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Alejandro Calvillo

30/09/2023 - 12:05 am

La infeliz civilización del placer

La producción y el consumo han sido secuestrados por el objetivo del placer, del placer individual, egoísta y fugaz, el placer del consumo, del hiperconsumo. En la historia de la conquista y colonización occidental puede encontrarse este secuestro desde sus orígenes. ¿Cuál fue uno de los principales objetivos en la conquista del nuevo mundo? ¿Cuál fue el primer propósito del mercado de millones de esclavos llevados de África al Caribe y al continente americano? Este fue la producción de azúcar de caña, un producto estimulante, que provoca descargas de dopamina y que puede llegar a tener un carácter adictivo. Un producto para el placer.

La humanidad ha rebasado ya la capacidad de los recursos limitados del planeta a través de una economía que se enfoca en crear la mayor riqueza al menor tiempo posible para un grupo de corporaciones globales que se han impuesto en todos los continentes e islas que habitamos. Hay que producir más y al menor costo para que las ganancias sean mayores, para que las acciones suban sus valores en las Casas de Bolsa, en una economía basada en la especulación y el lucro que transfiere los costos ambientales y sociales a la población.

Y en medio de esta vorágine: ¿Dónde queda el individuo, dónde queda su vida en comunidad? ¿Dónde queda la convivencialidad que se encuentra en el origen de la felicidad?

La producción y el consumo han sido secuestrados por el objetivo del placer, del placer individual, egoísta y fugaz, el placer del consumo, del hiperconsumo. En la historia de la conquista y colonización occidental puede encontrarse este secuestro desde sus orígenes. ¿Cuál fue uno de los principales objetivos en la conquista del nuevo mundo? ¿Cuál fue el primer propósito del mercado de millones de esclavos llevados de África al Caribe y al continente americano? Este fue la producción de azúcar de caña, un producto estimulante, que provoca descargas de dopamina y que puede llegar a tener un carácter adictivo. Un producto para el placer.

Junto al azúcar, uno de los cultivos más desarrollados en las plantaciones esclavistas fue el tabaco, otro producto con carácter altamente adictivo y con serias consecuencias en salud. Tanto al tabaco, como el alcohol, otro producto de la caña, como la azúcar, se han convertido en productos e ingredientes que tienen un fuerte impacto en la salud de la población. Son parte fundamental de las grandes adicciones civilizatorias, de los llamados determinantes comerciales de la salud. Los tres provocan dependencia y, en muchos casos, adicción, cumpliendo un objetivo que tienen las grandes corporaciones: lograr que los consumidores consuman sus productos y lo hagan en grandes cantidades. Los tres son parte fundamental de los llamados determinantes comerciales de la salud, productos cuya presencia masiva y alto consumo se han convertido en la principal causa de enfermedad y muerte.

Al revisar las estadísticas globales se encuentra que la mayor parte de las enfermedades y causas de muerte son provocadas, principalmente, por los cambios en la dieta, en lo que comemos, provocados por la invasión de los productos ultraprocesados, en los que el azúcar juega un papel central junto con las grasas y la sal. Los ultraprocesados han llegado a sustituir los alimentos y su elaboración en las cocinas de los hogares, son productos que son el resultado de procesos en los que se pierden las características alimenticias de los frutos de la tierra. Por ejemplo, el trigo y el maíz son procesados para obtener harinas refinadas que no tienen más que calorías vacías. Productos que son combinados con compuestos químicos artificiales – saborizantes, colorantes, emulsificadores- para volverlos hiperpalatables, adictivos, desplazando a lo largo y ancho del planeta las culturas culinarias que se formaron durante cientos y miles de años como resultado de la relación profunda de las diversas culturas humanas con los ecosistemas que habitaron.

Todo dirigido a generar una descarga de dopamina, a generar una sensación de placer, a buscar un mayor consumo del producto. Desde lo que comemos, hasta las dinámicas en las redes sociales que buscan provocar la adicción a las pantallas desde muy temprana edad, enganchando a través de estímulos de recompensa que buscan provocar esas descargas de dopamina, de placer, nos vemos sumergidos en una sociedad infeliz secuestrada por los estímulos placenteros.

La felicidad, a diferencia del placer, no es egoísta, se vive en compañía, en comunidad, más que recibir es compartir, es dar. La felicidad se asocia más a la serotonina que a la dopamina generada por diversos estimulantes. Se ha encontrado que, a mayores descargas de dopamina, muy frecuentes entre las personas que sufren adicciones, menor es la producción de serotonina, menor es nuestra capacidad de felicidad. Muchos aspectos se derivan de esta situación, las generaciones que se están desarrollando en un mundo gobernado por el hiperconsumo y la búsqueda del placer fugaz, pierden las capacidades de la concentración, de la contemplación, de la lectura, de la convivencialidad. Suelen ser más competitivas, menos cooperantes, más reactivas e, incluso, violentas.

En una colaboración anterior, hablamos de las Zonas Azules. Se dio la casualidad de que semanas después se estrenó en una de las plataformas de streaming, Netflix, una serie sobre los poblados identificados como Zonas Azules; comunidades donde existe un mayor porcentaje de centenarios viviendo en buenas condiciones. Si las personas viven más y en buenas condiciones es porque su vida es más placentera, agradable, confortable, grata, plácida. Lo que hay en común en esas Zonas Azules es que la vida no ha sido secuestrada por la constante activación de la dopamina, son más comunidades de la felicidad que del placer. Pueden beber un vino y experimentar el placer una copa, pero no son alcohólicas. Lo que si son es “convivenciales”. Se alimentan de alimentos y mantienen sus culturas culinarias, vinculadas a los productos de la tierra en su región. Mantienen actividad física y viven en comunidad, tiene la capacidad de contemplar.

Por todos los ámbitos hay un retorno a la convivencialidad. En diversos países la educación en las escuelas está retomando los valores de la comunidad, de la observación, de desarrollar el apoyo mutuo, de reconectar a las niñas y niños con el entorno natural. Las iniciativas surgen para el trabajo y apoyo en común entre productores y consumidores, entre vecinos. Se establecen redes en las que los jóvenes pueden viajar a granjas y trabajar a cambio de comida y hospedaje, aprendiendo la agroecología. Revaloramos nuestra comida, nuestra cocina y podemos convivir cocinando.

Resistimos. La resistencia se da desde la lucha por proteger nuestro entorno, nuestra la cultura, nuestros alimentos, hasta la protección de nuestro ámbito más personal. Hay un movimiento para retomar la felicidad en comunidad que incluye el restaurar nuestra relación con el entorno, incluso, regenerándolo. Es urgente alinear el que hacer social en esta dirección. Parece difícil, pero es la única esperanza.

Alejandro Calvillo
Sociólogo con estudios en filosofía (Universidad de Barcelona) y en medio ambiente y desarrollo sustentable (El Colegio de México). Director de El Poder del Consumidor. Formó parte del grupo fundador de Greenpeace México donde laboró en total 12 años, cinco como director ejecutivo, trabajando temas de contaminación atmosférica y cambio climático. Es miembro de la Comisión de Obesidad de la revista The Lancet. Forma parte del consejo editorial de World Obesity organo de la World Publich Health Nutrition Association. Reconocido por la organización internacional Ashoka como emprendedor social. Ha sido invitado a colaborar con la Organización Panamericana de la Salud dentro del grupo de expertos para la regulación de la publicidad de alimentos y bebidas dirigida a la infancia. Ha participado como ponente en conferencias organizadas por los ministerios de salud de Puerto Rico, El Salvador, Ecuador, Chile, así como por el Congreso de Perú. el foro Internacional EAT, la Obesity Society, entre otros.
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