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Susan Crowley

31/08/2018 - 12:00 am

Los pastelazos del arte contemporáneo

El arte contemporáneo nació en tiempos difíciles. La suma de movimientos artísticos que fueron surgiendo a lo largo de la historia reciente y las distintas irrupciones individuales que lo han visto madurar, han tenido que lidiar con factores ajenos a su esencia. Hijo de la posmodernidad y de los fenómenos globalizantes, ha sostenido una parte importante de su narrativa a partir de la crisis que nos afecta a todos. El arte de hoy se ha sumado a la lucha en defensa del planeta  que vive uno de los más dolorosos conflictos de sobrevivencia en todos los sentidos, político, económico, social, ecológico. De todo ha pasado, lo único que no habíamos visto es una absurda discusión con pretensiones artísticas que culminara, por lo menos hasta ahora, en un pastelazo. Eso suena a una mala comedia de muy bajo presupuesto.

Regresamos al escándalo y sus consecuencias. Foto: Especial.

El arte contemporáneo nació en tiempos difíciles. La suma de movimientos artísticos que fueron surgiendo a lo largo de la historia reciente y las distintas irrupciones individuales que lo han visto madurar, han tenido que lidiar con factores ajenos a su esencia. Hijo de la posmodernidad y de los fenómenos globalizantes, ha sostenido una parte importante de su narrativa a partir de la crisis que nos afecta a todos. El arte de hoy se ha sumado a la lucha en defensa del planeta  que vive uno de los más dolorosos conflictos de sobrevivencia en todos los sentidos, político, económico, social, ecológico. De todo ha pasado, lo único que no habíamos visto es una absurda discusión con pretensiones artísticas que culminara, por lo menos hasta ahora, en un pastelazo. Eso suena a una mala comedia de muy bajo presupuesto.

Hagamos un poco de historia, del arte, obviamente. En tiempos remotos el artista apelaba como regulador y censor supremo a la iglesia; más adelante, los mecenas se convirtieron en impulsores al vestir de un lujoso renacimiento las casas y palacios de Europa. Posteriormente la Academia fue un motor y réferi sistemático, no importaba que tan rígido era el esquema, el artista fungía como universitario y le rendía pleitesía. A principios del siglo XX las vanguardias fueron liberadoras y al mismo tiempo se convirtieron en las nuevas dictadoras. Este período duró muy poco y dio paso a las dolorosas purgas de los sistemas totalitarios que imperaron en el continente y obligaron al artista a crear lo que el estado exigía. Pasados los tiempos de las grandes guerras y llegada la globalización, el arte sufrió un cambio radical. La urgencia de monetarizarse y ser parte de un sistema económico, obligó a que el arte se tasara en los mercados hasta convertirse en un comodity y entrar como una inversión segura al universo de los “casabolseros” y subastadores. Dime que es arte y yo me encargo de venderlo, ¡peligro!.

Quienes atesoraron al arte como “supremo” por su valor económico debían también resguardarlo. Lo primero fue la credibilidad que se logró asesorándose con especialistas, historiadores, críticos, y dealers. Quien hasta hace poco compraba acero e invertía en papeles a futuro, hoy por el doble de precio puede considerar una inversión segura los juguetitos de Koons o los animales en formol de Hirst. De más está recordar lo que este cambio afectó al arte anterior a los años sesenta, en especial a la pintura y la escultura tradicionales. Un montón de objetos se convirtieron en las estrellas, y de la mano de ellos, inició el escándalo generado por los medios masivos. Es imposible  creer que alguien invierta sumas millonarias en objetos que no lo valen. De esta forma el arte se volvió un tema popular y llegó más rápido a más personas.

Una de las características de las múltiples y diversas manifestaciones del siglo XX y XXI es su capacidad de romper con los límites entre arte y vida. El objet trouvé de Marcel Duchamp impuso una nueva lectura que sigue siendo un paradigma. Pero el tiempo le ha dado un lugar y en la mayoría de los museos, galerías y exhibiciones y colecciones del mundo ya no es raro encontrarlo como columna vertebral. El reciclaje genera una nueva estética a la que nos vamos acostumbrando. Basura, plásticos, fragmentos de objetos en desuso, materia orgánica, látex, fibra de vidrio, llantas, vidrios, telas, y todos los etcéteras por añadir, en general ruinas del mundo actual, que sin poder considerarse objetos antiguos desde una lectura estricta, permiten, por su rápida descomposición, un aura que los dota de cualidades. Reliquias contemporáneas, nos hablan de la velocidad con la que lo útil se vuelve inútil; el desecho ha ganado terreno hasta convertirse en un poderoso gesto artístico. Pero recordemos que los objetos ordinarios dentro del ámbito extraordinario del arte no es tan nuevo, hace poco el ready made, La Fuente, (el famoso urinario invertido), cumplió sus primeros cien años.

Antiguamente, los cánones y narrativas sumados a la pureza de los lenguajes, permitían que una obra hablara desde sí misma, su capacidad de representar con eficacia un relato que interesaba a quien la patrocinaba o la ansiaba le daba un valor. En la era conceptual todo cambió, la idea que se tuviera del objeto y la capacidad de ser teorizado se convirtieron en su principio y fundamento. Ambos son correctos porque no dejan de propiciar el conocimiento. Y es que, por más que se insista en que el arte es únicamente para que nos guste, con la ampliación de criterios y teorías, hoy sabemos que es una materia de aprendizaje. Hay una gran diferencia entre una obra efímera, que incluso puede estar hecha de basura y materia orgánica y lo desechable que puede ser tanto un objeto mediocre como una crítica mediocre.

Regresamos al escándalo y sus consecuencias. En nuestros días, el intercambio barato de discursos vacíos y la descategorización de los valores artísticos en aras de ganar una  tonta e insustancial discusión (basada en la forma no en el fondo), puede llegar a parecerse a una mala obra que pretende ser arte. Puede engañar a quien está más interesado en lo inmediato y en la comidilla social que en construir una verdadera teoría. ¡Pero ojo!, ni un discurso tautológico, ni un objeto pretensioso y sin contenido, tienen un verdadero sentido ya que disminuyen los valores trascendentales del arte. Ante una batahola de descalificaciones a manera de alegatos estridentes y baratos, el objeto artístico y quien genera la polémica pierden seriedad. A cualquiera que manifieste, por sus pistolas, que el arte contemporáneo es basura y lo exprese en cualquier medio, antes de molestarse en escucharlo o leerlo hay que pedirle que se dedique a participar en los espacios adecuados para los chismes insulsos y desechables y que no se ostente como especialista.

Si hoy se tilda de performance a una lamentable acción, seguida de una torpe discusión en un museo (¿cómo las instituciones se prestan a ello?), no es culpa de la “crítica”, a la que subieron al ring. Lo lamentable es que los que se dicen artistas, participen.

En resumen, al entorno del arte aún le faltaba una vuelta más de tuerca vinculada con el poder de los mercados y con los mass media. Es quizás uno de los periodos más peligrosos porque en él caben una serie de temas que cuestionan, incluso, los verdaderos valores: ¿Quién es el mejor artista?, ¿el que más vende? ¿el que aparece en las notas de escándalo en los periódicos?, ¿el mejor crítico es el que emite discursos altisonantes?, ¿un personaje ridículo en su forma de hablar, parodia de un crítico serio, es quien debe dictar los cánones del arte hoy?, ¿somos una especie de autómatas conducidos por el escarnio y la ignorancia?. ¿Quién sabe más, el que denuesta y exagera la retórica o quien, por años, ha investigado, estudiado y profundizado el fenómeno de la contemporaneidad?

El artista debe defender su creación ante cualquier critica siempre y cuando esta venga de un sistema de valores al mismo nivel, pero si se expone a rebajarse es porque intuye que no vale. En un descuido, su éxito está en manos de los blogueros de moda que sin pensar y llenos de tácticas mediáticas ganan fama todos los días. Los verdaderos historiadores, exegetas, y desde luego los artistas, han entregado su vida para crear, explorar y traducir el arte para todos nosotros. ¿Dónde los colocamos ahora?.

¿El supuesto performance del mes tendrá alguna trascendencia? Un pastel que vuela por los aires como un misil y se impacta en el cuerpo de quien tachó de basura al graffiti. ¿También es arte?, ¿un artista debe responder y ponerse al tú por tú con quien solo busca su lucimiento personal? Una crítica bien fundamentada hace crecer a un artista cuando tiene el coraje y la capacidad de atenderla. Una crítica mediocre debe ser inocua, pasar sin pena ni gloria por prescindible.

El arte contemporáneo debe seguir hasta sus últimas consecuencias, es la única manera de incidir en los otros discursos confusos y agotados. El artista no solo hace mejor al mundo, nosotros también lo enaltecemos al observar su obra y volverla nuestra. Somos cómplices de su misterio, ese mismo que nos lleva a entrar a un museo a ver un montón de piezas y de pronto fascinarnos con una en particular.

Claro, habrá quien dirá,  ante una obra que le resulte inexplicable, ¿Por qué demonios esta cosa cuesta tanto y está en un museo si cualquiera la podría hacer? Y habrá quien le explique que todo esto es una porquería y gesticulará con una falsa vehemencia. Pero nada de esto sustituirá la verdadera impronta del arte contemporáneo y menos por un pastelazo.

@suscrowley

www.susancrowley.mx.com

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.
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