Artes de México

Erótica Náhuatl de Miguel León-Portilla, una invitación a su lectura

28/11/2021 - 12:00 am

En su libro más reciente, el gran maestro Miguel León-Portilla nos permite entrever el interior, no de la caja de Pandora, sino del arcón de Afrodita o, mejor dicho, de sus contrapartes Xochiquetzal y Tlazoltéotl pues, en el universo nahua, ese arcón tiene dos compartimentos, con dos sagradas patronas.

Por Mario Humberto Ruz

Ciudad de México, 28 de noviembre (SinEmbargo).- En una expresión tan poética como trágica, contundente y reveladora, asentaron los escribas mayas coloniales que nos legaron el Chilam Balam de Chumayel: “Castrar al sol, eso vinieron a hacer aquí los extranjeros”. Bien podría pensarse que, a resultas de tal castración, varias facetas del prisma cultural mesoamericano quedaron desde entonces eclipsadas, soterradas, y otras más hubieron de ocultarse en el arcón de las cotidianidades veladas. Sin duda una de tales facetas, entre las más importantes, fue la sensualidad y aquella relacionada con el erotismo.

En su libro más reciente, el gran maestro Miguel León-Portilla nos permite entrever el interior, no de la caja de Pandora, sino del arcón de Afrodita o, mejor dicho, de sus contrapartes Xochiquetzal y Tlazoltéotl pues, en el universo nahua, ese arcón tiene dos compartimentos, con dos sagradas patronas. Junto con Xochipilli, a la primera se le consideraba divinidad del amor y las flores, mientras que la segunda era tenida por diosa del placer sensual y la voluptuosidad. De allí que en tanto Xochiquetzal protegía a embarazadas y parteras, Tlazoltéotl acogía bajo su patronazgo a las tlatlamianime, las “alegradoras”, así como a quienes tenían relaciones sexuales ilícitas, actividades que por principio no estaban relacionadas con la fecundidad.

Este libro-baúl desparrama hojas de texto plagadas de juegos carnales y vanidades cuidadosamente elegidas. Foto: Artes de México

El arcón que abre este original y particularmente gozoso libro de don Miguel, cuyo texto se ofrece en versión bilingüe, nos permite atisbar en esas corolas abiertas de quienes se tornan dueños de la mitad de la noche, cuando llega Tlazoltéotl, como lo describe el espléndido fragmento del “Himno de Atamalcualoyan” que inicia declarando:
Flores es mi corazón, Xochitl noyolo
Flores es mi corazón: la corola está abierta,
Es dueño de la mitad de la noche.
Ya llegó nuestra madre, ya llegó Tlazoltéotl.
¿Acaso ya se tiende el príncipe joven
en la casa de la noche, en la casa de la noche?
El acostador, el acostador se acuesta:
ya con mi mano a la mujer hago dar vueltas,
ya soy el acostador (página106).

Y si nuestra madre Tlazoltéotl gusta de regalarnos con su visita a la mitad de la noche, no es la única hora para encontrarse con la también denominada Ixcuinan y Tlaelcuani, “Madre que se adueña del rostro” pues, como bien nos recuerda León-Portilla, recurriendo al Códice florentino, se le llamaba “devoradora de inmundicias”: “Dizque porque ante su rostro se decía, ante ella se contaba toda vanidad… todas las acciones de la carne, por muy espantosas que fueran, por muy depravadas, nada se escondía por vergüenza (…). Se decía que el polvo y la basura, las obras de la carne, Tlazoltéotl las provocaba, las encendía, Tlazoltéotl las fomentaba. Y solamente ella descargaba, ella purificaba, aliviaba; ella lavaba, bañaba, en sus manos estaban las aguas, las de color verde, las de color amarillo. Ante ella se conocía el corazón, ante su rostro se purificaba el corazón de la gente” (página 103).

El deseo no es sólo cosa de jóvenes. Foto: Artes de México

En este libro-baúl, que al abrirse desparrama hojas de texto plagadas de juegos carnales y vanidades cuidadosamente elegidas por el maestro, y sugerentes y muy atractivos grabados de Joel Rendón, figura la famosa historia del Tohuenyo: el dios hechicero Titlacahuan Tezcatlipoca quien, tras tomar “rostro y figura” de comerciante huasteco, se puso a vender chiles en el mercado de Tula, sin braguero, “andando nomás desnudo, colgándole la cosa”, “metiéndole el ansia” a la hija de Huémac —se apunta que la requerían muchos toltecas porque “estaba muy buena” — y, tras contemplarlo, ella cayó enferma, “como sintiéndose pobre del pájaro del Tohuenyo”. No sanaría hasta cohabitar con él —eso sí, previamente enviado a bañar, ungir, cortar el cabello y vestir. Habiéndolo hecho, “al momento sanó la mujer”.

De que el deseo no es sólo cosa de jóvenes, lo muestra otra historia; aquellas de las dos ancianas calificadas como libidinosas que, tras ser sorprendidas a punto de cometer adulterio con unos jovencitos, fueron interrogadas por Nezahualcóyotl (1402-1472) sobre si todavía deseaban “las cosas de la carne” como cuando eran jóvenes:

Señoras nuestras,
¿qué es lo que se oye?,
¿qué es lo que me hacen saber?
¿acaso todavía desean las cosas de la carne?
¿No están ya satisfechas,
estando como están? (página 93)
Respondieron que, a diferencia de los hombres ya viejos que “sienten desgana de la carne, porque los abandonó ya la potencia, se gastó todo de prisa y ya no queda nada”. Las mujeres jamás se cansaban porque “hay en nosotras como una cueva, un barranco. Sólo espera… porque su oficio es recibir” (página 95).

Este texto es sólo un fragmento del original, para leerlo en su versión completa, ingresa a la página Web de Artes de México www.artesdemexico.com

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