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COLUMNISTA INVITADO | Despedir al amigo Sergio Pitol

sábado, abril 14th, 2018

La noche del 12 de abril, a las 20:00 horas, nos dimos cita algunos profesores de la Facultad de Letras para despedir a nuestro maestro y entrañable amigo Sergio Pitol. En una ciudad de provincia como Xalapa, parecería que la única funeraria que hay es la de Bosques del Recuerdo: los funerales son una ominosa secuencia de dejá vu.

Por Magali Velasco

Ciudad de México, 14 de abril (SinEmbargo).- Rodeado de coronas, el féretro de madera oscura resaltaba como una isla. Extrañé una fotografía de él, algo que nos indicara que realmente su cuerpo reposaba ahí. Durante la ajetreada mañana, los rumores de si la familia de Sergio permitiría o no el acceso a la funeraria, desanimó a alumnos de la Facultad y a colegas a querer manifestar su respeto y cariño. Hacia las ocho de la noche, cuando llegamos y vimos que había mucha gente, periodistas, la directora del INBA, Dra. Lidia Camacho, el Coordinador de Literatura del INBA, Dr. Geney Beltrán, la rectora de la UV y demás funcionarios, sentimos un alivio Mario Muñoz y yo, de poder decirle adiós.

La irrupción de la muerte trastoca y nos obliga a cuestionarnos el sentido de la vida, en este caso, la sensación de orfandad reaparece. La generación del Medio Siglo es una llama tenue alimentada por el soplo de Amparo Dávila, Elena Poniatowska y Fernando del Paso. Es difícil decirles adiós a esa generación que escribió el México del siglo XX. Sí, queda el legado, la obra, la memoria, las enseñanzas, pero definitivamente, ese espíritu único se lo han llevado junto con ellos.

Vista del velatorio de Sergio Pitol. Foto: cortesía

Apenas supe de la noticia de la partida de Sergio, pensé en que su cielo sería Venecia, esta ciudad mítica que quizá un día sólo exista en libros e imágenes. Recordé lo mucho que a Pitol le gustaba Muerte en Venecia y luego su cuento “El relato veneciano de Billie Upward”. Lo imaginé caminando por las callecitas laberínticas de Venecia, ataviado con uno de sus trajes de lino blanco, su bastón, llevando con la otra mano la correa de Sacho, el perro pachón blanco y negro con el que llegó a Xalapa. Allá va el hombre, el escritor, el maestro, al encuentro de esa generación que ya lo está recibiendo con los brazos abiertos. También lo reciben sus otros perros labradores y todo el cariño de los que nos quedamos un rato más por aquí.

Ser mujer y escritora en el 8 de marzo: Las creadoras opinan

sábado, marzo 3rd, 2018

La semana que viene se cumplirá otro día en honor de las damas. A veces cuesta mirar esta fecha con solidaridad y con paciencia. ¿Quiere decir que los otros 364 días son de los hombres? Sin embargo, los feminicidios y las grandes diferencias que hay en los trabajos de unos y de otras, nos obligan a ver este mundo como del patriarcado, tan odiado. Falta mucho tiempo para ser consideradas iguales y otro tanto de años para que el mundo se asemeje a nuestro ideal. Así que sigamos festejando y reflexionando.

Ciudad de México, 3 de marzo (SinEmbargo).- Nunca nos ponemos a pensar: soy mujer y por tanto me va a pasar esto o aquello. Sin embargo, hay tantas cosas que hoy sabemos y por todo lo que hay que luchar para conseguir un espacio, una opinión, un reconocimiento, que ser mujer nos obliga a reflexionar sobre esa circunstancia que hoy nos permite marcar una diferencia.

Ser mujer y ser escritora en el mundo del patriarcado (leer El origen del patriarcado: Gerda Lerner, aquí mismo) nos hace pensar que las mujeres escriben para un mundo de lectoras y que suele negársele los premios, las lecturas públicas, los reconocimientos. Hay que empezar a dar las cartas de nuevo, en un juego que siempre nos tiene que tener como protagonistas. Estas son las opiniones.

Su novela “Ojos llenos de sombra” ganó el premio Gran Angular 2012. Foto: Facebook

Raquel Castro, México

Ser mujer escritora no debería ser distinto que ser hombre escritor. Sin embargo… todavía nos falta mucho para llegar a eso: las mujeres que escribimos todavía somos una minoría (a pesar de que la mitad de la población del mundo es femenina, sí). Eso significa que cada texto se va a leer como si lo escribiéramos a nombre de todas las mujeres, y si mi texto es sensiblero, cursi, agresivo, irónico o de plano mal escrito, no va a faltar quien diga que las mujeres (¡todas!) son (¡somos!) sensibleras, cursis, agresivas, irónicas o malas escritoras. Pero la opción no puede ser paralizarnos o tratar de escribir de modo que demos gusto a todos o que se nos considere un buen ejemplo. Al contrario, tenemos que perserverar y luchar por nuestro derecho de ser sensibleras, cursis, agresivas, irónicas o malas escritoras sin que eso se convierta en una generalización. Escribir con entusiasmo o tortuosamente, como sea que escriba cada una de nosotras, para que más mujeres se animen a escribir y dejemos de ser tratadas como una minoría en el medio editorial. Mientras tanto, no está de más reflexionar en el privilegio y la responsabilidad de ser portavoces del 50% de la población, incluso si no lo pedimos.

Irma es también periodista cultural. Foto: Facebook

Irma Gallo, México

Desde que era una niña, las historias me han salvado: de mis cambios de humor, de los muchos momentos de soledad en la primaria, cuando sentía que nomás no encajaba y después en la prepa. Me las inventaba en la cabeza, también para poder dormir, pero nunca las ponía en papel. En esos primeros años me las inventaba quizá como una manera de evadirme de la realidad, porque, aunque tenía (y tengo) una familia maravillosa, siempre me sentía insatisfecha.

Hacia los 15 o 16 años empecé a ponerlas por escrito; la mayoría eran historias fantásticas que tenían que ver con romper las barreras del tiempo y el espacio, no con temas estrictamente de mujeres, o de mi ser mujer. Creo que en ese momento no tenía muy introyectada la idea de que esto significara en algún modo una condición especial.

Crecí, me enamoré del teatro, me rechazaron, llegué al periodismo y este se convirtió en mi tabla de salvación. Y luego, al empezar la vida laboral, y después, al convertirme en madre de una niña, comencé a escribir sobre las cosas que me preocupaban: cómo compaginar la maternidad con la vida laboral, cómo decirle a mi hija que vive en una época y en un país particularmente peligrosos para las mujeres, y más aún, para las menores de edad, cómo muchas mujeres han salido adelante en circunstancias de violencia, discriminación o inequidad, negándose a quedarse en el papel de víctimas.

Hasta ahora sólo mi segundo libro, #yonomásdigo, es de ficción (aunque inspirado en mi hija), y de los dos proyectos que estoy desarrollando ahora son uno de no ficción y otro de ficción, pero tienen una cosa en común: son historias de cómo ser mujer, ahora, en este país bañado de sangre e inequidad, pero profundamente amado.

Recientemente ha publicado Territorio Lolita. Foto: Facebook

Ana Clavel, México

Ser escritora siempre ha significado para mí, por sobre todas las cosas, libertad creadora. Y así la he ejercido por más de treinta años y en más de diez libros publicados con temas transgresores pero, sobre todo, en los que la imaginación y la indagación en el deseo me permiten esa tarea de colocarme en los pies, en la cabeza, en el cuerpo y en la sensibilidad de otros. Es por eso que he llegado a decir a manera de juego, pero también como seña de identidad y responsabilidad con mi oficio: “Yo no soy mujer… soy escritora”. Creo fervientemente que uno de los pocos espacios de libertad íntima y auténtica, así como de ritualización del deseo, son la escritura y el arte. Y al menos a mí, en mi trabajo, me interesa hacerles lugar, a trasmano de estos tiempos neopuritanos, militancias y posiciones de corrección ortopédica y política. Una forma de ser mujer libre en México “sin morir en el intento”, precisamente ahora que la realidad encarna con brutal literalidad la sutileza y el placer de las metáforas y que las guillotinas de las redes sociales buscan erigirse en hidra moral.

Su poemario Eros una vez ganó el premio Mario Benedetti. Foto: facebook

Julia Santibáñez, México

Cuando me siento a escribir o cuando voy haciéndolo en mi cabeza (aunque no tenga una pantalla o un papel enfrente) nunca me planteo “soy escritora”, igual que no pienso “soy mexicana” o “soy mamá”. Esas condiciones las llevo entretejidas y forman parte de mi manera de habitar el mundo, sin que deba esforzarme por plasmarlas al crear. Ni me emociona ni me molesta que un lector piense, al tomar un libro mío, que está leyendo a una mujer. En ese sentido, igual que a un autor masculino no se le pregunta si hace “literatura para hombres”, quiero que mi trabajo sea “literatura”, sin mayor etiqueta.

Acaba de escribir la novela El otro Tom. Foto: Facebook

Laura Santullo, Uruguay

Creo que la identidad de una persona, y por lo tanto la identidad de un creador, de un escritor, se conforma por decenas de asuntos esenciales: tu historia personal y la historia colectiva a la que perteneces, tu nacionalidad, tu religión, tu ideología, tus miedos, tus fobias, y sí, también el género. Siendo así, no ubico el hecho de ser mujer como el asunto que me define como escritora, sino como uno entre varios hilos que atraviesan lo que hago y de manera bastante inconsciente debo decir. La idea de una “mirada femenina” o de una “literatura de mujeres” me resulta un tanto inquietante, porque implica una reducción y muchas veces oculta una visión condescendiente. A mi parecer las mujeres tanto como los hombres, cobijamos un universo inmenso de posibilidades en nuestras escrituras; ángeles y demonios, horrores y delicias, el arma asesina y un campo en flor. Creo que escribir es barajar los naipes completos de la experiencia humana, con la mayor libertad que te sea posible.

Verónica Ortiz acaba de publicar La niña en el jardín. Foto: Facebook

Verónica Ortiz, Ciudad de México

Vivo y escribo desde la complejidad de ser mujer. Si las formas culturales han sido masculinas, la profundidad de esas formas es femenina. Ahí adentro, desde los sentimientos y las emociones construyo mis razones para escribir.

Betina Keizman publicará este año Recurso de amparo, un policial. Foto: Especial

Betina Keizman, Argentina

¿Qué significa ser mujer escritora? El mundo de los escritores no se diferencia de otros ámbitos, también progresa bajo la atenta vigilancia de clanes de hombres poco dispuestos a deponer privilegios. Mientras tanto, en demasiadas latitudes seguimos peleando contra el acoso, los feminicidios, el derecho al aborto o, de modo más general, por recuperar la propiedad sobre nuestros cuerpos e ideas. Es terrible, sobre todo si no reconocemos que en esas luchas se juega algo positivo, una fuerza comunitaria que las voces negras declaran extinguidas porque, ya se sabe, esta es la época en que cada cual o cada cuala se ocupa de su propio ombligo. Pero también, ser mujer escritora es otorgarse un derecho amplio, librarse de la obligación de escribir el tema femenino, de hablar desde nosotras, de dar el punto de vista de la mujer. Podemos hacerlo, pero un derecho no es una imposición. En definitiva, mi deseo es que algún día esta pregunta resulte, no irrelevante, absurda, incluso incomprensible. ¿Qué significará ser hombre escritor? ¿O escritor chino? ¿O escritor diabético? ¿O escritora hermafrodita? ¿O escritor indígena? ¿O escritor oligarca? ¿Escritor mamífero o lagartija? ¿Escritor migrante? Me gustaría saberlo.

Publicó Lo que Facebook se llevó. Es directora de la revista Dorsia. Foto: Facebook

Alejandra Macchia, México

Para ser escritora (en México) se necesita una gran tolerancia a la frustración. Cuando comencé a escribir y después de publicar mi primer libro, me di cuenta que el mundillo literario sigue siendo un club de amigos. Un club bastante mezquino, por cierto. Creo que sólo abandonando las pretensiones de gloria se logra trabajar más genuinamente y sin tantos compromisos. Mi único compromiso al escribir es con los lectores y con mis personajes. Ya no escribo para que un editor “me haga el favor” de incluirme en el catálogo de una gran editorial. Escribo para comprobar que el mundo no es plano ni está sostenido por tortugas. Cuando escribo ficción es porque la realidad me parece abyecta. Leo para caer en los abismos más profundos; escribir me expulsa del vacío. A veces escribo más como escritor que como escritora, aunque realmente cuando me siento a escribir no pienso en mi sexo.

En 2016 publicó el poemario Fricciones. Foto: Facebook

Maricela Guerrero, México

¿Qué significa ser mujer escritora? En mi contexto significa muchas cosas: acordarme de que lo más tranquilo y liberador que le ha pasado a las mujeres de mi casa es aprender a leer y a escribir; que mis abuelas, mi madre, sus hermanas y mis primas, cada una a su manera, ha disentido sobre diversas expectativas acerca de ser mujer de clase trabajadora. En lo más personal, me ha significado hacer malabares entre ser madre de Eliseo y Sofía, tener un trabajo con un salario adecuado para cubrir mi sustento y la mitad del de mis hijos, compartir la vida literaria y amistosa con personas talentosas, compartir la vida amorosa con Yolanda, hacerme cargo de mis chipotes emocionales y escribir a escondidas en la oficina: esto último lo aprendí desde que la maestra Carmelita nos enseñó a leer y a escribir de contrabando en el kínder.

Ser mujer que escribe también es transformar el coraje de que nuestro trabajo sea invisibilizado o menorizado a veces, en acciones antisolemnes, como la #RopaSucia que armamos Paula Abramo, @paulicantropa, Sisi Rodríguez @pollitaconpapos y tu @papelcontante junto con muchas otras colegas que pusieron sobre el tendedero lo que significa ser mujer en un medio tan misógino, vertical, racista y clasista como el nuestro. También significa reconocer que las razones por las que una se cae de la cama emocional, laboral y profesional no son individuales sino que responden a condiciones sistemáticas contra las que disentimos en lo personal y en lo colectivo.

Es la organizadora del encuentro Enclave. Foto: Facebook

Rocío Cerón, México

Perspectivas. Creo que hay otras perspectivas desde la escritura de una autora. También implica un esfuerzo sostenido por no dejarse amilanar por una escena literaria muy machista y jerárquica. Y, ante todo, escribir siendo mujer implica también otras velocidades, otras formas de ver el mundo.

Es poeta y tiene una editorial en Mexicali, Pinos Alados. Foto: Facebook

Rosa Espinoza, México

Me siento privilegiada porque siempre he tenido la libertad de hacer lo que he querido, como escribir. Pero estoy consciente de que es, sin lugar a dudas, cuestión de suerte, porque reconozco que muchas mujeres no corren con esa misma fortuna. En ese sentido y en virtud de las ventajas que disfruto, mi voz debe aludir al compromiso que conlleva tener un espacio para ejercer el oficio. No digo que no haya dejado a un lado muchas cosas, como el tiempo para mis hijos, pero me siento afortunada y atesoro el lugar que tengo.

Acaba de publicar un compilado para Cal y Arena: Dejar huella. Foto: Especial

Anamari Gomís, México

Trato de reproducir un mundo, un mundo hecho de puras palabras, para intentar  comprender éste que vivimos en una mínima parte, como en la Caverna de Platón. No encuentro diferencias entre un escritor y una escritora. Tanto unos como otras nos enfrentamos a los mismos retos durante la escritura.

Es presidente del Pen México. Foto: Facebook

Magali Tercero, México

Tu pregunta es compleja y tiene muchas capas. A los 18 años me impuse el mandamiento de no ser cursi en la escritura. ¿De dónde pudo venir eso? Con cuatro amigos, todos hombres dos o tres años mayores que yo, hacíamos una revista literaria. Pero no, el temor no vino de ahí. ¿Quería acotar mis emociones? ¿Me disgustaban algunas lecturas universitarias? Seguí adelante y hacia 1995 la industria editorial mexicana creó un boom de mujeres escritoras. Entonces yo escribía el reportaje dominical para El País en su edición mexicana. Me sugirieron el tema y en una semana leí best-sellers hasta quedar empachada y prohibiéndome imitar ese tipo de escritura comercial.

Es curioso pues nunca me sentí como una mujer escritora. No, yo era y soy una persona que escribe. No recuerdo haber sido discriminada, quizá porque fui afortunada y caí en redacciones igualitarias. O sí lo fui y no me di cuenta. Tuve un jefe, qepd, que durante la primera semana de trabajo me dio los buenos días besando apenas mi boca. Dejó de hacerlo porque empecé a girarme velozmente para que su saludo desembocara en la parte izquierda de mi cabeza. Había algo cómico en aquel performance de su ego masculino. En fin, está visto que los blancos y negros no dominan la existencia: ese mismo señor respetó e impulsó consistentemente mi escritura.

¿Se escribe como hombre o como mujer? En 2010 hice un experimento de lectura durante un ciclo de literatura femenina. Cinco autoras compartíamos el estrado y decidí leer fragmentos de una crónica escrita por una personalidad del pequeño mundo de la crónica latinoamericana. Luego pregunté: ¿Quién escribe? ¿Un hombre o una mujer? Unas 25 personas, la mitad del público, atribuyeron el texto a un hombre. Los demás dijeron que era mujer. No he vuelto a jugar ese juego pero creo que muchos se sorprendieron cuando mencioné a Leila Guerriero.

¿Qué significa ser mujer escritora? No sé qué decir. Si hubiera igualdad real tal vez no habría necesidad de pensarlo o, por ejemplo, de organizar congresos de mujeres. Recuerdo haber dicho a la brillante psicoanalista María Celia Jáuregui, ya fallecida, que con frecuencia me sumergía en una especie de androginia mental al escribir, que mi lado racional emergía con fuerza y matizaba la emoción, lo cual me gustaba mucho. Ella mencionó dos palabras inglesas: sword (espada) y word (palabra) y terminó diciendo “Esgrimir la pluma es esgrimir la espada”. ¿O dijo empuñar? Aquella sesión me dejó muy alegre. Según Mircea Eliade, los pueblos primitivos encarnaban, al actuar ritualmente el mito de la androginia, la mayor de las potencias, el encuentro de los contrarios, un estado primordial de libertad. ¿Por qué no escribir de manera andrógina? La escritura lo quiere todo.

Es columnista del diario La Razón y trabaja en la revista UNAM. Foto: Facebook

Claudia Guillén, México

En mi caso el ejercicio de la escritura formó parte de mi cotidianidad desde que era niña. Tanto mi padre, como mis abuelos, fueron escritores lo que me llevó a vivir entre libros y conversaciones sobre literatura. Recuerdo, por ejemplo, que al ir a la escuela primaria cuando cada uno de mis compañeros contaban qué hacían sus padres yo tenía que explicar muchas veces que mi padre era escritor. No era un oficio tan importante, para aquellos niños que éramos, como ser ingeniero o abogado. Es decir, para mí ser escritora ha significado seguir una tradición que para mi familia era común pero que para otros era ajena.

Acaba de publicar la novela Jamás nadie. Foto: Facebook

Beatriz Rivas, México

Me cuesta trabajo esa definición de “mujer-escritora”. Soy mujer y me dedico a escribir. Probablemente es una de las profesiones en que ser mujer no es una desventaja. Al menos, yo nunca he sentido alguna injusticia hacia mí o hacia mi obra por el simple hecho de ser mujer. Escribo para superarme a mí misma, a mi libro anterior. No trato de competir con otros escritores, ni mujeres ni hombres. Intento que mis novelas sean de calidad literaria, trato de dar lo mejor de mí misma en cada párrafo… y supongo que haría lo mismo si fuera hombre. Tal vez mi condición de mujer en lo que se refleja no es en cómo digo las cosas (la forma) sino en los personajes a los que he elegido: casi todos mujeres. Mujeres fuertes, independientes, libres, luchadoras, inteligentes. Mujeres que han aportado algo al mundo, a la historia. Mujeres que han abierto caminos. Mujeres a las que admiro. Pero también tengo otras novelas, otros personajes, otros temas.

Publicó Las noches habitadas. Foto: Facebook

Alma Delia Murillo, México

Ser mujer y escritora significa lo mismo que ser hombre y escritor, con la diferencia de que nosotras debemos correr un maratón completo cuando ellos corren sólo la mitad para al final coronarnos con la misma euforia, la misma deshidratación y un flamante medallero de demonios personales. Nocierto sícierto. Sí es cierto.

Recientemente ha publicado el cuento infantil Rodrigo y el gran elefante. Foto: Facebook

Magali Velasco, México

Es un oficio de equilibrista. Rosa Montero en su libro La loca de la casa escribió que cómo le gustaría estar casada con otra mujer para gozar de los beneficios del escritor a quien no se le perturba con lo cotidiano. A mí me cuesta mucho ser escritora, me siento a veces como Le Pendu, ese personaje del Tarot que simboliza la suspensión entre el cielo y la tierra, la incapacidad de hacer las cosas por las mismas cosas de la vida. Una escritora debe luchar no sólo contra su propio proceso creativo, debe luchar contra todo aquello que no le permite entrar y encerrarse en su habitación propia. Si decidió ser madre, si decidió o no tuvo opción de ganarse la vida en tal o cual trabajo, si de ella dependen más familiares económica y emocionalmente, si está o no con pareja, si tiene libertad de movimiento para promocionar su trabajo… la escritora, estoy convencida, lucha más que un escritor y no es cuestión de talento, es una cuestión de desigualdad de roles de género. Sé de mujeres que abandonaron no la escritura, sino todo el proceso y la energía que implica publicar porque se vieron obligadas a atender otros aspectos personales que las demandaron. Esto, rara vez, ocurre con los hombres. Como directora de una Feria Internacional del Libro, constaté en cada año de elaboración del programa, lo difícil que es para una escritora viajar y presentar su libro. Habrá hijos, nietos, cuestiones laborales, algún padre enfermo que no les permite moverse. Por otro lado, se suma el tema del prejuicio. Jamás olvidaré una conversación hace unos años en una comida en la FIL de Guadalajara: un alto mando de Tusquets España diciendo que Tusquets México se había excedido publicando a mujeres y que qué bueno que eso ya iba a terminarse. He sido testigo de curadurías de encuentros o festivales literarios donde “procuran” cubrir cuota de género, una manera irrespetuosa de entender la equidad. Mi respeto y reconocimiento siempre a todas mis colegas.

Recientemente ha publicado la novela Fuego 20. Foto: Facebook

Ana García Bergua, México

Yo quisiera que ser mujer escritora significara lo mismo que ser hombre escritor o caballo o leona escritora, es decir, que lo importante fuera lo escrito y no el género de quien lo escribe. Eso es lo que siempre he pensado, tanto en la época en que ser escritora podía ser una desventaja como ahora en que se nos lee muchas veces para apoyar nuestras luchas. A mí lo que me interesa es la literatura y creo que eso trasciende los géneros, las épocas y otras cosas.

Pronto publicará su novela Miedo. Foto: Facebook

Sandra Lorenzano, Argentina

Pensar en ser mujer escritora me remite a dos cosas básicamente, me parece. La que más me interesa no es en este momento de mi vida ni la relación con el mercado ni la relación con otros colegas que no son mujeres escritoras. Lo que más me interesa me lleva a una reflexión que retoma una frase clásica de Simone de Beauvoir: La mujer no nace, se hace.

La escritora no nace, se hace.

¿Qué significa esto?

Significa muchas cosas que también tienen que ver con lo dado, lo biológico, con lo cultural. La reflexión de Simone de Beauvoir tiene que ver con lo cultural, evidentemente. No importa si venimos en un cuerpo femenino, la construcción de ser mujer es eso, una construcción. Una construcción social y cultural.

Algo similar sucede con el ser escritora. Cuando una asume la palabra literaria como parte de la propia búsqueda, hay también una decisión y una construcción.

Para mí, en ambos casos y a esta altura de la vida, creo que la respuesta a esas dos preguntas que no son sino una, a esa construcción que no es sino una, pasa por un proceso de introspección absoluto y de búsqueda de la propia voz.

Cuando digo voz, digo también cuerpo. Digo también piel. Digo deseo. Compañía. Erotismo.

La reflexión tiene que ir más allá del canon femenino, tiene que ver de esta introspección que para mí pasa por un proceso de escucha interior, de reconocer el propio deseo y en mi caso el deseo de escritura poética en el sentido más profundo del término, esa poesía que sale con tu propia sangre, con tus entrañas, con esa voz de la que hablamos, es inseparable de mi propio deseo vinculado a la sexualidad.

El deseo es un devenir.

Ser mujer también es un devenir.

Recientemente ha publicado la novela El sello de la libélula. Foto: Facebook

Kyra Galván, México

Para mí, ser escritora y mujer, significa, primero, un placer poder dedicarme a lo que me apasiona desde hace muchos años: ser artesana de la palabra.

Pero, por supuesto, también implica un honor y una responsabilidad. Un honor seguir la brecha que en el pasado abrieron extraordinarias y valientes mujeres como Mary Wollstonecraft, George Sand, Mary Shelley, Virginia Wolf, Sylvia Plath, Rosario Castellanos y Elena Garro, solo por citar algunas.

Una responsabilidad  porque es importante honrar el coraje y la lucha y la calidad que lograron tantas mujeres antes que nosotros en tiempos aún más oscuros que éstos.

Y debo decir, por último,  que continúa siendo un reto el ser mujer-escritora en una sociedad patriarcal que se empeña en despreciar e invisibilizar el trabajo de las mujeres dando por hecho, en primera instancia, que es inferior al de los varones.

Recientemente publicó La mano que mece el silencio. Foto: Facebook

Rose Mary Salum, México

Ser mujer escritora significa lo mismo que ser hombre escritor. Las ideas, la creatividad, la inspiración provienen de las mismas fuentes. El trabajo, las revisiones y el nivel último del texto será igual siempre y cuando la dedicación necesaria  sea la misma. Quizá lo diferente sean nuestros prejuicios y cómo los enfrentamos.  Ni el talento se adquiere por tener a un hombre al lado, ni de ellos dependen nuestros logros. Todo es cuestión de enfoques y cada uno tendremos que ajustarlos para sacudirnos estas ideas preeexistentes y tan reforzadas en ambos niveles: el personal y el internacional … aunque eso se tenga que traducirse en resistencia.

COLUMNISTA INVITADA | Leer a Élmer Mendoza: “Pues sí, ni modo que qué”, de Magalí Mendoza

sábado, noviembre 4th, 2017

La estudiosa y escritora Magali Velasco fue una de las elegidas para homenajear a Élmer Mendoza. Este texto fue leído el jueves 19 de octubre en la entrega a la Medalla al Mérito a Élmer Mendoza , en el marco del Encuentro Internacional de Escritores Literatura en el Bravo, Ciudad Juárez, Chihuahua.

Por Magali Velasco Vargas

Ciudad de México, 4 de noviembre (SinEmbargo).- 1.- Canon y tradición: Referencia obligada es la polémica Parra-Lemus para emprender la discusión de la literatura del norte; tan es así, que hasta en Wikipedia existe la entrada “Literatura del narco” y la única referencia crítica es el debate de Eduardo Antonio Parra y Rafael Lemus en torno a la novela Balas de plata de Elmer Mendoza, primera novela de la saga del Zurdo Mendieta, merecedora del Premio Tusquets en 2007.

Las publicaciones de Parra-Lemus en Letras Libres ocurrieron en 2005, un año antes de la entrada del Calderonismo. Y desde esa fecha Parra no dejó de escribir y entre sus ideas fijas de narrador, por supuesto que no soltó la espina; en 2015 publicó Norte. Una antología, editada por ERA, el Fondo Editorial de Nuevo León y la Universidad Autónoma de Sinaloa. En el prólogo Parra afinó y condensó lo escrito diez años atrás y, presumo, lo repetido verbalmente en intensas discusiones alcohol de por medio, como es de gente bien: no, la literatura escrita en el norte de México no es un accidente comercial ni una casualidad histórica. Responde a una tradición y se inscribe en la nacional: “…la narrativa norteña forma parte de una tradición sustentada en una genealogía de autores que, por lo menos desde los albores del siglo XX, reflejan en sus relatos no sólo las obsesiones literarias personales que han dado forma y contenido a sus obras, sino también a las características de su ser norteño, adquiridas desde la infancia y la adolescencia, que pueden advertirse en ciertos giros del lenguaje, en las alusiones al entorno o en el carácter de los personajes”

No importa aquí discutir sobre los nombres que Parra incluyó, menos los que dejó fuera (como en cualquier antología), lo que me interesa destacar es que el autor dejó claro algo trascendental que desde la academia no había encontrado consenso: la línea de continuidad estética y temática trazada con carbón desde Martín Luis Guzmán y Nelly Campobello, por ejemplo, hasta narradores actuales de esta geografía fragmentada como Élmer Mendoza y posteriores generaciones. La literatura escrita en la zona geográfica entendida como el Norte del país es una sinapsis de idiolectos y formas de escritura. La crítica miope se quedará con el bloque sólido de la literatura del norte, sin dilucidar las divergencias entre una y otra zona cultural (fronteras de Tijuana y Ciudad Juárez, por ejemplo), así como la conexión con otros escenarios literarios.

2.- Poéticas y lenguajes: El 11 de agosto de 2011 la Academia Mexicana de la Lengua eligió a Élmer Mendoza como académico correspondiente a Culiacán, Sinaloa. Reconocieron en el autor el uso particular de formas lingüísticas características de la región, reconocieron su labor como catedrático y promotor de la literatura. ¿Qué es lo que en realidad se estaba reconociendo? El derecho a la diversidad, el derecho a las poéticas divergentes de los centros hegemónicos. Un derecho ganado desde Juan Rulfo cuando fue señalado por academicistas o tarados como un “escritor que no sabía escribir” y por muchos más, como un genio de la literatura mexicana e hispanoamericana.

3.- Un proyecto literario: Tengo un profundo respeto por los proyectos literarios de los escritores. Como estudiosa de literatura y escritora también, me importa y atrae la forma en que un autor va construyendo su proyecto en cada publicación al tiempo que se deconstruye él mismo. Élmer Mendoza es autor de varios volúmenes de cuentos: Mucho que reconocer (1979), Quiero contar las huellas de una tarde en la arena (1985), Cuentos para militantes conversos (1987), Trancapalanca (1989), El amor es un perro sin dueño (1991), Firmado con un klínex (2009) y de dos crónicas sobre el narcotráfico, Cada respiro que tomas (1991) y Buenos muchachos (1995). Publica en 1999 su primera novela Un asesino solitario (1999/2001), y en ese entonces tiene 50 años y lo que sigue son los éxitos de El amante de Janis Joplin (2001), que obtuvo el XVII Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares. Otras de sus novelas son Efecto Tequila (2004), finalista en 2005 del Premio Dashiell Hammett, y Cóbraselo Caro (2005), Balas de plata, de la que los jurados elogiaron “la rabiosa modernidad en el uso del lenguaje, en la estructura narrativa hermanada con los últimos lenguajes televisivos, y en el ritmo endiablado que, como la mejor novela clásica, no da tregua al lector hasta su desenlace”.

En 2010 publicó La prueba del ácido continuando con la zaga del Édgar El Zurdo Mendieta, y siguió Nombre de perro (2012), El misterio de la orquídea Calavera (2014) Besar al detective (2016) y hace un rato, en la comida conocí la nueva del 2017: Asesinato en el parque Sinaloa.

¿Qué es lo que tenemos? Un mandala literario tejido con voces de personajes que entran y salen de sus libros, una cartografía de imaginarios colectivos y de seres marginados. La literatura de Elmer Mendoza es como un país: tiene su propia lengua, su propia identidad, ocupa un espacio, y sus lectores somos sus habitantes.

4.- Literatura sin epítetos (cuando se puede): Le han llamado el padre de la “narcoliteratura”, la crítica y en particular la mexicana, gusta mucho de crear parentescos y sacarle hijos genéricos a todos los escritores para luego guardarlos en cajoncitos. Me gustaría recordar la novela Los de debajo de Mariano Azuela, escrita en pleno campo de guerra de la Revolución, fue publicada por entregas en 1915 en el diario “El Paso del Norte” y la segunda edición, la que conocemos, se edita en 1920. The underdogs, como fue traducida al inglés, es reconocida por el gremio literario como una novela que reflejaba la bravura de los mexicanos y el sinsentido de su revolución. Aún no se le encasillaba como novela de la revolución, esto ocurre hasta los años 60 gracias al trabajo académico de Antonio Castro Leal. Hay un hilo de Ariadna que estrecha Los de abajo con “los de arriba” de La Sombra del Caudillo de Martín Luis Guzmán, con estilos diferentes, ambos autores cazan esa realidad nacional desencantada, traidora y corrupta. Esta línea en el tiempo literario hilvana otros discursos que nacen, algunos, del respiro del testimonio, pero que van consolidando un género negro mexicano, un género que nace de las violencias refinadas del siglo XX. En el centro de este nuevo canon, El complot mongol de Rafael Bernal publicada en 1969, nos regala a Filiberto García, el pinche detective que sufre el ocaso de la era de los hombres con huevos a los hombres con títulos de licenciados. Entre Macías de Los de abajo, García de El complot y el Zurdo Mendieta, hay un río subterráneo que da cuenta de la necesidad del escritor por transfundir sangre del lenguaje a sus páginas. “La bola” en Los de abajo son en La sombra del caudillo “la tropa democrática” y luego “los acarreados” en Un asesino solitario. Sus narradores transpiran con esa masa amorfa, hay un pulso y palpita.

Un día escuché a Elmer Mendoza decir que los escritores del norte eran quienes estaban registrando en sus ficciones la historia contemporánea de México. No puedo estar más de acuerdo. El 11 de diciembre de 2006 Felipe Calderón anunció el inicia de la “Guerra contra el narcotráfico”. Existen registros de que esta declaración violó el artículo 49 de la Constitución Mexicana, en tanto que los Poderes de la Federación, Legislativo, Ejecutivo y Judicial, no podrán reunirse en una sola persona o corporación, ni depositarse el Legislativo en un individuo. A pesar de que Calderón negó esta declaración de guerra, los medios de comunicación sí registraron la repetida utilización del término. En entrevista para la BBC, en 2016 Juan Villoro declaró a propósito del cumplimiento de una década del desastre: “México se ha convertido en una gigante necrópolis […] El Estado ha perdido total soberanía, la desigualdad social ha aumentado, el consumo de drogas no ha bajado. Entonces ha sido un fracaso total porque se ha entendido que para combatir el problema del narcotráfico la única solución es militar y a lo único que se ha llegado, a mi parecer, es a la comprobación de que toda bala es una bala perdida”.

A más de una década, ¿qué lenguajes de esta necrópolis se desprenden? ¿Qué nuevos léxicos e imágenes se constituyeron? Para mí, los colgados, descabezados, narcomantas etc., estas fueron las primeras necronarrativas, aquellos signos organizados en un sistema de representación que involucró también el elemento del rito y los movimientos de “intensidad típica”, es decir, desde la etología (ciencia que estudia el comportamiento humano y animal), los gestos que hacen los animales cuando cortejan o amenazan a otros de su especie o no. Nos volvimos receptores de estos mensajes, y, eventualmente, también emisores al ser la llamada “(sub)cultura de la violencia” un canal vivo por el que transitamos.

Entiendo por necronarrativa al ejercicio discursivo periodístico, testimonial de memoria histórica, artísticos y también el de ficción que aborda –alegórica, metafórica, retórica y/o literalmente- los eventos de miedo, dolor y muerte en la escena nacional en el marco de la “Guerra contra el Narco” (2006), sus paradigmas, su colateralidad en el dolor de los cuerpos, el duelo, los desaparecidos, los desplazados y los que quedan vivos, así como sus repercusiones arquetípicas en la cultura y las artes. Los espacios discursivos en México fueron habitados por necronarrativas y un lenguaje necesario para la preservación de la memoria. Las necronarrativas rescatan la memoria colectiva y la memoria traumatizada. La saga del Zurdo Mendieta narra desde su trinchera las historias de un colectivo que no deben ser olvidadas.

5.- Quinta razón que es un poder: leer a Élmer Mendoza porque es necesario, porque sí, como dijo Jorge Macías, el Europeo, “pues sí, ni modo que qué”.

COLUMNISTA INVITADA | “Un aria para Sergio Pitol”, de Magalí Velasco

sábado, julio 1st, 2017

La última vez que vi a Sergio Pitol en la calle fue en la primavera de 2016, en compañía de Margot Glanz y Mario Bellatin. Fue uno de esos encuentros fantásticos –definiendo el término al estilo Roger Caillois como un evento que irrumpe y trastoca la realidad-. Sobre la calle 5 de mayo, del pueblo cafetalero de Coatepec, me acerqué a darle un abrazo y surgió la imagen fresca de la veces en que Sergio pasaba a saludarnos a “Caballito azul”, la pequeña librería que en esa misma vía, César Silva y yo manteníamos.

Por Magalí Velasco

Ciudad de México, 1 de julio (SinEmbargo).- Terminó 2016 y yo preguntaba por aquí y por allá sobre la salud de Sergio y las dos hospitalizaciones que sufrió; las respuestas que recibí fueron que no se le permitían las visitas, que era complicado acercarse y que, incluso, no abrían la puerta de su casa.

Desde enero de este año 2017, la pintora y entrañable amiga de Pitol, Leticia Tarragó, deseaba visitarlo; sin embargo, con el panorama que le dibujé, también desistió.

Una mañana de junio, mientras conducía mi auto, quise escuchar “La Reina de la noche”, de Mozart, adoro esta aria y más desde que un día, en voz de mi amiga soprano Cynthia Toscano, el techo de madera de mi casa vibró al igual que todos los que previamente le habíamos rogado para que cantara.

Aquella mañana de junio, dentro de mi auto y con ópera a todo volumen, pensé que no sabía nada en absoluto de este arte y que lo poquito que sé se lo debo a la literatura de Sergio Pitol y a mi amiga, la soprano. Pensé también en lo triste que me resultaba no ver más a mi maestro, no poder expresarle cuánto lo extraño y cuánto lo aprecio. Entonces vino la idea de, cual enamorado, ir a hasta el quicio de su casa y ofrecerle una “diurnata” de opera.

De inmediato le llamé a Mario Muñoz, me importaba su opinión, le encantó la idea y me recordó que un par de años atrás Alfonso Colorado organizó un petit concierto en la casa del escritor, cuando aún podían reunirse los famosos sábados de ópera. El plan creció y sumó a otras personas que al igual que yo, deseaban darle un abrazo a través de la voz y la música, principalmente, de Mozart, su favorito.

Sergio Pitol, un hombre que se dedicó a escribir y a leer. Foto: Leticia Tarragó

Hace un año, exactamente, murió mi abuela. Ahí estuvimos, mi madre y yo, sosteniendo su mano hasta el último estertor. La madrugada de su fallecimiento me quedó claro que nadie debe irse solo y este acompañamiento hacia el umbral puede abarcar años, meses y días. Con todo el ánimo, Rodolfo Mendoza, Nidia Vincent, Bety Corral, Mercedes Lozano, Alfonso Colorado, Leticia Mora, Mario Muñoz, Agustín del Moral y otros amigos con quien nos une la literatura y el cariño a Sergio, me instaron a contactar a la tutora del DIF y solicitar su anuencia y la de la familia para llevarle música a Sergio.

Hoy sábado 1 de julio, con todo y la tupida lluvia, a las 13:00 hrs. un grupo reducido pero significativo, llegamos a la casa del maestro. Toqué, me recibió otra sobrina Pitol y la Dra. Eos López Romero, me explicaron amablemente que por la salud y edad del maestro ver gente o recibir emociones –alegres o no- lo exaltaban y no era pertinente.

Les comuniqué que la idea original era permanecer todos afuera de la casa, respetar el símbolo de la serenata porque no queríamos invadir y porque entendíamos perfectamente lo que significa para alguien mayor tener impresiones fuertes. La idea original era que las notas llegaran a él, así, sin más, como sus palabras e ideas llegaron a nosotros.

Sin embargo, por cuestiones del clima, solicité que únicamente los músicos entraran a la sala. Me fue permitido subir a sus recámara y saludarlo. Veinte años atrás había estado en ese estudio amplio y acogedor a la vez, una tarde en que mi maestro me recibió con sonrisa y café y paciencia para que le dejara el engargolado de mis primeros cuentos.

Hoy, Sergio estaba sentado en un reposet, con una frazada en las piernas y una fina bufanda gris al cuello, despierto, alerta. Le dije quién era, que lo quería mucho, que me alegraba de verlo, y él sólo me miró con esa expresión que lo acompañaba desde hace algunos años. Laura Demeneghi me pidió que Leticia Tarragó acompañara a su tío durante el concierto y que comunicara que cualquiera podía visitarlo otro día, agendando la cita, de uno en uno y registrándose en el cuaderno que permanece a la entrada de la casa. Hicieron pasar al pianista y a los cantantes y al final terminamos todos dentro de la sala, llovía a cántaros.

La pintora Tarragó estuvo junto a su amigo y otrora vecino, los treinta minutos que duró el regalo. El concierto comenzó: las mezzosopranos Gabriela Beltrán y Marcela Vargas, el barítono Mariano Fernández y la soprano Cynthia Toscano, interpretaron arias de diversas ópera de Mozart entre ellas, Le Nozze di Figaro. La casa vibraba y estaba segura de que esas notas llegaron directo al cuerpo y al alma de nuestro querido maestro. La última aria, “La reina de la noche”, perteneciente a la Flauta Mágica de Mozart, la cantó Toscano y entonces sí, varios no aguantamos la emoción que creció cuando Leticia Tarragó, al salir de la casa, nos contó que ella en todo momento le sujetó la mano, que su amigo estaba tranquilo, luego dormitó un poco, “y es que Sergio siempre se quedaba dormido en todos los conciertos, así era”, dijo Leti, pero que cuando “La reina de la noche” estremeció las estructuras de todo y de todos, Pitol abrió los ojos y sonrió con esa sonrisa con la que será recordado.

Sergio Pitol, Premio Cervantes 2005. Foto: Leticia Tarragó

Abrazos, gracias, besos, fotos y videos, por unos instantes la casa permaneció abierta, las ventanas abiertas; por unos instantes creímos que nuestra presencia, energía, vibra, llámese como se guste llamar, de alguna manera quedaría en su hogar y lo reconfortaría.

Un hombre que vivió para leer y que los libros lo hicieron escritor. Un hombre que honró el arte, lo bello, el valor de la amistad, el valor de la inteligencia. No hay nada que podamos hacer frente a la ley de la vida, la vela se extingue pero la luz permanecerá. En una de las paredes de la “Caballito azul”, yo pegué la frase que me es de las más entrañables de Sergio Pitol:

“Uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”.

PD: Acabo de recibir un correo electrónico de parte de la tutora del DIF Dra. Eon López y de parte también de la familia, para agradecer el gesto a todos los que estuvimos y para comunicar que la casa está abierta para recibir nuevas propuestas que nazcan del corazón en beneficio de Don Sergio.

Con la Feria del Libro Universitario, la Universidad Veracruzana defiende su “derecho de casa”

sábado, abril 23rd, 2016
La FILU en Xalapa, a pesar de todo, con el entusiasmo de siempre. Foto: Especial

La FILU en Xalapa, a pesar de todo, con el entusiasmo de siempre. Foto: Especial

Del 22 de abril al 1 de mayo en Xalapa. Más de 230 actividades integran el programa de la XXIII Feria Internacional del Libro Universitario. El país invitado será Francia y participarán más de 500 sellos editoriales

Ciudad de México, 23 de abril (SinEmbargo).- Hacia el siglo XVI, Antonio de Nebrija definió el término “espacio” como intervalos iguales en una longitud finita. Esta concepción se relaciona con el andar, ese ir y venir paso a paso en los lugares y también, a través del tiempo. El locus es el lugar en que está alguna cosa, que contiene en sí otra cosa. La Universidad es un locus que conserva una herencia cultural, saberes y valores que transmite y amplifica. Dice Edgar Morin, que la Universidad tiene una función trans-secular porque a través del presente van del pasado al futuro y una misión transnacional, que obliga a integrar otros horizontes culturales.

La Universidad Veracruzana, hoy más que en cualquiera de sus años de historia, defiende  su autonomía y su derecho de casa, es decir, defiende el valor humano y universal al espacio de la educación pública y de calidad.

La FILU tiene la encomienda de abonar y refrendar estas ideas al consolidarse, en cada emisión, como una cartografía de feliz encuentro entre lectores, autores, libros y editores; el objetivo, allende a los procesos mercantiles en la industria del libro, propone cruces y encuentros entre seres humanos y sus producciones científicas, humanísticas y artísticas.

Con estas palabras, la escritora y docente universitaria Magali Velasco, da inicio a la Feria del Libro Universitario (FILU), que en su natal Xalapa se llevará a cabo entre el 22 de abril al 1 de mayo y que en esta edición tiene el sabor de la reivindicación de la cultura, luego de que en febrero pasado la Universidad Veracruzana demandara al Gobernador Javier Duarte, para reclamar la entrega de dos mil 76 millones de pesos, correspondientes a un rezago acumulado que representa casi 50% de su presupuesto para 2015, y violaciones al derecho humano de acceso a la educación, al reducir su presupuesto para este 2016 en casi 7% con respecto al asignado el año anterior.

“Celebramos la XXIII  emisión y Francia es nuestro país invitado.  En colaboración con la Alianza Francesa y la Embajada de Francia en México, el público y visitantes asiduos a la Feria, tendrán la oportunidad de escuchar y convivir con intelectuales y poetas galos, quienes en su mayoría han establecido contacto cultural con México y en particular, con Veracruz. Como en años anteriores, la FILU será foro de presentaciones de novedades editoriales y de mesas de discusión”, explica Velasco.

Presentación del programa de la FILU en Bellas Artes. Foto: Secretaría de Cultura

Presentación del programa de la FILU en Bellas Artes. Foto: Secretaría de Cultura

“Dando continuidad a la reflexión en torno a los problemas socioculturales contemporáneos, el Foro Académico 2016 se centrará en el tema. “Diálogos por la paz” que se llevará a cabo del 25 al 27 de abril. En el marco del mismo se hará entrega a la Medalla al Mérito Universidad Veracruzana al historiador franco-mexicano Jean Meyer Barth, a Fr. Raúl Vera Obispo, de la diócesis de Saltillo, y al grupo de mujeres veracruzanas Las Patronas”, comenta.

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“Diálogos por la paz será el espacio idóneo para revisar éticamente  la importancia de las organizaciones civiles y los productos de investigaciones académicas en pro de los derechos humanos y de impacto en una comunidad”, agrega.

UN PROGRAMA EXTENSO

Conferencias, mesas redondas, lecturas dramatizadas, homenajes, proyecciones de películas y documentales; talleres, ventas nocturnas, un foro académico y presentaciones de libros y artísticas, integran las 231 actividades del programa de la XXIII Feria Internacional del Libro Universitario (FILU).

La feria fue inaugurada este viernes en la nueva sede sita en el Complejo Deportivo Omega, ubicado en el centro de Xalapa.

La FILU contará con la presencia de más de 500 sellos editoriales y la participación de diversos escritores, entre ellos: Élmer Mendoza, Enrique Márquez, Vicente Alfonso, Amparo Dávila, Eduardo Antonio Parra, Luis Jorge Boone, Antonio Ramos y Philippe Ollé.

En el marco de la feria también se realizará la FILU Niños, un espacio exclusivo para los pequeños, donde se realizarán 50 talleres enfocados en la ciencia y el arte e inspirados en la obra del escritor Julio Verne.

Se presentarán 30 títulos, entre ediciones y coediciones de la Universidad Veracruzana, así como una edición exclusiva de la serie de cuentos de Pedro Ángel Palou, Demonios en casa, así como la primera versión en español de La geometría de las variables, de Mamadou Mahmoud N’Dongo.

El foro académico Diálogos por la paz constituye, además, en el marco de la FILU, un llamado académico urgente para atender las cuestiones sobre la cultura de la paz, debido a la violencia que se ha vivido en el país y que ha existido en Veracruz.

En la FILU también se rendirá homenaje a Amparo Dávila, Michel Tournier, Eraclio Zepeda y Héctor Manjarrez por sus 70 años. Además se presentará el documental dirigido por Enrique Martínez, Noche en claro. Octavio Paz en París (1945-1951),

Se realizará la entrega del Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo a Alejandro Arteaga y Alfonso Nava por su obra Sick & McFarland, entre otras muchas actividades que podrás consultar en http://www.uv.mx/filu.

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