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LECTURA | Los días y los años, la obra de González de Alba para entender el 68, cumple 47 años

sábado, septiembre 15th, 2018

“A punto de cumplirse los 50 años de la noche terrible de Tlatelolco, González de Alba regresó a Lecumberri, pero ya no esposado ni con miedo. Al entregar sus archivos personales, un mes antes de su muerte, a través de sus escritos originales entró por su propia elección al Palacio Negro y se quedará ahí para siempre, en las crujías de la que fuera su prisión y que hoy alojan un fragmento de la memoria dolorosa de México”, comentan Teresa Moreno y Pedro Villa y Caña sobre Los días y los años, una obra indispensable para entender el movimiento estudiantil de 1968 y su herencia en el país donde hoy vivimos.

Luis González de Alba (1944-2016) fue escritor, periodista y divulgador de la ciencia. Como dirigente del movimiento estudiantil, fue detenido en Tlatelolco el 2 de octubre y estuvo preso en la cárcel de Lecumberri durante dos años. Concibió la indispensable crónica novelada del movimiento Los días y los años, además de su continuación: Otros días, otros años. Escribió novela, cuento, poesía, memorias, además de su trabajo periodístico y de divulgación científica. Cal y arena tiene en proceso la publicación de toda su obra. Tlatelolco, aquella tarde, libro póstumo, es su punto final al recuento del 68.

Ciudad de México, 15 de septiembre (SinEmbargo).– A 47 años de su publicación, el lector tiene en sus manos un
testimonio irremplazable. Un joven —Luis González de Alba— representante de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ante el Consejo Nacional de Huelga (CNH), recrea la vida en el Palacio Negro de Lecumberri de los presos políticos del movimiento estudiantil de 1968.

Al mismo tiempo rememora los acontecimientos y el espíritu de aquel despertar que acabaría por modificar de manera radical el ánimo público en México. Asambleas, marchas, brigadas, debates, son el combustible de los recuerdos. Pero también, las esperanzas, los planteamientos, las diferencias, las corrientes políticas que marcaron aquella movilización libertaria que se topó con el autoritarismo y la paranoia del poder.

Los días y los años fue el primer texto publicado por uno de los dirigentes del 68 cuando aún se les mantenía en la cárcel; es un relato certero vívido, informado, por momentos gozoso y por momentos trágico, un mural de los anhelos truncados de una generación que reclamó y ejerció la libertad en un ambiente opresivo; de unos estudiantes que reivindicaron la necesidad de un Estado de derecho y que inspiraron, queriéndolo o no, a muchas de las generaciones que los sucedieron.

Con autorización de Cal y Arena, y en exclusiva para los lectores de SinEmbargo, se presenta a continuación un fragmento de Los días y los años, de Luis González de Alba.

Portada de la crónica novelada Los días y los años, en edición de Cal y Arena. Foto: Cal y Arena

***

I. Cárcel de Lecumberri

1º de enero de 1970, madrugada

Hemos vuelto a entrar en la crujía. Alrededor del patio oscuro todas las celdas están abiertas de par en par. Es un extraño espectáculo; siempre hay puertas abiertas pero nunca antes de ahora había estado en medio del patio mirando todas las celdas abiertas a la vez, y todas sumidas en la oscuridad; son agujeros, pasadizos secretos que llevan a otras cárceles. En el piso superior también están abiertas todas las celdas: dos pisos de puertas que a veces el viento empuja y de celdas oscuras que rodean completamente un patio cubierto de basura, papeles, vidrios rotos,
cáscaras de limón, azúcar, libros sin pastas, cintas de máquina desenrolladas en el suelo, manchas de sangre. Entré en una celda, vacía como todas, y me senté en la litera de cemento, ahora sin colchoneta ni mantas. Bajo la litera se escucha un rumor de papeles que se arrastran y levanto las piernas por temor a las ratas.

No quiero entrar a mi celda, ¿para qué? Además, da lo mismo: ahora todas son iguales. No quedó una mesa, un libro o una cobija. Es enero y hace frío. Sólo se ven papeles arrugados y vidrios rotos.

En la pared de enfrente hay una mancha de sangre. Es una mancha grande que escurre hasta el suelo. La rata sigue corriendo bajo la litera. No debe ser muy grande, tal vez sólo un ratón. Bajo las la litera. No debe ser muy grande, tal vez sólo un ratón. Bajo las piernas de nuevo. El piso está pegajoso, pero muevo los zapatos para oír cómo se despegan. ¿Por qué habrán cortado la luz? una pregunta absurda en este momento, igual se podrían hacer otras mil:¿por qué romper lo que no se llevaron?, ¿por qué tirar el agua? ¡Ah!

Hasta ahora siento la sed, creo que en toda la noche no he tomado un trago. Tengo un poco de náusea. En la llave no hay agua. Al regresar a la litera pisé un foco roto… tal vez sí hay corriente; pero no, claro que no hay. Los focos del patio también están apagados.

Sólo nos llega la luz lejana de los reflectores instalados en la torre de vigilancia: el polígono. Los reflectores dan al patio un aspecto aún más irreal, es una luz difusa y brillante, con un desagradable color verdoso. Los alambres de la instalación cuelgan a un lado de la puerta, están a medio arrancar. Maldita rata. Junto a mi zapato hay una envoltura de caramelo. Hoy tenemos veintidós días sin comer y sólo algunos tienen permiso para chupar caramelos en lugar de ponerle azúcar al agua de limón, pues esto les produce náusea. A mí siempre me ha gustado el agua de limón, en mi casa la hacen desde que yo recuerdo; pero ya son veintidós días de tomarla y el olor me revuelve el estómago. ¡Claro!, es este olor. La celda está impregnada de olor a azúcar y limón, por eso el piso se siente pegajoso. Hay agua de limón y cáscaras sobre los papeles rotos, los trozos de tela, los vidrios; en todas partes se huele y se siente.

En la escalera me encontré el clavo con que cierro mi celda, con el que la “apando”. Quedó completamente torcido pero resistió un buen rato, casi una hora, creo. No habría aguantado tanto si yo no hubiera detenido la puerta desde dentro con todo mi peso. Pasó mucho rato antes de que el clavo empezara a doblarse. Fue cuando trajeron la palanca, sin ella no hubieran abierto. Como en general las puertas no cierran herméticamente, fue fácil introducir una palanca en la ranura y hacer saltar los apandos. Cuando vi, a la altura de mis rodillas, el trozo de metal que introducían desde afuera, pensé que había cometido un error: aflojé un momento la puerta. Pero no, después vi que no había sido un error mío; de cualquier manera no podía evitarlo pues mi puerta deja mucho espacio al cerrar.

Ahora sólo me quedaba colgarme de la puerta, literalmente, para ayudar al clavo que se iba torciendo lentamente. Ya no sentía las puntas de los dedos pues el alambre de la agarradera me cortaba la circulación.

Toda la mano la tenía agarrotada y empezaba a ver más brillante la luz de mi celda y unas manchas oscuras flotaban ante mis ojos: me siento mal, ya no aguanto.

–¡Espérense! ¡Voy a abrir, pero el clavo se dobló!

Las celdas superiores están igual que las otras. No quedó nada.

En ninguna de estas celdas he visto sangre. Por aquí debe estar el agujero del máuser. Estoy seguro de que a Roberto no le dio, por que vi caer tierra; se tiró al suelo por si el guardia volvía a disparar, pero no estaba herido.

La celda está tan oscura como si la puerta estuviera cerrada. Entre las dos planchas de metal que forman los muros se oyen ruidos muy leves, carreras de pies diminutos que llegan a parecer murmullos.

Ahora nos miran desde la reja. Nosotros dentro y ellos afuera: una cárcel dentro de otra. Esperan detrás dela reja, paseándose de un lado a otro. Algunos no se mueven, están parados, con la mirada fija en el patio vacío. Hay una celda que no pudieron abrir. Cierra sin dejar ninguna ranura y dentro se puede apandar por tres lugares distintos con trozos de metal mucho más gruesos que un clavo.

–¿Crees que vuelvan a entrar?

–No, ¿para qué? Ya no queda nada.

–Estamos nosotros…

–¿Qué piensas?

–Que podrían entrar para cumplir “encargos”.

El guardia había vuelto a poner el candado de la reja; pero en el pasillo, frente a la crujía, seguían vigilándonos los presos que habían tomado por asalto la crujía unas horas antes.

–Y la vigilancia, ¿no crees que intervenga?… No, claro, estoy diciendo tonterías. Primero los soltaron, ahora no los encerrarán mientras no hayan cumplido… y si dices que pueden traer “encargos” especiales…

–Asómate, no hay ni un solo vigilante, salvo el de la puerta; y por supuesto ni siquiera intentaría oponerse. Si lo hiciera sería el primer muerto, pero no lo hará.

El 2 de octubre de 1968, el joven Luis González de Alba, entonces representante de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México ante el Consejo Nacional de Huelga, fue arrestado y encarcelado por dos años en el llamado “Palacio Negro” de Lecumberri. Foto: Imagen tomada de YouTube

Pasó un largo rato. La celda que no lograron abrir está en el piso superior. Ahí estábamos casi todos: cincuenta en total. La aglomeración era incómoda pero se sentía menos el frío. Era la madrugada del 2 de enero.

–¿Estamos todos?

–No sé, creo que hay más en una celda de enfrente.

–¿Sabes cuántos?

–Unos diez.

Se hizo otro silencio, pesado, sin otro ruido que alguna tos.

–Debiéramos revisar cada celda –dijo uno que tenía las rodillas recogidas para que otro pudiera estirarse.

–¿Cada celda? ¿Para qué? No hay nada, estuve buscando una cobija.

–¿Viste debajo de las literas?

–No, no tenían para qué echarlas ahí.

–No es por eso –el otro hizo un gesto de interrogación–; es que no sabemos si estamos todos.

No sé qué hora pueda ser. Tal vez pronto amanezca. De la Vega se puso mal. Empezó a torcerse, los pies y las manos se le doblan hacia adentro. Lo saqué de la celda para que respirara aire frío pero está cada vez peor, no se puede sostener y temo que se desmaye. Es muy alto, bastante más que yo, así que no sé si podría sostenerlo.

–Ven, apóyate en mí, vamos al patio; llamaré a los camilleros.

Durante toda la noche dos camilleros han estado llevando enfermos y heridos a la enfermería. Algunos están graves, entre ellos Jacobo es el que resultó peor herido. Los camilleros son de la “B”, o por lo menos uno de ellos, que se parece a un miembro del “Batallón Olimpia”.

Ha sucedido algo que no me explico en este momento: los presos que entraron a robar y golpear son de las crujías “E” y “D”, donde se encuentran los juzgados por robo y delitos de sangre; pero no he visto a ninguno de la “A”, la de reincidentes, que en todo el penal es la de más triste fama. ¿Por qué no entraron? La dirección de la cárcel tenía todo bien preparado. El pretexto: retuvo las visitas de algunos compañeros. En un patio estuvieron mujeres y niños durante horas, esperando que les permitieran salir. Era día primero del año y a las cuatro, como todos los domingos y algunos días de fiesta, había terminado la visita. La vigilancia argumentaba que no encontraban la llave de una puerta. Después la misma vigilancia dejó saber a los compañeros de la “M”, otra crujía de presos políticos, que sus visitas estaban secuestradas hacía horas, cuando ya se les suponía en sus casas.

Ya avisados, los de la “M” pudieron oír los gritos de las mujeres, que para esa hora estaban desesperadas, y el llanto de los niños. Lo primero que se les ocurrió fue salir de su crujía para tratar de llegar al patio donde estaba detenida la visita. Algunos vinieron a informar a la “C” de lo que ocurría, pero aquí tomamos el informe con cierto recelo y no nos adelantamos en el redondel. Únicamente algunos llegaron hasta la “M”. En ese momento ya se habían escuchado los primeros disparos. Eran aproximadamente las ocho de la noche.

Los compañeros que regresaban nos informaron que las crujías estaban sin candado en las rejas. En cualquier momento la vigilancia abriría las puertas.

–Ya tienen todo dispuesto para atacarnos.

Nadie entendía muy bien lo que pasaba. ¿Atacarnos? No hay ningún motivo. ¿Por qué con los presos? ¿no tienen la vigilancia?

Nos hacíamos éstas y muchas otras preguntas que no sabíamos responder, cuando, ante nosotros, el vigilante que se encontraba de guardia en la reja de la “B” empezó a abrir el candado. Nos quedamos mirando la reja donde se agolpaban varias decenas de presos, pero ninguno de ellos salió.

El 2 de octubre de 1968 se perpetró la llamada “matanza en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco”. como parte de la Operación Galeana por el grupo paramilitar denominado Batallón Olimpia, la Dirección Federal de Seguridad, la llamada entonces Policía Secreta y el Ejército. Foto: Imagen tomada de YouTube

Los disparos cesaron un rato largo y también los gritos dejaron de escucharse. Fue un silencio largo, tenso, durante el cual cada uno trataba de adivinar lo que estaba ocurriendo en otro lugar del callejón circular que une a todas las crujías, dispuestas como rayos en torno a un eje. Cuando el silencio llegaba a su máxima tensión surgió un grito, un solo alarido que venía de la crujía directamente frente a la nuestra y que, por lo mismo, no alcanzábamos a ver. Por el callejón, el redondel le llaman aquí, se oyó el ruido de cientos de pies que se acercaban.

–¡Ya los soltaron! –dijo Raúl con los dientes apretados, y trató de cerrar la reja, pero por dentro no es posible hacerlo.

Tampoco otra pequeña reja interior era posible cerrarla porque la puerta estaba vencida. Raúl todavía trataba de echar el pasador cuando ya los teníamos enfrente. Empezamos a tirarles botellas, los únicos proyectiles con que contábamos. Todos hubiéramos sacado fuerzas del hambre, pero desde lo alto de nuestro propio patio, a nuestras espaldas, la vigilancia empezó a disparar. Algunos pudieran pensar que trataban de contener a los atacantes, pero no era así.

Disparaban contra nosotros para dispersarnos y permitir la entrada a la turba que habían soltado con la promesa de un buen botín. Nos replegamos contra las paredes buscando protección, pero el tiroteo arreció. Cada uno de nosotros se metió en la primera celda que encontró abierta y apandó.

Mi puerta tenía varios agujeros y por ellos vi pasar mesas, televisores, cajas de libros, cobijas. Los vigilantes impedían las riñas por los objetos más valiosos y apresuraban la acción. A los pocos minutos los asaltantes se dieron cuenta de que era difícil cargar todo en los hombros y pidieron los carros en que se reparte la comida.

De esta manera podían vaciar más rápidamente las celdas. Los “comandos”, presos que la dirección nombra para mantener el orden en cada crujía, gritaban por todas partes:

–¡Esa “E”! ¡Esa “E”! ¡Vámonos, moviéndose, moviéndose!

La primera oleada de atacantes se retiró sin abrir las puertas. Se limitaron a saquear las celdas que quedaron abiertas. Pero pronto entró otro grupo: eran de otra crujía y ya venían armados con palancas.

–No puedo caminar. Por favor, ¿qué me va a pasar? ¡Mira! ¡Mira cómo se me hacen los pies!

Logramos bajar las escaleras. Ya por lo menos no se caerá del piso alto, pensé.

–Siéntate en esta banca, te traeré agua.

Entré en varias celdas pero todos los garrafones estaban rotos y aún no había agua en las llaves.

–Lo siento, pero no hay agua en la crujía.

–Consígueme, De Alba, consigue una poca.

–La única que hay está muy sucia. Por lo menos mojaré unos papeles.

Los mojé y se los puse en la frente. No sé ni para qué, pero ¿qué más hacía? No dejaba de torcerse sin control. Las manos se le iban doblando y las piernas se le sacudían. También las puntas de los pies estaban arqueadas. Le puse papel mojado pensando en que ése era el remedio que usábamos de niños para detener una hemorragia de la nariz.

Ahora, claro, el caso no tenía ninguna similitud; pero sólo había papeles y un poco de agua sucia.

Gustavo Díaz Ordaz, Presidente de México del 1 de diciembre de 1964 al 30 de noviembre de 1970, ordenó según investigaciones ordenó la represión sistemática al movimiento estudiantil de 1968 y la Operación Galeana, que generó un número indeterminado de muertos, heridos y detenidos. Foto: Imagen tomada de YouTube

–Ya pronto vendrá la camilla. Entra en esta celda y recuéstate un momento en la litera.

Estábamos vigilados por verdaderas “guardias blancas”. No se veía un solo policía, únicamente presos con varillas de metal en las manos. Teníamos un grupo como de cien o más apostado frente a la reja. Las crujías continuaban abiertas.

Después que se llevaron a De la Vega subí de nuevo a la celda e intenté dormir.

–¿Qué tenía? –me preguntaron.

–No sé, estaba muy raro. Espero que no sea nada. Tal vez la tensión.

En la celda habían prendido un cabo de vela. Era la única luz que teníamos.

–¿Qué irá a pasar?

–Ya duérmete.

–Pero tú qué crees.

–No sé nada. Duérmete.

–¿Y si vuelven? Ahí están todavía. Creo que ni siquiera han puesto el candado y si lo pusieran sería lo de menos. ¿Me oyes?

–Sí.

–Ni siquiera tenemos botellas y cualquier movimiento que hagamos, hasta cambiar de celda, es observado por ellos. ¿Y los vigilantes?

–No están.

–¿Qué tenía De la Vega?

–No sé, ya cállate.

Durante un rato creí que ya se había dormido, pero pronto volvió a empezar.

–¿Cuántos estaremos aquí?

–Como cuarenta o más.

–¿Y los otros?

–Están enfrente.

–Hazte un poquito para allá, quiero estirar esta pierna.

–Qué bien chingas.

–¿Ya viste?

–¿Qué?

–En la pared.

–Qué, pues.

–Las sombras de la vela. Me acuerdo de cuando viajaba en tren y se detenía por la noche, ya muy tarde, en alguna estación. Siempre hacía mucho frío, como hoy, y se oían estos mismos ruidos: los cuchicheos, las toses apagadas en el vagón, la respiración de los dormidos, exactamente como ahora. Sólo faltan unos pasos que se acerquen por afuera, alguien pisando la grava junto a la vía, y la voz de alguna vendedora, la última en irse o la primera en llegar, envuelta en su rebozo y echando vaho junto a la ventanilla. Hasta espero el primer jalón de la máquina, el rechinido que acaba con el silencio de las estaciones frías en la madrugada.

Tenía razón. Yo sentía lo mismo pero no se lo quise decir porque entonces nunca habría terminado. También pensaba en las estaciones alumbradas por un solo foco, apenas un tejabán con paredes de piedra, perdidas entre los chaparrales y en medio de una llanura que sólo atraviesa el tren; el olor de la madrugada, el frío, la respiración de la gente dormida, el silencio donde se oía el voltear de la página de un libro y las voces del exterior: breves, cortadas por el frío. Esperaba oír: “¿Quesos?, ¿quesos?, ¿un quesito?”, seguido por el anuncio de cajetas.

Se abrió la puerta de la celda y entró De la Vega.

–¿Tan pronto? Pensé que no volverías hasta mañana.

–Ya me siento bien. No quise quedarme porque faltan camas y yo no tengo nada grave.

Salí con él al pasillo y me recargué en el barandal.

–¿Oíste algo al venir para acá?

– No, sólo supe que tal vez los médicos hagan una declaración pública.

–¿Sí? Pues no sé en dónde piensen publicarla. Ningún periódico la admitirá ni como inserción pagada. Ya veremos. ¿Pero no sabes nada más? Hace rato estaban diciendo que piensan entrar a la “N”.

–¿No entraron?

–No, nada más a la «M» y a la «C». Están esperando la orden, pero no llegará.

–¿Por qué lo crees?

–¿Lo de la orden? Porque lo están comentando en la reja. Algunos se ven impacientes.

–No, por qué crees que no llegará.

–Ahí no hay nadie en huelga de hambre. Se acercó el Pino. Salía de la celda vecina.

–¿Cómo te sientes?

–Ya estoy bien –respondió De la Vega.

–Si quieres puedes irte a dormir, yo te aviso si pasa algo.

–¿Eh?

–Que yo te aviso si pasa algo.

Cuando empezó a amanecer me dormí un rato. Desperté cuando ya entraba sol y la celda estaba casi vacía. En las llaves aún no había agua.

–Al rato nos traerán agua caliente de las cocinas. Podremos hacer té. Se están portando bien.

–Pero ésos son los muchachos, si la dirección se entera les pueden quitar la “comisión”. Nos traerán también canela y azúcar.

–¿Te fijaste anoche en una cosa?

–¿Qué?

–No vino la “A”.

–Es cierto, no vi uno solo. Ahí viene el Búho. Pregúntale.

–Al rato nos van a traer té de canela y azúcar –llegó diciendo el Búho.

–Qué bueno, yo tengo más de doce horas sin tomar agua ni azúcar.

Esto ya es huelga de agua. Oye…

–¿Sí?

–¿Te fijaste en que anoche no entró ninguno de la “A”?

–Eso comentábamos hace un rato el Pino y yo. Lo que hicieron fue esperar en su crujía, con la puerta abierta, y cuando los demás pasaban con su carga les decían: “Presta compadre, yo te ayudo”; y les “bajaban” un televisor o una máquina de escribir.

–¡Ah! Eso sí está bueno.

–Si lo piensas bien te darás cuenta de que no entraron más de 600, cuando mucho, y en el penal hay 3 500 presos, todos con las puertas abiertas, orden de venir y un buen premio.

–Aquí mismo en la reja muchos se quedaron mirando cómo salían máquinas, televisores y otras cosas que les hubiera gustado tener, pero no entraban.

–Ahorita yo sólo quisiera una cobija… …y poder comer.

–Bueno, en ese caso, no estar aquí.

–Y estos hijos de su chingada madre siguen “vigilándonos”.

¿No sabes si ya logró Raúl mandar el recado a Palacios o al general?

Parece que el general ni está aquí, pero vimos pasar a Palacios.

–¿Y?
–Le gritamos, pero no se acercó. Ya le mandamos el recado con un muchacho de confianza.

–¿Sólo con lo de la vuelta a la normalidad?

–Sí, sólo eso.

–Está bien, primero que los metan y los encierren, luego ya hablaremos. Lo malo es que la dirección piensa que controla a esta gente y no es verdad. Éstos pueden hacer cualquier cosa en cuanto se les antoje y la dirección lo sabrá media hora después.

–Por eso es mejor que no baje nadie.

–Nadie ha bajado. Vamos con Raúl.

Raúl había estado toda la noche junto a la reja. No dejaba que nadie lo acompañara más que por un rato, después mandaba a todos a la celda.

–No debes estar solo, deja quedarme contigo.

–Quédese nada más uno, pues. Por la mañana ahí estaba todavía.

–¿Qué ha pasado?

–Nada. Le mandé el recado a Palacios.

–¿Y no ha venido?

–No.

–¿Cómo la ves?

–Por ahora menos mal pues a las nueve empiezan a entrar los defensores, pero a las dos, quién sabe. No te recargues en la reja.

Me separé de los barrotes. Tras ellos nos veían los “guardias blancos”.

Algunos parecían poner atención a lo que hablábamos, pero otros se limitaban a pasearse de un lado a otro.

–Toda la noche se han estado turnando. Ahora están los de la “F”.

Los miré después de lo que dijo Raúl. Había un círculo que se pasaba un cigarro de mano en mano. Algunos se acercaban a

pedir cosas.

–Me gusta el suetercito.

–¿Sí? Pues tenlo– respondió Raúl y lo pasó entre las rejas con la expresión sombría que le he visto siempre en los momentos difíciles.

Recargado en la pared, uno de los presos, envuelto en una cobija, nos miraba. Al poco rato estaba más cerca.

–¿Ya viste a ése?

–Sí, no lo veas, déjalo acercarse; parece que quiere decir algo.

Con un movimiento rápido llegó hasta la reja, dejó la cobija entre los barrotes y se fue sin decir nada. Tomé la cobija y lo vi alejarse de prisa.

“Toma, chavo”, recordé. En cierto sentido fue similar. Sólo que en aquella ocasión era un soldado.

Recordando el 68, ese año donde todo pasó y cambiamos para siempre

sábado, septiembre 1st, 2018

Los libros de una época presente. Cada vez que abonamos un espíritu libre y rebelde nos vamos 1968. Hace 50 años de todo aquello, de las manifestaciones, de cómo hacer un mundo nuevo, de la represión, de los movimientos sociales. Tenemos mucho para leer y para pensar.

Ciudad de México, 1 de septiembre (SinEmbargo).- Fue el 2 de octubre de 1968. Nadie sabe exactamente cuántos estudiantes murieron en la plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco.

“El 2 de octubre no se olvida” es más que un slogan que ahora, a 50 años de aquello, se reproduce con una presencia envolvente, como si las cosas pasaron ayer y hoy estemos analizando las consecuencias.

No fue sólo el 2 de octubre, fue 1968 en muchas partes del mundo. El año de los movimientos sociales, con la Manifestación en Helsinki (Finlandia), contra la intervención soviética en Checoslovaquia.

Con las tanquetas en el Zócalo de México, el 28 de agosto, cuando los estudiantes supieron que podrían organizarse y cambiar muchas cosas.

Con el Mayo francés –con el apoyo de 9 millones de trabajadores en huelga-, a un año de hacerse el Festival de Woodstock, ese año en que fuera asesinado Martin Luther King, el Premio Nobel de la Paz. Dos meses después caía asesinado Robert Kenneddy en los Estados Unidos.

A 50 años, la voz, el grito y los reclamos de la época de los 60 no han menguado y todos los movimientos sociales, tal como dijera Jorge Volpi, al inaugurarse Ciudadanías en Movimiento-Comité Interuniversitario, “corresponden a 1968”.

El 68 legó a México “la conciencia crítica”, dice Rector del IPN en Comité Interuniversitario

Las editoriales han sacado muchos libros sobre el 68. No sólo sobre nuestro 2 de octubre, sino sobre los movimientos de la época. Este mundo parece volver a repetir los mismos conflictos de la época. Racismo, neoliberalismo, los migrantes que van y vienen siendo la conciencia del planeta, tal vez leyendo estos libros no sólo recordemos el pasado, sino podamos ver con claridad al futuro.

“Aquí vienen los muchachos, vienen hacia mí, son muchos, ninguno lleva las manos en alto, ninguno trae los pantalones caídos entre los pies mientras los desnudan para cachearlos, no hay puñetazos sorpresivos ni macanazos, ni vejaciones, ni vómitos por las torturas, ni zapatos amontonados, respiran hondo, caminan seguros, pisando fuerte, obstinados; vienen cercando la Plaza de las Tres Culturas y se detienen junto al borde donde la Plaza cae a pico dos o tres metros para que se vean las ruinas pe-hispánicas; reanudan la marcha, son muchos, vienen hacia mí con sus manos que levantan la pancarta, manos aniñadas porque la muerte aniña las manos; todos vienen en filas apretadas…”

Las primeras líneas de La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, siguen allí, con la misma fuerza y conmoción con que fueron escritos por la periodista, quien luego de la matanza en la Plaza de las tres Culturas, armó un testimonio colectivo con las voces de protagonistas y testigos, estudiantes, obreros, padres y madres de familia, profesores y empleados que relatan los acontecimientos en un libro de referencia siempre obligada.

Algunos libros son absolutamente nuevos, otros han sido traídos de la época y vueltos a editar.

Editorial Cal y Arena. Libros sobre 1968.

Libro póstumo, versión final revisada por el autor. Foto: Cal y Arena

Tlatelolco aquella tarde, de Luis González de Alba

Libro póstumo, versión final revisada por el autor

El movimiento estudiantil de 1968, que cumplirá ya cincuenta años a la vuelta de la esquina, y los hechos de Tlatelolco, se han llenado de expertos que no estuvieron allí ni vieron nada: el mito gana terreno.

Carlos Monsiváis, que sí participó en marchas y mítines, así como en la Asamblea de Intelectuales y Artistas, escribió una buena crónica de la manifestación silenciosa. Pero luego, en libro conjunto con Julio Scherer asienta que los hechos de Tlatelolco el 2 de octubre demuestran la perfecta sincronización de las fuerzas represivas…

Demuestran exactamente lo contrario. Monsiváis no estuvo allí, y lo que vimos quienes allí fuimos detenidos, en particular los detenidos en el tercer piso del edificio Chihuahua es, sin duda, lo contrario: la absoluta desorganización, la falta de mandos, la enorme confusión entre los primeros agresores, de civil, y la tropa regular, de verde.

Quiero insistir en ese testimonio y en otros muchos detalles que conozco de primera mano. Nadie me lo contó: la última y nos vamos.

Luis González de Alba, un gran protagonista de la época. Foto: Cal y Arena

Los días y los años, de Luis González de Alba

Fue el primer texto publicado por uno de los dirigentes del 68 cuando aún se les mantenía en la cárcel. Es un relato certero, vívido, informado, por momentos gozoso y por momentos trágico, un mural de los anhelos truncados de una generación que reclamó y ejerció la libertad en un ambiente opresivo. Una narración entrañable que recuperó el sentido democratizador de las movilizaciones multitudinarias y que desde entonces ha sido leído como un alegato, una reconstrucción y una lección de valor político y moral.

Largo camino a la democracia. Foto: Cal y Arena

1968. Largo camino a la democracia, de Gil Guevara Niebla

Hay una cualidad en la memoria de Gilberto Guevara, en esta crónica vuelve a preguntarse, una y otra vez, sobre las claves del 68 en sus diversas etapas; sobre todo el lado luminoso de una sociedad civil que despierta de un letargo opresivo para cuestionar los manejos criminales que el poder diazodacista puso en juego.

La libertad nunca se olvida. Foto: Cal y Arena

La libertad nunca se olvida. Memoria del 68, de Gilberto Guevara Niebla

Recupera con rigor y precisión documental la información de primera mano, las voces de los líderes, los militantes y los adversarios del movivimiento, hasta lograr un saldo objetivo y subjetivo del año en que México estuvo a las puertas de esta realidad.

Un libro sobre el pensamiento, que tanto hace falta. Foto: Cal y Arena

Pensar el 68, Hugo Hiriart y Herman Bellinghausen coordinadores

Pensar el 68 ilumina un debate nunca cancelado. Dos décadas después, en otro México, los entonces jóvenes líderes reconstruyen acontecimientos que en ocasiones han deseado olvidar. 34 escritores, entre ellos, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska y Julio Scherer, evocan, reconstruyen y discuten el 2 de octubre de 1968.

UNAM: Las publicaciones de M68

El grito: libro y película. Foto: UNAM

El grito: memoria en movimiento

El registro cinematográfico más importante del movimiento estudiantil es el documental El grito, que está conformado por las imágenes que tomaron los estudiantes del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) durante las marchas y mítines de 1968. El libro El grito: memoria en movimiento es una edición conmemorativa que acompaña la presentación de la versión restaurada de la película que hará la Filmoteca de la UNAM. La obra editorial verá la luz el 27 de septiembre y dos días después, el 29, el filme será proyectado en la Plaza de las Tres Culturas.

Editado por la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial y la Dirección General de Actividades Cinematográficas, el libro es una investigación sobre las circunstancias que envolvieron la realización del documental, como son las dificultades que enfrentaron los alumnos para lograr las tomas y almacenar las latas y el complicado camino que la Filmoteca emprendió para localizarlas e iniciar la restauración.

El grito: memoria en movimiento incluirá un DVD con la película restaurada, así como materiales adicionales. “Llevar a cabo la restauración digital de un filme como El grito, se sustenta no en la conmemoración de un hecho histórico lejano, sino en la vigencia de su clamor”, escribe Albino Álvarez Gómez, Subdirector de Rescate y Restauración de Filmoteca UNAM con motivo de la edición de esta obra.

Memorial del 68

Proyecto de la Dirección de Literatura, Memorial del 68 está conformado por dos volúmenes ilustrados con fotografías originales del movimiento y reunidos en una caja. Son obras que dan cuenta de los sucesos, la primera, y de sus resultados, la segunda.

Memorial del 68. Hechos y contextos, el primer volumen, presenta una cronología puntual de lo ocurrido en la UNAM en julio, agosto, septiembre y octubre de 1968, día por día.

Memorial del 68. Ciudadanía y movimientos, el segundo, tiene 15 capítulos escritos por distintos autores que han estudiado aspectos particulares de la construcción de la ciudadanía, entre ellos: Marta Lamas, Alejandro Brito, Rafael Barajas El Fisgón, Federico Reyes Heroles, Jacqueline Peschard, José Woldenberg, Mardonio Carballo, Rolando Cordera, Fabrizio Mejía Madrid, José Luis Paredes Pacho y Philippe Ollé Laprune.

La voz de varios escritores. Foto: UNAM

1968-2017, historia de medio siglo

Claudio Lomnitz convoca a 50 destacados escritores y pensadores para contar, desde igual número de perspectivas y tras la experiencia de varias generaciones, qué ha pasado en México y en el mundo desde 1968 hasta nuestros días. A cada autor se le asignó por sorteo un año de esas cinco décadas y cada cual eligió el acontecimiento en el que encuentra la cifra o el compendio de aquel año. El resultado es una historia coral, una suerte de “cadáver exquisito”, una nueva manera de pensar la historia contemporánea de nuestro país.

Testimonios y reflexiones de los protagonistas. Foto: UNAM

1968 Aquí y ahora. A 50 años del movimiento estudiantil

Los testimonios y las reflexiones de los protagonistas del M68 son recogidos en este libro, así como un balance de este movimiento que marcó la vida del país. Incluye puntos de vista y criterios de investigadores, maestros y autoridades tanto de la UNAM como de otras instituciones de nivel superior, públicas y privadas, que hicieron una aportación destacada al estudio o desarrollo de los hechos de hace cinco décadas.

Sobre el mayo francés. Foto: UNAM

Mayo del ‘68 contado a quienes no lo vivieron

Este libro fue escrito hace diez años por el documentalista francés Patrick Rotman para el 40 aniversario del mayo francés. Cuenta con concisión, claridad y sin necesidad de referencias adicionales, qué fue lo que pasó en aquellas agitadas e impredecibles semanas, que marcaron un antes y un después no sólo en la historia de Francia, sino en la universal.

La editorial Penguin Random House, bajo el sello Grijalbo

Una novela sobre la época. Foto: Grijalbo

Esa luz que nos deslumbra, de Fabrizio Mejía Madrid

La novela definitiva sobre la colisión ideológica del 2 de octubre de 1968.

A lo largo de medio siglo, el 68 mexicano ha dejado a su paso una gran variedad de libros testimoniales, análisis políticos y memorias personales que aspiran a esclarecer los hechos que ocurrieron la fatídica noche del 2 de octubre en Tlatelolco. Pero hasta ahora ninguno había conjuntado todas las voces en un mismo relato. Esa luz que nos deslumbra es la historia del choque entre el autoritarismo del Partido Único y la diversidad, la alegría y la esperanza de los universitarios. De esa colisión emergió la tragedia que no se olvida, pero también los gérmenes de un mito cívico que ha perdurado por más de dos generaciones.

Un libro de un héroe de aquella época. Foto: Grijalbo

Adiós al 68, de Joel Ortega Juárez

¿Qué queda hoy de una generación a la que se le puede reclamar tanto como se le debe?

Adiós al 68 rechaza la mirada contemplativa con la que se ha construido la memoria de los movimientos sociales de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI. Con la dolorosa valentía que requiere la autocrítica, confronta al fantasma de aquellos que formaron la conciencia de un mundo mejor, pero que sólo lograron moldear uno distinto. Joel Ortega, quizá el más inteligente miembro activo de la generación mexicana de los años.

Este libro saldrá en septiembre. Foto: Grijalbo

1968. Estado y Universidad, de Gerardo Estrada

“Este libro de Gerardo Estrada es uno de los caminos más seguros para penetrar en la sociedad mexicana y sobre todo en su sistema político”

-Alain Touraine, del prólogo

Esta edición ampliada y actualizada de 1968, Estado y Universidad – una obra ya clásica- nos recuerda el verdadero valor de un movimiento que fue el germen de la “sociedad civil”, de las ideas modernas de oposición y conciencia universitaria, de algunas de las libertades que hoy gozamos y de nuestra percepción de la tolerancia y respeto a la diversidad.

Editorial Planeta

Fotografía, Cine, Música, ¿qué pasó en 1968? Foto: Planeta

1968

1968: año en el que el mundo experimentó una convulsión de tal intensidad, que moldeó la realidad que hoy vivimos. 50 años después de la metamorfosis global, este impactante libro presenta sus hitos.

A partir de 3 vertientes (vida política, vida social y vida cultural) se enumeran aquí 68 eventos relevantes y de aliento positivo que sucedieron durante ese año en todo el mundo.

Una época extraordinaria que trazó rumbos: el auge de la poesía, la publicación de la obra emblemática de Elena Garro, los Juegos Olímpicos en México y la protesta por los conflictos raciales que se vivían, una mayor apertura sexual, descubrimientos científicos…

Acompañando esos 68 temas centrales, a modo de notas breves y para recrear un escenario completo, se suman datos musicales, de cine y fotografías de la época para retratar la vida diaria.

Entre los diversos especialistas que colaboran para este libro se encuentran: Eduardo Limón, Alonso Ruvalcaba, Arturo Salmerón, Romina Pons, Arturo Aguilar… quienes hablan acerca de cine, literatura, fotografía, etcétera.

La investigación para desarrollar cada uno de los temas de este volumen fue realizada por Ángeles Magdaleno, especialista en archivos sobre seguridad nacional y quien ha dedicado gran parte de su carrera a investigar el Movimiento del 68.

Un libro de un gran escritor e historiador. Foto: Planeta

 

Memoria roja – Historia de una guerrilla en México 1943-1968, de Fritz Glockner

En esta profunda investigación Fritz Glockner toma esa otra perspectiva: rescatar las voces que se acallan y a los personajes que la historia oficial busca esconder. Luchadores como Rubén Jaramillo, Lucio Cabañas, Arturo Gámiz, Genaro Vázquez y muchos estudiantes, campesinos y sindicalistas cobran vida en las páginas de Memoria roja acercándonos a la historia de México desde sus páginas no contadas.

La editorial Penguin Random House, bajo el sello Debate

¿Cómo nació el mundo nuevo? Foto: Debate

1968. El nacimiento de un mundo nuevo, de Ramón González Férriz

Es una crónica de ese convulso año de grandes esperanzas y de sueños de un mundo mejor, pero también lleno de muertes violentas como las de Martin Luther King y Bobby Kennedy y disturbios como los de París, Tokio, Roma, Berlín y Madrid. Fue el año en que gobiernos como el de México se volvieron contra sus ciudadanos, las fuerzas del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia, se estableció el embrión de varios grupos terroristas como la Fracción del Ejército Rojo y las Brigadas Rojas, y ETA cometió su primer asesinato. Todo ello con el trasfondo ineludible de la guerra de Vietnam.

La edición conmemorativa, Foto: Suma

La editorial Penguin Random House, bajo el sello Suma

Regina (Edición conmemorativa). 2 de octubre no se olvida, de Antonio Velasco Piña

La conmovedora historia basada en hechos reales que ha cautivado a miles de mexicanos.

“Entonces tal vez, será realidad el sueño de los muchachos muertos, de esa bella muchacha, edecán de la Olimpiada, caída ante las balas, con los ojos inmóviles y el silencio en sus labios que hablaban cuatro idiomas. Algún día una lámpara votiva se levantará en la Plaza de las Tres Culturas en memoria de todos ellos. Otros jóvenes la conservarán encendida.”

Cuando el suicidio resulta el último gesto literario

sábado, octubre 8th, 2016

La muerte voluntaria de Luis González de Alba (1944-2016), el domingo pasado, evocó el último acto, bestial y fanático, de Yukio Mishima (1925-1970). El suicidio siempre estuvo ligado a la literatura, pero hay casos, como los mencionados, que constituyen en sí mismos gestos poéticos definitivos.

Ciudad de México, 8 de octubre (SinEmbargo).- “La peripecia existencial y la obra literaria de Yukio Mishima fueron la preparación fundamentada de su propio sacrificio ritual, anticipado como un poema barroco”, dice la voz del locutor en un documental sobre la vida y muerte del artista japonés, elaborado por TVE.

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Se refiere al fatídico 25 de noviembre de 1970, cuando el autor de más de veinte novelas, decenas de piezas teatrales y numerosos cuentos, poemas, artículos y ensayos, acompañado de cuatro miembros de la Tatenokai, una milicia privada creada por el propio Mishima, se hizo el harakiri que terminó con su vida, a los 45 años de edad.

En realidad fue la ceremonia del seppuku, una muerte ritual muy dolorosa que se cierra con la decapitación a cargo de un asistente y con la que el candidato en varias oportunidades al Premio Nobel entró a la historia.

El suicidio y la literatura siempre han tenido, desafortunadamente, una relación estrecha, pero hay muertes voluntarias que constituyen gestos literarios definitivos, ceremonias teatrales destinadas a conmover un sistema social y público determinado.

Eso fue la muerte de Mishima y eso también fue, sin duda alguna, la partida del mexicano Luis González de Alba, el pasado domingo, en Guadalajara.

Al igual que en el caso de Mishima, el autor de Los días y los años construyó una obra literaria marcada por las ideas políticas y la militancia: la pluma como herramienta de protesta y transformación.

Con una pistola 22 en el pecho en su casa de Guadalajara, el líder del movimiento del ’68, un hecho por el que sufrió prisión en Lecumberri, cerró un ciclo de pensamiento al rojo vivo, que más allá de valoraciones intelectuales y políticas, pareció que lo iba condenando poco a poco a una prisión existencial caracterizada por el resentimiento y la amargura.

La muerte como último gesto de nobleza. Foto: Shutterstock

La muerte como último gesto de nobleza. Foto: Shutterstock

EL SUICIDIO, UN GESTO DE CONGRUENCIA

“Sí, quizá no era una persona entrañable. Sí, quizá era un misógino. Sí, sus columnas políticas eran incómodas, a  veces excesivas. Sí, eligió (y planeó hace meses) quitarse la vida en 2 de octubre, (y, cabrón como era, hasta logró ser trending topic, para rabia de sus detractores, que no son pocos). Sí, su columna de ayer domingo, su despedida rabiosa, cargada de rudeza por demás innecesaria da cuenta de quién era, letra a letra”, escribe en un pequeño ensayo a mano alzada a pocas horas del fallecimiento de Luis González de Alba la periodista Adriana Bernal.

“Su Twitter y su Facebook también dan cuenta de ello, pero, como todo en la vida, hay peros destacables: la literaturización de la autobiografía, incluso del auto-escarnio; su narrativa homosexual como encuentro consigo mismo; la poética homo erectus como un camino de dolor…. su afán, estudio y reflexión en temas científicos. En política: sus rabias, sus enconos. Su “pleito casado”, rabioso, dolido, enconado, hiriente, cargado de maldad hacia Elena Poniatowska que, en lo personal, a los años ya me parece rudeza innecesaria…Crueldad per sé…”, prosigue la titular de la página literaria que lleva su nombre (adrianabernal.mx).

“En medio de todos y cada uno de sus NO, sus Sí. Que son muchos. El último de ellos: yo me largo de esta vida el dos de octubre. De un balazo, con una .22 (porque es un arma pequeña, porque no pesa, porque tiene poco rebote) y no en los sesos, en el mero pecho, directo al corazón (o indirecto, a saber).  Y ahí, que no en “el valor para suicidarse”, sino en la elección decidida y planeada de quitarse la vida hay un tema, un gran tema. Una lección. Queramos aprenderla o no. Queramos verla o no. Pensarla o no”, desafía Bernal.

“También en su rabia, en sus posturas, hay un legado. Hay una historia. Hay camino para transitar hacia la reflexión”, concluye.

“Su muerte ha sido el acto último de su salvaje libertad”, opinó en su columna de Milenio el escritor Héctor Aguilar Camín, quien formó parte de los agradecimientos del último libro de González de Alba: El último tequila, editado por Cal y Arena y contó los últimos pasos dados por el escritor, anticipando su muerte voluntaria.

“Luis pasó las últimas semanas arreglando febrilmente con su editor de Cal y Arena, Rafael Pérez Gay, la cesión de todos sus derechos para la publicación de su obra, incluyendo dos libros ahora póstumos: su revisión cabal del 68 y una colección de artículos de divulgación científica.

Dejó la tarea de la edición de este último volumen en manos de Rogelio Villarreal, junto con las regalías correspondientes, en pago por su trabajo. Advirtió a Pérez Gay que su sobrino tenía el resto de los derechos y con él debía arreglarse”, cuenta el autor de La guerra de Galio.

“Estoy triste pero no estoy de luto. No creo estar frente a una desventura personal, sino frente a una muerte elegida, que fue para su autor una liberación, el último acto de una vida salvajemente dedicada a ser libre”, advierte Aguilar Camín.

LA MULTIPLICIDAD DE UN ÚLTIMO ACTO

Uno no se mata por una cuestión política ni para timonear un acto teatral en el límite; las causas de una muerte voluntaria son secretas y complejas. En el caso de Luis González de Alba, que era seropositivo, también sufría de vértigo, un trastorno espantoso que produce la sensación de movimiento cuando está todo quieto.

“En alguna comida en el ya extinto restaurante Tinto y Blanco, Luis me dijo que en el momento que se supo seropositivo le había caído un veinte: tenía que pensar de qué se quería morir. Tenía claro que de sida no y luchó y se cuidó todo lo necesario para nunca desarrollar la enfermedad. Le parecía horrible, dijo, morir de cáncer, así que había tomado la decisión que procurar el infarto: pidió un chuletón de cordero con harta grasa”, escribe Diego Petersen en su columna de El Informador.

Quién sabe si la enfermedad fue el principal motivo para quitarse la vida, pero eso no es lo importante aquí, donde lo que tratamos de dimensionar es precisamente lo que ese acto tiene de multiplicador al explotar fuera de la órbita de lo privado, resignificando una fecha o funcionando como un discurso opuesto a un estado de las cosas con las que no se está de acuerdo.

En los últimos tiempos, los pensamientos de Luis González de Alba eran cuando menos temerarios. Decía cosas indefendibles como que los padres de los 43 eran unos vividores o atacaba sistemáticamente a los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, en un ejercicio nada original de demonizar a las víctimas, tan extendido en nuestros días.

El que ayer lideraba un pensamiento contracultural, fue en la vejez cimentando un ideario muy ajustado al poder imperante que hoy predican y divulgan sus admiradores calificándolo como el “más lúcido de su generación”.

Sin embargo, el último acto está ahí, pretendiendo volar con alas amplias sobre los debates domésticos entre los que se quejan porque La Jornada “ninguneó su muerte” y aquellos que lo pintaron poco menos que como un proto-hombre incomprendido que entre muchos secretos hasta el de la vida parecía poseer.

Suicidarse un 2 de octubre parece haber sido para Luis González de Alba una ceremonia a lo Mishima, quien entre otras cosas pretendió reinstaurar el imperio en Japón y se destripó frente a las cámaras de televisión.

“El artista que llevaba dentro fue sin duda quien decidió cómo hacer el mejor uso de la muerte. Por muy horrible que nos parezca su muerte, tanto a nosotros como a sus compatriotas, no se puede negar que tuvo un toque de nobleza. Nadie dirá que fue obra de un loco, ni siquiera de un momento de locura”, escribió Henry Miller (1891-1980) en su hermoso ensayo Reflexiones sobre la muerte de Mishima.

“No lo veo meramente preocupado por restaurar la monarquía, ni siquiera por reconstruir un ejército japonés, sino más bien por despertar al pueblo japonés a la belleza y eficacia de su propio modo de vida tradicional”, agregaba el autor de Sexus.

A diferencia del escritor japonés, el mexicano de Charcas eligió un suicidio privado y en soledad absoluta.  Como cuando el poeta Paul Celan (1920-1970), cansado de escribir en la lengua de sus victimarios, se arrojó al Sena a la temprana edad de 50 años. Como cuando el cubano Reinaldo Arenas (1943-1990) entregó su voluntad final al deseo de una Cuba que pretendía libre de un Gobierno con el que no concordaba.

“Queridos amigos: debido al estado precario de mi salud y a la terrible depresión sentimental que siento al no poder seguir escribiendo y luchando por la libertad de Cuba, pongo fin a mi vida. En los últimos años, aunque me sentía muy enfermo, he podido terminar mi obra literaria, en la cual he trabajado por casi treinta años. Les dejo pues como legado todos mis terrores, pero también la esperanza de que pronto Cuba será libre”, escribió el autor de Antes que anochezca, quien tenía apenas 47 años cuando falleció, convencido de que Fidel Castro había sido el causante de todos sus padecimientos en el exilio en Nueva York.

Una breve recorrida por las redes sociales es muestra hoy de debates encendidos en torno a la figura de Luis González de Alba. Los que lo adoran deshonran a los que lo cuestionan y viceversa.

Su último gesto literario ha funcionado al parecer como combustible para las llamas enardecidas que arden junto a su cadáver todavía tibio.

Sin embargo, es esa autoinmolación lo que le permite trascender con una dignidad extraordinaria la mera taxonomía de la actualidad. Preso de la historia, se entregó en cuerpo y alma a la historia y como Mishima, su muerte tuvo un gran toque de nobleza. Y no, no estaba loco.

Los puse a trabajar, por eso es que me atacan, dice Nicolás Alvarado sobre trabajadores de TV UNAM

miércoles, octubre 5th, 2016

El ex-funcionario público respondió con una mención detallada de su trabajo al frente de la televisora a los empleados que fueron cesados durante su gestión y que, dijo, pretenden volver las cosas a como estaban antes de que asumiera el cargo por pedido del Rector Enrique Luis Graue. Además se consideró víctima de una campaña en su contra “por haber afectado ciertos intereses”.

Ciudad de México, 5 de octubre (SinEmbargo).-El periodista, presentador y escritor Nicolás Alvarado aclaró puntillosamente cuáles fueron sus tareas y sus mandatos al frente de la TV UNAM, durante los siete meses y medio que duró su gestión, la que tuvo que abandonar merced al disgusto causado por una columna escrita en el periódico Milenio y en el que se declaraba no muy fan de Juan Gabriel (1950-2016).

En una conferencia de prensa llevada a cabo en Un teatro/Alternativa Escénica, propiedad de la actriz y bailarina Jessica Sandoval, donde asistieron los principales medios mexicanos, Alvarado dijo ser víctima de una campaña en su contra “por haber afectado ciertos intereses”, concretamente el de “personas que producían una hora a la semana en TV UNAM, personas que no cargaban sus materiales en la página digital de la televisora, personas que no respondían al pedido de un informe de trabajo”, explicó el autor de Con M de México.

“Un ejemplo de ello es la conferencia que dio la fotógrafa Paulina Lavista, esposa de un autor que admiro muchísimo como Salvador Elizondo y en la que ella se mostró muy molesta porque su programa ‘Luz verde’ no se había terminado de producir. La persona responsable de ese programa le dijo a la Subdirectora de Producción que Paulina Lavista estaba de año sabático. Mientras tanto me buscaba y esta persona no me pasaba el aviso. Eso en mi pueblo lo llaman sabotaje”, afirmó.

MI NOMBRE ES NICOLÁS ALVARADO

“Mi nombre es Nicolás Alvarado, hasta el pasado 1 de septiembre fui director general de TV UNAM, a invitación muy generosa del Rector Enrique Graue. Durante siete meses y medio estuve muy entusiasmado trabajando con un equipo extraordinario de personas que ya estaban ahí y de personas que llegaron conmigo, buscando replantear la televisión universitaria en acuerdo con la revolución digital de nuestros tiempos”.

Así se presentó el escritor en la conferencia de prensa que duró aproximadamente 50 minutos y en el que el joven ex funcionario refrendó conceptos difundidos en recientes entrevistas, como que no se arrepiente de la columna sobre Juan Gabriel y que derivó en su renuncia a la TV UNAM y que fue un final feliz porque le permitió descubrir que no está hecho para la función pública.

Su manera de responder fue convocar a la conferencia de prensa en donde relató puntillosamente cada una de las maniobras que realizó, así como las productoras independientes que contrató para poner en funcionamiento la barra nueva de programación en una señal que sólo producía cuatro horas semanales.

“La Subdirección de Producción de TV UNAM contaba con 10 funcionarios y 18 trabajadores de confianza. De estos, 6 funcionarios y 15 trabajadores de confianza conservan sus plazas y participan de las distintas producciones. A 5 funcionarios y 2 trabajadores de confianza, la televisora les ofreció su liquidación conforme a la ley, además de una indemnización por no considerar ya necesarios sus servicios”, explicó Alvarado.

En otro tramo de una conferencia que concluyó en forma emotiva al leer Alvarado su columna en homenaje al recientemente fallecido Luis González de Alba (1944-2016), titulada “El barco era él”, el escritor alabó la posibilidad que lo honra: volver a ser un trabajador freelance de los medios y poder dedicarse a la escritura, que es su gran pasión.

El último tequila de Luis González de Alba, a la memoria del 2 de octubre de 1968

lunes, octubre 3rd, 2016

Con sus textos inclasificables trascendió los géneros literarios. La narrativa y la poesía eróticas, los mitos clásicos, el deseo, la prosa costumbrista y sobre todo el amor por la ciencia que le hizo ganar el Premio Nacional de Periodismo en 1997, motivaron su pluma. También fue dueño de lo que en una época se consideró el mejor bar gay de la Zona Rosa, El Taller. También se peleó mucho con mucha gente, entre ellos Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska. Murió un hombre apasionado, polifacético y polémico. Inolvidable.

Ciudad de México, 3 de octubre (SinEmbargo).- “Adiós, Luis González de Alba. Tenía que ser un 2 de octubre”, escribió el periodista y escritor Héctor de Mauleón a pocas horas de conocerse la muerte de Luis González de Alba, dirigente del movimiento estudiantil de 1968, detenido en Tlatelolco el 2 de octubre de ese año, enviado a la prisión de Lecumberri, donde escribió la crónica Los días y los años.

“Se ha quitado la vida Luis González de Alba, uno de los hombres más libres de México. El último acto de su salvaje  libertad”, fue el tuit de despedida de su amigo y editor, Héctor Aguilar Camín.

Precisamente, en el prólogo del último libro escrito por el hombre que había nacido en San Luis Potosí, en 1944, agradece al autor de La guerra de Galio por haberle sugerido la confección del libro dado a conocer hace apenas unas semanas por la editorial Cal y Arena con el título Mi último tequila.

“Agradezco a Héctor Aguilar Camín la sencilla generosidad con que sugirió: ¿Por qué no escribes eso? ¿O tienes una historia mejor que contar? Cenaba con Ángeles Mastretta y él en Guadalajara, el día en que se inauguraba la FIL 2014, cuando puse en el mantel blanco, como un vino de mi cava, la anécdota que aquí he incluido bajo el nombre “Mátia vurkoména (ojos llorosos)”, título de una canción griega de melodía encantadora que tengo marcada en YouTube”, dice el autor.

Una melodía melancólica propia de una tarde de domingo post-Roger Waters en el Zócalo y propia también para dar marco a la triste noticia que llegó de Guadalajara dando cuenta del fallecimiento del escritor, a los 72 años de edad.

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Luis González de Alba publicó en la primera página de su último libro la liga de YouTube que lleva a la canción “Ojos llorosos”, tal vez un mapa anticipando la partida voluntaria de un hombre prolífico y polémico, que se define más por las esdrújulas que por las graves, hecho como estaba para provocar y encender todo tipo de debates.

UN HOMBRE DE MUCHOS INTERESES, INCLUIDOS LOS GUAPOS DEL TALLER

“En mi opinión, dos palabras que definen la personalidad pública de González de Alba son polémica y multifacética”, escribió Martín Bonfil Olivera en el texto leído en la presentación del libro El burro de Sancho y el gato de Schrödinger, en el marco de la Feria del Libro de Minería en 2001. El libro fue reeditado por Cal y Arena con el título Maravillas y misterios de la física cuántica.

Efectivamente, era González de Alba un hombre de muchos intereses, el más destacado de los cuales podríamos encontrar en su militancia a favor de las personas homosexuales, una actividad que expresó de viva voz en varios textos y sobre todo en el manifiesto publicado en la revista Siempre! en 1975, junto a Carlos Monsiváis y Nancy Cárdenas: “Contra la práctica del ciudadano como botín policíaco”, donde se denunciaban los abusos de las autoridades gubernamentales contra la comunidad gay.

De Monsiváis se alejaría para siempre y mantendría con él un desencuentro que no se acalló con la muerte del autor de Los rituales del caos, en 2010.

Una imagen del 2003 en Nueva York, publicada por Luis González de Alba en su página de Facebook. Foto: Facebook

Una imagen del 2003 en Nueva York, publicada por Luis González de Alba en su página de Facebook. Foto: Facebook

Cuenta el periodista Rogelio Villarreal en un artículo aparecido en la Revista Replicante, en 2010, con motivo de la muerte de “Monsi”: “González de Alba se había atrevido a acusar legalmente nada menos que a Elena Poniatowska —una de las amigas más cercanas de Monsiváis— por haber reproducido de manera textual en La noche de Tlatelolco varios párrafos de Los días y los años, el testimonio de González de Alba sobre su estancia en Lecumberri a causa de su participación en el movimiento estudiantil de 1968. Huelga decir que Poniatowska no creyó necesario citar la fuente de donde había extraído las numerosas citas, atribuyéndose, en cambio, el derecho de modificar algunas frases para, como señaló en su momento González de Alba, adecuarlas a su peculiar manera de escribir”.

Elena Poniatowska fue, sin duda, uno de sus objetos de ataques permanente y a ella demandó judicialmente “no por plagio, pues le había permitido usar el manuscrito de mi crónica que ella sacó de Lecumberri, sino por alteración de contenido. Un tribunal me dio la razón. En 1998 apareció la versión corregida”, cuenta Luis González de Alba en su columna habitual de Milenio, la última de las cuales apareció este domingo con el título “Podemos adivinar el futuro”.

En ella hace referencia a la matanza de Tlatelolco y a la pérdida del valor de la consigna tradicional “el 2 de octubre no se olvida”: “Habrá una manifestación de chavos que no saben qué es lo que “no se olvida” porque ya lo olvidaron o nunca lo han sabido…Hoy repiqueteará el teléfono de Elena Poniatowska, devenida experta y abrumada por preguntas que no sabrá responder, pero tendrá para cada uno el debido cliché, el redondo lugar común que la hace adorable y linda”, escribía el autor de las novelas como Agápi Mu y Cielo de invierno, Olga.

ENTRE LA FÍSICA, LA CUÁNTICA Y LOS ANTROS

“Entusiasta de física, astronomía y evolución. Damasio, Penrose, Mozart, A ciegas. Libro reciente: No hubo barco para mí. También en e-book por Amazon-kindle”, son los datos biográficos elegidos por Luis González de Alba para su perfil de Twitter, donde –al igual que en Facebook- era muy activo y 12 horas antes de su muerte publicó en ambas redes sociales una foto de juventud, tomando sol en una playa y la siguiente leyenda: “Isla de Poros, Grecia, desde Villa Nikki. Yo esperándote en Poros. אל תעזבני: No me abandones. Salmo de David”. A la imagen sumó una liga de YouTube, donde un joven participante del programa JeruVision interpreta el citado salmo.

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“Es 2 de octubre y ahora ya estás en Poros, donde tomarás café todas las tardes gozando del sol del Egeo, retsina por las noches, algún vino blanco y deliciosas viandas griegas. Es el primer día del 5777… y éste fue el último mail que te envié, sin respuesta ya: “Luis, ¿y cuál es esa primera estrella con la que arranca el nuevo año judío?” Nos diste algunos indicios, pero ya ves, no quise darles mucha importancia. Hace dos semanas, en mi cumpleaños número sesenta, llegaste casi ataviado de mariachi y contaste anécdotas procaces hasta la medianoche, como las que me contaste también en la entrevista que te hice un día antes. Es triste pensar que ya no comeremos juntos, con René y con Alberto, en el Salón del Bosque. Que ya no leeremos tus artículos semanales —que tanta rabia les causaba a los pusilánimes de siempre. Será difícil ya no verte, Luis, querido amigo. Feliz viaje, feliz año nuevo. Un abrazo”, escribió Rogelio Villarreal en su muro de Facebook.

Autor del libro de cuentos El vino de los bravos y unos tequilas y del poemario El sueño y la vigilia, su obra ensayística es profusa y en ella se destacan libros como Las mentiras de mis maestros, Maravillas y misterios de la física cuántica, La orientación sexual, La ciencia, la calle y otras mentiras, Niño o niña y el ya citado Un barco para mí, un compendio de siete episodios de su vida, entre ellos el descubrimiento tardío de su homosexualidad y la reacción de los militantes de izquierda que lo cuestionaban “porque un revolucionario no puede ser marica”.

En 1997, Luis González de Alba obtuvo el Primer Premio Nacional de Periodismo por su labor en la divulgación de la ciencia, una pasión intensa como era también intensa su amor por la noche y los antros, al punto de haber sido dueño de locales emblemáticos como El Taller, en la Zona Rosa, cuyo lema era “El mundo está lleno de hombres guapos; hay algunos que nunca conocerás, pero hay algunos que podrás conocer en El Taller”.

“Por casi una década El Taller fue la fantasía de testosterona hecha realidad, sin tener que viajar a San Francisco, California. Sólo podían entrar hombres y en ocasiones no cualquiera, había que dejarse el mostacho, ponerse los jeans más ajustados y chamarra de cuero, a la Village People”, reza una crónica del escritor Wenceslao Bruciaga, publicada en 2013 en Time Out.

El propio González de Alba se refirió a su condición de “antrero” en una de sus columnas en Milenio, donde celebra el cierre en Guadalajara del bar Once, que al parecer no cumplía con las reglas de insonorización necesarias para este tipo de locales.

En 2 de octubre, fecha tan significativa en su historia, se fue un hombre apasionado. Los días y los años ya no tendrán su impronta. Es probable que sea recordado no sólo por Tlatelolco, sino también por su constante ejercicio de la libre opinión, una pluma alzada con la que intentaba arreglar o desordenar el mundo, ambas tareas son idénticas.

“Para mí, Luis era un ejemplo como una de las voces más críticas de la izquierda democrática y liberal, gran cuestionador del falso izquierdismo populista, un espíritu libre, de enorme inteligencia, sensibilidad y cultura. Apenas me enteré hace un par de horas de su muerte y aún no salgo del asombro y la tristeza. Se fue una de esas mentes que tanta falta le hacen a este país.”, dice el periodista Hugo García Michel, consultado por SinEmbargo.

Para la historiadora y escritora Gabriela Cano, Luis González de Alba “fue uno de los más jóvenes integrantes del Comité General de Huelga del movimiento estudiantil de 1968 y un adelantado del orgullo gay. Exaltó un estilo homosexual hipermasculino en bares como El Vaquero y el Taller, de la Ciudad de México. El 2 de octubre y la crisis del sida marcaron su vida y su escritura, casi siempre polémica. “El Lábaro” era el apodo con el que sus amigos del movimiento estudiantil se referían a él, haciendo ironía de su gusto por declamar un poema a la bandera, en los días en que era un jovencito ingenuo. Polemizó con Carlos Monsiváis en las páginas de Nexos respecto al sentido del movimiento estudiantil. Monsiváis destacaba a la lectura de Marx como el sustento de la rebeldía juvenil y Luis consideraba a Reich como el fundamento. Pese a las diferencias y resentimientos que los alejaron, los dos escritores son parte de una generación cuyos ideales, tropiezos y conflictos tengo presentes”.

“El rasgo que más admiré de Luis González de Alba fue su decisión de ejercer la libertad al límite”, dice el historiador Sergio Aguayo. Suscribimos.

Instituto Forense de Jalisco confirma suicidio de Luis González de Alba, líder del Movimiento del 68

domingo, octubre 2nd, 2016

La muerte de González de Alba conmocionó tanto a periodistas y difusores culturales, como a la clase política, entre ellos el Presidente Enrique Peña Nieto y el Gobernador de Jalisco, Aristóteles Sandoval Díaz. El destacado periodista y escritor se quitó la vida con un arma calibre 22, informó a El Financiero el Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses.

Fue el líder del Movimiento del 68. Foto: Facebook Luis González de Alba

Fue el líder del Movimiento del 68. Foto: Facebook Luis González de Alba.

Ciudad de México, 2 de octubre (SinEmbargo).- Luis González de Alba, uno de los líderes del Movimiento del 68 que lo llevó a convertirse en un destacado periodista y político, se quitó la vida este día con una pistola calibre .22, de acuerdo con información otorgada por el Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses a El Financiero.

La Secretaría de Cultura del estado informó que alrededor del mediodía González de Alba fue encontrado sin vida al interior de su domicilio en la capital jalisciense.

Horas después de haber sido confirmada la noticia, el también periodista Héctor Aguilar Camín, quien fue su compañero en Milenio, publicó en su cuenta de Twitter que González de Alba se habría quitado la vida.

La muerte de González de Alba conmocionó tanto a periodistas y difusores culturales, como a la clase política, entre ellos el Presidente Enrique Peña Nieto y el Gobernador de Jalisco, Aristóteles Sandoval Díaz.

González de Alba nació el 6 de marzo de 1944 en el poblado de Charcas, San Luis Potosí. A la edad de 10 años se trasladó con su familia a Guadalajara y posteriormente se mudó a la Ciudad de México, donde estudió Psicología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

En ese momento se involucró en el Consejo Nacional de Huelga, convirtiéndose en uno de los líder del Movimiento del 68.

El 2 de octubre de ese año fue detenido durante la masacre en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, y encarcelado en el Palacio de Lecumberri, donde pasó dos años.

En la cárcel escribió su primer libro titulado Los días y los años, en el que relata los hechos suscitados en la matanza de Tlatelolco.

Para 1975, declarado abiertamente homosexual, Luis González comenzó a colaborar, junto con el escritor Carlos Monsiváis, en la revista Siempre, la primera publicación en México dirigida a la comunidad de lesbianas, gays y bisexuales.

Después escribió en el diario Unomasuno, el que dejó en 1983 para residir un año en París, Francia. A su regreso, González de Alba se convirtió también en uno de los fundadores del periódico La Jornada , en el que publicó durante una década su columna La ciencia en la calle.

Tras dejar el diario de izquierda en 1997, el escritor, que nunca ejerció su profesión de psicólogo, trabajó  de manera independiente hasta 2015, cuando comenzó a publicar en Milenio, en el que escribía sobre ciencia y política.

Ganó el Primer Premio Nacional de Periodismo en 1977, gracias a sus trabajos en la divulgación de la ciencia, y el Xavier Villaurrutia, por El riesgo del placer.