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Contra el patriarcado: 10 libros feministas

sábado, diciembre 29th, 2018

Leer sobre el patriarcado es informarse. No es acabar con sus dictámenes antiguos y que cada vez más se golpean contra una realidad en donde la mujer dice: Hasta aquí, Esta soy yo. Estos libros, estos textos, nos aclaran la cabeza y nos hacen soñar con un 2019 mejor y mucho más justo.

Ciudad de México, 29 de diciembre (SinEmbargo).- En este año ha sonado muchísimo el discurso feminista y si bien no podemos saber un balance real verdadero, muchas de las cosas que antes se quedaban guardadas o en secreto, hoy cobran luz para poner al hombre, ese ser desorientado y sin el poder de antes, en el tapete.

Uno dice patriarcado, que es el reino de lo masculino, lo que dice el varón es lo que está bien, lo que establece la sociedad formada por un “jefe de familia” y todos los que están a su alrededor, el hombre como centro, pero no sabe exactamente cuándo se originó y hacia dónde va.

En ese sentido, el primer libro que se ha leído mucho sobre el tema es La creación del patriarcado, de Gerda Lerner (1920-2013). Es como una especie de manual que uno debería llevar en la bolsa en forma permanente.

Gerda Lerner dice: “Los hombres se apropiaban del producto de ese valor de cambio dado a las mujeres: el precio de la novia, el precio de venta y los niños. Puede perfectamente ser la primera acumulación de propiedad privada. La reducción a la esclavitud de las mujeres de tribus conquistadas no sólo se convirtió en un símbolo de estatus para los nobles y los guerreros, sino que realmente permitía a los conquistadores adquirir riquezas tangibles gracias a la venta o el comercio del producto del trabajo de las esclavas y su producto reproductivo: niños en esclavitud.”, dando un carácter histórico al patriarcado.

¿Qué es el patriarcado?, de Gerda Lerner. Foto: Especial

Aunque también aclara: “El sistema patriarcal solo puede funcionar gracias a la cooperación de las mujeres. Esta cooperación le viene avalada de varias maneras: la inculcación de los géneros; la privación de la enseñanza; la prohibición a las mujeres a que conozcan su propia historia; la división entre ellas al definir la “respetabilidad” y la “desviación” a partir de sus actividades sexuales; mediante la represión y la coerción total; por medio de la discriminación en el acceso a los recursos económicos y el poder político; y al recompensar con privilegios de clase a las mujeres que se conforman”.

Ave Barrera, la escritora que este año ha ganado el Premio Lipp La Brasserie 2018, por una novela que leeremos en 2019, da algunos libros que son orientación en el feminismo, como algo además que le ha hecho mella, en esta lucha que va más allá de la igualdad entre hombres y mujeres, en un país donde cada día nueve mujeres son asesinadas en México, según denunció la ONU Mujeres.

Ave se refiere al diálogo que establecieron en la FIL del Zócalo las feministas y pensadoras Silvia Federici y Silvia Rivera Cusicanqui.

“Mi querida Lola Horner me había platicado acerca de los planteamientos que hace Federici a partir de la caza de brujas, y de cómo el patriarcado ha declarado una verdadera guerra en contra de las mujeres, las ha relegado no solo al espacio doméstico sino a una forma de esclavitud asimilada como cosa normal. Escuchar a este par de grandes pronunciarse desde una perspectiva teórica y hermosamente argumentada acerca de los conflictos que nos atañen a nosotras, a nuestras abuelas, a nuestras madres, a nuestros pueblos y a nuestra especie fue tremendamente refrescante, vitamínico y estimulante”, dice Barrera.

De Silvia Federici (Parma, Italia, 1942), que tiene muchos libros, podemos citar dos que son los que vino a presentar a la FIL Zócalo.

Críticas feministas al marxismo. Foto: Especial

El patriarcado del salario, una crítica al marxismo desde el feminismo: Marx entendió el capitalismo como una etapa necesaria para llegar a una sociedad sin clases en un mundo sin escasez. Fascinado por la potencia productiva del capitalismo industrial que tan ferozmente combatía, dejó de lado la explotación del trabajo no asalariado, el trabajo no pagado de las mujeres dedicado a la reproducción de la mano de obra; un trabajo que consideraba natural y arcaico. Estas dos limitaciones del trabajo teórico de Marx marcaron en enorme medida el desarrollo de las teorías y luchas marxistas, centradas desde entonces en la fábrica y casi siempre magnetizadas por el fetichismo tecnológico.

Silvia Federici y otras feministas de los ‘70, tomando a Marx pero siempre más allá de Marx, partieron de su idea de que “el capitalismo debe producir el más valioso medio de producción, el trabajador mismo”. A fin de explotar esta producción se estableció el patriarcado del salario. La exclusión de las mujeres del salario otorga un inmenso poder de control y disciplina a los varones a la vez que invisibiliza su trabajo. Esta invisibilización no solo es útil para explotar el gigantesco ámbito de la reproducción de la fuerza de trabajo. Al mismo tiempo, y al igual que la desvalorización de otras muchas figuras (esclavos, colonizados, migrantes), sirve al capitalismo en su principal objetivo: construir un entramado de desigualdades en el cuerpo del proletariado mundial que le permita reproducirse.

Silvia Federici, una pensadora que ha dejado huella en México. Foto: Especial

Calibán y la bruja: Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, de Silvia Federici: “De la emancipación de la servidumbre a las herejías subversivas, un hilo rojo recorre la historia de la transición del feudalismo al capitalismo. Todavía hoy expurgado de la gran mayoría de los manuales de historia, la imposición de los poderes del Estado y el nacimiento de esa formación social que acabaría por tomar el nombre de capitalismo no se produjeron sin el recurso a la violencia extrema. La acumulación originaria exigió la derrota de los movimientos urbanos y campesinos, que normalmente bajo la forma de herejía religiosa reivindicaron y pusieron en práctica diversos experimentos de vida comunal y reparto de riqueza. Su aniquilación abrió el camino a la formación del Estado moderno, la expropiación y cercado de las tierras comunes, la conquista y el expolio de América, la apertura del comercio de esclavos a gran escala y una guerra contra las formas de vida y las culturas populares que tomó a las mujeres como su principal objetivo. Al analizar la quema de brujas, Federici no sólo desentraña uno de los episodios más inefables de la historia moderna, sino el corazón de una poderosa dinámica de expropiación social dirigida sobre el cuerpo, los saberes y la reproducción de las mujeres. Esta obra es también el registro de unas voces imprevistas (las de los subalternos: Calibán y la bruja) que todavía hoy resuenan con fuerza en las luchas que resisten a la continua actualización de la violencia originaria. Silvia Federici es profesora en la Hofstra University de Nueva York. Militante feminista desde 1960, fue una de las principales animadoras de los debates internacionales sobre la condición y la remuneración del trabajo doméstico. Durante la década de 1980 trabajó varios años como profesora en Nigeria, donde fue testigo de la nueva oleada de ataques contra los bienes comunes. Ambas trayectorias confluyen en esta obra”, dice El traficante de sueños.

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Silvia Rivera Cusicanqui es una socióloga, activista, teórica contemporánea e historiadora boliviana, nacida en La Paz en 1949. En la FIL Zócalo pudimos conocer el libro Un mundo ch’ixi es posible. Ensayos desde un presente en crisis, donde entre otras cosas dice que: “Dentro de nuestro pequeño mundo de la cocina se produce filosofía y se produce cuidado de la vida. Como nunca, creo que la crisis hoy alude a una crisis epistémica, a una crisis ética, de sentido. Ya no podemos hablar solo de una crisis económica, sino de significado, que nos hace descubrir cuan falsa pudo haber sido esa idea de que el capitalismo es humanista, progresista, que esa etapa es necesaria. ¡Todo eso quedó atrás! Porque el planeta está siendo destruido. Y en ese sentido, la ética del cuidado, de la reproducción, de la capacidad de solidarizarnos con hermanas y hermanos de comunidades indígenas en todo el mundo es algo que nos puede permitir valorar el sentido más abstracto, la propuesta más altamente filosófica de la lucha de las mujeres. Es decir que lo de las mujeres no es una cosa de mujeres, ni vamos a hablar de cosas de mujeres, sino que vamos a hablar de cosas del mundo, de cosas del planeta, de nuestras responsabilidades como especie humana”.

Como nunca, creo que la crisis hoy alude a una crisis epistémica, a una crisis ética, de sentido. Foto: Especial

Ave Barrera habla también de La historia de todos mis kilos, de María del Mar Ramón, una nota que se hizo viral y que retrató como las mujeres nos hemos muerto de hambre, cómo hemos aprendido a odiar la comida y cómo siempre hemos tratado de cumplir con ese ideal de belleza instituido por los hombres.

“Si yo hubiera sido flaca esa señora no habría opinado sobre mi decisión de comer o no. Entiendo, no entonces pero sí después, que caer en esa categoría social del sobrepeso parece habilitar un diálogo en el que está bien que cualquier persona, hasta la señora de la tienda, cuestione un ejercicio tan íntimo y personal como comerse un arequipito. Se siente como perder poder y autonomía total sobre el cuerpo, como si el cuerpo propio fuera un bien público sobre el que todos pueden opinar”, dice María del Mar.

Un texto que se ha hecho viral de María del Mar Ramón. Foto: Shutterstock

“Aprendo que la delgadez tiene un poder de impunidad, nadie te cuestiona si estás flaca. Nadie siente pena por lo que pudiste haber sido pero no eres, por tu belleza potencial, por esa cara tan linda y lo hermosa que serías con varios kilos menos, por la soledad a la que estás condenada de no adelgazar, por tu salud futura. El poder de la flacura implica libertad. Esa libertad tiene el costo de todos los panes, azúcares y harinas blancas de la tierra, pero no parece un precio caro a pagar”, prosigue. Una nota muy especial que ojalá decantara en un libro, para que todos los leamos con atención y sinceridad.

Ave Barrera, como tantos otros en la literatura, elogió la salida del libro La historia secreta del cuento mexicano (UANL), escrito por Liliana Pedroza, algo que cuestiona nuestro patriarcado literario y que nos ha hecho pensar que el canon hay que empezarlo desde cero.

“El catálogo de mujeres cuentistas, del que da testimonio el acucioso trabajo de investigación de Liliana Pedroza, resulta asombroso primero por dar cuenta la existencia de tantas buenas escritoras, pero todavía más por la ausencia, la borradura, de muchos de estos nombres en el canon literario pasado y no tan pasado. Lo bonito del trabajo de Liliana, es su intención de sumar, de descubrir nuevas voces, antes ignoradas, que enriquecen de forma importantísima y muy necesaria el panorama de la literatura mexicana”, dice Ave Barrera.

Liliana Pedroza se consagró con su excelente libro Historia secreta del cuento mexicano. Foto: FIL en Guadalajara

“De 2003 a 2005 realicé un viaje intermitente por los 31 estados del territorio mexicano. Sin saber que ése sería sólo el inicio de un largo periplo, mi propósito fue realizar una investigación de campo para la elaboración de un catálogo de cuento en México y sumar al trabajo de Luis Leal con su Bibliografía del cuento mexicano de 1958, de Emmanuel Carballo con Bibliografía del cuento mexicano del siglo XX de 1988 y de Russell M. Cluff con Panorama crítico-bibliográfico del cuento mexicano (1950-1995) de 1997. Sólo que mi búsqueda ponía el acento en dos aspectos: cuentos escritos por mujeres y ediciones de distribución limitada”, cuenta Liliana Pedroza.

Una visita de la que disfrutamos en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara fue de la italiana Dacia Maraini (Fiesoli, 1936), quien dejó un libro Pasos apresurados (Abismos Casa Editorial).

El libro nace de una serie de testimonios reales sobre el tema de la violencia contra las mujeres. El texto se compone por ocho historias de mujeres de diferentes países, con diferentes religiones y estilos de vida, que sin embargo comparten una triste realidad, la de ser víctimas de la violencia, a veces ciega y sin sentido.

“En general, podemos decir que el costo de la emancipación femenina es más agresividad masculina. Y a menudo son las parejas y los maridos los que golpean, en especial después de separaciones conflictivas”, dice Lily Gruber en el prefacio.

Un libro estremecedor de Dacia Maraini. Foto: Especial

“Hay una aldea en Jordania donde, a diario, les pegan a las mujeres. Es normal que las apaleen, que las amarren a un poste en el establo o, si tienen bonito cabello largo, que lo corten a la fuerza. Bocas inútiles que alimentar, cuando al nacer no son asfixiadas con una zalea, las niñas sueñan con el matrimonio para recibir como regalo el primer par de zapatos. A los catorce años, Aisha cree que el chico guapo que vive enfrente será su esposo y se deja poseer. Luego el tipo desaparece y la deja embarazada. Rociada con gasolina y quemada por decisión de su familia, sobrevive gracias a la ayuda del único médico que tiene el valor de socorrerla: una mujer francesa. En lugar de dos ojos le quedan dos agujeros y la boca torcida, pero sigue viva”, cuenta Lily.

Ese es uno de los casos que Dacia cuenta en Pasos apresurados, donde también cuenta la violación sufrida por un acreedor de su hermano, una madre violada por unos soldados que parecían aliados, una mujer que se fue del Tibet, al ejército chino, la forzaron cinco militares y luego la apresaron por denunciar la violación de sus compañeros.

En estos días, varias entrevistas a Rita Segato (Buenos Aires, 1951) han puesto a su figura en las redes, más allá de Argentina, donde ha nacido y es bastante popular. “Basta de llanto. No queremos solamente consolar a una víctima que llora. El punto es cómo educamos a la sociedad para entender el problema de la violencia sexual como un problema político y no moral. Cómo mostramos el orden patriarcal, que es un orden político escondido por detrás de una moralidad. El problema es que está siendo mostrado en términos de moralidad. Y es insuficiente mostrarlo así por varias razones”, añadió.

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Uno de sus libros, publicado en 2017, es La guerra contra las mujeres (Traficante de sueños): Las últimas décadas, periodo de neoliberalismo y de giro autoritario de las formas de gobierno, han venido igualmente marcadas por una creciente violencia contra las mujeres. Los asesinatos sistemáticos de Ciudad Juárez se han convertido en un ensayo a escala planetaria, desbordándose allí donde el Estado se ha descompuesto en sus tradicionales funciones soberanas. El capitalismo exacerbado, producto de una modernidad-colonialidad nunca superada, se descarga ahora en las nuevas guerras contra las mujeres, destruyendo la sociedad al tiempo que sus cuerpos. Comprender este nuevo giro violento del patriarcado, que Segato considera acertadamente la primera estructura de dominación en la historia de la humanidad, implica desplazarlo «del borde al centro». De acuerdo con la autora, sólo a partir de una revitalización de la comunidad y de una repolitización de lo doméstico será posible detener el femigenocidio hoy en marcha. Se juega en ello nada menos que el futuro de la humanidad.

Las últimas décadas, periodo de neoliberalismo y de giro autoritario de las formas de gobierno, han venido igualmente marcadas por una creciente violencia contra las mujeres. Los asesinatos sistemáticos de Ciudad Juárez se han convertido en un ensayo a escala planetaria, desbordándose allí donde el Estado se ha descompuesto en sus tradicionales funciones soberanas. El capitalismo exacerbado, producto de una modernidad-colonialidad nunca superada, se descarga ahora en las nuevas guerras contra las mujeres, destruyendo la sociedad al tiempo que sus cuerpos. Comprender este nuevo giro violento del patriarcado, que Segato considera acertadamente la primera estructura de dominación en la historia de la humanidad, implica desplazarlo “del borde al centro”. De acuerdo con la autora, sólo a partir de una revitalización de la comunidad y de una repolitización de lo doméstico será posible detener el femigenocidio hoy en marcha. Se juega en ello nada menos que el futuro de la humanidad.

Rita Segato y su libro La guerra contra las mujeres. Foto: Especial

Uno de los libros a finales de año es Tsunami (Sexto Piso) y está entre los más vendidos en las librerías. Se trata de un trabajo de la escritora Gabriela Jáuregui, quien ha dicho en entrevista con Puntos y Comas: “Sentía y era un diálogo que habíamos tenido un montón de veces con Diego y Eduardo Rabasa que hacía falta mujeres que hablaran del acoso, de la violencia de género y ellos fueron los que me dijeron que tenía que hacer algo. Voy a invitar a mujeres que leo y que admiro y vamos a darles el espacio y el tiempo, como la carta blanca de hacer lo que quisieran. No había un juego obligatorio, podría ser un cuento, una fábula, un ensayo personal, poema y buscaba yo a mujeres que vinieran de experiencia distintas, de lugares muy distintas. Todas trabajamos con la palabra, pero no todas somos escritoras con E mayúscula. Yasnaya es lingüista mixe, Daniela Rea es una gran periodista y Verónica Gerber es artista visual, así que hizo una pieza más visual, como que el chiste de la invitación era que ellas se sintieran con la libertad de hacer lo que quisieran”.

Tsunami, la fuerza interior de Gabriela Jáuregui. Foto: Especial

En el libro hay muchas mujeres que citan libros y pensadoras en torno al feminismo, entre ellas está Margo Glanz quien habla de Acoso ¿Denuncia legítima o victimización?, escrito por Marta Lamas y publicado recientemente (2018) por el Fondo de Cultura Económica.

Es un libro polémico, que ha levantado muchas críticas, entre ellas la de Nosotras, la Red mexicana de Feministas Diversas, quienes manifiestan su preocupación por el aumento de los casos de diferentes formas de violencia contra las mujeres en nuestro país. “En este sentido, y reconociendo nuestra pluralidad, condenamos las nuevas formas de justificación, normalización, naturalización y perpetuación de acoso, hostigamiento, violación sexual y feminicidios, que son legitimadas en el contenido del libro”, afirman.

El libro polémico de Marta Lamas. Foto: Especial

Marta Lamas realiza una profunda reflexión ante la urgencia ética para enfrentar el acoso de las diferentes corrientes teóricas del feminismo, así como de las actitudes sociales en relación a éste. La autora busca, para ello, abrir el debate para definir aquellos actos que pueden ser considerados como acoso, de otros que no lo son y que encaminan, por otro lado, a la persecución y la difamación. En este proceso de crear una sociedad más justa e igualitaria, es necesario reflexionar críticamente entorno a aquellas prácticas que resultan emancipadoras, así como aquellas otras que son más bien, un tropiezo. Un tratado sobre el Me Too.

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ENTREVISTA | Escribí este libro como periodista, no como activista: Braulio Peralta

sábado, abril 7th, 2018

Este es el último libro que escribe sobre la minoría lésbico-gay en nuestro país. No quiere ser encasillado y lo cierto es que ha escrito muchos otros libros. El clóset de cristal (la crónica de un aspecto poco conocido de Carlos Monsiváis) y Lo que se ve no se pregunta (la historia de Juan Gabriel) son otros de sus trabajos. En tiempos donde la palabra necesita ser nombrada, Braulio también acude a las imágenes con fotografías de Maritza López, para hacer Otros nombres del arcoíris. Todos con Ediciones B.

Ciudad de México, 7 de abril (SinEmbargo).- Una mañana en el Centro. Decir que Braulio Peralta vive exactamente a la vuelta del Palacio de Gobierno equivale a mencionar su forma de estar presente en pleno corazón de la ciudad. Es mexicano al ciento por ciento y desde allí acaba de hacer Otros nombres del arcoíris (Ediciones B), para dar reflejo del movimiento de la comunidad LGBTTTI en nuestro país.

Hace más de 10 años que hizo el libro Los nombres del arcoíris: trazos para redescubrir el movimiento homosexual (CONACULTA) y este trabajo es un poco la respuesta aunque también la prosecución de aquel.

“En los setenta surgen los colectivos en defensa de sus derechos humanos y Braulio Peralta ofrece su historia: crónicas de los orígenes de la disidencia gay en México, aquella que con ímpetu buscó un lugar desde el cual existir en igualdad y diversidad junto con el resto de la sociedad”, dice la contraportada.

Personajes contradictorios y valientes, el tema del SIDA, los homicidios de odio, todo mezclado con fotografías de Maritza López, para adentrarnos en el mosaico de la sexualidad humana.

–Me gustaría empezar a hablar de tu libro sobre el SIDA. Siempre hablamos eso con Wenceslao Bruciaga que el SIDA tuvo una cosa trágica para los homosexuales, no sólo por la gente que murió sino también porque retrotrajo muchísimo a la comunidad. ¿Es así?

–A mí me encanta mucho Wenceslao Bruciaga por su forma radical y confrontadora que tiene con la sociedad, pero soy más liviano con eso, sobre todo al pensar que por su edad él no lo vivió. Mi juventud fue en los ’80 y vivir esa época con el tema del SIDA, cuando venían las comunidades homosexuales frente al Estado que no consideraba derechos, frente a la iglesia y de pronto aparece el SIDA. Entonces vuelve a aparecer el tabú, el prejuicio contra todos los homosexuales.

–Y la muerte. Hoy puedes tener diabetes y SIDA y ambas enfermedades se controlan

–Aunque esa versión de que hay bastantes remedios implica que muchos jóvenes se están infectando de muchas maneras, pero estamos hablando de un conglomerado sexual enorme que incluye a prostitutas y mujeres esposas de hombres que traen el VIH a su casa. En los ’80 murió una cantidad de gente enorme. Yo me quedé solo, sin generación. Yo sobrevivo porque no tengo el VIH y mi generación desaparece. Los ’80 un padre o una madre o un sobrino o una tía tuvo VIH. No era sólo una cuestión de los homosexuales. Cuento la historia de Marta Aurora Espinosa, una mujer hermosa, heterosexual y con SIDA. La prueba es que éramos todos. Me duele hablar de eso y mi libro es muy crudo, doloroso. A veces siento que Wenceslao no tiene esa parte de la historia como para que sé cuenta de lo terrible que es.

–Tú también cuentas en el libro que te vas a hacer los análisis y te das cuenta de que no lo tienes, es una crónica sobre ese hecho

–Sí. Sentirte salvado en esa época era algo muy doloroso, trágico, triste, se juntó el temblor del ’85, se juntó las declaraciones de los sacerdotes contra los homosexuales, lo cierto es que fue algo doloroso. Al decirte esto y contestando tu primera pregunta es que en realidad en los ’90 vino el humanismo, vino la compasión y la comprensión de lo que estaba pasando con la homosexualidad en el mundo. Vinieron entonces los derechos, parece mentira pero eso fue lo que sucedió. La culpa o la responsabilidad de una sociedad heteronormativa cambió mucho las dinámicas de comprender y ver la homosexualidad. La frase de Wilhelm Reich de “No hay libertad política si no hay libertad sexual”, se dio de manera natural. De repente empezó a hacer publicidad en torno al preservativo, hubo comprensión de las feministas hacia la prostitución femenina y masculina, todo se vino reproduciendo de manera civilizada. Todos los homosexuales trabajaron por los enfermos, por los muertos, por sus duelos.

La historia de la comunidad homosexual en México. Foto: Especial

–Tú hablas siempre de las leyes, ¿tienes confianza en las leyes?

–No tengo especial confianza en las leyes, pero pienso que si vivo en una sociedad democrática hay que tener confianza en las leyes. Al final de cuenta sigue habiendo crímenes contra los homosexuales, porque las leyes no se cumplen. Creo en las leyes, porque creo en Juárez, en la Constitución, en los principios que marcaron la Revolución de Lázaro Cárdenas, porque es la única posibilidad de cualquier civilización y de cualquier régimen llamado democrático. Llamamos democracia a la mexicana y hay que ver qué queremos decir con eso. No se respeta a las mujeres, matándolas en Ciudad Juárez o en el Estado de México o en Veracruz o en Puebla, hay asesinatos de gays en Chiapas o en Ciudad de México. Ya existe el delito por homofobia, pero sigue existiendo la homofobia.

Ya existe el delito por homofobia, pero sigue existiendo la homofobia, dice Braulio Peralta. Foto: SinEmbargo

–¿Qué pasó después del encuentro con Enrique Peña Nieto?

–Creo yo que fue importante ese encuentro, ¿por qué le queremos quitar una palomita al Presidente? Rebasó a la izquierda que tenía a los homosexuales en Los Pinos y dijo: Se van estas leyes a la Suprema Corte de Justicia, en el Día Mundial contra la Homofobia, declaró el sistema de matrimonio igualitario y sólo cuatro Estados, de 32, cumplieron. No le hicieron caso al Presidente y los Gobernantes siguen hincados ante la Basílica de Guadalupe.

–¿Crees que la homofobia ha unido a las mujeres con los homosexuales?

–Los gays y las lesbianas trabajaron siempre juntos desde los ’60. Lo que pasa es que ahora estamos todos divididos, se dividió la izquierda, la derecha está muy sólida y el PRI, de acuerdo a cómo vaya la circunstancia. El tema de las mujeres es muy delicado porque siempre hubo muchos feminismos. Siempre fue así, desde la época de Camille Paglia, con las sufragistas desde el principio, si participaban o no en la prostitución que era algo ilegal. Tenemos la voz conciliadora de Marta Lamas y tenemos la voz contra los hombres de cierto feminismo radical.

–También está Lydia Cacho que habla contra la prostitución y está en contra de Marta Lamas…

–Yo estoy más a favor de Lydia Cacho, pero creo muy valioso el discurso de Marta Lamas y creo que cuando los dos se acerquen, se encontrará un feminismo radical pero no con gérmenes nazis. Es necesario articular un discurso porque los hombres y las mujeres vamos a estar aquí todo el tiempo.

–También es cierto que el patriarcado está cada vez más acendrado

–La pregunta es si todos los hombres son como ese hombre que asesinó a esa mujer de Reforma 322. ¿Todos los hombres son asesinos? Yo diría que no. ¿Todas las mujeres son santas? Diría que tampoco. En la Biblia las mujeres no son muy aceptadas, empezando por Magdalena. Oriente está con el caso de las mujeres, las feministas radicales tendrían que escribir libros como el de Sabina Berman, que está con las leyes de Dios o las leyes de Darwin. Este es uno de los problemas que tenemos que discutir en el siglo XXI, nos están faltando ideólogos, los perdimos. Estamos recurriendo a viejas formas de convivencia de cómo tenemos que vivir hombres y mujeres.

–Hay una circunstancia absolutamente nueva, cada vez más derechos y cada vez más violencias

–Hay guerra en Siria, contra los kurdos, contra los saharauis, hay guerra entre México y los Estados Unidos, México vive una guerra comercial ni cuenta nos damos de eso. Donald Trump es un enemigo profundo de México. En cualquier momento NorCorea y Estados Unidos nos lanza una bomba y bye bye.

–¿Eres una voz importante dentro de la comunidad?

–No, no soy una voz importante dentro de la comunidad. Me circunscribo a mi trabajo periodístico, he escrito libros de arte, escribí un libro sobre Octavio Paz, un libro sobre mi trabajo como corresponsal en España y he escrito estos dos libros porque no se había hecho la historia del movimiento homosexual en México. A los historiadores no les interesa el movimiento homosexual. Sí veo a Carlos Monsiváis en Lo marginal en el centro, preocupado por rescatar a Salvador Novo; sí veo a José Joaquín Blanco que escribe Ojos que da pánico soñar; sí veo a Luis Zapata, escribir El vampiro de la Colonia Roma, preocupado por describir un homosexual en la prostitución durante los años ’60, que es la historia de Adonis García. Yo no soy el único que puede escribir la historia de los homosexuales en nuestro país. Fui muy criticado cuando publiqué El clóset de cristal, por haber revelado ciertas intimidades de Carlos Monsiváis, cuando él mismo fue parte de esta comunidad. Puedo entender que puedo lastimar sobre todo a la familia o a los que considero prejuiciosos, pero ¿los homosexuales no nos podemos interesar en la vida de nuestros compañeros? La historia es historia y por eso soy periodista. No puedo dejar a Carlos Monsiváis lejos nuestro, por eso escribí con el cerebro su libro. Mi trabajo es periodista no es de un activista.

–¿Qué opinas del libro de Guillermo Osorno, Tengo que morir todas las noches?

­–Es la historia del francés Henri Donnadieu, he discutido con amigos y he dicho que lo que pasa en un bar no es la historia de lo que pasa en la comunidad homosexual. Está bien escrito, pero esa no es la historia del movimiento homosexual, es la historia del bar 9, muy clasista y jamás nos dice de dónde viene Henri Donnadieu de París, acusado de lavado de dinero y no nos dice nunca quién es el dueño del bar 9, qué es lo que hay detrás de ese bar. Muy fallido periodísticamente, es para mí ese libro.

–¿Hay un canon en la literatura mexicana?

–Creo que Octavio Paz es un canon, que Salvador Novo es otro canon y creo que no hay uno solo canon en la literatura mexicana. El canon no lo conocemos hoy. Lo que más se acerca al canon de la actualidad son Juan Villoro y Enrique Serna, que ambos influyeron muchísimo con su literatura. Fernanda Melchor acaba de dar una sorpresa con Temporada de huracanes, creo que va a trascender.

 

“El feminismo no es asunto sólo de las mujeres”, dice Marta Lamas tras polémica por coloquio

lunes, octubre 9th, 2017

Lamas explicó que la idea era realizar un coloquio sobre su trayectoria y obra, no sobre feminismo, y al mismo tiempo demostrar, con la participación de hombres, que este tema no es un asunto sólo de las mujeres.

Ciudad de México, 9 de octubre (SinEmbargo).- Marta Lamas, académica y defensora de los derechos de las mujeres, explicó que los hombres que integran el coloquio en su honor son quienes la han acompañado durante años en su lucha feminista.

En un video compartido en las redes sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la antropóloga dijo que la idea de realizar el “Coloquio Marta Lamas en diálogo con XY” surgió para celebrar su cumpleaños número 70.

“Hace un mes cumplí 70 años y en el seminario me quisieron hacer un homenaje, y les dije que me daban hueva los homenajes.

“La coordinadora del seminario propuso hacer algo distinto, lúdico, que nadie se imagine […] Me propuso [hacer el evento] con los hombres que a mí me han acompañado a lo largo de estos 48 años en mis luchas feministas”, resaltó Lamas.

De acuerdo con el programa difundido por la máxima casa de estudios del país, el Coloquio, que se realizará el próximo miércoles, está integrado por 11 hombres y Marta Lamas.

Entre los participantes están José Woldenberg, José Luis Caballero y José Ramón Cossío. El periodista Jenaro Villamil también formaba parte de la plantilla, sin embargo, por la polémica que causó el cartel decidió cancelar su participación.

La idea, explicó Lamas, era demostrar que el feminismo no es un asunto sólo de las mujeres, “aunque hemos sido la fuerza y el impulso de” esta lucha.

La académica puntualizó en que se trata de hacer un coloquio sobre su trayectoria y obra. “No es un coloquio sobre feminismo, es un coloquio sobre Marta Lamas en diálogo con XY”.

“Quise que pusieran XY porque lo que a mí me diferencia de esos hombres son los cromosomas, en la cabeza pensamos igual, en nuestras vidas hemos hecho cosas parecidas, nuestras causas son muy similares”, concluyó Lamas.

 

La UNAM es criticada por organizar un coloquio feminista… integrado sólo por hombres

martes, octubre 3rd, 2017

El Coloquio de Marta Lamas sobre el feminismo se destacará porque la mesa se conformará por 10 hombres. Ante la crítica, el periodista Jenaro Villamil decidió cancelar su participación.

Marta Lamas, reconocida feminista en el país. Foto: UNAM

Ciudad de México, 3 de octubre (SinEmbargo).- La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) realizará el próximo miércoles 11 de octubre un coloquio sobre Marta Lamas, destacada feminista, en el que participarían 11 hombres.

De acuerdo con el programa difundido por la máxima casa de estudios del país, el coloquio será conformado por hombres, entre ellos el académico José Woldenberg y José Luis Caballero.

El programa causó polémica entre la comunidad estudiantil y otros académicos, quienes criticaron que se excluya a mujeres en un “tema sobre mujeres”.

Coincidieron en la importancia de tener el punto de vista de los hombres, especialmente cuando estudiaron temas de feminismo o se han enfrentado a algún tipo de discriminación, como el caso de Jenaro Villamil, expulsado por un grupo de mujeres de una marcha en la Ciudad de México en contra de los feminicidios.

“Dice la UNAM: Mujeres, siéntense, que invitaremos a 11 hombres a enseñarles de qué se trata el feminismo”, fue uno de los comentarios que se destacaron en Twitter.

Ante la crítica, el periodista Jenaro Villamil decidió cancelar su participación en el coloquio. “No lo organicé y no es mi interés seguir en este juego de odios”, escribió en su cuenta de Twitter.

Ni la UNAM ni los organizadores del evento han dado su postura ante las críticas, y el programa no ha sido modificado.

Andrés Barrera, editor responsable de Juristas de la UNAM, sólo envió el siguiente tuit respecto al tema:

“La cobardía de los que aseveran sin preguntar, de los que alimentan la rumorología, siempre me hará hervir las entrañas”.

Foto: UNAM

 

LECTURAS | “El fulgor de la noche”, de Marta Lamas

sábado, febrero 11th, 2017

El fulgor de la noche es el resultado de un salto sin concesiones a una realidad que retrata, de manera ejemplar, la forma como viven, sienten, piensan, disfrutan o sufren las mujeres en el trabajo sexual, así como la forma en que los ciudadanos estigmatizan este oficio en lo social, político y moral. Un argumento contundente por la despenalización y regulación del trabajo sexual.

Ciudad de México, 11 de febrero (SinEmbargo).- La llamada prostitución o comercio sexual es el trabajo más antiguo del mundo y definitivamente uno de los temas más controvertidos y estigmatizados que existen, sin importar desde qué campo se discuta: jurídico, moral, económico, político, e incluso desde la perspectiva de género. Un problema social que ha sido debatido de forma incorrecta ya que regularmente se confunde con términos como trata ilegal de personas y explotación sexual.

Para Marta Lamas, experta en el tema con más de dos décadas de estudio histórico, legal y de campo y una de las feministas más destacadas de México, el cambio debe comenzar por no llamarse prostitución sino comercio sexual, ya que tiene una connotación denigrante y extremadamente sexista al hacer referencia que sólo se prostituye la mujer y no el cliente. Por otro lado, la actual posición que tiene el movimiento neo-abolicionista y las consecuencias de su discurso, lejos de ayudar, confunden a la ciudadanía al mezclar términos como comercio sexual y trata.

El fulgor de la noche es el resultado de un estudio de campo que realizó la propia autora para plantear  que el comercio sexual debe considerarse como una actividad laboral que merece seguridad, derechos y reconocimiento para quienes la ejercen. En este libro Marta Lamas plantea claramente un panorama alejado de la descalificación o victimización sobre la distinción entre el trabajo voluntario y la trata ilegal de personas.

A través de una investigación an­tropológica de casi diez meses, donde acompañó a diversas trabajadoras sexuales durante cuatro o cinco noches a la semana en algunos puntos tradicionales de la Ciudad de México, la autora exploró las facetas más complejas del comercio sexual en la vía pública: desde la negociación con los clientes y la organización de las trabajadoras, hasta la extorsión por parte de las corporaciones policíacas y la estigmatización real y simbólica por los discursos hegemónicos de la sociedad.

Pero también hace una revisión exhaustiva de la historia reciente, tanto en México como en el mundo, sobre las diversas acciones que han hecho grupos de mujeres para lograr, entre otras cosas, el reconocimiento de sus derechos laborales, así como los debates sobre la legalización o no de esta actividad.

Por autorización de Editorial Océano transcribimos un capítulo de El fulgor de la noche.

ALGUNOS ANTECEDENTES HISTÓRICOS

En torno a la sexualidad se organiza la vida social y las personas son clasificadas según esquemas que valoran o estigmatizan ciertas prácticas y conductas. Por eso, las relaciones sexuales nunca son simplemente el encuentro de dos cuerpos, sino que también son una representación de las jerarquías sociales y de las concepciones morales de una sociedad (Illouz, 2014).

En México, una creencia general que circula ampliamente es la de que los hombres necesitan sexo, y que las mujeres lo otorgan, sea que lo regalen amorosamente, lo intercambien por favores o lo vendan. Sí, la relación sexual suele ser concebida como un servicio que requieren los hombres y que las mujeres dan, algunas gratuitamente en el ámbito privado (a cambio de manutención y seguridad), mientras que en el ámbito público las prostitutas lo intercambian por dinero.

Además existe una amplia gama de arreglos intermedios, como el intercambio de favores sexuales por promociones laborales, compensaciones salariales u otro tipo de beneficios. También existen prácticas y arreglos sexuales entre varones, pero como ya dije, de ellos no hablaré, puesto que he enfocado mi trabajo de acompañamiento político e investigación antropológica en las mujeres. En México, la llamada prostitución se ha ido transformando a lo largo de los siglos, entretejiéndose con aspectos económicos (como el mercado laboral y el desempleo), restricciones de orden ideológico (como la distinción entre los trabajos femeninos y los masculinos) o el contrato matrimonial (con transformaciones causadas por cambios demográficos, económicos o culturales).

Actualmente, el término prostitución se refiere a un fenómeno muy extendido que engloba diversos tipos de actividades (jerarquizadas económica y socialmente) clandestinas, públicas y semi-oficiales, que van desde el taloneo hasta la refinada atención de alto nivel, que es moneda de cambio entre políticos y hombres de negocios. Los investigadores hablan del crecimiento y la expansión del comercio sexual, lo que expresa no sólo un fenómeno económico sino también una transformación cultural (Weitzer, 2012; Kempadoo, 2012).

Este notorio aumento surge de la liberalización de las costumbres sexuales y de la apertura neoliberal de los mercados que han permitido la expansión de la industria sexual como nunca antes, con una proliferación de nuevos productos y servicios: shows de sexo en vivo, masajes eróticos, table dance y strippers, servicios de acompañamiento (escorts), sexo telefónico y turismo sexual (Altman, 2001).

Aunque las drogas y el vih han impactado dramáticamente a la industria mundial del sexo, ésta se ha convertido en empleadora de millones de personas que atraen a una gran cantidad de clientes. Los empresarios de esta industria tienen agencias de reclutamiento y sus operadores vinculan a los clubes y burdeles locales de varias partes del mundo, en un paralelismo con las empresas transnacionales. Y al igual que éstas, algunas se dedican a negocios criminales, como la trata de personas. A pesar de las diferencias que hay entre el tipo de trabajo sexual que realizan las mujeres, es generalizada la apreciación social de que se prostituyen, mientras que quienes compran sus servicios no son estigmatizados. Esta diferencia sustantiva es lo que llamo la marca del género, que condensa las concepciones sociales en torno a lo que significa ser hombre o mujer en México.

¿Por qué en nuestra cultura se valora de manera diferenciada la actividad sexual, gratuita o comercial en los varones y en las mujeres?, ¿por qué el ideal cultural de virtud femenina se basa en la represión de la sexualidad?, ¿por qué la castidad y el recato se han constituido como características femeninas esenciales? Responder a estas interrogantes implica desentrañar la génesis de lo que hoy se conoce como doble moral sexual.

Cuando inicié el trabajo de acompañamiento político a trabajadoras sexuales callejeras poco sabía yo de la prostitución en México; sólo había leído los textos de Salvador Novo (1979), Carlos Monsiváis (1981) y Sergio González Rodríguez (1989) y había visto las inefables películas mexicanas con escenas de cabaret o de burdel. Busqué estudios sobre la prostitución en nuestro país, que no voy a glosar ni analizar aquí, pues lo que pretendo va en otra dirección: desarrollar un argumento político. Sin embargo, consignaré brevemente algunos datos históricos básicos para enmarcar el fenómeno de la prostitución femenina como un proceso de larga duración que se desarrolla hasta nuestros días, en el cual confluyen usos y costumbres, tanto de los antiguos mexicanos como de los españoles. Para ese propósito, más que hacer una arqueología con precisas referencias cronológicas, haré un breve recorrido histórico con la intención de comprender la prostitución como un habitus (Bourdieu, 1991) de nuestra cultura.

En México, la forma de pensar la sexualidad ha estado determinada por la construcción social del género (que divide al mundo en lo propio de los hombres y lo propio de las mujeres), que es una de las características culturales del contexto histórico. Antes de la llegada de los conquistadores españoles, en nuestro país la prostitución era un hecho común y corriente. Al parecer, en la época prehispánica existieron varias formas de prostitución: la hospitalaria (la sociedad azteca conoció la fórmula de recibimiento a los extranjeros), la religiosa o ritual (que alegraba el reposo del guerrero o las últimas horas de las víctimas destinadas al sacrificio) y la civil. Enrique Dávalos López (2002) revisó los textos que un grupo de frailes historiadores elaboró acerca de las prácticas sexuales del México antiguo. Al analizarlos y cotejarlos con otras fuentes, surgieron elementos que lo llevaron a sugerir que “la cultura sexual de los indios mexicanos presentaba rasgos notablemente diferentes a los esbozados en el discurso de los frailes historiadores” (2002: 6).

Para los religiosos, por sus concepciones, creencias y valores sobre la sexualidad era “inconcebible tratar el deseo, el placer y las prácticas sexuales sin condenarlas a la vez” (2002: 81), lo cual condicionó su trabajo. De ahí la reserva con la que manejaron ciertos temas o el silencio que guardaron sobre determinados aspectos. Respecto a la prostitución religiosa, en México las alegres constituían no sólo “una especie de premio para los guerreros destacados” (2002: 23), sino que además eran protagonistas de ceremonias. Tal parece que “ciertas sacerdotisas o monjas de los templos/escuelas cumplían funciones sexuales/religiosas” (2002: 23).

Según este historiador, varios elementos sugieren que probablemente sacerdotisas y alegres no estaban diferenciadas, como ocurría en España. Dávalos insiste en que Sahagún, siguiendo el esquema ideológico hispano, dividió a prostitutas y sacerdotisas, distinción que los frailes remarcaron a partir del modelo europeo de las rameras y las monjas. Aunque los frailes trataron de separar a las sacerdotisas de las alegres, la oposición entre puta y decente “no correspondía a las instituciones religiosas y educativas del México prehispánico” (2002: 25). Tanto Dávalos como Moreno de los Arcos comparten una certeza: los textos indígenas permiten atisbar formas de intercambio sexual distintas, más libres, no estigmatizadas. En esa época había varios nombres para designar a las mujeres, siendo el más común ahuianime (del verbo ahuia, que significa alegrar), por lo cual Moreno de los Arcos (1966), siguiendo a Miguel León-Portilla (1964), las designa como alegradoras. Alfredo López Austin (1998) discrepa de tal traducción y, a su vez, señala que se trata simplemente de las alegres. Las prostitutas andan alegres por la calle y se enorgullecen de lucirse y embellecerse. Dávalos encuentra que las alegres contaban con un singular reconocimiento social y religioso e igual que Moreno de los Arcos, se interroga sobre el término que alude a la puta honesta.

Lo incomprensible para los cronistas españoles que intentaban registrar una cultura tan distinta era la existencia de una puta sin estigma. También los sorprendió que los indios no las tuvieran segregadas en barrios, calles o casas especiales y que se confundieran con las buenas mujeres. Todos los estudiosos afirman algo significativo: no había espacios especiales para la prostitución, ni casas específicas para su trabajo, cada mujer vivía donde le apetecía. Sahagún es quien trata con más extensión el asunto, describiendo con todo detalle a las prostitutas y sus actividades: “es andadora o andariega, callejera y placera, ándase paseando, buscando vicios, anda riéndose, nunca para y es de corazón desasosegada” (Sahagún, 1956: 129-130). Como no coincidían con sus valores culturales, las relaciones sexuales indígenas (distintas, abiertas, sin estigmas) les resultaron incomprensibles a los frailes, que resolvieron la contradicción censurándolas (consciente e inconscientemente) y eliminando las referencias a ellas, aunque algunas se les escaparon.

Con la llegada de los españoles, ante el arribo de una población principalmente masculina que había dejado a esposa o amante en España, se desarrolló muy pronto el modelo de comercio sexual hispano. La prostitución que se extendió en México y se practicó durante todo el periodo virreinal es parecida a la que se ejerció en los reinos hispánicos al final de la Edad Media: bajo el control de proxenetas o alcahuetas, con un limitado margen de acción de las mujeres (Atondo Rodríguez, 1992).

Carmen Nava (1990) consigna la autorización expresa de la corona española para la construcción de un burdel en 1524 y el permiso para una casa de mancebía en 1538. A través de las casas públicas oficiales, la corona española ejerció control sobre los burdeles. La práctica de una prostitución con rasgos domésticos, arraigada frecuentemente en el medio familiar, generó tolerancia y convivencia, pero las mujeres que se dedicaban a esta actividad dejaron de ser bien vistas, a diferencia de las alegres entre los antiguos mexicanos, y comenzaron a ser consideradas mujeres de la mala vida. Las mujeres públicas en los siglos XVI y XVII novohispanos contaban con la protección de proxenetas y alcahuetes, incluso podían ser su madre o su marido, quienes hacían las transacciones con los clientes, y su relación se extendía a lo largo de toda su vida.

Esa variante doméstica del comercio sexual se transformó en el siglo XVIII ubicándose en las calles y las tabernas; así despuntaron formas distintas de establecer relaciones sexuales/mercantiles y apareció una nueva visión sobre el comercio sexual paralela a la entrada, en 1711, del término prostitución al lenguaje castellano que describe ese tipo de actividad que “se extiende a la calle, a las vinaterías y pulquerías, y que cobra una dimensión normal y permanente en la vida urbana” (Atondo Rodríguez, 1992). Durante el siglo XIX, siguiendo el modelo jurídico francés de control sanitario, con sus discursos moralista e higienista, México reglamentó la prostitución (Núñez, 1996).

En 1851 ya había un proyecto de decreto y reglamento sobre la prostitución que, durante el breve imperio de Maximiliano, se convirtió en un reglamento sobre control sanitario de las mujeres públicas. A partir de 1865, las prostitutas se inscribieron en un registro que incluía su nombre y fotografía, su lugar de origen, edad, domicilio, categoría (primera, segunda o tercera) su forma de trabajo (en prostíbulo o independiente), las enfermedades que padecían y sus cambios de estado civil. Esta disposición legal se complementó con el establecimiento de prostíbulos al cuidado de una matrona y con la encomienda de que el Hospital de San Juan de Dios las atendiera en exclusividad (Núñez, 1996). Este sistema reglamentarista abrió la puerta a coerciones, abusos y corruptelas por parte de las autoridades sanitarias y de la policía, por lo que en 1898 se emitió un nuevo reglamento para mejorar al original. Núñez señala que a partir de ese momento la prostitución se empezó a ver como un problema social; es decir, dejó de percibirse como una actividad entre personas libres de relacionarse sexualmente, bajo reglas mínimas, como había sido en los siglos anteriores. Núñez describe una época en que las angustias en torno a la prostitución son marcadas por “abundantes reportes policiacos, ensayos higienistas, novelas, tesis médicas”; pero también detecta “el deseo de imponer una nueva moral social, con el fin de higienizar, regular y pulir las costumbres” (Núñez, 1996: 3). Resulta plausible pensar que los acontecimientos del proceso revolucionario favorecieron el comercio sexual.

Muchas mujeres quedaron desamparadas, viudas, huérfanas o como madres solteras, por lo que tuvieron que encontrar los medios para sostenerse económicamente y mantener a sus hijos o familiares mayores. Es probable que muchas trabajaran como prostitutas, la tabla de salvación tradicional. Otras simplemente se fueron a la bola y convivieron con sus hombres. Esta mayor actividad sexual trajo consigo un incremento de las enfermedades venéreas, por lo que se intentó un mayor control sanitario (Bliss, 1996). La obsesión higienista prosiguió hasta el siglo XX y en 1914 se estableció un nuevo Reglamento para el ejercicio de la prostitución en el D.F. El higienismo influyó en las políticas públicas y en el discurso político posrevolucionario.

En 1933 se estableció el Código Sanitario de los Estados Unidos Mexicanos, que ante el preocupante estado de la salud pública incluía un capítulo referente a la prostitución (sobre enfermedades de transmisión sexual, como la sífilis). Además, el gobierno de Lázaro Cárdenas decidió suscribir el convenio abolicionista impulsado por la Federación Abolicionista Internacional, que entró en vigor en 1940 (Bliss, 1996). Ese abolicionismo, distinto al de hoy, significó cancelar la intervención del Estado en el otorgamiento de permisos o inspección de las trabajadoras sexuales. Así, con la retirada del Estado del negocio, oficialmente se terminó el libro de registro de las trabajadoras y el control sanitario.

Durante siglos, las trabajadoras sexuales fueron figuras típicas en nuestra ciudad. Ernesto P. Uruchurtu, el regente de hierro que gobernó durante 14 años (1952-1966), trató de desmantelar la zona roja del D.F., que incluía desde Cuauhtemotzin (que luego se llamó Fray Servando Teresa de Mier) hasta La Merced, incluyendo las calles 2 de Abril, Vizcaínas, San Juan de Letrán y Santa María la Redonda (actualmente Eje Central Lázaro Cárdenas). También clausuró las casas de citas, incluso las famosas: la de La Bandida, en la calle de Durango y la de La Malinche, en la calle de Xola (Monsiváis, 1998).

En el sexenio de Echeverría las trabajadoras sexuales volvieron a las calles del D.F., y fue hasta mitad de la década de 1980 cuando éstas se organizaron para enfrentar las redadas policiacas. Su lucha logró el establecimiento de puntos tolerados, con el nombramiento de representantes autorizadas por Carlos Hank González, jefe del Departamento del Distrito Federal en el sexenio de López Portillo. Esto correspondió al primer reordenamiento del trabajo sexual en la vía pública en el D.F.

En 1977, a partir de la creación del Fideicomiso del Centro Histórico, la política urbana del gobierno del D.F. en asociación con los corporativos empresariales hizo de la gentrificación su eje de intervención e inició un proceso de limpieza urbana que afectaría a las trabajadoras callejeras. En 1988, la Asamblea de Representantes del D.F. modificó el Reglamento Gubernativo de Justicia Cívica para el Distrito Federal e incluyó la queja vecinal como elemento probatorio para detener a hombres y mujeres que ofrecieran servicios sexuales en la vía pública. Justo al año siguiente, en 1989, entré en contacto con Claudia Colimoro y descubrí el mundo del trabajo sexual callejero. En ese entonces, había estado leyendo sobre la movilización y los procesos de organización de las prostitutas en otras partes del mundo, vinculados al nuevo feminismo de la década de 1970 (Jaget, 1977; Delacoste y Alexander, 1987; Bell, 1987, y Pheterson, 1989).

Ese feminismo no sólo generó las condiciones para discutir el estatuto simbólico de la prostitución, sino que provocó que muchas de las trabajadoras sexuales que participaron en dichos procesos se asumieran como feministas. Margo St. James, la norteamericana considerada como precursora del movimiento internacional, dijo que para iniciar una organización para la defensa de los derechos de las prostitutas sólo se requería una hooker10 politizada, una feminista, un periodista y un abogado. St. James narró que su proceso de politización se dio entre 1970 y 1973, en California, con su participación en un grupo de autoconciencia del naciente movimiento de la liberación de la mujer. Cuando St. James cuestionó a las feministas de la National Organization for Women (now) sobre qué hacían a favor de las prostitutas, recibió como respuesta: “Tienen que ser las propias víctimas las que hablen. Ésa es la única manera de que las escuchen” (St. James, 1989: XVII). Aunque St. James sólo había trabajado cuatro años como prostituta, decidió asumirse como esa víctima, capaz de hablar en público.

En 1972, junto con varias amas de casa, entre las que había lesbianas y hookers, fundó who (Whores, Housewives and Others) en Sausalito, California. En 1973 buscó a los abogados, periodistas y policías que había conocido diez años antes, en San Francisco, y trató que algunas hookers se sumaran a su recién creada organización: coyote (Call Off Your Old Tired Ethics).

Para iniciar su trabajo consiguió un donativo de cinco mil dólares de una iglesia, rentó una oficina barata que se convirtió en el punto focal de las trabajadoras sexuales y reunió información sobre la situación de las prostitutas, lo cual le resultó relativamente fácil porque la conocían en el ambiente.

Un amigo, médico de la cárcel, le dio información sobre qué pasaba con las prostitutas detenidas: las mantenían en una especie de cuarentena forzada, hasta tener los resultados de los exámenes de las enfermedades venéreas. En 1974, St. James organizó una campaña para liberar a las mujeres de esa detención ilegal y ganó. coyote trabajó mucho, creció y se reprodujo en otras ciudades, aunque con otros nombres: cat, passion, kitty, ocelot, puma, dolphin, cupids, pony y pep (Pheterson, 1989: 5).

Luego de su éxito en Estados Unidos, St. James se dio cuenta de que tenía que influir en el ámbito internacional. En 1975 asistió a una reunión de trabajo de la IFA (Federación Abolicionista Internacional, por sus siglas en inglés), una organización que originalmente solicitaba a los gobiernos que se retiraran del control del comercio sexual, pero que se transformó y cambió su objetivo hacia la erradicación de la prostitución. Ahí entró en contacto con Grisélidis Réal, una prostituta suiza, activista del movimiento de prostitutas en París. Ninguna de las dos había sido invitada formalmente a esta reunión, auspiciada por la UNESCO, pero ambas habían solicitado intervenir, y una abogada feminista con legitimidad en la IFA consiguió que fueran escuchadas. Durante esa visita a París, St. James y otra compañera de coyote se entrevistaron con Simone de Beauvoir para discutir la fundación de una organización internacional para defender los derechos de las prostitutas, iniciativa que cristalizaría años más tarde (Pheterson, 1989). En 1974, en Francia, varios escándalos en torno a movimientos de prostitutas reivindicaban el derecho a defenderse de las tropelías de la policía y solicitaban protección ante los crímenes que habían estado ocurriendo (Jaget, 1977). Las prostitutas de Montparnasse y de Lyon se manifestaron en contra de la violencia de la policía y de la inseguridad, expresada en horribles asesinatos. Las prostitutas de Lyon redactaron un texto en el que denunciaron las agresiones sufridas, señalaron las dificultades que enfrentaban para desarrollar su trabajo y cuestionaron al Estado sobre su responsabilidad para garantizarles seguridad. El movimiento feminista las apoyó y con dicho respaldo decidieron participar en una emisión televisiva, iniciativa que no logró el impacto que ellas anhelaban: al contrario, desató una ola moralista de parte de las autoridades. En junio de 1975, las mujeres de Lyon decidieron ocupar la iglesia de Saint-Bonaventure para dar a conocer sus demandas y así evitar las redadas policiacas. El día elegido, a las 9 de la mañana, cuando los periodistas y la policía rodeaban Saint-Bonaventure, más de un centenar de prostitutas invadieron la iglesia de Saint-Nizier. El párroco las apoyó y declaró que la represión no podía ser la solución al conflicto. Afuera, en la fachada, colgaron un letrero: “Nuestros hijos no quieren que sus madres vayan a la cárcel” (Jaget, 1977: 20). El objetivo mediático era aparecer en las primeras planas de los periódicos.

Las mujeres de Lyon se dirigieron por escrito a la población y al presidente de Francia (en ese entonces Giscard D’Estaing), haciendo un dramático llamado: “Son madres las que os hablan. Mujeres que por sí solas tratan de educar a sus hijos lo mejor posible, y que hoy tienen miedo de perderlos. Sí, somos prostitutas, pero si nos prostituimos no es porque seamos unas viciosas: es el único medio que hemos encontrado para hacer frente a los problemas de la vida” (Jaget, 1977: 20). La carta termina así: Ni ellas ni nosotras iremos a la cárcel. La policía tendrá que masacrarnos para arrastrarnos hasta allí. Les opondremos una resistencia pasiva. Somos las víctimas de una política injusta. No pedimos que se defienda la prostitución, sino que comprendan que no tienen derecho a hacernos lo que nos hacen actualmente. Nunca nadie ha podido cambiar de vida recibiendo golpes de porra. Uníos a nosotras contra la injusticia que nos agobia. después podremos discutir para saber si la sociedad necesita la prostitución (Jaget, 1977: 20-21).

El llamado creó una red de apoyo impresionante. Todo tipo de personas les llevó comida, periódicos, ropa limpia. Mujeres no prostitutas, feministas y amas de casa, manifestaron su apoyo. Grupos de música y teatro llegaron para entretenerlas. La rebelión se propagó a otras regiones: en Marsella, Grenoble y Montpellier también ocuparon iglesias; en Toulouse hubo una huelga; en Saint-Étienne y Cannes hubo movilizaciones. En París, las chicas invadieron la capilla de Saint-Bernard, en Montparnasse; sin embargo, la policía, a puñetazos y patadas, arrastrándolas de los cabellos, las desalojó. El escándalo se volvió mayúsculo y se abrió una discusión pública respecto a la violencia policiaca. Con gran cobertura mediática, el movimiento cobró dimensión nacional. La prensa internacional consignó: “Las prostitutas de Francia ocupan las iglesias” (Jaget, 1977: 25). Grisélidis Réal participó con las francesas en su lucha. Y, al regresar a su país, además de dar varias conferencias sobre lo ocurrido, reunió información y creó, en Ginebra, un Centro Internacional de Documentación sobre Prostitución. Meses después, Grisélidis coincidió con Margo St. James en la reunión convocada por la unesco (Pheterson, 1989: 6). De 1975 a 1985 diversas organizaciones de prostitutas surgieron en Europa, casi siempre vinculadas a las feministas.

En 1975, en Inglaterra, se formó el English Collective of Prostitutes; en 1980, en Berlín, Alemania, se integró Hydra, y pronto surgieron otros grupos. En 1982, en Italia, se fundó el Comitato per i Diritti Civili delle Prostitute; mientras que en Estados Unidos la organización feminista National Organization for Women formó un comité sobre derechos de las prostitutas. En ese mismo año, en Suiza surgió Aspasie, que aglutina prostitutas, feministas, abogadas y trabajadoras sociales; en 1983 se formó Anais, una organización exclusivamente de prostitutas. También en 1983, en Toronto, Canadá, se creó corp (Canadian Organization for the Rights of Prostitutes); en Austria se fundó la Sociedad Austriaca de Prostitutas, un órgano con personalidad jurídica, partícipe en la discusión de las políticas respecto a la prostitución con las autoridades; en Suecia se creó el grupo o. En 1984, en Holanda se fundó De Rode Draad, un grupo exclusivamente para prostitutas (en oposición a De Roze Draad, que era para todas las mujeres).

Si bien hubo un consistente crecimiento del movimiento, no todos los intentos acabaron bien. Algunos esfuerzos fueron aplastados ferozmente, como en Tailandia; otros incluso cobraron víctimas, como en Irlanda, donde una prostituta que trató de organizar a sus compañeras fue asesinada (Levine y Madden, 1988). Para mediados de la década de 1980, los grupos, ya conectados entre sí, realizaron foros y encuentros. En 1984, en Estados Unidos, se llevó a cabo el Women’s Forum on Prostitutes Rights. En 1985, en Ámsterdam, se realizó el Primer Congreso Mundial de Prostitutas y ahí mismo se fundó el International Committee on Prostitutes’ Rights (icpr).

El segundo congreso se llevó a cabo en Bruselas, en octubre de 1986. En ese momento, en América Latina también despuntaron varias organizaciones de trabajadoras sexuales. El caso más temprano del que encontré referencia es la Asociación de Mujeres Trabajadoras Autónomas que surgió en 1982, en la provincia de El Oro, en Ecuador, el cual logró su estatus oficial en 1987 (Abad et al., 1998). En 1985, en Uruguay se creó la Asociación de Meretrices Profesionales del Uruguay (amepu), que obtuvo reconocimiento jurídico en 1988. En 1987, en Brasil, Gabriela Leite organizó el Primeiro Encontro Nacional de Prostitutas, con sede en Río de Janeiro, y en 1992 fundó Davida, una organización a favor de los derechos civiles y la salud de las prostitutas.

A lo largo de los noventa surgieron más grupos organizados: en 1994 se conformó la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (ammar); en 1997, en República Dominicana, surgió el Movimiento de Mujeres Unidas (Modemu); y en Chile, la Fundación Margen. Finalmente, en San José, Costa Rica, se estableció la Red de Mujeres Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe (RedTraSex), en la que actualmente participan organizaciones de trabajadoras sexuales de 15 países.

En México, en 1997, en Querétaro, se conformó la Organización Mujer Libertad. Y en 1998 las mujeres de 18 estados formaron la Red Mexicana de Trabajo Sexual, a partir de la cual se creó la Red Interestatal de Trabajo Sexual que une a los estados de Querétaro, Guanajuato, Michoacán y San Luis Potosí. Mientras que en otros países el impacto del movimiento feminista fue lo que impulsó la organización política de las trabajadoras sexuales, en México un elemento fundamental fue la epidemia del sida. Carlos Monsiváis (1995) señaló que para las trabajadoras sexuales ganarse el sustento no sólo implicaba el estigma, sino que el vih realmente afectó sus vidas y modificó sus opciones: “fue como dar un paso en el abismo”. La campaña de prevención del sida generó una conciencia distinta y, poco a poco, a partir de los trágicos contagios, se fueron transformando sustantivamente ciertas condiciones del ejercicio del trabajo sexual, como el uso del condón.

Hay que recordar que el primer caso de sida en México se diagnosticó en 1983, y dos años después se notificó el primer caso femenino (Uribe y Panebianco, 1997). En febrero de 1986 se creó el Comité para la Prevención y el Control del Sida, que luego se transformó en el Consejo Nacional de Prevención y Control del Sida (Conasida). En noviembre de 1987 salió al aire la primera campaña en medios masivos de comunicación (Rico et al., 1995). En ese tiempo la información sobre la epidemia era muy escasa y, por lo común, equivocada. Además, muchísimas trabajadoras sexuales pensaban que el sida era un mito del gobierno para cerrar sus fuentes de trabajo. En 1987, Enrique Jackson, que en ese momento era el titular de la Delegación Cuauhtémoc, mandó un citatorio a todos los denominados giros negros (bares, casas de citas, estéticas, baños públicos) para presentarse en la Dirección de Policía y Tránsito, en las instalaciones de Fray Servando. En un auditorio repleto, cientos de asistentes llenaron un cuestionario con los datos del negocio al que representaban, la dirección, su nombre y el puesto que tenían. Jackson explicó que tenían perfectamente ubicados a los giros negros, pero que no los clausurarían: el objetivo era que escucharan una plática sobre el sida en la que participaron el entonces director de Conasida, Jaime Sepúlveda Amor; la coordinadora de comunicación, Gloria Ornelas; y María Antonieta, una mujer joven que adquirió sida trabajando en la prostitución. La plática fue impactante para todos los asistentes. Algunos encargados de los giros negros, que consideraban que la información sobre el sida era un recurso del gobierno para obtener fondos, tenían permitido (por los dueños de los establecimientos) dar un donativo económico, pero se llevaron una sorpresa cuando las autoridades no lo aceptaron. En esa reunión solamente había representantes de giros negros, no había trabajadoras de la vía pública, pero a partir de entonces, las trabajadoras sexuales tuvieron la inquietud sobre la epidemia, y empezó la zozobra por saber si estaban infectadas.

Desde la prohibición de Uruchurtu a las casas de citas y burdeles, y con la amenaza del lenocinio, el comercio sexual callejero daba servicio en hoteles. Con la campaña de prevención contra el sida los hoteles se convirtieron en lugares que propiciaron el uso del condón. El gobierno decidió que cada una de las habitaciones de los hoteles debía tener un mínimo de dos condones. En los bares, en las estéticas y en los baños públicos los condones tenían que estar a la vista y debían ser gratuitos. En el cuestionario, los representantes de los establecimientos debían especificar la cantidad de condones que solicitarían mensualmente. En la actualidad, debido a la campaña neoabolicionista, la presencia de condones en cabarets, antros y hoteles se ha convertido en un indicio de trata. El impacto de ver a María Antonieta, la chica infectada, eliminó la creencia de que el sida era una mentira del gobierno y, finalmente, la conciencia del peligro se instaló. Conasida estableció un espacio en el Centro de Salud de la colonia Portales (en la misma calle donde vivía Monsiváis: San Simón) para que toda la población se realizara análisis rutinariamente. En otros espacios se daban pláticas sobre el sida, para que todas las trabajadoras se sensibilizaran; además, en la Quinta Alicia se les otorgaba la credencial de Promotora de sexo seguro a aquellas cuyos análisis fueron favorables y aceptaban promover el uso del condón. Precisamente en este Centro de Salud, la doctora Patricia Uribe conoció a Claudia Colimoro y la invitó al I Encuentro Nacional de Sida y Participación Social, que se llevó a cabo en 1989, en el Hotel Presidente de la Ciudad de México. Ahí fue donde la vi por primera vez. A instancias de Conasida, se formó “Humanos del mundo contra el sida”, una asociación civil que recibía fondos de la Fundación Hivos. Su presidenta era la doctora Gloria Ornelas; su vicepresidenta, María Antonieta Espinoza (una de las grandes madrotas del comercio sexual en departamentos); su tesorera, la doctora Patricia Uribe y su secretario, Fernando Jaimes (de reputación dudosa, pues laboraba como checador de tiempos y apuntaplacas de la señora Soledad Ramírez, una madrota de Sullivan). Poco a poco, Jaimito se fue convirtiendo en una figura clave de la estrategia gubernamental. Aunque “Humanos del mundo contra el sida” se conformó con la pretensión de defender la salud de las trabajadoras sexuales, pues incorporó a varios grupos de la vía pública, los intereses contrapuestos de las madrotas de la calle versus las trabajadoras de departamentos y estéticas generaron confrontación política.

Los funcionarios de Conasida habían detectado en Claudia Colimoro a una líder potencial, y por ello la invitaron a formar parte de la asociación civil. Claudia era un bicho raro, pues además de sus dotes naturales (era muy atractiva y no venía del ambiente de la calle), trabajaba en departamentos y estéticas, y tenía un estilo distinto. Y, aunque el proyecto de hacer algo por las demás trabajadoras sexuales resonó con su antigua aspiración de hacer política, su proceso fue difícil. En una junta, Ornelas les dijo a las madrotas que Colimoro sería su representante pues, por su facilidad de palabra y su atractivo personal, era la mujer idónea. Ornelas le pidió a Claudia que leyera la ponencia que tanto éxito tuvo en el Encuentro Nacional de Sida y Participación Social, pero a esas mujeres no les hizo gracia; incluso se manifestó un rechazo evidente de una madrota de Sullivan llamada Margarita, quien había intervenido en el llamado Simposio de Ixtapa con una breve ponencia que no tuvo el mismo éxito. Era evidente la distancia entre Claudia y ellas, pero yo no entendía por qué le hacían la guerra.

Ésa fue la época en la que nos conocimos Claudia y yo, y la acompañé a varias juntas con las madrotas de Sullivan. Claudia pronto discrepó por el trato que otros integrantes de “Humanos del mundo” daban a las trabajadoras, por el manejo abusivo del dinero (sin que Conasida lo supiera, Jaimes cobraba por el servicio de las tarjetas de control, que debía ser gratuito) y por la resistencia de esa asociación a cuestionar los malos tratos de las autoridades delegacionales y judiciales. La influencia de sus ideas se manifestó entre algunas chicas del ambiente, y éstas confrontaron a las representantes, por lo que el conflicto estalló dentro de “Humanos del mundo”, ocasionando su salida. En esa época yo no hacía preguntas y tuve que ir reconstruyendo una historia de la que nadie quería hablar: un liderazgo impuesto por las autoridades, del que Claudia se fue alejando más y más, mientras trataba de construir otro más comprometido con las trabajadoras. En menos de seis meses, Claudia había transitado de tomar conciencia sobre el peligro real de la enfermedad a la necesidad de conformar una organización. Entonces decidió unirse con Gerardo Ortega, la Mema, líder de un grupo de vestidas (trans y travestis), quien ya había trabajado con Conasida el tema de la prostitución masculina. Coincidimos con él en varias reuniones y se estableció entre nosotros una relación amistosa. Además, Ana Luisa Liguori, que investigaba la prostitución masculina, se había hecho su amiga, por lo que también lo vi varias veces con ella.

Al ver la ruptura con Fernando Jaimes y las madrotas de Sullivan, la Mema le propuso a Claudia fundar Cuilotzin, una asociación civil que pretendía luchar por todos los trabajadores del sexo: mujeres y hombres. Poco después, los inevitables conflictos de rivalidad y competencia en el mercado entre las chicas y las vestidas llevaron a Claudia a separarse. Entonces decidió trabajar exclusivamente con mujeres, bajo el nombre de Musa (Mujeres Unidas por la Salud), que registró en 1993 como asociación civil sin fines de lucro. Pero su despunte como líder se dio independientemente de las asociaciones civiles, y su intento de organización autónoma tuvo rápidamente una respuesta política. En agosto de 1990, la Asamblea de Representantes del D.F.20 convocó a unas jornadas de análisis sobre la prostitución como problema social en la ciudad. Asistieron centenares de prostitutas, obligadas por las personas que las controlan. Durante las jornadas hubo un intento por deslegitimar a Claudia como líder, por su postura independiente. La asociación civil “Humanos del mundo” presionó a las trabajadoras para que dijeran que, para ellas, Claudia no era su representante. La maniobra se desinfló por la pronta y sencilla respuesta de Claudia: “Yo no soy la líder de todas las compañeras, sino sólo de las que quieran estar conmigo; si hay otras líderes, bienvenidas”. A pesar de ese incidente, durante las jornadas se respiró un ambiente nuevo: se empezó a hablar de la prostitución como de una forma de ganarse la vida; no como un pecado, un vicio o un destino. Muchas trabajadoras escucharon por primera vez discusiones sobre la historia de la prostitución en México, sobre si debería reglamentarse, sobre cómo denunciar los abusos de las autoridades; oyeron también las intervenciones de médicos, psicólogos, funcionarios y políticos con diferentes posturas, unos defendiéndolas, otros atacando su modus vivendi, pero reivindicándolas como personas con derechos.

Tal vez esto fue lo novedoso: que además del interés por controlar la epidemia del sida en el ambiente de la prostitución, se puso en evidencia una incipiente preocupación por los derechos de estas trabajadoras. En estas jornadas se garantizó el anonimato de las prostitutas: las trabajadoras entraban a una cabina con un micrófono y quedaban ocultas a la vista del público. Todas las intervenciones, excepto la de Claudia, lamentaron el abuso de las autoridades. Temerosas de las represalias de quienes las representaban, ninguna aprovechó para quejarse de ellas, de la extorsión económica y el control al que estaban sujetas. Sólo la intervención de Claudia, por su índole de líder independiente y por su excepcional proceso de reflexión, reivindicó el derecho al trabajo y a la organización, y denunció las pautas moralistas con las que la sociedad las juzga. A partir de ese momento, Claudia se dedicó a construir una organización nacional de trabajadoras sexuales; viajó por diferentes estados dando asesorías y organizando pequeños grupos de trabajadoras, en pos de constituir una red nacional. Asistió también a reuniones internacionales y fue la representante para América Latina de la Asociación Internacional de Trabajadoras del Sexo. Aunque los frutos de su trabajo fueron escasos (el peso del estigma y la magnitud de los intereses económicos involucrados fueron obstáculos mayores), Claudia se convirtió en un referente para muchas trabajadoras. Esto le ganó también varios enemigos, tanto entre las autoridades como en el ambiente.

Durante los primeros cinco o seis años fue la única exprostituta que daba la cara en eventos políticos y culturales, así como en programas de televisión, donde planteó las contradicciones que genera la tolerancia de la prostitución, en especial, la corrupción de las autoridades y los riesgos de trabajo para las trabajadoras. El desarrollo de la conciencia política de Claudia y su papel como líder son el resultado de un conjunto de factores: su inteligencia encontró un contexto que potenció su liderazgo. Su colaboración con Conasida y su participación en varios procesos políticos la llevaron a desarrollar su talento. Gracias a su rápido aprendizaje en la negociación, tanto con las autoridades como con otros agentes políticos, logró medidas concretas y novedosas como la instalación de una guardería para hijos de las trabajadoras sexuales con servicio de 24 horas

Sin embargo, nadie es perfecto, y ella no estuvo exenta de cometer graves errores, como su participación, en 2004, en el cierre del Centro de Atención Interdisciplinaria y Servicios (cais) de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (Reyes Parra, 2007). A partir de 1996, Claudia se hizo cargo de la Casa de las Mercedes, un albergue para jovencitas de la calle, prostituidas, drogadas y embarazadas, que se mantiene gracias a donativos de personas filántropas y convenios de cooperación con Cáritas y el gobierno de la Ciudad de México.

El contexto político mexicano, con el auge del debate público sobre los derechos humanos, y el contexto internacional, con el ascenso del neoabolicionismo, desempeñaron un papel definitivo en su cambio hacia esa postura. El abolicionismo tiene una larguísima historia, vinculada a la lucha contra la esclavitud. Josephine Butler, una feminista cristiana, cuya familia estuvo involucrada en la lucha antiesclavista, hizo una analogía con la situación de las mujeres y habló de “esclavitud sexual”. Butler encabezó en Inglaterra la campaña contra las leyes de enfermedades contagiosas (1864, 1866 y 1869). Estas leyes permitían que las autoridades hicieran un examen vaginal a las mujeres sospechosas de ser prostitutas y a ponerlas en cuarentena durante tres meses, encerradas en un hospital. Si se negaban, eran encarceladas. Bastaba la sospecha por parte de la policía para detenerlas, y muchas mujeres acusadas injustamente perdieron sus trabajos, incluso una de ellas se suicidó. Josephine Butler calificó dicho examen de ser una “violación quirúrgica” y abogó por su cancelación. Convencida de que la regulación gubernamental de la prostitución alentaba la práctica y esclavizaba a las mujeres, fundó la organización Ladies National Association for the Repeal of the Contagious Diseases Acts (lna) e hizo campaña en Europa entre 1874 y 1875 para conseguir apoyo internacional al movimiento abolicionista (Jordan, 2007). En 1877 colaboró en la fundación de The British, Continental and General Federation for the Abolition of the Government Regulation of Vice, durante un Congreso paneuropeo que se llevó a cabo en Ginebra. Ése fue el primer nombre que tuvo la asociación que pretendía que los gobiernos ya no regularan la prostitución. Su agenda para los congresos siguientes (en París en 1878 y en Génova en 1880) planteaba la libertad individual, el respeto al estado de derecho y la abolición de la regulación de la prostitución. En esos congresos no se discutió si la prostitución era una forma ilícita de sexualidad.

En Inglaterra la ley fue eliminada en 1886, después de una lucha de más de 20 años. En 1889, en el quinto congreso se denunció la trata de blancas a nivel internacional. En 1898 la organización se instaló en Ginebra y en 1902 se transformó en la International Abolitionist Federation (iaf)24 (Jordan, 2007). Luego de la primera guerra mundial, la iaf se involucró en los debates que se desarrollaban en la Liga de las Naciones; después de la segunda guerra mundial, participó en las convenciones de la onu, con el objetivo de eliminar regulaciones injustas, que violaran los derechos de las mujeres. En diciembre de 1947, la iaf participó en la elaboración de la Declaración Universal de Derechos Humanos; y en 1949, en el Convenio para la represión de la trata de personas y de la explotación de la prostitución ajena.

Este documento no fue ratificado por varios países donde la prostitución era legal. En cambio, el Protocolo de Palermo del año 200025 usó una definición distinta de tráfico y fue ratificado por más países. De la postura abolicionista de Butler el neoabolicionismo retomaría el término “esclavitud sexual”. El neoabolicionismo, que pretende erradicar totalmente el comercio sexual, está ligado a lo que se denominaron las Sex Wars (guerras en torno a la sexualidad) entre feministas de Estados Unidos.26 A finales de la década de 1970 y principios de 1980 circularon los textos feministas fundacionales de la postura neoabolicionista. Los debates iniciales giraron en torno a la pornografía y la censura, pero la prostitución rápidamente se convirtió en un tema clave para las feministas autodenominadas radicales. La prostituta fue tomada como un símbolo de la situación de las mujeres: usada sexualmente, estigmatizada, víctima de violencia y presa de peligros. El libro de Kathleen Barry Female Sexual Slavery (1979), que más tarde se amplió en The Prostitution of Sexuality. Global Explotation of Women (1995), sirvió como obra fundacional. Barry, que en 1988 fue la impulsora y cofundadora de la Coalition Against Trafficking in Women (catw), define la prostitución, siguiendo a Josephine Butler, como esclavitud sexual: Cuando el sexo es cosificado y los seres humanos son reducidos a medios para obtenerlo, la dominación sexual penetra y se arraiga en el cuerpo. Éste es el fundamento de la prostitución y su normalización es la prostitución de la sexualidad (Barry, 1995: 26).

Carole Pateman publicó en 1988 El contrato sexual, en el que plantea que al contrato social que sostiene la ciudadanía subyace un contrato sexual: los hombres dominan a las mujeres, y éstas deben otorgarles servicios sexuales y domésticos. Así se constituye el patriarcado moderno: con ese contrato sexual previo al contrato social. El contrato sexual implica la sumisión de las mujeres y, para Pateman, hablar de comercio sexual es un eufemismo que oculta la esclavitud sexual de las prostitutas. Ella insiste en que aceptar la prostitución significa admitir que los hombres son los dominadores. La discusión y la confrontación de las dos posturas, la neoabolicionista y la que defiende los derechos de las trabajadoras, se evidenciaron en la escena mundial durante el Segundo Congreso Mundial de Prostitutas, que se llevó a cabo en Bruselas en octubre de 1986.

La Alianza europea de diputados verdes y alternativos (Pheterson, 1989) abogó por la desestigmatización de las prostitutas y la despenalización de la prostitución en una sesión del Parlamento Europeo, un poco antes del Segundo Congreso de Prostitutas. Una feminista holandesa, diputada de la fracción socialista en el Parlamento Europeo, Hedy d’Ancona, después de ser contactada por quienes organizaban ese congreso, propuso al Parlamento Europeo una resolución sobre la violencia contra las mujeres, que incorporaba la distinción, planteada por el International Committee on Prostitutes’ Rights (icpr), entre lo que es el trabajo sexual y la violencia del tráfico de mujeres.

La resolución (Documento A2-44/86) recogía no sólo las demandas de autorrepresentación y de protección de los derechos civiles de las prostitutas, sino también la exigencia a los gobiernos europeos de incluir a estas mujeres en sus deliberaciones sobre las políticas respecto a la prostitución. Aunque esto significó un triunfo en la concepción del problema, la prostitución se caracterizó como una forma de explotación para las mujeres. Por eso el documento resultó ambiguo: apoyaba el derecho de las mujeres a trabajar como prostitutas, pero al mismo tiempo hablaba de la necesidad de disuadirlas de ese trabajo (Pheterson, 1989). Para que en el Parlamento se oyeran las denuncias de las prostitutas de cada país, se restringió el acceso a la prensa y se prohibió que se tomaran fotografías en las sesiones. A las conferencias de prensa asistieron algunas prostitutas con máscaras y otras dando la cara. Básicamente sus testimonios versaron sobre cómo la ilegalidad pone a las mujeres en una situación de riesgo, y sobre la magnitud de las agresiones y de las violaciones a sus derechos humanos por parte de las fuerzas del orden. Dado que el contexto era la epidemia del sida, el tema se tocó en la sesión sobre la salud. Sin embargo, las controversias estallaron: mientras los diputados conservadores manifestaban su indignación de que en el Parlamento “se le diera la palabra a las putas”, las organizaciones feministas en Bruselas discutían si solidarizarse con ellas o no. Fuera del Parlamento, las feministas se enfrentaron entre sí. Hubo expresiones de horror, asco y rechazo, pero también de solidaridad, cariño y respeto. El grupo Women’s Organization for Equality (woe), que agrupaba a feministas de varios países, se reunió varias veces en Bruselas con el icpr (Pheterson, 1989). Mientras unas decían que la prostitución era una actividad degradante, otras la veían como algo similar al intercambio sexual cotidiano. “¿Cuál es la diferencia entre ser promiscua y que te paguen?”, decía una manta que enarbolaban unas jóvenes. Hubo también agresiones: el grupo Femministe in Rivolta, utilizando pases de prensa, se coló dentro del Parlamento y lanzó monedas a las prostitutas, gritando que el sexo con hombres era una violación (Pheterson, 1989). Después de escuchar a las prostitutas, muchas feministas reconocieron que si las propias mujeres insistían en trabajar y en que no habían sido engañadas, había que respetar su decisión (Pheterson, 1989).

Mientras las feministas se dividían, la icpr publicó una declaración sobre prostitución y feminismo con nueve puntos a debatir: 1) autonomía financiera, 2) elección ocupacional, 3) alianza entre mujeres, 4) autodeterminación sexual, 5) desarrollo infantil sano, 6) integridad, 7) pornografía, 8) migración y tráfico, y 9) un movimiento para todas las mujeres (Pheterson, 1989: 192-197). En ella se separaba conceptual y discursivamente la trata de mujeres y el trabajo sexual elegido. Además, se condenaba duramente la prostitución infantil. Siguiendo esa línea, los grupos europeos denunciaron la hipocresía y el puritanismo sobre el comercio sexual, e insistieron en la necesidad de separar las prácticas abusivas de otras formas de coordinación y administración del trabajo sexual, incluso propusieron cooperativas manejadas por las propias trabajadoras sexuales. Pese a ello, la confrontación entre las dos posturas feministas ya estaba en marcha, y los avances logrados en torno a la organización internacional, los derechos laborales y la sindicalización se detuvieron, ante el activismo de un sector del movimiento feminista que cuestionó duramente la prostitución.

El fulgor de la noche, editado por Océano. Foto: Especial

A lo largo de la década de 1990, se consolidó la división entre las dos posturas, en un contexto de movimientos migratorios con flujos de mujeres que buscaban los trabajos que las habitantes locales habían desechado: en el sector de servicios, en el trabajo doméstico o el sexual; incluso despuntaron los matrimonios arreglados entre mujeres de países pobres (tercermundistas) y varones de países ricos. Las mujeres inmigrantes, impulsadas por la pobreza y por el anhelo de independencia o huyendo de la violencia, aprovecharon la movilidad y las redes organizadas de tráfico de personas para encontrar mejores condiciones de vida, aunque algunas fueron víctimas de organizaciones criminales.

Sin embargo, durante esa década el debate mundial sobre la prostitución también se vinculó a la migración indocumentada, y en el discurso público se empezó a construir la imagen de la víctima de trata. México estuvo un tanto rezagado en debatir esa problemática. En 1994, Luis de la Barreda Solórzano, ombudsman de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (cdhdf), emitió la Recomendación 8/94 (primera y hasta la fecha, única) sobre el trabajo sexual en la vía pú- blica, en la cual planteó que los sexoservidores son personas trabajadoras. En 1998, la cdhdf abrió el Centro de Atención Interdisciplinaria y Servicios (cais), con un consultorio de atención médica y psicológica, y una guardería para los hijos de las trabajadoras sexuales. Posteriormente, con la llegada de Emilio Álvarez Icaza como ombudsman a la cdhdf se suscitó un conflicto en el cais, donde Claudia Colimoro y otras trabajadoras tuvieron un papel nefasto, que provocó el lamentable cierre de ese espacio de atención a las trabajadoras sexuales y sus hijos en 2004.

A principios de 2000, cuando volví a entrar en contacto con las trabajadoras sexuales independientes y politizadas del metro Revolución, no me di cuenta del neoabolicionismo. Fue más recientemente, en 2014, a partir de mi relación con las mujeres organizadas en torno a la Red Mexicana de Trabajo Sexual y a la asociación civil Brigada Callejera, cuando cobré conciencia de la polarización en relación con el comercio sexual. Tanto por mi trabajo previo de acompañamiento como por mi nueva relación con las trabajadoras sexuales independientes, además de mis lecturas sobre el debate académico/político internacional, no he dejado de escandalizarme por los discursos que circulan en los medios sobre la llamada prostitución, pues la caracterizan como algo espantoso y terrible, como un inframundo de víctimas femeninas. Lo que he experimentado personalmente, así como lo que he leído y estudiado, me ha mostrado un panorama muy distinto, aunque complejo. La dificultad para tratar las diversas situaciones del trabajo sexual se agrava cuando no hay una experiencia empírica y una mirada teórica.

Teoría y práctica fortalecen el conocimiento y, aunque no pretendo establecer en estas páginas un debate teórico, es necesario incorporar algunas reflexiones e interpretaciones de varios autores, que explican por qué el discurso cultural naturaliza el trabajo sexual como un problema de la mujer. También intento transmitir que el ambiente del comercio sexual está inserto en procesos sociales que cruzan a toda la sociedad y que tienen matices que es necesario reconocer, como la ambigüedad de las valoraciones sobre la sexualidad de las mujeres.

Marta Lamas presenta El fulgor de la noche. Foto: Especial

¿Quién es Marta Lamas? Es etnóloga de la ENAH y maestra en antropología de la UNAM, directora de la revista Debate Feminista, profesora del Departamento de Ciencia Política del ITAM, integrante del Consejo Directivo de GIRE (Grupo de Información en Reproducción Elegida), del Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir, de la Sociedad Mexicana Pro-Derechos de la Mujer (SEMILLAS) y colaboradora en la revista Proceso. Es autora de diversos libros, entre ellos Cuerpo, sexo y política de Editorial Océano.

Hay quienes comercian con el sexo, y hay quienes son víctimas de trata. No confundir: Marta Lamas

viernes, febrero 10th, 2017

Contra el abolicionismo de las feministas, contra lo terrible que es el comercio de gente, muchas de las cuales son sometidas sexualmente, la estudiosa y activista busca litigar y desmitificar la prostitución. En El fulgor de la noche, el libro se levanta como una voz militante a favor de las prostitutas.

Ciudad de México, 10 de febrero (SinEmbargo).- El trabajo más antiguo del mundo es la llamada prostitución o comercio sexual. Es un problema social que ha regularmente se confunde con términos como trata ilegal de personas y explotación sexual. Ese es el trabajo donde Marta Lamas ha encarado su libro reciente, El fulgor de la noche.

Para ella, quien ha estudiado este tema por más de dos décadas, es necesario dejar de referirse a esta actividad como prostitución y cambiarlo por comercio sexual, ya que la primera tiene una connotación denigrante y extremadamente sexista, pues hace referencia que sólo se prostituye la mujer y no el cliente.

El fulgor de la noche es resultado de un estudio de campo que realizó la autora durante casi 10 meses, en el que acompañó a diversas trabajadoras sexuales durante cuatro o cinco noches a la semana. Esto le permitió a la autora explorar las facetas más complejas del comercio sexual en la vía pública.

Lamas plantea que el comercio sexual debe considerarse como una actividad laboral que merece seguridad, derechos y reconocimiento para quienes la ejercen y propone un panorama alejado de la descalificación o victimización sobre la distinción entre el trabajo voluntario y la trata ilegal de personas.

La polémica está servida, sobre todo desde los avances del abolicionismo feminista que confunde trata de mujeres con prostitución y deja a muchas trabajadoras vulnerables.

­–La prostitución, al ser ilegal, nadie se preocupa por ella, ¿verdad?

–Es que no es ilegal, lo que es el estigma, la gente no quiere ocuparse del tema porque ninguna mujer quiere ser confundida con el trabajo sexual y los hombres tampoco quieren ser clientes. Hay una actitud bien interesante de un rechazo muy visceral, porque es un tema que mancha a las personas que lo tratan. No es tanto la ilegalidad o no sino el estigma.

Marta Lamas, una investigadora y valiente sobre el tema de la prostitución. Foto: Especial

–¿Y es una actividad cada vez más frecuente, no es cierto?

–Sí, por supuesto. Está muy difundida. Ha ido cambiando en los últimos 40 años, con la liberación de las costumbres sexuales y los hombres ya no tienen que respetar las reglas de la virginidad y la decencia de las mujeres. Incluso las propias trabajadoras dicen, hay muchas que hoy lo hacen gratis. La vida sexual es muy distinta ahorita a como era hace 40 años. Ahora, el trabajo sexual se ve en determinadas circunstancias y en ambientes específicos. No es como antes, que los papás llevaban al hijo adolescente a la casa de citas. En estos tiempos, la globalización, los viajes y todo eso, ha generado un tipo de comercio sexual, mucho más esporádico, pero que va sosteniendo el mercado.

–Con el agravante de que hay mucha más agresión sexual que antes.

–Se sabe más. Hay un discurso social mucho más consciente, mucha más denuncia, antes había como más convivencia entre las propias trabajadoras y los clientes. No sé si viste una película de Arturo Ripstein, El lugar sin límites, que en los barrios, en las ciudades pequeñas, por el tejido cultural, había cierta naturalización entre las trabajadoras y la gente del lugar. Ahora la ciudad es mucho más grande, hay más estigma, la delincuencia organizada es mayor, todo eso está metiendo ruido en el mercado.

–Hay un trabajo muy importante de investigación que haces en torno a la profesión…

–Bueno, no toda la profesión, porque sólo pude entrevistar a las trabajadoras de la calle, no he podido entrevistar a las que trabajan en departamento o a las que lo hacen de manera esporádica una o dos veces al mes, cuando llegan empresarios extranjeros. O sea, hay muchas modalidades por Internet, que he leído, pero que no he podido investigar cara a cara. De todas maneras, lo que he descubierto es que esta confusión entre comercio sexual y trata es mundial, es general y ese fue el objetivo de mi libro. Son dos cosas aparte. Cada una tiene su problemática, todas las personas pensamos que se tiene que combatir a la trata que no se está combatiendo bien y por otro lado hay que reconocer que hay muchas formas de comercio sexual, nos guste o no nos guste, mientras no haya trabajos con un ingreso similar, vamos a tener que aceptarlo. Estas mujeres están ahí por la flexibilidad de horarios, por la paga, y no sirve a nadie confundir o decir que también son víctimas de trata, que es lo que está pasando.

–¿Tu mirada es una mirada distinta a la que tiene Lydia Cacho sobre la trata de mujeres?

–Sí, totalmente. Lydia hizo investigaciones sobre trata, se metió en lugares donde yo no me hubiera metido, pero todas las personas que analizan el tema, como es tan terrorífico todo lo que descubren, quedan muy marcadas por eso. Yo discrepo de Lydia sobre su mirada sobre comercio sexual, ella ve el comercio sexual vinculado totalmente a la trata y yo lo veo como que hay muchos comercios sexuales, algunos estarán vinculados a la trata y otros no. Para mí el problema de fondo es el tema laboral y económico que me preocupa y para ella es un tema más de degradación. Quiero mucho a Lydia, pero no nos vamos a poner de acuerdo en este tema.

–¿Cómo está el tema en la Ciudad de México?

–Lo que tiene la Ciudad de México, aparte de que es mucho más liberal en estos temas, es que hubo una jueza federal que obliga al gobierno a reconocer el trabajo sexual, por el que venían peleando desde hace 15 años. El trabajo sexual se ve ahora como no asalariados, como las personas que venden otros servicios en la calle. Fue en 2014, cuando pusieron un pleito jurídico, lo ganaron y la resolución de esta jueza es que de acuerdo al artículo 15 de la Constitución hubo que reconocer el trabajo sexual. Por empezar, ya pueden demostrar que tienen ingreso por algo, si llega un operativo a un antro pueden demostrar que son trabajadoras sexuales independientes, ha habido un avance simbólico importante y hay otros Estados donde las trabajadoras sexuales están haciendo esfuerzo para poder imponer esa medida. Esto también ha generado una reacción por parte de las abolicionistas de querer atacar a un gobierno, de decir que el gobierno es un lenón, es una reacción muy pedestre, pero al mismo tiempo a los políticos no le gustan que les den periodicazos, aun cuando sean falsos. Cuando uno entiende que el grupo organizado llevaba pidiendo durante 15 años las licencias, que pertenecen a la Red Mexicana de Trabajo Sexual, este grupo muy importante, logra este pequeño avance que tiene una carga social y simbólica muy importante.

–Este grupo se organiza por primera vez en México

­­–Sí. En los 60 el grupo de trabajo sexual no estaba visto así. Esto empezó en el 2000 cuando los gobiernos panistas se manejaban con mucho puritanismo con todo el sexo. Antes no había tanta necesidad, había una serie de acuerdos en que todos se movían más o menos por su cuenta, había usos y costumbres, había burdeles, casa de citas, las chicas no estaban tanto en la calle. En este momento, si tres amigas deciden rentar un departamento para ejercer la prostitución, la que firma el alquiler puede ser acusada de lenona y llevada presa. Si una chica sola en la casa de su hermano decide rentar un cuarto para hacer trabajo sexual, su hermano puede ser acusado de lenón y llevado preso. Lo importante es no llevar las medidas contra la trata de mujeres para el trabajo sexual. Son dos cosas muy distintas. Ahora, a nivel internacional, el abolicionismo es muy fuerte y en algunos lugares han logrado prohibir el comercio sexual. A mí lo que me parece muy interesante es la reflexión de esta filósofa Martha Nussbaum que dice que no nos debería preocupar el trabajo sexual, porque si una chica universitaria o una mujer de recursos acude a ese trabajo, nos debería preocupar porque hay muchas mujeres que reciben toda su economía de ese trabajo. Y esa es mi preocupación. Una mujer que no ha terminado la primaria, esa mujer donde más dinero va a conseguir es en el trabajo sexual. Explotar es trabajar ocho días a la semana, por 70 pesos diarios, limpiando oficinas. En el trabajo sexual se ganan 600 pesos en cuatro horas, la mujer tiene tiempo para ir a buscar a los chicos al colegio, cocinarles rico y descansar. Yo sigo trabajando con las chicas independientes, las feministas están divididas, hay algunas que comparten conmigo y hay otras que no, que se quejan muchísimo de mí.

–Tu libro insiste en diferenciar la trata de mujeres del trabajo sexual

–Sí, totalmente. La trata de mujeres es algo terrible, pero insisto mucho en que hay distinguir y separar. Hay un intento de diálogo con mi libro. Cuando yo luché durante varios años para que se despenalizara el aborto, no fue para que todas fuéramos a festejar y a hacernos aborto, sino para que las mujeres que decidieran abortar no fueran a hacerlo a un lugar clandestino, con muchas desventajas. Y esto es igual, hay muchas mujeres muy vulnerables por no aceptarse el trabajo sexual tal como es.

­–¿Qué esperas del próximo gobierno?

–Bueno, no sé quién vendrá en el próximo gobierno. En este gobierno, en la Ciudad de México, tuvimos la suerte de que la secretaria del trabajo era Patricia Mercado. En este gobierno de la Ciudad tuvimos muchos aliados, creo que lo necesita este país es un debate público y mi libro es un aporte para ello.

El periodista Braulio Peralta transparenta “el clóset” de Carlos Monsiváis

sábado, octubre 1st, 2016

El conocido escritor y editor presentó su libro El clóset de cristal, un trabajo que transparenta la homosexualidad nunca declarada del escritor mexicano Carlos Monsiváis, a quien trata como “un personaje de carne y hueso”.

Ciudad de México, 1 de octubre (SinEmbargo).- Carlos Monsiváis (1938-2010) tuvo una faceta como luchador por el reconocimiento de la diversidad sexual; sin embargo, nunca reconoció ser homosexual. En palabras de la escritora y periodista mexicana Sabina Berman “siendo el gay más famoso del México culto, (Monsiváis) vivió pensando que lo hacía en un clóset”.

Berman narró que en 2010, mientras se velaba al escritor en el Museo de la Ciudad de México, la bandera multicolor, representativa del movimiento gay, fue colocada sobre el féretro del personaje “que había llevado el sentimiento de lo diverso y lo marginado”, un hecho que generó el descontento de su familia.

El texto de Peralta, para Berman “transparenta el clóset de Carlos Monsiváis porque es demasiado importante para este país lo que pasó dentro de ese clóset” y porque “ya es tiempo”.

“Lo marginal está llegando por fin al centro, el clóset de Carlos es ya un evento histórico”, añadió.

Si bien no es un homenaje, “el libro es un trabajo periodístico, lo más serio, lo más documentado, lo más informado”, afirmó a su vez Peralta, quien es periodista cultural desde hace 35 años.

“He dicho mucho lo que vi, lo que  viví del brazo, del lado de Carlos Monsiváis, momentos en los que estuve presente”, agregó.

Monsi, el hombre que amaba a los gatos. Foto: efe

Monsi, el hombre que amaba a los gatos. Foto: efe

UN LIBRO OPORTUNO EN MÉXICO

Braulio Peralta (Tuxpan, Veracruz, 1953) ha obtenido premios como El Gallo Pitagórico en el Festival Internacional Cervantino (1981), el de Periodismo Cultural Fernando Benítez (2003) y el PEN México a la Excelencia Periodística (2011) por su trabajo en la defensa de los derechos humanos de las minorías.

Durante la presentación del libro y representando a Ediciones B, la editora, escritora y periodista Alicia Quiñones aseguró que el texto “se publica en un momento importante para nuestro país”, haciendo referencia a las manifestaciones en contra del matrimonio homosexual recientemente realizadas en México.

En la contraportada del libro se lee que la obra “es un crónica no autorizada pero perfectamente documentada” en la que “se da a conocer abiertamente la homosexualidad de Carlos Monsiváis, así como sus noviazgos, amistades, aventuras y desventuras en las calles, bares y baños de México”.

Carlos Monsiváis fue un destacado intelectual, escritor, activista y cronista mexicano que estudió en la Escuela Nacional de Economía y en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue director de importantes diarios y revistas culturales y sus crónicas periodísticas fueron recolectadas en varios volúmenes. En 1995 obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia por Los rituales del caos y el Premio Nacional de Periodismo. En 2005 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura.

De acuerdo con la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, “su gusto por la crónica y el ensayo lo tejió con su interés por conocer y analizar las problemáticas de su tiempo, tanto de México como de América Latina”.