Tomás Calvillo Unna
Cómo saber mirar la luz de la belleza que toca las puertas del corazón.
Y si esta extraña presencia que nos rodea y siempre acompaña, es la conciencia del fuego interior que convoca a sostenernos de pie.
«Al recordar en la bóveda de la memoria/ todavía perduran y siguen sonriendo,/ porque saben bien que la historia/ aún no termina,/ y que ninguna historia/ en realidad, llega a su fin del todo».
«Hay quienes día a día/ sin ningún aspaviento,/ nos recuerdan,/ aquello que sostiene,/ el tejido de luz,/ que la ciencia indaga/ y la oración venera».
«La tragicomedia que repite/ en todos los idiomas/ el guión nunca bien ponderado,/ que los dioses olvidaron/ en su fuga al más allá (…)».
«El pasajero no despertó de su pesadilla/ en la caja desvencijada de la noche;/ las astillas de la velocidad en su sangrante cuerpo,/ son ya el crudo lienzo del dolor sin reparo/ que a millones aqueja».
«No hay altavoces y megáfonos/ no se necesitan,/ es la conciencia,/ aunque en apariencia/ no exista siquiera».
«Primero dentro,/ escuchar bien el sin saber,/ después a fuera sin temor/ atravesar la tormenta».
«Todavía hay tiempo/ para separar la justicia del odio/ y la inacción y su inercia;/ para la fortaleza imparable
de la confianza,/ su poder de caminar juntos./ Sí, juntos».
El diestro consumidor, que aconsejaba lo más económico y mejor; dos trajes por uno para no fallar en la ceremonia de inauguración.
«Todos saben, aunque lo callen,/ que del otro lado ya se acabó el tiempo:/ es el aprendizaje/ fuera de los salones de clase/ de las escuelas públicas y privadas».
La mirada fija y devota, no se consume en la penumbra, alumbra y persiste.
«Antes, está el lugar sin palabras/ donde la comprensión/ no existe como tal;/ no se interpreta, ni se traduce».
«La savia del poder,/ las húmedas alas de su sombra:/ el yo que asciende en su pináculo:/ solo yo lo sé,/ solo yo».
«Esta soltura interior es ajena al ruido/ y al consumo elevado de luz de los pensamientos,/ y sus huellas de deseos/ que no alcanzan a enumerarse».
«Frente a este espejo nocturno/ carente de cuerpos celestes/ intentamos al estirar los brazos/ medir aquello que no tiene principio ni fin».