Posts Tagged ‘Vicente Alfonso’

COLUMNISTA INVITADO | La orfandad de los lectores de Juan Hernández Luna: Imanol Caneyada

sábado, junio 3rd, 2017

No eran más de quince personas reunidas en una pequeña sala de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería 2016. El motivo: el homenaje a Juan Hernández Luna (Puebla de Zaragoza, 1962 – Ciudad de México, 2010) en el marco de las II Jornadas de Novela Negra.

Entre los asistentes, algunos  de los organizadores de las jornadas, una hermana y un sobrino del autor, un puñado de fanáticos de su obra y un comandante de la policía, aunque no estoy seguro de esto último. En la mesa, el doctor en letras Joserra Ortiz, amigo de Juan y profundo conocedor de su obra, y yo mero, que no soy doctor en nada y que no tuve la fortuna de conocerlo; un día me cayó fortuitamente en la manos (las novelas de Hernández Luna siempre caen fortuitamente en las manos del lector) Tabaco para el puma (1996) y me voló la cabeza. ¡Pum! ¿Quién es este tipo? ¿De dónde ha salido? ¿Existe o es un espejismo? Durante algunos años seguí leyendo su obra según me la encontraba en los lugares más inverosímiles: Quizá otros labios, Yodo, Cadáver de ciudad, Tijuana dream. Y confirmaba que Hernández Luna era un autor excepcional, auténtico rara avis de las letras mexicanas.

Luego conocí a algunos de sus amigos cercanos (Bef, Haghenbeck, el propio Joserra) y descubrí que, en efecto, no existía. No al menos en la jerigonza autocomplaciente de los palacios rococó ni en la lista de los menos y los más, ni en los macabros homenajes ni en los hospitalarios homenajes ni en las enciclopedias ni en los besamanos.

El flaco chilango con aspecto de inspector de policía fracasado y rictus algo cínico, cansado pero tierno, casi como un cliché de un personaje de Chandler, moría en 2010 con 47 años, y con él, enterraban los sepultureros algunos reconocimientos nacionales a su obra cuentística, dos premios Dashell Hammett de novela negra en ese Gijón que Taibo inventó para el mundo, pero sobre todo, una decena de novelas paradigmáticas, fundamentales para el género negro y para la literatura mexicana en general.

En estos seis años transcurridos después de su fallecimiento, el silencio que pesa sobre su obra ha sido interrumpido de forma esporádica por los amigos que dejó y por los admiradores de su trabajo, siempre como un gesto tímido, avergonzante; homenajes a los que acude un puñado de lectores incondicionales de Juan, los cuales se miran entre ellos con recelo: ¿de veras lo conocen? ¿De veras lo han leído?

Hace poco, en una charla sobre novela negra en la que participamos Eduardo Antonio Parra, Vicente Alfonso y yo mero, lo nombramos con admiración y cariño, por supuesto. Al terminar el evento, se acercó un joven retraído y me comentó incrédulo que era la primera vez que escuchaba que alguien hiciera referencia el extraordinario legado de Hernández Luna. Se trataba de un lector irredento. Me provocó una infinita ternura: todos los lectores de Juan tenemos esa sensación de orfandad, cierto, pero también de haber descubierto un tesoro que nadie más conoce, un sentimiento de soledad y regocijo egoístas.

En un país donde los canales oficiales rinden solemnes homenajes a ciertos escritores muertos, en donde las editoriales reeditan la obra de esos escritores en aniversarios natalicios y luctuosos para la venta del morbo (lo cual me parece estupendo), Juan Hernández Luna está disperso en un limbo en el que muchos otros autores mexicanos descansan: el de las librerías de viejo. La editorial que publicó sus últimos libros (Ediciones B) no los considera suficientemente comerciales como para reeditarlos, y los chamanes de la alta literatura no ven en su obra las suficientes cualidades como para catalogarla de literaria, sea lo que esto signifique.

Hace apenas quince años, algunos santones de nuestras letras decían pública y abiertamente que lo que hacían Taibo II o Élmer Mendoza (dos tipos duros y muy valientes, imprescindibles) no era literatura. A Juan Hernández Luna ni siquiera lo nombraban para despreciarlo.

Ahora las cosas han cambiado. Gracias a los lectores, sí, a ellos, los autores de género (sobre todo del Noir, hay que decirlo) se han abierto paso a codazos, a pesar de los programas nacionales de lectura y la rigidez del establishment, como dice Chimal. Ahora es cuando la obra de Juan Hernández Luna tendría una oportunidad real de trascender ese círculo de lectores sectarios, de sacudirse la etiqueta de marginal; es tiempo de decirle a más gente, a mucha gente: lean a este sujeto si quieren tener una experiencia perturbadora, inquietante, brutal, cautivadora.  

Fue precisamente PIT II quien dijo de Juan que era el más duro y el mejor. No es poca cosa viniendo del patriarca del neopoliciaco latinoamericano.

Yodo, una de sus obras. Foto: Internet

Quien lee a Hernández Luna tiene la sensación de que un organismo vivo, amorfo y escurridizo palpita entre sus manos. Las oraciones saltan de la página como cuchillos circenses y se nos clavan a centímetros del oído, de la conciencia, del corazón. Poesía al servicio de una estética patológicamente bella, el lenguaje en Hernández Luna es una parafilia, la puerta para asomarnos al infierno de los otros y al propio sin redención posible. No se trata de una experiencia complaciente ni dosificada ni arquetípica. Juan Hernández Luna requiere de un lector capaz de vomitar, limpiarse la comisura de los labios con la manga y seguir leyendo con la única certidumbre de que los monstruos existen a la vuelta de la esquina, espejos lúdicos de una realidad brutalmente mágica.

La literatura de Juan Hernández Luna (sobre todo en Tabaco para el puma, Yodo y Cadáver de ciudad, pienso) es sutil, provocativa, atroz, de atmósferas inquietantes  y personajes que nos acompañan por mucho tiempo; un hito en el Noir mexicano, así como  en su momento lo fue El complot mongol, de Rafael Bernal, o la serie dedicada a Héctor Belascoarán Shayne, de Taibo II.

Como en el caso de la mayoría de los malabaristas de los horrores de nuestro tiempo, la biografía de Juan Hernández Luna contradice los excesos de su obra. Amable pero retraído, enemigo de protagonismos y escenarios, eterno enamorado, militante de la izquierda, tuvo ese punto quijotesco al abrazar la utópica idea de que la lectura puede hacer mejores a los hombres. Así, entre 2005 y 2009, coordinó el programa de fomento a la lectura con el sugestivo nombre de Literatura siempre alerta, dirigido a los policías de Ciudad Nezahualcoyotl, entre quienes repartió unos veintidós mil textos de autores que él consideraba imprescindibles.

Al morir en 2010 por un fallo cardiorrespiratorio, no fueron muchas las voces dolientes que ante su ataúd proclamaran la gran pérdida que sufrían las letras mexicanas. Durante estos siete años, sus lectores, como lobos solitarios, ante la menor provocación, no hemos dudado en afirmar que la obra de Juan Hernández Luna merece una revisión exhaustiva y libre de los prejuicios que durante tanto tiempo hemos arrastrado en el mundillo de las letras.

Ni tímidos ni huérfanos, pues.

Imanol Caneyada (San Sebastián, 1968). Es escritor y periodista. Ha publicado Las voces de la arena (Premio Nacional de Narrativa Gerardo Cornejo, 2008). La ciudad antes del alba (Premio Regional de Cuento 2009, Instituto Sudcaliforniano de Cultura) y La nariz roja de Stalin (Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández, 2011). Es uno de los autores de novela negra más destacados de México, por obras como Tardarás un rato en morir (Suma de letras, 2013), Espectáculo para avestruces, (Arlequín, 2012) y Las paredes desnudas (Suma de letras, 2014).
Fue distinguido con el Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares, que otorga la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), por su más reciente novela, Hotel de Arraigo (Suma de letras, 2015). Está por aparecer, en el sello Tusquets editores, su novela La fiesta de los niños muertos.

ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE Pez Banana. Ver ORIGINAL aquí. Prohibida su reproducción.

Evitar el lugar común sobre “Fuera de Lugar”, de Martín Kohan: Vicente Alfonso

sábado, septiembre 17th, 2016

El autor mexicano de Huesos de San Lorenzo (Tusquets) presentó la novela de su colega argentino y este es el resultado de un texto entrañable con el que se reforzaron lazos entre dos literaturas portentosas que siempre tienen mucho que decirse y a menudo encuentran temas sobre los que dialogar

por Vicente Alfonso

Ciudad de México, 17 de septiembre (SinEmbargo).-

 

 

Ya no hay grandes maestros

porque nadie quiere ser aprendiz

José Emilio Pacheco

Para quienes observan desde afuera, la novela negra suele aparecer como un género rígido, con reglas muy precisas e inmutables que se heredan de una generación a otra. No es extraño escuchar recuentos de investigadores que van desde el decimonónico Auguste Dupin a los actualísimos Zurdo Mendieta y Pichón Garay, como si se tratara de simples eslabones de una estirpe dedicada a preservar, a toda costa, las tradiciones del oficio.

Una revisión menos superficial, sin embargo, permite ver que los mejores novelistas del género negro requieren iguales dosis de obediencia y rebeldía: las novelas de Patricia Highsmith, Dashiell Hammet y Chester Himes contienen tanta admiración como escarnio hacia sus predecesores. Así, más que un entramado fino, liso, parejo, la historia de la llamada literatura negra semeja, para utilizar un ejemplo cotidiano, una guerra de cárteles.

UN INTELIGENTE DIVERTIMENTO LITERARIO

En un primer nivel, Fuera de lugar, de Martín Kohan, es un inteligente divertimento literario que incluye enigmas, cadáveres, casinos, carreteras oscuras y por supuesto, abundantes criminales: desde una banda de pornógrafos (sacerdote incluido) que lucra fotografiando niños, hasta una intrincada red de contrabandistas que extiende sus dominios del Río de La Plata hasta los callejones más oscuros de Europa del Este.

No pocos de los lectores de este libro llegarán a la última página atraídos por los múltiples enigmas que el autor ha sembrado: ¿por qué Alfredo decide suicidarse después de ganar una fortuna en el casino? ¿Se enterará la esposa de Santiago Correa de las aberraciones que éste ha cometido durante sus supuestos viajes de negocios? ¿Hablará Guido, ese joven autista que sólo repite palabras aparentemente sin sentido? ¿Arrestarán los militares a Marcelo en su camino a la frontera?

Al escribir esta novela, no obstante, Kohan ha dispuesto los ingredientes de modo que el relato, al mismo tiempo, es una reflexión en torno al complejo arte de contar historias. ¿Funcionan las mismas fórmulas que dieron resultado a nuestros antecesores o es necesario buscar nuevas estrategias? ¿cuántas veces puede repetirse un elemento novedoso antes de que se convierta en un lugar común? parece preguntarnos Kohan desde el otro lado de las páginas.

El autor deja pistas y atisbos que inducen a reflexiones más profundas. Pongo dos ejemplos: el primero ocurre cuando alude, directamente, a una de las situaciones más recurrentes de la literatura policial: el llamado enigma de cuarto cerrado. Llamamos así a la clase de misterios que inauguró Edgar Allan Poe con uno de sus cuentos más célebres: “Los asesinatos de la calle Morgue”. En el relato, una mujer aparece estrangulada en una habitación cuyas puertas están cerradas por dentro.

La idea, que en su momento fue revolucionaria para las letras, ha sido utilizada tantas veces que ha terminado por ser un lugar común del que Kohan se mofa en la página 125 de Fuera de lugar, cuando escribe: No existe el misterio del cuarto cerrado desde adentro. No existió para los policías que, pasada una media hora, llegaron al edificio. Un suicidio, ¿qué otra cosa?

Un inteligente divertimento literario. Foto: Especial

Un inteligente divertimento literario. Foto: Especial

El segundo ejemplo aparece en la página 144, cuando nos enteramos de un hecho atroz enunciado en una línea: Alfredo va al casino, juega, gana, sale y a los pocos días se mata. La frase corresponde, casi palabra por palabra, con aquella idea que Chéjov dejó en sus cuadernos de notas, un argumento para una historia que jamás llegó a desarrollar: Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida. El argumento, por cierto, sirve al gran Ricardo Piglia como punto de arranque para desarrollar sus tesis sobre el cuento. En esta alusión al relato pendiente de Chéjov retomado por Piglia, Kohan parece declarar quiénes son sus maestros.

Finalmente, en un tercer nivel de lectura, podemos asumir la más reciente novela de Kohan como un cuestionamiento contra las ideas preconcebidas, una amplia reflexión sobre los dilemas éticos, legales y morales de nuestra época. La gente, en situaciones extremas, se dispone a hacer cosas extremas, enuncia el narrador en la página 59. Parece advertirnos que estamos por ingresar en el cenagoso terreno de los claroscuros morales, y que aquellos que esperen la sencillez del blanco y negro harán mejor en ajustarse el cinturón de seguridad. ¿Cuáles son los límites del delito? nos hace preguntarnos Kohan. ¿Y los del pecado? ¿Es posible pecar sin delinquir y viceversa? ¿Se puede ser un delincuente pasivo, del mismo modo, por ejemplo en que ahora se habla de fumadores pasivos?

Es en este plano donde las exploraciones de Kohan hurgan más profundo. Aquí me veo obligado a repetir conceptos en los que he insistido en más de una ocasión, pues como otras grandes novelas, Fuera de lugar nos recuerda que somos herederos de una tradición que nos toca conocer para negar, y que disfrutamos los avances residuales que, como benéficas migajas, se han desprendido de la lucha de otras generaciones contra las preguntas que no podemos responder. No somos mejores que el pasado, somos producto de él. Con soberbia vemos por encima del hombro a las generaciones que vivieron sin internet, que jamás abordaron un avión, que no conocieron el verso libre, que escribían maniatados por la censura de la Iglesia o en su caso, de la dictadura. Pero esa certeza de que vivimos en el límite del conocimiento se desvanece cuando queremos ejercerla en el nivel individual. Nos jactamos de la estación espacial pero tenemos dificultades para arreglar el flotador del excusado.

Martín Kohan (BUenos Aires, 1967), ganador del Premio Herralde por "Ciencias morales"

Martín Kohan (BUenos Aires, 1967), ganador del Premio Herralde por “Ciencias morales”

Lo mismo ocurre en el terreno literario: ¿por qué escribimos? ¿Para qué sirve la literatura? Reconozcamos que nos frustra o nos aterra descubrir que seguimos buscando las mismas respuestas que desvelaron a nuestros antepasados, quizá porque intuimos que nuestra generación tampoco alcanzará conclusiones definitivas: queremos asumirnos en otra etapa, en otro escalón, y para eso lo más simple es negar que nos interesan los conflictos no resueltos. Disfrazamos el miedo de apatía. Trasladando esta postura a lo literario, José Emilio Pacheco dice que “ya no hay grandes maestros porque nadie quiere ser aprendiz”. Es cierto: ser aprendiz implica heredar, junto a las técnicas y los secretos del oficio, las dudas de los maestros y el compromiso de hacer lo necesario para resolverlas, así sea por medio de la sátira o la negación de las convenciones, como lo hicieron en su momento Mark Twain, José Revueltas, Pacheco mismo y como magistralmente lo hace Kohan en esta novela.

Fuera de lugar, de Martín Kohan, nos recuerda que una de las razones de ser de las ficciones literarias es dislocar nuestra visión del mundo, es decir, permitirnos mitigar el encierro del yo para vivir vidas distintas. Darnos la oportunidad para ver el mundo a través de otros ojos. No es otro el propósito de la mejor literatura.

Vicente Alfonso escribe sobre Martín Kohan. Foto: Cortesía

Vicente Alfonso escribe sobre Martín Kohan. Foto: Cortesía

¿Quién es Vicente Alfonso? (Torreón, 1977) Autor de la novela Huesos de San Lorenzo (Premio Internacional de Novela Sor Juana Inés de la Cruz, publicada en español por editorial Tusquets y por NN editore en italiano, Unionsverlag en alemán, Üçbiriki en turco e Ikaros en griego). También es autor de Partitura para mujer muerta (Literatura Mondadori, Premio Nacional de Novela Policíaca), Contar las noches (Premio Nacional de Cuento María Luisa Puga) y El síndrome de Esquilo. Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Fondo Estatal para a Cultura y las Artes de Coahuila. Fue seleccionado por el FONCA y el Programa de Cooperación Internacional México-EE.UU. para realizar una residencia en Wake Forest University, en Winston-Salem.

MESA DE NOCHE | Arturo Vallejo y Vicente Alfonso, dos mexicanos a seguir

sábado, abril 2nd, 2016

Jorge Zepeda Patterson dedica su columna de apasionado lector a la nueva literatura mexicana, expresada mediante dos libros muy recomendables: La última vez en Plutón y Huesos de San Lorenzo

MESA_POSTABR02

Ciudad de México, 2 de abril (Sin Embargo).- Arturo Vallejo y Vicente Alonso son dos escritores mexicanos a los que habría que seguir la pista. Rondan los treinta y muchos años de edad y ambos ya tienen obra, y muy buena, y dejan la sensación de que lo mejor está aún por venir. En todo caso, estas dos entregas se encuentran entre lo más destacado en el país el último año.

Me gustó en particular La última vez en Plutón (editorial Alfaguara) de Vallejo. Ingenioso y ameno, muy bien escrito. Es el relato del joven A, durante una semana que transcurre en 2006 relatada nueve años más tarde. No es una semana cualquiera. Son los días en que el Paseo de la Reforma es ocupado por las protestas electorales y, casi o más importante para A, es la semana en que los astrónomos le quitan a Plutón la categoría de noveno planeta del sistema solar. “Plutón se lo ganó, por frío y distante” terminará consolándose A, un geek fascinado por la astronomía y la ciencia, aunque trabaja en la atención al cliente en la sala de videojuegos de un parque temático.

La explicación de los astrónomos, en cambio, no satisface a X, una reportera de provincias que cubre las protestas en Reforma, y que entabla relación bloguera con A. “Plutón también exige un recuento de voto por voto”, protesta X. A se siente atraído por B, y termina haciéndolo con C, colegas de trabajo; aunque la historia sugiere a una X en su destino.

La narración es también una sabrosa crónica del Distrito Federal y sus distintos ecosistemas. El rock metálico es cosa de los de Villa Coapa, dice A, pero eso sí, añade,   no importa a qué tribu pertenezcas; en México da igual si eres intelectual, banda, fresa, condeso, sateluco, coapo, trova, punkero o metalero, en algún momento de la fiesta alguien siempre acaba poniendo salsa y cumbias.

El libro vale la pena por frases como esa sobre videojuegos, música, cine y libros. De hecho, a contrapelo de A, relata la historia de H.P. Lovecraft, el autor de las novelas de misterio y terror, él mismo un obsesivo por la astronomía y en particular por la suerte de Plutón.

No deja de ser un misterio que en apenas 206 páginas Vallejo se las haya arreglado para engarzar tantos temas. Porque aún me falta mencionar el principal: Plutón es el pretexto para que A nos cuente la historia de la pérdida de su padre, un provinciano (en toda la extensión de la palabra), a quien la ciudad acabó trastornando y disolviendo. Al terminar de escribir este libro murió el padre del autor, como él mismo señala. La última vez en Plutón, es también una despedida.

[youtube b9ucSXVFNz4]

UN AJUSTE DE CUENTAS DEL AUTOR

Igual que el anterior, Huesos de San Lorenzo, de Vicente Alfonso, (editorial Tusquets), es un ajuste de cuentas del autor. Pero en este caso son otras cuentas. Vicente Alfonso relata la historia de dos hermanos gemelos, Rómulo y Remo, uno de los cuales es acusado de cometer un asesinato. El problema es saber quién lo cometió porque son idénticos, además de ser misteriosos, un tanto retorcidos y estar enamorados de la misma mujer. A lo largo de un relato complejo (que exige la concentración del lector), el terapeuta de Remo y un policía, cada cual por su lado, intentará desentrañar el enigma, aunque terminarán cada vez más enredados.

Un thriller de equívocos y giros inesperados que nos permite atisbar el mundo del que proviene el propio Vicente Alfonso, un hombre acostumbrado a vivir con el universo paralelo que significa tener un gemelo idéntico.

[youtube uBo3aJdsdM0]

@jorgezepedap