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Sandra Lorenzano

26/09/2021 - 12:03 am

Los sapos y el Mediterráneo

“Para estos jóvenes traductores, acercarse a la historia de los desaparecidos argentinos fue también un camino para pensar en sus propios desaparecidos, en aquellos de cuya tragedia escuchaban hablar diariamente aunque ignoraran sus nombres y sus rostros”.

Los sapos de la memoria circuló primero en fotocopias hechas por la propia Graciela antes de que apareciera la primera edición “verdadera” en la editorial Op Oloop”. Foto: Facebook @Graciela Bialet

Los amigos del barrio pueden desaparecer
Los cantores de radio pueden desaparecer
Los que están en los diarios pueden desaparecer
La persona que amas puede desaparecer
Los que están en el aire pueden desaparecer en el aire
Los que están en la calle pueden desaparecer en la calle
Los amigos del barrio pueden desaparecer
Pero los dinosaurios van a desaparecer

Charly García

Para Graciela, con su Agustín en el corazón.

Para Susanna y el hermoso Michi

Que un cartero “de verdad” llegue a la puerta de tu casa, en pleno 2021, para entregarte un libro dentro de un sobre que viene con tu nombre escrito a mano y estampillas de colores, es casi una escena de El túnel del tiempo. Si además los nombres impresos en la portada son de gente querida y admirada, la fiesta es completa. Yo sigo conservando rituales y emociones que parecen anacrónicos: la felicidad de tomar un libro, de olerlo, de asomarme a la contraportada antes de abrirlo y finalmente de sumergirme en él con la misma emoción con que seguía las aventuras del Príncipe Valiente o de Jo March, cuando tenía ocho años, o de Demian a los quince, trepada en las ramas del damasco de casa.

Y hoy la referencia a lo que leía en aquellos veranos no es casual, porque el paquete que me entrega el cartero llega del otro lado del océano y trae un libro escrito para esas edades, la de los chicxs no tan chicxs, y habla de historias que me resultan dolorosamente familiares. Esas historias que estaban sucediendo mientras yo, en plena adolescencia, ignoraba que vivía mi último verano en la casa y en la tierra en la que había crecido y que se estaba poblando de muerte.

El arte y la literatura son capaces de contar la historia de la humanidad, mejor que cualquier manual o enciclopedia. ¿Por qué? Porque lo hacen apelando a la sensibilidad, la empatía con los personajes, las diversas miradas de l@s lector@s.

Esta frase de Graciela Bialet a propósito de la dictadura cívico-militar argentina (1976-1983) me hace volver una vez más al tema de la memoria y, sobre todo, al tema de cómo transmitir esa memoria: la memoria del horror, de los centros clandestinos de detención, de la tortura. La memoria de nuestros 30 mil desaparecidos.

Los sapos de la memoria, publicada de manera “casera” por Graciela en 1995, fue uno de los primeros libros del país pensados para explicarles a las y los chicos lo que había sucedido durante la dictadura. Habían transcurrido ya casi veinte años del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 y las políticas de la memoria formaban parte de las conversaciones cotidianas, sobre todo en el ámbito educativo. Sin embargo, aún nadie había escrito ese libro sobre el tema que pudiera dialogar con quienes estaban en la adolescencia.

Y allí apareció Camilo Juárez, un chico de 17 años, que quería saber por qué sus padres no estaban, así simplemente: no estaban con él.  La información que le daban la abuela y el tío dejaba caer pedacitos de verdad, pero nunca la verdad completa, por miedo a que ésta lo lastimara. Si la verdad puede ser dolorosa -saber que tus padres fueron desaparecidos y asesinados por los militares que gobernaron tu país-, son igualmente dolorosas las medias palabras o el silencio que rodea a las víctimas. Pero ¿cómo se construye la propia identidad cuando los vacíos son tan abismales?

Para mí, lo de la abuela es casi un cuento: que a tu mamá y a tu papá se los llevaron los militares; a él lo detuvieron primero:

“Mi Ana fue secuestrada después y no se supo más de ella”, dice sacudiendo la cabeza con los ojos agrietados de lágrimas. Luego, puntual e infaltablemente, pregona desobedecidos reproches con tonada de sermón:

“Yo se los dije siempre… a los dos… pero… ¡Ay!, tu padre andaba metido en eso del sindicato”.

“¡Qué va!, todo fue culpa de la dictadura”. La respuesta a ninguna pregunta anuncia el final del tema incluyéndome como remate en la historia:

“Gracias a Dios alguien te trajo hasta la puerta de mi casa una siesta plagada de calor y llanto”, “¡eras tan chiquito!” y termina suspirando, me besa la frente y se va a saldar cualquier urgencia hogareña con una excusa, por lo general, de carácter gastronómico.

Lo del viejo se lo creo, pero a mamá ¡qué! ¿se la tragó la tierra?

Un profesor en la escuela les habla, entonces, del Nunca más, el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas que recoge la información sobre las personas desaparecidas, secuestradas y asesinadas durante el gobierno de facto. Allí Camilo encuentra el nombre de su madre. Ésa es la puerta que le permite conocer verdaderamente la historia de violencia que cercenó los sueños de toda una generación.

En páginas intercaladas, y en una tercera persona que dialogan con aquellas en las que es el propio Camilo el que habla, está la historia de amor de sus padres, Ana y Jorge, y están la militancia y las canciones de Charly García,  la cárcel y los centros clandestinos de detención, las manifestaciones y “los vuelos de la muerte”, los testimonios y la lucha luminosa de las Madres y las Abuelas. Allí está parte de nuestra vida, la vida de todo un país, y también la de quienes vivimos esa oscuridad desde un exilio que aún duele.

Los sapos de la memoria circuló primero en fotocopias hechas por la propia Graciela antes de que apareciera la primera edición “verdadera” en la editorial Op Oloop (más adelante lo publicaron Conaculta en México y CBediciones), y se volviera un libro fundamental en el trabajo sobre la transmisión de la memoria.

Hoy lleva más de 30 ediciones y reimpresiones, y más de 150 mil volúmenes en versión papel.  Muchas y muchos aprendieron en esas páginas aquello que el dolor, el miedo y el silencio no siempre les había permitido ver, aquello de lo que era “mejor no hablar”. Graciela Bialet creó un eslabón amoroso con el que las nuevas generaciones pudieron vincularse a las anteriores, pudieron entender sus luchas, sus anhelos, su fe en la utopía.

En 2015 decidió celebrar el aniversario número 20 del libro publicando la versión interactiva digital formada no sólo por la novela, sino por cantidad de imágenes, fotos, testimonios, canciones, enlaces de internet que hacen de Los sapos un festejo generoso. Fue un proyecto nacido con la complicidad de su hijo Agustín,

…lamentablemente Agustín no pudo terminar su labor, y yo quedé a cargo de decidir cómo seguir, con mis limitadas aptitudes informáticas, nuestro sueño de compartir este texto que siempre nos unió entrañablemente, más allá de nuestro vínculo materno filial. Pues esta novela fue escrita cuando, en su adolescencia, él y sus pares, amigos y herman@s, buscaban más respuestas a la “historia oficial” del aberrante terrorismo de estado que había surcado sus infancias.

Hoy pueden entrar al sitio, bajar el libro completo, disfrutarlo, recordar a quienes ya no están, lagrimear y reír:  https://www.gracielabialet.com/descarga-sapos-de-la-memoria

Pero claro que lo que recibí el otro día dentro de un sobre lleno de estampillas no era una publicación digital, sino la hermosa edición italiana de Los sapos: I rospi della memoria. Un libro que crea un nuevo eslabón, ahora con las chicas y los chicos que en la escuela secundaria italiana conocerán a quienes fueron jóvenes en los setenta y a sus hijos que buscaron la verdad en los noventa. Vuelvo a usar el término “amoroso” para hablar de estas páginas editadas por Rapsodia Edizioni, porque sólo desde el amor pudo tejerse este lazo entre pasado y presente, entre el acá y el allá, entre el castellano y el italiano. Y si Graciela Bialet es, con su obra, la artífice primera de este puente ético y solidario, es Susanna Nanni -una enamorada de la literatura latinoamericana que estudia, investiga y transmite con pasión- quien consiguió hacer del lockdown de 2020, un espacio de diálogo, de empatía, de reflexión compartida con sus estudiantes de la Università Roma Trè.  Así, ellas y ellos convirtieron la soledad y el aislamiento al cual el coronavirus parecía haberlos condenado, en la posibilidad, a través de la traducción a su propia lengua -el italiano-, del encuentro con los otros: con Camilo, con Ana, con Jorge y con los 30 mil cuya memoria aún acompaña cada jueves la ronda de las Madres de Plaza de Mayo.

La portada de la edición italiana. Foto: Sandra Lorenzano

Para estos jóvenes traductores, acercarse a la historia de los desaparecidos argentinos fue también un camino para pensar en sus propios desaparecidos, en aquellos de cuya tragedia escuchaban hablar diariamente aunque ignoraran sus nombres y sus rostros:

Mientras damos a la imprenta este libro, el panorama europeo -tanto como el mundial- aparece contagiado no sólo de Covid 19, sino de manifestaciones crecientes de violencia racista, alimentada con la obsesión por “el otro”, el distinto a nosotros (…) El panorama europeo asiste a la masacre de migrantes en ese inmenso cementerio de desaparecidos (palabra escrita en español en la frase italiana) en que se ha transformado el Mar Mediterráneo, antigua cuna de nuestra civilización.

La profesora y sus estudiantes comprendieron juntos que lo más importante en este momento es no permitir que al interior de las fronteras personales entre “el virus del individualismo, de la exclusión y de la indiferencia, porque la figura éticamente más elevada de la tan codiciada libertad es, más que nunca, la solidaridad”.

Mientras leo estas líneas no puedo dejar de pensar en las imágenes del horror que están viviendo los migrantes haitiano en las dos fronteras de nuestro México. ¿Dónde está nuestra solidaridad?

Las palabras de Susanna Nanni escritas en 2021, las palabras de Graciela Bialet escritas en 1995, las palabras de los diecinueve entusiastas traductores,[1] y la hermosa cubierta del libro, dibujada por el jovencísimo artista Michele Paragnani, en la que Camilo y Carola caminan de la mano hacia el futuro, hacen que quiera convencerme de que no, no es verdad, no “todo está perdido”, como dice la canción de Fito, hay y habrá siempre quienes vengan “a ofrecer su corazón”. A ellos mi agradecimiento, hoy y siempre.


[1] I rosti della memoria, traducción: Bei Medina Antonio, Benedetto Giada, De Vivo Donatella, Di Bartyolomeo Nicole, Galosi Serena, Lanna Michela, Lantenari Sara, Marchegiani Sara, Maruccia Aurora, Merra Francesco, Piccolo Ilaria, Pizziconi Sabrina, Pomponi Greta, Ridolfi Lavinia, Saputo Giulia, Silvi Valentina, Siraco Aurora, Teti Cristina, Tronti Gloria. Roma, Rapsodia edizioni, 2021.

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).
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