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Susan Crowley

23/04/2022 - 12:04 am

Mi héroe de la historia del arte

El arte existe entre muchas otras razones para expresar, de la manera que sea, lo más profundo y valioso del ser humano.

Me atrevo a afirmar que todos tenemos un principio iniciático en el arte. Una obra musical, una novela, una pintura, una película, tal vez una obra de teatro, el movimiento de los cuerpos en la danza. Si escarbamos en la memoria, seguramente acudirá ese instante mágico en el que algo, sin tener muy claro por qué, nos reveló una realidad más profunda; incluso, nos cambió por completo. Una especie de epifanía, lo no esperado, aquello que, más allá de lo que sabemos y conocemos, aparece. Creo también que si eso no ha ocurrido, debemos correr a buscarlo ya que nos estamos perdiendo de la máxima experiencia de nuestra vida.

El arte existe entre muchas otras razones para expresar, de la manera que sea, lo más profundo y valioso del ser humano. Es la gran cualidad que no solo acontece, sino que vive eternamente en la memoria como un momento privilegiado. No se trata de si es placentero o perturbador, contemplativo o incierto, alegre o triste, lo que importa es su capacidad para sacar a la luz eso que realmente somos, nuestra esencia. Por eso es mágico y por lo mismo es iniciático. Es gracias a la habilidad del artista, que sabe ver lo que realmente importa y que a nosotros suele ocultársenos, que el misterio se manifiesta y se concreta en una obra. Eso es el arte.

Para mí, uno de los ejemplos de revelación en el arte contemporáneo es el artista de origen austriaco Hermann Nitsch (1938-2022) que ha muerto esta semana. Gracias a él pude adentrarme en aquellos misterios que solo pueden ser revelados al vivirlos y cuya explicación racional es siempre insuficiente. Y es que su arte, muchas veces criticado de vil espectáculo, provocación, fanfarronería, es una compleja práctica que acude más a la intuición, al instinto, que causa una perplejidad que nos desborda, y que es contraria a la reducción del intelecto.

Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que vi su obra expuesta. Durante la expo Sevilla 92, en la isla de la Cartuja, a los ojos de todo el mundo, la exhibición de Nitsch fue apedreada y finalmente clausurada el día de su apertura. ¿Cuál fue el motivo? A lo largo de la nave, un edificio histórico que transpiraba el catolicismo recalcitrante de la ciudad, se desplegaba, uno tras otro, una serie de altares, hábitos de monjes, mesas de trabajo, fotografías y enormes lienzos bañados en un líquido rojo profundo que, en breve, delataba ser sangre. Antes de poder juzgar si para mí era arte o no, la inmensidad estética, la sensación liberadora y la contundencia de cada elemento expuesto, significó el desmantelamiento de mis prejuicios e ideas preconcebidas de lo que hasta entonces consideraba arte.

Hermann Nitsch perteneció a uno de los movimientos más controvertidos, polémicos y rechazados del siglo XX. Conocido como Accionismo Vienes, surgió en los estudios de un grupo de jóvenes artistas y actores de teatro que solían protagonizar acciones consideradas inmorales y muchas veces perseguidas por la policía por provocar desorden público (Sevilla no fue la excepción). Animales desollados, por ejemplo, un cordero o una res colocados en una cruz al lado de un hombre y una mujer desnudos que eran frotados con sus viseras y después bañados con la sangre que sería bebida por todos, incluyendo al público. Los enormes lienzos blancos recibían los latigazos de sangre y se iban tiñendo de algo semejante al dripping de Jackson Polock pero mucho más inquietante y por lo mismo bello. La música, creada por el mismo Nitsch, una especie de secuencia en crescendo pos mahleriano con tintes wagnerianos, pero en la cual intervenían ruidos inesperados que en su conjunto tenían la intención de llevar a los presentes al éxtasis, una especie de “alumbramiento” del alma primitiva, pensé yo. A través de los olores, de los sabores, de lo táctil, del sonido y de la mirada éramos conducidos a un estado previo a los sistemas sociales que prohibieron la manifestación de las emociones y del pathos. Porque eso somos, entes que conforme a la educación y las reglas vamos reprimiendo los sentidos hasta desensibilizarnos y nos dejamos manipular y conducir para actuar a partir de las normas establecidas. Mediocridad y convencionalismo que nos permiten ser parte de la sociedad que se jacta de sus valores impuestos, lejos de la experiencia.

Las prácticas de Hermann Nitsch fueron una continuación de todos aquellos intentos artísticos de liberar el cuerpo que se llevaron a cabo en la década de los cincuenta. El italiano Piero Manzoni colocó a una mujer desnuda sobre un pequeño pedestal y la firmó otorgándole el poder de obra de arte. El grupo Fluxus escandalizó a la sociedad tradicional destruyendo instrumentos musicales, al lenguaje y a las ideas convencionales, un ritual que se realizaba de una forma improvisada y cuyo desarrollo era impredecible. Los japoneses del grupo Gutai buscaron transgredir los márgenes de la pintura y convertirla en un acto arrojado del cuerpo. Yves Klein dejó atrás la pintura considerando que era intelectual y realizó las Antropometrías, mujeres desnudas bañadas con pintura azul que solían estrellarse contra el lienzo logrando imágenes potentes cargadas de primitivismo. Yoko Ono ganaría la atención del mundo del arte colocándose indefensa en la vitrina de una galería y dejando que el público cortara su vestido hasta quedar por completo desnuda y por lo tanto vulnerada.

Todas estas acciones se quedarían como un antecedente y distintos acercamientos a lo inexorable que fue abordado con toda la crudeza escatológica por Nitsch, quien lejos de ser satánico o cruel con los animales exaltó en el sacrificio la importancia de la vida, la muerte y el respeto hacia ellos. A través de su fragilidad fue capaz de otorgar la dignidad que no suele ser una práctica en los rastros, sitios que detestaba. Esta provocación fue el pretexto para cancelar su exhibición en México, en el museo Jumex, que abogaba en contra del maltrato de los animales. La reacción ante la incomprensión y una campaña de desinformación y manipulación muy típica de las redes, terminó por privarnos del gozo profundo del arte de este increíble, al mismo tiempo que complejo artista.

La tragedia como un elemento fundante de la condición humana, la orgía como el encuentro con el propio cuerpo a partir del otro, la sensualidad manifiesta en la sangre que cubre los espacios y que penetra a través de la música, la acción constante que lejos de teatralizar, libera el pathos ese padecimiento que redime y engrandece. En síntesis, el arte total, el drama colectivo que deviene poesía y que solo puede entenderse viviéndolo.

@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.
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