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Carlos A. Pérez Ricart

12/04/2022 - 12:04 am

Nayib Bukele: el Presidente más cool del mundo

“Nayib Bukele es un tipo que entendió el ánimo social de nuestros tiempos. Es un adolescente con poder, con mucho poder. La palabra ‘ideología’ no está en su diccionario”.

“El ascenso de Bukele se explica, en parte, por el fracaso de proyectos anteriores”. Foto: EFE

Llevo semanas mirando las acciones del Presidente de El Salvador. No lo hago porque El Salvador, en sí mismo, me interese demasiado. Lo miro porque ahí —en esa franjita de tierra que empapa el Océano Pacífico y en la que se acumulan seis millones de personas— se lleva a cabo el experimento más acabado de la derecha latinoamericana. De su éxito y de la resistencia que hagamos a tal proyecto dependerá la capacidad de difusión de su modelo, un modelo tan peligroso como atractivo para millones.[1]

Nayib Bukele, el hoy Presidente de El Salvador nació en 1981. Su familia paterna es de origen palestino; su padre fue un religioso musulmán con algunos negocios importantes. Bukele nació entre lujos; se hizo aficionado a las discotecas, los coches caros y los cocteles sofisticados. Fue representante de Yamaha. Hasta ahí, nada indicaba que Bukele pudiera convertirse en un político relevante; todo apuntaba a que sería solo un junior de cajón. Y en parte lo sigue siendo.

Bukele empezó su carrera política en 2012 gobernando Nuevo Cuscatlán, un municipio de las afueras de San Salvador de no más de ocho mil habitantes. Era (y sigue siendo) un puesto insignificante. Asumirlo pareció más una aventura juvenil, una excentricidad de niño rico. Llegó al poder de la mano del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), uno de los dos partidos que se disputaban el poder antes de que el fenómeno Bukele terminara por explotar.

En 2015 compitió por ser Alcalde de San Salvador. Ganó por un pelo. Unos cuantos miles de votos lo encumbraron como Gobernador de la capital de su país y potencial candidato presidencial para las siguientes elecciones. Tenía entonces 34 años y ganas de comerse al mundo. Su Gobierno no fue malo: rehabilitó el centro histórico de su ciudad e impulsó proyectos de infraestructura importantes. Su éxito, sin embargo, no estribó en ello, sino en su extraordinaria habilitad comunicativa. Selfies por aquí. Selfies por allá; mensajes provocadores en Twitter y Facebook.

En el Gobierno de la capital dio los primeros pasos a lo que sería una de las principales características de su administración: la toma de decisiones más importantes fue encargada a su círculo familiar. Con o sin nombramiento oficial, comenzaron a ser sus primos, hermanos y amigos de la infancia los que administraban fondos, recibían contratos y acercaban a los empresarios al político de moda.

En 2017 Bukele anunció en redes sociales su rompimiento con el FMLN y su intención de competir por la Presidencia de El Salvador. Aunque coqueteó con la creación de un nuevo partido (que hoy dirige su primo), decidió competir bajo las siglas de Gran Alianza por la Unidad Nacional, uno de los partidos más corruptos de América Latina (que ya es mucho decir). Ganó la elección de 2019. ¿Ganó? No, Arrasó. No hubo necesidad de segunda vuelta. Su victoria marcó el fin del histórico bipartidismo y el fin del sistema de partidos tal cual había imperado en El Salvador tras el fin de la guerra civil. En principio, no era una mala noticia…hasta que comenzó a serlo.

Ya en la Presidencia, Bukele comenzó a mostrar su verdadero rostro (porque el poder, el verdadero poder no cambia a las personas, sino que revela su verdadera identidad). Poco a poco, pero sin descanso, su Gobierno no ha hecho sino terminar por derribar el equilibrio de poderes de su país y crear en El Salvador un régimen autoritario. El paso ha sido rápido e incesante.

En febrero 2020 Bukele ordenó el ingreso de tropas del ejército a la Asamblea Legislativa. ¿La razón? La negativa de sus miembros a aprobar un préstamo de varios millones de dólares para “modernizar” las fuerzas de seguridad del país. ¿La verdadera razón? Mostrar el poder del Presidente y su servil ejército sobre los legisladores. En mayo de ese mismo año, ordenó disolver la sala constitucional y reemplazar todos los puestos con jueces afines a su proyecto. El fiscal general también fue destituido. Fue un punto de inflexión. De ahí, todo fue una fuga hacia adelante. Y no llevaba ni un año en el poder.

En 2021 continuó la consolidación de su régimen. Lo primero que hizo fue ejecutar un plan de reclutamiento de nuevos soldados afines a su proyecto político. Quien no aceptó, fue purgado. En febrero su partido ganó por goleada en las elecciones legislativas. Los otrora partidos tradicionales fueron convertidos en polvo. Entonces, solo entonces, ya con los tres poderes bajo su control, comenzó su embate contra la última fuerza social importante que aún no controlaba: el periodismo independiente que había denunciado los excesos de su Gobierno, los sobresueldos de su gabinete, la mala administración de fondos públicos, el nepotismo y la negociación secreta con las pandillas a cambio de apoyo electoral. La principal víctima fue El Faro, el periódico digital más prestigioso de América Central. Los ataques han sido varios: auditorias tributarias inexplicables, investigaciones por lavado de dinero sin justificación y leyes que ponen en riesgo la libertad de prensa. Ayer le llamó “basura” a uno de sus periodistas más reconocidos.

En los últimos meses la situación política se ha degradado todavía más. Cuando escribo estas líneas, El Salvador cumple 15 días en estado de excepción. Libertades básicas han sido suprimidas y nueve mil sospechosos de pertenecer a pandillas han sido llevados a cárceles hacinadas bajo acusaciones no probadas. En El Salvador basta tener un tatuaje asociado a alguna de las tres pandillas del país para ser culpable. La cuenta de Twitter de Bukele da una buena muestra de cómo son tratados cientos y cientos de “terroristas” a los que se les imponen penas carcelarias completamente arbitrarias. Son videos e imágenes degradantes. Quienes se oponen a estas medidas —algunos periodistas, jueces y organizaciones de derechos humanos— son víctimas de mofas y amenazas constantes.

¿Qué falta? ¿A dónde llevará la deriva autoritaria? No es difícil preverlo. Apenas hace unos meses la Corte Suprema de El Salvador allanó el camino para la reelección Presidencial de Bukele en 2024. El camino será sencillísimo; si no pasa nada extraordinario gobernará, cuando menos, hasta 2029. Y quizás más.

Nayib Bukele es un tipo que entendió el ánimo social de nuestros tiempos. Es un adolescente con poder, con mucho poder. La palabra “ideología” no está en su diccionario. Entiende los medios, el poder del teléfono celular y las ventajas de repetir un discurso básico y repetitivo en el que las palabras “eficaz” y “ejecutar” adquieren especial prominencia. Comprende también la perversa utilidad del discurso de odio en uno de los países más violentos de la región. Más todavía, entiende que es útil aplicarlo contra los débiles, nunca contra los empresarios y familias ricas de siempre, a quienes protege y cuida.

La atracción de su modelo no debe ser motivo de sorpresa. El ascenso de Bukele se explica, en parte, por el fracaso de proyectos anteriores. Los cuatro presidentes que le antecedieron o están exiliados por corrupción o en la cárcel. El modelo económico aplicado provocó pobreza y desigualdad. Las familias ricas de hace treinta años son más ricas hoy. En el fracaso del modelo del pasado funda las semillas de su autoritarismo.

Recordemos. Los valores democráticos y el respeto a los derechos humanos más elementales no están dados; deben ser impulsados todos los días, todo el tiempo. Madurarlos tarda décadas; olvidarlos apenas unos años. Prueba de ello es que hoy solo una cuarta parte de la población de ese país cree que la “democracia como sistema de Gobierno” y más del 50 por ciento prefiere vivir “en algunas circunstancias” en una dictadura. Ello explica su alta popularidad, la mayor del continente.

Nayib Bukele —el político más cool del mundo, como se hace llamar— es el modelo de la nueva derecha de la región, uno que implica un retroceso civilizatorio de décadas. Detener la difusión de este en el resto del continente es tarea de todos. El Salvador es solo el inicio.


[1] Sobre Nayib Bukele escribí y su política contra las pandillas de su país escribí la semana pasada. Véase: Carlos A. Pérez Ricart, ¿Qué diablos pasa en El Salvador?, véase: https://www.sinembargo.mx/05-04-2022/4156806

Carlos A. Pérez Ricart
Carlos A. Pérez Ricart es Profesor Investigador del CIDE. Es uno de los integrantes de la Comisión para el Acceso a la Verdad y el Esclarecimiento Histórico (COVeH), 1965-1990. Tiene un doctorado en Ciencias Políticas por la Universidad Libre de Berlín y una licenciatura en Relaciones Internacionales por El Colegio de México. Entre 2017 y 2020 fue docente e investigador posdoctoral en la Universidad de Oxford, Reino Unido.
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