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RESEÑA | La vaga ambición: autoficción literaria que hierve de tragedia, ironía y vitalidad

sábado, mayo 2nd, 2020

Si bien hay ejercicios fallidos de autobiografía, otros resultan bien logrados, exentos de melodrama. Antonio Ortuño es un ejemplo de ello con su libro La vaga ambición (2017), publicación con la que se hizo acreedor al Premio Ribera del Durero.

Ortuño erige un libro de cuentos, que se lee como una novela, donde desmitifica las ideas románticas que sostenemos sobre la familia, el amor, el trabajo y el éxito. Esta es la primera entrega de la serie “Relecturas en tiempos de pandemia”.

Ciudad de México, 2 de mayo (SinEmbargo).- Hace dos años, en un artículo publicado en el suplemento cultural “Babelia”, del diario español El País, Ana Caballé reflexionaba sobre el boom de la autoficción: “Aquí y allá hay muestras de fatiga en relación a la autoficción, a pesar de su éxito arrollador en las últimas décadas. Fatiga debida en parte a la extrema dificultad de reconocer los límites del género y de saber qué estamos leyendo.

Entiendo que hablar de límites en una creación literaria no es prudente, pero el conocimiento solo puede construirse elaborando ideas sobre lo que observamos o sobre lo que leemos”. El debate sobre el género, en Iberoamérica, está encendido.

Discrepo de quienes aseguran que la novela ha agotado sus recursos. Sostengo que la novela, en la segunda década del siglo XXI, ha sido influenciada por los códigos de la realidad, por las nuevas formas del periodismo y por una necesidad latente de introspección en un mundo disperso, digital, líquido e inmediato.

La autoficción, en la actualidad, responde a que la realidad y sus códigos se ha vuelto tan inabarcable, tan compleja, tan aviesa, que los escritores voltean hacia dentro, en donde bulle un universo. Si bien hay ejercicios fallidos de autobiografía, ampulosos varios, otros resultan logrados, exentos de melodrama. Antonio Ortuño es un ejemplo de ello. Con su libro de relatos La vaga ambición (México, 2017; editorial Páginas de espuma), publicación con la que se hizo acreedor al Premio Ribera del Durero, Ortuño “despoja de languidez a la autoficción literaria y la hace hervir de tragedia, ironía y vitalidad”.

Maestro de la estructura, Ortuño erige un libro de cuentos que se lee como una novela: a lo largo de seis relatos, Arturo Murray, un escritor cuarentón, a manera de testimonio, repasa desde los secretos de su infancia (con un padre ausente de fondo), la relación con su esposa Aura (¿homenaje a Fuentes?), rencores añejos sin resolución, con lo cual desmitifica las ideas románticas que sostenemos sobre la familia, el amor, el trabajo y el éxito.

Murray sobrevive entre la catástrofe del pasado y un presente grotesco, construido con malas reseñas, entrevistas vacías (que dejan mal parados a muchos reporteros que entrevistan a autores sin tener la decencia de leer el libro), presentaciones a medio llenar y una cuenta bancaria que oscila entre los números rojos y la abundancia pasajera. Y también se permite reflexionar sobre el oficio del escritor sin adornos, despojado de grandilocuencia.

«Los muertos iluminan la ruta de los vivos. Por eso leemos: para que se inflame una antorcha. Bajo su luz escribimos. Se los digo con la convicción de un tallerista literario de cuarenta años con problemas domésticos, un tipo que va para viejo (no todos los cuarentones lo demuestran, pero es mi caso) enfrentado a un grupo de muchachos que parecen elenco de la consabida película sobre la victoria del equipo de los torpes. Por ahí les faltan, a los chicos del taller, una variedad de indispensabilidades: una mano, higiene personal, autoestima, minerales, electrolitos. No culpen a la escritura. En cierta medida a todos, cada mañana, nos falta una mano», escribe en las primeras líneas del su cuento “La batalla de Hastings”.

Ortuño ha escrito uno de sus libros fundamentales. No será el último, por supuesto, pero –desde ahora– tiene garantizada la posteridad.

ENTREVISTA | Mis cuentos de “La vaga ambición” tienen que ver con la identidad literaria: Antonio Ortuño

sábado, julio 22nd, 2017

Antonio Ortuño, con La vaga ambición, ha ganado el Premio Ribera del Duero, pero lo más importante es que con su labor prolífica y atenta se ha convertido en uno de nuestros escritores imprescindibles. Aquí, una entrevista detallada.

Ciudad de México, 22 de julio (SinEmbargo).- Con La vaga ambición, Antonio Ortuño no ha escrito sólo un libro de cuentos, no ha ganado exclusivamente el Premio Ribera del Duero, sino que también ha alcanzado la máxima atención por parte de los lectores, tanto como lo alcanzara con La fila india.

Podría decirse que este pequeño volumen –pequeño en cantidades pero no en valor de historias-, el guadalajarense alcanza una madurez creativa, capaz de hacerlo ver como uno de nuestros grandes escritores, con una obra que se va haciendo sin prisa pero sin pausa.

La vaga ambición es un cuento sobre la madre, el padre, sobre esa familia que tanto nos pesa, sobre todo en México y mediante la cual, a través de la cual, tratamos de convertirnos en individuos propios y derechos.

Es un libro de cuentos “novelado”, cada uno de los cuales tiene relación con el anterior, en una muestra de descreimiento de los géneros hace tanto tiempo antigua y sin sentido.

“Son cuentos en el medio, entre la novela y el cuento”, explica Ortuño, en esta entrevista para Puntos y Comas.

–¿Es un libro sobre el padre y la madre, lo dirías así?

–Son cuentos que tienen que ver con la identidad, como persona del narrador y que por eso clava hasta el origen, que son los padres. Toda esta maraña de recuerdos de su infancia, porque la literatura le da la posibilidad de emborronarlos y rescatarlos, constituye toda su identidad como escritor.

–Cuando muere la madre llora desconsoladamente, al padre lo abomina, pero los dos son centrales…

–Sí, los dos son centrales. Él tiene la impresión de que es escritor en parte por la herencia materna y determina al padre como el enemigo de los que tendrá que enfrentarse en la adultez.

–Un enemigo que en el cuento donde lo secuestra parece bastante complicado

–Por supuesto. Porque es un enemigo esquivo, porque el caso del cuento es secuestro y abuso, sino cometido por el padre, tolerado y propiciado por él.

–Por la posibilidad de que no lo echen

–Sí, se nota a lo largo del cuento este aferramiento un poco triste del padre por tratar de acceder adonde no puede.

–¿Por qué no lo puede tener al hijo?

–Él siempre está distante, en el segundo cuento lo llaman “sedado”, entre la relación de padre e hijo hay una serie de capas y de velos y el padre siempre parece verlo a través de una distancia muy grande.

Un autor al que nadie le toca los textos. Foto: SinEmbargo

–Hay un homenaje a Borges, cuando escribes “El Quijote”

–Sí, claro. A estas alturas y después de tantos siglos es muy Cervantino. A mí me interesa mucho Cervantes y además he crecido en una familia que tenía un culto muy particular por Cervantes, pero yo en medio de todo ese entorno que tenía mi abuelo en su despacho, las certificaciones, un juego de mesa sobre El Quijote, fracasé como lector. La verdad es que hay que ser un súper dotado para poder entrar a la prosa del Siglo de Oro. A los veinte años pude entrar gracias a los ensayos de Borges y después de haber leído todo Borges más de una vez, es mi escritor fundacional, por el que yo aprendí a escribir, soy muy aficionado también a los libros escritos sobre Borges y en cada una de ellas él vuelve a Cervantes, al que le tenía un gran afecto. Siempre termina como justificando a Cervantes, incluso cuando lo critica, él mismo entra en una especie de diálogo y finalmente le da la razón a Cervantes. Cuando termina El Quijote, Borges dice: “esta torpeza de cuando dice, finalmente se murió, obedece a una especie de sensibilidad del autor que no sabe cómo despedirse de un personaje tan querido”. Sin duda yo soy cervantino en la medida en que soy borgiano.

–Este “Quijote” tocado por el primo, tiene que ver con algunos de tus textos que si son violados, tocados, ya no son tus textos

–Tengo una gran dificultad con mi relación con los editores a lo largo del tiempo y que tiene que ver con la autoría individual. Creo que un escritor tiene que encontrar sus propias soluciones y detectar sus propios errores también. Una vez que fui como oyente, nunca asistí a talleres, hubiera querido que me diera taller alguien deslumbrante como Daniel Sada, a un taller y salí con la convicción de que ese lugar hubiera terminado como escritor a Franz Kafka. Siempre estás escribiendo de lo mismo, estás como ciclado, esas aparentes falencias de la construcción de un escritor es lo que lo hace escritor. No la corrección de los defectos ni de la prosa. Imagínate a alguien intentando meter acción a En busca del tiempo perdido. Esto vas muy lento, vamos a quitar estas páginas, acabarían con la literatura. Yo soy muy celoso de mis textos, porque los trabajo mucho. Me parece inconcebible que un autor entregue sus textos a un editor, cuando veo a una prueba fina toda tachonada por el escritor, pienso que el escritor es un inepto. Quiere decir que no pensaste lo suficiente antes de ponerte a escribir. A lo largo de los años mis editores han hecho muy pocos cambios. En parte porque han intentado hacer pocos y en parte porque a mí no me gusta que lo hagan.

–La corrección y la traducción se han puesto de moda en este contexto literario…

–Desde luego no tengo posibilidades de juzgar a una traducción de una obra mía, pero sí puedo trabajar con el traductor para que lo haga bien. Sobre todo invitarlo a que sea más bien obsesivo. Que el lenguaje no sugiera nada, que sea bien peinado, prolijo, es lo peor que puedes hacer con una traducción. La prosa literaria debe ir en un sentido contrario, esta sensación de cuando acaricias a un gato a contrapelo en contra de cualquier clase de lugar común. La literatura debe ser exuberante, sugestiva, como en crisis.

–Tu primo te toca El Quijote y tú se lo devuelves en el cuento que sigue… ¿hay muchas de esas relaciones?

–Lo primero que tuve de La vaga ambición fue la estructura. La idea era hacer cuentos que tuvieran relación entre ellos, no una novela rebanada, sino que conservaran una serie de ecos que permitiera dos cosas, por un lado que el lector no tuviera que empezar de cero y por el otro la experimentación de la experiencia, no de la literatura para citar a aquellos escritores que yo había leído, sino a algo que había pasado. La prosa siempre da cuenta de la experimentación, de la investigación incluso de la imaginación. Yo no quería hacer una especie de autobiografía, pero sí contagiarle esa vitalidad de la experiencia, a través de un álter ego literario, pero no porque yo necesite de terapia, sino para eso que te digo, poderle insuflar esa vitalidad.

–¿Una colección de cuentos, una novela rebanada? Hace tiempo que se dejó de discutir el tema de los géneros…

–Bueno, es una colección de cuentos y es algo que está en el medio. Se puede leer de manera autónoma y eso es un cuento. La novela requiere una congruencia mínima que el cuento no. Es una especie de prestidigitación esa experiencia de novela en La vaga ambición, donde te lo dice tu memoria y eso me interesaba mucho.

–¿Qué piensas de los géneros?

–Yo soy un narrador, escribo guiones, cuentos, novelas, he hecho asesoría de guionismo para cine, hice crónica, periodismo, todo el tiempo he hurtado de un género para ponérselo a otro, me gustan las novelas episódicas, como es Méjico, me gusta que esas acciones tengan un cierre definitivo aunque la lógica de la novela indica que sigan. Hablar de géneros a estas alturas es punto de referencia, punto de crítica, pero no una obligación para crear. Hay tantas cosas que han pasado y que nos separan de la novela decimonónica, que por otra parte es genial, pero el mundo ha cambiado. No es necesario hacer descripciones de 25 páginas, en un momento donde todo es imagen. En el siglo XIX, cuando la gente jamás se alejaba de dónde había nacido, hacía falta la explicación de todo, nadie había visto al Príncipe, necesitabas describirlo…

–Hay otras características de la novela decimonónica que todavía perdura…

–Sí, ahora están las series con capítulos episódicos que reemplazan un poco a la novela decimonónica, que va como cayendo a cuentagotas, vuelven en los tiempos modernos y se convierte en entretenimiento mundial. Hay 90 países esperando el estreno de Game of trhones. Pero hagamos una aclaración, porque aparentemente resulta ser una resurrección de la novela decimonónica, es muy distinto a Balzac, hay toda una línea de producción. Es muy distinto formar parte de un equipo donde escribes las ideas de otros y para el espectador puede ser muy obvio, estar viendo un fondo dostoievskiano, pero es algo planificadamente dostoievskiano. Hay supervisores, hay especialistas en determinadas escenas, una vez leí un reportaje sobre Mad Men en el que decían que esta sensación de grandes personajes femeninos y personajes masculinos, la explicación es que hay un grupo de escritoras donde ellas lo arman y hay un grupo de escritores que construyen la camaradería masculina, el desprecio, el machismo, etc. Me parecería fascinante formar parte de ese equipo, donde todos deben ser unos genios.

Antonio Ortuño presenta el 17 de mayo el Premio Ribera del Duero, “La vaga ambición”

sábado, mayo 13th, 2017

A finales de este mes se publicará en España La vaga ambición, Premio Ribera del Duero a cargo del escritor Antonio Ortuño (Zapopan, Jalisco, México, 1976), un hecho internacional que demuestra lo pujante que está su carrera. En julio próximo saldrá en México y el resto de América “y vamos a presentarlo hasta en Júpiter. Echemos abajo la estación del tren”, promete el escritor

Ciudad de México, 13 de mayo (SinEmbargo).- La vaga ambición son seis cuentos en los que, sin que sea un motivo estructural del libro, la importancia de la escritura está muy presente, aunque las historias no mantengan una unidad temática y pasen de las relaciones familiares a la crítica social.

En todos ellos se respira –cuando no se explicita- la opción de la escritura como escapatoria y la motivación para contar historias, pero también el pasado como detonante de los hechos que contamos y la política como causa de muchos sucesos personales.

Esa es la descripción con que Páginas de Espuma dio a conocer el V Premio Ribera del Duero para Antonio Ortuño, según dictamen del jurado, encabezado por la novelista y cuentista Almudena Grandes e integrado por Juan Bonilla y representantes del Consejo Regulador y de la Editorial.

“El gran dominio que presenta para desarrollar un tema común en todos los relatos, como es la naturaleza de la escritura, además de la capacidad humorística, que en el autor no va en detrimento de la emoción, logrando la hazaña de divertir y conmover al lector” fue uno de los conceptos de los juzgadores.

Antonio Ortuño, piensa en todos los momentos del cuento. Foto: Especial

–¿Contento con el premio?

–Sí, la verdad que sí. Me encanta ganar un premio y no me siento culpable en lo más mínimo.

–Había varios rivales, ¿verdad?

–Se recibieron 850 manuscritos de muchas partes del mundo. Una barbaridad. Es un premio que han ganado como Samanta Schweblin y Marcos Giralt Torrente, entre otros. Todos con libros muy buenos. Se designa un grupo de finalistas, que esta vez fuimos cinco escritores y sobre esos finalistas dirimió el jurado. La verdad es que cualquiera de los cinco que hubiera ganado era potente de por sí, todos escritores muy buenos, a todos los había leído. Una alegría mucho más grande ganar un premio al que concurren varios escritores de tanta calidad.

–¿Cuál es tu relación con el cuento?

–Tengo dos colecciones de cuento y ahora una antología publicada. Es un género con el que me he manejado siempre, incluso he escrito más cuentos que novela. A lo mejor las novelas por la manera en que está organizado el mundo editorial están mejor consideradas por el público que el libro de cuentos, pero finalmente todo lo que yo he escrito lo veo exactamente igual. Son intentos de buscar mi estética que realizo. Trabajo de una manera muy diferente una novela de un cuento. Cuando escribo una novela es una gran casa solar con mucha gente a mi alrededor, vivo dentro de mi novela, mientras que un cuento se parece más en mi caso a una especie de viaje. Un viaje rápido, intenso, es raro que tarde más de dos o tres sesiones en terminarlo, aunque luego lo corrijo durante mucho tiempo. Como experiencia de escritura es mucho más rápido, mucho más condensado, con el cuento que con la novela.

–Dice Emiliano Monge que los cuentos no son lo que cuentan…

  1. –Creo que toda narrativa es antes que nada una suerte de inflexión en la voz y es lo que me permite engancharme con un narrador. La voz en que lo narra en cada caso es lo que realmente impomyrta. En una novela, en un cuento, en una crónica, lo importante es la voz que tú quieres seguir escuchando. Que sea una voz que me sorprenda, que me interese, que sea una voz sugestiva. Lo que pasa en la escritura es que nada puede ser desafiado, no creo que carezca de importancia lo que se cuenta, porque si no se contaría cualquier salvajada. Hay muchos autores que tratan de trabajar bajo ese postulado que no importa lo que cuentes, pero finalmente la manera en que se cuenta lo estipulado ya establece cierto sentido y dependerá del talento del autor que eso nos llegue a interesar o no. A mí hay cosas que si me las platican no me interesan, pero luego leídas me resultan apasionantes. En eso estriba la eficacia del narrador. Cualquiera puede tener un tema que lo vea interesante, pero lo más importante es el lenguaje.

Un libro que tienen todos el mismo narrador. Foto: Páginas de Espuma

–¿Te preocupan los finales?

–Me preocupa la extensión absoluta del cuento. No creo en el final grandioso con fanfarria y redoble de tambores, sino que creo en la eficacia y la eficacia empieza desde el primer momento. Me interesan más los principios que los finales, quizá me parezca que existe una manera de abrir directa, destinada a cazar a los lectores y no tengo una especie de mitología de los finales. A veces me parezco aquello que decía Ariel Cazares del “mal gusto de las últimas páginas”. Los cuentos que demasiado formulescamente trabajan todo para lograr un cierto efecto demasiado cantado llegan a fastidiarme un poco. Desde luego que un buen final sorpresivo no le viene nada mal a un cuento, pero el cuento debe estar jugando esa partida todas las veces y en todos los momentos. Los cuentos tienen entradas, salidas y deben funcionar por todos lados. Generalmente como lectores le concedemos más paciencia a las novelas y a los escritores de cuento enseguida que fracasaron si nos gusta la narración. El cuento es algo frágil en el mundo de la literatura.

–¿Qué es La vaga ambición?

–Es un libro de cuentos relacionados entre sí, están narrados por la misma persona, es una suerte de juego con un alter ego. Es un escritor de mediana edad, medio conocido y medio desconocido, que sobrevive en las trincheras del día a día de la literatura. Escribe sobre escribir pero no pensando en la literatura como esta actividad olímpica, sublime, sino como una actividad que convoca es más a la frustración, que está llena de recovecos mezquinos, más bien patéticos y que hace unos cuentos bañados en autoironía.

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Literatura, cuando los premios tocan a los buenos escritores: Ray Loriga y Antonio Ortuño

sábado, abril 8th, 2017

El Alfaguara para un representante de la literatura de los 90 y el Ribera del Duero para quien escribe sobre víctimas y no sobre capos.

Ciudad de México, 8 de abril (SinEmbargo).- Esta semana ha habido dos premios que nos han llenado de orgullo y contento. Uno es el V Premio Ribera del Duero, para La vaga ambición, de Antonio Ortuño y el otro es el Alfaguara para Ray Loriga, que firmó como el futbolista argentino Juan Sebastián Verón su nueva novela, Rendición.

Se trata de dos escritores buenos y contumaces, es decir, gente que ha dedicado su vida y su obra a tratar de encadenar dos palabras que tengan sentido, a darle un giro al lenguaje en función de un libro o un cuento, sin importar qué pasará afuera.

En el caso de Ortuño y Loriga, no están en los cócteles esperando los premios y poco a poco construyen una obra, un decir, un contexto.

En el V Premio Ribera del Duero, el jurado estuvo presidido por Almudena Grandes y contó como representantes del Consejo Regulador y de la Editorial Páginas de Espuma y eligieron La vaga ambición, por “el dominio de la escritura y la capacidad humorística que en el autor no va en detrimento de la emoción, logrando la hazaña de divertir y conmover al lector”.

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En cuanto al Premio Alfaguara, esta vez recayó en Ray Loriga, que dijo algo así como “pasaba por aquí” y se llevó el galardón, mediante un jurado presidido por Elena Poniatowska, ante la que se arrodilló cuando subió al escenario.

El Alfaguara está dotado con 165.000 euros (175.000 dólares) y a esta edición del premio se han presentado 665 manuscritos en castellano, de los que 205 eran de España, 107 de Argentina y 91 de México.

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