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Óscar de la Borbolla

29/08/2022 - 12:03 am

Oda a lo más humano

Nietzsche decía calificando las respuestas: “No me vengan con Dios. Dios es una respuesta demasiado vulgar para un espíritu como el mío.” Y hoy habría que agregarse: no me vengan con el sinsentido o el absurdo, también es una respuesta demasiado vulgar… y tampoco me vengan con el Big Bang, pues es una respuesta de otro nivel: explica el cómo, pero no el por qué y mucho menos el para qué.

“Entiendo que entre aquel primer humano y yo está de por medio todo lo que la humanidad ha generado: incontables mitos y religiones, filosofías y ciencias, respuestas y más respuestas, artefactos e inventos, teorías y más teorías: entiendo que nos separa la cultura entera, pero así como él, tampoco yo comprendo nada […]”. Foto: Óscar de la Borbolla.
¿De qué se trata? Es la pregunta con la que se formula el asunto del sentido; equivale a preguntar: ¿cuál es el caso?, o más sintéticamente: ¿para qué? Es una interrogante más, pero me atrevo a proponer que es la más originaria manifestación de que poseemos conciencia. Expresada o no con palabras, nos ha acompañado desde que el primer homo sapiens dirigió su mirada a las estrellas y luego vio su cueva y a sus semejantes dormidos, y volvió a ver la noche sin entender nada. Me imagino a ese remotísimo antepasado con una expresión de desconcierto que se desdibujó de su rostro al quedarse dormido; pero que, desde entonces vive oculta en nosotros por el tráfago de las vicisitudes cotidianas, pues ahora, como antes y como siempre, las ocupaciones y preocupaciones corrientes nos sirven para eludir el abismo que ese desconcierto-pregunta.

¿Para qué?, ¿para qué todo esto? me pregunto por enésima vez, haciendo con el brazo un amplio movimiento que parte de mi pecho y asciende trazando un semicírculo que parece abarcar al universo. No sólo es una pregunta intelectual, también mi cuerpo la plantea: la dice con toda claridad en medio de la angustia y también la grita cuando siente miedo, frío, hambre, desazón. Cada vez que mi vida cotidiana me expulsa, cada que la muerte de alguien concreto me sorprende rompiendo las rutinas donde busco y encuentro, donde no encuentro lo que busco y me desespero, pero me entretengo. Cada vez que no me entretengo o me tienen preso las preocupaciones y las ocupaciones, cuando vuelvo al silencio, cuando el mundo está quieto y aparto de mí los pendientes y las urgencias, aparece, venida desde mi memoria genética. Esa pregunta me hermana con aquel primer hombre de las cavernas que miraba la noche y su cueva y a sus semejantes dormidos a su lado. Y, como él, vuelvo a lo mismo: a no saber de qué se trata ni qué caso tiene ni cuál es el sentido de la existencia y de mi existencia.

Entiendo que entre aquel primer humano y yo está de por medio todo lo que la humanidad ha generado: incontables mitos y religiones, filosofías y ciencias, respuestas y más respuestas, artefactos e inventos, teorías y más teorías: entiendo que nos separa la cultura entera, pero así como él, tampoco yo comprendo nada, no comprendo nada por más que sepa mucho y por más que supiera: la pregunta por el sentido es de otro orden, de un orden distinto pues no logra satisfacerla ninguna respuesta.

Nietzsche decía calificando las respuestas: “No me vengan con Dios. Dios es una respuesta demasiado vulgar para un espíritu como el mío.” Y hoy habría que agregarse: no me vengan con el sinsentido o el absurdo, también es una respuesta demasiado vulgar… y tampoco me vengan con el Big Bang, pues es una respuesta de otro nivel: explica el cómo, pero no el por qué y mucho menos el para qué.

Y tampoco me vengan con que la pregunta ¿para qué?, por suponer un orden teleológico carece de sentido ya que no todo tiene una finalidad necesariamente (que es lo que está de fondo en las respuestas de quienes abrazan el absurdo), pues el hecho de que no se haya podido responder satisfactoriamente o incluso de que no pueda nunca responderse no la vuelve una pregunta sin sentido. Decir ¿cuál es el caso?, o ¿para qué existe lo que existe? son preguntas con sentido porque se sienten: nacen antes de que existan los conceptos, antes de que existan los dioses: sentir esa interrogante es lo que ha generado los dioses y es también lo que ha originado toda la cultura: el afán de darle sentido a la vida. Bien vista la historia, no hemos hecho otra cosa que tratar de dar sentido a lo que existe. “¿De qué se trata?” tiene, por lo tanto, al menos, el sentido de habernos hecho seres humanos y de sostenernos como humanos.

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."
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