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Susan Crowley

19/04/2019 - 12:03 am

París bien vale una misa

Con una espina de pescado entre las manos, el monje diseñó esa pronunciada ojiva que sustituiría al arco de medio punto. La tensión creada sostendría la formidable estatura y toda su fuerza se mantendría gracias a los arbotantes y vanos que aligerarían los pesos.

“Todos la sentimos nuestra como sentimos nuestro el poder que exhibe, ya sea en su presencia, en una selfi, en la postal del kiosco, en la reproducción de un libro de arte o guguleando la palabra Notre Dame”. Foto: François Mori, AP

¿Cuánto tiempo se necesita para conformar un pensamiento?, ¿cuántos años para consolidar un estilo artístico?, ¿cuántas son las horas que, en un esfuerzo sobrehumano, se requieren para construir una catedral? Es lugar común imaginar a la Edad Media como un periodo oscuro y vacío. Gracias a las series de corte comercial como Game of Thrones, hemos retacado el medioevo de fantasías baratas, dragones y personajes brutales, lo hemos condenado a hundirse en una oscuridad ominosa, en un paraíso perdido en el que el esplendor de Europa se empantanó víctima de las invasiones bárbaras, las epidemias y el atraso del pensamiento.

Pero la Edad Media es el periodo en el que Europa se construyó. Son esos los años en los que se fincaron las más apasionadas novelas protagonizadas por caballeros como Lancelot o Tristan y damas como Ginebra e Isolde. Fue en este periodo tan desvalorizado en el que se sembró la semilla de lo que sería una nación. Es justo el espacio de tiempo en el que se archivan los textos de la antigüedad dentro de las bibliotecas. Nichos repletos de libros Iluminados, verdaderas catedrales en miniatura, fuentes del conocimiento que nutrirían el futuro. Fue en este momento en el que se gestaron las epopeyas y épicas más asombrosas, Roland o Los Caballeros de la mesa redonda; historias de una civilización llena de poesía, color y buenas maneras. Los monasterios, ejemplo de vida dedicada a la contemplación y a la sabiduría: “Ora e labora”; espacios en los que el tiempo se traducía en valores cualitativos y en los que el mundo interior era una conquista. La catedral gótica, bastión para entender una religión que, si bien se había anunciado como Buena Nueva, ahora se consolidaba como el máximo poder, El Arte Gótico.

Como una red que unifica un estilo, mal llamado así por los críticos posteriores como burla a su atrevida concepción, (edificadas por los Godos durante las invasiones bárbaras, decían). Entre ellas, Notre Dame puede considerarse como el paradigma de la ambición humana. Hace unos días no hubo quién no sufriera un pasmo doloroso ante la simple idea de verla consumida por las llamas, una pérdida irreparable para todos. Nuestra Señora nos duele por igual porque a todos pertenece.

Cuenta la leyenda que, en aquellos años del siglo XII, una noche, a través de los cielos de París, convulsionados por la guerra y la enfermedad, preñada de monstruos, cruzó una yegua alada. Nightmare la llamaba Shakespeare I met the nightmare, “me encontré con la yegua de la noche”. Cansada de volar sin rumbo fijo, sufrió un estertor justo frente a la catedral; quimeras y gárgolas brotaron de su vientre. La bestia continuó su camino y nadie supo más de ella. Notre Dame se plagó de seres fantásticos que hasta hoy la custodian. Esta es una de las legendarias historias que se tejen en el entramado gótico. Ideas que subyacen más allá del orden y las matemáticas necesarias para construir un coloso de las dimensiones de la catedral de París. Sus leyendas son tan elaboradas como su compleja estructura, como la luz que se cuela entre sus formas. El gótico, sueño de un monje constructor, perteneciente a la orden del cister, Bernardo de Claraval, el albañil que aspiró a desbordar los límites de lo sagrado, que tejió los arcos de medio punto y los forzó a ser arcadas múltiples, afiladas, ¿hasta dónde podía llegar la ambición de un ser humano, hasta dónde sus sueños?

Con una espina de pescado entre las manos, el monje diseñó esa pronunciada ojiva que sustituiría al arco de medio punto. La tensión creada sostendría la formidable estatura y toda su fuerza se mantendría gracias a los arbotantes y vanos que aligerarían los pesos. Creando magníficos rosetones, en ellos se colocarían las vidrieras que, encargadas a los diferentes gremios, retratarían la vida cotidiana de su gente. Ahí estaría el orfebre, el zapatero y el cantero, los relojeros y el panadero. La fuerza de una sociedad en la que todos rendían culto y devoción a Nuestra Señora. Una catedral tendría que ser del tamaño del propósito de su pueblo, sería votiva, encarnaría el esplendor de su gente, la vida misma no alcanzaría para verla en pie, pasarían generaciones completas para poder verla terminada. Algún día alguien la vería con admiración y entonces el esfuerzo humano, colectivo sería recompensado. Tan imponente como los sueños y la imaginación de cada uno de los habitantes que la harían suya a fuerza de construirla.

La noción de lo inconmensurable, ha acompañado al hombre siempre. No conforme con lo que puede aprehender de la realidad, suele adentrarse en aquellos mundos inescrutables. Pica el avispero del misterio y mete la mano a riesgo de perder. Las catedrales góticas son una alteración del orden común. Su estatura es colosal porque quien las construyó nunca las visualizó como espacios humanos. Si Dios habitaba en la tierra, y su morada era el templo, cada muro resguardaría la idea de sagrado. El templo sería un cuerpo, el cuerpo de Cristo en la cruz. Las imágenes de mártires, santos, evangelistas, la Virgen, Dios hecho materia que mostraría al hombre cómo salir de la materia; la iconografía que el cristianismo había aceptado después de tantos concilios embellecería sus naves que se abrirían a la vista del peregrino para recordarle que este espacio rebasaba lo profano. En los capiteles se contaría uno a uno a los monstruos que conformaban el bestiario apocalíptico. Los cantos gregorianos, una sola voz, con sus modos y melismas, servirían para recordar al pecador su eterna caída. El orden en cada espacio era el epítome de la salvación. La fidelidad del creyente exigiría más, el gótico crecería en su ambición y sobrepasaría cualquier idea de mesura.

Rescatar un coloso de esta magnitud supondrá una labor épica. Todos la sentimos nuestra como sentimos nuestro el poder que exhibe, ya sea en su presencia, en una selfi, en la postal del kiosco, en la reproducción de un libro de arte o guguleando la palabra Notre Dame. La noche del lunes un aterrador espectáculo cimbró a la catedral y a todos nosotros. Nos pasmó que un símbolo de poder y de perfección creado por el hombre se consumiera entre las llamas. Era comparable a la caída de las torres gemelas dijeron; hablaron de Nostradamus y sus profecías, se horrorizaron tan solo de pensar que se destruyera por completo. Las llamas paralizaban los sueños de quien desea llegar más alto, más lejos, más cerca de Dios.

La labor de reconstrucción tomará mucho tiempo y será ardua, habrá que analizar muchos factores para llevar a cabo esta misión. Muchos serán los postulantes que aspirarán al honor de llevar a cabo tal proeza. Deberá ser un genio como lo fueron sus constructores. ¿Qué criterios habrán de seguirse? No se puede negar el daño que ha sufrido, es una pérdida irrecuperable. Pero el interés de los millonarios, coleccionistas, empresarios y el Gobierno, harán mucho más fácil, por lo menos la parte económica.

Por donde se le mire Notre Dame es un monumento al exceso, por lo mismo, sin límites. Así como construirla representó un desafío formidable, el rediseño y recuperación ofrece la posibilidad de medir nuestras capacidades. Una prueba que emprende Francia y en las condiciones en las que nos encontramos todos, en un mundo cínico, descreído y agotado, es el anhelo de habitar de nuevo lo sublime.

www.susancrowley.com.mx

@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.
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