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Antonio María Calera-Grobet

25/06/2022 - 12:04 am

Correo, un cuento de guerra

Se trata de los mensajes que el señor Beni­to Askorta hiciera, en tiempos de guerra y desde el lugar de los hechos, a su hija y familiares.

La correspondencia aquí presentada fue recibi­da por la joven Teresa Jackson, miembro del servicio social de Altruismo Internacional, a quien agradecemos las facilidades para su publicación. Foto: Shutterstock.

Carta 1. Pequeña mía: ayer por fin llegué en helicóptero junto con Miguel Portland. El clima es tan pegajoso como el budín de albaricoques de tu madre. No está mal. A todos los miembros de Altruismo Internacional nos instalaron en una misma tienda. Quedó a mi cargo la bodega de víveres y medicamentos. Es parecida a la que manejo en casa, aunque le caben menos contenedores. La noche de ayer se dedi­có por entero a la presentación de los coroneles. Nos dictaron los lineamientos generales: “horarios de guardar” —como le llaman aquí al tiempo de resguardo absoluto—, señales auditi­vas por medio de las sirenas de alarma, comportamiento obli­gado en circunstancias de fuego cruzado y, lo que me parece fundamental, algo de comunicación no verbal para darnos a en­tender con ambos ejércitos. Alguien nos ha dado también un manual con el número de la Cruz Roja y un diccionario de bol­sillo con algunas palabras en el idioma local, relacionadas con términos médicos y partes del cuerpo. Portland se encargará de un par de ambulancias. Aunque está nervioso y fuma sobre­manera lo encuentro muy entusiasta. Quizá se deba a que trajo una botella de anís. “Anís del Mono Humano”, como él le dice. Ya te escribiré todos los días. Por lo pronto un beso y mantente tranquila, todo estará bien.

Carta 2. Hasta ahora respondo el mensaje del día veintisiete. No fue sino hasta hoy por la maña­na que cruzamos el callejón central y pude instalarme ahí con el ordenador. El camellón es un sitio de fuego constante y por eso es peligroso. Desde la toma de Bayana por el ejército inva­sor ya no tendremos resguardo permanente. Nos irán movien­do cada 24 o 48 horas. Aunque quedan pocos sitios protegidos para poder escribir las notas y enviar los remotos, faltan los 12 permisos suficientes para pasar del otro lado y llegar a ellos. Aun así no hay nada de qué preocuparse. Te mando un abrazo y te aseguro que yo te extraño más.

Carta 3. No estoy seguro de que debas quedarte con la casa rodante, está bien que sea un regalo de bodas, pero puedo hacerte otros más: véndela y guar­da los centavos para la feria y los toros. El ejército ha decidido asentar justo en el centro de la avenida un dispensador de par­que, de cartuchos para armas livianas. También ahí se surte agua potable a los soldados de a pie. A ellos les llaman, en una clave de humor negro, “Cucarachas”. Los más atrevidos de Al­truismo y Amnistía cruzan con garrafones para el abasteci­miento. Es necesario porque a los civiles locales no les llega el agua desde hace como cuatro días. ¿Cómo está todo allá? ¿Ya llegaron los heridos de regreso a la villa? Avísame cuando lo hagan. Yo, como siempre, tranquilo. Un beso.

Carta 4. Te agra­dezco tus palabras. Me alimentan. Y tienes razón. La verdad es que desde la toma del aeropuerto por el ejército extranjero las cosas se han venido complicando. Desde aquella batalla se han rendido por lo menos tres brigadas del ejército local. Hay reos prisioneros en numerosas escuelas. A ellos se les han negado los medicamentos, y los existentes para civiles no han llegado. Unos dicen que los camiones surtidos en la frontera norte han sido detenidos al llegar a la capital. Otros, que los autos fueron volados. Eso parece ser lo más cierto por las imágenes que he visto de algunos reporteros. Con respecto a la ayuda de los paí­ses circundantes, los directivos de altruismos están en nego­ciaciones para liberar más granos y agua potable. También se han solicitado cerca de doscientos botiquines portátiles. Aquí hace calor, y entre las humaredas poco podemos ver los edifi­cios cercanos. Debemos protegernos con lentes. Saludos y pa­ciencia.

Carta 5. No negaré que lo que has leído sea verdad, pero difícilmente puedo hablar de ello. Lo cierto es que las imá­genes de las ruinas que observaste pertenecen a otro sector de la ciudad. Fue un error de la televisora. Sobre tus dudas, las intentaré aclarar: se nos ha pedido llevar los cuerpos al Estadio Deportivo. Todos los que trabajamos para Altruismo debemos ir con el carnet al entrar por la puerta. Tapabocas puesto y guantes en mano. Las imágenes sobre el campo central son muy fuertes. Las pilas de cuerpos son cubiertos por las fraza­das y los restos dispersos se amontonan en tambos con núme­ros de clasificación. Nadie puede acceder al lugar sin carnet. Portland ayudó a un periodista a encubrirse y ambos fueron arrestados por un día. Contesto a tu segunda pregunta: Angeli­na Gómez, centroamericana, y Carmen Abizanda, del país, fa­llecieron por arma de fuego hace un par de semanas. También Batola Sambawe, un camarógrafo lugareño y Rick Johnson, el periodista que conociste hace un par de meses de la agencia estatal. Ellos hace un mes más o menos. Un bombardeo por la madrugada. Los otros dieciséis, al cabo de doce horas, oficial­mente dejarán de ser denominados “desaparecidos” para con­vertirse en lo que el reglamento militar llama “Casualty”, según mi pésimo inglés. Tu viejo, como un roble. Un beso y dedícate a tu marido.

Carta 6. Mariel, hija mía: perdona mi tardanza pero la energía eléctrica se ha visto afectada en casi toda la ciudad. Lo que puedo decir es que las finalidades de Altruismo Interna­cional no han sido tan claras. La World Food Programs guarda silencio y no se puede hacer nada. ¿Crees tú que alguna cadena de televisión pueda hacer algo con los datos que te envíe? Por lo que más quieras manéjalo con prudencia. Las sirenas de adver­tencia suenan cada vez más. Casi siempre por la noche. Debo cortar ahora porque nos llaman a junta. Un abrazo.

Carta 7. Pequeña mía. No sabes cuánto administro los cigarros que me has hecho llegar. El dibujo del nieto está bien y tu foto, excelen­te. Gracias por el pensamiento. Portland manda saludos y agra­dece su paquete. Ahora bien, si te compramos ese disfraz de chica fue por culpa de la hermana de tu madre. Ella la conven­ció. Tal vez por eso (y por el pudín) nos separamos (es broma). Te mando otro beso. ¿Por qué me preguntas lo de tu nombre si ya lo sabes? Dale un beso al pequeño Sebastián y dile que pron­to estaremos comiendo tortilla y jugando futbol. O bien en los toros.

Carta 8. No es verdad. Es falso. No podría salir fácilmen­te. No existen caminos limpios en Bulundi y mucho menos en Wana. Por lo demás, los medicamentos han ido a parar, según esto por error, a los hospitales de la zona residencial al ponien­te de la ciudad. No podemos hacer nada para levantar un acta ante el tribunal porque no tenemos acceso a ellos para docu­mentar el robo. Además, se rehusan a hablar inglés, y mucho menos español. Esa es la resistencia que más afecta, desde lue­go. He dormido mal por tanto ruido. Te mando un abrazo y te juro que permanezco tranquilo. Sobre aquello de levantar el or­gullo, cómo no sería así si cuento con la foto de la pequeña “mu­jer maravilla”.

Carta 9. Antes que nada quiero que te calmes y me creas: el incidente ocurrió a unos 40 kilómetros de aquí. No hay de qué preocuparse. Pero para cambiarte de ánimos te doy una buena nueva. No quería decírtelo hasta estar seguro, pero es muy probable que regrese en dos o tres convoyes. Aunque no me lo han dicho de frente, al parecer se trata de mi edad. Viene en camino una remesa de jóvenes de la quinta selección para una movilización más rápida. ¿Qué no está ahí tu amiga Jenni­fer como asistencia de enfermería? Por favor plántale un beso a la fotografía de tu madre sobre el chifonier. Otro a ti y al peque­ño. No sé nada de José María. ¿Cómo va el trabajo del licencia­do de la casa?

Carta 10. Es cierto lo que has podido leer en el periódico. La explosión nos despertó por la mañana. Aún no se sabe si todos los cuerpos dentro de las ruinas del colegio son de las madres y sus niños. Portland no aparece desde aquellas ho­ras. Antes que nada, te pido un favor casi como una orden: no compres el Tribune de la siguiente semana. Ya sabes por qué te lo digo.

Carta 11. Pequeña mía, te lo diré así: los hospitales pre­sentan hacinamiento desde hace tres semanas. El estadio de­portivo lo está más. No creo siquiera que cuenten las bajas como en los primeros quince días. La prensa de regulación mi­litar se muestra cada vez más hostil. Los reconoce uno por el maletín del computador y por portar un casco de color azul cla­ro. Por si fuera poco, mi equipo trabaja con material de segun­do uso, las reservas de sangre se han terminado y las pastillas de acetilsalicílico funcionan para casi cualquier herida.

Carta 12. Está bien, no la vendas y quédate a vivir en ella pero no per­donaré lo del Tribune. Mente en blanco, de seguro has pensado lo peor, fue fácil dar con la tarea de Sebastián. Lo que no sé son los nombres de los idiomas. Se puede decir mutende o mtende­re, rabo, ramyde, pokoj, sulh, rahu, beke, tafadhali, frieden o quiza frdr —no entiendo bien la letra del chico que me ayudó. También se dice kabayapaan, vrede, raunha. Luego vienen unas más perecidas al inglés o al español: paich, paci, pacea, pace, pax. Creo que en ruso es mir, puedes decirle al niño que por eso se llama así la estación espacial. Besos, y otros a la de la foto, que es tu madre y me cuida. ¿Ya lo sabes? Acaba de dar­se la noticia de que un avión por fin llevara a los heridos a casa junto con los cuerpos de otros diecisiete compatriotas caídos en el frente. Con respecto a tu petición, platicamos que me guardaría el tono de mis mensajes. Olvídalo ya y un beso. Te quiero.

Carta 13. Está bien. No, no hay nada de Portland. Y es cierto, cada vez que llego al estadio debo llevarme las manos a los ojos para no poder ver más, para mantener la mente en blan­co. He podido ya no encargarme de los cuerpos. Son los jóvenes quienes los depositan en la parte trasera y aplican el tratamien­to de cal y conservadores. Una vez que se logra la identificación del fallecido se depositan los restos en el suelo. Los cuerpos no identificados se turnan a las fosas donde se llevan a cabo las quemas para evitar la propagación de enfermedades. También se lava con químicos la caja de la vagoneta. Es así como se cum­ple con el procedimiento durante los tres turnos. Hoy por la mañana se han abierto nuevos lugares para el conteo: la nave principal de un hotel del centro, un espacio techado a manera de hangar que hasta hace poco se empleaba como bodega de alimentos y un estacionamiento aledaño al aeropuerto.

Carta 14. No he recibido tu correo, ¿sabes si la prensa hará algo con la información? Por cierto que tampoco sé nada de cigarrillos. Ya no eres ninguna chica maravilla. Me he estado acordando de cuando íbamos con tu madre al río de la casa de campo. Ahí jugué de niño con mis hermanos. ¿Te acuerdas de la carreta vieja y los sapos que se enterraban ahí? Espero que estés ahí. ¿O será que el licenciado ha raptado a mi hija para una segunda luna de miel? Besos y abrazos. Te mando una foto con la más­cara de oxígeno puesta. Me veo como un robot.

 

Nota del editor: (Transcripción de do­cumentos clasificados: “Correo/Replay 1-14”). Cartas padre-hija entre Benito y Mariel Askorta. La correspondencia aquí presentada fue recibi­da por la joven Teresa Jackson, miembro del servicio social de Altruismo Internacional, a quien agradecemos las facilidades para su publicación. Se trata de los mensajes que el señor Beni­to Askorta hiciera, en tiempos de guerra y desde el lugar de los hechos, a su hija y familiares. Aún no se tiene noticia del para­dero del miembro del equipo de voluntarios (carnet aer-543-0) y tampoco se ha podido establecer comunicación con su hija para conocer los mensajes de respuesta que ella le hiciera. En 27 días, según el reglamento internacional de la Organización de las Naciones Unidas, será declarado muerto, y días después sus pertenencias serán entregadas a sus familiares en el domi­cilio de la institución.

Antonio María Calera-Grobet
(México, 1973). Escritor, editor y promotor cultural. Colaborador de diversos diarios y revistas de circulación nacional. Editor de Mantarraya Ediciones. Autor de Gula. De sesos y Lengua (2011). Propietario de “Hostería La Bota”.
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