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Susan Crowley

02/10/2020 - 12:03 am

No soy un algoritmo, soy un ser humano

No culpemos a las redes de algo que nosotros no estamos sabiendo controlar.

No culpemos a las redes de algo que nosotros no estamos sabiendo controlar. Foto: Magdalena Montiel, Cuartoscuro.

Odio, polarización, inseguridad y adicción son algunas de las patologías que hasta el día de hoy han generado las redes sociales. El exceso de información conocido como “infodemia”, propiciado por la fabricación y difusión de información falsa fake news ha provocado una creciente atención al fenómeno y a los profundos daños que puede generar.

Poder y libertad. Con solo mover un dedo surgen en la pantalla nuestros anhelos, deseos, entretenimiento y la cercanía de nuestras relaciones sociales. Sin embargo, cada vez que nos conectamos somos presa de un sistema que guía y determina nuestros gustos. El objetivo es, a través de algoritmos, controlar nuestros movimientos y capacidad de decidir, lo cual multiplicado por millones de usuarios tiene repercusiones gigantes. El caso más sonado por ser un escándalo político fue el uso de bots durante las elecciones de Estados Unidos o la aprobación del Brexit en Inglaterra. Esto es tan sabido que tampoco debería sorprendernos.

En su celebrado documental Social Dilemma (El Dilema de las Redes Sociales), Jeff Orlowski anuncia el advenimiento de una catástrofe como resultado del uso excesivo de las redes sociales. Detrás de nuestra “libre” participación en el mundo virtual, se oculta un cúmulo de estrategias que nos retienen para transformarnos de usuarios a esclavos. Verdaderos autómatas que dedican su existencia a navegar de un sitio a otro.

En una especie de cursi mea culpa, ex ejecutivos de empresas como Google, Facebook, Twitter, Pinterest, narran desolados (tratando de ser convincentes sin lograrlo), los daños que han ocasionado los sistemas creados, ¡nada más y nada menos que por ellos!, y cuya intención es el uso y venta de datos personales, espionaje tecnológico y el final del mundo real para acceder por completo al virtual. Lo más grave es que esa manipulación y control no son un accidente. Fueron factores fríamente calculados por estos “héroes” desde el origen.

Con una apariencia de ñoños, hípsters y modelos, hacen gala de una ingenuidad sospechosa. Su mensaje principal: tú, pobre diablo que ves este documental, entérate que eres un simple algoritmo y estás en nuestras manos, te dominamos; lo que pasa es que nos arrepentimos y queremos ayudarte a salir de la mierda en la que te metimos.

Ni por un segundo podríamos detenernos a pensar que estos gurús que ayer admirábamos y queríamos imitar, aunque sea en el look, que nos pintaron las redes como el ágora del futuro, hayan cambiado su ética y hoy nos expresen: “lo lamento, estás atrapado”, o un tierno “yo no dejo que mis hijos entren a las redes” y además, “viene lo peor, la Inteligencia Artifical”.

Con una escenografía de serie de ficción setentera, nuestros súper creativos ponen en la mesa de discusión el laberinto mental, en el que podemos encontrar mucho más que todos nuestros miedos ancestrales: dragones, hechiceros, pozos, puertas falsas y cárceles, de las que no podremos salir jamás. Una verdadera distopía, palabra tan de moda.

Lo más deprimente de todo es que pensamos que es gratis, pero no. Los volúmenes de dinero que manejan las empresas dedicadas al entretenimiento llevaron a estos “renegados” a ser los hombres más ricos del mundo. Mientras, los demás somos una especie de ratones de laboratorio que apretamos botones sin ton ni son y participamos sin voluntad alguna del perverso juego que tarde o temprano nos consume. Más grave aún, para este universo, nosotros ya ni siquiera importamos como clientes. Nos hemos convertido en objetos de venta, algoritmos que en masa interesan a las grandes empresas de anunciantes, a las campañas políticas, a los grupos de influencia. Todo se reduce a marketing y managment. A través de estos dos conceptos, los exitosos conversos de Social Dilemma nos relatan cómo logran cambiarnos hasta hacernos parte de su cosmogonía útil y desechable.

Un plan siniestro que ahora aterra a estos buenos muchachos, pero que por mucho tiempo los inspiró: la posibilidad de adelantarse a nuestros anhelos y someternos a los millones de productos que han creado y que, sin saber por qué, hoy saturan nuestro imaginario.

Casi todos estudiaron en Stanford o su equivalente. Donde crearon sistemas capaces de entrar directamente a nuestro subconsciente y modificar nuestros hábitos y conductas. Como una droga, nos sedujeron hasta volvernos adictos al consumo de la moda, los objetos, el lenguaje. “Si quieres ser aceptado, popular y convertirte en un influencer, ponte en nuestras manos, nosotros te fabricamos”, parecen gritarnos. Fue así como armaron sus estrategias. La premisa en la era de las redes: por un like eres capaz de lo que sea. Los hoy conscientes creadores, están fuera de los sistemas y los acusan generando nuevas empresas y campañas de concientización que, comparadas al volumen y poder de sus ex empresas, son totalmente ineficaces. Un poco iluso pretender desde un arma como Social Dilemma destruir a los gigantes, aunque quizá lo único que en realidad pretenden es dejar a salvo sus conciencias además de sus fortunas.

Para que las cosas queden aún más claras y desconfiando de nuestra inteligencia, el documental intercala una “conmovedora” y muy barata telenovelita de la familia feliz víctima del villano celular. Hay además otra subtrama en la que un actor insoportable personifica el bueno, el malo y el peor de los componentes cibernéticos que trabajan a ritmo vertiginoso alterando y atrapando al chico ingenuo que busca ser reconocido por su comunidad.

Sería necesario utilizar esta información para generar campañas más eficaces que no resulten en otras fórmulas de entretenimiento. Algo en la doble moral que maneja Social Dilemma hace pensar que es una especie de válvula de escape creada por el mismo sistema: “etiqueto mi producto y te advierto de los daños que produce, pero te invito a consumirlo”.

Difícilmente podremos evadir la oferta de productos chatarra, de droga, de pornografía o de las redes sociales sin una campaña bien instrumentada. Debe existir una respuesta mucho más contundente en contra de la creatividad de unos “genios” al servicio del consumo de una masa narcisista urgida de reconocimiento.

Según Guy Debord, “todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación”. Increíble, lo dijo en 1967. Han pasado más de cincuenta años y hoy somos víctimas de esa profesía. Peor aún, a consecuencia de la pandemia, el encierro y la exposición a la pantalla el odio, la polarización, la inseguridad y la adicción han aumentado. Estamos atrapados en el mundo virtual permanentemente. Los adultos podemos pasar el tiempo olvidados de nuestra realidad viendo una serie divertida, no tenemos mucho que perder, tenemos relativa conciencia del mundo de “afuera” y del de “adentro”. Podemos seguir trabajando gracias a los sistemas de interconectividad, ver espectáculos. En fin, podemos incluso visitar museos virtualmente y hasta ponernos un buena peda por zoom.

Los muy jóvenes, en cambio, pasan mucho más tiempo en la blogosfera, con el agregado de la educación obligatoria frente a la pantalla. La ingente necesidad de ser aceptados por los demás los lleva a cuestionarse cómo deben verse, comportarse, qué deben hacer para ser vistos y aceptados y recibir un like. A esto se refiere Debord cuando habla de la representación; hoy ya no importa el “ser” si no el “tener” y este ha cedido a la enorme necesidad de “aparecer”. Ajenos al universo de los adultos han sido tragados por sus IPads o el celular de los papás (para que los deje en paz). Empezando por el jueguito que dominan antes de cumplir un año, inician la ruta interminable de las redes. Me los imagino como mariposas revoloteando dispuestas a ser atrapadas por la red de consumo, pornografía, trata de personas, drogas.

La única defensa a tantos peligros está en la casa y en la manera en que se enfoque el problema. Eso no nos lo tiene que decir el documental, eso lo deberíamos saber desde siempre. Satanizar hoy las redes para crear otro conveniente consumo, el del documental que denuncia y juega de redentor, es de nuevo simplificar las cosas.

Los jóvenes viven un mundo complejo en el que ya no son protegidos por nosotros los adultos. Aunque la autoridad nos resulte detestable, es la encargada de poner límites y ofrecer apoyos para la madurez. No culpemos a las redes de algo que nosotros no estamos sabiendo controlar. El dilema de las redes sociales es por cuánto tiempo, con qué fin me conecto, a qué grupo pertenezco, cuántos likes genero.

Hoy Social Dilemma está de moda. Hablar del documental seguramente será pasajero porque en poco tiempo habrá sido consumido y desechado, ¿ya viste el documental de Social Dilemma? No te lo puedes perder, si no eres parte de este documental no eres nadie. No está de más recordar que la audiencia atrapada en Netflix esta siendo parte de esta gran vorágine que decide qué verás. Si te fascinó el documental y se lo recomendaste a todo el mundo, solo recuerda que Netflix es también una aplicación que te utiliza para elaborar sus contenidos y garantizar su éxito, eso de entrada. Las nuevas producciones están diseñadas para atraparte y fueron creadas en función de tus gustos para volverte un consumidor adicto. Eso es lo que sabemos, pero quién sabe qué más hay detrás. Ante esto solo queda decir: gracias, Netflix por denunciar lo que terminas haciendo.

www.susancrowley.com.mx

@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.
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