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Un poeta errante y herido de amores cura su nostalgia en El Recreo, un bar de la frontera (Parte I)

sábado, agosto 8th, 2020

En De Obregón… El Recreo (2012), un joven que se enfrenta a una vida de desencantos y constantes frustraciones decide refugiarse en un un bar juarense que se convertirá en el paradero de sus tristezas y preguntas existenciales, para luego reconocerse a sí mismo. Juaritos Literario enumera los puntos más importantes de esta novela de Mauricio Rodríguez.

Por José Manuel García-García

Ciudad Juárez, Chihuahua, 8 de agosto (JuaritosLiterario).- Esta es la historia de un joven que se enfrenta a las realidades de una vida de desencantos y constantes frustraciones en el norte de México. El Recreo, un bar juarense, es el lugar en donde se refugia y al mismo tiempo se hunde para reconocerse a sí mismo.

En De Obregón… El Recreo (2012), el autor Mauricio Rodríguez nos cuenta una historia de atmósferas urbanas muy sórdidas y poéticas, a la vez, con una prosa altamente expresiva.

A continuación, Juaritos Literario enumera los puntos más importantes a destacar de esta novela publicada por Sediento Editores.

1.- Novela donde un personaje (narrador) llamado Zerk Montecristo nos cuenta una parte de su vida. Zerk tiene tres estilos: el del narrador de una historia personal (drama + sexo); el estilo del periodista entrevistador de personajes locales (y promotor de un tugurio llamado El Recreo); y por último, el estilo de un vate que gusta del cuaderno-poemario en prosa hermética. Es una novela a tres manos, a tres niveles narrativos.

2.- De Obregón… El Recreo es la novela intermedia: pertenece a otras dos más en proceso de creación. En la primera novela, Zerk será un joven dedicado a crearse una identidad pre-juarense; en la tercera, llegará posiblemente al lugar Anhelado: Ciudad Obregón (Who knows?). Tal es la promesa, no escrita, del escritor Mauricio Rodríguez (proyecto que alguna vez me comentó).

3.- Para entrar de lleno a De Obregón… El Recreo daré un resumen: a Zerk lo acaban de divorciar y está de un humor de todos los diablos (si me permiten comenzar con un cliché). Estamos en el momento en que anota fragmentos de su pasado (remotFo), de su pasado cercano y de su presente de poeta en crisis (no es lo mismo un personaje en el límite de la angustia a uno en el inicio de su viaje a la Interzona Preapocalíptica). Como ya he anotado, Zerk, además de contarnos su vida, es el narrador-periodista que debe escribir una sección cultural con entrevistas a personajes de interés local. Y es el poeta que medita y anota frases que van del lugar común paródico-existencial al intento de una filosofía de vida (¿existe la felicidad por encima del determinismo provinciano?).

4.- Zerk se vale de un par de símbolos para evaluar su vida: Ícaro y Obregón. El primero consiste en el símbolo del Gran Fracaso: volar hacia el sol con alas de cera, etcétera. Así, Zerk es el loser que lo acepta, que intenta varios proyectos y fracasa, queda del lado de un sorpresivo divorcio, de un desengaño vital y de una poesía que se no se recupera del silencio etílico. El segundo es el de un lugar llamado Obregón, el lugar anhelado, el paraíso (auto)prometido (iré a “un lugar que en mi deseo se ha llamado Obregón”: On The Road / Over Gone / Obregón, dice el poeta Zerk). Allí lo espera (supuestamente) su amada, la felicidad, la segunda oportunidad sobre la tierra. Mientras eso ocurra, Zerk seguirá fiscalizando su actitud de vida: “no sé si fue mi imperante espíritu de ser poeta, escritor, escrutador de la noche, anacoreta, misántropo fracasado, lo que prevaleció en esa infructuosa relación [con su ex] o si en realidad simplemente no valgo madre como pareja”. Ícaro, como buen referente (ahora) posmoderno, sigue atento su caída, eligiendo las alternativas de vida, las (a largo plazo) desfavorables para sí mismo: “abandoné la posibilidad de estar con Mina a quien amaba, por seguir el estúpido ideal del matrimonio con una mujer que nunca me quiso de verdad. Fue un auto de formal prisión a voluntad”. Zerk-Ícaro: auto-reclamo que lleva la penitencia: dispersión existencial, errancia emocional, todo en una atmósfera que reclama ya un apocalipsis terapéutico.

5.- La novela carece de una secuencia cronológica (¿Cuál la tiene y para qué?). Leemos fragmentos donde el pasado y el presente aparecen intercalados. Si recuperásemos una breve cronología, anotaríamos que el protagonista viaja de Torreón a Ciudad Juárez. Ahí se enfrenta a la xenofobia de los juarenses, por eso anota amargado: “nadie es de aquí, sin embargo, todos se sienten con el derecho de amedrentar a los demás, causándoles la pena de sentirse despreciados, humillando sus ilusiones de progreso”. “He vivido sorteando calumnias, voces altaneras, bromas de pésimo gusto y la carga de defender una tierra de origen que ya no me reconoce como su hijo”. Tal es la suerte de este migrante: despreciado aquí, despreciado allá. Zerk es una identidad en crisis, vive un divorcio de ciudad, así su integridad simbólica es dolorosamente liminal: ya no es lo que fue, pero todavía no es lo que será. A la nueva ciudad la comienza a conocer a partir de paseos literalmente compulsivos: “Hallándome solo entre el hedor que se desprendía de las alcantarillas mezclado con los estanquillos que ofrecen colitas de pavo y demás fritangas, terminé por volver el estómago más de una ocasión”. Así, el joven Zerk se crea a sí mismo como un joven Flâneur de una ciudad grotesca, ciudad telón del crimen organizado, víctima de la cleptocracia política y la narcocracia autodestructiva (¿o cuánto dura el reinado de un narco?).

6.- De las calles de Juárez pasa a su formación educativa. Recuerda la universidad, las corruptelas de profesores y estudiantes de la institución por la que pasa. Pero evoca también a maestros excepcionales: “recuerdo entre ellos al Doctor García… un tipo que pasaba de los 60 años, con una personalidad que asemejaba a Sean Conney interpretando al padre de Indiana Jones, pero versión gay”. De estudiante brinca a trabajar como periodista y a participar luego en un taller literario para cumplir su deseo de ser escritor, poeta (me refiero al Taller Laesta, coordinado por aquel joven que ahora escribe esta reseña).

7.- La filosofía zerkiana se establece a medida que sus fracasos se multiplican. El Narrador recuerda: “siempre he dicho que ante lo inevitable –para bien o para mal–, no hay nada mejor que una sonrisa y una mentada de madre”. También reflexiona en un tono poético: “Qué culero sabe la cerveza cuando alguien llamado Nadie te hace compañía y solo para acrecentar la secuela de dolor y terminar platicando en voz alta con las paredes”. Y sobre las decisiones vitales equivocadas, dice: “de haber admitido que me había enamorado, las cosas en ese entonces hubieran sido distintas, pero en estas cuestiones el tiempo no se detiene y el cauce de la inexperiencia nos lleva por donde le da su rechingada gana”. Y volviendo al tono poético, reflexiona: “ya no estoy joven, estoy perdido en mis días de madurez inmadura, siempre voy en busca de no buscar, mejor me callo, esto de hablar es extender una serpiente para que a su propia voluntad le crezcan alas”. Su filosofía es práctica y al mismo tiempo, se ajusta a las formas de una narratividad poética propia.

8.- La vida emocional de Zerk resulta el tema dominante de la novela. Él es un personaje dolido, gris y miserable. En medio de una crisis social (narcoviolencia generalizada en juaritos), “justo en este bello instante caótico, la muy cabrona de mi esposa, decidió mandarme a la chingada”. El divorcio también significa una fractura de identidad (que se suma a la separación de su terruño, más las narco-balaceras de aquellos días. Su drama, en más de un sentido, es la situación colectiva de los jóvenes que vivieron de cerca la ultra-violencia social y el abandono de proyectos personales que quedaron en el basural de los sueños. Pura nostalgia en presente continuo, como si el pasado fuese un purgatorio avasallante, ni modo, naciste del lado loser y eso significa (al menos en esta narrativa) aceptar de antemano cualquier pecado que mañana se cometa, así, hay páginas que te llevan directo a las catacumbas de la asfixia emocional.

9.- El narrador tiene como Lugar Privilegiado el antro llamado El Recreo, un lugar (en realidad) sobrevaluado por la amistad entre el cantinero (don Tony) y algunos de los poetas locales dedicados al alcoholismo semanal. Es un establecimiento claustrofóbico, de mesas pequeñas y una hermosa barra y un gran espejo que ayuda a entretener la idea de falsa amplitud. No es el Lontananza de David Toscana, pero sí un bar que ayuda al turista cultural a sentir un vago toque de misticismo estético: aquí estuvo Etcétera, el poeta mayor. Consiste en la oferta bohemia de una provincia plagada de antros ruidosos o de cantinas exclusivas donde la clase media avejentada se reúne para escuchar boleros de (apenas) hace 30 años.

10.- El Recreo es el paradero de la Nostalgia, el lugar para sufrir en grupo con música de rockola de los años noventa. Las tristezas del protagonista se desarrollan ahí, frente al gran espejo que va dibujando a los parroquianos, a sus gestos de película sin voz. Pareciera que ese espejo es la pantalla perfecta donde todos los personajes secundarios existen, encerrados ellos también en una múltiple prisión: El Recreo, el espejo de El Recreo y las imágenes recordadas por el narrador de la novela: “aquellos personajes observados en la barra de El Recreo, donde a través de una sola voz, el personaje principal, es uno con muchas voces. Dentro de él se escuchan sus compañeros de bohemia”. Zerk dixit.

11.- En nombre de la bohemia, Zerk se va creando para sí un yo ideal: el poeta errante, herido de amores, siempre cachondo y nostálgico soñador de un futuro llamado Obregón, ese lugar incierto de una incierta cita con la felicidad. La bohemia es (en todo caso) la actitud del poeta que imita la cercana (nomás a un siglo de distancia) imagen del Flâneur parisiense modernista: vagar por una ciudad apocalíptica, paupérrima. Zerk la llama (con todo el poder de síntesis que tiene) la Ciudad del Crimen. En este sentido, Ciudad Juárez es una especie de Limbo cercano al Infierno, una Isla de Circe, y Obregón será el espacio que la poesía le he prometido: su Ítaca, su deseo postegrado. Zerk-Ulises en permanente búsqueda de su destino; Zerk liminal (ser liminal).

12.- La novela de Zerk se puede leer también como un texto de autoficción. Mauricio Rodríguez se empeña en decir que no es una obra autobiográfica, y tiene razón, pues resulta mejor un texto donde la biografía real del autor se mezcla con la vida del narrador ficticio. Recordemos que la autoficción es el enmascaramiento de los trazos fáctico-biográficos del autor real de la obra. Trazos de realidad demostrables: Zerk, al igual que el autor real (Mauricio Rodríguez) viene de Torreón, desde joven radica en Ciudad Juárez, donde estudia, se casa, se divorcia y trabaja.

Tanto el autor como el personaje ficticio sufrieron la xenofobia local, ambos (además) son asiduos parroquianos de El Recreo, y los amigos son los mismos: los miembros del taller literario Laesta (esto no se menciona, solo sus nombres de ellos): Antonio Flores Shroeder, Jorge López Landó, Juan Pablo Santana (Jean Paul), Susana Chávez, y otros conocidos autores locales. Mauricio Rodríguez y Zerk Montecristo son periodistas, sostienen la sección El Puente donde entrevistan a personajes atípicos locales (Harold Edmonds y los Merolicos).

Hay una parte memorable, cuando Zerk-Mauricio, busca a una amiga (que ahora es un mito feminista): “le pregunto al cantinero [de El Recreo] por mi carnalita Susana [Chávez], la vaga, la poeta, y me dice que estuvo aquí un par de noches, pero después de ponerse una buena juerga, terminó cantando canciones de Chavela Vargas y después de pelearse y mentarle la madre a media barra, salió y desde entonces no ha vuelto. Ya regresará”. Sabemos tristemente, que Susana no iba a regresar ya más. Resulta un acierto esta prolepsis cifrada para los iniciados en las biografías de lxs mártires de la misoginocracia.

ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE JUARITOS LITERARIO. VER ORIGINAL AQUÍ. PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN.

Los 10 mejores relatos de Pasos en el Norte, el concurso literario que une recuerdos de la frontera

sábado, mayo 30th, 2020

Inspirado en el concurso literario más grande de Chile, “Santiago en 100 palabras”, Pasos en el Norte busca retratar a Ciudad Juárez a través de las palabras de sus habitantes. Aquí te mostramos los mejores relatos que dan testimonio de la vida cotidiana en la frontera, en 150 palabras.

Por María del Carmen Rascón Castro

A Fabián Hernández, por su afán de reunir las huellas en el norte

Ciudad Juárez, Chihuahua, 30 de mayo (SinEmbargo).- Pasos en el Norte es una convocatoria inspirada en el concurso literario más grande de Chile, “Santiago en 100 palabras”, que invita a los habitantes a escribir un texto breve que se desarrolle en la ciudad.

Bajo la misma premisa, Pasos en el Norte intenta recuperar la historia de Ciudad Juárez a través de los recuerdos de sus habitantes. En sus páginas reúne las voces de mujeres y hombres que dan testimonio de la vida cotidiana en la frontera en 150 palabras. Aquí te mostramos los mejores 10 relatos, algunas son plumas conocidas, otras no tanto.

10. “Aparador”, Luis Borta

Esta ciudad parece un aparador o un escenario
donde todo funciona en apariencia, pero detrás todo
es cartón y pintura. Cuando algo se quiebra no se
repara, sólo se cubre y se evita.
Se cayó un semáforo por el viento: cuelga uno
improvisado.
Se hizo un hoyo en la calle: echa tierra, piedras y
concreto barato.
Se está cayendo un puente: pinta el barandal y
cierra un carril.

Y reza para que termine tu turno antes de que algo
Suceda.

9. “Querida ciudad”, Guillermo Herrera

Querida Ciudad, si estás leyendo esto es
porque encontré las palabras para decirte
que tengo que irme. No espero que lo
entiendas, pero conocí a alguien y la perdí.
Fue por accidente, choqué con ella en una
de tus calles y lo siguiente que supe fue que
no quería perderla de mi vista nunca más.
Es irónico, porque creo que ahora mismo
verla me rompería. Le dije que la amaba,
pero sólo pudo contestarme: “Me vas a hacer
llorar”. Las malas noticias son esas, me voy
porque no aguanto el andar solo por las
mismas banquetas que caminaba ella.
Sin embargo, no me marcho para siempre,
porque es en tus sombras y luces donde
yacen los capítulos de mi efímera historia de
amor que llevo grabada hasta las venas. Hasta
en otro planeta sería siempre infielmente
tuyo así como de ella, son lo único que puedo
llamar “hogar”.

8. “Panteón”, Agustín García

Se llamaba Panteón Municipal y cortaba la calle 5 de febrero. Cuando regresaba del centro a mi casa, cruzaba la colonia Chaveña y atravesaba el panteón, casi siempre desolado, para llegar a la colonia Anáhuac. Una vez, un amigo ladrón (robaba bolsas de señoras) huyendo de la policía logró escapar perdiéndose entre las tumbas. Para no ser atrapado con el cuerpo del delito, echó la bolsa en una fosa de las muchas que se encontraban esperando huésped. Al otro día, me invitó a acompañarlo, pues él era aprendiz en la carpintería donde yo trabajaba. Por suerte, encontramos el tesoro. Había un poco de dinero que nos pareció mucho en ese momento. Para celebrar, compró comida y cervezas para todos los del taller. Algunos, sin decirlo, pensamos: “pobre señora, que perdió su dinero”. Agradecimos su regalo involuntario. Y el panteón bendito.”

7. “Cachito de cielo”, Valeria Terrazas

Ojalá vieras lo bonito que está tu cielo y tus cerros, y cómo se acentúan con las nubes que amenazan con traer la primavera.
Ojalá estuviera también acostada, ahí entre tus lagañas y aliento de mañana, mi cachito de cielo juareño.

6. “Vagabundos”, Juan Luis Longoria

Personajes en Juárez son los
vagabundos, recuerdo al famoso
“Güero Mustang”, que recorría
las calles del centro manejando
su carro imaginario; y que tal
“La Sirenita”, recorriendo y
descansando en el suelo de
la Velarde; por la glorieta de
Cuauhtémoc el “Jefe, jefe”, con
los calzones en la cabeza y por
toda la Av. De los Aztecas camina
el “Cobijas”, y ahora en el centro
predica el “Profeta”. Historias y
mitos rondan alrededor de ellos,
que son ricos, que tienen familia,
que no están locos. Sin ellos la
ciudad sería otra, se vería sola,
sin personajes sobresalientes
que recorran sus calles. Esos
vagabundos son vagamundos sin
visa ni pasaporte, algunos locales,
otros fuereños, pero como dicen,
“el que toma agua de Juárez…”.

5. “Cumpleaños de nadie”, Fabián Hernández

Todos (o casi todos) los domingos tronaba el carbón y comenzaba el ritual que seguíamos con un acatamiento casi religioso: el desfile de primos de la mesa al fuego, y viceversa, con platos y sartenes en las manos, y en veces con cervezas como ofrendas a los tíos que afuera cuidaban el asador. A éste nunca le sucedió nada, pero ellos cuidaban, y lo veían mientras bebían. Dentro estaban las tías y la abuela, la matriarca, conviviendo entre un denso barullo que había que atravesar para alcanzar el aperitivo en forma de rajas con queso y frijoles charros. Los que poco contribuían a esa ceremonia sentados en la sala de al lado, éramos los primos platicando, riendo y tomando, esperando que llegara la ansiada chuleta y la arrachera, pináculo de la celebración de otro domingo, aunque no fuera el festejo de nada ni el cumpleaños de nadie.

4. “Summer Love”, Alan Macías

Mis compas me dicen que tire a lion con esa morrita, pero desde que la guaché no dejo de pensar en ella, nomás que sí me agüito porque cantonea en el chuco y yo ni ranfla tengo. Cómo me gustaría topármela de nuevo y si hay quebrada invitarle un refín, neta que eso me haría bien feliz.

3. “La culpa es del arrebol”, Esmeralda Marruf

Todas las tardes de verano, entre las siete y ocho, el cielo se vuelve de arreboles y dan ganas de besar. Sucumbir al deseo es peligroso. Hacerlo, implica transitar entre besos y cervezas por la ciudad atardecida. Aquí los labios saben a sal y se recomienda acompañarlos con limón. Si en el frenesí se decide recorrer los cuerpos como dunas, con suerte, quizá los dos se hagan polvo.

2. “En el border”, Antonio Rubio Reyes

“El muchacho en un tren hacia el norte imagina una
sinuosa ciudad
con el dedo sobre el polvo de los vagones

el deseo de aprender el arte de cruzar fronteras
saltar muros naufragar puentes
barrer el oro en el crepúsculo de los dioses

durante la travesía enferma
y el polvo dentro de los ojos anuncia una condena
que otra forma del vacío conquista

apenas piso el desierto
mi entierro tendrá lugar aquí

antes de morir el joven comenta algo sobre
una nueva casa, padres muy viejos
complejas formas de un sueño
sueño
quién era nadie lo supo ni cuál su patria
en el vasto mundo latinoamericano

mejor así pues mientras él yace muerto
bajo piedras y arena en la noche inmensa
siempre lo aguardarán vivo sus padres”

1. “Remember”, Grecia Sánchez

Thinking gets easier with one
tongue in my backpack; though I shouldn’t stay
with my Spanish only.

Remember your passport, remember
your side. The agent asks
where I’m going. “To UTEP,” I
say, afraid of my accent.

“What are you studying?” he says without
looking. Remember your major, remember
you’re major. “Philosophy and journalism,” I say.
Not a greeting nor goodbye, no,
we Mexicans don’t deserve that.

Questioning ends: I feel
relieved. I turn on César Chávez
Highway after the bridge. On one side,
my past. On the other, uncertainty.

I’m about to enter that
room. Remember your English, remember
your smile.

“Hello, is this available for international
students?” “No, just for
Americans.” Remember your worth,
remember your manners. “Thank you
for your time.”

My English has taken
over my Spanish? Not just that, but me.
Another lady in suit approaches, but
I can’t talk, I’m no longer here.

Puedes encontrar más textos de Pasos en el Norte en las redes sociales. Actualmente, la convocatoria permanece abierta todos los días del año.

ENSAYO desde Juárez | Carlos Montemayor reflexiona sobre la muerte y el erotismo en Finisterra

sábado, abril 25th, 2020

Para Montemayor, la poesía consistía en un espejo que ofrece al ser una mirada de sí mismo; el espacio físico, lo exterior, se funde con la voz para mostrar y exponer su anhelo y sus miedos. En cambio, definió la narrativa como una reconstrucción, una forma de apropiarse del mundo, de tratar de entenderlo.

La muerte aparece de manera constante en la poesía de Montemayor. La respuesta en sus textos siempre resulta carente de certeza, a veces pesimista y otras alentadora. He ahí la desesperación del poeta y la necesidad de la poesía en su vida.

Por Graciela Solórzano Castillo

Ciudad Juárez, Chihuahua, 25 de abril (JuaritosLiterario).- A finales de febrero se celebró el décimo aniversario luctuoso de Carlos Montemayor (1947-2010), poeta, narrador, crítico literario, tenor, defensor y difusor de las lenguas indígenas.

Aunque gran parte de su popularidad literaria se debe a su trabajo narrativo, sobre todo a novelas emblemáticas como Guerra en el paraíso (1991), Las armas del alba (2003) y Las mujeres del alba (2010), la poesía siempre tuvo un lugar esencial en su vida, pues él se reconocía, antes que nada, como poeta.

Publicó al menos cinco poemarios: Las armas del viento (1977), Abril y otros poemas (1979), Finisterra (1982), Los poemas de Tsin Pao (2001) y Apuntes del exilio (2010). También realizó las antologías Abril y otras estaciones, ganadora del Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares, y Poesía: 1977-1994, en la cual corrigió y reescribió algunos de sus escritos, por ejemplo Las armas del viento, el caso más extremo.

Además, algunas piezas sueltas aparecieron en revistas y compilaciones. Para Montemayor, la poesía consistía en un espejo que ofrece al ser una mirada de sí mismo; así, el espacio físico, lo exterior, se funde con la voz para mostrar y exponer su anhelo, su miedo, su vida. En cambio, definió la narrativa como una reconstrucción, una forma de apropiarse del mundo, de tratar de entenderlo.

Sangre Ediciones, editorial independiente de Chihuahua, tiene como función la difusión literaria de forma accesible y económica; han publicado textos de Vicente Anaya, Enrique Servín, Jazmín Cano y Atenea Cruz. Este año, apareció en su catálogo el poema Finisterra de Montemayor, acompañado de un comentario que el autor escribió sobre su propio texto en El poeta en un poema, antología publicada por Marco Antonio Campos en 1998. Además, se incluye en la contraportada el manuscrito del poema “VIII” del Cuerpo que la tierra ha sido (1989), mismo que apareció en un dossier del número 15 de la revista Periódico de Poesía de la UNAM en 1995 como inédito. La versión que ofrece la editorial chihuahuense se basa en la primera edición de 1982, misma que utilizó Campos en la antología mencionada.

La sección final del libro se titula de manera homónima y consiste en un texto de ocho estrofas, que suman 158 versos cantando al erotismo como medio para llegar a la eternidad. La muerte aparece de manera constante en la poesía de Montemayor, igual que la pregunta ¿cómo permanecer? La respuesta en sus textos siempre resulta plural; por tanto, carente de certeza, ora pesimista, ora alentadora. Algunas veces nos ofrece el vacío, la nada; luego, la unidad (muy presocrática, por cierto) de los seres que después pregona. Materia que se transforma y que, sin embargo, perdura. He ahí la desesperación del poeta y la necesidad de la poesía en su vida. En “Finisterra” el canto se vuelve desgarro, grito… luego, serenidad.

El paisaje marítimo –la lucha del oleaje, el sol y el viento–, igual que el poeta, protagoniza los versos; por otra parte, la arena toma un papel pasivo, un ente que recibe. Sustentado en un erotismo dicotómico, donde lo masculino y lo femenino están impregnados de un simbolismo establecido (pasivo, activo), la voz poética busca en el cuerpo de la amada la manera de alcanzar la eternidad, de la misma forma en que el encuentro violento de las olas de Finisterra las inmortaliza.

El poema canta el acto erótico del cuerpo de carne y agua. Alcanza un ciclo: primero la violencia, el dolor de no ser eterno, la conciencia de la vulnerabilidad, “la furia de que los cuerpos amen intensa y demencialmente / pero sus sexos se deshagan como arena salada y dolida”; luego, el encuentro con la otra, la desconocida, el reconocimiento del territorio de la mujer (los senos, el “sexo rutilante”), el abrazo, la unión, la aparición de los astros y el culmen, antítesis maravillosa de un ser “sembrando recuerdos permanentes en cuerpos inmortales”; finalmente, después de esta cúspide del crescendo, viene la calma, la tranquilidad, la conclusión y otra respuesta a partir del lenguaje (representado como canto) a la pregunta imperecedera: “¿Cómo no morir?”.

El ser se eterniza a través de la voz o, al menos, eso exige el poeta a Finisterra: “déjame decir que este grito espumante es para siempre, / que será mi voz para siempre, / oh que será mi voz para siempre”. Los cuerpos de carne, amándose, buscando, al final se transforman en voz, en réplica; así, el arte significa la eternidad. Ya lo decía Severo Sarduy: el lenguaje poético es erotismo, transgresión.

“Finisterra”, al igual que los poemas anteriores de Carlos Montemayor, refleja el conflicto del ser humano frente a la muerte. Sin duda, el texto muestra una intención en los distintos niveles de la literariedad: el fónico, sintáctico y semántico. La estructura del poema resulta soberbia.

Aunque parece que al final hay una resignación ante la condición humana por parte del poeta, la explosión de los sentidos y su súplica continúan hasta el desenlace, pues se sigue doliendo de aquello que no le pertenece. La pieza del escritor norteño representa la cristalización y la proliferación de la imagen del paisaje marino, en donde se alude al erotismo del cuerpo a través del erotismo de la palabra.

Me parece muy acertado que Sangre Ediciones incluyera el comentario de Carlos Montemayor en la plaquette, puesto que acerca al lector, no solo al texto poético (que claro, es lo más importante) sino también a su proceso creativo, a las lecturas del poeta, sus influencias y sensibilidad. Montemayor siempre consideró que el escritor no debe solo apelar a lo sentimental, sino que debe poseer, además, una técnica, la cual buscaba constantemente en las obras que analizaba y comentaba en su labor de crítico literario y que tuvo presente a la hora de realizar sus propios textos.

En hora buena por Carlos Montemayor y su poesía que está resurgiendo, primero con la versión de Los poemas de Tsin Pao para adolescentes preparada por Martha Elena Montemayor Aceves (UNAM, 2017) y ahora con Finisterra de Sangre Ediciones.

ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE JUARITOS LITERARIO. VER ORIGINAL AQUÍ. PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN.

ENSAYO desde Juárez | Jardín de invierno, poemario del premiado autor fronterizo César Silva Márquez

sábado, abril 18th, 2020

Lugares de distintas geografías, memorias de la infancia y escenarios juarenses de la vida cotidiana componen este compilado. Publicado por Bonobos dentro de la Colección Reino de Nadie, Jardín de invierno se divide en tres partes: “Viajes”, “Interludio con personajes” y “Alcohol”, además de las secciones “Misiva” y “10 años después”, que contienen un sólo poema.

Por Gibrán Lucero

Ciudad Juárez, Chihuahua, 18 de abril (JuaritosLiterario).- César Silva Márquez (Ciudad Juárez, 1974), poeta y narrador, ha sido becario en múltiples ocasiones del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Chihuahua. Su obra De mis muertas (2005) obtuvo el Premio Binacional de Novela Joven Frontera de Palabras (Border of Words), su cuentario Hombres de nieve consiguió el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí en el 2011, y La balada de los arcos dorados ganó el Premio Bellas Artes de Novela José Rubén Romero dos años después. Además, ha publicado ABCdario (2000), Si fueras en mi sangre un baile de botellas (2004), Juárez Whiskey (2013) y Jardín de invierno (2017), libro en el que a continuación me centraré.

Publicado por Bonobos dentro de la Colección Reino de Nadie, Jardín de invierno se divide en tres apartados: “Viajes”, “Interludio con personajes” y “Alcohol”, además de las secciones “Misiva” y “10 años después” que solo contienen un poema.

En la primera parte imperan las postales; en las cuales el yo lírico reflexiona y contrapone su estado anímico con lugares e imágenes de distintas geografías en las que se encuentra. En el poema “Frente a los jardines de luxemburgo”, por ejemplo, la voz poética cabila en torno al tiempo transcurrido y su presente: “pienso en lo que he visto / en los últimos días / y sé que necesitaré 20 años más / para nombrar este presente”. Así, su pesimismo empaña la visión del río parisino: “porque hoy el sena es tan sólo / una trenza de río, un agua sin reflejo”. El texto concluye con la resignación a través de la bebida: “los vidrios beben / mientras / yo bebo”.

Algo similar se presenta en “Del viaje”, ahora en otra latitud, Montreal, Canadá. Estos versos se constituyen del contraste entre los múltiples escenarios de la ciudad y sus marcadas estaciones temporales: “un día la seca nieve cubre mapa y horas / otro, el sol es perfecto y mujeres se tatúan la cintura”. Como en el poema anterior, aparecen los espacios bohemios: “en los bares las mujeres desnudas / hablan francés italiano y español”; y concluye también con una reflexión, pero ahora acerca de un pasado que vivió a destiempo: “yo tenía 25 años / pero la ciudad era más joven”.

La segunda parte del poemario posee una naturaleza más heterogénea. Mientras que “Abuela en cama de hospital” retrata la convivencia a la que se ven obligados los parientes cuando un integrante de la familia muere: “niños que sigo sin reconocer / me nombraron tío por ser hijo de mis primos”; en “Poema de las últimas cosas” hay una numeración de nombres de mujeres como entes ficcionales: “beatriz se hizo polvo a media página / leticia en 35 líneas mientras me esperaba desnuda y ebria”.

También aparecen algunas preguntas respecto a su paradero textual, “¿hacia qué palabra se mudaron? / ¿qué libro habitan?”, y a su conformación ficcional: “entre dientes de adjetivos, verbos y sujetos / círculos de canciones a medias / páginas como tranvías a nueva jersey o más allá”. Por su parte, “Zhora muere en Blade Runner” es un ejercicio de écfrasis referencial que, sin embargo, no logra ofrecer una propuesta estética equiparable a la vibrante escena de la película de Ridley Scott.

El último apartado comienza con “Naturaleza muerta con cerveza”, poema en el cual aparece efectivamente el tópico que define esta parte: la bebida embriagante. El texto refiere a una lista que describe, en su trasfondo lírico (casi publicitario), los beneficios de este líquido: “la cerveza es un buen desinfectante de verduras / no causa enfisema, cura ganglios y arregla gargantas”.

En “Mercado Juárez” aparece “la cerveza como carnada”, convirtiendo al espacio que rodea a la voz lírica en uno que podría habitar cualquiera: “algo en el traspatio / donde la fiesta significa / un bar a media acera”; es decir, el emblemático mercado de la frontera representa un lugar iluminado por la cotidianidad, donde “cada trago incendia / la madera del saludo”.

En el poema que pertenece a la sección “Misiva” el ambiente se antoja de nuevo bohemio, aunque ahora con tintes más decadentes, además de una manifiesta línea entre los dos grupos protagónicos, quienes se acercan a la burla: “hombres vestidos de mujer”, dentro de los cuales se cuenta el yo lírico, pues “mis amigos abrazan / a la delgadísima / y ella los besa y se muerde las uñas”; y “mujeres que fingen serlo y se tropiezan cuando buscan el baño”.

Por último, en “10 años después”, se encuentra “Hombre en oficina”, una pequeña odisea de escape del tedio a través de la imagen. Dividido en cuatro partes, el texto comienza con la estela de un pájaro y el recuerdo de una multitud de mariposas que detonan una serie de cuadros: un travelling cinematográfico que halla los momentos precisos en los que el tedio y la cotidianidad se tornan poéticos:

“desde esta ventana / que por las mañanas el sol / aja la piel de mi brazo derecho / he visto al mundo ser muchos” […] “se escuchan el reloj y el zumbido de las máquinas calentando el aire / el claxon como clavo en medio de una madera de quietud”.

En la segunda parte se ilumina un cerrar de ojos en un ambiente onírico costero que tiene “el barco más grande del mundo / que se aleja con la velocidad del caracol / [y] es un tambor apenas tocado por los dedos de un niño”.

La tercera fracción, por su parte, radica en el abrir de ojos: “atrás quedaron las mariposas y la ciudad por la que daría un brazo”. Por último, llega el fin de la espera, la hora más deseada y “la lluvia entonces marca la hora de salida”.

Esta composición es, a mi parecer, la que más se destaca en el libro en cuanto a su calidad lírica. En él aparece un hombre “normal”, un oficinista que compone poesía a partir de ciertos momentos cotidianos, como la espera para salir del trabajo; mientras que en los demás textos resulta evidente el oficio de escritor del yo lírico, es decir, alguien que acostumbra moverse en espacios poéticos habituales o bohemios (“frente a los jardines de luxemburgo”), y por ello escribe sobre el alcohol (“naturaleza con cerveza”) o sobre su propio oficio (“poema de las últimas cosas”). En este sentido, confieso que me hubiera gustado leer un poemario con los atributos que caracterizaron solo al último texto.

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ENSAYO desde Juárez | Willivaldo Delgadillo reconstruye el horror del sexenio Calderón en Garabato

sábado, marzo 14th, 2020

La tercera novela del autor se encuentra motivada por el contexto de inseguridad y militarización que marcó al país entero, especialmente a la frontera, durante el mandato de Felipe Calderón.

La mercancía existe por la demanda. El narco y la frontera aparecen en boca de todos y, en consecuencia, consciente o inconscientemente, los mismos escritores y pensadores lo asumen como un todo.

Por Grecia Márquez García

Ciudad Juárez, Chihuahua, 14 de marzo (JuaritosLiterario).- Willivaldo Delgadillo nació en Los Ángeles, California en 1960. Quizás aquella ciudad estadounidense con tanta presencia latina anunciaba su relación futura con las fronteras, geopolíticas, lingüísticas y culturales, pues el escritor, periodista, traductor, catedrático y activista ha pasado su vida entre Ciudad Juárez y El Paso.

Rescata las historias que han transitado por estos lugares y él mismo se ha vuelto, gracias a sus audaces textos, un referente en el ámbito bifronterizo, incluso un personaje.

Su producción novelística se inauguró a finales de los noventa con la publicación de La virgen del barrio árabe (1997) –reeditada diez años después–, luego apareció La muerte de la tatuadora (2013), la cual se antoja una secuela por el espacio ficticio en que se sitúa. Garabato (2014) constituye la última de sus entregas y se diferencia de las anteriores en que tiene por escenarios lugares concretos: Alemania y el norte de México, Ciudad Juárez, el cual se ve como un zoológico o laboratorio experimental desde el extranjero.

En esta ocasión me interesa abordar la tercera novela del autor, pues se encuentra motivada por el contexto de inseguridad y militarización que marcó al país entero, especialmente a esta geografía durante el mandato de Felipe Calderón. Recrea el terror que, pese a toda la tristeza y esfuerzo de la ciudadanía, no ha cesado y regresa con nueva piel y brío a infligir heridas.

Garabato trata sobre la travesía de Basilio Muñoz durante un congreso de literatura mexicana en la nación europea. Lo convoca al evento el Consejo Nacional para la Cultura como sustituto de Billy Garabato, el escritor verdaderamente esperado, cuya ausencia sonora –declinar la invitación le convirtió de pronto en un misterio interesante de comentar–lo incita a sumergirse en la literatura de su coterráneo.

En el encuentro se posicionan dos bandos con opiniones previamente formadas que mantenían continuos roces: los finolis del centro de México, quienes objetan que todo lo escrito en el septentrión resulta intrascendente debido a la pobre calidad estilística y líneas argumentales enfocadas en el narcotráfico, la vida de cantina y burdel, el spanglish y el rigor desértico; y los toscos, que, jugando al nomen omen, reclaman el valor de la escritura del entorno como registro histórico y critican la poca capacidad de los otros para apreciar todo lo que salga de provincia.

Basilio, al enfrentarse a Maya Taylor (de juicio centralista), teórica “especializada” germana que nunca ha pisado Latinoamérica, no encuentra un lado desde el cuál posicionarse, ya que, si bien comparte lugar de origen con los toscos y Garabato, él mismo no puede negar la “etílica norteña”. Por ello, en pos de formarse una voz propia lee –y nosotros también– la trilogía: De alba roja, Moteles del corazón y Sicario en el jardín del pulpo.

Los referentes de Delgadillo son reales. La discusión tiene años. En el 2004, Eduardo Antonio Parra contesta en el ensayo “El lenguaje de la narrativa del norte de México” a las invectivas dichas por Rafael Lemus en “Balas de salva: Notas sobre el narco en la narrativa mexicana”.

El primero explica cómo, efectivamente, estas obras atrajeron cada vez a más clientes, pues los temas de armas, alcohol, drogas, mujeres, etcétera, excitan a las masas; no obstante, señala que existe en estas coordenadas obras que van más allá y continúan una tradición sin dejar de ser innovadores.

La continuación del estereotipo ha dibujado la imagen de la sangre con tinta indeleble como único signo que nos conforma; pese a ello, resulta un beneficio que nuevos públicos se adentren en nuestros textos y formen su propio corpus hasta reconocer la existencia de dicha herencia. Sin embargo, no podemos dejar de lado que tanto para ojos de lectores asiduos, curiosos o “especializados” –ejemplificados en Taylor–, así como para los inexpertos –jóvenes o adultos– la sangre fresca pero insensible parece un espectáculo más.

La mercancía existe por la demanda. El narco y la frontera aparecen en boca de todos y, en consecuencia, consciente o inconscientemente, los mismos escritores y pensadores lo asumen como un todo.

Basilio Muñoz, en un inicio, representa a ese escritor que pretendiendo ser muy “consciente” y “crítico”, es más bien escéptico y no se atreve a asumir ni a rechazar alguna de las posturas anteriores. Ajeno, aburrido de leer los textos de sus congéneres, baja la cabeza cuando le señalan aquellos vicios (literarios y de autoría) en los que él también encaja. Sin embargo, el trabajo de reflexión al seguir la obra de Billy, cuya voz no se manifiesta sino a través del símbolo, lo encamina hacia la empatía y a un significado profundo, difícilmente expresable con palabras.

La primera novela de Billy Garabato, De alba Roja, cuenta la historia de un fotógrafo que se desplaza desde Ciudad Juárez hasta Samalayuca para cubrir un asesinato en las dunas; situación que termina convirtiéndolo en objeto de persecución y chivo expiatorio de las mismas instituciones que lo avalan. En la actualidad, la desaparición y otros riesgos experimenta la prensa no se han solucionado, pues los perseguidores a veces son los mismos. Pese a su importancia, esta primera novela no logra cambiar al protagonista.

Moteles del corazón, por su parte, aborda la anécdota de un hombre que circula sobre la Panamericana intentando acostarse con una mujer y encuentra riesgos y muerte en el camino. La segunda entrega de Garabato pone a dormir a Basilio. La prueba definitiva se encuentra en la última pieza, Sicario en el jardín del pulpo, cuyas líneas contaminan las del congreso en Berlín.

Esta es la más compleja y rica en registros sociales, lingüísticos y emocionales. Un hombre que trabaja en una menudería junto a un puente citadino, narra el hallazgo de un colgado sobre el cual han dejado un mensaje claro y sin alternativas. El impacto lo saca de su trabajo y lo lleva a vagabundear y vivir la pobreza en las calles del centro urbano, hasta que un día se encuentra al dueño de una tienda de antigüedades y comienza a trabajar para él.

La presencia de la violencia en todo su entorno y los consejos de su jefe cambian su perspectiva, aunque no su destino. El final de esta novela lo discuten Maya y Basilio, pero nosotros lo desconocemos. De súbito, un fragmento perdido se inserta en el marco de la acción principal. Somos doblemente mediados, pues no solo nos acercamos a tres novelas insertas en una mayor, sino que lo hacemos gracias a otro personaje.

Una nueva mirada adquirida a través de la paulatina comprensión de las lecturas cambia a Basilio y lo lleva a tomar una postura clara, aunque con un lenguaje silencioso. La lección queda también para el lector de Garabato: hay que alejarse de esas bocas que “lo único que quieren es tener una escenografía para contar los cuentos que ya traen en la cabeza, a veces hasta le cambian el nombre a las calles y a las cosas”. “El miedo vende”; no obstante, pese al tema, Delgadillo traza una línea con la mercadotecnia, señalando que no está ahí para continuar con ese busssines.

La trilogía del autor norteño Billy, la cual habla por él y subraya un cúmulo de referentes con la realidad fronteriza, permite interpretar que el mismo Delgadillo escribe porque tiene que hacerlo y lo hace solo cuando verdaderamente van a escucharlo.

El silencio y las ausencias responden con fuerza a la violencia y su promoción y, al mismo tiempo, brindan la oportunidad a otros de descifrar las balas de modo distinto. Leer las pocas más de doscientas páginas vale la pena porque, conozcamos o no a la gente y las calles de Juárez, nuestra realidad exige que empaticemos con el sufrimiento de otros.

Sin duda, la editorial Samsara, ubicada en el centro de México, cambió del bando de los finolis con la publicación de Garabato; después de todo, el término budista simboliza la oportunidad de volver a nacer. Finalmente Basilio regresa a su ciudad y nosotros nos reconectamos con las nuestras.

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“La literatura está latiendo y nos acompaña”: 8vo Encuentro Nacional de Escritores en Ciudad Juárez

sábado, febrero 29th, 2020

El encuentro no sólo reunirá a escritores jóvenes de todo el país, también contará con conferencias de autores renombrados como Daniel Chacón, Enrique Serna, Balam Rodrigo, Jairo Buitrago y Ana Clavel. Habrá diversos talleres, presentaciones de libros, entre otras actividades.

Este año, el comité decidió que el evento estaría en Juárez, en el marco de la Feria del Libro en la Frontera, del 26 al 30 de mayo. El fin es que posteriormente pueda moverse a otros municipios de Chihuahua, incluyendo los pueblos de la Sierra Tarahumara.

Por María del Carmen Rascón Castro

Ciudad Juárez, Chihuahua, 29 de febrero (SinEmbargo).-Hace ocho años, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, seis estudiantes aspiraron a realizar una jornada literaria de tres días con la presencia de un invitado especial.

La idea creció hasta convertirse en el Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes (ENEJ), abriendo un nuevo espacio donde pudiera conocerse lo que se está escribiendo en el país, con la finalidad de erradicar la cultura de la no cultura.

Para la primera coordinadora del ENEJ, Tzeitel Velo, el proyecto trascendía egos y protagonismos. Se acordó que llevaría el nombre del autor Jesús Gardea, nacido en Delicias, Chihuahua en 1939. Este año, el comité decidió que el evento se llevaría a cabo en Ciudad Juárez, en el marco de la Feria del Libro en la Frontera, del 26 al 30 de mayo del 2020.

Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes 2017. Foto: Especial

En palabras de Fernando Hernández Ramos, coordinador del ENEJ: “La literatura no es un espacio cerrado, sino abierto, en el que todos estamos conviviendo”. El objetivo del Encuentro es crear un espacio donde pueda materializarse esta convivencia, para que deje de pensarse a la literatura como algo muerto, cuando en realidad está latiendo y nos acompaña día con día.

Se decidió que la sede sería Ciudad Juárez para descentralizar el evento trasladándolo a la frontera, con la intención de que posteriormente pueda moverse en otros municipios del estado de Chihuahua, incluyendo los pueblos de la Sierra Tarahumara.

Alumnos y maestros de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y la Universidad de Texas en El Paso se han unido para dar vida a este Encuentro, que no sólo reunirá a escritores jóvenes de todo el país, sino que contará con charlas y conferencias de autores renombrados como Daniel Chacón, Enrique Serna, Balam Rodrigo, Jairo Buitrago y Ana Clavel. Habrá diversos talleres, presentaciones de libros y proyectos editoriales independientes.

Además, dentro del calendario de actividades, se inserta el tradicional homenaje a Jesús Gardea, con la participación de Roberto Bernal y Mónica Torres Torija, quienes charlarán acerca de los estudios que han realizado sobre la obra del escritor chihuahuense, al tiempo que presentan la antología de ensayos críticos Casi toda la luz. Textos Críticos en torno a Jesús Gardea.

Asimismo, la artista visual Tania Petit presentará su exposición “Un momento luminoso”, basada en la abundancia de luz, reflejo y sol en la obra literaria de Gardea. Dentro de la instalación se proyectarán videos del escritor leyendo fragmentos y textos completos de su autoría, al igual que numerosas fotografías. Se ha propuesto que Margo Glantz participe en el homenaje y se extenderá la invitación formal a la viuda del autor de Los viernes de Lautaro y Septiembre y otros días.

Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes 2018. Foto: Especial

La convocatoria se extiende a todo el público y los interesados pueden participar en las categorías de creación literaria, ponencia, proyecto editorial, spoken word, novela gráfica y fotografía. Cabe mencionar que este año se realizará una antología con los textos de creación de todos los participantes.

Tienen hasta el 10 de abril del 2020 para enviar sus trabajos y pueden consultar la convocatoria completa en la página de Facebook Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes Jesús Gardea.

“Sentí la obligación de escribir sobre la trata y los feminicidios”: “Pilo” Galindo, dramaturgo juarense

sábado, febrero 29th, 2020

El autor chihuahuense habla acerca de Lomas de Poleo y El caimán y los sapos, dos de sus obras de teatro más reconocidas, cada una con una denuncia social: los feminicidios en Ciudad Juárez y la historia de violencia física, sexual y psicológica que vive un grupo de chicas, casi niñas, secuestradas por una red de proxenetas.

Edeberto cuenta cómo le afectaron los crímenes y la responsabilidad que sintió como autor: “Me volví muy psicótico, mis hijas eran adolescentes, muy pequeñas […] “Me estremeció mucho el tema, necesitaba escribirlo y lo hice, por todos los que cierran los ojos para no ver”.

Por Sandra Rosas

Ciudad Juárez, Chihuahua, 29 de febrero (JuaritosLiterario).- Dos de la tarde de un jueves, la ciudad me quema. Estoy en el Sanborns de la avenida Paseo Triunfo de la República, en Ciudad Juárez. Espero al escritor y dramaturgo chihuahuense Edeberto “Pilo” Galindo para una entrevista.

Le he pedido que conversemos sobre dos de sus obras de teatro: Lomas de Poleo (morir con las alas plegadas) y El caimán y los sapos. La primera aborda el tema de los feminicidios en Ciudad Juárez a finales de los años noventa. La otra pieza denuncia la historia de violencia física, sexual y psicológica que vive un grupo de chicas, casi niñas, secuestradas por una red de proxenetas.

Ambos temas, el día de hoy, presentes y urgentes de resolver en todo México. Estoy a punto de apretar play, mientras la ventana pareciera proteger con sus barrotes negros el aire.

***

—Sandra Rosas (S): Sobre la trata de personas en México, ¿quiénes lo saben y por qué lo callan?

—Pilo Galindo (P): Escribí El caimán y los sapos cuando descubrí la historia de una muchacha que logró liberarse de un grupo de proxenetas. Me estremeció mucho el tema, necesitaba escribirlo; lo necesitaba como escritor, como persona, como juarense, como ser humano. Y sí, es muy fuerte, pero debía hacerlo y lo hice, por todos los que cierran los ojos para no verlo, los policías que se corrompen, la gente que vende chucherías y sabe que las chicas están ahí. Yo sentí que era mi obligación.

A mí la obra no me gusta. Entiendo cuando me dice la gente: “¡Ay!, me sentí muy incómoda” … ¡De eso va, de eso se trata! Imagínate, la trata de personas es una historia donde no hay salidas. Por eso, en la puesta en escena de 1939 Teatro Norte tampoco las hay. Aquí no hay para dónde hacerse. Cuando la chica dice “no me gusta mi vida, cómprame el veneno para ratas” al momento de acabársele la esperanza, representó mi pesar cuando empecé a descubrir esas cosas terribles. ¿Cómo se sentirán ellas, ahí, encerradas, salpicadas con su propia sangre? Yo sentí esa obligación, y pensé que con la escritura de la obra me iba a drenar.

Montaje de “El caimán y los sapos”. Foto: Juaritos Literario

El caimán y los sapos es una crítica a nosotros, porque todos somos culpables, corresponsales. Yo soy culpable, me guste o no, soy corresponsable de este asunto, por mi violencia, porque me tardé en dar con este tema. Y, sí, es muy fuerte, pero necesitaba escribirlo y lo hice. He escrito ya sobre las diferencias sexuales, la discriminación por el color de piel, por la religión. En este caso, una noche, estando con mi hija, le pedí que buscara la canción de Chayanne, Un dos tres. Si te das cuenta, todas las personas abrigamos la ilusión de un primer amor y las adolescentes más; por ello, también estamos obligados a ver lo que más nos duele.

Escribir la obra de teatro no va a cambiar el mundo. Picar en tu conciencia, eso es lo que debiera pasar y no pasa. Estamos obligados a ver el lado que nadie quiere ver y que es el que más nos duele. Finalmente, hay que decir que esa mayoría silenciosa que elige no mirar, está ahí a la par de una minoría que se preocupa por el exceso de plástico, por los animales… Esa minoría son gente salvando el mundo sin saber que lo salvan, gente que hace posible un mejor mundo.

—S: ¿Tu teatro es una denuncia?

—P: Claro, desde luego. Es denuncia, una acusación a nosotros como sociedad. Es documento. En este momento alguien se está robando a una niña. No obstante, como decía la chica en escena “El hecho de que hagas una película no va a resolver nada”. Tú vas por la Sullivan, en el Distrito Federal y ves a las muchachas disfrazadas de mujeres, casi en ropa interior, y pasan los católicos por ahí y no las ven, pasan los beatos y no las ven, pasan los policías y no las ven.

—S: ¿Cómo surge la publicación de tus obras completas de teatro?

—P: Hay un premio nacional de dramaturgia que se llama Juan Luis Alarcón. Mi hija y mi esposa le propusieron a la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez que me eligieran, pero no quiso. Entonces, la Universidad de Querétaro me propuso. Cuando obtengo el premio, cuando supieron que me había ganado el premio, pues los de aquí de Juárez se agüitaron. Para corregir este descuido, querían publicar todas mis obras. Mi hija Austria hizo la selección. Tenía 60 obras. Luego vinieron y me dijeron “queremos que hagas un cuento sinfónico”; lo hice gratis. Se llenó el teatro. Después, les pedí ayuda con la compra de un boleto de avión para ir a Querétaro y no me lo dieron. Así son estos gobiernos. Usan a los artistas y cuando no les sirven los desechan.

—S: ¿Cómo ve la luz tu obra de teatro Lomas de Poleo?

—Después de que monté Puente negro, alguien me preguntó que de qué iba a escribir en mi siguiente obra. “Yo voy a hablar sobre los feminicidios”, dije. Por ese tiempo estaba escribiendo Amores que matan, en la cual hablé sobre los indocumentados; me gané una mención de honor con ese texto. Tiempo después, cuando trabajaba en Dallas en un McDonald’s, Eduardo Trías me llamó por teléfono y me dijo que se acaba de ganar la beca para escenificar tres obras de teatro. Me propuso que regresara y presentara Lomas de Poleo. “¿Pero Lomas de Poleo? Todavía no la escribo”, le dije. Y me hizo regresar a Juárez.

En esa época me volví muy psicótico, mis hijas eran adolescentes, muy pequeñas, por lo que me afectaron mucho esos crímenes. Lo difícil es que cuando escribes también tienes que ser el asesino. El escritor tiene que convertirse en cada uno de los personajes para poder entrar en diálogo.

En este caso, la escritura vino del caso de Barrio azul. La escribí basándome en el tolteca, en el Egipcio, en los dueños de bares que cometieron muchas atrocidades contra niñas, en eso me basé. Yo pensaba: “A ver, qué tipo de miedos tienen esos tipos. Ellos de lo que tienen miedo es de que descubran quiénes son. Porque ellos son padres, señores de oficina, hombres comunes y corrientes.”

—S: ¿Cómo narrar el feminicidio y escenificarlo sin violentar nuevamente a las víctimas?

—P: Alguien me cuestionó si pondría en el escenario la violación. No, ya las mataron una vez, no hay que volverlas a matar. En la primera escena de Lomas de Poleo, la chica tumba al suelo al violador y le saca el corazón, mientras le preguntaba qué iba a hacer con ella. Volvieron a interrogarme, “Pero, ¿la chica le está haciendo eso al muchacho?”. No, ella le está haciendo lo que a ella le hicieron. Invertimos el papel, porque no quería volvérselos a hacer.

Porque fueron hijas, hermanas, madres y nunca pensaron que les iba a pasar eso. Eran gente como tú y como yo, gente normal que vivió el horror. No estaban tan lejos, pasaron rozándonos el hombro. Eran gente que estaba aquí, oímos su risa. No son distantes.

Fueron a la tienda, fueron al baile, fueron al trabajo, a la maquiladora y no volvieron. “Salí de mi casa y en esta bolsa están todos mis gritos”, dice una chica, en otro momento de la obra. Cuando yo la estaba escribiendo pensaba: “Son niñas, son niñas que un cabrón despedazó y con ello despedazó a mucha gente”.

—S: ¿Cómo te sientes cuando dicen que eres el dramaturgo más famoso de Chihuahua y del Norte?

—P: Bochornoso. Me da pena. Ahora en Guadalajara me decían: “Oiga, lo invitamos allá.” Yo no pasé al público, me da pena. Soy muy vergonzoso. Empecé a mandar obras de teatro a concursos, porque me estaba muriendo de hambre y claro que da gusto pasar de pedir 20 pesos para la gasolina a escuchar que acabas de ganar 50, 000 pesos o 100, 000 pues. Un concurso no hace tu obra mejor, pero te da reconocimiento. Sin embargo, la lisonja no me gusta, huyo de ella. Nunca perseguí eso. No escribo para eso; aunque mentiría si te dijera que no me gusta el reconocimiento. Yo me estaba muriendo de hambre.

—S: ¿Sobre qué estás escribiendo ahora?

—P: Ahora estoy hablando sobre el abandono. Cuando nos hacemos mayores, cuando nuestros padres se hacen mayores dejamos de oírlos, de verlos. Muriel Barbery decía que dejamos a los mayores en esos mataderos como a un perro viejo.

Así hacemos con nuestros padres, con nuestros abuelos. Y pienso que a mí me hizo falta abrazarlos, quererlos más. Yo vivo casi al resguardo de mi máquina de escribir, me refugio mucho en mi trabajo. A lo mejor y debo escribir obras más esperanzadoras. ¿Tú crees que hay esperanza? La esperanza también es una ilusión.

—S: ¿Pilo Galindo en un par de palabras?

—P: ¿Sabes que soy autodidacta? Yo no estudié ni español, ni gramática, ni dramaturgia. Cuando imparto un taller de dramaturgia y me preguntan “maestro, ¿qué método va a utilizar?”, siempre digo, “pues, el mío”. Ese es el único que conozco. Creo que si los escritores no tienen nada que decir, no deberían escribir. No solo porque esté de moda un tema hay que escribir sobre él. Víctor Hugo Rascón Banda decía que mi teatro se parece mucho a el teatro alemán. Pero, yo no lo sé. A mí solo me gustaría que mi trabajo, el trabajo de Pilo, se conociera.

Le pido que me firme el libro Antología teatral y nos despedimos con un abrazo.

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ENSAYO desde Juárez | Reflexiones sobre el suicidio en Detén mis trémulas manos, de Mario Lugo

sábado, febrero 22nd, 2020

Con una mezcla de elementos periodísticos y literarios, el escritor juarense persigue una respuesta; busca comprender por qué alguien se quita la vida, desde varios enfoques: mitología, sociología, psicología y, por supuesto, la palabra escrita.

El suicidio no tiene la misma connotación en distintos contextos ideológicos. Su carácter actual negativo responde a la religión. Así, Lugo contrasta la cultura maya y el consuelo que ofrece esta teología, con la imagen de eterno penitente en La divina comedia.

Por Héctor González

Ciudad Juárez, Chihuahua, 22 de febrero (JuaritosLiterario).- Hace cuatro años terminé de leer Detén mis trémulas manos: crónicas de suicidios, del escritor juarense Mario Lugo. Meses después, prometí una entrada de blog para Juaritos Literario. Me resultaba conflictivo hablar sobre el tema sin terminar con una reseña superficial o cercana al morbo, aunque el texto se aleja de esto último.

Sin embargo, cada tanto escuchaba o leía sobre los elevados índices de suicidio en nuestro estado, de los más altos en el país, y volvía a recordar el libro de Lugo; pensaba en la vigencia de las crónicas, pero me seguía pareciendo un tanto oportunista vincularlas con las noticias de la ciudad. Aún lo considero un libro difícil de reseñar, de distinguir su valor más allá del asunto que examina.

Escribo ahora debido al malestar que sentí al leer en la página de Facebook de El Diario una nota sobre suicidio acompañada con un comentario juzgando como “una salida fácil” la decisión de quitarse la vida –como si fuese algo sencillo–. Desafortunadamente, ya no logré recuperar la nota de las redes sociales.

Quiero entender la intención detrás del comentario como un intento por generar mayor reacción de los usuarios; no obstante, un prejuicio como ese refleja el menosprecio y la condena a un conflicto que se extiende más allá de lo evidente. Y es que el suicidio adquiere siempre tintes más sombríos en una cultura tan permeada por el cristianismo como la nuestra; aunque no todos lo profesen, su presencia se cuela a través de mitos bíblicos, que terminan por reproducir cierto modo de apreciar la vida y, por ende, la muerte, entendida como un conflicto teológico-metafísico.

Pienso en el conocidísimo relato del pecado original y el paraíso perdido –nutrido, como muchos, por mitologías distantes–, que puede llegar a restringir el valor que damos a la vida, reducida a un intermedio entre lo abandonado y lo recuperable; es decir, sin importar quién seas, ya se ha perdido algo: la vida inicia como una carencia.

Mito de Caín y Abel. Foto: Pintura de Giovanni Domenico Cerrini (Óleo sobre lienzo)

Para la mitología-ideología cristiana no hay fe en el ser humano por sí mismo; la muerte de Abel a manos de su hermano Caín no resulta muy optimista al entenderse como anuncio de nuestra propia naturaleza. Entonces, el auxilio tiene que venir de fuera. El valor de la vida humana se reduce y aumenta el de la celestial: el suicida renunciará a las dos.

Y aquí inicia el punto de contacto de estas –no tan nuevas– reflexiones y el aspecto más interesante de Detén mis trémulas manos. El suicidio no tiene la misma connotación en distintos contextos ideológicos. Su carácter actual, tan negativo, responde directamente a la presencia de creencias de origen religioso; en este mismo tipo de ideas puede encontrar una respuesta menos agresiva. A partir de una cita sobre la cultura maya, Lugo contrasta el consuelo que ofrece esta teología respecto a la imagen de eterno penitente que, a partir del imaginario de La divina comedia, se ha consolidado:

“Ixtab, diosa del suicidio, está relacionada con la creencia en la vida póstuma paradisíaca. Aquellos suicidas que mueren por ahorcamiento reciben la protección de esta diosa cuyo nombre se traduce literalmente como ‘la de la cuerda’. Garantiza un paraíso a quienes se quitan la vida de esta manera”.

Luego añade, en contraposición, una imagen tomada de Dante que, aunque bella, registra un destino más cruel:

“Cuando Dante, acompañado de Virgilio, atraviesa el valle de los suicidas no atina a ubicar el lugar de tanto lamento. No es sino hasta que, a instancias del maestro, rompe una rama descubriendo que ese trozo gris de madera destila sangre a la vez que el suicida le reprocha su inhumanidad por herirlo”.

Grabado que representa una escena de “La Divina Comedia”, poema escrito por Dante Alighieri. Foto: Especial

Es notoria la diferencia entre ambas percepciones: el reposo ofrecido desde la visión prehispánica frente a la violencia de la judeocristiana. Considera el cronista que el suicidio no solo tiene como consecuencia un castigo, sino que es el castigo mismo:

“Si recordamos el papel que ha jugado el ahorcamiento como forma de autocastigo, legitimado por Judas poco después de la crucifixión de Jesús, se puede tomar como un valor entendido y aceptado que el suicidio de Judas fue un autocastigo más que merecido. Ya que a todas luces el causar daño al hijo de Dios condiciona por necesidad hacerse acreedor a un castigo y, por otra parte, no ser digno de misericordia”.

II

Sobre el acercamiento al tema, también hay aspectos por revisar. Primeramente, el texto combina elementos periodísticos y literarios con irregular fortuna a través de los fragmentos que integran Detén mis trémulas manos. La estructura recuerda a la utilizada en Delirium tremens por el también juarense Ignacio Solares: casos intercalados que aparecen en solo una ocasión con las crónicas sobre Aristeo o Mauro, así como el testimonio de los suicidios del padre y del abuelo del autor.

Pero su historia no se ficcionaliza del todo; no hay trama en la descripción de sus vidas y el modo en que han decidido terminar sus días. Otros casos rescatados en el libro son investigados por Lugo a partir de notas en el periódico, que le llevan a indagar e intentar comprender la inmolación.

Más allá de la trágica familiaridad que el tema tenga sobre el autor, uno de sus aciertos radica en la persecución de una respuesta desde varios enfoques: mitología, sociología, psicología y, por supuesto, literatura. Así, la inserción de pasajes inconexos responde más a la necesidad de ahondar en compresión que a configurar un texto unitario o estético.

Sin embargo, creo que Lugo no logra penetrar en el mundo interior de estas personas, de Bernardino, soldador ambulante; de Josefina, que a sus 30 tuvo el coraje de divorciarse a pesar de las críticas para después ser abusada por un supuesto amigo; de José Ángel, quien no soportó ser condenado a 30 años de cárcel; de Don Enrique, un hombre avejentado por la muerte de su esposa y descuidado por sus hijos; de María Luisa, que optó por una sobredosis.

Extrañamente, al final, el cronista termina por catalogar al suicidio como una “terrible amenaza” y un “deseo de muerte” y, derrotado, ruega a Dios no nos permita morir por nuestra propia mano.

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Élmer Mendoza: En el norte hay magia en sus espacios y su gente, pero no es vista por la violencia

sábado, febrero 8th, 2020

Referente de la literatura del norte y la novela negra mexicana, el escritor sinaloense Élmer Mendoza regresa con La cuarta pregunta, libro que sigue las aventuras del Capi Garay, un joven bondadoso y valiente, que junto con sus amigos, viaja en el tiempo en busca de un tesoro en el Desierto de Sonora.

El autor destacó la producción literaria que existe en esa latitud: “El centralismo en nuestro país ha durado mucho tiempo, nosotros rompimos con este esquema”, afirmó y dijo que a pesar del contacto constante con la violencia, el norte también debe ser narrado en otro sentido, un sentido de solidaridad y respeto por los demás, no sólo enfocarse en la tragedia.

Ciudad de México, 8 de febrero (SinEmbargo).- ¿Cómo podemos vivir una época tan violenta y no morir en el intento?, se pregunta Élmer Mendoza, un escritor sinaloense que comenzó su carrera literaria en 1978 y desde entonces no paró de crear historias. Su última novela, publicada bajo el sello Alfaguara, sigue las aventuras del Capi Garay, un joven de 19 años, bondadoso y valiente, que, junto con sus amigos, viaja en el tiempo en busca de un tesoro en el Desierto de Sonora.

“En lo que escribo hay una combinación de la parte humana que todos tenemos, con el contacto inevitable de una época en la que hay mucha violencia, mucha gente que le ha perdido el respeto a las leyes, el respeto por los otros. En el caso particular de La cuarta pregunta, está la capacidad de los jóvenes que viven en libertad, tienen aventuras, hacen amigos y la pasan bien, pero siempre con un sentido de servir a los demás”, comparte el autor, quien confiesa que durante el proceso de escritura tuvo “muchos momentos de fascinación”.

Importante referente de la literatura del norte y la novela negra mexicana, Élmer nos cuenta qué significa para él traducir su región en palabras, que a pesar de ser una zona conflictiva, resguarda colores, desiertos y montañas que valen la pena ser narrados:

“Me gusta escribir cosas del norte porque hay una magia en los espacios, en la gente que está en la sombra de la violencia, de la migración, del muro, de la presencia del narco, de las dificultades comerciales con Estados Unidos. Esa parte mágica luego no es percibida. La gente sólo ve temas como los Lebarón y la tragedia. […] Para mí es atractivo trabajar con otra parte de lo que pasa, de lo que somos, y crear personajes que se muevan en otro sentido”, afirma.

Un tema obligado es la producción literaria que existe en esa latitud. Respecto a esto, Élmer opina que los autores han consolidado una identidad estética y de espacio y destaca los talleres que ha impartido en Tijuana, Hermosillo, y sobre todo, el grupo de Ciudad Juárez.

“Veo a la gente trabajando muy fuerte. Hemos ganado lectores en otros países y en algún momento también habrá interés por traducirlos […] El centralismo en nuestro país ha durado mucho tiempo, nosotros rompimos con este esquema”, dice orgulloso. 

Te presentamos una entrevista para Puntos y Comas, acerca de La cuarta pregunta (2019), un libro que, en palabras del autor, está dirigido “a los jóvenes que ya están en transición de convertirse en adultos o a los adultos de cualquier edad que aman las aventuras y que tienen ese gen de juventud que los mantiene sonrientes toda la vida”.

Vuelve el Capi Garay en una nueva entrega de aventuras. Esta vez ha sufrido un descontón de su morra, y lo único que atina a hacer es pedirle tips a un cura para recuperarla; pero en lugar de hacerla de “doctor corazón”, el padre Celerino le entrega el mapa de un tesoro y pistas para hallarlo, antes de morir balaceado. Sintiéndose comprometido, el Capi se lanza a un road trip con sus amigos tras la pista. A través de portales del tiempo, el Capi, Dante, Murakami, Adria y Lluquet se embarcan en una peligrosa misión viajando de una época a otra mientras descubren otras realidades a bordo de un jeep. La fortuna que buscan está llena de misterios y el camino para llegar a ella no es precisamente una ruta turística con vista panorámica.

***

—Tu libro tiene algo de road trip, ciencia ficción, romance y novela policiaca. ¿Ubicarías esta obra dentro de un género en particular?

—Hay una mezcla de varias matrices literarias y no supe cómo ubicarlo desde un principio. El universo al que está dirigido el libro es a los jóvenes que ya están en transición de convertirse en adultos o a los adultos de cualquier edad que aman las aventuras y que tienen ese gen de juventud que los mantiene sonrientes toda la vida.

Me gusta escribir sin calificativos o etiquetas, pero me gusta mucho esta parte de la literatura que hago, que no tiene que ver estrictamente con la novela policiaca, de escribir cosas del norte porque en el norte hay una magia en los espacios, en la gente que está en la sombra de la violencia, de la migración, del muro, de la presencia del narco, de las dificultades comerciales con Estados Unidos con los aranceles. Esa parte mágica de los espacios, los colores, las lejanías de nuestros desiertos y nuestras montañas, luego no es percibida.

Tenemos por ejemplo la Sierra de Chihuahua, pero la gente sólo ve el tema de los Lebarón y la tragedia que pasó. Entonces eso para mí es muy atractivo: trabajar con otra parte de lo que pasa, de lo que somos como región, y crear personajes que se muevan con otros intereses, que se mueven en otro sentido e incluso son capaces de tener alucinaciones, en el caso de esta novela.  

—Para los que no conocen a Capi Garay, ¿puedes describirlo? ¿Cuáles son sus motivaciones como personaje?

—Capi Garay es un chico que tiene ahora 19 años; está estudiando Agronomía porque su padre es ganadero, tiene un rancho. Tiene un alto grado de bondad. Es un joven valiente, no teme correr riesgos, no teme enfrentar lo desconocido, no se asusta fácilmente. Tiene un sentido de la observación, como que tiene una parte dentro de su cabeza que viaja rápidamente. En El misterio de la orquídea calavera y ahora La cuarta pregunta, tiene esa característica. Pero sobre todo que su capacidad de deducir el mundo siempre es como un juego, sin salirse de su edad.

Aunque siempre hay chicas en su vida, tiene muy mala suerte en los amores; el tipo no es muy atractivo. Es muy chambeador, es capaz de hacer trabajo voluntario, de trabajar por los otros sin pensar cuánto va a ganar. El Capi Garay hace eso en La cuarta pregunta: va a buscar un tesoro, pero tiene muy claro que ni a él ni a al grupo que va con él le va a tocar nada; todo lo que hacen será para una obra de caridad. No le gusta el rock, le gusta la música norteña.

—¿Y acerca de los otros personajes qué nos puedes decir?

—Yo tenía que crear un equipo que se complementara. Tienen un líder, con sus limitaciones, pero que es un líder que ellos reconocen…

Dante es un conductor experimentado que le gustan las carreras extremas, en la arena, las dunas, y su sueño es competir en la Baja Mil, una carrera donde recorren la Península de Baja California, desde Tijuana hasta Los Cabos. ¡Es realmente espectacular! La verdad yo me quedé con ganas de competir con mi jeep [Risas]. Él tiene un instinto para entenderse con las máquinas porque el jeep que llevan ya es un modelo de 1966. Además está estudiando Historia, por lo que cuando van a entrar a un túnel del tiempo, él da la interpretación de donde se encuentran, de los años a los que regresan.

Murakami, que es como el científico, está estudiando robótica y es muy inteligente. Él es de ascendencia japonesa, su padre es japonés y su madre mexicana. Está educado para siempre estudiar, siempre hacer cosas y hacerse responsable de sí mismo. És el experto que da la interpretación científica de todo lo que tiene que ver con el tiempo, la Teoría de la Relatividad. Además es un karateca consumado.

También está Adria, una chica extranjera que se hace amiga de ellos porque está preparándose para ser guerrera del tiempo. Ella es muy buena para los idiomas, escucha una palabra y la identifica. Esto es muy importante porque van a entrar a una zona indígena, donde ella se comunicará con los habitantes. Todo lo que tiene que ver con el asunto lingüístico ella lo va a resolver. Además es una chica de mucho carácter, que cuando ellos llegan a una ciudad y se meten en problemas, ella los regaña muy severamente.

Tenemos a Lluquet, que le gusta cultivar plantas carnívoras, que son como sus mascotas. Es muy bueno para la pelea y presiente cosas. También aparecen varios personajes secundarios, como una persona que se convierte en gato montés o las “luchatrices”, que son chicas que los protegen en momentos muy delicados. Y claro, no podemos olvidar a la novia del Capi, que ya lo cortó y no le da esperanzas.

Es un universo que durante el proceso de escritura tuve muchos momentos de fascinación.

—¿El tiempo es un tema importante en tu narrativa? ¿Qué otros temas impulsan tu escritura?

—En general, cómo podemos vivir una época tan violenta y no morir en el intento. También quiero saber qué piensa la gente, qué soluciones “mágicas” se pueden hallar. Esas son algunas de las cosas que más me interesan.

En lo que escribo siempre aparece una combinación de la parte humana que todos tenemos, con el contacto inevitable de una época en la que hay mucha violencia, mucha gente que le ha perdido el respeto a las leyes, el respeto por los otros.

En el caso particular de La cuarta pregunta, está la capacidad de los jóvenes que viven la vida en libertad, tienen aventuras, hacen amigos y la pasan bien, pero siempre con un sentido de servir a los demás. Somos un pueblo en que todos tenemos que servirnos unos a otros y eso intento plantearlo en el libro.

—¿Cómo ves el panorama de la literatura del norte en la actualidad? ¿Qué autores destacarías?

—Lo veo muy bien, veo a la gente trabajando muy fuerte. Tenemos una identidad del espacio, que está vertido en una identidad estética también. Entonces esto ayuda muchísimo sobre todo cuando hay obras que han antecedido el trabajo de los jóvenes y han tenido éxito, han sido apreciados e incluso se han abierto el camino.

Hemos ganado lectores en otros países y en algún momento también habrá interés por traducirlos a ellos. Esto da confianza, pues el centralismo en nuestro país ha durado mucho tiempo, entonces nosotros rompimos con este esquema y pudimos retratar a una región.

No es fácil darse cuenta de que están haciendo los escritores, pero yo te puedo hablar de los talleres que he impartido en Tijuana, en Hermosillo, y sobre todo el grupo de Ciudad Juárez que es tremendo y en cuyo trabajo cuentan su ciudad, no solamente la violencia.

Uno de los autores que ha podido contar la ciudad, con su desilusión y desencanto, es Alejandro Páez Varela. Él es una de las voces importantes de ahí. Además, no sólo veo un desarrollo dentro de la narrativa, también en la poesía. De hecho Juárez tiene un premio reciente: Jorge Humberto Chávez. Y también tenemos un actor muy importante, Joaquín Cosío, quien también es poeta.

Élmer Mendoza (Culiacán, Sinaloa, 1949) es catedrático de literatura en la Universidad Autónoma de Sinaloa, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, presidente del Colegio de Sinaloa y comprometido promotor de la literatura a nivel nacional. Comenzó su carrera literaria en 1978 y en 1999, Un asesino solitario, su primera novela, de inmediato lo situó, a juicio del crítico Federico Campbell, como «el primer narrador que recoge con acierto el efecto de la cultura del narcotráfico en nuestro país». Con El amante de Janis Joplin obtuvo el XVII Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares y con Efecto tequila (2005) fue finalista del premio Dashiell Hammett.

En 2006 publicó Cóbraselo caro, y en 2008 Balas de plata fue merecedora del III Premio Tusquets Editores de Novela, que lo consagró como escritor de primera fila en el panorama de la novela hispánica. Las novelas protagonizadas por Edgar «El Zurdo» Mendieta –Balas de plata (2008), La prueba del ácido (2010), Nombre de perro (2012), Besar al detective (2015) y Asesinato en el Parque Sinaloa (2017)- constituyen la saga policiaca más emblemática de la literatura mexicana. No todos los besos son iguales, reinterpretación de la Bella Durmiente, llegó en 2018 al público juvenil. En 2018 fue anunciada por la UANL y UAS la Cátedra Élmer Mendoza de novela negra y narrativa del norte.

ENSAYO desde Juárez | En medio de la violencia, 12 jóvenes tejen una memoria colectiva llena de dolor

sábado, febrero 1st, 2020

Estos últimos años en Ciudad Juárez podría ser la carta de presentación de una generación. Me identifico en cada historia, cada anécdota del libro: desde la balacera en la escuela o la búsqueda de refugio en nuestras propias casas, hasta ver cómo nuestros amigos y familiares desaparecían.

Aquí relatamos lo que vivimos durante la adolescencia, lo que nos configura como habitantes del miedo. Soy todos, quisiera ser ninguno. Es difícil borrar la sensación de crecer en un encierro: ahora comprendo la tristeza de los peces que viven en esas pequeñas peceras circulares.

Por César I. Graciano

Ciudad Juárez, Chihuahua, 1 de febrero (JuaritosLiterario).- Susan Sontag escribió: “No debería suponerse un nosotros cuando el tema es la mirada al dolor de los demás”. En ese ensayo, la norteamericana habla sobre la dificultad, tanto ética como profesional, de plantarse ante el dolor ajeno. ¿Cuándo un cadáver tiene la suficiente dignidad para que una fotografía no sea chocante? Lydiette Carrión, en un tuit sobre lo ocurrido el pasado de 10 de enero en Torreón, Coahuila, escribía:

“Pon la fotografía del niño(a) que más ames en el mundo junto a la compu. ¿Cómo escribirías esa historia si ese niño fuera el victimario o la víctima?” Así aconsejaba a quienes tenían que escribir sobre el suceso. Al “nosotros”, aludido por Sontag, habría que agregar la posibilidad de que el dolor sea de “todos”: todos nosotros, toda esta ciudad.

La antología Estos últimos años en Ciudad Juárez (2020), editada por Diego Ordaz y Leobardo Alvarado e impresa por Brown Buffalo Press, en coedición con el Instituto Para la Ciudad y los Derechos Humanos AC y Juárez Dialoga, es una búsqueda y exploración de ese “nosotros”.

Doce jóvenes escribimos sobre lo que fue ser adolescente en 2010, con 3 mil 900 homicidios registrados (la cifra cambia según donde se consulte). Cómo fue presenciar la llegada del Ejército Mexicano y la Policía Federal en 2008, ver cómo desaparecían amigos o familiares al ser asesinados. La triste cotidianidad de mirar a las autoridades entrar a una casa vecina y saber que algo malo pasaba.

Los doce textos –más un prólogo firmado por la socióloga Elda García– se convierten, en conjunto, en una memoria colectiva de ciertos años, de ciertos momentos que marcaron no solo cada biografía sino la historia de la ciudad. Los autores, casi todos, coinciden al rememorar momentos puntuales, como la masacre en Villas de Salvarcar. También figuran villanos en común: Felipe Calderón, Armando Cabada, Julián Leyzaola, los noticieros, el Ejército, la Policía Federal, la Municipal…

El nosotros que la antología crea está rodeado de recuerdos vagos, de siluetas de personas que se alejan, dejando todo borroso, como si esos años se hubieran movido demasiado rápido para quedar en la memoria de cada uno; son solo una fotografía movida, incluso cuando pudieron ser los más largos de todos los vividos.

Omar Baca, en “Paisajes interiores”, lo explica bien: “no me quedan anécdotas, solo una sensación”. El mismo aforismo se puede extender a cada texto, incluso cuando sí hay anécdotas e historias. Graciel S. C., en “Retrato en tres subordinaciones”, escribe no solo del miedo y el encierro, ese tema que pareciera universal en la antología, sino sobre cómo un tipo de violencia genera otros desasosiegos, como el desempleo. En esas oraciones tan breves y puntuales, Graciel describe una historia de tortura, para después convertirlo en una cuestión casi azarosa: ¿a quién le toca morir y no llegar a casa para alimentar al perro?

Esos años, del 2008 a la fecha, pueden recodarse como un agujero negro. Juárez termina por absorber todo lo que se acerca a él. Esa misma fuerza termina por agotar las palabras, o al menos así se interpreta la intervención de Jazmín Cano en la antología: unas páginas manchadas de negro, donde cualquiera puede posar su luto.

Creo que la memoria es el único espacio en el que todos coexistimos, más cuando se trata de recuerdos del dolor colectivo. En Estos últimos años en Ciudad Juárez no solo ponemos nuestra memoria al servicio del lector, sino que develamos una realidad casi nunca tocada: qué fue de quienes fuimos jóvenes en esta ciudad en esas fechas.

Siempre se oye acerca de la “leyenda negra” de Juárez, pero rara vez se recuerda que las ciudades tienen habitantes, que quienes morían no eran solo “daños colaterales” de la guerra contra el narco, como lo expresó Felipe Calderón en su momento. Eran amigos, primos: la familia de alguien cercano.

Esta antología es un híbrido que acepta todo tipo de formas para expresar una misma idea. Lo estético no se contrapone a lo formal. Pero no es necesariamente “literatura” lo que encontramos, o lo que pretendíamos hacer. Cada texto es una respuesta diferente a la misma pregunta, doce réplicas de miles más que existen en la ciudad. Este breve registro es solo un pequeño acercamiento al pasado.

Me identifico en cada historia del libro. Cada anécdota, desde la balacera en la escuela hasta el morbo que producen los noticieros; desde buscar refugio en nuestras propias casas, hasta ver cómo nuestros amigos desaparecían. Soy todos, quisiera ser ninguno, pero es difícil borrar la sensación de crecer en un encierro: ahora puedo comprender la tristeza de los peces que viven en esas pequeñas peceras circulares.

Estos últimos años en Ciudad Juárez puede ser una breve carta de presentación de una generación. Aquí está lo que vivimos, lo que nos configura como humanos, como ciudadanos y como habitantes del miedo. La estética de una generación junto a sus recuerdos.

Me gustaría creer que la antología se realizó porque ahora estamos en un mejor escenario. Pero aún vivimos en contra de un estado opresor, machista, homofóbico, aporafóbico.

Los villanos de los que nosotros hablamos siguen entre nosotros: el presentador de noticias, al que todos señalaron de feminicida, ahora es alcalde; el terrible director de Seguridad Pública, Julián Leyzaola, se postuló por el mismo puesto en Tijuana; el expresidente de México, Felipe Calderón, trata de fundar un nuevo partido político: ninguno de ellos está en la cárcel, ninguno ha sido juzgado, ninguno hizo nada que no fuera generar más caos.

Solo me queda retomar el consejo de Lydiette Carrión del que escribí al principio de este texto. Pienso que cada uno se vio a sí mismo en un pasado convulso, lleno de miedo, recluido en su propio cuarto, en su propia casa: todos encerrados en nuestra propia ciudad. Nosotros somos el niño que más quisimos.

ENSAYO desde Juárez | La estética de la tragedia y los textos sobre fotoperiodismo en la frontera

sábado, enero 25th, 2020

¿Cómo determinar un límite entre el fin social y el morbo o la normalización de la violencia que ciertas imágenes pueden provocar? ¿Cuál es el compromiso y la ética que deben asumir las y los periodistas y/o fotoreporteros?

El fotoperiodismo impide que se torne fácil minimizar el dolor humano, despojar a un pueblo de su humanidad, volverlo invisible o negar y desmentir lo sucedido con versiones oficiales, de acuerdo con el compilador de Un testimonio fotográfico de nuestro dolor.

Por Amalia Rodríguez

Ciudad Juárez, Chihuahua, 25 de enero (JuaritosLiterario).- El pasado domingo 20 de enero, la explanada del Monumento Benito Juárez reunió a cientos de personas con el fin de rendirle homenaje a Isabel Cabanillas y exigir justicia para ella y tantas otras mujeres asesinadas en esta frontera.

El contingente, organizado y dirigido por el colectivo Hijas de su Maquilera Madre, avanzó lentamente hacia el lugar en donde, la madrugada anterior, localizaron el cuerpo de la artista y activista juarense.

En medio del llanto, los gritos exigiendo un alto a la violencia, la ira, el dolor y la impotencia, decenas de cámaras trataban de capturar cada momento o, al menos, los más representativos: una chica con el rostro cubierto y sus ojos hinchados por tanta rabia y lágrimas, cargando una cruz rosa con el nombre de Isabel o el abrazo de dos de sus compañeras frente a esta misma cruz y una barda llena de pintas que prometen no olvidar lo sucedido.

Decenas de personas y colectivos exigen justicia para Isabel Cabanillas y tantas otras mujeres asesinadas en la frontera. Foto: Érika Martínez Prado

Días después comenzó a circular en las redes sociales la fotografía de un niño con media cara tapada, la mirada fija, recostado sobre el asfalto y apuntando su arma hacia la lente. Es uno de los diecinueve pequeños que, tras el asesinato de una decena de músicos en Guerrero, ahora forman parte de las guardias indígena comunitaria en Chilapa; uno de tantos huérfanos de la violencia que han optado por responder de la misma forma.

19 niños fueron presentados como policías comunitarios en el municipio de Chilapa de Álvarez y José Joaquín de Herrera, en el estado sureño de Guerrero. Foto: Cuartoscuro

Meses atrás, la crisis migratoria tomó un nuevo rostro cuando apareció (más allá del debate por la autoría) la foto de un padre salvadoreño (Óscar Martínez) y su hija de dos años (Valeria) ahogados en la orilla del Río Bravo, cerca de Tamaulipas. Como estas, recuerdo muchas otras imágenes que me han estremecido por la crueldad, injusticia y tristeza que representan, pero también por el hecho de imaginarse a quien se encuentra, a veces de forma sumamente cercana e invasiva –¿insensible?–, reteniendo en un cuadro esos instantes y sensaciones. Justo en ellos y en la profesión que ejercen se centran las siguientes líneas…

Los cuerpos de Óscar Alberto Martínez Ramírez y su hija de 23 meses, Valeria, fueron descubiertos en el río Bravo el 24 de junio. Foto: Julia Le Duc/Associated Press

Sin duda, nos encontramos en una época en la cual lo visual impera cada vez más y las imágenes resultan necesarias para completar y acelerar el proceso de comunicación. Además, no siempre resulta sencillo hablar de un contexto en donde la sangre y las lágrimas apremian constantemente.

En este sentido, el fotoperiodismo, definido según el teórico Lorenzo Vilches como “una práctica artística e informativa, de crónica social y memoria artística”, adquiere una función comunicativa fundamental; ya que “cuando vemos una imagen no percibimos solamente su estructura visual sino que también la interpretamos como si se tratara de un texto no escrito” a partir de nuestro conocimiento y experiencias (Vilches).

Es decir, esta práctica pone de manifiesto la relación entre la estética de la fotografía (significante) y la realidad social (significado), y abarca desde la transmisión de un hecho actual de forma directa hasta la presencia ilustrativa al lado de una nota escrita. Así, tanto quienes ejercen esta profesión (reporteros, editores, agencias) como los lectores deben asumir una posición y responsabilidad frente a determinadas situaciones.

De acuerdo con la profesora María del Carmen Maza “la imagen fotoperiodística tiene como función más alta el aportar testimonios, movilizar conciencias y transformar la realidad”. Sin embargo, ¿cómo determinar un límite entre este objetivo y el morbo o la normalización de la violencia que ciertas imágenes pueden provocar? ¿Cuál es el compromiso y la ética que deben asumir las y los periodistas y/o fotoreporteros?

Willivaldo Delgadillo, autor de la novela “Garabato” (2014), la cual recae en la figura de un fotógrafo. Foto: Especial

Uno de los apartados –o metarelatos– de Garabato (2014), última novela de Willivaldo Delgadillo, recae en la figura de un fotógrafo. Ahí se describe, no sin un dejo de crítica e ironía, el modus operandi de un trabajo que ha sido criticado por muchos: “Encuentra un Karmann Ghia con la puerta abierta, y en el interior un cuerpo al que somete a una sesión fotográfica de rigor utilizando un gran angular de 20 mm. Trabaja de manera apresurada porque sabe que en cualquier momento llegarán la policía y los paramédicos. Sin embargo, antes de irse cambia de lente y prácticamente se monta en el cadáver; con detenimiento ajusta el 85 mm para captar el rostro de la víctima. Después sube a su auto y se va a toda velocidad rumbo al periódico en el que trabaja.”

Esta descripción que raya en lo frívolo, si bien es ficcional, no dista de la realidad. Libros como Ciudad Juárez 2008-2010. Un testimonio fotográfico de nuestro dolor (2010) no permiten un respiro cuando vemos las cientos de fotografías, de autores locales y extranjeros, que retuvieron a la frontera en uno de sus peores momentos. ¿Por qué presentar una serie de imágenes que para algunos resultan grotescas, amarillistas, sensacionalistas? Según el compilador Guillermo Cervantes, para impedir que se torne fácil minimizar el dolor humano, despojar a un pueblo de su humanidad, volverlo invisible o negar y desmentir lo sucedido con versiones oficiales alternativas.

“Ciudad Juárez 2008-2010. Un testimonio fotográfico de nuestro dolor” (2010), recopilador Guillermo Cervantes. Foto: Especial

El fotoperiodismo consiste en un acto comunicativo en donde el fotógrafo siempre asumirá una posición ante lo que captura. Su punto de vista no puede evitarse; como lectores lo percibimos e interpretamos a través del ángulo, la distancia, el enfoque, el contraste, el volumen de la imagen.

“Necesito acechar el momento preciso, tener el dedo siempre listo, aguzar la mirada, saber de dónde viene la luz, hacia dónde se mueve el objetivo, ponderar la vida que voy a dejar pasar por el ojo de la lente y durante cuánto tiempo”, señala el Reportero, uno de los protagonistas de la obra El Ángel (2015) de Selfa Chew.

En esta pieza, la trama gira en torno a la percepción, asimilación y función que distintos personajes de la ciudad articulan sobre la violencia durante los años más críticos de Juárez. No extraña, por tanto, que el periodista funja como uno de los ejes del texto y abordé la tenue línea que existe entre el deber profesional (con todos lo premios y reconocimientos que esto implica), la responsabilidad ética que tienen y los propios sentimientos provocados por todo lo que ven y experimentan:

“Permítanme seguir tomando fotos de su lucha contra el narcotráfico. Tengo que abrir los ojos, cerrar el miedo. Si ustedes aparecen más tarde muertos en el arroyo, la saña dibujando en su piel los tonos del dolor; yo tengo que crear belleza en la tragedia. No es un acto de valor el que me premian, me pagan por fotografiar la estética del exterminio.” Su trabajo resulta, entonces, necesario, pero también doloroso.

En Ciudad Juárez existen fotoperiodistas cuyo trabajo cumple con los parámetros estéticos y, sobre todo, con la función social de concientizar y generar una reflexión y crítica en torno a problemáticas tan apremiantes como el feminicidio o la migración.

Foto: José Luis González Palacios, ganador del premio Nacional de Fotografía de los Derechos Humanos 2019.

Por ejemplo, Érika Martínez Prado, José Luis González Palacios (ganador del premio Nacional de Fotografía de los Derechos Humanos 2019 por la imagen titulada “Sueño frustrado”) y Christian Torres, quienes trabajan para distintas agencias nacionales e internacionales, o Alejandra Aragón, la cual ejerce de manera independiente.

Ahora bien, cabe resaltar que el fotoperiodismo no abarca solamente la tragedia y la violencia. Érika Martínez, por mencionar un caso, obtuvo el primer lugar del XVII Concurso de Fotografía Urbana Juarense 2017 gracias a su trabajo denominado “Azul Rarámuri”.

Foto: “Azul Rarámuri”, de la fotógrafa Érika Martínez Prado.

Si bien nunca dejaré de estremecerme ante la vulnerabilidad, fragilidad, desolación o belleza de cientos de rostros que el fotoperiodismo sitúa ante nosotras, reconozco y valoro ampliamente el papel de quienes se arriesgan día con día para contar una historia a través de una fotografía y visibilizar así una realidad, con un sinfín de tonos y perspectivas, que nos aqueja a todos y todas.

ENSAYO desde Juárez | Aridoamerican Standoff, un poemario sobre infancia, sueños, memoria y esoterismo

sábado, enero 18th, 2020

La obra de Míkel F. Deltoya proviene de la lírica hispánica del romanticismo, pero también se acerca a la propuesta contemporánea de Borges, donde el mundo del ensueño y el de la vigilia se confunden de manera que ya no es posible distinguir uno de otro, se vuelven una quimera posible.

Por Héctor Arturo Sánchez

Ciudad Juárez, Chihuahua, 18 de enero (JuaritosLiterario).- Las dos primeras composiciones del plaquette Aridoamerican Standoff, de Míkel F. Deltoya, nos adelantan los temas recurrentes y el contexto del poemario publicado en Ciudad Juárez, hace apenas unos meses por Anverso Editores: infancia, sueño, memoria, esoterismo, arquetipos del western, referencias a figuras revolucionarias, comunidades indígenas y escritores del norte.

El poema que abre el libro, titulado “Uno: el indio”, nos presenta al personaje de Nellie, una niña que se nos irá revelando, en el transcurso de la obra, como víctima de asesinato y violación. En los versos hay una referencia a la escritora Nellie Campobello (recordemos que también fue conocida por ser una notable bailarina y precursora del ballet en México) y a su obra Cartucho, en particular a algunos relatos, como “Las cinco de la tarde”.

Dicho crimen, en Aridoamerican Standoff, funge como el leitmotiv de una secuencia narrativa en donde el autor juarense nos presentará otros personajes que cobran relevancia en la trama. En esta primera pieza ya podemos apreciar el entorno en el que se desarrolla la narrativa poética: las Barrancas del Cobre, el desierto y la llanura.

Por tanto, no es fortuita la presencia del baile, la danza y la música salida del Chapareque, instrumento de cuerda autóctono de la comunidad rarámuri, cuya forma asemeja a un arco de cacería, en el cual son necesarios la boca y cuerpo de la persona para su resonancia; es decir, el ser y el aliento se convierten en música. El ejecutante se vuelve también el instrumento. Encuentro en esto, además de una obvia belleza filarmónica, una relación con un elemento recurrente: el viento, que en Aridoamerican Standoff sostiene un simbolismo de caos y muerte. Se puede constatar lo anterior citando extractos de algunos de los poemas de Deltoya.

“Uno: el indio”, poema que abre el libro, nos presenta a Nellie, una niña que se nos irá revelando, en el transcurso de la obra, como víctima de asesinato y violación. Foto: Especial

En “City of Dis”, la voz lírica enuncia: “reconozco mi carne que se entumece / y también esa bandera-vestido-rosa bajo la noche templada, / ondulada por aliento de espectro”. Otra composición, “Esténdof”, retoma la imagen del indio gólem; “el viento lo inmola, / lo pulveriza, / lo esparce en un doloroso grito de adobe”. Al final, el “Epílogo” cuestiona “¿por qué el viento / se articula en murmullos?” La pregunta encierra una connotación distinta que se desprende y depende de la premisa propuesta en el segundo poema del libro, “Lullabies”, en el que las canciones de cuna se entremezclan con conjuros.

El sujeto lírico en primera persona del plural, de esa composición, se posiciona desde la experiencia de una cantidad no dicha de niñas o niños, que son reprendidos por el personaje de la “agüela”, quien tararea esos conjuros. Los infantes toman un brebaje hecho de serpiente, el cual los induce a un estado de alucinación desde donde aparecerán otras voces y sujetos liricos alternándose en primera o tercera persona:

“Éramos hormigas / refugiadas entre las piedras / ante el enojo de la tolvanera”. El viento aparece aquí como un presagio del inicio de la historia. La arena y el viento nublan la conciencia y dan pie al ensueño en el cual un tridente de personajes toma la voz a través de la testificación de los menores: el Sheriff, cuyo conflicto es concretar la venganza del crimen de la niña Nellie; El Bandido, responsable del crimen; y el indio que desea la venganza contra el Sheriff por desplazar de sus tierras a su comunidad. Este recurso del sueño como contexto se apega a la tradición contemporánea de la poesía onírica.

Anteriormente, en la lírica hispánica anterior al Romanticismo –desde las cantigas medievales, al Romancero, así como la barroca del Siglo de Oro– aparece una distinción total entre pensamiento y elaboración onírica, es decir, entre la comunicación de la vigilia y la del sueño. Se podría considerar entonces, que lo que se sueña queda libre de las reglas morales de la vida en sociedad. En el Romanticismo, en cambio, el mundo del ensueño se transforma en el lugar privilegiado de la poesía. Gustavo Adolfo Bécquer cohabita con sus fantasmas y cada verso se engendra de ellos. Estos seres representan la evocación misma y, por lo tanto, encarnan lo ideal, opuesto a la realidad, vista comúnmente como una fuente material y pragmática, en otras palabras, simple y mezquina.

La obra de Míkel proviene de esta dinastía, pero también se encuentra cercana a la propuesta contemporánea de Borges, donde el mundo del ensueño y el de la vigilia se confunden de tal manera que ya no es posible distinguir uno de otro, se vuelven quimera posible.

En conclusión, este viento que emite el indio desde su chapareque representa un mal agüero, al tiempo que es ese murmullo que arrastra la historia desde el ensueño. Nos encontramos, entonces ante una obra, cuya estructura se supedita a la imaginación narrativa de Mikel F. Deltoya, sin que por ello carezca de las fortalezas de potentes versos sonoros, bien construidos en donde el significante se posiciona paralelamente al significado, trayéndonos una lectura dinámica y de gran virtud.

ENSAYO desde Juárez | Hacia las luces del norte, novela LGBT, fronteriza, erótica y arriesgada

sábado, enero 11th, 2020

Un viaje en carretera, una aventura de exploración y autoconocimiento es Northern lights o Hacia las luces del norte. Escrito por Ángel Valenzuela, Premio Novelistik 2015, el libro cuestiona la masculinidad y evidencia su lasitud ante un torrente de deseos, curiosidad y placeres.

A continuación, te presentamos el quinto ensayo de la serie “Juárez con Jota”, destinada a explorar la representación literaria de una matriz queer desde perfiles LGBT+ asentados en la región fronteriza Ciudad Juárez-El Paso.

Por Carlos Urani Montiel

Ciudad Juárez, Chihuahua, 11 de enero (JuaritosLiterario).- Al concluir la primera entrega de Juárez con Jota, colección de ensayos sobre la representación literaria de una matriz queer en la región fronteriza Ciudad Juárez-El Paso, hice hincapié en que el vínculo homoerótico en la novela Vereda del norte (1937), de José Urbano Escobar, tuviera que esperar casi 80 años para concretarse en otra composición narrativa, de título similar, Northern lights o Hacia las luces del norte, de Ángel Valenzuela (2016), de la que ha llegado el momento de hablar.

Si en la obra del siglo pasado, el estallido de la Revolución Mexicana aparece como telón de fondo a las acciones, en la novela de Valenzuela, la avanzada tecnológica ofrece sus enseres (playlists, ipods y Google Maps) para que un narrador masculino en primera persona –misma técnica y motivo de Vereda del norte– nos relate un viaje, una aventura de exploración y autorreconocimiento.

En ambas piezas, la amistad aluza el sendero que cada protagonista traza en busca de sí y de la relación emotiva y carnal con su otro deseado. Al final, en las dos novelas, ninguna pareja logra el reencuentro o la consolidación de su vínculo, pero sí dejan testimonio, como objeto libro, de una tradición literaria en ciernes, en la que la comunidad LGBT+ fronteriza puede hallar dignos exponentes.

Tras haber sido becario del FONCA y ser parte del Taller Literario del INBA, coordinado por José Manuel García en Juárez, Ángel Valenzuela compuso su opera prima para que concursara en el Premio Novelistik, que galardonaría, en el 2015, a la mejor novela corta, romántica y erótica, adjetivos que califican a la perfección al texto ganador: Northern Lights. El manuscrito pasó a la estampa en octubre del año siguiente, bajo el sello de la Casa Editorial Abismos. Como esa edición es ya casi inconseguible, el autor logró reimprimir su novela en Madrid, gracias al empeño de la Editorial Dos Bigotes, en una colección más ad hoc y disponible en todas las plataformas digitales.

Aunque el libro no se titula igual, conserva la concisa introducción del escritor chileno Alberto Fuguet, para quien Northern Lights, como se lee en la princeps, “es bilingüe, fronteriza, bisexual, gay, arriesgada, sincera, empática”. Hacia las luces del norte (2018) ofrece, ciertamente, un mejor acabado, correcciones en la puntuación y un diseño de portada que ilustra el ecosistema, el destino y el viaje en carretera que el lector se dispone a emprender. No obstante, el cambio de idioma del título y la supresión de los agradecimientos y dedicatoria restan potencia al lugar de origen y punto de partida, no solo del autor (en cuanto a su formación y presentación como escritor que ha dejado el terruño), sino también de sus personajes respecto a la ficción.

Valenzuela le escribía a sus amigos, a su “gente de Juárez: son el oasis de mi desierto. You guys are foquin ósom. Esta novela es para ustedes”. Espero que estos reajustes obedezcan a la indeterminación que precisa un libro mexicano en el mercado internacional. Por último, la reedición añade un posfacio que cierra e intensifica la materia central de la historia: «Demetrio fuerza. Demetrio sudor. Demetrio suplicio. Demetrio redención. La explosión antes de la calma. Demetrio».

Un manuscrito evidencia la letra de Ángel Valenzuela. Foto: Especial

La novela se mueve en dos direcciones o movimientos: la primera se mide en millas por hora y la otra ocurre en el foro interno de Andrés Bravo, quien rememora, reflexiona y se dirige –en segunda persona como si se tratara de una epístola– a su entrañable amigo, Demetrio. La reseña de Gibrán Lucero, “De Ciudad Juárez a Canadá, de James Dean a Breaking Bad”, da cuenta de los sitios específicos en Ciudad Juárez en donde suceden las primeras andanzas de este par. La doble directriz o temporalidad también es perceptible en la estructura de Northern lights; mientras que los ocho capítulos enumerados avanzan conforme al viaje en carretera desde El Paso a Calgary, las otras ocho secciones intercaladas y con título propio (“El agua resbalaba como lengua por tus axilas”, “Puro pinche prejuicio”, “Redención”, entre otros) permiten adentrarse en el pasado de los protagonistas, comprender que desde su temprana adolescencia Andrés se siente atraído por Demetrio, al grado de que, ya mayores (aunque aún muy jóvenes) se encuentra enamorado de su mejor amigo, quien planea casarse con su novia, Marina.

Las nupcias son la antesala de una última aventura, a manera de despedida de soltero, para Demetrio, ya que él duda: “El asunto es que todo es tan vertiginoso. Me siento arrastrado hacia un hoyo negro y me preocupa no saber qué mierda hay al otro lado”. Cargados de mariguana, altas expectativas y de muy buena música se suben al Chevy Nova de Demetrio para ponerse en camino, el mismo trazado siglos atrás por antiguos y excéntricos exploradores. “Un par de amigos sobre la ruta de Oñate, siguiendo los pasos del conquistador por el Camino Real de Tierra Adentro, sólo que nosotros no vadeamos el Río Grande buscando colonizar los indómitos territorios del norte. Nuestra conquista es una personal”.

En 1972, el francés Guy Hocquenghem compuso un texto seminal de la teoría queer: El deseo homosexual, el cual, aún después de medio siglo, nos sigue enseñando que el placer y el deseo son armas políticas y comunes (mas no iguales) a todos los cuerpos; que desde nuestras cavidades –una en específico– se puede producir un saber sobre sí mismo, sin culpa ni medicinas, ni psiquiatría, que se expresa como una forma crítica de ser y transformar.

Esta postura enfrenta al silencio, al temor, a la moral y a la indiferencia, cuestionando “por qué la misma palabra desencadena las huidas y los odios. Nos preguntaremos entonces por la manera en que el mundo heterosexual habla y fantasea sobre la «homosexualidad»” (Hocquenghem). Una lectura más actual del mismo libro la hace Beatriz Preciado en Terror anal (2009). La filósofa española anal-iza la historia de la heterosexualidad desde el punto de vista de una pérdida, de un cuerpo herido, castrado. Los Santos Padres decidieron “extirpar del ano toda capacidad que no fuera excremental”; cerrarlo “para que la energía sexual que podría fluir a través de él se convirtiera en honorable y sana camaradería varonil”. Dicha cerrazón “es el precio que el cuerpo paga al régimen heterosexual por el privilegio de su masculinidad” (Preciado).

Lo anterior viene a cuento, debido al desarrollo de la trama de la novela en cuestión. A partir de la noche en Denver, Colorado, el texto abandona la sugerencia para entrar de lleno en la epidermis de los personajes. Sus encuentros carnales le arrebatan al deseo el anhelo y se envuelven en afecto y sudor.

Su última relación sexual, la que empaña las ventanillas del carro, es fuerte y resplandece por su furor, pero resulta devastadora para Andrés, ya que su voz, esa que guardaba para sus adentros, finalmente ha sido oída por Demetrio, quien pretende volver en sí e imprimirle al viaje vital un carácter de aventura pasajera. Northern lights o Hacia las luces del norte, novela erótica, de viaje (road movie) y de formación (bildungsroman), cuestiona la masculinidad evidenciando, a toda luz, su lasitud ante un torrente de deseos, curiosidad y placeres.

ENSAYO desde Juárez | Contra el silencio: Breve historia de los talleres literarios en la frontera

sábado, diciembre 14th, 2019

Desde los 80, han existido decenas de talleres en Ciudad Juárez, pero no son suficientes ni se ofrecen en los lugares donde más se requieren: barrios, fábricas, centros comunitarios de adultos mayores, cárceles, escuelas y orfanatos.

Creo en el poder de la literatura —pese a vivir en una ciudad en crisis, presa de la violencia estructural— y en que invertir recursos para proyectos como estos, puede plantear alternativas de vida a los habitantes, una medida contra la barbarie.

Por Elpidia García Delgado

Escribir es un oficio que se aprende escribiendo.
Simón de Beauvoir

Ciudad Juárez, Chihuahua, 14 de diciembre (JuaritosLiterario).- Trabajar en la maquila más de tres décadas me induce a pensar en los talleres como si fueran fábricas de producción. La meta de toda empresa de manufactura es obtener un producto terminado final, en la cantidad y calidad requeridas. Esta analogía sirve para ponderar como innegable la eficiencia de los talleres que, como en la industria, funcionan para manufacturar textos que se compilarán en libros por medio de estrategias parecidas a los círculos de calidad nacidos en Japón, y después implantados en las maquilas fronterizas a finales de los años 70 del siglo pasado.

Se trata de una técnica que consiste en organizar grupos pequeños de trabajadores, dirigidos por un supervisor, capacitados para identificar y analizar problemas, recomendar posibilidades de mejora, y ofrecer soluciones a la gerencia que, de ser aprobadas, las implantan.

De forma similar, los integrantes de los talleres –“obreros” artísticos– leen y someten sus trabajos a la crítica; valoran y recomiendan mejoras a los textos de los demás con un objetivo claro: aprender a desarrollar y perfeccionar sus habilidades para escribir, bajo la guía de un autor experimentado y comprometido con la literatura, a la vez que aumentan su producción.

Un “aprender haciendo en grupo”, en busca de calidad y cantidad, con la mirada puesta en un producto final: un libro publicado.

Más allá de discusiones irresolutas sobre la utilidad o no de los talleres artísticos, cuyo origen se remonta a la época renacentista en los estudios de los grandes pintores y escultores, donde los aprendices u “obradores” recibían una enseñanza de tipo práctico de sus maestros, ofrezco un panorama de los actores principales en la tallerística de esta ciudad, pues es de ahí de donde han emanado un buen número de obras, producto de los procesos enseñanza-aprendizaje, que constituyen la literatura juarense, según algunos especialistas, aún en construcción.

La historia de los talleres literarios es importante porque también relata la eclosión de los escritores destacables de la ciudad desde hace cuarenta años. De acuerdo al estudio de Margarita Salazar, “Detonantes para la escritura en Ciudad Juárez” (2010), y al libro de Ricardo Vigueras, Aquí es frontera de lobos (Premio Fray Luis de León 2017 en Valladolid, en la categoría de ensayo), parece haber un consenso en cuanto a que la vida literaria en Ciudad Juárez empezó a desarrollarse alrededor de 1980, y que el esfuerzo más notable por impulsar eventos culturales y artísticos fue durante la gestión de José Diego Lizárraga como director del Museo del INBA, puesto que ejerció durante veinte años.

Vista del Museo de Arte de Ciudad Juárez, del INBA. Foto: Especial

No es que anteriormente no hubiese vida intelectual, ni autores con obra publicada, sino que la información es amplia, dispersa y poco documentada. En esa década de los años 80, poco después de la llegada de las maquiladoras, surge el Taller Literario del INBA, coordinado por el querido David Ojeda (San Luis Potosí, 1950-2016) ―quien será siempre recordado como pionero de los talleres en Ciudad Juárez― y, más tarde por Alberto Huerta.

Este acontecimiento, sin embargo, no fue producto de su entusiasmo individual por las letras. El poeta y narrador de San Luis Potosí y otros habían asistido a un curso en la Ciudad de México impartido por el poeta ecuatoriano Miguel Donoso Pareja (1939-2015), con el fin de formar coordinadores de talleres en varias ciudades de México.

Este proyecto planeado e impulsado por el INBA marcó un antes y un después en la formación de escritores en la República Mexicana, pues rompió con el centralismo, además de que facilitó el desarrollo de grupos como el de Ojeda.

Los autores que reunió este taller precursor son ahora nombres importantes en la cultura juarense: Jorge Humberto Chávez, Miguel Ángel Chávez, Ricardo Morales, José Manuel García, Willivaldo Delgadillo, Joaquín Cosío, Marco Antonio García Delgado y Rosario Sanmiguel. Un grupo que José Manuel García bautizó como “Generación Nod“, nombre de la revista Nod del taller. Llama la atención el interés y gusto de Ojeda por conducir este grupo, ya que viajaba una vez al mes en autobús desde San Luis Potosí a Ciudad Juárez, un trayecto de ida y vuelta de dieciocho horas, durante cinco años. La Generación Nod duró hasta 1987.

Los escritores Marco Antonio Campos y Ricardo Morales destacan en la literatura juarense. Foto: Especial

Como en una carrera de relevos, Jorge Humberto Chávez ―Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2013 con Te diría que fuéramos al río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto―, ex pupilo de Ojeda, toma la estafeta al heredar su taller y enfoca su empeño en forjar poetas. Llamada en plan jocoso, La Sociedad de la Mano Fría, sobresalen de esta generación varios autores: Agustín García Delgado, Édgar Rincón Luna, César Silva Márquez, todos con publicaciones importantes y algunos premios estatales y nacionales.

En 1993, otros maestros contribuyeron a la literatura dramática en la entonces incipiente tallerística de la ciudad, como el dramaturgo Jesús González Dávila, considerado por muchos el más importante del país en la segunda mitad del siglo XX, así como un icono del tremendismo. Por invitación de la UACJ y de la Oficina de Cultura Municipal llegó a la ciudad a impartir un taller del que despuntaron importantes actores y prolíficos dramaturgos, entre quienes se encuentran Joaquín Cosío, Antonio Zúñiga y Edelberto “Pilo” Galindo.

El siguiente semillero, coordinado por José Manuel García, fructificó en tres generaciones de nuevas voces. En las dos primeras (2000-04), encontramos a Jorge López Landó, Osvaldo Ogaz, Blas García Flores y Juan Pablo Santana.

Después, entre 2005 y 2007, surgen autores como Juan Carlos Esquivel Soto o Roberto Espíndola. Rosario Sanmiguel, César Silva Márquez y Édgar Rincón Luna también ofrecieron talleres. Estos dos últimos con alumnos donde descollaron jóvenes poetas: José Luis Rico Carrillo y Nabil Valles, respectivamente.

En 2007, produjeron textos dramáticos Selfa Chew, Carlos Alberto Hernández, Guadalupe de la Mora, Virginia Ordóñez y Jissel Arroyo, quienes conforman ya una nueva generación de dramaturgas reconocidas a partir del taller impartido por el director teatral y dramaturgo duranguense Enrique Mijares.

Falta mencionar un taller de relevancia que engendró una generación de novelistas. En 2009, Jorge Humberto Chávez, entonces director del ICHICULT, y la Subdirección de la UACJ, invitó al novelista Élmer Mendoza para que, en visitas trimestrales desde su natal Culiacán, coordinara un taller de novela a lo largo de un año.

Aunque veintiún interesados se inscribieron, solo permanecieron fieles a su objetivo siete asistentes al término del taller. Cuatro novelas fueron publicadas como resultado del trabajo que Mendoza inició: Policía de Ciudad Juárez, de Miguel Ángel Chávez; No habrá Dios cuando despertemos, ganadora del Premio Internacional de novela fantástica Tristana, convocado por el Ayuntamiento de Santander, España en 2015, de Ricardo Vigueras; Yi-Mo, de José Alberto García Lozano, ganadora del Premio Chihuahua en 2015; e Hijos de Lobo, novela autopublicada de José Lozano Franco.

Algunos integrantes de este grupo de novela, y otros que se agregaron después, siguieron reuniéndose para trabajar textos narrativos y poéticos. Así surgió el Colectivo Zurdo Mendieta, que celebra ya su décimo aniversario, nombrado así en honor al personaje protagonista de una serie de novelas policíacas de Élmer Mendoza. Los miembros actuales de este taller de contertulios son: Ricardo Vigueras, José Lozano Franco, Elpidia García Delgado (quien aquí suscribe), Francisco García Salinas, José Alberto García Lozano, Guillermo Sánchez “GeMó!”, Agustín García Delgado y José Juan Aboytia. Tres de estos integrantes conducen en la actualidad talleres de narrativa y poesía de manera individual.

Uno de ellos, Aboytia, es de los más constantes y sobresalientes maestros de talleres literarios de los últimos años. Su labor inició en el 2011 con un taller que ofreció el ICHICULT con una duración de dos años, en el que, por cierto, inicié mi formación como escritora y poco después empecé a publicar mi trabajo. Desde entonces, Aboytia no ha dejado de impartir talleres en institutos, universidades y de manera particular.

Sus alumnos han publicado desde plaquettes hasta libros galardonados, como Ellos saben si soy o no soy, Premio Publicaciones del ICHICULT en 2013, de mi autoría. Por su parte, Agustín García Delgado dirige otro taller de poesía paralelo a uno de Diego Ordaz, de narrativa, otro reconocido formador de nuevas plumas desde hace algunos años. Ambos talleres son auspiciados desde el 2018 por el Centro Cívico Smart CECAP, de la Fundación Juárez x Juárez.

Me agrego a la lista como la número tres del Colectivo Zurdo Mendieta que participa en la conducción de talleres cuando coordiné un grupo pequeño de mujeres trabajadoras de la maquiladora en 2017, y en 2019, dos talleres abiertos al público, uno de ellos patrocinado por la Secretaría de Cultura de Chihuahua, y otro por la Subdirección de Formación de Públicos de la UACJ.

En 2014, la UACJ, a través de la Dirección General de Difusión Cultural y Divulgación Científica, inauguró el Módulo de Taller Permanente de Creación Literaria abierto al público, coordinado por Luis Carlos Salazar, quien, durante dos años, convocó a un buen número de escritores de amplia trayectoria para ofrecer su talento creativo en sesiones semanales en las que se dieron talleres de cuento, crónica, novela histórica y poesía. Algunos de los autores invitados fueron Eduardo Antonio Parra, Hernán Lara Zavala, Mauricio Carrera, Enrique Servín, Eugenio Aguirre, Juan Manuel Portillo y Ricardo Vigueras.

Desde entonces, para fortuna de los aspirantes a escritores, los talleres literarios se han multiplicado en la ciudad y son proporcionados por particulares, colectivos, estudiantes, instituciones y la UACJ. Mencionaré algunos y me disculpo por las omisiones y ausencias: Acoso Textual de 6 a 9, Ctrl-Alt-Del, Palabra Brava, Colectivo Revueltas, Palabristas, y La Cloaca Literaria.

Mención aparte merece el desarrollo de los grupos de mujeres que en los últimos años brillan por su lucha en combatir opresiones heteropatriarcales. En lo que respecta a la creación literaria, destaca la labor que empezó con el taller Rosario Castellanos, organizado por Rosario Sanmiguel en los años 90, paralelo a “S Taller de Narrativa”, vital para la reconstrucción y denuncia de los feminicidios en Juárez, con su monografía El silencio que la voz de todas quiebra (1999); el de autobiografía de Dolores Dorantes; los de Arminé Arjona y Jissel Arroyo; los que organizó Verónica Corchado con “Mi vida en Juárez”.

Luego hay silencio hasta los talleres de Ma’Juana, con Susana Báez y Ana Laura Ramírez, el de Ivy Carlos. Más recientemente, el de ECO (Escritura Crítica Orgánica) en el 2019, dirigido por Hilda Sotelo. Los talleres ¡Viva la Vida!, que coordino. Los que ha organizado Carmen Amato.

Otros grupos cuyos objetivos no son estrictamente de creación literaria, también producen textos literarios; me refiero a los colectivos Hijas de su Maquiladera Madre, Centro x 16, a la Asamblea Literaria y Artística Nepantleras, y a #Escriturascontraelpoder: Fronterizas.

El potencial de desarrollar literatura de estas mujeres y colectivos femeninos y feministas representa todo un arsenal que seguramente marcará un punto de quiebre en la literatura juarense en la que predominan los autores varones.

No obstante, esta profusión de grupos dedicados a la producción literaria, considero que ni son suficientes ni se ofrecen en los lugares donde más se requieren. Para quienes creemos en el poder de la literatura pese a vivir en una ciudad en crisis, presa del neo liberalismo y la violencia estructural, y en el infierno que supone la confrontación cotidiana entre vida y muerte, destinar recursos para iniciar proyectos como talleres literarios de largo aliento puede plantear alternativas de vida a los habitantes de nuestra ciudad, representar una medida contra la barbarie.

La gente tiene sueños de vida, la vida “tiene música…el silencio es la blancura de la página, mientras que el trazo de tinta es el sonido”, según afirmó el famoso ilustrador francés Edmond Baudoin en su visita a Ciudad Juárez en 2010.

La literatura en esta frontera no puede ser una página en blanco, continuar viviendo en el silencio. Hay una necesidad de contar la ciudad, de expresarse por medio de la escritura; por ello los talleres son tan necesarios y hay que llevarlos a los barrios, a las fábricas, a los centros comunitarios de adultos mayores, a las cárceles, a las escuelas y a los orfanatos. Empresa privada, instituciones, y fundaciones altruistas podrían contribuir a realizarlos y obtener con el tiempo el “producto final”, que es la confección de libros, en la manufactura de la literatura juarense.