia, nos demuestra que un verdadero creador es el medio para producir una obra -como autor, traductor, maestro- que va más allá de las circunstancias físicas de quien la produce. Sergio Pitol ha muerto, Sergio Pitol está más vivo que nunca”, dice a SinEmbargo, el escritor y amigo Mario Bellatin.

“Lamento profundamente la muerte de Sergio Pitol, uno de los mayores escritores de nuestra lengua, maestro generoso, traductor impecable, autor de al menos dos obras perfectas: El desfile del amor y El arte de la fuga. Su humor, su lucidez y su serena rebeldía nos harán falta”, escribió Jorge Volpi en Twitter.

“Murió Sergio Pitol, una de las personas más generosas y amables que he conocido, además de un escritor brillante, gran maestro del híbrido entre ensayo, autobiografía y ficción, así como un lector voraz de narrativa centroeuropea. Descansa por fin, Sergio. Y que siga tu viaje”, fueron las palabras de David Miklos.

“Alguien me dijo: –Mira, en esa mesa está Sergio Pitol. Era el 2005. –Te lo voy a presentar. Me negué. Yo era tan nadie. Yo soy nadie. Ese alguien insistió y me llevó hacia el escritor. El señor Pitol se puso de pie para saludarme, me besó la mano. Nunca nadie había sido tan caballeroso conmigo. Nunca nadie ha sido tan amable conmigo. Un acto tan breve me hizo sentir un ser humano en medio de una ciudad que me odiaba y de una depresión incalculable. Hoy despierto con esta noticia y me entristece no sólo la pérdida de un gran escritor, sino de un bellísimo ser humano”, fue el recuerdo de Orfa Alarcón.

“Hay que desconfiar de cualquier escritor que no desconfíe de su propia escritura. Y de la escritura de los demás, por supuesto”, me dijo Pitol hace años, sonriendo. Lo sabía casi todo. Que llegue a donde merece”, fueron los deseos de Emiliano Monge.

“Sergio Pitol ha muerto, Sergio Pitol está más vivo que nunca”, dice Mario Bellatin. Foto: Cuartoscuro

“Nunca platiqué con Sergio Pitol. Tampoco he leído toda su obra, pero algunos de sus libros me marcaron el camino seguir. El desfile del amor fue una revelación sobre la vitalidad que entrañaba la búsqueda y escritura de la historia. Además, las mujeres figuran en el centro de un relato sobre el pasado en el que la ficción y la realidad se mezclan. Por momentos, odié esa ficción histórica, porque no se ajustaba a los cánones profesionales que yo había aprendido en la universidad. Ahora me da risa mi ignorancia juvenil y amo esa novela cuyo personaje es un joven historiador con el que me identificaba en aquél entonces. Léanla”, fue el consejo de Gabriela Cano.

“Lo traté en Oaxaca y en Xalapa, cuando ya había comenzado su enfermedad. Él aún se daba a entender perfectamente y lo recuerdo siempre muy gentil, muy alegre, rodeado de amigos y jóvenes que lo admiraban. Todos lo admiramos, creo, por su obra enorme, yo dudo que exista un escritor mexicano que no pueda apreciar la grandeza de sus novelas, sus ensayos, su obra importantísima como traductor que nos abrió tantas puertas de autores desconocidos o muy poco leídos en México. He escrito algunos textos sobre su obra y personalmente El desfile del amor es uno de mis libros de cabecera, admiro el espíritu carnavalesco, esperpéntico y lúcido de sus novelas, no sé si habrá otro escritor mexicano como él, que tanto viajó y tanto bebió de las literaturas eslavas, europeas y de habla inglesa. Para mí, Pitol es uno de los escritores más grandes de su generación. Su muerte me pone muy triste, espero de verdad que no haya sufrido y que ahora mismo esté en el cielo de los escritores, con sus perros y su elegante bastón”, dice con emoción Ana García Bergua.

“Sergio Pitol fue el primer escritor mexicano que hacia literatura fuera de eso que llaman “identidad nacional”. Eso, antes de Carlos Fuentes. Era un escritor universal. Lo podemos ver claramente en sus novelas o cuentos donde Viena, Moscú, Estambul, Nueva York, Bujara o la Ciudad de México son sus escenarios. Sus personajes son los más sarcásticos de la literatura mexicana. Su humor corrosivo es más sobresaliente a otro escritor mexicano que se divertía escribiendo, Jorge Ibargüengoitia (aunque es más fácil leer al segundo que al primero). Pero a Pitol no le bastaba con hacernos reír, era necesario convertirnos en seres caricaturescos y festivos, con la profundidad del lenguaje. ¿Cuáles son mis obras favoritas? Domar a la divina garza es un ejemplo donde la bufonada alucinante cobra vida en sus personajes. Y El arte de la fuga, su máxima creación como obra inclasificable que juega al ensayo, la memoria, la crónica, el diario y el relato confundido con los sueños. Los cuentos de una vida. Antología del cuento universal, es un libro que solicité a Sergio Pitol siendo Director Editorial de Random House Mondadori. Es un libro del que me siento orgulloso porque tardé un año en conseguir los permisos para publicar a todos los autores que son la esencia de la literatura de Pitol. Es un libro para quienes entienden los entresijos de lo que está formado un autor. Una delicia de libro”. (Braulio Peralta)

Murió en Xalapa, la ciudad de su corazón. Foto: Secretaría de Cultura

UN SER HUMANO ENTRAÑABLE

“Era generoso, inconmensurable. Un erudito con los pies en la tierra. Lo conocí en Morelia en 1991 y nos tratamos mucho. Él leyó dos manuscritos míos y los discutimos antes de que se fuera a vivir a Xalapa. Su regreso a México para mi generación fue como un terremoto. Lo cambió todo. Un clásico vivo moraba entre nosotros. El desfile del amor debería estar entre las novelas más leídas de México junto con Farabeuf, Morirás lejos y Pedro Páramo. Se va una fineza intelectual. Él y José Emilio Pacheco eran nuestros últimos hombres de letras en el sentido clásico. Como Alfonso Reyes en su momento. Su hueco es enorme. Era entrañable”, es la evocación emocionada de Pedro Ángel Palou.

“Duele la partida de uno de los escritores más generosos y amables de las letras mexicanas. Gracias por tu literatura y el apoyo que diste a la literatura de los otros, querido Sergio. Me vienen a la mente tantas editoriales y tantos escritores que serían menos literarias, menos impresionantes de no ser porque apareciste en su camino en el momento preciso, y por todo lo que les diste, por tu manera de abrirles los ojos a otras formas de escribir y de leer. Te recuerdo siempre sonriendo y feliz. Te recuerdo creyendo en la necesidad de la literatura. Porque tu vida y tus libros fueron un carnaval y un motivo de alegría constante, hecho de memoria y lenguaje convertidos en grandes ficciones, confío fervientemente en que sigue algo mucho mejor para ti”, dijo Martín Solares.

“La verdad solo te puedo decir que lo recordaré siempre contento y sonriendo. A Monsivais le decía monsi. Le gustaba reunirse en un café al fondo para que nadie lo molestara, porque después del Cervantes lo rodeaban gente y periodistas por igual. Era terrible ver como se esforzaba para ser entendido, pero siempre estaba contento. A él le debo Juegos Florales, que fue una gran enseñanza. Lo importante es que están sus libros, sus novelas y traducciones”, manifestó el escritor César Silva Márquez.

“A Pitol lo conocí hace como cinco años en un cóctel de la FIL Guadalajara. Yo me acerqué a él para saludarlo. Tenía que estrechar la mano del autor de Domar a la divina garza. Su prosa no tiene paralelos en las letras mexicanas”, expresó desde Los Ángeles, Luis Panini.

Juan Villoro fue su amigo y uno de sus más dedicados lectores. Lo admiraba muchísimo, al punto de decir “me gustaría tener algo de él en lo que yo escribo, definitivamente”.

Para el autor de El testigo, la gran apuesta de la narrativa de Pitol es el arte de enseñar a leer de otro modo; de hacerle ver al lector que la literatura no es algo clausurado o concluido, que un libro cerrado no es arte.

“La novela de Pitol fracasa como investigación policial pero triunfa como investigación narrativa, en el sentido de que la narrativa nunca tiene una verdad única. Toda la literatura de Pitol tiene que ver con una idea de la traducción. En El desfile del amor los personajes hablan y Miguel del Solar, el personaje principal, los tiene que traducir”, dijo Juan.

Con motivo del 85 aniversario del escritor Sergio Pitol, fue realizado un homenaje para el literato en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. La charla estuvo encabezada por Geney Beltrán, novelista mexicano; el escritor Jezreel Salazar, y el escritor Vicente Alfonso. Foto: Cuartoscuro

“La novela de Pitol, El desfile del amor, es una gran metáfora sobre México, donde no se puede descifrar la verdad y las cuotas de impunidad son altísimas. Sería dramático que en el México de hoy nos acostumbráramos al rojo marcador de sangre como mera estadística, hay periódicos que cuentan los asesinatos como si fuera una cuestión deportiva cuando cada uno de éstos debería tener una historia detrás y ni siquiera tenemos un registro de las víctimas”, afirmó.

El miembro de El Colegio Nacional también destacó el cuento “Mephisto Waltzer”, incluido en el libro de relatos Vals de Mefisto, que trata sobre una mujer que critica un texto escrito por su ex marido. “El cuento muestra cómo una historia se puede convertir y traducir en otra, no le interesa la trama como tal sino la opción del argumento como una posibilidad que genera otra”, comentó, “es El aleph de Pitol, ahí se condensan todas sus técnicas y procedimientos narrativos”.

“Si pudiéramos pensar en una figura para este viajero de tantas literaturas, espacios y latitudes que es Sergio Pitol, yo pensaría en un mapa movedizo cuya geografía cambia a medida en que avanzamos en él, este cambio incesante es la verdad siempre modificable del extraordinario fugitivo de las letras mexicanas, Sergio Pitol. Me gustaría tener algo de él en lo que yo escribo, definitivamente”.

Con su enorme amiga, Margo Glantz. Foto: Facebook

LA AMISTAD CON CARLOS MONSIVÁIS

Sergio Pitol tenía muchos amigos, pero entre ellos a Carlos Monsiváis, a quien en 2010 leyó un texto en la Feria Internacional del Libro de Oaxaca.

“El interés que Carlos tenía por la cultura popular, reflejada sobre todo en el lenguaje de los barrios bravos. En nuestros primeros años de amistad –recordó Pitol- leíamos en abundancia a los escritores anglosajones, yo sobre todo a los ingleses y él a los norteamericanos, lo que provocó una benéfica contaminación”.

“Declaramos juntos que el lenguaje del argentino Jorge Luis Borges es el mayor milagro que le ocurrió a la literatura hispanoamericana y, como hablábamos siempre de libros, compartíamos opiniones sobre Alejo Carpentier, Machado de Asís, Juan Carlos Onetti, Francisco de Quevedo”, dijo.

Fue muy difícil para él la muerte de Carlos Monsiváis. Foto: Especial

Recordó Pitol también la vez que se exilió de México, cuando fuera asesinado en 1976 el dirigente sindical Rubén Jaramillo, junto a toda su familia. “Yo elegí irme y él eligió quedarse y gracias a ello escribió libros iluminados, crónicas de un mundo rocambolesco que son nuestro esperpento”.

“Cultura y sociedad fueron sus dominios, la inteligencia, el humor y la cólera sus herramientas privilegiadas. Carlos fue muchas cosas, pero esencialmente fue nuestra conciencia común más lúcida y penetrante. Al morirse, dejó una terrible sensación de desamparo, nadie podrá colmar su lugar”, aseveró Pitol. Y hoy lo decimos de él, tal como lo recuerda el director de la Feria de Oaxaca, Guillermo Quijas.

“Sergio Pitol es y será siempre un referente y un pilar en la literatura mexicana. Sus libros y sus traducciones han alcanzado un número infinito de lectores, que no hará más que crecer. Sergio ha sido una persona muy cercana a Oaxaca y a los proyectos que hemos impulsado. En 2007 fue homenajeado por el primer Encuentro Internacional de Escritores que organizamos y luego en 2013 por la FIL Oaxaca. Ícaro fue el primer libro de Sergio Pitol en Almadía y uno de los primeros títulos que marcaron la nueva etapa de la editorial”, recordó.

Un abrazo para Sergio Pitol, para no sentirnos tan desnudos. Foto: Cuartoscuro

En una de sus últimas apariciones fue cuando la gente de Xalapa le dedicó un aria en su casa. Fue el 1 de julio de 2017. La escritora Magalí Velasco lo recordó en una columna para Puntos y Comas. “La última vez que vi a Sergio Pitol en la calle fue en la primavera de 2016, en compañía de Margot Glanz y Mario Bellatin. Fue uno de esos encuentros fantásticos –definiendo el término al estilo Roger Caillois como un evento que irrumpe y trastoca la realidad-. Sobre la calle 5 de mayo, del pueblo cafetalero de Coatepec, me acerqué a darle un abrazo y surgió la imagen fresca de la veces en que Sergio pasaba a saludarnos a “Caballito azul”, la pequeña librería que en esa misma vía, César Silva y yo manteníamos”.

“Hoy sábado 1 de julio, con todo y la tupida lluvia, a las 13:00 hrs. un grupo reducido pero significativo, llegamos a la casa del maestro. Toqué, me recibió otra sobrina Pitol y la Dra. Eos López Romero, me explicaron amablemente que por la salud y edad del maestro ver gente o recibir emociones –alegres o no- lo exaltaban y no era pertinente.

Les comuniqué que la idea original era permanecer todos afuera de la casa, respetar el símbolo de la serenata porque no queríamos invadir y porque entendíamos perfectamente lo que significa para alguien mayor tener impresiones fuertes. La idea original era que las notas llegaran a él, así, sin más, como sus palabras e ideas llegaron a nosotros.

Sin embargo, por cuestiones del clima, solicité que únicamente los músicos entraran a la sala. Me fue permitido subir a sus recámara y saludarlo. Veinte años atrás había estado en ese estudio amplio y acogedor a la vez, una tarde en que mi maestro me recibió con sonrisa y café y paciencia para que le dejara el engargolado de mis primeros cuentos”, recordó Magali.

“Uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”, dijo Sergio Pitol. Ahora, a vivir esta resta: un mundo sin él.

El escritor, traductor, diplomático mexicano Sergio Pitol muere a los 85 años en Xalapa, Veracruz

jueves, abril 12th, 2018

Pitol nació en Puebla, Puebla, el 18 de marzo de 1933. Estudió derecho y letras en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ha recibido el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, y es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, como creador emérito, desde 1994.

Por Berenice Bautista y Peter Orsi

Ciudad de Mexico, 12 de abril (AP).- Sergio Pitol, el escritor mexicano celebrado con el máximo premio de la literatura hispana, y cuyo tránsito por la ficción, el ensayo y la traducción le valió ser considerado por algunos como un “alquimista” de las letras, falleció. Tenía 85 años.

Familiares y Alberto Salamanca, vocero de la Secretaría de Cultura, informaron que el autor murió el jueves por la mañana en su casa en Xalapa, estado de Veracruz, de causas naturales.

Narrador, ensayista, traductor y diplomático, Pitol fue considerado una de las grandes plumas de las letras mexicanas y logró algunos de los mayores premios literarios, incluido el Cervantes en 2005.

Además, obtuvo el Premio Nacional de Literatura de México en 1983 y el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo en 1999, entre otros reconocimientos.

Entre sus obras se destacan El tañido de una flauta, Juegos florales, El arte de la fuga, La vida conyugal y Domar a la divina garza. Asimismo, dedicó sus esfuerzos literarios al cuento, reuniendo sus relatos en títulos como No hay tal lugar y Nocturno de Bujara.

Su primo Luis Demeneghi, quien dijo que consideraba a Pitol más que un hermano, señaló que el escritor tenía desde hace un tiempo problemas renales y que se sometió a una cirugía el año pasado.

“Yo creo que fue uno de los grandes escritores que tuvo Mexico, en el siglo pasado y en este siglo”, dijo Demeneghi. “‘El Mago de Viena’ es realmente una obra maestra”.

El autor mexicano Jorge Volpi también expresó su pesar y admiración por Pitol el jueves a The Associated Press.

“Es una gran pérdida”, dijo Volpi, recientemente galardonado con el Premio Alfaguara. “Es uno de los mayores escritores de la lengua española, un autor de cuentos y novelas ejemplares, de esa obra también que rompe los géneros entre la memoria, el libro de viajes, el ensayo y la ficción. Yo lo quise mucho y realmente lo lamento”.

De hablar pausado y profundo, Pitol solía vestir elegantemente con trajes sastre, mientras que su escritura irradiaba vivacidad, humor y libertad.

Dividía su literatura en etapas, comenzando por la severa, con un tono trágico en los personajes; la de su llegada a la capital y los viajes por el mundo; la de la parodia; y la de la literatura como narración que tiene un poco o mucho de otros géneros, de la imaginación y de la realidad, con ensayos que se vuelven relatos y novelas que tienen ensayo. Era un maestro en lograr esa alquimia literaria.

El escritor, originario de Puebla, se desempeñó también como diplomático. En la imagen, Sergio Pitol durante una tarde de enero de 1991. Foto: Pedro Valtierra, Cuartoscuro

Nacido el 18 de marzo de 1933 en la ciudad de Puebla, en el centro de México, pasó su infancia en el pueblo de Potrero, Veracruz, en el este del país, lo que lo marcó de por vida.

Los abuelos paternos y maternos de Pitol habían inmigrado de Italia a Veracruz. Antes de que cumpliera 6 años su padre murió de meningitis y su madre ahogada al poco tiempo (en sus entrevistas Pitol variaba la edad que tenía cuando ocurrieron los hechos). También tenía una hermana que falleció a las dos semanas del deceso de su madre. Tras estos acontecimientos Pitol contrajo malaria, lo que le hizo tener problemas de salud por varios años.

Pitol y su hermano Ángel se fueron a vivir con su abuela materna y ella fue la que lo acercó a los libros apenas aprendió a leer, además de que contaba que no le ponía ninguna censura, por lo que leía lo que quería.

“Yo creo que la lectura me salvó la vida”, dijo Pitol en una entrevista del 2002 en el programa de RTVE “Negro sobre blanco” con Fernando Sánchez Dragó. “Estoy seguro que de no haber leído a Verne, que lo leí casi todo, yo me hubiera consumido, hubiera muerto muy pronto o me hubiera quedado mal para siempre”.

Además de Julio Verne, a los 12 años sabía de Charles Dickens y Robert Louis Stevenson y ya había leído La guerra y la paz. A los 17, su acervo incluía también a Marcel Proust, William Faulkner, Thomas Mann y Franz Kafka.

Estudió derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México, pero prefería ir de oyente a la facultad de Filosofía y Letras, donde continuó su formación. Fue diplomático, una faceta que le permitió ser consejero cultural en las embajadas mexicanas en Varsovia, Budapest y Moscú. También fue embajador de México en Checoslovaquia y agregado cultural en París.

Tradujo a grandes como Jane Austen, Henry James y Joseph Conrad, así como a los autores polacos Kazimierz Brandys y Witold Gombrowicz. Esa práctica la consideró vital para su propio trabajo como autor.

“No conozco mejor enseñanza para estructurar una novela, que la traducción”, escribió el propio Pitol en Una autobiografía soterrada, publicada en 2011. Ese mismo año la Dirección General de Publicaciones de Conaculta, junto con la Universidad Veracruzana con la que Pitol mantuvo una estrecha relación, publicó la colección “Sergio Pitol Traductor” para dar a conocer su labor como contacto entre la literatura internacional y México.

Pitol fue un descreído de las recetas y las modas para escribir.

“Sería monstruoso que todos los escritores obedecieran las reglas de un mismo decálogo o que siguieran el camino de un único maestro. Sería la parálisis, la putrefacción”, expresó en su autobiografía.

Amigo de Carlos Monsiváis, Glantz, José Emilio Pacheco y Hugo Gutiérrez Vega, fue una figura en las obras de Bellatín y Luz Fernández de Alba.

El escritor Sergio Pitol. Foto: Pedro Valtierra, Cuartoscuro

“En apariencia sencillo, gracias a un lenguaje cada vez más transparente y clásico, eficaz, opuesto a cualquier procedimiento practicado por las vanguardias”, escribió en 2006 Glantz en el artículo titulado “Mi amigo Sergio Pitol” en el diario El País.

Alfonso Reyes fue su maestro en el Colegio Nacional de México y Anton Chéjov desde la distancia de las letras. “Podría leerlo cada día y en todo momento”, escribió en El mago de Viena de 2005. Además tenía predilección por los escritores que colocan el humor en un lugar central de su literatura como Laurence Sterne, Miguel de Cervantes y Samuel Beckett.

En 1957, a los 24 años, escribió sus primeros cuentos, los cuales fueron compilados en su primer libro: Tiempo cercado de 1959.

“Cuando a mediados de los años cincuenta comencé a esbozar mis primeros cuentos dos lenguajes ejercieron poder sobre mi incipiente visión literaria: el de Borges y el de Faulkner”, dice en El mago de Viena. “El esplendor de ambos era tal, que por un tiempo oscureció a todos los demás”.

Sus libros fueron traducidos al francés, alemán, italiano, polaco, húngaro, holandés, ruso, portugués y chino.

Fue en el extranjero donde escribió la mayor parte de sus obras. Además de las ciudades a donde lo llevó su trabajo como miembro del Servicio Exterior Mexicano, residió en Roma, Beijing, Londres y Barcelona. A finales de la década de 1980 regresó definitivamente a México, primero a la capital y después a Xalapa, Veracruz, donde vivió hasta sus últimos días.

En sus últimos años Pitol había sufrido una afasia que le impedía hablar normalmente. Fue ingresado a terapia intensiva en febrero de 2015 por un problema intestinal y al no tener familia inmediata había quedado bajo tutela del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia, un organismo oficial.

También se vio inmerso en la controversia, su primo Luis Demeneghi había peleado por su tutela argumentando que sufría de un deterioro mental, pero su círculo cercano que incluía a los escritores Margo Glantz, Juan Villoro y Mario Bellatín afirmaba que estaba completamente lúcido. A su vez Pitol había presentado una demanda contra su primo por administrarle un medicamento contraindicado.

Literatura mexicana: ¿Cómo nos leen los autores latinoamericanos?

sábado, noviembre 11th, 2017

Todo el tiempo estamos respondiendo acerca de cómo leemos tal autor británico o este, de más acá, tan cerca y tan lejos, con el inglés por medio. Pero teniendo en cuenta lo mucho que se publica aquí en México y lo importante que están empezando a ser los autores nuestros, ¿cómo nos leen afuera? ¿Las editoriales españolas determinan como antes lo que se lee en cada país o hay redes (tanto en Internet como de personas que viven un tiempo aquí) que se comprometen a otros grupos, a otros libros?

Ciudad de México, 11 de noviembre (SinEmbargo).-Cuenta Jorge Herralde, el editor contumaz de Anagrama (aunque ya retirado, todavía tiene voz y voto), que la obra del argentino Ricardo Piglia (1941-2017)  pertenecía a Planeta y que como tal no salía en España y no permitía que ninguna editorial lo publicara. Hasta que muy avanzada su escritura (con Plata quemada y Respiración artificial largamente leído por sus seguidores en Argentina), finalmente pudo quedarse con los derechos y en México conocimos a Ricardo a los 70 años, cinco antes de morir, cuando él vino y con él sus libros.

No conocimos eso sí a Antonio di Benedetto (1922-1986) –aunque hoy hablamos de la novela que se hizo película, Zama, a cargo de Lucrecía Martel– y mucho menos conocimos a Alberto Laiseca (1941-2016), que cuando Argentina fue invitada de honor en la FIL Guadalajara –hace tres años–, el mayor deseo de su jefe de prensa, Mariño González, hubiera sido traer al autor de Los Sorias y Matando enanos a garrotazos.

[youtube 1fkRQJLsnRg]

¿Y AL REVÉS, QUÉ PASA?

Escuchamos al joven autor colombiano Juan Cárdenas (Popayán, Cauca, 1978), autor de la reciente El diablo de las provincias (Periférica), hablar una y otra vez de Sergio Pitol.

“A mí no me gusta hablar mal del boom, porque considero que en muchos sentidos fue bueno. Y porque autores como Jorge Luis Borges o Juan Carlos Onetti quizá no hubieran tenido la proyección que le dio el arrastre desea ola que generó el Boom. Por otro lado, creo que ha habido una serie de efectos colaterales, entre los cuales el más preocupante es el que mencioné, porque de repente se generó un canon capaz de oscurecer toda esa constelación de autores, además de afectar a toda una serie de autores posteriores. Estoy hablando, por ejemplo, del mexicano Sergio Pitol –quien aparte de ser un magnífico traductor es un excelente escritor”, dice con entusiasmo el escritor sudamericano.

“Sergio es un genio de la traducción, del lenguaje, de las formas y fue una influencia fundamental en el periodo formativo de mi escritura. Iba a terminar vinculado a México tarde o temprano. Cuando lees los libros de Sergio es mucho más joven que la de muchos compañeros de nuestra generación. La literatura de Pitol tiene una frescura, una plasticidad y sobre todo muestra a un sujeto plantado frente al mundo de una manera muy juvenil, muy nueva”, afirma Cárdenas.

Sergio es un genio de la traducción, del lenguaje, de las formas y fue una influencia fundamental en el periodo formativo de mi escritura, dice Juan Cárdenas. Foto: Especial

De Bogotá, pocos autores como Evelio Rosero (1958), autor entre otros de Los ejércitos, quien considera que “La literatura mexicana es formidable, de las más determinantes que hay en Latinoamérica. Personalmente y no solo como lector agradecido sino como autor, esta literatura me ha modificado y toda gran literatura se destaca por su capacidad de modificar”.

“Tal vez mi primer acercamiento a ella ocurrió en el colegio, con Mariano Azuela, Los de Abajo. Después seguirían los cuentos inolvidables de Juan José Arreola y, por último, el pregonero mayor del México literario, Juan Rulfo. Leyendo a Rulfo leía los mismos pueblos de mi infancia, porque el paisaje humano del campesino y del indio de los Andes, al sur de Colombia, tiene nexos profundos con la obra de Rulfo”, dice.

Después de ese deslumbramiento de lector empezó la curiosidad y aprendizaje de escritor. Leía y releía los cuentos y la novela de Rulfo, procurando desentrañar cada ámbito, cada diálogo. Si nunca pertenecí a ningún taller literario, puedo confesar que estas relecturas de Rulfo me enseñaron a escribir. Con Fuentes y con Paz no me ocurrió nada semejante. Aparte de un cuento de Paz, certero y apabullante, diría que escatológico (“El ramo azul”), que me hizo lamentar que Paz no dedicara más tiempo a la escritura de cuentos, ni su poesía ni su obra ensayística me remecieron igual. Pero entre gustos no hay disgustos, dicen. Igual me pasó con Fuentes. Me asombraba que amigos y conocidos dedicaran sendas tesis universitarias a la obra de Fuentes. Terra Nostra me ayudó varias veces a combatir el insomnio”, agrega.

“Definitivamente, Juan Rulfo me parece la cumbre principal del ámbito literario latinoamericano, y por supuesto una cúspide importante en el panorama universal. Cada tantos años vuelvo a leerlo, y, al igual que con ciertos maestros rusos del siglo diecinueve, encuentro aportes distintos, enseñanzas, sensaciones nuevas y nuevos mundos por conocer”.

Guillermo Fadanelli ha sido varias veces nombrado. Foto: SinEmbargo

En su línea se ubica Héctor Abad Faciolince (1958, Medellín, Colombia), quien asegura haber leído a todo Rulfo, “lo cual no es difícil”.

“De los poetas, Sor Juana, López Velarde, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, todos con pasión. Ensayistas, Alfonso Reyes el primero y luego Zaid, Paz, Monsiváis, Villoro, Krauze, Volpi. Narrativa es lo que más he leído: me gustaba el primer Fuentes, luego no. Ibargüengoitia, Arreola, Monterroso, así fuera guatemalteco, Garro, Aguilar Camín, Mastretta, Morabito, Boullosa, Nettel, Enrigue…”, describe el autor de El olvido que seremos.

Terra Nostra me ayudó varias veces a combatir el insomnio”, dice Evelio Rosero. Foto: Especial

CRISTINA RIVERA GARZA, FERNANDA MELCHOR, YURI HERRERA… 

“La literatura mexicana es inmensa y compleja. Sin ser un gran conocedor, me gustaría referir algunos textos que me han sorprendido, porque más allá de su calidad estética – que la tienen, por supuesto – abren espacios a otros modos de comprender la literatura en tiempos complicados para ella. Libros que dejan de lado asuntos gremiales para privilegiar voces disidentes o relegadas por la historia mexicana y sus procesos de modernización”, dice el chileno Emilio Gordillo (1981), autor de la novela Croma.

“Entre estos, me interesa mucho lo que está haciendo Cristina Rivera Garza con Había mucha neblina o humo o no sé qué, porque propone estrategias para construir junto a parte de la riqueza más grande este país, sus comunidades indígenas violentadas por el proyecto modernizador asesino. Toma propuestas de intelectuales indígenas como Floriberto Díaz y las trabaja en las formas de un libro extraño y puesto a favor de la comunidad y de un construir juntos”.

A su modo, Yuri  Herrera también consiguió construir un lenguaje para dar cuenta de universos complejos dentro de este enorme y diverso país, dice Emilio Gordillo. Foto: Especial

“A su modo, Yuri  Herrera también consiguió construir un lenguaje para dar cuenta de universos complejos dentro de este enorme y diverso país, pero eso ya todos lo sabemos, porque Yuri es una lectura central mexicana”, argumenta Gordillo.

Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor, me parece algo nuevo en tanto invención de una lengua costeña y un imaginario que explique, desde un artificio, lo diverso, extraño y rico que puede ser este lugar, dialogando con las violencias que los medios normalizan para reinventarlas arrebatárselas. Me interesan estos proyectos y otros como ellos, pienso en Sara Uribe o la escritura periodística de Daniela Rea, precisamente porque en Chile no los veo, más allá de uno, dos o tres autores de los cuales dos se encuentran viviendo en el extranjero. Son libros que trabajan sobre elementos estéticos y además importa el relato, pero no es la trama lo central, sino más bien el conocimiento de cierta destrucción del tejido social y su posible reconstitución posterior”, concluye.

En esa línea de pensamiento se ubica Cynthia Rimsky (Chile, 1962), autora entre otras de El futuro es un lugar extraño: “Yuri Herrera y Cristina Rivera Garza me parecen fuera de serie porque están creando un nuevo registro y una nueva escritura con otra mirada”, afirma.

Yuri Herrera y Cristina Rivera Garza me parecen fuera de serie porque están creando un nuevo registro y una nueva escritura con otra mirada, dice Cynthia Rimsky. Foto: Literal Magazine

MUCHO PARA LEER, AUNQUE SEA DIFÍCIL CONSEGUIRLO

“Es mucho lo que uno quiere leer y no tanto lo que se puede conseguir por estos lares. Así y todo, de 2010 para acá —por poner una fecha—, pude leer a varios autores mexicanos”, dice Martín Cristal (Argentina, 1972), ganador del Premio de Novela Corta con Aplauso sin fin y autor de Las ostras.

Vidas perpendiculares, de Álvaro Enrigue; Saña, El rastro y Las genealogías, de Margo Glantz; Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco; Fiesta en la madriguera, de Juan Pablo Villalobos; Temporada de caza para el león negro, de Tryno Maldonado; Trabajos del reino y Señales que precederán al fin del mundo, de Yuri Herrera; Catálogo de formas, de Nicolás Cabral (de quien ya tengo su nuevo libro de cuentos, Las moradas, todavía por leer); Después del invierno, de Guadalupe Nettel; La fila india, de Antonio Ortuño; La torre y el jardín, de Alberto Chimal; Miramar, de David Miklos y Arrecife, de Juan Villoro.

En la Feria del Libro de Córdoba de este año hubo un stand dedicado a México; ahí pude conseguir más títulos que leeré pronto: Bisontes, de Daniel Espartaco Sánchez; Continuum. Una novela sobre Héctor G. Oesterheld, de Édgar Adrián Mora; Humo, del regiomontano Efrén Ordóñez. Y un par de clásicos: Se está haciendo tarde (final en laguna), del gran José Agustín —que ya había leído de prestado y que quería tener— y Desde la tersa noche, del querido maestro Eusebio Ruvalcaba.

Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor, me parece algo nuevo en tanto invención de una lengua costeña y un imaginario que explique, desde un artificio, lo diverso, extraño y rico que puede ser este lugar, dice Emilio Gordillo. Foto: SinEmbargo

40 LIBROS DE PACO IGNACIO TAIBO II  

“En la soledad nocturna del metro de Buenos Aires, un empleado que se encarga de la limpieza de la estación Pasteur-AMIA de la línea B, piensa e imagina su próximo libro”, así iniciaba su cable de agencia la china Xinhua, presentando a Kike Ferrari (Argentina, 1972), a quien ya hoy conocemos entre otras cosas porque la editorial NitroPress ha publicado su novela Nadie es inocente.

“En su hora leí, claro, como todos, a Carlos Fuentes, Octavio Paz y a Juan Rulfo. De los tres, sólo éste llegó a conmoverme profundamente. Pedro Páramo y El Llano en llamas son, no descubro nada, dos de los libros imprescindibles del siglo XX. También leí de pibe a José Revueltas: Los muros de agua, El material de los sueños, En algún valle de lágrimas”, expresa Kike.

Más acá en el tiempo se produjo el máximo impacto que la literatura mexicana haya tenido en mi vida y que se llama Paco Ignacio Taibo II, dice Kike Ferrari. Foto: SinEmbargo

“Más acá en el tiempo se produjo el máximo impacto que la literatura mexicana haya tenido en mi vida y que se llama Paco Ignacio Taibo II. Con Paco descubrí una nueva forma de narrar y de leer. No puedo enumerarte los libros suyos que leí porque son alrededor de 40. Digamos que Arcángeles, en lo que hace a historia y Cuatro manos en el terreno de la ficción, fueron los más importantes para mí”, argumenta.

“En la actualidad leo cada vez que puedo el trabajo de Bef. También tengo entre mis libros algunos de Emiliano Monge, Francisco Haggenbeck, Iris García Cuevas, Aarón Vargas, Jorge Belarmino Fernández, Imanol Caneyada”, concluye.

El libro de Emiliano Monge me dejó sin dormir, dice Betina Keizman. Foto: SinEmbargo

EL LIBRO DE EMILIANO MONGE ME DEJÓ SIN DORMIR

Betina Keizman (Argentina, 1966) es una escritora y docente muy prolífica. Vivió bastante tiempo en México, luego en Francia y ahora radica en Chile. Su reciente libro es Los restos, una novela de la que Ana García Bergua dijo, entre otras cosas, que “su prosa es casi hipnótica, como esos sueños de los que uno no se puede despertar”.

“Entre lo último que leí de literatura mexicana y lo que más me gustó está Las tierras arrasadas de Emiliano Monge, El huésped y El cuerpo en que nací, de Guadalupe Nettel, Vidas perpendiculares, de Álvaro Enrigue y Había mucha niebla o humo o no sé qué, de Cristina Rivera Garza. Me parece que, como siempre, la literatura mexicana está despierta y permeable en relación con la actualidad, la suya y la del mundo en general. Hay en estos libros que menciono, desde  disposiciones éticas y literarias muy heterogéneas, una respuesta a un desafío, que es el de desarrollar un arte literario en y con  una sensibilidad contemporánea”, relata Keizman.

“El libro de Monge me dejó sin dormir. Por una parte es libro muy tradicional en cuanto a los referentes culturales que maneja, pero eso está mechado con las voces de lo que quieren pasar la frontera, los círculos del infierno, una pluralidad de voces que también resuena en el libro de CRG. Y también los dos libros habitan esa tensión del mundo global y el desplazamiento, por un lado, y de la incomunicación y la precariedad por el otro”, expresa.

“En Álvaro Enrigue y Guadalupe Nettel leo otras preocupaciones, pero que se ligan: la multiplicidad de cuerpos que nos habitan, la sensación de vivir conectados, pero tan lejos. Estamos viviendo un periodo en que la expansión y la posibilidad conviven con la violencia y la sensación de habitar al borde del desastre. Hay una búsqueda muy intensa por hallar formas que reúnan y den sentido a esa pluralidad. Eso es lo que veo”, concluye.

Juan Pablo Villalobos, por nombrar a alguien de mi generación, dice Santiago Roncagliolo Foto: SinEmbargo

PEDRO PÁRAMO Y PALINURO DE MÉXICO 

Alejandra Laurencich (Argentina, 1963) es narradora y dirige la revista literaria La Balandra. Su reciente obra es Las olas del mundo (Alfaguara), una novela donde la autora hace justicia con su adolescencia.

“Juan Rulfo y Fernando del Paso son los más admirables para mí. Una y otra vez puedo volver a sus Pedro Páramo o Palinuro de México y siempre salgo extasiada, son de los mejores libros que leí, y a los que les rindo homenaje cuando puedo”, dice Alejandra.

“También leí y disfruté tanto como para recomendar a Yuri Herrera, Antonio Ortuño, Paco Ignacio Taibo II, Jorge Volpi (de él solo leí el libro Memorial del engaño, pero basta como para ponerlo en la lista de recomendados), Octavio Paz, Elena Poniatowska, Carlos Fuentes, Sor Juana Inés de la Cruz,  Daniela Tarazona, Guadalupe Nettel, Juan Manuel Servín, Mauricio Montiel Figueiras, Gerardo Grande, todos autores de un país en el que se puede bucear y encontrar siempre buena literatura”, concluye.

Álvaro Enrigue, también leído en Latinoamérica. Foto: Especial

ENTRE SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ Y ÉLMER MENDOZA

“Soy y he sido desde muy chica una lectora obsesiva. A falta de Internet y de televisión en mi natal Misiones y como era muy tímida e insegura de mí misma, me encerraba a leer días enteros. Algo que continuó en estos tiempos en que la televisión me fastidia, los noticieros: peor, el periodismo nuestro esta tan desprestigiado -sobre todo el de los medios electrónicos- y un libro para mí es un bálsamo de paz y de escape de un mundo y una realidad humana que me espanta, más que alegrarme”, dice Olga Wornat (Argentina, 1959), periodista y escritora, autora entre otros de dos libros críticos a la familia Fox: La Jefa, biografía de Sahagún y Crónicas Malditas, en el cual denuncia al hijastro de Fox por tráfico de influencias.

“Sor Juana Ines de la Cruz, siempre. Sus sonetos. Juan Rulfo: Lo llevo en el alma desde mi adolescencia cuando mi novio y padre de mis hijos, que en paz descanse, me regalo para un cumpleaños: Pedro Páramo, libro que enterré (literalmente) durante la dictadura y lo recupere intacto en democracia. Tiempos  de militancia y sueños de revoluciones. Leerlo me remite a esa etapa luminosa de mi vida a inicios de los 70, cuando todo parecía posible…”, expresa.

Elenita Garro: genia total, loca, maldita, audaz, tierna, sincera, intensa, profunda.. La admiro muchísimo, dice Olga Wornat. Foto: Especial

“Jorge Ibarguengoitia: amo su estilo y su prosa simple y satírica, que refleja el ser mexicano. Lo descubrí por la recomendación de un amigo, cuando llegue a México en el 2002. Y me gustó tanto que las veces que fui a Guanajuato visité su casa. Me gustan mucho Las Muertas y Los Pasos de López. En realidad me gusta todo… Elenita Garro: genia total, loca, maldita, audaz, tierna, sincera, intensa, profunda.. La admiro muchísimo. Leí todo de ella. En algún momento me volví obsesiva de su vida personal. De su relación con Paz. De sus amores. Y me reí como loca cuando Bioy Casares, al que entreviste viejito en Buenos Aires, me hablo de ella y de que su romance se había terminado porque él no quiso cuidar de unos gatos que ella le envió de México. Creo que no está lo suficientemente reconocida y para mí, tenía mejor pluma que la de Octavio Paz. Una escritora súper poderosa de los inicios del Siglo XX”, agrega.

“José Revueltas Otro maldito. Otro loco brillante. Lo empecé a leer en México por recomendación de mi editor de Random House, Ariel Rosales. Sinceramente también creo que no está lo suficientemente reconocido. No sé si esto tiene que ver con su postura política, su pasión por los personajes de las orillas, sus ambivalencias y su batallas perdidas, su paso por las cárceles. No lo sé. Pero siento que no se lo reconoce como debería. Sus libros los encontraba en una librería de Alvaro Obregón muy antigua que creo que se jodió con este último sismo. Los Muros del agua. Los Muros Terrenales. El Apando”, continúa Wornat.

“¡Élmer Mendoza me encanta! Aunque no leí todo lo suyo, sí sus crónicas y Un asesino solitario, Balas de Plata y Besar al detective”, concluye.

Guadalupe Nettel, con su punto gótico, dice Santiago Roncagliolo. Foto: Especial

GUADALUPE NETTEL, CON SU PUNTO GÓTICO

Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) es un escritor peruano muy internacional, probablemente el más conocido y admirado luego –por supuesto- de Mario Vargas Llosa. Conoció la fama con Abril Rojo, el Premio Alfaguara ganado a edad temprana.

De la literatura mexicana dice que hay miles a los que lee con fruición, entre ellos a Juan Pablo Villalobos “por decir uno de mi generación. Tiene mucho humor negro”, asegura.

“Acabo de descubrir a Amparo Dávila, una Cortázar femenina y oscura. El último libro de cuentos de Antonio Ortuño, La Vaga Ambición, es muy bueno. Y Guadalupe Nettel con su punto gótico”, concluye Roncagliolo.

“¡Élmer Mendoza me encanta! Aunque no leí todo lo suyo, sí sus crónicas y Un asesino solitario, Balas de Plata y Besar al detective”, dice Wornat.

CARLOS FUENTES Y LA MUERTE DE ARTEMIO CRUZ 

Felipe Ríos Baeza (Chile, 1981) es cuentista. Escribe también ensayo y crítica literaria. Especialista en Roberto Bolaño, actualmente es docente-investigador de Investigaciones y Estudios Superiores en el campus Querétaro de la Universidad Anáhuac.

“Conocí algunas perspectivas de México con los cuentos de Llano en llamas, de Juan Rulfo, que nos dio a leer un profesor bastante iluminado del colegio. La poesía de Salvador Díaz Mirón y de Salvador Novo, luego el acercamiento a autores como Carlos Fuentes, con La región más transparente, pero sobre todo con La muerte de Artemio Cruz. Ahí creo que desde fuera, desde Chile, tuvimos un panorama bastante contrastante de una literatura que por un lado retrataba a un México profundo, a un México herido, con el de tarjeta postal que nos mostraban turísticamente”, dice el docente y escritor entre otras cosas de la novela Clowns.

“Ya en la Ciudad de México, en Puebla, en Querétaro, desde hace unos 10 años leo literatura mexicana aquí, donde se hace, con una experiencia curiosa. Existen escritores que sin ser mexicanos, como D.H.Lawrence, Malcom Lowry, Roberto Bolaño, empezaron desde los ’70 a tener una mirada mucho más aguda de este México hondo que a veces no alcanzaron los narradores mexicanos”, dice.

Me interesa más una literatura que arriesga, como la de Mario Bellatin, dice Felipe Ríos. Foto: SinEmbargo

Bajo el volcán me parece una novela absolutamente imprescindible para entender a un México que se nos escapa a cada rato y aunque sea la mirada de un extranjero es totalmente válida. De la literatura mexicana o latinoamericana que no se pregunte por su identidad me interesa bastante poco. Me interesa más una literatura que arriesga, como la de Mario Bellatin, como la de Guillermo Fadanelli, que ya presentan otro tipo de códigos. La Cristina Rivera Garza del principio, no ya de los últimos libros, esa es la  literatura mexicana que me interesa”, termina Ríos.

ME ENCANTA MARIO GONZÁLEZ SUÁREZ  

Oscar Guisoni (Argentina, 1967) es un periodista político y documentalista de larga data. Vivió en Bolivia, en Italia, en España, ahora vive en Argentina, donde confiesa “Me aburrí soberanamente con Juan Villoro. Me encanta Mario González Suárez, no sé por qué siendo un autor tan interesante, no ha trascendido mucho las fronteras de México”.

“Me gusta mucho Sergio Pitol, hay pocos en lengua española que manejen tan bien como él los vericuetos del lenguaje, sobre todo las novelas del Tríptico de Carnaval y sus cuentos. Me gustaba mucho el Carlos Fuentes de los orígenes, sobre todo La Muerte de Artemio Cruz y Terra Nostra. Sus últimos trabajos me parecieron una caída inmerecida para alguien con el talento que tenía en sus inicios”, afirma Guisoni.

Mario González Suárez, muy buen escritor, poco difundido, dice Oscar Guisoni. Foto: Especial

“Mi preferido, lejos, es Juan Rulfo, por supuesto. Rulfo está entre los grandes, no sólo en lengua española. Octavio Paz siempre me pareció una vaca sagrada, salvo cuando se ponía a escribir ensayos y Elena Garro la más injustamente subestimada en vida, aunque ahora pareciera que la están rescatando como se merece”, dice.

“Para finalizar, ya se que Roberto Bolaño nació en Chile, pero le faltó un tantito así para ser mexicano y si lo hubiera sido, hubiera sido sin dudas el mejor de los mejores”, concluye.

odo el manejo del absurdo y el dominio de los meandros de la literatura fantástica en Fuego 20, de Ana García Bergua, los considero dignos de una maestra, dice Daniel Centeno. Foto: INBA

UN LECTOR SORPRENDIDO

“Mi relación con la literatura mexicana es bastante estrecha. Primero te lo comento como un lector que quedó sorprendido desde adolescente con Juan Rulfo, Josefina Vicens, Jorge Ibargüengotia, Rubén Bonifaz, Elena Garro, el primer Carlos Fuentes y un enorme etcétera”, dice Daniel Centeno Maldonado (Barcelona, Venezuela, 1974), quien entre otras cosas ha sido miembro del jurado que dio a elegir como ganadora del Premio Sor Juana a Nona Fernández, la chilena.

“En segundo lugar, puedo afirmarlo porque me ha tocado coordinar un Congreso y Revista de mexicanistas en la academia estadounidense que suele estar en continua transformación. Entonces, cuando me preguntas por mis lecturas no sé si lo haces de cara a lo que más me ha marcado de ese país o de los libros que he abierto más recientemente”, afirma.

“Si es lo último, pues quizás me ampare un poco en el lugar común: Enrique Serna, Eduardo Antonio Parra, Antonio Ortuño, Julián Herbert… Estos meses estuve sumergido en una lectura muy intensa de autoras. Me llevé gratas sorpresas en el proceso. Subrayé con detenimiento Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor, y me interesó mucho su urdimbre en la forma y sus herramientas narrativas. El monstruo pentápodo, de Liliana Blum también administra de manera notable la intriga para ser leído sin pausas en pocas horas. Todo el manejo del absurdo y el dominio de los meandros de la literatura fantástica en Fuego 20, de Ana García Bergua, los considero dignos de una maestra”, opina.

Apreciable Señor Wittgenstein, de Adriana Abdó. La verdad el ejercicio de captar el sentir y escritura de una época fue ejemplar, dijo Daniel Centeno

“Pero el libro que de verdad me impresionó fue Apreciable Señor Wittgenstein, de Adriana Abdó. La verdad el ejercicio de captar el sentir y escritura de una época fue ejemplar. No sólo hay una apropiación de un personaje histórico, sino un esfuerzo de borrar la línea entre realidad y ficción (además de una escogencia escrupulosa de las palabras). Toparme con ese título hizo por el momento que me olvidara que estaba cumpliendo con un trabajo”, concluye el autor de Ogros ejemplares.

Sergio Arroyo (Costa Rica, 1976) es el ganador de la segunda residencia Ventura + Almadía, gracias a lo cual obtuvo una residencia de dos meses en Oaxaca para terminar su novela El lugar de los muertos, que abarca desde la violencia hasta la ternura, desde el desorden psicológico hasta la compasión.

Ha leído sobre todo a los cuentistas, “pues yo me siento un cuentista, más que un novelista” y por eso tiene entre sus preferidos a Daniel Espartaco Sánchez, a Alberto Chimal, “siempre teniendo en cuenta al guatemalteco Augusto Monterroso, que como vivió aquí, lo considero mexicano”, dice.

Alberto Chimal, elegido entre los cuentistas. Foto: SinEmbargo

Maximiliano Barrientos nació en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, en 1979. Es uno de los escritores latinoamericanos más relevantes de su generación. Sus artículos sobre literatura, música y cine, así como algunas de sus crónicas, han aparecido en las principales revistas y suplementos culturales de Bolivia. En 2009, su libro de relatos Diario (2009) recibió el Premio Nacional de Literatura de Santa Cruz.

Barrientos ha leído a “Juan Rulfo, que me parece un maestro y entre los contemporáneos he leído a Emiliano Monge, a Julian Herbert, a Antonio Ortuño, a Verónica Gerber, a Nicolás Cabral, es uno de los países con una tradición más rica y me ha influido mucho”, dijo Maximiliano.

Estoy siempre atento a lo que escribe Juan Villoro, dice Hernán Ronsino. Foto: SinEmbargo

“He leído y me gustó mucho Las tierras arrasadas, de Emiliano Monge y La fila india, de Antonio Ortuño. El animal sobre la piedra, de Daniela Tarazona. Me parece muy bueno Miguel Tapia, por ejemplo, que ha publicado en Almadía y ahora acaba de publicar una novela en Era, se llama Los ríos errantes”, comenta Hernán Ronsino, (Chivilcoy, Argentina, 1975), autor de Glaxo y Lumbre.

“No sé, hay mucha literatura muy potente en México, tendría que hacer una lista interminable. Leí hace muy poco el libro de Cristina Rivera Garza sobre Juan Rulfo y me pareció un recorrido muy innovador, un caminar por el universo tan explorado de Rulfo pero desde un lugar muy renovador. La potencia de Julián Herbert o de Luis Jorge Boone me interesan. Leí también hace poco una novela de un joven escritor, Joel Flores (El escritor zacatecano, obtuvo el Premio Bellas Artes “Juan Rulfo” para Primera Novela 2014, por Nunca más su nombre), que me pareció muy buena. Estoy siempre muy atento a lo que publica Juan Villoro. José Luis Bobadilla, me gustó su novela Veytia, es interesante lo que hace con el lenguaje ahí”, concluye Ronsino.

LOS MEXICANOS RAROS, COMO FRANCISCO TARÍO

“Al igual que la de casi todos los demás escritores latinoamericanos, mi obra no habría sido posible sin el magisterio de Juan Rulfo ni viable sin la influencia de algunos creadores que abrazaron la “mexicanidad” en un momento u otro de sus vidas: Luis Buñuel, Max Aub, Augusto Monterroso, Roberto Bolaño. Mis lecturas “mexicanas” incluyen clásicos, como Elena Garro, Octavio Paz, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Sergio Pitol”, dice Patricio Pron (Rosario, Argentina, 1975), autor entre otras de El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluviaNosotros caminamos en sueños y No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles.

“Pero es en particular debido a, gracias a éste último (y a Alejandro Toledo, que los prologó) que pude también leer a los mexicanos “raros” Francisco Tario, Efrén Hernández, Amparo Dávila, Salvador Elizondo y Gerardo Deniz”, agrega.

Jorge Volpi, leído por Patricio Pron. Foto: SinEmbargo

“Mis lecturas actuales son, inevitablemente, las de los libros de Cristina Rivera Garza, Luigi Amara, Juan Villoro, Mario Bellatin, Jorge Volpi, Gabriel Zaid, Julián Herbert, Álvaro Enrigue, Emiliano Monge, Christopher Domínguez Michael, Nicolás Cabral, Verónica Gerber, Laia Jufresa, Brenda Lozano, Fernanda Melchor, Daniel Saldaña París, Pablo Raphael y Guadalupe Nettel: alguno de ellos es seguramente el escritor o la escritora más importante de México en este momento. Buenos como son, sin embargo, ninguno puede competir con la pedagogía irónica del poema de Efraín Huerta “Para que aprenda (Hildebrando Pérez) a tomar un caballito de tequila”, que practico todas las veces que visito México. Menos de las que desearía, por otra parte…”, concluye.

Festival de Jazz en Xalapa, sobreviviendo pese a todo, incluso a Javier Duarte

lunes, octubre 30th, 2017

La Universidad Veracruzana, el Centro de Estudios del Jazz y casi todos los amantes de este género musical, han logrado pervivir el JazzUV, que en su octava edición trajo a figuras como Donald Harrison, Ned Sublette, Martha Gómez, Gentiane MG Trío y Alex Mercado, entre otros. En las filas xalapeñas se lucieron Abraham Díaz & Tetragon, Edgar Dorantes Trío y Roberto Picasso Quinteto. Hasta la próxima edición.

Xalapa, Veracruz, 30 de octubre (SinEmbargo).- Una de las obsesiones que tenía el ex Gobernador Javier Duarte era la Universidad Veracruzana. Los fondos llegaban del Gobierno Federal y quedaban retenidos por el ex mandatario -ahora preso-, hasta que la rectora de la UV, Sara Ladrón de Guevara, entabló una demanda en 2016.

Reclamaba entonces la entrega de dos mil 76 millones de pesos por parte del gobierno del estado -los cuales corresponden a un rezago acumulado que representa casi 50% de su presupuesto para 2015- y violaciones al derecho humano de acceso a la educación, al reducir su presupuesto para este 2016 en casi 7% con respecto al asignado el año anterior.

La deuda no sabemos si se pagará, pero el presupuesto llega ahora por parte del Gobierno Federal y como entidad autónoma ya lo recibe directamente la Universidad Veracruzana.

Duarte ha pasado por el Estado como un verdadero huracán. “Los analistas dicen que este lugar podrá levantarse dentro de muchos años, estamos viviendo en una crisis permanente”, dice la escritora Magali Velasco, profesora de Letras de la UV, al lado de su marido, el también escritor César Silva, quien pregunta cómo ha sido el terremoto en la Ciudad de México. Aquí, en Xalapa, se sintió fuerte, pero no dejó muertos ni muchos saldos materiales, dice.

En el medio de todo esto, Sergio Pitol muere alejado del mundo. El pasado 1 de julio, en el domicilio del escritor Premio de Literatura Miguel de Cervantes y Premio Nacional de Literatura, llevaron una serenata diurna ante el estado tan delicado de salud que se encuentra.

Los murales de los artistas hicieron publicidad del festival. Foto: Voluntarios del Festival Internacional JazzUV

Al piano estuvo Alejandro Cámara, de la Facultad de Música de la Universidad Veracruzana (UV), acompañado de integrantes del coro de la misma casa de estudios.

Su prima Cristina Pitol mostró una foto del escritor, quien escuchó desde su cama la música que le llevaron a su hogar y fue lo último que se supo de él.

En la calle de esta noche en Xalapa, miles de catrinas desfilan, acompañadas de automóviles y camiones. Las rutas van y vienen con miles de laberintos que sólo la gente alojada aquí puede emprender. Llueve y hace bastante frío. Sin embargo, en el Teatro del Estado, ese que está sobre la avenida Ávila Camacho, suena una música de jazz que desde el 24 de octubre, hasta este domingo, 29, insiste con el 8° Festival Internacional JazzUV 2017. Toda una institución aquí.

[youtube TbapA2LeldM]

“Hemos sobrevivido a todos, incluso a los Gobiernos”, dice en entrevista Rafael Alcalá, el director del festival, nacido en Nuevo Laredo, Tamaulipas, en 1978. A los 17 años de edad recibió la posición como pianista principal de la Orquesta de Jazz de La Fuerza Aérea de los Estados Unidos (United States Air Force). En el 2001, Rafael fue distinguido con una beca completa para estudiar en Berklee College of Music en Boston, Estados Unidos obteniendo una licenciatura en Producción, Composición, Arreglo y Ejecución Instrumental en el 2004.

Hoy dirige la clase de piano del Centro de Estudios de Jazz, al que la Facultad de Música de la Universidad Veracruzana es la encargada de dar a conocer y dar sustancia al festival. Tiene el encuentro un carácter académico y es su firme voluntad expandirse, convertirse tras ocho ediciones, en un festival de calidad tanto adentro como afuera de la UV.

El director del festival junto a Marta Gómez. Foto: Especial

Cuando dice que ha sobrevivido a Gobiernos, no dice estrictamente Javier Duarte, pero desde su mandato este festival ha tenido que hacerse bianual. “Gracias a Dios la Universidad nos dio el mismo presupuesto, ni un peso más ni menos, pero tuvimos que hacerlo cada dos años y tener los ojos bien atentos para poder sortear las numerosas dificultades que se nos van presentando”, dice este hombre que ha realizado extensas giras y presentaciones por toda Europa, Asia, África, América Latina y los Estados Unidos con algunos de los exponentes más reconocidos del género del jazz como son Paquito D’ Rivera, Joe Lovano, Antonio Sánchez, Giovanni Hidalgo, Miguel Zenón, Steve Wilson, Christian Scott, Esperanza Spalding, Víctor Mendoza, Oscar Stagnaro y The Manhattan Transfer, entre otros.

“Este festival surgió en 2008, pertenecemos a la Universidad Veracruzana y ha tenido un impacto en un sinnúmero de personas. Forma parte del Centro de Estudios de Jazz que forma parte del Centro de Arte, de la Universidad Veracruzana. Realizamos cada semestre unas 60 producciones artísticas, porque es importante que el alumno lleve su música al escenario, estamos fuertemente activos en la difusión del jazz, tanto en Xalapa como en todo el país”, dice Rafael Alcalá.

[youtube sGnMh8TP1YU]

“En el medio de la crisis, se ha formado un grupo muy unido para defender la UV y se ha hecho todo posible”, comenta.

Rafael Alcalá, fundador y director ejecutivo de Musinetwork School of Music, una escuela de música ONLINE, que ofrece un programa educativo especializado en las distintas áreas de la Música Popular Contemporánea y dirigido a los músicos de habla hispana, es vertiginoso y va de un lado a otro. Sabe que para hacer un festival de esta naturaleza hace falta mucho más que las 18 personas designadas para cada área. En total, son 150 los responsables, con 68 voluntarios, la gente del transporte, es decir, todas personas derivadas de cada área.

El público apoyó todas las clases y conciertos, tanto en la Casa del Lago como en el Teatro del Estado. Foto: Voluntarios del Festival Internacional JazzUV

“La Universidad Veracruzana está en crisis, hay muchos recortes en proyectos, algunos tuvieron que desaparecer, el festival se tuvo que mantener en forma bianual, con esas mismas metas. Lo que estamos haciendo es involucrarnos más con el sector privado, con el sector público, hacer mucho más apoyo entre nosotros, porque también Veracruz está en crisis, y eso ha sido nuestro gran acierto”, dice.

El festival se ha apoyado en ejecutivos locales, no hay internacionales, “con el empresario pequeño, que es el que hace la diferencia en la economía del Estado”, afirma Alcalá y para el que muestra el caso de la publicidad. No había plata para comprar espectaculares, así que se buscaron varios sitios donde se podían hacer murales, hicieron una convocatoria y encontraron a un colectivo, que a su vez obtuvo una beca para hacer 14 pinturas relacionadas con el JazzUV.

Tampoco había dinero para el transporte y fue así como el festival se asoció con Kia Xalapa para llevar a los músicos y lo mejor fue la escenografía para el Teatro del Estado, un sitio muy grande, donde siempre se gasta mucho dinero para el tema.

“Lo que hicimos fue juntarnos con artistas de artes visuales, donde hicieron proyecciones con la música, improvisaban, igual que nosotros, fue genial”, comenta Rafael Alcalá.

Ned Sublette y su esposa Constance fueron invitados de lujo. Foto: Voluntarios del Festival Internacional JazzUV

EL CONCEPTO DE JAZZUV

De 24 al 29 de octubre se llevó a cabo la octava edición del JazzUV, que tuvo como eje central proponer al jazz como una plataforma de diálogo y colaboración que favorezca el reconocimiento de la diversidad cultural y disciplinar en un escenario de equidad.

Se hizo a través de un programa multidisciplinario que incluye a las artes plásticas, escénicas y musicales, así como una antesala académica centrada en la difusión del papel que ha jugado la influencia afrodescendiente en las expresiones culturales del continente americano vinculadas al jazz.

Alex Mercado, votado por los alumnos. Foto: Especial

Por ello la cartelera sumó a artistas de alta gama provenientes de seis países, Argentina, Colombia, Puerto Rico, Canadá, Estados Unidos y México.

Así encontramos al Donald Harrison Quintet, un cabeza de elenco sumamente entregado a los alumnos y muy en la onda de New Orleans, con Winston Marsalis como vecino, un jazz clásico, pero muy bien tocado, aunque con nuevas formas que van más allá del jazz.

Nacido en la época que el jazz modal emergía a principios de los ’60, Donald Harrison es actualmente una de las más grandes figuras del género a nivel mundial. Su importancia radica en ser el creador de distintas vertientes en la ejecución y exploración musical del jazz, expresadas en sus composiciones: New York Second Line (1979), Indian Blues y The Spirits of Congo Square (1989), Nouveau Swing (1996) y Quantum Leap (2010). En cada ejercicio creativo, Donald ha roto las fronteras del jazz explorando nuevas formas en el manejo del tiempo, la armonía y la melodía.

[youtube VR5YEvg7msg]

Marta Gómez es una cantautora latinoamericana, estudió en Boston, vive en Barcelona y sus músicos son de Colombia y Argentina. Todo un mix para presentar el Marta Gómez Quinteto, con canciones propias llevadas al jazz y que realmente causó sensación en el JazzUV.

[youtube SnqCbli1UI8]

The New NIU Ensemble, Víctor Mendoza Cuarteto, Henry Cole, Alex Mercado Trío, Mike Dease Quintet y Ned Sublette fueron también otros de los artistas en el festival. Hay que nombrar el caso de Alex Mercado, quien fue elegido por los alumnos para presentarse en la clausura del encuentro, con Gabriel Puentes en batería e Israel Cupich en el contrabajo.

“Se hizo una convocatoria abierta para que eligieran a artistas que ellos quisieran traer al festival y el que salió elegido fue Alex Mercado, sobre artistas de más renombre. La comunidad está consciente de lo que cree y lo eligió a él”, dice Rafael Alcalá.

Entre otros músicos y estudiosos invitados para el JazzUV estuvo Ned Sublette, un compositor, productor y musicólogo estadounidense, dedicado entre otras, a la exploración de las raíces culturales afroamericanas y sus particularidades musicales. Autor de The World That Made New Orleans: From Spanish Silver to Congo Square; Cuba and Its Music: From the First Drums to the Mambo, The Year Before the Flood: A Story of New Orleans y en conjunto con su esposa Constance The American Slave Coast: A History of the Slave-Breeding Industry, obra que analiza la historia del comercio de esclavos en el sur de los Estados Unidos.

[youtube NJOItnm_Zeg]

Todos los invitados nacionales e internacionales hicieron lo propio en el marco del festival. Fue un encuentro riguroso e intenso. Lo más conmovedor fue hasta qué punto el jazz está en las venas de la gente que puebla Xalapa.

La cartelera incluyó la participación de profesores, alumnos regulares de la licenciatura y sus egresados, tales como Edgar Dorantes Trío, Roberto Sánchez-Picasso Quinteto, Jazz House Collective, Abraham Díaz & Tétragon, Adal Pérez Cuarteto y Zenda y en cada uno de ellos se vio exactamente el grado de compromiso que tienen con el género.

[youtube 7Sicic7Xxg8]

Fuimos testigos del concierto de Roberto Sánchez-Picasso Quinteto –un guitarrista realmente dúctil e imaginativo- y además de disfrutar de un emotivo show, ver cómo en la figura del pianista, Francisco Cruz Pérez, originario de Xalapa, un hombre muy joven pero sumamente dotado para la música, se hace carne el JazzUV.

Siempre, a pesar de todo, estará sonando un concierto de jazz en el mundo y qué bueno que sea en Xalapa.

[youtube VczeSWFgpGg]

COLUMNISTA INVITADA | “Un aria para Sergio Pitol”, de Magalí Velasco

sábado, julio 1st, 2017

La última vez que vi a Sergio Pitol en la calle fue en la primavera de 2016, en compañía de Margot Glanz y Mario Bellatin. Fue uno de esos encuentros fantásticos –definiendo el término al estilo Roger Caillois como un evento que irrumpe y trastoca la realidad-. Sobre la calle 5 de mayo, del pueblo cafetalero de Coatepec, me acerqué a darle un abrazo y surgió la imagen fresca de la veces en que Sergio pasaba a saludarnos a “Caballito azul”, la pequeña librería que en esa misma vía, César Silva y yo manteníamos.

Por Magalí Velasco

Ciudad de México, 1 de julio (SinEmbargo).- Terminó 2016 y yo preguntaba por aquí y por allá sobre la salud de Sergio y las dos hospitalizaciones que sufrió; las respuestas que recibí fueron que no se le permitían las visitas, que era complicado acercarse y que, incluso, no abrían la puerta de su casa.

Desde enero de este año 2017, la pintora y entrañable amiga de Pitol, Leticia Tarragó, deseaba visitarlo; sin embargo, con el panorama que le dibujé, también desistió.

Una mañana de junio, mientras conducía mi auto, quise escuchar “La Reina de la noche”, de Mozart, adoro esta aria y más desde que un día, en voz de mi amiga soprano Cynthia Toscano, el techo de madera de mi casa vibró al igual que todos los que previamente le habíamos rogado para que cantara.

Aquella mañana de junio, dentro de mi auto y con ópera a todo volumen, pensé que no sabía nada en absoluto de este arte y que lo poquito que sé se lo debo a la literatura de Sergio Pitol y a mi amiga, la soprano. Pensé también en lo triste que me resultaba no ver más a mi maestro, no poder expresarle cuánto lo extraño y cuánto lo aprecio. Entonces vino la idea de, cual enamorado, ir a hasta el quicio de su casa y ofrecerle una “diurnata” de opera.

De inmediato le llamé a Mario Muñoz, me importaba su opinión, le encantó la idea y me recordó que un par de años atrás Alfonso Colorado organizó un petit concierto en la casa del escritor, cuando aún podían reunirse los famosos sábados de ópera. El plan creció y sumó a otras personas que al igual que yo, deseaban darle un abrazo a través de la voz y la música, principalmente, de Mozart, su favorito.

Sergio Pitol, un hombre que se dedicó a escribir y a leer. Foto: Leticia Tarragó

Hace un año, exactamente, murió mi abuela. Ahí estuvimos, mi madre y yo, sosteniendo su mano hasta el último estertor. La madrugada de su fallecimiento me quedó claro que nadie debe irse solo y este acompañamiento hacia el umbral puede abarcar años, meses y días. Con todo el ánimo, Rodolfo Mendoza, Nidia Vincent, Bety Corral, Mercedes Lozano, Alfonso Colorado, Leticia Mora, Mario Muñoz, Agustín del Moral y otros amigos con quien nos une la literatura y el cariño a Sergio, me instaron a contactar a la tutora del DIF y solicitar su anuencia y la de la familia para llevarle música a Sergio.

Hoy sábado 1 de julio, con todo y la tupida lluvia, a las 13:00 hrs. un grupo reducido pero significativo, llegamos a la casa del maestro. Toqué, me recibió otra sobrina Pitol y la Dra. Eos López Romero, me explicaron amablemente que por la salud y edad del maestro ver gente o recibir emociones –alegres o no- lo exaltaban y no era pertinente.

Les comuniqué que la idea original era permanecer todos afuera de la casa, respetar el símbolo de la serenata porque no queríamos invadir y porque entendíamos perfectamente lo que significa para alguien mayor tener impresiones fuertes. La idea original era que las notas llegaran a él, así, sin más, como sus palabras e ideas llegaron a nosotros.

Sin embargo, por cuestiones del clima, solicité que únicamente los músicos entraran a la sala. Me fue permitido subir a sus recámara y saludarlo. Veinte años atrás había estado en ese estudio amplio y acogedor a la vez, una tarde en que mi maestro me recibió con sonrisa y café y paciencia para que le dejara el engargolado de mis primeros cuentos.

Hoy, Sergio estaba sentado en un reposet, con una frazada en las piernas y una fina bufanda gris al cuello, despierto, alerta. Le dije quién era, que lo quería mucho, que me alegraba de verlo, y él sólo me miró con esa expresión que lo acompañaba desde hace algunos años. Laura Demeneghi me pidió que Leticia Tarragó acompañara a su tío durante el concierto y que comunicara que cualquiera podía visitarlo otro día, agendando la cita, de uno en uno y registrándose en el cuaderno que permanece a la entrada de la casa. Hicieron pasar al pianista y a los cantantes y al final terminamos todos dentro de la sala, llovía a cántaros.

La pintora Tarragó estuvo junto a su amigo y otrora vecino, los treinta minutos que duró el regalo. El concierto comenzó: las mezzosopranos Gabriela Beltrán y Marcela Vargas, el barítono Mariano Fernández y la soprano Cynthia Toscano, interpretaron arias de diversas ópera de Mozart entre ellas, Le Nozze di Figaro. La casa vibraba y estaba segura de que esas notas llegaron directo al cuerpo y al alma de nuestro querido maestro. La última aria, “La reina de la noche”, perteneciente a la Flauta Mágica de Mozart, la cantó Toscano y entonces sí, varios no aguantamos la emoción que creció cuando Leticia Tarragó, al salir de la casa, nos contó que ella en todo momento le sujetó la mano, que su amigo estaba tranquilo, luego dormitó un poco, “y es que Sergio siempre se quedaba dormido en todos los conciertos, así era”, dijo Leti, pero que cuando “La reina de la noche” estremeció las estructuras de todo y de todos, Pitol abrió los ojos y sonrió con esa sonrisa con la que será recordado.

Sergio Pitol, Premio Cervantes 2005. Foto: Leticia Tarragó

Abrazos, gracias, besos, fotos y videos, por unos instantes la casa permaneció abierta, las ventanas abiertas; por unos instantes creímos que nuestra presencia, energía, vibra, llámese como se guste llamar, de alguna manera quedaría en su hogar y lo reconfortaría.

Un hombre que vivió para leer y que los libros lo hicieron escritor. Un hombre que honró el arte, lo bello, el valor de la amistad, el valor de la inteligencia. No hay nada que podamos hacer frente a la ley de la vida, la vela se extingue pero la luz permanecerá. En una de las paredes de la “Caballito azul”, yo pegué la frase que me es de las más entrañables de Sergio Pitol:

“Uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”.

PD: Acabo de recibir un correo electrónico de parte de la tutora del DIF Dra. Eon López y de parte también de la familia, para agradecer el gesto a todos los que estuvimos y para comunicar que la casa está abierta para recibir nuevas propuestas que nazcan del corazón en beneficio de Don Sergio.

Sergio Pitol se encuentra fuera de peligro luego de ser hospitalizado por gastroenteritis y cistitis

domingo, noviembre 13th, 2016

A través de su cuenta de Twitter, el diputado Gonzalo Guizar Valladares informó sobre el ingreso al nosocomio por parte de Pitol, a quién también le deseó una pronta recuperación.

El escritor mexicano Sergio Pitol Demenegui, quien se encuentra en cuidados intensivos tras ser operado por una hemorragia intestinal, también se enfrenta a una batalla legal por su custodia. Foto: Especial

El escritor mexicano Sergio Pitol Demenegui, quien se encuentra en cuidados intensivos tras ser operado por una hemorragia intestinal, también se enfrenta a una batalla legal por su custodia. Foto: Especial

Veracruz (México) 12 de noviembre. (EFE).- El Premio Cervantes de Literatura 2005, Sergio Pitol fue hospitalizado en el oriental estado mexicano de Veracruz debido a que presentaba un cuadro de gastroenteritis y cistitis.

La Procuradora de la Defensa del Menor, la Familia y el Indígena del Gobierno de Veracruz, Adelina Trujillo, informó que la salud del escritor evoluciona favorablemente por lo que se espera que a inicios de la otra semana sea dado de alta.

El traductor, quien vive desde hace décadas en la ciudad de Xalapa, fue internado en el Hospital Los Ángeles, donde los médicos reportan que va en franca recuperación de la gastroenteritis y cistitis.

“Está ingresado porque tenía una gastroenteritis y un problema de cistitis. Ha evolucionado muy bien”, dijo la funcionaria estatal.

Por orden de un juez, desde hace más de un año, el Sistema Estatal para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) mantiene la custodia del galardonado escritor, por lo que el organismo es el encargado de velar por su salud.

Familiares de Pitol pretendían declararlo como incapaz y hacerse cargo de su persona y de todos sus asuntos legales, sin embargo un juez rechazó la petición porque los peritos médicos determinaron que si bien era una persona mayor que requiere ayuda “no es ningún incapaz”.

De tal forma que las autoridades judiciales determinaron que el intelectual se encontraba en estado de “interdicción”, por lo cual otorgó la custodia de su vida al DIF del Gobierno del Estado.

“Va todo perfecto, nos dice el doctor que podrá salir a principios de semana. Va en recuperación”, agregó Trujillo.

Pitol vive en el centro de la ciudad de Xalapa, en una antigua vivienda donde permanecen sus 12 mil libros y demás objetos de sus facetas como escritor, traductor, diplomático, viajero, promotor del lenguaje y de la literatura universal.

El escritor, cuyas obras escritas han sido traducidas al italiano, ruso, inglés, húngaro, chino, polaco y árabe, frecuentemente se le ve por las calles de la ciudad caminando o incluso asistiendo a obras de teatro y conciertos.

El autor de “El desfile del amor”, “Domar a la divina garza” y “La Trilogía de la memoria”, desde hace ya algunos años padece una enfermedad del lenguaje que le dificulta enormemente escribir y hablar con soltura, pero constantemente se le ve en encuentros culturales.

El escritor Sergio Pitol es ingresado a terapia intensiva en hospital de Xalapa, Veracruz

sábado, noviembre 12th, 2016

A través de su cuenta de Twitter, el diputado Gonzalo Guizar Valladares informó sobre el ingreso al nosocomio por parte de Pitol, a quién también le deseó una pronta recuperación.

– Información en desarrollo

El Diputado Gonzalo Guizar Valladares informó sobre el ingreso al nosocomio por parte de Pitol. Foto: Cuartoscuro

El Diputado Gonzalo Guizar Valladares informó sobre el ingreso al nosocomio por parte de Pitol. Foto: Cuartoscuro

Ciudad de México 12 de noviembre (SinEmbargo).- El escritor, narrador, ensayista y activista mexicano, Sergio Pitol, fue internado en un hospital de la ciudad de Xalapa, Veracruz, la noche de este viernes.

A través de su cuenta de Twitter, el Diputado Gonzalo Guizar Valladares informó sobre el ingreso al nosocomio por parte de Pitol, a quién también le deseó una pronta recuperación.

Fuentes citadas por la prensa informaron que a pesar de que, el también activista, fue llevado al área de terapia intensiva su salud se reporta como estable.

Sin embargo, hasta el momento la Procuraduría de la Defensa del Menor, la Familia y el Indígena del DIF estatal, misma que tiene a su cargo la custodia del escritor, no ha emitido ninguna declaración al respecto.

Juan Villoro lee a Sergio Pitol: “El desfile del amor”, una novela y la virtud narrativa

sábado, julio 9th, 2016

“Me gustaría tener algo de él en lo que yo escribo, definitivamente”, admitió el autor de El Testigo, al concluir su ciclo Novelas Mexicanas en el Colegio Nacional

La realidad y la historia mexicanas entendidas desde la literatura. Foto: Colegio Nacional

La realidad y la historia mexicanas entendidas desde la literatura. Foto: Colegio Nacional

Ciudad de México, 9 de julio (SinEmbargo).- El desfile del amor, novela publicada en 1984 por Sergio Pitol como parte de la Trilogía del carnaval, que reúne también a La vida conyugal y Domar a la divina garza, nació de una visita a una exposición fotográfica de Egon Erwin Kisch en Praga, en la que el escritor mexicano encontró muchas fotografías del México de los ‘40, entre ellas, una del edificio Minerva, ubicado en la colonia Roma, donde Pitol vivió durante su infancia.

“Para el escritor es una liberación tener datos que exigen ser completados, Pitol se sirve de éste defecto eficiente para convertir la limitación testimonial en virtud narrativa. Entender a medias para completar con la imaginación, esto será el núcleo narrativo de El desfile del amor”, dijo Juan Villoro en la última de sus conferencias del ciclo Novelas mexicanas, llevado a cabo en El Colegio Nacional.

Para el autor de El testigo, la gran apuesta de la narrativa de Pitol (nacido en Puebla, en 1933) es el arte de enseñar a leer de otro modo; de hacerle ver al lector que la literatura no es algo clausurado o concluido, que un libro cerrado no es arte.

“La novela de Pitol fracasa como investigación policial pero triunfa como investigación narrativa, en el sentido de que la narrativa nunca tiene una verdad única. La imposibilidad y la incapacidad del personaje principal, un historiador que investiga un asesinato, hacen que el texto tenga una estructura singular: lo que se va a averiguar tiene que ver con la experiencia del mundo, los hechos y la manera de interpretarlos”, afirmó Villoro.

“Toda la literatura de Pitol tiene que ver con una idea de la traducción. En El desfile del amor los personajes hablan y Miguel del Solar, el personaje principal, los tiene que traducir”, agregó.

Juan Villoro en El Colegio Nacional. Foto: Cortesía El Colegio Nacional

Juan Villoro en El Colegio Nacional. Foto: Cortesía El Colegio Nacional

LA SOCIEDAD DERROTA A LA VERDAD

A lo largo de El desfile del amor es difícil acercarse a los sucesos, la sociedad derrota a la verdad, los hilos se van tejiendo y los capítulos resultan teatrales; el amor es un engaño, el humor se combina con reflexiones profundas y los personajes -singulares, maldicientes y excéntricos- se enfrentan a un destino inescapable y carnavalesco.

La novela, aunque titulada igual que una película de Ernst Lubitsch, no tiene nada que ver con ella y contiene ecos de Dickens, Faulkner, Chéjov, Nabokov y de otros autores traducidos por Pitol.

“La novela de Pitol es una gran metáfora sobre México, donde no se puede descifrar la verdad y las cuotas de impunidad son altísimas. Sería dramático que en el México de hoy nos acostumbráramos al rojo marcador de sangre como mera estadística, hay periódicos que cuentan los asesinatos como si fuera una cuestión deportiva cuando cada uno de éstos debería tener una historia detrás y ni siquiera tenemos un registro de las víctimas”, afirmó.

Para Villoro, la situación actual no puede ser remediada a través de la literatura pero sí como sociedad. El desfile del amor habla de estos mecanismos y de una sociedad donde la verdad es incómoda y no puede circular: “la novela tiene una actualidad que seguramente a Pitol no le gustaría que tuviera, ojalá pudiéramos verla como una obra de ficción y no como un espejo de la realidad”, aseguró.

El miembro de El Colegio Nacional también destacó el cuento “Mephisto Waltzer”, incluido en el libro de relatos Vals de Mefisto, que trata sobre una mujer que critica un texto escrito por su ex marido. “El cuento muestra cómo una historia se puede convertir y traducir en otra, no le interesa la trama como tal sino la opción del argumento como una posibilidad que genera otra”, comentó, “es El aleph de Pitol, ahí se condensan todas sus técnicas y procedimientos narrativos”.

“Si pudiéramos pensar en una figura para este viajero de tantas literaturas, espacios y latitudes que es Sergio Pitol, yo pensaría en un mapa movedizo cuya geografía cambia a medida en que avanzamos en él, este cambio incesante es la verdad siempre modificable del extraordinario fugitivo de las letras mexicanas, Sergio Pitol. Me gustaría tener algo de él en lo que yo escribo, definitivamente”, concluyó Juan Villoro.

El escritor y ensayista Sergio Pitol recibe el Premio Alfonso Reyes 2015

lunes, marzo 28th, 2016

En un comunicado la Secretaría de Cultura destaca que el narrador y ensayista “es un ciudadano del mundo y al mismo tiempo un profundo conocedor de la cultura mexicana.

Foto: CONACULTA

Pitol nació en Puebla, Puebla, el 18 de marzo de 1933. Foto: CONACULTA

Ciudad de México, 28 de marzo (SinEmbargo).– El escritor Sergio Pitol fue reconocido con el Premio Alfonso Reyes 2015 por “sus valiosas aportaciones culturales, artísticas y literarias, así como por su amplia trayectoria”.

En un comunicado la Secretaría de Cultura destaca que el narrador y ensayista “es un ciudadano del mundo y al mismo tiempo un profundo conocedor de la cultura mexicana; es el vivo ejemplo de la pasión por el conocimiento y un crítico implacable, cuya voz inconfundible entre los narradores hispanoamericanos es fundamental para la literatura, debido a su originalidad”

Pitol nació en Puebla, Puebla, el 18 de marzo de 1933. Estudió derecho y letras en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ha recibido el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, y es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, como creador emérito, desde 1994.

Ha recibido los premios Xavier Villaurrutia 1981 por Nocturno de Bujara, Latinoamericano de Narrativa Colima 1982 para Obra Publicada por Cementerio de tordos, Herralde de Novela 1984 por El desfile del amor, Anual de la Asociación Polaca de Cultura Europea 1987 por su labor en pro de la popularización de la cultura polaca en el extranjero, Nacional de Literatura y Lingüística 1993, Mazatlán de Literatura 1996, de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo 1999, Cervantes de Literatura 2005 y la Medalla Bellas Artes 2008.

Recibió el doctorado honoris causa en 1998 por la Universidad Autónoma Metropolitana, en 2003 por la Universidad Veracruzana y en 2006 por la UANL. La IV Feria Nacional del Libro de Xalapa le dedicó su edición de 1999. Su obra está traducida al francés, alemán, italiano, polaco, húngaro, holandés, ruso, portugués y chino.

 

El reconocimiento fue creado por Francisco Zendejas en 1972 con la finalidad de hacer un reconocimiento a la obra del escritor regiomontano Alfonso Reyes al distinguir a personalidades con una vasta trayectoria en el campo de las humanidades. Entre los galardonados se encuentran Mario Vargas Llosa, Eduardo Lizalde, Ignacio Bosque, Fernando del Paso e Ida Vitale.