Author image

Susan Crowley

29/03/2019 - 12:02 am

Cuando los dioses hablan

El majestuoso templo en forma de montaña, se dibuja poco a poco en el horizonte, su línea perfecta hace pensar en quienes lo crearon hace más de mil años.

El majestuoso templo en forma de montaña, se dibuja poco a poco en el horizonte, su línea perfecta hace pensar en quienes lo crearon hace más de mil años. Foto: Especial.

El amanecer en Angkor Wat se ha convertido en uno de los puntos obligados para turistas “chic”. ¡Hay que palomearlo! A las 4:40 de la mañana un montón de cámaras y iphones se preparan para retratar la silueta y hacerse la inevitable selfi “yo estuve ahí”, de una de las más impresionantes imágenes de la historia del arte. Vale la pena el madrugón, dicen todos.

El majestuoso templo en forma de montaña se dibuja poco a poco en el horizonte, su línea perfecta hace pensar en quienes lo crearon hace más de mil años. El poder del hombre en alianza con sus dioses encarnados en la piedra. En sus entrañas los relieves narran el Mahabarata, la creación del mundo, y el Ramayana, la historia de la lucha de dioses y hombres. Fundamento de la literatura hindú, el relato se teje en los muros con una belleza exultante. Ahí está Rama surcando los cielos montado en Garuda dispuesto a recuperar a su amada Sita, raptada por Ravana. Rama logra recuperar a su amada después de una lucha en la que intervienen monos, demonios, elefantes, búfalos, caballos y todo tipo de personajes mitológicos. Pero duda de ella; ante la sospecha, Sita decide arrojarse a las llamas. Es rescata por el dios del fuego. El final feliz de esta epopeya alcanza su clímax cuando Rama deviene el séptimo avatar de Visnú.

El rey Suryavarman II era la materialización de un dios. Por eso construyó Angkor Wat, quería ser anfitrión de sus iguales. La idea detrás de esta majestuosa construcción constituye quizá una de las más ambiciosas tareas emprendidas por los hombres: un edificio capaz de albergar y atrapar a los dioses para mantenerles al servicio del rey.

Ahí el soberano recibiría a Visnú y a sus múltiples avatares y a la esposa de éste Lakshmi; a su lado vería construirse cada día el universo. Sería una larga batalla que incluiría la destrucción; pero con cada amanecer el universo se restablecería gracias a su poder. El anochecer sería de caos y de guerra, el fuego no se apagaría nunca, iluminaría por siempre a los guerreros en lucha. Apenas despuntando el sol, el equilibrio y la permanencia se asegurarían en cada uno de los vanos y muros, en las salas y santuarios, en las torres y en los patios. En ese templo montaña, los dioses y los hombres mantendrían una conversación infinita, silenciosa. El silencio también tiene sus palabras, son pequeños signos, colores, texturas, ritmos; voces secretas entonadas por las piedras. Cantos dibujados en el espacio. Así hablan los dioses, en sigilosas síncopas que van conformando templos que trascienden los espacios, que hablan del tiempo para volverlo otro. Los restos que quedan son ecos, memoria de una eterna caída. Los dioses conocían su destino, lo temían, lo retrasaron hasta donde pudieron; pero un día, las fuerzas humanas decidieron derrotarlos. El hombre dejó de respetarlos, de erigir ciudades para ellos. Se alejó y engrandeció su poder debilitándolos, los exilió y nunca más los volvió a convocar.

Roberto Calasso habla de las  fuerza inescrutables, permanentes, más allá de las dudas y de la existencia misma, “esas cosas jamás ocurrieron pero existieron siempre”. En Angkor Wat, el tiempo se detuvo para recordarnos que sin nuestros dioses la existencia carece de sentido, si no creemos en nuestras deidades, si borramos a nuestros ancestros, estamos condenados a diluirnos en la mediocridad de lo inmediato. No se trata del culto a un ídolo, sino a la ambición de trascender, de ver y concebir más allá de nuestra pequeñez.

En medio del esplendor que insiste en sobrevivir a la destrucción, se descubre un templo construido por mujeres, ¿alguien había escuchado hablar de ello? Se trata de Banteay Srei, uno de los centros religiosos más bellos y elegantes, joya absoluta del arte clásico jemer. Oculto en medio de la misteriosa selva, de arenisca roja igual que el paisaje, está dedicado al dios Shiva. Comparado con Angkor Wat es de constitución menuda. En sus dinteles y frontones, llamados gopura se pueden apreciar las leyendas sagradas. Ahí está Shiva representado como un falo o Lingam, lo acompaña su esposa Lakshmi, diosa de la salud y la fortuna, e Indra guardián de todos los cielos. En cada rincón el Mahabharata acontece: príncipes y demonios pelean por el liquido sagrado de Shiva del cual, tarde o temprano brotarán las apsaras, hermosas deidades que se contorsionan en una danza eterna, mientras Rama y Sita, que han sobrepasado las adversidades contemplan la belleza del universo.

En medio del esplendor que insiste en sobrevivir a la destrucción, se descubre un templo construido por mujeres. Foto: Especial.

Era 1923 cuando un impetuoso joven francés, con ansias de coleccionista y sobretodo, con la idea de hacer el negocio de su vida, se lanzó a la aventura a estas tierras. Indochina ofrecía un almacén gigante de piezas arqueológicas de un valor incalculable; prácticamente nada tenía registro, todo estaba arrumbado y ya había sido víctima del saqueo por arqueólogos, vendedores y pillos. Los restos de los templos casi destruidos proveían a los connaisseurs de un catalogo imposible de comparar con nada más en el mundo. Después de extraer dos de los más importantes capiteles de Banteay Srei, este joven llamado André Malraux fue detenido y enviado a prisión en Phnom Phen, su condena, tres años. Tras mover todas sus influencias desde París, su esposa logró que la pena se conmutara a un año y a un pago de indemnización que les costó todo su patrimonio. El que sería más tarde el máximo pensador del arte, creador de El museo imaginario, referente para todos los que estudiamos historia del arte, convertido en un vándalo. Irónicamente, el pésimo comportamiento del historiador, teórico, novelista, que llegara a Ministro de cultura durante el Gobierno de Charles De Gaulle, llamó poderosamente la atención sobre lo valioso que era este templo y la urgencia de preservarlo. Penetrar sus recintos, explorar sus galerías, su asombrosa biblioteca, todo en magnifico estado permite darse una idea de cómo fue habitado. Lo más importante, en los detalles se nota la delicada mano femenina que facturó este encaje como una verdadera filigrana en piedra. Hoy, gracias a la intervención del Gobierno suizo, es uno de los mejor conservados, ha logrado persistir ahí, a pesar del abandono, de la guerra, incluso de la corrupción provocada por el actual Gobierno que lleva más de treinta años en el poder y cuyo líder procede de los Khmer Rouge.

Resulta paradójico que una tierra capaz de alumbrar una obra tan majestuosa fuera mil años más tarde el escenario de una atrocidad como la que desató el siniestro régimen de Pol Pot. Uno de los genocidios más espeluznantes de la historia del mundo, perpetrado en tan solo cuatro años por el Khmer Rouge y que acabó con la quinta parte de la población. La violencia de aquellos años persiste en las historias que se cuentan; no hay un ser humano en esta tierra que no haya sufrido en carne propia algún tipo de injusticia, de abuso de parte de un ejército conformado por su propia gente. Cada una de las víctimas espera cualquier silencio en la conversación para hablar del tema. Un padre, una madre, un tío, hermanos, todos padecieron el infierno en la tierra.

Pareciera que este ambiente cargado de memoria y de dolor, propició la huida de los dioses. Contrario al ciclo sagrado de la trimurti (tres formas), en el que Brahma, el que crea, Visnú, el que preserva y Shiva, el que destruye, constituye el equilibrio del universo, el ser humano anula cualquier posibilidad de renovación al arrasar con sus centros ceremoniales. La historia de Camboya es eso, el engendro de un mal que no se parece a nada más, el poder destructivo del hombre contra sus semejantes. Los Khmer Rouge quisieron arrancar de tajo cualquier posibilidad, las matanzas de intelectuales, maestros, artistas, monjes budistas, estudiantes e incluso recién nacidos que impedían su propósito de gobernar, son el ejemplo de la falta absoluta de piedad.

Pero en los templos ancestrales el silencio es un canto entonado por los inmortales que bailan al ritmo de sus risas e infinitos. Todo aquí está dispuesto para que el espíritu del pasado redima la triste condición histórica. Más allá de todo mal, el arte ha triunfado.

www.susancrowley.com.mx

@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.
en Sinembargo al Aire

Opinión

más leídas

más leídas