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Óscar de la Borbolla

18/04/2022 - 12:03 am

La duda engendra el laberinto

Los laberintos y la vida solo existen para nosotros, y se nos presentan porque somos libres.

La analogía entre laberinto y vida puede también arrojar luz al problema de la inteligencia artificial, al problema de la conciencia, pues en la vida y en los laberintos se manifiesta sobre todo la experiencia interior que llamamos “dudar”. Foto: Shutterstock.

Una vez más vuelve a mí la metáfora del laberinto para explicarme la vida. Las semejanzas son múltiples: ambos son caminos que confunden por las innumerables disyuntivas que, a cada paso, abren ante nosotros: seguir recto en lo mismo, o torcer en otra dirección aventurándose por una ruta nueva; topar contra una pared que nos impide proseguir y estacionarnos ahí, o retroceder y avanzar hacia la incertidumbre… en una y en otro siempre nos sentimos atrapados en el centro, hasta que al dar un paso o avanzar un segundo estamos al final del laberinto o de la vida, ya que regularmente ambos acaban como una sorpresa.

Me interesa esta analogía porque me permite entender el papel que juega en ambos asuntos la facultad de elegir: si no pudiéramos optar iríamos hacia lo que ordenara nuestra naturaleza y, por tanto, seríamos inocentes de los resultados; pero como podemos elegir entre lo uno o lo otro, entre el túnel que se abre a la derecha o a la izquierda, entre tomar o no una oportunidad, entre acceder o retroceder cuando se inicia una relación con alguna persona… entonces, somos siempre culpables, responsables, de la forma que adopta el laberinto de nuestra vida.

Sé que existe una enorme resistencia a admitir la absoluta responsabilidad de nuestra vida, que se pretextan las circunstancias, que se esgrimen las eventualidades, esa intromisión constante del azar en cualquier vida; pero la ventaja de la analogía entre los laberintos y la vida vuelve claro que siempre se trata de meros pretextos: de la coartada de haberse hallado “entre la espada y la pared” o del pretendido atenuante de “no haber contado con los medios indispensables”. Nada de eso es verdad, pues entre la espada y la pared: uno elige entre quedarse acorralado o avanzar sin miedo hacia la espada. Y cuando se pretexta que no se contaba con los medios suele olvidarse que uno puede elegir entre seguir hacia su meta y morir en el camino de alcanzarla o detenerse en algún punto de ese camino y morir llorando por no haberlo logrado.

Los laberintos y la vida solo existen para nosotros, y se nos presentan porque somos libres. Es nuestra libertad la que vuelve fascinantes a uno y a otra. Un robot programado para avanzar siempre recto y solo cuando tope con un muro girar siempre en una misma dirección podría salir o no salir del laberinto (el algoritmo podría complicarse todo lo que se quiera), pero le faltaría lo indispensable para convertir ese camino traicionero en propiamente un laberinto o en una vida: le faltaría, nada menos, que la facultad de elegir que es, en este punto, idéntica a la facultad de dudar, que es, en este punto, idéntica a la autoconciencia, es decir, a saber que él va haciendo su ruta, que lo elegido él lo eligió: que cualquiera que sea el desenlace es su culpa, que él es el responsable.

La analogía entre laberinto y vida puede también arrojar luz al problema de la inteligencia artificial, al problema de la conciencia, pues en la vida y en los laberintos se manifiesta sobre todo la experiencia interior que llamamos “dudar”. ¿Qué nos pasa cuando nuestros circuitos cerebrales se enfrentan a las disyuntivas de la vida o de los laberintos? Esa reacción que llamamos duda es la conciencia que le falta a los robots, y que nosotros adquirimos cuando logramos suspender el automatismo biológico, cuando ante un camino que siempre era recto, espontáneo, instintivo, descubrimos la disyuntiva: esto o lo otro y nos convertimos en lo que somos: seres que convierten todo en laberintos.

Twitter @oscardelaborbo

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."
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