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Ceniza roja, un viaje a la oscuridad que impacta con la belleza en el mundo

viernes, mayo 27th, 2022

La escritora y editora habló en entrevista sobre Ceniza roja, su nuevo libro que refleja la soledad y tristeza después de la muerte de su entonces pareja.

Ciudad de México, 27 de mayo (SinEmbargo).– Ceniza roja (Páginas de Espuma), el nuevo libro de Socorro Venegas, es intenso, revelador y demoledor, tanto por su experiencia de fondo como por su tejido estilístico.

Construido con un lenguaje poético, Venegas rescata de la memoria la travesía de soledad y tristeza después de la muerte de su entonces pareja.

“Mientras escribía tomé conciencia de lo inútil que era mantener la convención de datar en un diario. Hacía tres meses que había perdido a mi pareja y la intensidad de lo que contaba era tan abrumadora que no podía distinguir entre un día y otro”, compartió en entrevista.

Entre el aforismo, el poema en prosa, este volumen comparte espacio con las ilustraciones de Gabriel Pacheco, quien crea un libro orgánico y redondo con su propia visión de la literatura de Venegas.

La escritora y editora dio cuenta del proceso de catarsis que significó Ceniza roja.

“Escribí por prescripción, mi psicoanalista me dijo que intentara escribir pero también fue enfático en pedirme que no leyera, quizás por eso no recuerdo los momentos de escritura, aunque me reconozco en todo lo que ahí registré”, comentó la autora.

Ceniza roja, de Socorro Venegas. Foto: Páginas de Espuma.

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—La primera sensación que me deja tu libro es la de un letargo, como si el tiempo dejara de fluir, incluso dejas de anotar fechas y todo se queda en un paréntesis del dolor y la depresión. ¿Cuéntame un poco de esto y si coincides conmigo, Socorro?

—Mientras escribía tomé conciencia de lo inútil que era mantener la convención de datar en un diario. Hacía tres meses que había perdido a mi pareja y la intensidad de lo que contaba era tan abrumadora que no podía distinguir entre un día y otro, no parecía importante fijar fechas, lo esencial era poder encontrar las palabras para esa devastación.

—Este parece ser un libro autobiográfico, ¿cómo escribes esto, es decir, es un ejercicio de la memoria o una recuperación de este diario?

—Me encontré inesperadamente con este diario en una mudanza. Fue como si alguien del pasado me contara quién fui y quién soy, porque inevitablemente somos una suma de experiencias.

Escribí por prescripción, mi psicoanalista me dijo que intentara escribir pero también fue enfático en pedirme que no leyera, quizás por eso no recuerdo los momentos de escritura, aunque me reconozco en todo lo que ahí registré.

Socorro Venegas dio cuenta del proceso de catarsis que significó Ceniza roja. Foto: Isabel Wagemann.

—Tú, en este libro, le das un lenguaje a la pena, al duelo, a la desesperanza, podría decir que construyes un artefacto literario con el dolor. Háblame un poco de este proceso de verbalizar esta muerte.

— No es un diario que haya sido escrito para ser leído, ni siquiera por mí. Al encontrarlo y leerlo sentí curiosidad por esa mujer que pese a todo lograba alzar la pluma y rasguñar el papel para decirse a sí misma: aquí estás. Y me conmovió también, pues a pesar de que atravesaba una oscuridad sin orillas estaba encontrando belleza en el mundo.

—Siempre creí, he creído, que el diario es una ruta de la desolación, pues en la literatura, los diaristas cuentan, al menos los que he leído, sus desventuras, las tragedias. Con tu libro sentí que corroboré lo anterior. ¿Qué te permitió ese género, el de diarista, para crear esta obra?

—Alguien dijo que la felicidad se escribe en blanco. Acaso los diarios que conocemos se publicaron precisamente por esa posibilidad que el dolor abre, la de dar a conocer desde la experiencia individual el paso por el infierno.

— Háblame de este lenguaje esencialmente poético, cómo lo trabajaste, ¿en qué momento comenzó a encontrar su ritmo este libro?

—Cuando escribí ese diario ya tenía encima muchas lecturas, la poesía es un género imprescindible en mi formación como lectora y escritora. Cuando, en medio del duelo, lograba leer algo era poesía. Creo que al escribir buscaba ese lenguaje esencial para tratar de describir lo que parecía inexpresable.

—La voz poética que cuenta esto dice tener 27 años, es decir, tú tenías 27 cuando lo escribes. Qué representa para ti confrontar esta historia, esa misma muerte que persiste en tus hombros “como un anciano”.

—La pérdida es tema que ha alimentado mi escritura, he escrito sobre la viudez en mi novela Vestido de novia (Tusquets) y en algunos cuentos de mi libro La memoria donde ardía (Páginas de Espuma). Es un tema inagotable. Pero esta es la primera vez que lo abordo sin el parapeto de la ficción, hay un desprendimiento, una distancia con respecto a esa historia que es mía pero que al mismo tiempo puedo compartir con los lectores. Como mucha gente en estos días, yo tampoco pude despedirme de mi muerto. Ese es un dolor muy particular. Me gusta pensar que Ceniza roja podría acompañar a alguien y que cada persona podrá elegir cómo necesita leerlo, como un testimonio, una elegía, un cuento, un libro de memorias…

Una de las ilustraciones de Gabriel Pacheco que acompañan el texto. Foto: Páginas de Espuma.

—Sobre las ilustraciones, considero que son el vaso comunicante perfecto con tu libro. ¿Qué te generó cuando viste el trabajo de Gabriel Pacheco?

—Vi muy despacio las preciosas ilustraciones de Gabriel. Ante todo es un lector profundo, e hizo con el diario justamente lo que un artista puede hacer: construyó su propia historia, trasladó su propia visión. Me asombró lo potente de su discurso visual, esa caída libre con la que el libro se abre, eso es el duelo, la caída tras un golpe que nunca viste venir. Coincidimos en la difícil belleza del mundo, a pesar de todo.

—Durante el libro, citas a un puñado de autores. Además de lo que el lector halla en el libro, qué otros acompañaron este viaje, si es que lo hubo.

—Es difícil recordar ahora, como te decía: apenas lograba leer, me concentraba muy poco. Me acompañaron sobre todo los poetas, y también estaba esa otra lectura: la del entorno, mi nuevo hogar, las nuevas paredes, un jardín, un nido de golondrinas abandonado.

— Aunque inserto en el diario, tu libro, para mí, es poesía, o si se quiere, un híbrido, como ahora se le llama. A ti te gustaría que se le “catalogara” en algún género.

—Me gusta sobre todo la posibilidad de acompañar con este libro, de decirle a los que han sufrido una pérdida que la vida puede más. No me parece importante situarlo en algún género.

Soy escritora de umbrales. Me gusta situarme entre lo real e insólito: Cecilia Eudave

martes, septiembre 21st, 2021

La suma literaria de la escritora mexicana Cecilia Eudave tiende a lo calibrado, al fugaz relámpago. Prueba de ello es su más reciente libro Al final del miedo (Páginas de espuma, 2021), un conjunto de ocho cuentos que tienen como telón de fondo el fin del mundo, donde la cotidianidad se expresa mediante la constante aparición de agujeros negros.

Ciudad de México, 21 de septiembre (SinEmbargo).– ¿Qué hay delante del abismo? Es una cuestión que tratan de responder, precisamente los ocho cuentos que componen Al final del miedo (Páginas de espuma, 2021), el nuevo libro de la escritora mexicana Cecilia Eudave.

Íntimamente relacionados unos con otros, al grado de tener el cariz de una novela, estos cuentos tratan sobre lo insólito, el miedo, la reflexión y sobre agujeros negros que aparecen de la nada. Todo ello visto por personajes que atraviesan como sombras a lo largo de este volumen, que bien puede leerse linealmente o mediante el azar.

“Soy, esencialmente, una escritora de umbrales. A mí me gusta situarme justo en la línea que separa lo real de lo insólito, y ahí me encuentras, en esa frontera de lo inusual. No dejamos de leer la posibilidad de que el mundo no es perfectamente confiable y que en la realidad tienen que pasar cosas que desestabilicen ese concepto que nos han entregado, que convivimos con lo insólito, pero nos da miedo admitir que nos ha pasado algo que no podemos explicar”, compartió la autora en entrevista con SinEmbargo.

Cada uno de los relatos de Al final del miedo tiene como telón de fondo el fin del mundo: una serie de agujeros negros comienzan a aparecer, las personas se tiran dentro de ellos y van creciendo, poco a poco, hasta alcanzar la proximidad con los personajes de cada historia. Historias entrecruzadas, personajes duplicados, en medio de un mundo atroz y caótico. Ese es el corpus de este  libro.

“Cuando comencé a escribir este libro, por allá de 2009, me di cuenta que al ser humano le horroriza la realidad”, comentó al respecto Eudave. “Yo no quería hacer un libro donde la idea de los agujeros negros fuera del caos, sino que fuera parte de la cotidianidad, y así los personajes se acostumbraran a ellos e hicieran su propia introspección”. 

La suma literaria de la escritora mexicana Cecilia Eudave tiende a lo calibrado, al fugaz relámpago. Prueba de ello es su más reciente libro Al final del miedo. Foto: Cortesía Adolfo Weber.

Acaso uno de los mayores aciertos del volumen de cuentos sea la elección del narrador, quien se entromete, falsea —muy al estilo de lo que hace Borges—, despista al lector para exigir de él un compromiso con la anécdota y la trama. “Es, claramente tramposo, desespera, irrita, pero todo el tiempo te mantiene ahí, siguiendo a los personajes, entonces, el narrador se vuelve otro agujero negro en el que te abismas como lector”.  

La suma literaria de Cecilia Eudave tiende a lo calibrado, al fugaz relámpago. Así, contundente, cada obra de la escritora mexicana gana, recordando a Julio Cortázar, por nocaut. Desde Al final del miedo, pasando por Bestiaria vida, Registro de imposibles, Para viajeros improbables y, próximamente, con El verano de la serpiente, que será su nueva novela.  

Lectora de Borges, de Ítalo Calvino, Julio Verne y de la amplia tradición mexicana, desde Elena Garro, Xavier Villaurrutia y Gilberto Owen, el nombre de Cecilia Eudave se une al de un nutrido grupo de escritoras que están en boga actualmente, que van desde Mariana Enriquez, Fernanda Trías, Guadalupe Nettel, Giovanna Rivero, María Fernanda Ampuero, Ariana Harwicz, Liliana Colanzi, entre muchas otras. 

Al final del miedo (Páginas de espuma, 2021).

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La estructura ósea del libro es laberíntica. En Al final del miedo las líneas argumentativas de los cuentos se cruzan, se conectan unas con otras. ¿Cómo imaginaste, en un inicio, la arquitectura de tu libro? 

Con Al final del miedo lo que quería era crear un libro orgánico. Hay un trabajo en la estructura muy consciente. Lo disfruté mucho y por eso tardé tanto en escribirlo y no lo quería soltar porque pensé que nadie lo iba a entender pues podría parecer que se me fue de las manos este libro/artefacto.

Todos los cuentos se complementan, por eso son ocho. Si se lee “Siete minutos” (1) y después  “Al final del miedo” (8), ahí se abre el umbral; luego viene “Sereno olvido” (2) que conecta con “Espejismo” (7); luego “Cazando un día de campo” (3) con “Hotel” (6) y cerramos con “Deja que sangre” (4) con “La verdad verdadera” (5), y en cada historia todos los personajes atraviesan diversas historias, circulan, excepto en La verdad verdadera. 

Presente y futuro se tornan muy inciertos en Al final del miedo, hay una suerte de distopía, de cataclismo. ¿Desde dónde escribes tu libro?

Cuando comencé a escribir este libro, por allá de 2009, me di cuenta que al ser humano le horroriza la realidad. Recuerdo que en ese momento estaba la controversia del H1N1, se hablaba de agujeros negros (que son una figura recurrente en el libro), además en 2012 nació la idea de que el mundo se iba a acabar y ahora volvimos a estas cuestiones de catástrofes. 

Yo no quería hacer un libro donde la idea de los agujeros negros fuera del caos, sino que fuera parte de la cotidianidad, y así los personajes se acostumbraran a ellos e hicieran su propia introspección. Y en vez de estar intentando cómo solucionar el afuera, tenía que ver en cómo les estaba impactando a ellos, y una manera es investigando qué te está pasando cuando llegas a un punto de quiebre y es ahí donde se encuentran todos estos personajes, y sus mismos espacios son espacios de reflexión y búsqueda, así como de reconocimiento. Los mismos personajes deben abismarse en ellos mismos. Y en este libro todos son víctimas y victimarios. 

Con Al final del miedo confirmas tu fascinación por lo insólito, pero cuéntame ¿qué es para ti este género? 

Lo primero que debo aclarar es que no me considero escritora del realismo mágico, pues se suele confundir. Tampoco puedo decir que soy fantástica, aunque en muchos de mis textos aparece como discurso, no como la argumentación final de todo. Definitivamente, ahora que se habla de lo insólito, estoy de acuerdo en colocar ahí mi obra, y que es un paraguas donde se amparan todos los géneros no miméticos, me siento a gusto deambulando entre ellos, es decir, el terror, la ciencia ficción, lo extraño, lo maravilloso.

Por otra parte, soy, esencialmente, una escritora de umbrales. A mí me gusta situarme justo en la línea que separa lo real de lo insólito, y ahí me encuentras, en esa frontera de lo inusual. No dejamos de leer la posibilidad de que el mundo no es perfectamente confiable y que en la realidad tienen que pasar cosas que desestabilicen ese concepto que nos han entregado, que convivimos con lo insólito, pero nos da miedo admitir que nos ha pasado algo que no podemos explicar, y quizá tenga explicación, pero no la hemos encontrado, y ése es el espacio que a mí me gusta trabajar. Todos los cuentos de Al final del miedo tienen y no una explicación posible, todo depende de cómo lee el lector, por eso ahí entra la parte detectivesca tanto del lector como del narrador. 

“Al ser humano le horroriza la realidad”, expresó en entrevista Cecilia Eudave. Foto: Cortesía Alejandro Meter.

Tu narrador es tramposo, impertinente incluso. Narra, sí, pero opina, despista, atrae la mirada del lector, quien debe decidir hacerle o no caso. 

Cuando utilizo un narrador en tercera (persona) quiero que se parezca mucho a una voz en primera, como si fuera un narrador personaje, que no lo sabe todo, que se equivoca, que de repente discute, que siempre está suponiendo, en suma, un narrador que desestabilice al lector para que el lector tome la voz del narrador.

Es, claramente tramposo, desespera, irrita, pero todo el tiempo te mantiene ahí, siguiendo a los personajes, entonces, el narrador se vuelve otro agujero negro en el que te abismas como lector. Además, cree que sabe, pero no sabe, y son los mismos personajes que lo corrigen, los que te llevan a otro lado cuando les permite hablar, es un narrador que te pone en atmósfera de introspección, de búsqueda, un poco también detectivesca porque él también está preguntándose qué está pasando, y además tiene el peso de que no se le olvide nunca dónde está relacionando a todos los personajes.

En todas tus obras aspiras a la brevedad, incluso tus novelas suelen ir hacia la calibración casi cuentística. Platícame sobre esta característica de tu literatura y sobre dónde te sientes más cómoda, en la novela o en cuento.

Soy una escritora de brevedades, siempre lo he dicho. A mí me gusta el relato, el cuento y la novela corta. Si me preguntas dónde me siento mejor, en el cuento, incluso también me gusta jugar, pues tengo libro y novelas, como Bestiaria vida, que se pueden leer como cuentos, como historias separadas. Por ejemplo, y es curioso, en el caso de Al final del miedo mucha gente me ha dicho que es una novela, y claro que se puede leer como el lector quiera, pero cada cuento es autónomo, y si una persona sólo leyó uno o dos, no pasa nada, se queda con esa sensación de que está leyendo un cuento, pero cuando lo lees en su conjunto, todos los cuentos adquieren mayor presencia porque todos se complementan. 

A mí me gusta construir proyecto, y la brevedad te lo permite. Yo quiero escribir tres novelas con tema familiar, comencé con Bestiaria vida, ahora vengo con El verano de la serpiente (que está por aparecer muy pronto) y después vendrá la que cierre el ciclo, y que son variaciones del mismo tema, que no es estar escribiendo el mismo libro, y que tiene el mismo tono, mucho humor negro, ironía, sarcasmo, a veces melancólico, algo esquizofrénico, rasgos que nunca me abandonan, pero siempre procuro que mis libros sean diferentes.

¿En Latinoamérica, las mujeres están escribiendo la mejor literatura?

Yo creo que sí. Aunque también está la parte de las editoriales, pues hablar de un boom latinoamericano de escritoras es lo mismo que hablar del boom de hace muchos años, donde todos eran hombres, entonces ¿ahora tienen que ser todas mujeres? Y ese es un boom solamente a nivel editorial.

Sí creo que las mujeres, desde siempre, hemos tenido una perspectiva distinta de narrar y tiene que ver, necesariamente, porque somos mujeres, no porque sea femenino, sino porque hay una construcción del pensamiento que nos hace ver el mundo desde ahí, y que también nos atrevemos a desafiar y cuestionar, no por el hecho de ser mujeres vamos a seguir como los hombres, aceptando las normas patriarcales que les acomodan bien, pero que a nosotras no.

Finalmente, las mujeres vamos teniendo una presencia importante en la narrativa porque por fin podemos enunciar cómo vemos la realidad fuera de los clichés y ya no condenadas a escribir sólo novela histórica. Muchas de estas escritoras contemporáneas frecuentan los géneros no miméticos (como yo) y si los frecuentan es porque tiene espacios de expresión donde pueden hablar libremente. 

RESEÑA | La belleza de lo grotesco en Pelea de gallos, de la ecuatoriana María Fernanda Ampuero

sábado, mayo 16th, 2020

Este libro de relatos aborda los vínculos familiares y sus códigos secretos, las relaciones de poder, los silencios, el abuso. Sus páginas condensan un común denominador en Latinoamérica: la violencia racial, de clase, de género. Pelea de gallos es una herida abierta, llena de soledad, derrota y abandono.

La autora, cuyo estilo es directo como un puñetazo, ha publicado los libros de crónicas Lo que aprendí en la peluquería (2011) y Permiso de Residencia (2013). En 2016 ganó el premio Cosecha Eñe por el relato «Nam», incluido en este volumen.

Ciudad de México, 16 de mayo (SinEmbargo).- En lo grotesco anida una belleza enigmática, a veces obscura, como presenciar despierto las escenas de una pesadilla sin temor ni pánico. Ese efecto tiene uno de los relatos de la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero, titulado “Crías e incluido en su libro Pelea de gallos (Páginas de espuma, 2018). Un texto breve que condensa toda la brutalidad del mundo:

Una mujer recorre a pie la calle en donde creció. Toca la puerta de Vanesa y Violeta, “las vecinas de toda la vida”. Abre un hombre en bata, chanclas y lentes que se acomoda de forma nerviosa sobre el puente de la nariz. Es el único sobreviviente de una familia que se exilió de forma voluntaria. Lo recuerda: es el niño raro que un día abrió la puerta de su cuarto y le preguntó si quería ver una cosa. “[…] y yo le dije que sí porque toda mi vida he querido ver cosas y porque digo que sí a todos los hombres”.

La arrastró al balcón, en donde había una jaula con dos hámsteres. Ese niño raro de entonces le contó que la hembra acababa de tener hijos y que se los había comido. Ella no le creyó hasta que él metió la mano en la jaula y “sacó medio hamstercito, una cosa diminuta y rosada, una patita y un rabo todavía con un poco de sangre y luego una cabeza”. Décadas después, ese niño convertido ahora en un hombre raro, le vuelve a preguntar si quiere ver algo.

“Allí, como si no hubiera pasado el tiempo, un par de hámsteres dan vueltas en una rueda. Enciende la luz, una luz asquerosa, una bombilla sin lámpara y veo que en todas las paredes hay fotos”. Imágenes de escenas amplificadas: hámsteres agigantados devorando, paso a paso, a sus crías. “Las fotos que siempre quise ver están ante mis ojos y son más hermosas de lo que jamás imaginé. Ser que se come a los seres que ha engendrado. Madre alimentándose de sus pequeñas”. Si la literatura se construye de miradas, a los ojos de Ampuero, el hogar también pueder ser un espacio que destruye a las personas.

Pelea de gallos –como escriben los editores– aborda los vínculos familiares y sus códigos secretos, las relaciones de poder, los silencios, el abuso. En sus páginas, también se condensa el sino de latinoamericana, común a los países de la región: la violencia racial, de clase, de género. Poblada de soledad, derrota y abandono, Pelea de gallos es un herida abierta, una agonía prolongada.

De forma intencional, los cuentos llevan por título una sola palabra: «Luto», «Subasta», «Alí». Una estrategia efectiva, una trampa mortal: a través de esa brevedad engañosa, que revela poco de la trama, Ampuero te ahoga en sus páginas, te hunde la cabeza y no te deja salir a flote. Si lo logras, el mundo de afuera adquiere un aspecto macabro, aunque familiar. Su estilo, carente de rodeos, es directo, como un puñetazo. Si bien prevalece la primera persona, Ampuero no renuncia a la exploración estilística. Heredera de Carver, privilegia, más que el knock out, la resonancia de los finales, ese zumbido que inquieta al lector, que no lo deja en paz.

“La voz de María Fernanda Ampuero es dura y hermosa; sus  cuentos son objetos preciosos y peligrosos“, afirma el escritor mexicano Yuri Herrera, otro maestro de la brevedad.

Ampuero es una escritora ecuatoriana radicada en Madrid. En 2016 ganó el premio Cosecha Eñe por el relato «Nam», incluido en este volumen. En 2011 publicó Lo que aprendí en la peluquería y, en 2013, Permiso de Residencia, ambos libros de crónicas.

Cierro el libro sin poder alejar de mi mente las imágenes de los hámsteres devorando a sus crías, esa escena enigmática, que atrae y repele al mismo tiempo: esa belleza de lo grotesco.

RESEÑA | La vaga ambición: autoficción literaria que hierve de tragedia, ironía y vitalidad

sábado, mayo 2nd, 2020

Si bien hay ejercicios fallidos de autobiografía, otros resultan bien logrados, exentos de melodrama. Antonio Ortuño es un ejemplo de ello con su libro La vaga ambición (2017), publicación con la que se hizo acreedor al Premio Ribera del Durero.

Ortuño erige un libro de cuentos, que se lee como una novela, donde desmitifica las ideas románticas que sostenemos sobre la familia, el amor, el trabajo y el éxito. Esta es la primera entrega de la serie “Relecturas en tiempos de pandemia”.

Ciudad de México, 2 de mayo (SinEmbargo).- Hace dos años, en un artículo publicado en el suplemento cultural “Babelia”, del diario español El País, Ana Caballé reflexionaba sobre el boom de la autoficción: “Aquí y allá hay muestras de fatiga en relación a la autoficción, a pesar de su éxito arrollador en las últimas décadas. Fatiga debida en parte a la extrema dificultad de reconocer los límites del género y de saber qué estamos leyendo.

Entiendo que hablar de límites en una creación literaria no es prudente, pero el conocimiento solo puede construirse elaborando ideas sobre lo que observamos o sobre lo que leemos”. El debate sobre el género, en Iberoamérica, está encendido.

Discrepo de quienes aseguran que la novela ha agotado sus recursos. Sostengo que la novela, en la segunda década del siglo XXI, ha sido influenciada por los códigos de la realidad, por las nuevas formas del periodismo y por una necesidad latente de introspección en un mundo disperso, digital, líquido e inmediato.

La autoficción, en la actualidad, responde a que la realidad y sus códigos se ha vuelto tan inabarcable, tan compleja, tan aviesa, que los escritores voltean hacia dentro, en donde bulle un universo. Si bien hay ejercicios fallidos de autobiografía, ampulosos varios, otros resultan logrados, exentos de melodrama. Antonio Ortuño es un ejemplo de ello. Con su libro de relatos La vaga ambición (México, 2017; editorial Páginas de espuma), publicación con la que se hizo acreedor al Premio Ribera del Durero, Ortuño “despoja de languidez a la autoficción literaria y la hace hervir de tragedia, ironía y vitalidad”.

Maestro de la estructura, Ortuño erige un libro de cuentos que se lee como una novela: a lo largo de seis relatos, Arturo Murray, un escritor cuarentón, a manera de testimonio, repasa desde los secretos de su infancia (con un padre ausente de fondo), la relación con su esposa Aura (¿homenaje a Fuentes?), rencores añejos sin resolución, con lo cual desmitifica las ideas románticas que sostenemos sobre la familia, el amor, el trabajo y el éxito.

Murray sobrevive entre la catástrofe del pasado y un presente grotesco, construido con malas reseñas, entrevistas vacías (que dejan mal parados a muchos reporteros que entrevistan a autores sin tener la decencia de leer el libro), presentaciones a medio llenar y una cuenta bancaria que oscila entre los números rojos y la abundancia pasajera. Y también se permite reflexionar sobre el oficio del escritor sin adornos, despojado de grandilocuencia.

«Los muertos iluminan la ruta de los vivos. Por eso leemos: para que se inflame una antorcha. Bajo su luz escribimos. Se los digo con la convicción de un tallerista literario de cuarenta años con problemas domésticos, un tipo que va para viejo (no todos los cuarentones lo demuestran, pero es mi caso) enfrentado a un grupo de muchachos que parecen elenco de la consabida película sobre la victoria del equipo de los torpes. Por ahí les faltan, a los chicos del taller, una variedad de indispensabilidades: una mano, higiene personal, autoestima, minerales, electrolitos. No culpen a la escritura. En cierta medida a todos, cada mañana, nos falta una mano», escribe en las primeras líneas del su cuento “La batalla de Hastings”.

Ortuño ha escrito uno de sus libros fundamentales. No será el último, por supuesto, pero –desde ahora– tiene garantizada la posteridad.

Chimal: “Los nuevos lectores están abordando la literatura de una manera más desenfadada”

sábado, febrero 2nd, 2019

Una entrevista con él abrió nuestro suplemento Puntos y Comas. Ahora, volver a hablar de Manos de lumbre y de El país de los hablistas es hacerlo con alguien profundamente comprometido con la literatura. Cree en las redes sociales, aunque lo considera “una moneda de dos caras”.

Ciudad de México, 2 de febrero (SinEmbargo).- Alberto Chimal todo lo escribe, al menos eso parece. Un librito acá, delicioso, las historias de Manos de lumbre (Página de Espuma), como diría Jean-Paul Sartre, “no hay necesidad de fuego, el infierno son los otros”.

Un escritor que practica el plagio literario, una mujer obsesiva bajo una maternidad malentendida o una enferma frente al trance de elegir son algunos de los personajes de Alberto Chimal que conviven con su propio infierno, con su propio disimulo, manipulación o incertidumbre.

También está el libro El país de los hablistas (FCE), en realidad una reedición en el que Chimal reunió diez textos. De ellos, el más importante es el primero, que lleva por nombre “La verdad”, pues en él está la cosmogonía que Chimal imaginó para todo el libro y además en él está expresado cuánto debemos confiar en el narrador.

De Alberto Chimal se ha escrito: “Alberto Chimal nos recuerda que todo ocurre aquí, en este mundo, en esta vida, en estas formas de imaginación de las que todos participamos», Francisco de León, Literal.

“Para los lectores algo cansados con el modo realista en el que se desenvuelve buena parte de la literatura latinoamericana contemporánea, Chimal es un escritor imprescindible”, Edmundo Paz Soldán, La Tercera.

“Así funciona la narrativa de Chimal: con potencia. Tiene poder, tiene eficacia, engancha”, Sara Mesa, Estado Crítico.

“Chimal se acerca a la zona de la penumbra, de las amenazas y las identidades indefinidas, en donde reina la “belleza terrible” y donde lo desconocido y lo aterrador cohabitan”, Carolina Herranz, Criticismo.

El país de los hablistas es un libro delicioso que tiene filosofía y televisión, ¿lo ves así?

–Un poco. Está todo entremezclado, un montón de influencias de todas partes.

–Un libro propio para los adolescentes, aunque tú no lo pensabas, ¿verdad?

–No, no estaba pensando para un público en particular, pero con el tiempo he notado que sí interesa a la gente joven. Tiene la intención de hacer un poco referencia a las historias de otro tiempo. A los cuentos de Las mil y una noches, donde todos encontramos las historias que nos interesan.

Un libro donde cada personaje comete una torpeza. Foto: Especial

–Empieza el libro con Amma y termina con Amma…

–Sí, jugaba un poco con eso, con el libro circular. Al final, algo que me gusta mucho, sobre todo una especie de capricho o de juego mío, jugar con la estructura de los libros.

–La sátira, la ironía, en el cuento de “Pargo y Rata”, es tu sentido del humor.

–Me gusta muchísimo el humor. Creo que un día de estos podría escribir un libro de “Pargo y Rata”, que son dos bribones arquetípicos, siempre están metiéndose en problemas y siempre acaban en una situación angustiosa. En el cuento que está ahí empiezan en una situación trágica, aunque pienso que siempre se salvan.

–El cuento de amor es conmovedor.

–Ese cuento de amor es trágico. Cuando lo escribí estaba en un plan como melodramático, creo que esas paradojas, esas ironías nos tocan a todos en la vida.

–El tema de la violencia está en ese hombre que mata a los niños, a su familia

–Fíjate que toda la violencia que hemos vivido en las últimas décadas, me recuerda a este cuento, que por otra parte tiene que ver con los cuentos de horror, aunque es un poco premonitorio. Este libro de cuentos se publicó en 2001.

–Decía la televisión porque se parece un poco a Game of Thrones.

–No lo sé, la principal inspiración es una escritora argentina que se llama Angélica Gorodischer, quien tiene un libro extraordinario que se llama Kalpa Imperial, donde hay un narrador de historias atemporales y por supuesto se parece también un poco a George R.R.Martin.

–Está también tu libro Manos de lumbre.

–Es el segundo libro que publico con Páginas de Espuma, que es un paso hacia delante en mi carrera. Es una frase que se decía en México cuando un niño cometía alguna torpeza. En el libro todos los cuentos tiene a un personaje que comete algún tipo de torpeza. La forma en la cual los seres humanos somos capaces de destruir y de destruirnos también.

–Tu literatura últimamente está en el infierno, ¿es así?

–Creo que en libros como este sí lo están, por diversas razones, desde las personales hasta el hecho de que el mundo ha derivado en una atmósfera más apocalíptica. No sólo en México sino en todos los lugares. Finalmente uno siempre está escribiendo desde su propio entorno.

Los objetos –el libro- es una opción más entre muchas que hay para pasar el tiempo, dice. Foto: FIL en Guadalajara

–¿Qué te han dado las redes sociales?

–Son una especie de monedas de dos caras. Por una parte nos han permitido una interacción que no hubiéramos tenido de otra manera. Creo que una buena parte de mi trabajo se difunde en las redes sociales. Y por el otro lado, nos toca vivir las consecuencias del discurso en línea más radical. Ese proceso es como el reverso de las ventajas que ofrecen las redes sociales.

–Tienes el contacto con los nuevos lectores, ¿qué te dicen esos nuevos lectores?

–Los nuevos lectores están abordando la literatura de una manera más desenfadada que sus padres. Hay una cierta actitud más frívola pero también más abierta. Los objetos –el libro- es una opción más entre muchas que hay para pasar el tiempo. Sí hay un reconocimiento de lo que puede ofrecer la lectura. Tienen otra relación con la jerarquía de la comunicación. Matizar los anuncios idealistas y los anuncios nihilistas, en generar muestran sólo algunos aspectos de una situación mucho más compleja.

–¿Después de la novela La torre en el jardín, no intentaste escribir otra novela?

–Sí, claro. Edité una novela para jóvenes y ahora tengo una nueva novela, que espero que encuentre pronto casa. Hay otra más que está contratada por el Fondo de Cultura Económica.

–¿Qué dirías de la novela hoy en el contexto de un México destruido?

–Creo que la novela mexicana tiene una variedad y tiene una serie de alcances y posibilidades bastante estimable. Sobre todo las escritoras. Puede quedar como un poco eclipsada por esa palabrería que está de moda. Libros de agenda política. El ataque a los narcos parte 1500, eso es lo que digo. No ofrecen nada esos libros. Hay mucha autoficción también, no todo es interesante. Por casa Canción de tumba, hay miles que no valen nada. La mejor novela no está uncida a estas modas.

“Cómo escribo mis libros”, de Arthur Conan Doyle

sábado, octubre 6th, 2018

Traducidos por el escritor Jon Bilbao, los ensayos que componen Mis libros son la “puerta mágica” hacia la parte más privada de Arthur Conan Doyle (1859-1930) y el descubrimiento de una de las facetas más desconocidas del autor de La compañía blanca y El sabueso de los Baskerville.

Ciudad de México, 6 de octubre (SinEmbargo).-Mis libros es la apasionante “trastienda literaria” de uno de los escritores más populares de la historia, Arthur Conan Doyle. Nos lleva de la mano por su biblioteca, recomendando libros, recordando pasiones tanto de las obras que ha leído –y que le han formado como creador– como las que él mismo ha escrito.

Una amplia colección de ensayos, conferencias y entrevistas con la que repasa sus éxitos literarios, el proceso de escritura de alguna de sus más famosas novelas y cuentos, las lecturas de los clásicos y de algunos escritores más cercanos a su tiempo a los que admira –Stevenson, Wilde, Allan Poe, Scott– y, por supuesto, un apartado especial dedicado a la que fuera su mayor creación y uno de los personajes más famosos del mundo, Sherlock Holmes.

Fragmento del libro Mis libros, Ensayos sobre lectura y escritura, con autorización de Páginas de Espuma

Un gran libro para un gran escritor. Foto: Páginas de Espuma

CÓMO ESCRIBO MIS LIBROS

Cuando me preguntan por mi sistema de trabajo yo pregunto, a mi vez, a qué trabajo se refieren. He transitado por diversos campos. Pocos hay que no haya visitado. He escrito entre veinte y treinta obras de ficción, libros de historia sobre dos guerras, varios títulos de ciencia paranormal, tres de viajes, uno sobre literatura, varias obras de teatro, dos libros de criminología, dos panfletos políticos, tres poemarios, un libro sobre la infancia y una autobiografía. Para bien o para mal, no creo que haya mucha gente con mayor trayectoria.

En el caso de los relatos breves siempre me ha parecido que, mientras seas capaz de producir el efecto dramático, la exactitud de los detalles importa poco. Nunca he puesto mucho esfuerzo en ello y como consecuencia he cometido errores graves. ¿Qué importancia tiene si consigo atrapar al lector? Reclamo el derecho a trabajar de acuerdo a mis propias condiciones, y así es como obro. Me he tomado libertades en algunas de las historias de Sherlock Holmes. Hay quien me ha señalado, por ejemplo, que en “La aventura de Estrella de Plata”, una mitad de los personajes habría acabado en la cárcel y la otra expulsada del hipódromo para siempre. Ese tipo de cosas no me preocupan cuando la historia es, manifiestamente, una fantasía.

La cuestión es otra si la temática es histórica. En este caso, incluso en un relato corto hay que ser exacto. En los relatos del Brigadier Gerard, por ejemplo, hasta los uniformes son correctos. Veinte libros de testimonios de soldados napoleónicos sirven de base a esos relatos.

La exactitud ha de ser incluso mayor en el caso de una novela histórica. Si esta no es un retrato preciso de la época, se convierte en nada más que un libro de aventuras para niños. Mi sistema a la hora de escribir libros como Sir Nigel o Los refugiados fue leer todo lo que encontré sobre la época y copiar en cuadernos cuanto me pareciera representativo. Después clasifiqué el material según los tipos de personajes. Por ejemplo, bajo el epígrafe “Arquero” reunía todo lo referido a la técnica de la arquería, las palabras malsonantes que usaba un arquero, los lugares donde podía haber estado, en qué guerras, etcétera, para luego poder reflejar la época a través de su forma de hablar. Bajo el epígrafe “Monje” recogía lo que tratara sobre vidrieras, iluminación de misales, disciplina, rituales y demás. De este modo, si quería narrar, por ejemplo, una conversación entre un halconero y un armero, podía hacer que cada uno empleara símiles extraídos de su oficio. Todo esto parece una pérdida de tiempo, dado lo efímera que es la crítica literaria hoy en día, pero se trata, ni más ni menos, de la sal que preserva un libro del deterioro. Por esto Sir Walter Scott es insuperable. He vuelto a leerlo hace poco, y comparar su obra con la nuestra es como colocar la fachada del Museo Británico frente a la de un palacio de estuco pintado.

Arthur Conan Doyle fue médico, novelista y escritor de novelas policíacas, creador del inolvidable maestro de detectives Sherlock Holmes. Nació el 22 de mayo de 1859 en Edimburgo y estudió en las universidades de Stonyhurst y de Edimburgo, en esta última estudió medicina desde 1876 hasta 1881. En junio de 1882, se mudó a Portsmouth. Estando ahí, instaló una clínica. Al principio no le fue muy bien con ella, por lo que en su tiempo libre comenzó a escribir historias nuevamente. Tuvo tanto éxito al inicio de su carrera literaria que en cinco años abandonó la práctica de la medicina y se dedicó por entero a la escritura.

Antología reúne los cuentos completos de Bram Stoker, el padre de Drácula, el más inmortal de los vampiros

domingo, septiembre 9th, 2018

La editorial Páginas de Espuma, especializada en cuento y relato breve, acaba de publicar en español los cuentos completos de este escritor, del que no existe actualmente una edición que reúna en inglés su obra breve, y que han sido traducidos por Jon Bilbao.

Por Carmen Naranjo

Madrid, 9 de septiembre (EFE).- Creador de uno de los mitos contemporáneos más famosos, Drácula, el irlandés Bram Stoker escribió más de diez novelas pero también numerosos cuentos que han sido reunidos ahora en un volumen para acercar al lector a la faceta más desconocida del “padre” del más inmortal de los vampiros.

La editorial Páginas de Espuma, especializada en cuento y relato breve, acaba de publicar en español los cuentos completos de este escritor, del que no existe actualmente una edición que reúna en inglés su obra breve, y que han sido traducidos por Jon Bilbao.

La biografía de Stoker (1847-1912) es poco conocida, explica el responsable de la edición, Antonio Sanz Egea, pero se sabe que pasó la mayor parte de su infancia en la cama aquejado de una extraña enfermedad. En esos más de siete años fue su madre la que ejerció de tutora y leyó a su hijo cuentos basados en la mitología irlandesa poblados de gnomos y duendes.

Las obras de terror que le contó su madre durante esos más de siete años habrían de ser determinantes en su obra. Crítico literario en periódicos irlandeses durante diez años, fue amigo y socio del actor inglés Henry Irving, que le propuso trasladarse a Londres para dirigir un teatro.

A finales del siglo XIX comenzó a publicar una serie de cuentos pero es en 1897 cuando ve la luz su obra más famosa, Drácula, fundadora del vampiro de Transilvania que ha inspirado a tantos creadores posteriores a él. Fue en los inicios de la década de 1900 cuando comenzó su fase más productiva en su faceta como escritor, pero falleció pobre y olvidado en la capital británica en 1912.

“La personalidad del escritor quedó eclipsada por el personaje, por el mito pop del terror del siglo XX”, destaca Sanz Egea, y su Drácula sepultó en cierta forma su narrativa breve.

Drácula de la película de Van Helsing. Foto:Especial.

Bram Stoker, señala, no fue el primero en hablar de vampiros, de posesiones demoníacas, de castillos encantados o de no muertos resucitados. Con la publicación de Drácula no albergaba más esperanza que el entretenimiento de un público ávido de historias de folletín y, con suerte, el ingreso de un dinero extra que necesitaba.

En vida publicó dos colecciones de cuentos- El país bajo el ocaso (1881) y Atrapados en la nieve (1908)-. A los dos años de su muerte, su viuda llevó a la imprenta una tercera: El invitado de Drácula y otros relatos inquietantes (1914).

Su viuda, Florence Balcombe, explicó que la selección la había hecho Stoker unos meses antes de morir entre una serie de cuentos que había ido publicando en periódicos y revistas a lo largo de los años.

Además de estas tres colecciones, Páginas de Espuma ha reunido todos los cuentos dispersos, ordenados por fecha de aparición: desde el primero, El jarrón de cristal, que vio la luz en 1872 en el periódico inglés London Society, hasta el último, El amor más grande, que se publicó tras su muerte en 1914.

Drácula de Bram Stroker. Foto: Especial.

Pero también quedaron dispersos o sin publicar casi una treintena de cuentos que se reúnen por primera vez en este volumen y que muestran la diversidad temática y estilística, de lo fantástico a lo autorreferencial, de este autor.

Cuentos de Stoker en los que los aficionados a Drácula encontraran textos de terror y góticos en la estela de Edgar Allan Poe; o historias de aventuras y piratas al estilo de Stevenson o Conrad.

Pero también hay otros cuentos que abordan la ficción de paisajes bíblicos o ahondan en la experiencia teatral que poseía Stoker y que permiten conocer a un autor que fue mucho más que su inmortal vampiro.

Paul Viejo y cómo leer a Antón Chéjov en sus “Cuentos completos”

sábado, julio 28th, 2018

El escritor y editor, además de experto en literatura rusa, Paul Viejo, ha trabajado en los últimos cuatro años en los cuentos completos de Antón Chéjov. “Preparar esta edición, más allá del hecho de reunir todo, como iniciativa, yo tenía la intención de que pudiéramos leer a Chéjov de manera ordenada, para comprender cómo creció ese autor hasta convertirse en el clásico que no caducará nunca”, dice.

Ciudad de México, 28 de julio (SinEmbargo).- Uno podría estar hablando horas de Antón Chejov (1860-1904). Sobre todo si el interlocutor es Paul Viejo, el responsable de volver a editar sus Cuentos Completos para Páginas de Espuma.

“Pese a la abundancia de traducciones y antologías de los relatos de Antón Chéjov, que en muchas ocasiones repiten títulos y selecciones similares, el lector no tiene la oportunidad de acudir a su obra completa, perdiendo así la oportunidad de leer un gran número de cuentos que permanecen sin publicar en nuestra lengua y, sobre todo, poder considerar el desarrollo de toda la obra del escritor, sus diferentes periodos, la progresión de su escritura, dando una visión completa y ceñida a la realidad de su figura”, justifica la editorial.

Lo cierto es que los autores clásicos siempre permiten una vuelta de tuerca y volver a descubrir un escritor nuevo, pensando en los lectores millenials, que respetan cada vez más a los grandes.

El proyecto Cuentos completos reúne los más de 600 cuentos que componen la totalidad del corpus, muchísimos de ellos sin editar en español, junto a aquellos relatos no publicados o inconclusos en vida del autor. La publicación se ha llevado a cabo en 4 tomos de más de mil páginas cada uno, publicados a razón de uno al año (2013 a 2016), en una edición dirigida por el escritor Paul Viejo, especialista en literatura rusa, que además de numerosas notas, tablas, índices y apéndices bibliográficos.

Leer a Antón Chéjov es mi pasión, dice Paul Viejo. Foto: SinEmbargo

–Dostoievski, Chéjov y Tolstoi son los tres autores rusos más actuales, ¿lo ves así?

–De los tres autores cada uno a su manera son los tres más actuales. Cuando dices lo de los jóvenes, pienso mucho en Dostoievski, será por el tormento, las dudas y el conflicto, ¿verdad? Para mí Chéjov sigue siendo tan actual, se lo puede seguir leyendo como hace un siglo atrás, por los temas de la cotidianidad y el lenguaje que se parece mucho a cómo escribimos nosotros.

–¿Cómo te aproximaste a él?

–Por pasión por la literatura, puedo nombrar a esos tres que me nombraste al principio, pasión por la literatura rusa, me despertaba más interés y más misterio. Descubrir a Chéjov como lector, sobre todo en los cuentos, queriendo siempre más y más. Estudié ruso y a partir de allí empieza todo, leer textos en lengua original, que no habían sido traducidos.

–¿Qué pasa con los clásicos, no han sido reemplazados? ¿Qué pasa con el escritor en esa época?

–Con las definiciones de los escritores, los chismes y todo eso pasaba exactamente igual como ahora. Existían los grupos, los círculos, las malas intenciones y el compañerismo. Los había jóvenes y los que empezaban a escribir más tarde, los había buenos y malos. La principal diferencia que yo noto es que la voz del escritor era importante. A poco que uno publicase una obra digna, pero que estuviera contando algo de valor, a ese escritor se lo iba a escuchar. Tolstoi y Dostoievski llevaban su pensamiento hacia la polémica, pero igual eran escuchados. Se les leía además con aprecio. Ahora los escritores no son escuchados, tal vez entre ellos, pero no son buscados.

–¿Por qué no han sido reemplazados?

–Es cierto. Hay un momento de estabilidad que ya dejamos de saber lo que pasa en la literatura rusa. Me temo hablando siempre en nuestra lengua, pero podemos también hablar de los ingleses, que traducen poco, que no responde a cuestiones de interés o de valor. No es que en Rusia no haya escritores buenos a partir del siglo XIX, tener traductores de ruso no es fácil, es costoso. Es más fácil publicar aquí a un autor mexicano, pagando un adelanto, que pagar a un adelanto a un autor ruso que está haciendo algo que conlleva más riesgos.

–También es cierto que las tendencias mundiales de la literaturas ha hecho que se hagan homogéneas

–Sí, con las particularidades de cada cultura. Creo que los rusos conservan su raíz, muy diferente a la cultura española, a la mexicana. Es verdad que la historia de la literatura se produce por esporas y se contagia de sitio a sitio. Aunque no lo sepamos. En Rusia conocemos hasta el realismo socialista y poco más ha ido llegando después, la literatura ha sido siguiendo todos y cada uno de los modelos, no tanto por imitación sino por coincidencia histórica de la literatura. Han pasado por la posmodernidad, por el minimalismo, por los jóvenes rebeldes, lo tienen todo escrito como nosotros pero a su manera. Ahí comienza lo interesante, de lo nuevo o de lo antiguo. Yo digo que podemos leer a Chéjov porque mantiene temas que nos interesan, nos habla de temas actuales, pero al mismo tiempo nos da tanta información de paisajes, territorios y situaciones que no hemos vivido, una cultura totalmente, una visión de la religión y de la política que nos hace más ricos al leerlo.

–¿Tú lo tomas a Chéjov como a alguien de la literatura rusa? Como decía Tolstoi: Si hablas de tu barrio describirás al mundo

–Exactamente eso es. Tolstoi tenía una mirada más amplia en cuanto al paisaje, se atrevía a territorios mayores, pero Antón Chéjov habla de su barrio y al hacerlo ha hablado de muchos barrios, ha retratado al menos una ciudad, al menos al país. El diálogo, que es elemento de los clásicos, se sigue manteniendo y nosotros como lectores tomamos lo que nos interesa: lo que aprendemos y lo que podemos comparar con lo nuestro.

–¿Qué pasa con sus Cuentos Completos?

–Preparar esta edición, más allá del hecho de reunir todo, como iniciativa, yo tenía la intención de que pudiéramos leer a Chéjov de manera ordenada, para comprender cómo creció ese autor hasta convertirse en el clásico que no caducará nunca. Permitía ver cómo un joven de 20 años comienza a escribir con la torpeza de un joven de 20 años, cómo va aprendiendo el oficio con esa mirada de talento que va a tener durante toda su carrera, hasta llegar a relatos maravillosos. La visión que teníamos antes, un poco parcial, un poco mezclada y confusa, para él está perfectamente acotada, me preocupé no sólo de traducir y agrupar los cuentos, sino también de poner en la introducción y en las notas todos los datos posibles que estaban a mi alcance. Cómo lo publicaba, dónde, con qué seudónimos, que anécdotas ocurrían por entonces, en qué momento de su vida ocupaba eso, para que podamos saber cómo estaba escribiendo y quién era.

–¿Poder entonces leer los Cuentos completos tiene una fascinación?

–Sí, totalmente. Lo que se forma es una novela de un escritor. Si ya de por sí nos gustaban sus cuentos, va a ser sencillamente maravilloso, porque vamos a descubrir muchas más cosas. Vamos a comprender por qué Chéjov escribía al principio con mucho humor, por qué ese humor se va apagando un poco y empiezan a entrar temas más políticos y más sociales y por qué sus últimos cuentos son más lacónicos, más tristes, más profundos, más serios, todo al final está engranado.

–Claro que Chéjov no tiene la misma vida que Dostoievski

–No, claro que no, uno no nace siendo conde. Fue una vida muy productiva para lo breve que fue. Aprendió, amó, le dolieron las cosas físicas como la de los demás y dejó una obra. Viajó por una Rusia que entonces le resultaba desconocida y que él quiso narrar.

–¿Cuáles son los mejores cuentos de este tomo?

–¿Cuántas decenas puedo decir? El cuarto volumen, que es mi conclusión, no hay ningún cuento que sea malo. Y señalo esto porque si nos vamos al primer tomo, al azul, vemos al escritor joven, sin ese oficio que muestra al final, donde todos sus cuentos son obras maestras. Tenemos que ver qué es lo que nos interesa, si los campesinos, la técnica literaria (“La dama del perrito”), si nos interesa una historia entre la identidad y la rebeldía leeremos “La Novia”. Es difícil que Chéjov no tenga un cuento para cada persona que lo lee.

–¿Qué es la editorial Páginas de Espuma?

–Páginas de Espuma, después de 20 años, con condecoraciones oficiales incluidas, fue su apuesta por el cuento como género, que había caído en desprestigio en varios países. Páginas de Espuma lo consideraba con el mismo valor que la poesía, que la novela, y funcionaba como las editoriales dedicadas a la novela. Después, está su dedicación no sólo a los cuentistas contemporáneos en español, sino la idea de crear una biblioteca del cuento clásica, desde Edgar Allan Poe a Henry James, para que todos supiéramos de la grandeza del cuento como género. Por último, una obra como la de Antón Chéjov requería una continuidad, una apuesta seria para que el trabajo no se viese interrumpido, porque iba a requerir muchas horas…es un proyecto que llevó cuatro años, si empezábamos debíamos llegar hasta el final. Se cumplió el proyecto y veo que ha quedado de la mejor manera posible.

Antón Chéjov: (Tangarog, 1860 – Badenweiler, 1904) es por derecho propio uno de los grandes clásicos de la literatura universal. Médico de profesión, comenzó a publicar sus primeros relatos en 1880 (bajo el seudónimo de Antosha Chejonté, entre otros). Recopilados, mientras aún vivía, en volúmenes como Relatos abigarrados o En el crepúsculo, sus relatos están entre los más importantes del género. En 1887 escribe Ivánov, su primera pieza teatral y el comienzo de su carrera como dramaturgo, con obras tan importantes como Las tres hermanas, La gaviota y Tío Vania. Enfermo durante años y tras recorrer varios sanatorios, muere en Alemania a consecuencia de la tuberculosis.

Paul Viejo (1978) es autor de la novela La madera y la ceniza (2003), del libro de poemas Extraña forma de memoria (2002), de la monografía literaria Sherlock Holmes: Biografía (Páginas de Espuma, 2003) y de la pieza teatral Quinta Avenida esquina con qué (2006), por los que ha recibido el “Premio Blas de Otero de Poesía 2001”, “Premio Nacional de novela Francisco Ayala 2002” y “IX Premio Arte Joven de Teatro”. Ha traducido la Correspondencia 1899-1904 entre Chéjov y Olga Knipper (Páginas de Espuma, 2008) y preparado la edición completa de Diario de un escritor (Páginas de Espuma, 2010) de Fiódor Dostoievski y de los Cuentos completos en cuatro volúmenes de Antón P. Chéjov (Páginas de Espuma, 2013-2016). También se ha encargado de la edición de la poesía completa de Ana Rossetti, La Ordenación (2004) y la de los poemas de Elsa López, A mar abierto (2006).

Juan Casamayor: Homenaje al Mérito Editorial 2017, en FIL Guadalajara

sábado, septiembre 16th, 2017

¡Viva Páginas de Espuma y viva su editor! Muchos autores, entre ellos Antonio Ortuño, Guillermo Arriaga y Jorge Volpi festejan este logro de un hombre confiado en los cuentos y entregado al talento de sus autores.

Ciudad de México, 16 de septiembre (SinEmbargo).- El editor madrileño Juan Casamayor es fundador de Páginas de Espuma, sello independiente desde el cual ha construido un catálogo donde conviven algunos de los más importantes cuentistas contemporáneos junto a clásicos de la literatura universal.

Por su militancia, empeño y especialización en torno al cuento, género que ha promovido con tenacidad y paciencia desde Páginas de Espuma, el editor español Juan Casamayor recibirá el Homenaje al Mérito Editorial de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, reconocimiento que en el pasado han obtenido Beatriz de Moura, Inge Fertinelli, Jorge Herralde, Neus Espresate, Adriana Hidalgo, Antoine Gallimard, Morgan Entrekin y Anne Marie Métailié, entre otras grandes figuras del mundo de la edición.

El Homenaje al Mérito Editorial fue instituido por la FIL Guadalajara en 1993, cuando se reconoció la labor del argentino Arnaldo Orfila Reynal —quien en México fue director del Fondo de Cultura Económica y fundador de Siglo XXI Editores—, con la intención de destacar la visión y el oficio de esta figura fundamental en el mundo de los libros. El veredicto es responsabilidad de un comité internacional integrado por editores reconocidos en años anteriores y figuras principales del mundo editorial contemporáneo.

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¿QUIÉN ES JUAN CASAMAYOR?

Nacido en Madrid en 1968, Juan Casamayor es licenciado en filología hispánica por la Universidad de Zaragoza, donde realizó su doctorado en literatura española del siglo XVIII. En 1999 fundó, junto con Encarnación Molina, la editorial Páginas de Espuma, sello independiente desde el cual ha construido un catálogo donde conviven algunos de los más importantes cuentistas contemporáneos junto a clásicos de la literatura universal. Con una veintena de novedades al año y presencia tanto en España como América Latina, Páginas de Espuma ha logrado vincular escritores y lectores de las dos orillas del Atlántico.

Casamayor ha sido editor de figuras indiscutibles del cuento reciente en español, como Guillermo Arriaga, Eduardo Berti,  Marcos Giralt Torrente, Fernando Iwasaki, José María Merino, Guadalupe Nettel, Andrés Neuman, Clara Obligado, José Ovejero, Ignacio Padilla, Enrique Serna, Edmundo Paz Soldán, Samanta Schweblin, Ana María Shua, Eloy Tizón, Jorge Volpi o Ángel Zapata, entre muchos otros autores. Junto al Consejo Regulador de la denominación de origen Ribera del Duero, Páginas de Espuma concede y publica cada dos años el Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, que este 2017 recayó en el narrador mexicano Antonio Ortuño.

ANTE TODO UN EDITOR ES UN LECTOR

–¿Cómo recibes este homenaje, que también han obtenido grandes nombres de la edición como Roberto Calasso o Beatriz de Moura?

–No hay un solo adjetivo para decir cómo me encuentro. Es como estar en un umbral donde pasan muchas cosas, donde hay alegría y felicidad, emoción, desde luego que sí, conmoción. Por otro lado, es como un paseo de nervios ante la responsabilidad que a uno le viene encima. Por un lado, por esa nómina que pesa muchísimo, porque no es que sean sólo editores importantísimos o imprescindibles: es que son parte de entender la cultura escrita en español de la segunda mitad del siglo XX en adelante. Formar parte de todo eso crea una responsabilidad.

–Páginas de Espuma nació hace casi 18 años como editorial independiente, y así se mantiene. ¿Cuáles son las ventajas y las desventajas de esto?

–Las ventajas, que se pueden entender quizás como una desventaja, son que para bien o para mal el editor tiene una responsabilidad final de todo lo que está en la editorial. Por nuestro tamaño y nuestros recursos humanos, la ventaja es que el editor tiene que tomar decisiones en todos los ámbitos y eso da cierta coherencia, que es muy importante para que una editorial vaya progresando. Se habla mucho de la coherencia del catálogo. En nuestro caso ha sido el cuento, pero hay más coherencias, y eso en manos de un editor, si se hace bien y se comentan más aciertos que errores, que creo que es lo que ha llevado a Páginas de Espuma a estar aquí, pues entonces todo eso se convierte en una ventaja. Desventaja puede ser que, por nuestro tamaño, en algunas condiciones nos puede llevar el viento, pero hasta esa desventaja puede convertirse en una ventaja a la hora de refugiarnos en un entorno muy pequeño para mantenernos en pie durante tiempos donde todo sea muy adverso. La verdad es que cuando juegas en una editorial independiente haces otro tipo de movimientos y tomas otro tipo de decisiones, pero también otro tipo de trabajo que está en el mismo terreno de los grandes grupos. No me gusta decir que los independientes somos muy buenos y los grandes grupos no. Hay muy buenos editores en los grandes grupos y muy malos en los independientes, y al revés.

–Entonces, al ser una editorial independiente ¿eso te acerca al lector y al autor?

–Creo que el editor es, desde luego, ese interlocutor, el prestidigitador que recoge el manuscrito y lo convierte en libro para el lector. Desde una editorial independiente la política de autor es fundamental. Si Páginas de Espuma ha llegado aquí y ha podido ser merecedora de este homenaje es, en gran parte, por las relaciones profesionales, pero, sobre todo humanas, de amistad, de cercanía con el autor. Eso en un espacio independiente, un editor lo puede llegar a desarrollar muy bien. A veces algunos autores míos, que también publican en grandes grupos, sienten que no están acompañados durante muchos años por un mismo editor, sino que hay vaivén: ‘Contraté el libro a este editor y cuando fui a publicarlo había otro’. Hay casos de editores en grandes grupos que cumplen esa función y llevan muchísimos años, y hay maravillosos editores en este sentido. Creo que es más fuerte en el campo de la edición independiente para mantener este tipo de relaciones. Lo mismo te diría con los lectores: a lo mejor en un gran grupo, quien se dirige más a los lectores puede ser gente de prensa, pueden ser las personas que acompañan a los autores. En cambio, aquí, en las editoriales independientes, todos hacemos de todo y, por ese todo, continuamente están pasando lectores.

Probablemente es uno de los editores más jóvenes en recibir este premio. Foto: Especial

–En este recorrido de 18 años de Páginas de Espuma ¿cuál ha sido la fórmula de resistir, y además de crecer, ante el panorama de que en el mercado editorial la novela es lo más fuerte?

Es verdad, no me engaño. La industria editorial ha creado como gusto predilecto la novela, pero creo en esa resistencia. De hecho, uno de los puntos de arranque de nuestra editorial fue la antologíaPequeñas resistencias. Esa resistencia viene precisamente de una especialización, que en un momento dado el sector miraba como de soslayo, ‘¡uy!, el cuento, el cuento no vende, el cuento no nos interesa’. ¡A los autores se les ponía una cara! La publicación de los libros de cuentos era más esporádica en los noventa. Creo que haber resistido estos casi 20 años tiene que ver con que hemos construido en ficción una coherencia y una militancia en torno a la narrativa breve. Una narrativa breve que además pasa por dos orillas, por un compromiso con América Latina, muy profundo, y por sus cuentistas, y por los escritores y cuentistas españoles. Y de pronto hemos visto que ese catálogo se ha ido enriqueciendo hasta tal punto, que para nosotros fue todo un aprendizaje que ciertos autores decían: ‘Bueno, yo mis cuentos los publico con vosotros y las novelas las publico en otro lado, pero los cuentos con vosotros’. Así que hay autores como Ortuño o Neuman, Ana María Shua, al español Eloy Tizón, que sus cuentos ahora están de nuestro lado. Y eso ha hecho, como tú preguntabas muy bien, que hayamos resistido estos casi 20 años.

–Tocabas un tema muy importante, los vínculos que ha generado Páginas de Espuma con América Latina y Europa, tanto en autores como en lectores. ¿Qué opinas de este gran puente que ha creado la editorial?

–Ante todo, un editor es un lector, y como editor de cuentos y lector de cuentos, yo tenía una realidad en mi universo de lectura que hacía referencia a América Latina y a todas sus radicales diferencias y semejanzas. Algo que hicimos muy pronto fue viajar a América Latina. Es en ese viaje continuo que hemos conocido ya no sólo a los escritores, a los libreros, a los distribuidores, a los responsables de las ferias, sino que hemos comido en los restaurantes, que hemos hablado con los taxistas, que hemos estado viajando en los medios de transporte; eso es lo que ha creado que Páginas de Espuma haya podido hacer ese puente. Desde luego, no creo que eso sólo haya hecho fuerte a la editorial, sino que, de verdad, me ha hecho fuerte a mí. Yo he aprendido de esa doble realidad que es mi trabajo. He aprendido las diferencias que hay y las semejanzas que tenemos, y por eso estoy muy agradecido. Quisiera puntualizar algo que me parece indispensable: llevo catorce años yendo a la FIL Guadalajara. Esta es la decimoquinta. Mi gratitud con toda la familia de la FIL Guadalajara que hace posible la primera feria del libro en español del mundo. Me gustaría que constara la gratitud de toda la editorial y yo que desde luego tenemos por la FIL, porque hicieron al

ENTREVISTA | Mis cuentos de “La vaga ambición” tienen que ver con la identidad literaria: Antonio Ortuño

sábado, julio 22nd, 2017

Antonio Ortuño, con La vaga ambición, ha ganado el Premio Ribera del Duero, pero lo más importante es que con su labor prolífica y atenta se ha convertido en uno de nuestros escritores imprescindibles. Aquí, una entrevista detallada.

Ciudad de México, 22 de julio (SinEmbargo).- Con La vaga ambición, Antonio Ortuño no ha escrito sólo un libro de cuentos, no ha ganado exclusivamente el Premio Ribera del Duero, sino que también ha alcanzado la máxima atención por parte de los lectores, tanto como lo alcanzara con La fila india.

Podría decirse que este pequeño volumen –pequeño en cantidades pero no en valor de historias-, el guadalajarense alcanza una madurez creativa, capaz de hacerlo ver como uno de nuestros grandes escritores, con una obra que se va haciendo sin prisa pero sin pausa.

La vaga ambición es un cuento sobre la madre, el padre, sobre esa familia que tanto nos pesa, sobre todo en México y mediante la cual, a través de la cual, tratamos de convertirnos en individuos propios y derechos.

Es un libro de cuentos “novelado”, cada uno de los cuales tiene relación con el anterior, en una muestra de descreimiento de los géneros hace tanto tiempo antigua y sin sentido.

“Son cuentos en el medio, entre la novela y el cuento”, explica Ortuño, en esta entrevista para Puntos y Comas.

–¿Es un libro sobre el padre y la madre, lo dirías así?

–Son cuentos que tienen que ver con la identidad, como persona del narrador y que por eso clava hasta el origen, que son los padres. Toda esta maraña de recuerdos de su infancia, porque la literatura le da la posibilidad de emborronarlos y rescatarlos, constituye toda su identidad como escritor.

–Cuando muere la madre llora desconsoladamente, al padre lo abomina, pero los dos son centrales…

–Sí, los dos son centrales. Él tiene la impresión de que es escritor en parte por la herencia materna y determina al padre como el enemigo de los que tendrá que enfrentarse en la adultez.

–Un enemigo que en el cuento donde lo secuestra parece bastante complicado

–Por supuesto. Porque es un enemigo esquivo, porque el caso del cuento es secuestro y abuso, sino cometido por el padre, tolerado y propiciado por él.

–Por la posibilidad de que no lo echen

–Sí, se nota a lo largo del cuento este aferramiento un poco triste del padre por tratar de acceder adonde no puede.

–¿Por qué no lo puede tener al hijo?

–Él siempre está distante, en el segundo cuento lo llaman “sedado”, entre la relación de padre e hijo hay una serie de capas y de velos y el padre siempre parece verlo a través de una distancia muy grande.

Un autor al que nadie le toca los textos. Foto: SinEmbargo

–Hay un homenaje a Borges, cuando escribes “El Quijote”

–Sí, claro. A estas alturas y después de tantos siglos es muy Cervantino. A mí me interesa mucho Cervantes y además he crecido en una familia que tenía un culto muy particular por Cervantes, pero yo en medio de todo ese entorno que tenía mi abuelo en su despacho, las certificaciones, un juego de mesa sobre El Quijote, fracasé como lector. La verdad es que hay que ser un súper dotado para poder entrar a la prosa del Siglo de Oro. A los veinte años pude entrar gracias a los ensayos de Borges y después de haber leído todo Borges más de una vez, es mi escritor fundacional, por el que yo aprendí a escribir, soy muy aficionado también a los libros escritos sobre Borges y en cada una de ellas él vuelve a Cervantes, al que le tenía un gran afecto. Siempre termina como justificando a Cervantes, incluso cuando lo critica, él mismo entra en una especie de diálogo y finalmente le da la razón a Cervantes. Cuando termina El Quijote, Borges dice: “esta torpeza de cuando dice, finalmente se murió, obedece a una especie de sensibilidad del autor que no sabe cómo despedirse de un personaje tan querido”. Sin duda yo soy cervantino en la medida en que soy borgiano.

–Este “Quijote” tocado por el primo, tiene que ver con algunos de tus textos que si son violados, tocados, ya no son tus textos

–Tengo una gran dificultad con mi relación con los editores a lo largo del tiempo y que tiene que ver con la autoría individual. Creo que un escritor tiene que encontrar sus propias soluciones y detectar sus propios errores también. Una vez que fui como oyente, nunca asistí a talleres, hubiera querido que me diera taller alguien deslumbrante como Daniel Sada, a un taller y salí con la convicción de que ese lugar hubiera terminado como escritor a Franz Kafka. Siempre estás escribiendo de lo mismo, estás como ciclado, esas aparentes falencias de la construcción de un escritor es lo que lo hace escritor. No la corrección de los defectos ni de la prosa. Imagínate a alguien intentando meter acción a En busca del tiempo perdido. Esto vas muy lento, vamos a quitar estas páginas, acabarían con la literatura. Yo soy muy celoso de mis textos, porque los trabajo mucho. Me parece inconcebible que un autor entregue sus textos a un editor, cuando veo a una prueba fina toda tachonada por el escritor, pienso que el escritor es un inepto. Quiere decir que no pensaste lo suficiente antes de ponerte a escribir. A lo largo de los años mis editores han hecho muy pocos cambios. En parte porque han intentado hacer pocos y en parte porque a mí no me gusta que lo hagan.

–La corrección y la traducción se han puesto de moda en este contexto literario…

–Desde luego no tengo posibilidades de juzgar a una traducción de una obra mía, pero sí puedo trabajar con el traductor para que lo haga bien. Sobre todo invitarlo a que sea más bien obsesivo. Que el lenguaje no sugiera nada, que sea bien peinado, prolijo, es lo peor que puedes hacer con una traducción. La prosa literaria debe ir en un sentido contrario, esta sensación de cuando acaricias a un gato a contrapelo en contra de cualquier clase de lugar común. La literatura debe ser exuberante, sugestiva, como en crisis.

–Tu primo te toca El Quijote y tú se lo devuelves en el cuento que sigue… ¿hay muchas de esas relaciones?

–Lo primero que tuve de La vaga ambición fue la estructura. La idea era hacer cuentos que tuvieran relación entre ellos, no una novela rebanada, sino que conservaran una serie de ecos que permitiera dos cosas, por un lado que el lector no tuviera que empezar de cero y por el otro la experimentación de la experiencia, no de la literatura para citar a aquellos escritores que yo había leído, sino a algo que había pasado. La prosa siempre da cuenta de la experimentación, de la investigación incluso de la imaginación. Yo no quería hacer una especie de autobiografía, pero sí contagiarle esa vitalidad de la experiencia, a través de un álter ego literario, pero no porque yo necesite de terapia, sino para eso que te digo, poderle insuflar esa vitalidad.

–¿Una colección de cuentos, una novela rebanada? Hace tiempo que se dejó de discutir el tema de los géneros…

–Bueno, es una colección de cuentos y es algo que está en el medio. Se puede leer de manera autónoma y eso es un cuento. La novela requiere una congruencia mínima que el cuento no. Es una especie de prestidigitación esa experiencia de novela en La vaga ambición, donde te lo dice tu memoria y eso me interesaba mucho.

–¿Qué piensas de los géneros?

–Yo soy un narrador, escribo guiones, cuentos, novelas, he hecho asesoría de guionismo para cine, hice crónica, periodismo, todo el tiempo he hurtado de un género para ponérselo a otro, me gustan las novelas episódicas, como es Méjico, me gusta que esas acciones tengan un cierre definitivo aunque la lógica de la novela indica que sigan. Hablar de géneros a estas alturas es punto de referencia, punto de crítica, pero no una obligación para crear. Hay tantas cosas que han pasado y que nos separan de la novela decimonónica, que por otra parte es genial, pero el mundo ha cambiado. No es necesario hacer descripciones de 25 páginas, en un momento donde todo es imagen. En el siglo XIX, cuando la gente jamás se alejaba de dónde había nacido, hacía falta la explicación de todo, nadie había visto al Príncipe, necesitabas describirlo…

–Hay otras características de la novela decimonónica que todavía perdura…

–Sí, ahora están las series con capítulos episódicos que reemplazan un poco a la novela decimonónica, que va como cayendo a cuentagotas, vuelven en los tiempos modernos y se convierte en entretenimiento mundial. Hay 90 países esperando el estreno de Game of trhones. Pero hagamos una aclaración, porque aparentemente resulta ser una resurrección de la novela decimonónica, es muy distinto a Balzac, hay toda una línea de producción. Es muy distinto formar parte de un equipo donde escribes las ideas de otros y para el espectador puede ser muy obvio, estar viendo un fondo dostoievskiano, pero es algo planificadamente dostoievskiano. Hay supervisores, hay especialistas en determinadas escenas, una vez leí un reportaje sobre Mad Men en el que decían que esta sensación de grandes personajes femeninos y personajes masculinos, la explicación es que hay un grupo de escritoras donde ellas lo arman y hay un grupo de escritores que construyen la camaradería masculina, el desprecio, el machismo, etc. Me parecería fascinante formar parte de ese equipo, donde todos deben ser unos genios.

La guerra es una página en blanco surcada por el azar de sus signos: Jorge Fernández Gonzalo

sábado, junio 24th, 2017

El ensayista español (nacido en Madrid en 1982) acaba de ganar la octava edición del VIII Premio Málaga de Ensayo, con su libro Iconomaquia. Imágenes de guerra, un tratado sobre los discursos de las contiendas bélicas, más allá de quienes las protagonicen. Antes, en 2013, había sido finalista del Premio Anagrama de Ensayo con Filosofía Zombi. Hay una relación de uno con el otro, dice el autor.

Ciudad de México, 24 de junio (SinEmbargo).- “Hay una relación de uno con el otro”, explica Jorge Fernández Gonzalo al hablar de sus sendos libros de ensayo. El primero, Filosofía Zombi, publicado por Anagrama en 2013 y el otro, Iconomaquia. Imágenes de guerra, reciente ganador del VIII Premio Málaga de Ensayo.

“Una visión más negativa del zombi viene a decir que hemos perdido las emociones, hemos perdido el contacto humano, cierto apego a lo cotidiano, pero una visión más positiva también nos descubre que tenemos que aprender a vivir en ese contexto de mundo mediatizado, donde la tecnología nos une y nos separa al mismo tiempo”, dijo entonces con respecto a su libro de zombis.

Hoy, expresa, “es tan fácil contemplar la guerra y sus imágenes como difícil es transcribir verbalmente sus signos: la verdad de la guerra resbala siempre entre las fisuras del discurso”.

Fernández Gonzalo, uno de los pensadores y creadores más valiosos y versátiles de las últimas hornadas, dice que la guerra se ha convertido en uno de los principales índices de datación histórica.

A partir de ella, articulamos la masa de acontecimientos, se negocian nuevos modos de organización política y se reconfiguran las fronteras. Pero ¿cómo vemos la guerra, de qué manera percibir su brutalidad, a través de qué filtros atenuamos sus consecuencias y trivializamos su impacto?

En las páginas de Iconomaquia. Imágenes de guerra se produce un acercamiento a lo que podríamos definir como una logística de la percepción, una reflexión sobre los mecanismos y aparatos que traducen el vínculo con lo sensible, la inmersión directa en la guerra y sus procesos, en una batería de signos y píxeles atrapados al otro lado de la pantalla.

La imposibilidad de establecer un discurso lógico sobre la guerra. Foto: Páginas de Espuma

¿Por qué el nombre?

“Tuve dudas sobre el título y pensé en hacer un título más lógico, como la guerra de las imágenes o algo así, pero creo que iba a ser demasiado evidente. Lo que yo quería crear era una herramienta conceptual, por eso preferí dejar como subtítulo Imágenes de guerra y llamarlo Iconomaquia”, explica el ensayista.

Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, con un estudio sobre la poesía de Claudio Rodríguezy Doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, con una tesis sobre Slavoj Žižek. Jorge ha comenzado como poeta hasta su etapa puramente ensayística.

“En mi libro no hago un recorrido histórico pasando por todas las guerras, no hay un seguimiento a todos los conflictos, simplemente marcando un pequeño itinerario para marcar correspondencias, relaciones, la percepción, las imágenes, la guerra como tal”, cuenta.

“He intentado abarcar los fenómenos importantes, como las Guerras Mundiales, Auschwitz, el 11 S, pero siempre he priorizado que existiera alguna anécdota o algún contenido llamativo o algo que ligara la imagen, la percepción, con el fenómeno bélico”, añade.

“La guerra es una página en blanco surcada por el azar de sus signos”, dice Jorge Fernández Gonzalo, al trazar un paralelismo bastante “complejo entre la literatura y la guerra”.

Jorge Fernández Gonzalo, un ensayista versátil. Foto: Cortesía

“Creo que es una de las partes más originales del libro y cuando me refiero a la literatura lo hago describiendo un cielo límpido, lleno de signos y cuando me refiero a la guerra lo hago hacia un texto que no se puede comprender enteramente”, dice.

“La literatura es como la guerra, hay un mar de signos pero no se puede trasladar enteramente a un discurso lógico, entendible. Hay algo de asombro, de inconsistencia, de incoherencia, que le es propio. Los estudios literarios se parecen a los estudios sobre la propia guerra”, precisa Jorge.

Leer el libro Iconomaquia se parece un poco al cine, cuando en War Machine, por ejemplo, el héroe Brad Pitt dice que vive la guerra sin poner un pie en el piso, vive en una realidad especial.

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“Podemos con mi libro hacer una genealogía de cómo los propios líderes, los propios generales, han enfrentado la guerra de diferentes modos. En la Edad Media los líderes iban a caballo, se perdían en medio de una loma, sin embargo, con el propio devenir del tiempo el general ha dejado de estar en el puesto y se ha dedicado a generar la guerra dentro de un despacho, a través de una pantalla”, afirma.

Jorge Fernández Gonzalo hace un tratado sobre Guernica. Cuando el embajador alemán le pregunta a Pablo Picasso, ¿Es suya la obra?, éste le contesta, “No, suya”.

“La verdad es que participar en el Premio de Málaga fue bueno hacerlo con algo ligado a un artista malagueño, pero fue casualidad. Guernica imposibilita la guerra y su imposibilidad de expresión. La guerra en Guernica recurre a símbolos y a movimientos metonímicos, hay como una bombilla que escenifica la bomba, hay una fotografía en blanco y negro de algo que no es una fotografía, vemos el lenguaje visual del cubismo mezclado con una fotografía, la forma más gráfica de ejemplificar la realidad”, dice.

“La obra nos muestra la imposibilidad de expresar una guerra, mezclando el discurso pictórico con el discurso fotográfico”, expresa.

La guerra y la propaganda también son analizados en Iconomaquia, tratando de analizar por un lado la guerra como imagen y la guerra como discurso.

“La propaganda es la cohesión perfecta entre imagen y palabras”, dice Jorge, quien también expresa que el libro de los zombis y el de la guerra “se complementan, incluso en la vida personal, porque escribí el de la guerra muy cerca del de los zombis. Este libro, el último continúa la reflexión sobre los medios, sobre los signos, reales e irreales, aquí cuestiona la realidad, en los zombis cuestionaba la ficción, pero en ambos está la mirada pasiva del espectador que la implicación de los guerreros o la propia guerra”, concluye.

Antonio Ortuño presenta el 17 de mayo el Premio Ribera del Duero, “La vaga ambición”

sábado, mayo 13th, 2017

A finales de este mes se publicará en España La vaga ambición, Premio Ribera del Duero a cargo del escritor Antonio Ortuño (Zapopan, Jalisco, México, 1976), un hecho internacional que demuestra lo pujante que está su carrera. En julio próximo saldrá en México y el resto de América “y vamos a presentarlo hasta en Júpiter. Echemos abajo la estación del tren”, promete el escritor

Ciudad de México, 13 de mayo (SinEmbargo).- La vaga ambición son seis cuentos en los que, sin que sea un motivo estructural del libro, la importancia de la escritura está muy presente, aunque las historias no mantengan una unidad temática y pasen de las relaciones familiares a la crítica social.

En todos ellos se respira –cuando no se explicita- la opción de la escritura como escapatoria y la motivación para contar historias, pero también el pasado como detonante de los hechos que contamos y la política como causa de muchos sucesos personales.

Esa es la descripción con que Páginas de Espuma dio a conocer el V Premio Ribera del Duero para Antonio Ortuño, según dictamen del jurado, encabezado por la novelista y cuentista Almudena Grandes e integrado por Juan Bonilla y representantes del Consejo Regulador y de la Editorial.

“El gran dominio que presenta para desarrollar un tema común en todos los relatos, como es la naturaleza de la escritura, además de la capacidad humorística, que en el autor no va en detrimento de la emoción, logrando la hazaña de divertir y conmover al lector” fue uno de los conceptos de los juzgadores.

Antonio Ortuño, piensa en todos los momentos del cuento. Foto: Especial

–¿Contento con el premio?

–Sí, la verdad que sí. Me encanta ganar un premio y no me siento culpable en lo más mínimo.

–Había varios rivales, ¿verdad?

–Se recibieron 850 manuscritos de muchas partes del mundo. Una barbaridad. Es un premio que han ganado como Samanta Schweblin y Marcos Giralt Torrente, entre otros. Todos con libros muy buenos. Se designa un grupo de finalistas, que esta vez fuimos cinco escritores y sobre esos finalistas dirimió el jurado. La verdad es que cualquiera de los cinco que hubiera ganado era potente de por sí, todos escritores muy buenos, a todos los había leído. Una alegría mucho más grande ganar un premio al que concurren varios escritores de tanta calidad.

–¿Cuál es tu relación con el cuento?

–Tengo dos colecciones de cuento y ahora una antología publicada. Es un género con el que me he manejado siempre, incluso he escrito más cuentos que novela. A lo mejor las novelas por la manera en que está organizado el mundo editorial están mejor consideradas por el público que el libro de cuentos, pero finalmente todo lo que yo he escrito lo veo exactamente igual. Son intentos de buscar mi estética que realizo. Trabajo de una manera muy diferente una novela de un cuento. Cuando escribo una novela es una gran casa solar con mucha gente a mi alrededor, vivo dentro de mi novela, mientras que un cuento se parece más en mi caso a una especie de viaje. Un viaje rápido, intenso, es raro que tarde más de dos o tres sesiones en terminarlo, aunque luego lo corrijo durante mucho tiempo. Como experiencia de escritura es mucho más rápido, mucho más condensado, con el cuento que con la novela.

–Dice Emiliano Monge que los cuentos no son lo que cuentan…

  1. –Creo que toda narrativa es antes que nada una suerte de inflexión en la voz y es lo que me permite engancharme con un narrador. La voz en que lo narra en cada caso es lo que realmente impomyrta. En una novela, en un cuento, en una crónica, lo importante es la voz que tú quieres seguir escuchando. Que sea una voz que me sorprenda, que me interese, que sea una voz sugestiva. Lo que pasa en la escritura es que nada puede ser desafiado, no creo que carezca de importancia lo que se cuenta, porque si no se contaría cualquier salvajada. Hay muchos autores que tratan de trabajar bajo ese postulado que no importa lo que cuentes, pero finalmente la manera en que se cuenta lo estipulado ya establece cierto sentido y dependerá del talento del autor que eso nos llegue a interesar o no. A mí hay cosas que si me las platican no me interesan, pero luego leídas me resultan apasionantes. En eso estriba la eficacia del narrador. Cualquiera puede tener un tema que lo vea interesante, pero lo más importante es el lenguaje.

Un libro que tienen todos el mismo narrador. Foto: Páginas de Espuma

–¿Te preocupan los finales?

–Me preocupa la extensión absoluta del cuento. No creo en el final grandioso con fanfarria y redoble de tambores, sino que creo en la eficacia y la eficacia empieza desde el primer momento. Me interesan más los principios que los finales, quizá me parezca que existe una manera de abrir directa, destinada a cazar a los lectores y no tengo una especie de mitología de los finales. A veces me parezco aquello que decía Ariel Cazares del “mal gusto de las últimas páginas”. Los cuentos que demasiado formulescamente trabajan todo para lograr un cierto efecto demasiado cantado llegan a fastidiarme un poco. Desde luego que un buen final sorpresivo no le viene nada mal a un cuento, pero el cuento debe estar jugando esa partida todas las veces y en todos los momentos. Los cuentos tienen entradas, salidas y deben funcionar por todos lados. Generalmente como lectores le concedemos más paciencia a las novelas y a los escritores de cuento enseguida que fracasaron si nos gusta la narración. El cuento es algo frágil en el mundo de la literatura.

–¿Qué es La vaga ambición?

–Es un libro de cuentos relacionados entre sí, están narrados por la misma persona, es una suerte de juego con un alter ego. Es un escritor de mediana edad, medio conocido y medio desconocido, que sobrevive en las trincheras del día a día de la literatura. Escribe sobre escribir pero no pensando en la literatura como esta actividad olímpica, sublime, sino como una actividad que convoca es más a la frustración, que está llena de recovecos mezquinos, más bien patéticos y que hace unos cuentos bañados en autoironía.

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ENTREVISTA | La ciencia ficción fue uno de mis primeros amores: Edmundo Paz Soldán

sábado, agosto 13th, 2016
La ciencia ficción para entender y criticar la realidad. Foto: efe

La ciencia ficción para entender y criticar la realidad. Foto: efe

La ciencia ficción y la fantasía fueron los géneros de su adolescencia, hasta que en la adultez se inclinó por la literatura “serie”. Hoy, con su reciente libro de cuentos Las visiones, explora un mundo apocalíptico y cuenta las guerras que agobian el presente.

Por Rosmery Cueva Sáenz, dpa

Ciudad de México, 13 de agosto (SinEmbargo).-  El escritor boliviano Edmundo Paz Soldán (Cochabambam 1967) cuenta que sus primeros amores fueron la ciencia ficción y la aventura, géneros de lo que se separó cuando salió del colegio porque, le decían, solo eran parte de la etapa adolescente que debía superarse.

Y ahora, después de varios años, el autor ve  la ciencia ficción como un género con el que puede contar “las guerras” que agobian el presente, como lo hizo en la novela Iris (2014) y el reciente libro de cuentos Las visiones (2016), editado por Páginas de Espuma, mediante el cual explora un mundo apocalíptico, como explica en esta entrevista llevada a cabo en la Feria Internacional del Libro en Lima, Perú.

–La primera vez que estuvo en una feria del libro fuera de Bolivia fue en 1998, en Perú. Desde entonces, ¿cómo ha cambiado su literatura?

–He tratado de diversificarme. Ahora me gusta explorar nuevos territorios. Cuando vine la primera vez a Perú, me interesaba hacer una literatura más realista, tramas con el desasosiego sentimental como en Amores imperfectos. Trataba relaciones de todo tipo, algunas más perversas que otras. Ahora estoy haciendo cosas trabajadas en un contexto más político y social, que tienen que ver con las guerras del presente.

–¿En esta etapa desarrolla un trabajo más humanista?

–Creo que Amores imperfectos también era humanista, pero el contexto social no lo era. En Las visiones los individuos todavía ocupan un lugar central, pero el contexto social y político en sus vidas es fundamental. En mis primeros cuentos yo era un escritor más tradicional y realista, en cambio, ahora, trabajo más con los cuentos populares: la ciencia ficción, el horror, la literatura fantástica y policial.

Un libro editado por Páginas de Espuma. Foto: especial

Un libro editado por Páginas de Espuma. Foto: especial

–¿Cuándo empezó a sentir atracción por esos géneros?

–Yo era un gran lector de esos géneros cuando estaba en el colegio, pero igual que ahora, existía la idea de que la ciencia ficción pertenece a un mundo adolescente que luego se debe superar. Entré a lecturas “más serias”, ingresé a la universidad, hice un doctorado en literatura y me fui alejando de los temas populares que me gustaban tanto.

–¿Cuándo los retomó?

–Hace unos 10 años tuve una crisis personal. Me cuestioné la idea de seguir escribiendo. Para reconectarme comencé a pensar en mis primeros amores, qué era lo que me había llevado a la literatura. Empecé a leer los primeros libros que me habían gustado mucho y para mí fue una sorpresa porque ahora los miraba con otros ojos. Vi  la ciencia ficción como una forma distinta de mirar al mundo, que podía servirme para narrar la realidad de manera distorsionada, para profundizar temas del presente y no necesariamente centrarme en el escapismo o el entretenimiento.

–¿Se siente más a gusto con la fantasía que con el realismo?

–No necesariamente porque ahora que he terminado Las visiones estoy escribiendo una novela realista. Me interesa variar. Es como dice Gabriel García Márquez: un escritor debe ser como una especie de carpintero que tiene en su maleta todo de tipo de instrumentos. Mientras más matices tengas después de un tiempo, mejor. Me interesa tener la mayor cantidad de instrumentos posibles para narrar. No creo que uno sea mejor que otro, sino que hay cosas que uno puede hacer mejor que otro.

–Los cuentos de las Las visiones tiene origen en la novela Iris. ¿Son una extensión?

–Más que una extensión creo que es un proyecto autónomo, que puedes complementarlo con la novela. El desafío era que Las visiones funcionara para un lector que no había leído la novela y que cada cuento pudiera leerse de manera autónoma, sin saber nada de Iris. El desafío era que pudiera ir a lo más profundo de la psiquis de los personajes, sin que estos hablaran de manera explícita de sus dolores, de sus traumas o ansiedades. A partir de ahí, Iris, como elemento integrador, me sirvió porque en los cuentos hablo en términos generales, de alucinaciones, pesadillas o sueños de los personajes que revelan algo de su inconsciente que ni siquiera ellos mismos saben y que tampoco terminan de interpretar. Tenía que escribir como si fuera un acertijo, hablar del dolor sin mencionar el dolor y los sueños me permitían esa entrada.

–¿Cómo ve el género de la ciencia ficción en América Latina?

–Creo que han aparecido voces interesantes en la región, pero aún hay muchos prejuicios editoriales con el género, como ha sido siempre. Hay mucho por hacer con la ciencia ficción, aunque paradójicamente los lectores son más receptivos que los editores. Hay escritores que están haciendo trabajos muy interesantes en el sur, donde siempre hubo un trabajo muy fuerte con lo fantástico.

–¿Y qué hay de la literatura en Bolivia?

–Creo que la nueva generación está atravesando un gran momento. Hay voces muy potentes como las de Giovanna Rivero o las de Maximiliano Barrientos, autores que están siendo publicados por editoriales peruanas. Hay como siete autores que están circulando fuera del país y eso que debería ser normal, no lo era en Bolivia, pues antes era un lugar donde a los autores les costaba cruzar las fronteras por diferentes razones. Primero, las editoriales locales no tenían la infraestructura que permite que los libros circulen fuera. La otra razón es algo que yo llamo “caja de resonancia”, que es la necesidad de que haya autores en el exterior que con sus críticas contribuyan a divulgar la literatura de un país. Países como México o Argentina tienen “cajas de resonancia” muy fuertes. Bolivia, por su propio aislamiento, no tenía muchas “cajas” fuera, pero ahora los autores que están en el exterior contribuyen con la circulación de los autores nacionales.

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ENTREVISTA | Soy un escritor con algunos lectores: Alberto Chimal

sábado, enero 9th, 2016

El escritor mexicano defiende la invención literaria como una manera de tratar también el realismo circundante. Acaba de presentar su libro de cuentos en Páginas de Espuma, Los atacantes

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Un escritor de ficción que no evade la realidad. Foto: Francisco Cañedo, Sinembargo

Ciudad de México, 9 de enero (SinEmbargo).- Alberto Chimal (1970), escritor mexicano, finalista en 2013 del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos y ganador del Premio de Narrativa Colima 2014, el Premio Nacional de Cuento 2002 y otros, es fiel a la invención, a la fantasía.

Dicha tendencia no le impide considerarse un escritor realista que toma los hechos y las circunstancias de su entorno para establecer una firme posición crítica y analítica.

A la hora de definirse como autor profesional en un momento alto de reconocimiento entre los aficionados a los libros, el creador de La torre y el jardín (Océano), novela finalista en el prestigioso Premio Rómulo Gallegos 2012, se decanta por nombrarse como un escritor con algunos lectores, lo que no resulta un eufemismo a la hora de compararse con escribas profesionales gracias a becas y ayudas estatales.

En esta entrevista que inaugura el suplemento literario Puntos & Comas, llevada a cabo en el departamento lleno de libros y gatos que habita con su esposa, la también escritora Raquel Castro, Alberto habla de sus monstruos preferidos y del raro oficio de escribir en un año, el que pasó, donde muchas cosas le salieron mal, menos los libros.

–¿Ha sido un año difícil el 2015 para ti?

–Ay, sí. Me pasó de todo. Entre mayo de 2014 y octubre de 2015, estuve en cama, aquejado por varias cosas. Accidentes, sobre todo, que se acumularon uno encima del otro. Por suerte, estoy mejor.

–¿Te tuviste que operar?

–No tanto como abrir, pero me infiltraron un tobillo, duele horriblemente. Ya se supone que estoy saliendo con los ejercicios de rehabilitación.

–Y en el medio, sacar libros

–Sí, ir a las ferias del libro, dar clases, ir a todos lados. Muchos compromisos

–Tu libro del año fue Los atacantes. La sensación que tuve el leerlo fue que para ti los verdaderos monstruos están en la sinrazón. Es un libro un poco sobre la locura

–Sí, la tontería, la estupidez humana, la locura, la imprudencia suicida, la ignorancia, que son los monstruos con los que convivimos a diario. Me parece que los cuentos sobre el miedo deben referirse a la época contemporánea. Nuestras capacidades autodestructivas están a toda marcha en el tiempo actual.

–Una autodestrucción que se manifiesta en una realidad ficcionalizada…como esto de decir, por ejemplo, que detuvieron a los asesinos de la alcaldesa de Morelos cuando todos sabemos que en realidad los verdaderos asesinos están en las sombras

–Sí, las formas distintas del horror que encontramos en México consisten en eso, en la mentira aceptada, en la mentira compartida con resignación, miedo y cinismo. Todos sabemos que los que se la echaron no fueron los que tuvieron la idea, todos sabemos que la información sobre el caso no es cierta o está manipulada a modo, todos sabemos que lo sucedió con tal acontecimiento no va a ser revelado nunca. Parte del horror es ese que se refleja en nosotros a la hora de ser obligados a asimilar en creer en las mentiras y en estar en una especie de limbo donde se desconoce la verdad. Incluso en lo que puede ser verdad se expresa un reflejo paranoico en forma constante.

–No legalizar las drogas y terminar con esto parece ser lo que tú denominas estupidez humana

–Lo que pasa es que con respecto a eso hay fuertes intereses de por medio. Las últimas personas que querrían la legalización de las drogas son las que se benefician con esa legalidad. Este negocio criminal tremendo que tanto ha crecido.

–Siempre defendiste tu literatura como una forma de interpretación de la realidad a través de la fantasía, de la ficción, ¿piensas igual ahora?

–Sí, sigo pensando lo mismo. Al menos en la medida de entender que mis textos están escritos por alguien inmerso en la realidad mexicana. No creo que sea realmente posible escribir un texto totalmente desligado de su entorno. Incluso aquellos textos escapistas destinados a desconectar el cerebro del lector son sintomáticos de una época. En cuanto a mí, no veo nada del malo del entretenimiento, pero no es lo único que me interesa sino también reflexionar acerca de formas de vivir que están presentes a mi alrededor. Y lo hago a través de este camino que no es habitual pero que me parece válido e interesante porque pienso que permite referirse a ciertos temas de una manera que un texto de representación absolutamente realista no puede hacerlo.

–Salman Rushdie defendió en la FIL a la ficción como una herramienta idónea para entender la realidad

–Coincido. Por supuesto. Justo estaba terminando de leer hace unas semanas a esta escritora inglesa memorialista, Jeanette Winterson. Su obra entera está anclada a historias de su vida, pero ella también defiende a capa y espada el valor de la invención. No sólo la fantástica, sino también la invención de personajes y sucesos que no le pasan a uno, pero que podrían pasar en la cotidianeidad. Esta idea o intención de ir más allá de la propia conciencia y de ir un poco hacia la conciencia de los otros, es la ficción.

–Cuenta tu vida sólo si tu vida es interesante, dijo Rushdie…

–Incluso las partes interesantes de la vida de uno se pueden transfigurar o convertir en otra cosa. Creo que los escritores de ficción hacemos esto.

Su libro de cuentos, Los atacantes, apareció en casi todas las encuestas entre lo mejor del año. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

EL INICIO DE LA ESCRITURA

–¿Cómo se manifestó tu rumbo de escritor?

–Empezó desde muy chico. En la casa de mi mamá había pocos libros, pero estaban todos en un mismo lugar y los fui leyendo de arriba para abajo, de acuerdo a mi altura, conforme los iba alcanzando. Me tocó que en esa biblioteca familiar que no era muy grande estuvieran desde Juan José Arreola a Edgar Allan Poe; había una novela de Carlos Fuentes, Philip A.Dick y varios de ellos que todavía conservo tienen la imaginación fantástica como característica esencial. Desde el principio me quedé prendado de ese tipo particular de invención. He tratado de hacer un esfuerzo muy grande para ampliar ese espectro y no estancarme, pero no veo por qué tendría que negar ese interés por ese tipo particular de literatura. Hay una antología que sacó Emiliano González, llamada Miedo en castellano, con diferentes autores y es un libro raro donde aparecen desde Octavio Paz a José Emilio Pacheco, pasando por Julio Cortázar. Durante un buen tiempo pensé que la literatura latinoamericana era eso y resulta que este hombre entresacó una narrativa muy excéntrica de la literatura en español, pero yo por ahí entré.

–Se dice en México que nadie puede negar la cruz de su parroquia y junto a ti siempre aparecen BEF, Karen Chacek, tu propia esposa, Raquel Castro…

–Sí, además Verónica Murguía, José Luis Zárate, Gabriela Damián, Francisco Haghenbeck, Iliana Vargas, hay un cierto auge de gente muy joven que escriben textos de imaginación fantástica y que vienen a través de estos figurones que se descubren, como Emiliano González, Francisco Tario, incluso Juan Rulfo…la gran novela mexicana de la historia está llena de fantasmas

–¡Y de zombies!

–Retroactivamente podríamos leerla así y enojar a más de un académico. La rama central visible no es la literatura fantástica, pero está por todas partes, siempre está presente.

–¿La risa y el horror son los dos grandes tabúes de la literatura mexicana?

–Sí, es algo particular de nuestra literatura. Sucede que la memoria histórica es muy injusta y quien escribe en el presente se está midiendo con la moda de presente y luego con la eternidad. Rara vez están de acuerdo. Bolaño decía siempre que a él no le molestaba que Arturo Pérez Reverte fuera el escritor más conocido de la contemporaneidad, puesto que el autor más conocido en la época de Víctor Hugo era alguien que ya no recordamos.

–¿Escribes con esa voluntad de clásico, para cierta posteridad?

–Escribo primero para leer algo que me interese. Si me pusiera a pensar en la posteridad o en el mercado sería incapaz de escribir una línea. Trato de encontrar buenamente lo que puedo hacer para escribir libros que me gustaría leer. Lo demás no puede ser parte del impulso para inventar.

–La ciencia ficción, la literatura fantástica, en México, se enfrentan a un público lector que prefiere a los autores extranjeros

–Eso es totalmente cierto. En los ’90 se quiso hacer empresas editoriales alrededor de este tipo de literatura pero escrita por autores nacionales y no funcionó. Antes del 2000 esas empresas habían cerrado. La gente que busca género lo encontraba en libros más baratos en las librerías, provenientes de grandes conglomerados internacionales. La diferente entre aquella época y esta, es que los que estamos interesados en esto no hacemos literatura de género sino literatura con género. Es decir, una narrativa alimentada o influida por ciertas ideas que vienen de la novela negra, de la ciencia ficción…aquí no hay un mercado para esas prescripciones cerradas alrededor de la literatura. En Tiempo de alacranes, la primera novela negra premiada de BEF, los sicarios vienen de un cómic no de la realidad. No es sólo novela policial, sino también que se trata de un cóctel formado por varios estilos y géneros. Me parece que él como Francisco Haghenbeck tienen esa voluntad de hacer combinaciones  e híbridos y no certificar una tendencia ya establecida. Y no se trata de un asunto teórico, sino de un tema de supervivencia. Si no se puede vivir del género puro, y no se puede, hay que tratar de hacer otra cosa.

–¿Ese mezclar géneros les ha permitido ser más reconocidos afuera que en su propio país?

–Me apena mucho tener que decir que sí, aunque en el último tiempo la suerte ha empezado a cambiar y ya encontramos lectores en México. Tiene que ver con que hay esta serie de ideas prejuiciosas nacidas en el ambiente de la literatura mexicana, tendientes a tratar de imponer de qué cosas y cómo tienes que hablar.  ¿Qué sería de nosotros si hiciéramos caso a esas prescripciones?

–La torre y el jardín te dieron mucho reconocimiento aquí

–Sí, me buscan más que antes pero no sabría decir si eso me puede equiparar a otros colegas sabidamente muy famosos. No hago mucha vida social, no estoy al tanto, jamás me verás en una cantina porque entre otras cosas no bebo. Tengo lectores y muchos amigos en el medio literario.

–¿Qué significa ser escritor profesional?

–Después de estar saliendo de este periodo complicado de salud, tengo la impresión de que estoy saliendo de un trienio bastante malo…

–Que son también los tres años del Gobierno de Enrique Peña Nieto

–(risas) Ni me lo recuerdes, porque entonces caigo en la cuenta de que se trata de un sexenio…

–Bueno, pero muchos tienen la percepción de que el sexenio ya terminó

–Ojalá. Creo que en este momento me siento bastante más contento con lo que hago. El año fue muy productivo, tuvo una confirmación de que hay cierto número de lectores interesados en lo que escribo. Ese número de lectores no depende de ninguna otra validación o permiso que no se base en mis libros. No depende de becas ni subsidios, sino de lectores reales que me leen. Algo raro en este país, no muchos pueden decir que tienen lectores. No tendré los lectores que tiene Juan Villoro, hay muchos que en los últimos 100 años en México han basado su carrera literaria al amparo de instituciones o de grupos de colegas, no de los lectores. Mucho tiempo la idea del escritor no pasaba por la necesidad de tener lectores sino por la necesidad de quedar bien con alguien o de llamar la atención en cierta élite. No es sana la cultura literaria que le da la espalda a la gente.

–¿Te definirías como un escritor con muchos lectores?

–Con algunos lectores. Me enteré ayer del tiraje para distribución gratuita de un libro de Juan Villoro: 1 millón 300 mil ejemplares. Imagínate.

Gran aficionado al cine, nos regala en este número de Puntos & Comas un agudo análisis sobre el filme dedicado a David Foster Wallace. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo