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David Ordaz Bulos

14/06/2020 - 12:02 am

La transformación negra del mundo

En estos días murió un tío abuelo a sus ochenta y tres años, y no fue por Covid. El velorio fue en su casa, prácticamente a puertas cerradas, sin abrazos que permitieran acompañarnos; entre cubrebocas, caretas que hacían muy difícil distinguir a los presentes y una que otra videollamada. Unos días antes, en un conversatorio […]

“La jeteģe”. Imagen: Julien Sinzogan

En estos días murió un tío abuelo a sus ochenta y tres años, y no fue por Covid. El velorio fue en su casa, prácticamente a puertas cerradas, sin abrazos que permitieran acompañarnos; entre cubrebocas, caretas que hacían muy difícil distinguir a los presentes y una que otra videollamada. Unos días antes, en un conversatorio sobre derechos de infancias que fue coordinado por organizaciones civiles en la plataforma Zoom, un grupo de hackers entró en la sesión, insultó a los participantes y mostró obscenidades que perturbaron el encuentro. Ambos eventos son parte de las prácticas a las que nos hemos acostumbrado. Mientras nuestros rituales cotidianos que nos hacen estar en comunidad se han borrado y estamos confinados a las pantallas, alimentando como nunca antes las aplicaciones que usamos.

En medio de este escenario de ruptura de las dinámicas sociales, ocurrió el asesinato de George Floyd a manos de policías de Mineápolis. Y mientras una efervescencia de cuadros negros inofensivos, que llenó los timelines de redes sociales por unas horas, el actor Tenoch Huerta interpeló la reacción con un tweet que decía: “Cuando terminen de apoyar el tan necesario movimiento antirracista en Estados Unidos podemos hablar del racismo en México?, ¿o ese tema seguirá siendo tabú?”.

Así, junto con el asesinato de Giovanni Hernández por parte de policias municipales de Jalisco, la conversación se desplegó hacia el racismo en México, tan distinto al de los Estados Unidos, caracterizado más por el desprecio que por exclusión, con sus mecanismos de devaluación de la belleza y humor tipo “India María”. Y que desde la historia colonial ha usado a la lengua como herramienta de exclusión, con el uso del “español perfecto” frente a las lenguas originarias. Por ello, Federico Navarrete dijo que no es casual que López Obrador hablé con el acento tabasqueño que tanto irrita a las elites “ilustradas”, pues sabe que su público objetivo es otro.

Pero de vuelta con el movimiento Black Live Matters. El eslogan #IcantBreathe resuena con la declaración hecha por el filósofo camerunés Achille Mbembe, en su artículo de hace unos meses: La Pandemia ha democratizado el poder de matar. En él resalta la consigna por defender el derecho a respirar frente al Covid-19, o en este caso, frente a la brutalidad policiaca. En esa resonancia, vale la pena hablar de la Crítica a la razón negra, que desde África hizo Mbembe; quien define el momento neoliberal como un tiempo en el que todos los eventos y las situaciones de la vida en el mundo pueden asignarse al mercado de valores; donde poco a poco desaparecen los trabajadores frente a los nómadas laborales en la ficción del emprendimiento, como sujetos del mercado y de la deuda, como prisioneros del deseo y la demanda de ser otro.

La crítica a la razón negra devela una maquinaria social y tecnológica estrechamente ligada a la emergencia de la globalización y el capitalismo, que fue gestada hace varios siglos como un invento para la exclusión, la brutalización y la degradación. Fue un esfuerzo regulatorio por establecer distinciones claras entre trabajadores de origen europeo y africanos, a través de una doctrina que consolidó un cuerpo político (raza, burocracia y comercio) de exterminación, deportación, ocupación de tierras e indigenización de los pueblos originarios.

“Choc des cultures – Bon Vent”. Imagen: Julien Sinzogan

Justamente, Ryszard Kapuscinski en su libro Ébano, habla sobre el comercio de esclavos, cuando millones de personas fueron secuestradas y transportadas más allá del Atlántico en condiciones terribles. Toda esta empresa funcionaba bajo una “ideología basada en el principio de que el negro era un no-hombre; que la humanidad se dividia entre hombres y subhombres y que con los últimos se podía hacer lo que a uno le viniese en gana, y lo mejor: aprovecharse de su trabajo y luego eliminarlos”.

La tesis central de la crítica de la razón negra de Mbembe, apunta a que toda esta maquinaria narrada por Kapuscinski, ha evolucionado en una “transformación negra del mundo” que sigue la línea: humano – objeto, al humano – máquina, al humano – código, al humano – flujo. Se trata de un “Imperio de la desorganización”, que domina nuestros días y lo hace a través de la atomización del espacio, los modelos de depredación y extracción, las guerras asimétricas, la biología económica, las soberanías fragmentadas y las redes transnacionales de represión.

En esta secuencia, que ahora vemos desde los espacios amorfos de la cotidianidad pandémica que ha desdibujado todos los rituales comunes, al obligar a cada vez más personas –las que pueden– a llevar su existencia frente a las pantallas, Shoshana Zuboff habla sobre cómo estamos frente a una nueva frontera del poder, a la que define como la era del capitalismo de vigilancia. Un nuevo orden económico, parasitario y autorreferencial que hace de la experiencia humana un material crudo para prácticas comerciales ocultas de extracción, predicción de comportamientos y ventas. El objetivo es automatizarnos, en el paso de la tierra a la humanidad como objeto de extracción y con la normalización de las cadenas, que desde los efectos de la dopamina, cambian nuestros comportamientos. En resumen, se trata de una nueva cartografía de poder que estamos comenzando a vivir y vislumbrar.

 

 

David Ordaz Bulos
@David_Orb

David Ordaz Bulos
Maestro en Sociología Política por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, Psicólogo Social por la Universidad Autónoma de Hidalgo y Coordinador de Grupos con Técnicas Psicodramáticas por la Escuela Mexicana de Psicodrama y Sociometría. Twitter: @David_Orb / @institutomora
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