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Tomás Calvillo Unna

20/10/2021 - 12:05 am

El enigma de la cultura: el cuerpo de su libertad

¿Cuánto de la infancia resta y nos habita?

Primer movimiento: Amanecer. Pintura Tomás Calvillo Unna

Para Lydia Torre Medina Mora:
por su generosa inteligencia
e impecable fortaleza;
siempre solidaria.

Rendija: ¿No es la cultura esa hazaña del conocimiento, que entrelaza los sentidos, los adiestra, y explora con ellos las entrañas de la experiencia, con la gratuidad de su sabia libertad, adherida a la química de la tierra indaga en sus múltiples voces y expresa la pasión más honda al saberse portadora de un tiempo comprensible y gozoso, seduciendo a la fugacidad para cuestionarla de pies a cabeza?

Si sacudimos el cuerpo,
hasta llegar al extremo
de convertir los brazos en alas
y comprender entonces
los méritos de la Luz,
su estar más allá de las sombras;
al alumbrar nuestro camino desde el principio,
hasta cerrar los ojos
y soltar los amarres,
los últimos, los del corazón,
donde respiramos su certeza,
y creemos en la promesa
de un amor invencible.

Así estirando el cuerpo todo,
como si quisiéramos tocar el cielo antes de partir;
al recordar la infancia cuando nos enseñaban
que allá arriba,
más allá de las nubes y del azul inmenso,
estaban esperándonos, si teníamos fe,
los que habían fallecido
y extrañábamos,
junto a los dioses de nombres impronunciables,
que nos observaban .

Ya entonces imaginaba
que podrían estar ciegos y mudos,
o que en realidad,
no les interesaban nuestros juegos,
que al paso de los años
solían volverse más crueles.
Las balas ya no eran fulminantes,
ni dardos de plástico.
La pólvora hería, quemaba, mataba.

¿Cuánto de la infancia resta y nos habita?

En aquellos esparcimientos,
se descifraba la vida;
y los adultos,
esos dioses complejos
que ordenaban el tiempo
solían quedarse en silencio,
sin más, cansados de sus tareas;
en ocasiones,
intentaban retornar
al círculo en el piso dibujado
donde la infancia representaba el mundo.
No, ya no era posible
dar esos pasos para atrás;
aunque se quedarán quietos
tarde o temprano tendrían que emprender el camino.

No deja de ser extraño
el termómetro de las edades.
Sus implicaciones, su morfología ,
esas complejas y admirables esculturas
convertidas en ofrenda
de polvo y ceniza;
soplo de humanidad,
residuos de memoria .
Cráneos, dientes , fémures,
caderas, la interminable arqueología
rastreando las oraciones fúnebres,
los ritos enterrados, sus fragmentos,
El universo como vasija
del gran estallido,
sus incisiones de misterio
en nuestra carne.

Con alegría o angustia
de cualquier manera estaba determinado,
que anduviéramos aquí,
por un cierto tiempo. Al menos pensarlo así ,
permite que la trama no concluya
y quede abierta

Miles de páginas escritas
para explicar ese lapso
que inicia con el inhalar
y llega a su desenlace al exhalar;
tantas epopeyas narradas,
tantas preguntas sin respuesta convincente,
al buscar el sentido
de las efímeras huellas que cada quien deja.

Vivimos con un cierto grado de amnesia
y con mucho ruido
aturdidos con los héroes y heroínas
que a diario gritan
para que sepamos que existen.
Divos y divas , parlanchines y demás
que se asumen rectores de la cotidianidad;
se envuelven en el destino
para explicar su solvencia ante los reflectores
que los alimentan;
como si el vacío no los consumiera.

La antiquísima costumbre del tributo,
y la perenne esclavitud que lo pondera;
la tragicomedia , su puesta en escena
una y otra vez en todos los idiomas posibles.

¿Acaso no hemos extraviado el intento por saber
de qué diablos se trata nuestra breve estancia?
Y como caminar en estos apretujados tiempos,
sin la necesidad de dañarnos
para afirmar que sí existimos.
Es cierto,
se percibe un camino
que nos aconseja estar ligeros,
sin mayores pesos que cargar,
ligeros,
para estar conscientes
sin tanto dolor e incertidumbre
que tarde o temprano
nos detendremos ante el umbral de lo invisible.

Ahí en esa soledad,
de centímetros y segundos;
sentir el fuego de los átomos,
constatar la luz:
su sagaz conocimiento,
su entrañable libertad,
la gracia de su poder,
el silencio majestuoso de lo innombrable:
la vida en su continua inmolación.

PD: Lo que llamamos cultura
es esta insistencia
en buscar el alma de las cosas,
y en esa tarea descubrir el alma
nuestra.
Lo que llamamos el alma
es el asunto más relevante,
relegado e incluso olvidado
de esta época.
Es el paracaídas
del último salto al vacío
del que nadie se escapa.

en Sinembargo al Aire

Opinión

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