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La guerra no es como la pintan… bueno, Hollywood

viernes, enero 31st, 2020

Escena de 1917. Foto: Vía AP

Enfrentamos una época en la que el abuso de la información ha terminado por vacunar nuestro sistema. Delante de una imagen de guerra o dolor humano, damos vuelta a la página. La estetización de la violencia ha degenerado en una suerte de banalización, su uso irresponsable ha contribuido a que ahora nos resulte indiferente. Acabo de terminar una lectura apasionante. Nos vemos allá arriba, del escritor Pierre Lemaitre, Premio Goncourt 2013, es una saga de esas que nos reconcilian con el sobreexplotado tema de la guerra. Y digo que nos reconcilian, porque acabo de ver la multinominada 1917 que, pese a la fama que le precedía me dejó con mal sabor de boca. Por más que intenté no pude engolosinarme con el abuso de los recursos técnicos que subordinan la vocación del buen cine: contar una historia.

Al minuto diez del mentiroso plano secuencia, me descubro atrapada en un laberinto que me recuerda más a un juego de Mario Bross que la historia de personajes que sufren. Sin duda será una de las películas premiadas, porque la deuda que se tiene con el tema de la injusta guerra mundial no acaba de pagarse. En una nación en la que se gastan millones de dólares al día en la compra de armamento para invadir y “hacer justicia” en otras naciones, se premia el mérito de quien decide acometer el asunto.

Después de ver 1917, no puedo dejar de pensar en la película El Arca Rusa, de Alexander Sokúrov. Con una maestría absoluta, en un plano secuencia, la cámara recorre el Museo del Hermitage desde los cuartos de servicio hasta las famosas escaleras del gran salón de Los Embajadores. Una detrás de otra, las puertas del palacio se abren para mostrarnos la historia de Rusia, lo mismo Catalina la Grande en su vejez, que Nicolás y Alexandra antes de abandonar San Petersburgo huyendo de los bolcheviques. El final de la película es apoteósico; un baile termina y cientos de invitados descienden por las majestuosas escaleras, sin juicios de valor ni efectismos, se ha contado una historia. No se necesita más.

Portada de una edición de Nos vemos allá arriba. Foto: Especial

La novela Nos vemos allá arriba, también arranca en las trincheras, el sitio en el que los hombres se debaten entre la vida y la muerte, para desencadenar una trama llena de vueltas de tuerca y sorpresas en la que el espectador vive la anagnórisis de los personajes como si fuera propia. El poder de la literatura es, en este caso, lograr que a través de la imaginación acompañemos a dos seres entrañables, Edouard Péricourt y Albert Maillard en una serie de sucesos increíbles que ponen a prueba su amistad, la traición, la ambición, la nobleza y la dignidad humana. Es también una novela negra que nos ayuda a atar cabos, a estar alertas siempre, cargada de ironía y con un enorme sentido del humor. Retrato intimista en el que los sobrevivientes mutilados no son héroes sino una calamidad; jamás podrán volver a ser parte de una sociedad que también se ha fracturado por los horrores de la guerra. Quienes regresan son siempre una escoria. La cara oscura del triunfo bélico; la fracción que no recibe condecoraciones, solo la condena de convertirse en una carga para el estado y una deuda para la historia. La exacerbación en las acciones de los dos protagonistas, raya en los límites brechtianos del absurdo; parecen actuar en un teatro en el que todo está permitido, ahí están al borde de la muerte, vivos de manera inexplicable. Donde las cosas podrían ir mejor y significar una oportunidad de vida pareciera que el cruel destino se empeña en que salgan mucho peor. Sin embargo, su nobleza y sentido del otro los vuelve entrañables.

¿Qué hacer con ellos?, ¿cómo devolverles lo que la patria les arrebató?, ¿merecen homenajes o deben ser borrados?, ¿cómo reconocer su sacrificio y resolver las condiciones en las que se les obliga a vivir después de la guerra? Lacras sociales, seres imperfectos, residuos de una práctica espeluznante que horas antes se decidía en una mesa de negociaciones y que en nombre del honor los arrojó a los campos de batalla. La vida se define en las condiciones más adversas. En un segundo la explosión de un obús derrumba los sueños, abre la puerta de la muerte y hunde el futuro entre cadáveres. Morir es triste, salir vivo es peor. En esta historia, el destino del sobreviviente es un limbo. Lemaitre teje con minuciosidad cada escena para que sintamos, olfateemos y palpemos la muerte y el valor de la vida al lado de Edouard y Albert. La muerte es solo el principio.

Otto Dix ya había retratado los fosos con una crudeza única. Cuando nos asomamos a cualquiera de sus apocalípticas obras de pequeño formato, asistimos a las escenas más desoladoras. Grabados en su mayoría, las obras de Dix carecen de colorido alguno, como si un respeto último obligara al artista a renunciar a cualquier recurso estetizante. Las muecas, garabatos y caricaturas hacen de la muerte su modelo ideal. Los personajes anónimos nos llenan de ansiedad, son explícitos en su aberrante forma de reír, ¿ríen de dolor?, las quijadas se desgarran en una carcajada que los destroza. La risa es una pulsión de muerte. Donde hubo un rostro quedan solo agujeros, vanos que permiten ver como se escapa el alma. Los seres de la novela y de Dix, se ocultan en máscaras que revelan el mundo interior podrido en vida. Son también la única protección, antifaces contra los gases mostaza. Sobrevivir, no importa que sea en pedazos con la muerte tatuada. La monstruosidad es una nueva perfección en el arte, reemplazo de unos labios por fauces, de unos ojos por boquetes, de una nariz por un badajo. Lo que alguna vez nombramos rostro es tan solo el rescoldo de lo que fue la persona.

“Por un error en la impresión la titularon Wozzek”. Foto: Especial

Woyzek, el patético personaje, es otra víctima de la guerra. Georg Büchner, su autor, nunca la pudo ver representada. Años después, cuando Alban Berg asistió al estreno, tuvo una impresión tal que decidió escribir una ópera. Por un error en la impresión la titularon Wozzek. La atonalidad utilizada por Alban Berg nos lleva a vivir el drama de un soldado que, al final de la guerra sufre alucinaciones y paranoia. Lo que jamás atenderíamos como nota de un periódico con el poder del arte se transforma en una revelación. Las emociones, los procesos de descomposición mental del personaje se transmiten a través de la ejecución de los instrumentos que podrían compararse con los sonidos estridentes, ensordecedores de las metralletas y las bombas, son los que se oyen incesantemente dentro de la cabeza. No hay silencio posible, todo es un ruido ensordecedor, único compañero incondicional, espejo del mundo interior brutal y sin concesiones. Pero como en la novela de Lemaitre, hay también momentos de grandeza, de amor y de humanidad que se contraponen al abuso y la brutalidad. Lo ordinario, lo mundano, lo grotezco, cobran un cierto tono en la ópera y en la novela; transcurren como pasajes que nos permiten adentrarnos al interior de seres que en todo momento muestran lo que piensan. No hay filtros.

Dix en sus grabados, Berg en su ópera y Lemaitre en su novela, sustituyen el clásico género bélico por relatos que se internan en el alma de los protagonistas y en la banalidad y trascendencia del orden trastocado por la guerra. Son las historias de los seres condenados a deambular como fantasmas. Al final no hay alegorías, es la realidad palpable, la que vivieron aquellos que no tuvieron remedio más que ser soldados, pertenecer a un ejército. Servir a la Patria, pertenecer a cualquiera de los bandos, los buenos y los malos, no importa; ellos son los que mueren. La poesía nos la quedamos nosotros.

Grabado de Otto Dix. Foto: Especial

1917 es una película que cumple la tarea de entretenernos, un alarde de tecnicismos; pero a diferencia de las obras maestras descritas antes, nunca sacudirá nuestras entrañas aun cuando esté filmada en HD y con todos los recursos que el dinero puede comprar.

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¿Qué leeremos en el 2019? Una mirada al primer semestre del año: ¡Novedades!

sábado, enero 19th, 2019

Libros y más libros que comenzaron con Serotonina, de Michel Houellebecq y continuaron con La muerte del comendador 2, de Haruki Murakami. Margaret Atwood y el dios de la novela negra, Pierre Lemaitre, entre las novedades de la primera parte del año.

Ciudad de México, 19 de enero (SinEmbargo).-El año empezó fuerte, muy fuerte. Primero, la salida de Serotonina, la nueva novela de Michel Houellebecq, esperada tras largos tres años de Sumisión, hoy vista como una novela que adora Marien Le Pen y todos los racistas de Francia.

Aquí ya está en libro electrónico y el próximo 15 de febrero inundará las librerías mexicanas, revelando un poco esa ansiedad que tienen los lectores de Michel y también, por qué no, porque en Europa va primero en la lista de ventas y ha lanzado una promoción increíble, al punto de que la crítica peruana Nataly Villena Vegas, que vive en París, ha dicho: “Curiosa campaña de marketing la que utilizan para promocionar el nuevo libro de Houellebecq. Tres semanas antes de su salida, cuando nadie había leído el libro, escribían: El escritor que predijo la protesta de los chalecos amarillos; libro premonitorio. Justo cuando las protestas llegaban a su mayor intensidad. Es así como funciona un aparato editorial y sobre todo un autor pragmático y oportunista. Podemos estar seguros de que el libro fue revisado y quizás hasta reescrito hasta el último segundo para que coincida con la actualidad. Es Houellebecq, el autor que considera a sus lectores una sarta de mediocres que se identifican con sus protagonistas igualmente mediocres (lo dice él).

Y para la impresión de un libro de Houellebecq no hay plazos ni reuniones de representantes, ni presentación a libreros. Los libros llegan a las librerías oliendo a tinta fresca.

Ya no se lee lo de “premonitorio” desde la salida en librerías, hace un par de días; claro, las protestas de los chalecos se han desinflado. Ahora es solo el autor que entiende tan bien el pesimismo francés. Ja.”, dice la crítica.

Más allá de las oportunidades que Houellebecq (recién casado, por otra parte) huele al instante, nadie como él escribe esa sinrazón de vivir en estos tiempos, más allá de sus discursos racistas, machistas y olvidados del mundo. Ya sacamos el primer capítulo en Puntos y Comas y vamos a ver cómo le irá en la venta de papel.

La otra salida es La muerte del comendador 2, un libro que completa la historia del pintor que hace retratos y que se ha separado de una mujer con la que vuelve a unirse. En el 2, Haruki Murakami tiene a un narrador más aliviado, sin ese descubrir quién ha pintado el cuadro o quién rompe el sueño con una criatura difícil de descubrir, habitante de la noche y de un espacio oculto.

Hoy, mientras tanto, se estrenará el documental Dreaming Murakami, de Nitesh Anjaan, quien sigue a la traductora danesa de Haruki Murakami, Mette Holm, mientras viaja a Japón.

“Sin traducción, no podemos entender las culturas de los demás, perdemos la capacidad de conocernos”, dice la traductora.

El cineasta leyó a Murakami en danés, cuando tenía 18 años: “Eso es lo que intenté traducir en la película, esa forma de estar en el mundo, estar entre el mundo y el texto que se traduce y el mundo en el que estás físicamente”, ha dicho.

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MARGARET ATWOOD Y SUS NUEVE CUENTOS MALVADOS

Margaret Atwood, la canadiense nacida en Ottawa, el 18 de noviembre de 1939, ha ganado muchísima popularidad en la televisión.

El interés por Atwood creció exponencialmente con la transmisión de The handmaid’s tale y ahora ha aumentado con el trabajo en serie de la trilogía Madd Addam. Los libros cuentan la historia de una pandemia mundial y el fin de la humanidad y el pequeño grupo de sobrevivientes que quedan para pastorear una nueva raza para heredar el mundo.

No hay que olvidarse de Alias Grace, la serie que pasó Netflix y donde la escritora, a quien entrevistáramos en un festival realizado en San Miguel de Allende hace tiempo, ejercita su voz ultrafemenina.

Poeta, novelista, crítica literaria, profesora y activista política, su nuevo libro, que sacará editorial Salamandra, ha despertado muchas expectativas. Nueve cuentos malvados, donde una escritora de literatura fantástica que ha enviudado recientemente sobrevive a una tormentosa noche de invierno guiada por la voz de su difunto marido. En estos cuentos malvados Atwood reflexionará sobre la vejez y la muerte con un sentido del humor algo macabro.

LOS MALPASO DAN UNA BUENA CAMINADA

Los chicos de Malpaso y Lince Ediciones están muy bien preparados para seguir una buena caminada por el rumbo editorial. En este primer semestre están muy entusiasmados por el libro del periodista estadounidense Marc Myers, Anatomía de la canción, puestos como están a inundar de música las librerías mexicanas.

Se trata de una historia cultural del single, centrada en los recuerdos de los artistas y en la alquimia de los estudios. La fuerza del libro radica en las reveladoras e irónicas reflexiones de artistas como Elvis Costello, Jimmy Cliff, Stevie Wonder, Booker T. Jones, el Dr. John y Debbie Harry. Un entretenido paseo por la banda sonora del baby boom.

Myers destila los reveladores testimonios de grandes compositores e intérpretes a propósito de las canciones que han marcado sus carreras artísticas. Gracias a su habilidad como entrevistador, puede uno percibir con nitidez el orgullo y entusiasmo que embarga a estos grandes creadores al rememorar esos episodios. Revivir y contextualizar la gestación de estas canciones es un verdadero placer y nos aproxima a aspectos insospechables y desconocidos sobre el origen de las mismas.

Al fin una biografía de The Cure. Foto: Especial

Cured/Malpaso, de Laurence Tolhurst

Memorias de uno de los fundadores de The Cure, banda mítica y de culto. Siendo como fueron dos de los primeros punks en la muy inglesa y provinciana ciudad de Crawley, Lol Tolhurst y Robert Smith no lo tuvieron fácil. Por su condición de forasteros, la suya fue una amistad basada inicialmente en la proximidad y en su compartida pasión por la música, pero concretamente por el punk que hervía en Londres y por otras iniciativas artísticas que entroncaban con ese movimiento rupturista. Atendiendo al principio al nombre de The Easy Cure, comenzaron a tocar en pubs y pronto desarrollaron un estilo y enfoque propios para componer canciones, que cristalizarían, con el tiempo, en temas atemporales que despertaron un profundo sentido de identificación y empatía en los oyentes.

Nelson Mandela / Cartas desde la prisión/Malpaso

Las cartas sobrecogedoras que el preso político Mandela escribió desde la cárcel. El testimonio de los años más duros de su vida…

En 1962, cuando el régimen sudafricano del apartheid se encontraba en su momento más duro, Nelson Mandela fue detenido y condenado a cadena perpetua. Tenía 44 años y todo indicaba que acabaría sus días en una de las cárceles más duras del mundo, Robben Island, un penal de trabajos forzados situado frente a Ciudad del Cabo.

Después de pasar 18 años en condiciones durísimas, fue trasladado a los penales de Pollsmor, primero, y de Víctor Verster, después. Sus condiciones de vida mejoraron notablemente y pudo escribir cartas a su familia, a sus correligionarios y a distintas personalidades internacionales. Estas cartas –miles a lo largo de los años−, no solo documentan una época terrible de la historia del mundo, sino que también configuran el retrato, íntimo e ideológico, de Nelson Mandela.

Ojos de Muñeca, de Ingrid Desjours /Lince

Provocador, cínico y misógeno, Marc Percolès, capitán de la policía, está de vuelta al trabajo después de un accidente automovilístico en el que su esposa perdió la vida y del que él ha salido en silla de ruedas. Percolès es un personaje marcado por este accidente y también por la pérdida de su esposa.

Bárbara termina su curso para convertirse en esteticista. Una mujer de otra época, que vive con su madre, es tímida y, obviamente, víctima de las burlas de sus colegas más jóvenes. Bárbara tiene que volver a casa para cuidar a su madre ciega, pero antes, pasa por esta famosa tienda de muñecas donde hace semanas que ha elegido una con la que celebrar su diploma de esteticién.

Pero de regreso a casa, cargada con su tesoro precioso, Bárbara es violada de la manera más horrible, humillada y menosprecia. Todo se rompe en la cabeza y el cuerpo de Bárbara.

A partir de aquí los caminos de estos dos personajes se cruzarán en una historia fascinante, donde la intriga se desarrolla poco a poco, insidiosamente… Todo se pone en marcha, en una violencia física y moral insoportable, para terminar en un final donde el lector, por fin, podrá recuperar el aliento.

Mi vida (no del todo) perfecta, de Sophie Kinsella/Lince

La vida no siempre es tan perfecta como muestra nuestro muro de Instagram.

Katie Brenner, con 26 años, tiene una vida perfecta: un apartamento en Londres, un trabajo glamoroso y un canal de Instagram súper genial. Pero la verdad no es tan glamurosa, en realidad alquila una habitación que es diminuta sin espacio para un armario, tiene un trayecto diario con trasporte público eterno hasta llegar a su espantoso y humilde trabajo de administrativa en una empresa de comunicación y la vida que comparte en Instagram no es realmente la suya…y espera que un día sus sueños se conviertan en realidad.

Y todo puede empeorar. Su vida (no tan) perfecta se vendrá abajo cuando su jefa vaya a por ella, la despida y Katie no tenga más remedio que regresar al campo de donde procede y poner en marcha un nuevo negocio, un glamping, un camping glamuroso. Pero no contaba con que una de sus primeras clientas será su exjefa ni con todas las incógnitas que esa visita va a detonar.

Tal vez tienen más en común de lo que parece. ¿Y qué pasa si al fin y al cabo ninguna de las dos tiene una vida perfecta?

20 buenísimas razones para no leer nunca, de Pierre Ménard/Lince

Este libro es exactamente lo que parece: un necesario manual de autoayuda y un panfleto virulento que trata de acabar con la peligrosa pandemia de la lectura. ¿Un libro contra la lectura? Sí, el último libro. Leer es perjudicial para la salud y para los negocios, provoca pereza y miopía, alopecia y tristeza.

Pierre Ménard tiene 25 años y niega tajantemente ser el autor del Quijote, aunque por ahora no ha demandado todavía a Jorge Luis Borges ni a su heredera por acusarle de semejante ignominia. Aunque jura dedicar su vida a la nobilísima tarea de ganar dinero y hacérselo ganar a los ricos, desde una asesoría bursátil de la ciudad de París, confiesa haber publicado además de este notable panfleto contra la lectura otras dos obras, Pour vivre hereux vivons couhcés y Comment paraître intelligent.

Diario de un librero, de Shaun Bythell/Malpaso

La introducción perfecta a los placeres y miserias que comporta regentar una librería. Un tragicómico y sentido cántico a una vida entre libros.

“Cuando compré The Bookshop en 2001 tenía una vaga idea de cómo creía que podía funcionar una librería. Ninguna de mis expectativas se cumplió. Siguen sorprendiéndome a diario las preguntas que me hacen los clientes así como las suposiciones que la mayoría de la gente alberga sobre cómo gestionamos este negocio -extrañas conjeturas con las que creen poder adivinar el modo de adquirir los libros o cómo elucubramos los precios de venta al público-. Toda la especie desfila por la tienda: algunos regatean, algunos recomiendan libros, algunos son espectacularmente groseros, otros quieren contarte impúdicamente la historia de su vida, y otros se atreven a sonsacarte detalles de la tuya. Este diario pretende consignar algunos de los encuentros más memorables.” Shaun Bythell.

Ahora me toca a mí, de Selma Lønning Aarø/Lince

Un relato ágil sobre lo que se espera de las mujeres y lo que las mujeres esperan de sí mismas.

Julie sabe que un orgasmo es lo que pasa cuando su marido grita como un primate y deja caer su peso sobre ella. Julie también sabe arquear el cuerpo y emitir jadeos y grititos en el momento adecuado. Por desgracia, nunca ha tenido uno. Harta de esta situación, decide hacerse con Mr Rabbit, un vibrador que promete orgasmos en 30 días, y dedicarse al onanismo a tiempo completo. Pero la realidad no es tan fácil como la pintan en los sex shops. A Julie no paran de asaltarle pensamientos y recuerdos que le impiden concentrarse; el sonido de la máquina cortacésped de su padre, su despertar sexual, el exhibicionista con el que solía cruzarse de niña, las galletas de jengibre de su abuela y otro sinfín de recuerdos parecen dispuestos a arruinarle la tarea.

El gran Nelson Mandela y sus cartas desde la prisión. Foto: Especial

PIERRE LEMAITRE Y SUS HISTORIAS NEGRAS

“Sí, estoy empeñado en fortalecer una evolución de la novela negra. Decir qué es evolución es algo pragmático y también prosaico, sin importar la historia que tengo que contar yo utilizo las mismas herramientas que son las propias de la novela negra. Hace rato yo estaba bromeando con uno de sus colegas diciendo que si escribiera una novela pornográfica lo haría también con las herramientas de la novela negra. Uno no se espera ver las herramientas de la novela negra en una novela sentimental o histórica y eso funciona”, ha dicho el francés Pierre Lemaitre, que en este año entregará la segunda entrega de la trilogía de entreguerras de Pierre Lemaitre, Los colores del incendio (Salamandra).

Se trata de la segunda parte de Nos vemos allá arriba (Premio Goncourt en 2013). El escritor francés regresa al género negro con la perturbadora historia de un niño de 12 años que asesina a otro sin querer.

“NO A LA IMPUNIDAD”, DICE EL EX JUEZ BALTASAR GARZÓN

El español Baltasar Garzón pasará a la historia por muchas cosas y casi todas buenas, pero entre ellas hay una que se destaca y es haber llevado detenido a Augusto Pinochet (1915-2006).

El general había perdido todo su poder y lo recordamos ahora con el documental de Netflix donde se cuenta el asesinato del cantautor Víctor Jara (apenas tenía 40 años), con las manos cortadas y todos los sueños de Latinoamérica pereciendo en su cuerpo.

El 16 de octubre de 1998 el arresto domiciliario del general Augusto Pinochet marcó un hito en el tratamiento penal de genocidas y autores de crímenes contra la humanidad.

El proceso contra el dictador chileno, acusado de violaciones de derechos humanos en Chile —los cargos incluían 94 denuncias de tortura de ciudadanos españoles, el asesinato en 1975 del diplomático español Carmelo Soria y conspiración para cometer tortura — duró 16 meses, hasta que la Cámara de los Lores resolvió que Pinochet no gozaba de inmunidad y podía ser juzgado.

El arresto domiciliario de Pinochet en Londres, donde había acudido para recibir tratamiento médico, duró 503 días. Su defensa argumentó su delicado estado de salud, y tras practicarle pruebas médicas, el ministro de Interior británico, Jack Straw, decidió que no debía ser extraditado a España. Pese a las protestas de organizaciones de defensa de los derechos humanos, en marzo de 200 Pinochet pudo volver a Chile.

Su imagen de anciano desvalido en silla de ruedas saliendo de territorio británico contrastó con su figura erguida tras aterrizar en el aeropuerto de Santiago de Chile el 3 de marzo de 2000.

Pinochet fallecería finalmente el 10 de diciembre de 2006 sin haber sido condenado por delito alguno, a pesar de que se llegaron a presentar más de 300 cargos criminales contra él en Chile.

Ahora, Baltasar Garzón recordará ese hecho y tantos otros en el libro de Debate No a la impunidad, un repaso por los abusos de derechos humanos cometidos por las distintas dictaduras en el siglo XX.

La nueva novela de Ray Loriga. Foto: Especial

EL PREMIO ALFAGUARA PUBLICA LIBRO

Cuando entrevistamos a Ray Loriga le preguntábamos si la novela con la que había ganado el Premio Alfaguara 2017 y la promoción le iba a dejar tiempo para escribir algo más. Él decía que estaba escribiendo, entre hotel y hotel y el fruto está dado con la novela Sábado, domingo, que cuenta dos historias en una sola sucedidas en un periodo de 20 años con un planteamiento cinematográfico.

“Todo el mundo tiene un recuerdo oscuro, una medusa tenebrosa que, en perfecta simetría, mancha el futuro de su existencia”, dice Loriga.

La novela narra una historia y la vuelve a contar años después. En la primera, un adolescente relata un suceso escabroso del verano anterior. Junto con su amigo Chino, salen un sábado y ligan con una camarera. La noche parece ir bien, hasta que todo se tuerce y acaba en desastre: es un funesto sábado que nuestro narrador se niega a recordar. Pero después de cada sábado, viene un domingo.

Veinticinco años después, ese adolescente, que ahora es un hombre con muchas malas decisiones a cuestas, acompaña a su hija a la fiesta de Halloween en el Colegio Internacional de las afueras de Madrid. Allí comparte charla con una mujer desconocida que se oculta tras la máscara de un disfraz. La conversación, intrascendente en apariencia, pronto lo conduce a aquella noche. No hay más remedio que aceptar que finalmente es domingo, el día que nos obliga a enfrentarnos a nuestro pasado.

Sábado, domingo es una novela sobre la culpa, sobre las deudas que se asumen como propias en la vida y sobre la huida que se impone cuando aceptar la realidad parece no ser posible: un Loriga esencial.

JOSÉ LUIS SAMPEDRO, UN RENACENTISTA EN EL SIGLO XX

José Luis Sampedro (1917-2013) fue un economista, escritor y, por encima de todo, un humanista crítico, con un pensamiento siempre comprometido con su tiempo. Su arrolladora personalidad se dibuja en las páginas de su biografía autorizada, de la mano de Andrés Sorel, amigo cercano del que es sin duda uno de los escritores e intelectuales españoles más queridos y respetados.

Por medio de entrevistas a personas allegadas, a su mujer Olga Lucas y gracias al acceso a archivos personales y una profunda admiración tanto a la persona como a su obra, Sorel nos ofrece un relato íntimo del que para él es “uno de los escritores más honrados y honestos de nuestro tiempo.” Publica Debate.

Un libro sobre el gran héroe del pensamiento, Primo Levi. Foto: Especial

CON EL AUTOR DE LA TRILOGIA DE AUSCHWITZ

Yo, quien os habla, de Primo Levi, edita Península (Planeta)

La familia, la infancia, los años de formación durante el fascismo en Italia, los amigos de adolescencia, las lecturas, la timidez, la pasión por la montaña. Luego la guerra, el regreso a casa y una vida dedicada a su oficio de químico. Tras casi treinta años enterrada, sale a la luz esta emocionante conversación que Primo Levi sostuvo con Giovanni Tesio en 1987, con el objetivo de realizar, con su resultado, una biografía autorizada.

Las preguntas de Tesio, a las que Levi responde con una disponibilidad prudente, pero en ocasiones también muy explícita, dejan transpirar el ser más íntimo de Levi. Y nos regalan un diálogo intenso que corre sobre el filo de la memoria, cargado de vida y de historia; un diálogo que se interrumpe justo antes de llegar a la deportación a Auschwitz por la muerte de Levi en abril de ese mismo año.

ROBERTO BOLAÑO Y LA PRENSA

A la intemperie (Alfaguara) compila todas las columnas, los artículos y las reseñas publicadas por Roberto Bolaño en medios españoles e hispanoamericanos desde la década de los setenta y hasta su muerte en 2003. Asimismo, se recogen en el libro los prólogos escritos para obras de otros autores, las conferencias y los discursos pronunciados, y el sugerente manifiesto infrarrealista formulado en la etapa creativa de México.

El humor, la literatura y la cultura, las reflexiones que atraviesan sus obras narrativas, sus lecturas, su visión del mundo -en ocasiones polémica, siempre desinhibida- y numerosas anécdotas conviven en este volumen que da a conocer otra faceta del autor: más teórica, sí, pero tan profundamente autobiográfica como la que atraviesa sus obras más conocidas. Una muestra del genio creador que convirtió a Bolaño en uno de los escritores contemporáneos más importantes.

“A la intemperie nos permite esa mezcla de curiosidad y espionaje que los millenials llaman estalqueo: la ocasión de escudriñar cuanto Bolaño pensaba -o acaso no pensaba, pero sí escribía- sobre sus caballitos de batalla, sus próceres y enemigos literarios, con una mirada hacia su extravagante mundo interior”, ha dicho Jorge Volpi.

IDA VITALE HOMENAJEA A MÉXICO

Shakespeare Palace: Mosaicos de mi vida en México (Lumen), de Ida Vitale, ganadora del Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, del Premio Cervantes y del Premio en Lenguas Romances de la FIL en Guadalajara, reconstruye, en mosaicos, la historia de diez años que pasó en la Ciudad de México.

Desde las calles empinadas de la colonia San Ángel hasta los sabores de la comida mexicana o el encuentro con palabras tan sutiles e imborrables como “tlapalería”.

Ida Vitale llega a México debido a la diáspora uruguaya. Aquí encuentra un mundo que la acoge y nuevos significados que ella y su marido, habrán de acomodar. Es en esta ciudad, en la calle de Shakespeare, donde encuentran a Elena, una vecina que convive entre intelectuales y artistas y de la cual aprovechan la calidez. Su primer desembarco es en casa de Ulalume y Teodoro González de León. Será desde ese momento que comenzarán a conocer el mundo intelectual mexicano que los arraigará, de alguna manera, a este país. Ida trabaja todos los días en el Colegio de México, al lado de Tomás Segovia, con distintos proyectos de traducción. Conoce a Octavio Paz, habla de Elena Garro, se encuentra con Juan José Arreola y José de la Colina. Entabla cercana relación con Efraín Huerta y su familia, con Emmanuel Carballo y su mujer, entre muchos otros. Shakespeare Palace es un libro cálido, inolvidable, que rehace ese México de finales de los setenta a mediados de los ochenta.

Herta Müller hace memorias. Foto: efe

LA VOZ MEMORIALÍSTICA DE HERTA MÜLLER

“Los ensayos de Herta Müller complementan la obra de ficción, pues constituyen un profundísimo análisis de las consecuencias de la represión política en la psicología y en el lenguaje. Pero, además, son obras maestras independientes y de un estilo sin igual, un verdadero placer para el lector”, ha dicho Ruth Klüger.

El discurso de agradecimiento que dio Herta Müller al recibir el Premio Nobel de 2009 comienza así: “La peripecia de una niña que cuida vacas en un valle hasta llegar aquí, hasta el Ayuntamiento de Estocolmo, es muy extraña”. No hay textos que expliquen mejor que sus ensayos ese camino desde la aldea rumana hasta el mundo de la gran literatura.

La obra de Herta Müller es una construcción rica y compleja que se nutre de sus experiencias y como tal refleja la profunda sensibilidad de una autora que se ha posicionado con firmeza para defender sus ideales más allá de la esfera política, como una forma de concebir el mundo. En los textos que componen este libro habla de su niñez y de su juventud, relata la persecución que sufrió por parte de los servicios secretos, reflexiona sobre cuestiones de su propia escritura y comenta las lecturas de autores clave para ella por su faceta literaria o política.

Una obra imprescindible y muy personal de una de las autoras más lúcidas e importantes de nuestros días es Siempre la misma nieve, siempre el mismo tío, de Ediciones Siruela.

10 libros contra esta manera de vivir tan moderna o ¿tan medieval?

sábado, junio 3rd, 2017

Como Black Mirror, esa serie que ves y que no te deja igual de ánimo, hay unos cuantos libros que encaran nuestra manera de vivir, llevando al costado del ring cosas tan usuales como nuestro perfil de Facebook, el último tuit de 140 caracteres, esa cosa que te dicen en whatsapp o, lo peor, cuando leen tu mensaje, pero no lo contestan. Los lavaderos hoy son “tendederos”, las peluquerías de antes hoy son barberías,  protestas por Internet, ¿hipster o mainstream?…Autómatas esclavos de las corporaciones, ¿alguien nos dijo esto?

Ciudad de México, 3 de junio (SinEmbargo).- La vida, esa demente, se encamina por un costado donde hay que tomar mucha carrera si lo que quieres es estar a tono con la existencia. ¿Hipster o mainstream? ¿Estallamos por el último color del iPhone pero no nos animamos a pedirle un aumento a nuestro jefe? Vivimos con nuestros padres, pero usamos el último modelo de Camper. Las relaciones son por Tinder, las traiciones y los engaños por Facebook, las consideraciones políticas por Twitter y sacarme una foto en piyama, así tan casual, por Instagram.

Emitimos declaraciones políticas por la mayor plataforma del mundo, change.org y nos parece mucho más edificante el futuro de un cerdo domesticado que los chicos que piden en la calle, a muchos de los cuales los miramos con la vista de las castas de la India: “algo habrán hecho en un pasado inmediato”, decimos.

Publicamos libros dedicados a la comida con insectos y tomamos café en el Starbucks; adoptamos a hijos “virtualmente” y poco estamos acostumbrados al abrazo espontáneo, a la expresión del afecto instantánea, sincera.

Muchas de las cosas con las que planteamos nuestra vida moderna tienen la buena intención. Sabemos que es mejor comer sano que chatarra, que no está bueno golpear a un anciano o a un perro, que a veces está genial andar en bicicleta que en un taxi destartalado -que tira humo y nos deja los bolsillos vacíos-, pero lo que no solemos pensar es que todo forma parte de un plan A.

Vale decir, ciudadanos tiernos, acostumbrados a la vida sin rivales ni desasosiegos, que todo esté limpio en la superficie pero no quieras ir ni a ver cómo luce la cocina, son los que ha diseñado el capitalismo moderno, ese sistema de gobierno que en los ’70 nos decían “ya está dando sus últimos manotazos de ahogado”.

La tecnología y la vida sin romper un plato son el nuevo descubrimiento de las corporaciones y en su manto somos el hazmerreír a la hora de pedir aumentos de sueldo, jornadas de ocho horas, vacaciones corridas, utilidades, pareciera ser que por muchas de las luchas que los humanos perdieron la vida en el siglo XX hoy recrudecen con la pinta de un iPod o de un tuit fugaz.

La violencia es testimonio de esa ignominia. Cada día el ser humano es enemigo del que está al lado y los debates en los medios simulan una libertad controlada.

“El sistema de control de las sociedades democráticas es muy eficaz; instala la línea directriz como el aire que respira. Uno ni se percata y se imagina a veces estar frente a un debate particularmente vigoroso. En el fondo, es mucho más rendidor que los sistemas totalitarios”, dijo recientemente Noam Chomsky en una entrevista y su modo de explicar la realidad nos llevó a ver qué libros rescatan ese “modo de vivir” tan moderno –aparentemente- y tan medieval en muchos aspectos.

Para reflexionar, aquí van 10 libros.

Eduardo Rabasa

Eduardo Rabasa construye su segunda novela alrededor del poder de las corporaciones sobre la vida humana. Google y sus pelotas de básquetbol, por ejemplo, testimonio de cómo la empresa controla a sus empleados mucho más allá de lo usual.

La cinta negra —o cinturón negro como se dice en España— es el máximo reconocimiento profesional al que se puede aspirar en Soluciones, una empresa moderna como la que más, que se dedica a solucionear soluciones por encargo. Novela imperdible, aunque bastante pesimista.

Pierre Lemaitre

¿Qué puede hacer la pérdida del trabajo en una persona? ¿Es el trabajo lo único que sustancia la vida en la sociedad moderna? La novela menos policial y más humana del célebre escritor francés, en un drama que tarde o temprano verás cerca o muy cerca.

Con humor, crudeza y un realismo brutal, Lemaitre explora el lado más inmoral del mundo empresarial y los efectos perversos que el desempleo puede llegar a tener en cualquiera de nosotros.

Luciano Concheiro

“El tema de la aceleración es uno de los temas fundamentales de nuestra sociedad. Tiene que ver con la lógica del capitalismo; lo que busca es que los capitales invertidos circulen de manera más veloz y regresen para que puedan volver a ser invertidos. Todo esto se pliega a la política y sobre todo a nuestra subjetividad. Nosotros mismos somos sujetos acelerados, ansiosos, estresados…”, dijo Luciano Concheiro en la entrevista que le realizáramos el 29 de abril.

“Si me viera obligado a señalar un rasgo que describiera la época actual en su totalidad, no lo dudaría un segundo: elegiría la aceleración. Este fenómeno explica en buena medida cómo funcionan hoy en día la economía, la política, las relaciones sociales, nuestros cuerpos y nuestra psique. El incremento de la velocidad es una mirilla por la cual, sin tener que recurrir a perspectivas reduccionistas, podemos ver –y acaso entender un poco mejor– el mundo contemporáneo y a quienes lo habitamos”, dice en su libro Contra el tiempo.

Giorgio Griziotti

“¿De qué se trata cuando el capitalismo, a través de la maquinaria posibilitada por la tecnología y su forma digital, se corporiza en nosotros, deviniendo una epistemología que no distingue culturas, naciones ni lenguas, y que gracias a su perfeccionamiento en los dispositivos portátiles nos acosa a cada instante revirtiendo el proceso con el cual las máquinas se hicieron como nosotros y ahora nosotros nos hacemos como ellas y para ellas? ¿A qué grado esto ha sido tan perfecto en el capitalismo tardío como para, a diferencia de intentos anteriores, haber calado hondo en la conformación del sujeto convirtiéndose en el Otro que nos hace y nos inventa en la intimidad? ¿Y cómo es que un día el internet, convertido en una extensión de nuestro cerebro, nos traiciona?”, escribe Diego Armando Moreno, nuestro reseñista.

Giorgio Griziotti es investigador independiente de mediaciones tecnológicas contemporáneas del capitalismo cognitivo, con experiencia de más de treinta años de asesoramiento en el campo de las tecnologías de la información. Debido a su actividad política en los años sesenta en el movimiento autónomo italiano, se vio obligado emigrar a Francia. Desde entonces reside en París.

Noam Chomsky

Cualquier libro de Noam Chomsky se levanta como una bandera en torno a cosas que hemos aceptado como lógicas, pero que pensadas tienen la virtud de lo absurdo.

Este libro aborda los aspectos fundamentales que definen nuestra condición humana: la exclusiva capacidad para el lenguaje, la naturaleza y los límites de la mente humana y las posibilidades del bien común en la sociedad y la política. Utilizando un lenguaje preciso y exento de tecnicismos, Chomsky examina en profundidad cincuenta años de desarrollo científico en el estudio del lenguaje, esbozando cómo su propia obra ha tenido repercusiones en la concepción de los orígenes de éste, la estrecha relación entre lenguaje y pensamiento y su eventual base biológica, pasando del ámbito del lenguaje y de la mente al de la sociedad y la política.

Naomi Klein

Ahora que Donald Trump está difundiendo entre muchas de sus ideas medievales el asunto de que no es tan verdadero el tema del calentamiento global, conviene leer este libro –trabajo fundamental de la célebre socióloga canadiense-, donde se ofrecen datos precisos sobre la contaminación climática.

“El cambio climático es así: es difícil pensar en él durante mucho tiempo. Practicamos esta forma de amnesia ecológica intermitente por motivos perfectamente racionales. Lo negamos porque tememos que, si dejamos que nos invada la plena y cruda realidad de esta crisis, todo cambiará. Y no andamos desencaminados: El cambio climático lo transformará todo en nuestro mundo”, asegura Klein.

No es cambiando un foco de luz cómo venceremos al calentamiento global, sino haciendo que los dirigentes vean en ello una crisis, dice Naomi. “No basta con que lo mitiguemos o nos adaptemos a él. Podemos aprovechar esto para reactivar economías locales, recuperar nuestras democracias de las garras de la corrosiva influencia de las grandes empresas, recobrar la propiedad de servicios esenciales como la electricidad y el agua, reformar nuestro enfermo sistema agrícola y hacer que sea mucho más sano, respetar los derechos indígenas y las migraciones climáticas y poner fin a los hoy grotescos niveles de desigualdad existentes”, expresa.

Naomi Klein

Cuando estás sin posibilidades de fantasear, dormido, cuando perdemos nuestra narrativa, nuestra historia, estás siendo sometido a “aislamiento sensorial” y evoca a la circunstancia cuando representantes de agencias internacionales occidentales y universitarios se reunieron en 1951 para crear ese estado de las cosas.

“La primera aventura de los Chicago Boys en la década de 1970 debió de haber servido de aviso a la humanidad: sus ideas eran peligrosas. Al no hacer responsable a la ideología de los crímenes cometidos en su primer laboratorio, se dio inmunidad a esta subcultura de ideólogos impenitentes y se les liberó para que recorrieran el mundo en busca de su próxima conquista. Hoy vivimos de nuevo en una era de masacres corporativas, con países que son víctima de una tremenda violencia militar combinada con intentos de rehacerlos como economías de “libre mercado” modélicas; vemos cómo las desapariciones y las torturas han vuelto con mayor intensidad que nunca”, dice Naomi.

“Y también ahora parece que no se sepa ver ninguna relación entre el objetivo de conseguir crear nuevos mercados libres y la necesidad de utilizar la violencia para lograrlo”, afirma.

Martín Caparrós

“Si usted se toma el trabajo de leer este libro, si usted se entusiasma y lo lee en –digamos- ocho horas, en ese lapso se habrán muerto de hambre unas ocho mil personas: son muchas ocho mil personas. Si usted no se toma ese trabajo esas personas se habrán muerto igual, pero usted tendrá la suerte de no haberse enterado”.

El hambre (Planeta), el libro del escritor y periodista argentino Martín Caparrós, es un verdadero mazazo en el centro del pensamiento y, sobre todo, un balde de agua fría al sentido común con el que a menudo pretendemos analizar los hechos de la vida, sin entender mucho, sin saber nada.

Se trata de un trabajo monumental, un libraco de 600 páginas que debería ser de lectura obligada, especie de nueva Biblia de la contemporaneidad, donde todo se pone en duda, menos el hambre, la enfermedad que más mata de todas y con la que podemos vivir a cuestas como si fuera un tema que no nos compete a la especie humana.

Zygmunt Bauman

Zygmunt Bauman continúa y profundiza el análisis de la trama y los mecanismos por los cuales la sociedad actual, en su fase de modernidad líquida, condiciona y diseña las vidas de los sujetos centrándose en sus particularidades como consumidores.

En esta nueva sociedad los individuos son, simultáneamente, los promotores del producto y el producto que promueven. Son, al mismo tiempo, el encargado de marketing y la mercadería, el vendedor ambulante y el artículo en venta. Todos ellos habitan el mismo espacio social conocido con el nombre de mercado.

Bauman analiza el impacto del modelo consumista de interacción sobre varios aspectos, aparentemente inconexos, del escenario social, como la política y la democracia, las divisiones sociales y la estratificación, las comunidades y las sociedades, la construcción identitaria, la producción y el uso del conocimiento y la preferencia por distintos sistemas de valores.

La invasión, conquista y colonización de la red de relaciones humanas por parte de visiones del mundo y patrones de comportamiento a la medida de los mercados y el origen del resentimiento, el disenso y la ocasional resistencia frente a las fuerzas de ocupación son los temas centrales de este libro.

Thomas Piketty

La distribución de la riqueza es una de las cuestiones más controversiales y debatidas en la actualidad. Pero, ¿qué se sabe realmente de su evolución a lo largo del tiempo? ¿Acaso la dinámica de la acumulación del capital privado conduce inevitablemente a una concentración cada vez mayor y de la riqueza y del poder en unas cuantas manos, como lo creyó Marx en el siglo XXI?

Para Thomas Piketty, los debates intelectuales y políticos sobre la distribución de la riqueza se han alimentado sobre todo de grandes prejuicios y de muy pocos datos. En ese campo de batalla han convergido ideas sobre la igualdad entre los ciudadanos, el derecho de las personas a ser retribuidas conforme a sus méritos, la confianza en que el crecimiento económico mitiga de manera natural los contrastes entre los más favorecidos y los francamente abandona-dos, pero la información concreta, referida a un plazo largo y a diversas geografías, no se había empleado con suficiente rigor para entender cómo se acumula el patrimonio, qué consecuencias sociales tiene ese proceso y qué pueden hacer los Estados para enfrentarlo.

El lector encontrará en estas páginas un muy detallado análisis de cómo se han distribuido el ingreso y la riqueza en el mundo, desde el siglo XVIII hasta nuestros días. A partir de una rica base de datos económicos de una veintena de países —disponible en línea para quien quiera profundizar en tal o cual asunto— y con certeras pinceladas literarias —Balzac y Austen sirven para dar ejemplos de cómo las sociedades han entendido su relación con el dinero—, Piketty hace un minucioso recorrido histórico y estadístico para identificar ciertos patrones en el proceso de acumulación del patrimonio en las principales economías.

ENTREVISTA | Como Camille Verhoeven, estoy enojado y tengo la misma visión trágica de la vida: Pierre Lemaitre

sábado, mayo 6th, 2017

Pierre Lemaitre, el rey de la novela negra, ganador del Premio Goncourt, del Premio de Novela Negra Europea y del Premio Best Novel Valencia Negra, estuvo en México promocionando sus más recientes novelas, Tres días y una vida, Recursos inhumanos y Camille. Escribe desde los 55 años, una novela por día y como muchos escritores han rebasado el género para ganar premios y lectores desde otras latitudes. Sin embargo, está empeñado en hacer crecer a la novela policial, con su detective de corta estatura llamado Camille Verhoeven.

Ciudad de México, 6 de mayo (SinEmbargo).- Camille Verhoeven apenas ha crecido un metro y medio y en eso no se parece a su autor, el elegante Pierre Lemaitre, nacido el 19 de abril de 1951 en París. Eso sí, como su escritor es colérico y tiene muy poca paciencia, tanto como para preguntar si publicar a los 55 años “es tarde”.

“¿De qué me acusas de ser demasiado viejo o de ser poco productivo?”. Ninguna de las dos cosas es la respuesta del novelista. Era muy joven cuando se dio a conocer con su novela Irene y no produce tanto: apenas una novela por año cuando cuatro por año hacía Georges Simenon.

Está empeñado en hacer evolucionar el género de la novela negra y no soporta que le preguntemos qué opina de Stieg Larsson y su trilogía Millenium: “Ustedes los periodistas son los que han dicho que la única novela negra era la escandinava y como tal el rey Stieg Larsson. No me haga hablar de este tema porque terminaré hablando mal de los periodistas”.

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Ha salido del género negro para escribir Nos vemos allá arriba (Salamandra), a una edad con todas las lecturas ya realizadas y la educación ya recibida. Galardonada con el Premio Goncourt, ensalzada por los críticos y convertida en un auténtico fenómeno editorial en Francia, esta novela es un emocionante canto a la capacidad de superación del ser humano y, a la vez, un fresco y atrevido retrato de una sociedad descompuesta por uno de los más crueles inventos del hombre: la guerra.

Es una novela picaresca protagonizada por Albert y Eduard, con los componentes de una relación de amistad caracterizada por sentimientos contradictorios, tal como se describe el amor.

Vino a México a presentar tres novelas. Foto: SinEmbargo

Dice que el Goncourt le ha cambiado la vida, aunque la suya es escribir una novela por año tanto que viene a presentar tres.

Recursos inhumanos es la historia del neoliberalismo expresado por empresarios sin razón ni sentido, contra Alain Delambre, quien ha perdido toda esperanza de encontrar trabajo y se siente cada vez más marginado.

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“Nunca he sido un hombre violento. No me viene a la memoria ningún momento en el que haya querido matar a nadie. Sí que he tenido ataques de ira de vez en cuando, pero nunca la voluntad real de hacer daño. De destruir. Así que, claro, estoy sorprendido. La violencia es como el alcohol o el sexo: no se trata de un fenómeno, es un proceso. Entramos en ellos casi sin notarlo, simplemente porque estamos maduros, porque nos llegan en el momento justo.”, dice Alain Delambre.

Camille, integrante de su serie Verhoeven, es ganadora del Dagger Award 2015 y trae al policía metido de nuevo en problemas con una mujer que ama Anne Forestier y Tres días, una vida es otra novela que se sale un poco de las historias policiales, en donde Antoine Courtin mata a un niño de Beauval, un pequeño pueblo enclavado en una región cubierta de bosques, donde la apacibilidad y belleza del lugar son el contrapunto perfecto a la sucesión de acontecimientos que conforman la trama.

Conjugación perfecta entre el Lemaitre literario y el Lemaitre policíaco, Tres días y una vida combina una historia de suspense, donde la tensión no decae en ningún momento.

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–¿Con la literatura usted comprende el mundo?

­–Sí, ¿usted no? Creo que es lo único que sabe hacer la literatura. Más bien sabe hacer dos cosas: distrae y sabe enseñar cosas.

–¿Enseñaba literatura?

–Sí, he sido docente de literatura.

–Después vino el Premio Goncourt, ¿vino el fracaso?

–No he dicho eso, aunque no me hago responsable de lo que aparece sobre mí en la prensa. No me veo a mí mismo decir algo así, porque de otro modo de qué fracaso estaría hablando. Claro que después de recibir el premio hubo algo de ansiedad, de miedo, pero gané en legitimidad, gané más dinero, conquisté más lectores y hubo más traducciones de mis obras. Es más fácil para mí que me editen. Sería algo obsceno hablar de fracaso.

Admira a Paco Ignacio Taibo II. Foto: SinEmbargo

­–Ganó el Goncourt y siguió publicando novela negra…

–Sí, estoy empeñado en fortalecer una evolución de la novela negra. Decir qué es evolución es algo pragmático y también prosaico, sin importar la historia que tengo que contar yo utilizo las mismas herramientas que son las propias de la novela negra. Hace rato yo estaba bromeando con uno de sus colegas diciendo que si escribiera una novela pornográfica lo haría también con las herramientas de la novela negra. Uno no se espera ver las herramientas de la novela negra en una novela sentimental o histórica y eso funciona…

–Claro que hacer una novela pornográfica con Camille Verhoeven…

–Sería algo gore. Usted no se imagina el monstruo de sexualidad que yo podría hacer con ese hombre que mide un metro y medio y veo que con su risa lo estoy representando perfectamente bien.

–¿En qué se parece usted a Camille Verhoeven?

–En lo colérico. Estoy enojado y tengo la misma visión trágica de la vida. No soy una persona muy optimista, soy agresivo, a veces puedo ser de plano malo, no me gusta que me molesten, no tengo paciencia.

­–Tiene muchos de mis defectos, pero eso nos tranquiliza

–Absolutamente sí, el ser colérico nos da mucha tranquilidad en la vida

–Pienso en Álex, su novela, creo que pudo haber sido escrita por una mujer…

­–Sí, es cierto. Mi novela vendió muchos ejemplares en Japón, 600 mil, vendí mucho más de esa novela en Japón que todo el Premio Goncourt en Francia. Mi hipótesis es que las personas que leen Álex son mujeres japonesas y cuando uno conoce la espantosa situación de la mujer en Japón, cae en la cuenta. Creo que ellas buscan en Álex una válvula de escape a su desdicha, leyendo la historia de una mujer que se venga. Con respecto a la falta de libertad de la mujer en Japón, las cosas son muy mala noticia. Me dejó un gusto amargo.

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–¿Quiénes son sus autores de la novela negra favoritos?

–Brian Easton Ellis, James Ellroy, David Peace, Jim Thompson y William McIlvanney. De México me interesa Paco Ignacio Taibo II, a pesar de que no lo conozco, pero compartimos varios giros él y yo.

Tres días y una vida tiene personajes muy complejos y el crimen está en las primeras páginas…

–Sería muy difícil explicarle de dónde vienen las novelas. Pero había terminado la novela anterior y estaba buscando. Siempre es complicado para un escritor buscar temas nuevos. Cuando terminé Nos vemos allí arriba me fui de vacaciones a España y un día a la mañana le comenté a mi mujer que había tenido un sueño. Es la historia de un niño de 12 años, que le pega en la cabeza a un niño de seis años y lo mata. Lo pone en un pozo, viene la tormenta y nunca se descubrirá su cadáver. En forma consciente fui construyendo el sueño y lo único que me quedaba era escribirle. Eso es lo que llama uno inconsciente del escritor.

Tres días y una vida, la historia de un estudiante asesino. Foto: Especial

–Bueno, es un asesino sin culpa…

–¿Por qué dice sin culpa? No lo hizo a propósito, no premeditó el crimen, pero claro que siente culpa, él fue el asesino. Al menos que usted viva en un país donde pegarle en la cabeza a alguien no sea de culpa y vamos a empezar a pegarle a todos en la cabeza. Sí es culpable…

–Bueno, en su novela los personajes son tan complejos que uno tiende a perdonar a Courtin…

­–Pero sí sabemos que lo mató, estábamos ahí cuando sucedió. ¿En qué momento va a confesarse y hacia quién lo confesará? Mientras más tarde en confesarse, más violencia habrá en esa confesión. Más le van a echar la culpa por no haber confesado antes.

­–Uno tiende a odiar al padre del chico que mataron…

–Bueno, es relativo. Cuando viene la tormenta y él pregunta ¿ya no van a buscar a mi hijo?, él muestra todo su dolor. En las novelas pasa eso. Hay personajes que odias pero luego se transforman con su momento de verdad.

–¿Qué piensa de los suecos y de Stieg Larsson?

–¿Qué piensan los suecos de Pierre Lemaitre? Sí, por favor, cuando entrevistes a los suecos pregúntales. A veces los franceses me preguntan, ¿qué opinas de Michel Houellebecq? La misma pregunta me hago yo con respecto a él, ¿qué opinará de Pierre Lemaitre? Stieg Larsson a mí me tiene hasta el gorro. Durante más de 20 años, sólo había una novela policíaca y era la escandinava. Y en la novela sueca sólo había una obra maestra y esa era Milenio. Ustedes los periodistas son los primeros responsables de eso. Ustedes periodistas no existía nada más que la novela escandinava y el rey era Stieg Larsson. Ustedes periodistas fabricaron ese mito. Para contestar esa pregunta mejor no le digo todo lo que pienso de la prensa, así seguimos siendo amigos.

–Usted publicó tarde y escribe mucho

– ¿De qué me acusas, de ser demasiado viejo o de ser demasiado productivo? Primero, yo tenía 55 años cuando publiqué Irene. Era muy joven. Segundo, hago una novela por año. Georges Simenon hacía cuatro novelas al año, no le alcanzaré.

LECTURAS | “Tres días y una vida”, de Pierre Lemaitre

sábado, mayo 6th, 2017

Cuando terminé Nos vemos allí arriba me fui de vacaciones a España y un día a la mañana le comenté a mi mujer que había tenido un sueño. Es la historia de un niño de 12 años, que le pega en la cabeza a un niño de seis años y lo mata. Lo pone en un pozo, viene la tormenta y nunca se descubrirá su cadáver. En forma consciente fui construyendo el sueño y lo único que me quedaba era escribirle. Eso es lo que llama uno inconsciente del escritor.

Ciudad de México, 6 de mayo (SinEmbargo).-En la historia de la literatura abundan los ejemplos de personajes cuyas vidas se ven irremediablemente afectadas por un breve instante de su pasado. En esta nueva novela que sucede a Nos vemos allá arriba —Premio Goncourt y notable éxito de ventas en castellano—, Pierre Lemaitre retrata con mano maestra la trayectoria vital de un adolescente que, en un fugaz e impremeditado arranque de ira, se ve envuelto en un crimen y debe cargar con el horror y la culpa por el resto de sus días. El relato, dividido en tres momentos espaciados en el tiempo —1999, 2011 y 2015—, es una invitación a acompañar el fascinante proceso de formación de la psique de Antoine Courtin, durante el cual se vislumbra el lacerante destino de una persona que, paradójicamente, ha sido víctima de su propia culpabilidad. Todo comienza en Beauval, un pequeño pueblo enclavado en una región cubierta de bosques, donde la apacibilidad y belleza del lugar son el contrapunto perfecto a la sucesión de acontecimientos que conforman la trama. Al complejo microcosmos de sus habitantes, no exentos de hipocresía y cinismo, se añaden los ambiguos gestos, los comentarios maliciosos, la maldad y la insidia parapetadas detrás de las buenas intenciones, elementos todos ellos determinantes en la gestación y desenlace de la apasionante historia de Antoine Courtin.

Fragmento de Tres días y una vida, con la autorización de Salamandra / Océano

Una novela en Salamandra que sigue al Premio Goncourt. Foto: Especial

1.

A finales de diciembre de 1999, una sorprendente serie de sucesos trágicos sacudió Beauval, el más importante de todos, la desaparición del niño Rémi Desmedt. En esa región cubierta de bosques y habituada a un ritmo lento, la súbita desaparición del pequeño causó estupor e incluso fue considerada por muchos de los habitantes como un presagio de futuras catástrofes.

Para Antoine, que estuvo en el centro del drama, todo empezó con la muerte del perro. Ulises. No entremos en los motivos que indujeron al señor Desmedt, su dueño, a darle a aquel mestizo blanco y pardo, patilargo y delgado como un palillo, el nombre de un héroe griego; será un misterio más en esta historia.

Los Desmedt eran vecinos de Antoine, que tenía entonces doce años y le había tomado mucho cariño a ese perro, sobre todo porque su madre se había negado siempre a tener animales en casa; ni perros ni gatos ni hámsteres ni nada, lo ponían todo perdido.

Ulises acudía enseguida a la verja cuando Antoine lo llamaba, a menudo seguía a la pandilla de amigos al estanque o a los bosques de los alrededores y, cuando Antoine iba solo, siempre se lo llevaba con él. Se sorprendía hablándole como a un compañero. El perro inclinaba la cabeza, serio y atento, y salía disparado de pronto, dando por concluida la hora de las confidencias.

El final del verano había sido muy laborioso para los compañeros de clase, ocupados en construir una cabaña en el bosque, en las colinas de Saint-Eustache. La idea se le había ocurrido a Antoine, pero, como siempre, Théo la había presentado como suya, arrogándose así el mando de las operaciones. El ascendiente de aquel chico sobre el pequeño grupo se basaba en que era el mayor, además de hijo del alcalde. En sitios como Beauval, esas cosas cuentan: la gente odia a quien reelige periódicamente, pero considera al alcalde como un santo patrón y a su hijo como su delfín; esta jerarquía social se origina entre los comerciantes, se extiende a las asociaciones y, por ósmosis, penetra en las aulas de la escuela. Théo Weiser era además el peor alumno de su clase, lo que a ojos de sus compañeros constituía un rasgo de carácter. Cuando el alcalde lo zurraba —lo que ocurría a menudo—, Théo exhibía los moretones con orgullo, como el precio que debían pagar los espíritus superiores en un mundo donde reinaba el conformismo. Y como además tenía bastante éxito con las chicas, los chicos lo temían y lo admiraban, aunque no le tuvieran una gran estima. En cuanto a Antoine, no pedía ni envidiaba nada. La construcción de la cabaña le bastaba para estar contento, no necesitaba ser el jefe de nadie.

Todo cambió cuando a Kevin le regalaron una PlayStation por su cumpleaños. Rápidamente, todo el mundo abandonó el bosque de Saint-Eustache para juntarse a jugar en casa del chico, cuya madre decía que prefería eso a los bosques y el estanque, que siempre le habían parecido peligrosos. En cambio, la madre de Antoine desaprobaba esos miércoles de sofá —esos chismes idiotizan a la gente—, y acabó por prohibírselos. Antoine se rebeló contra la decisión, no tanto porque le gustaran los videojuegos como porque de ese modo se veía privado de la compañía de los amigos. Los miércoles y los sábados se sentía solo.

Pasaba bastante tiempo con Émilie, la hija de los Mouchotte, también de doce años, rubia como un pollito, con el pelo rizado y los ojos vivos, una buena pieza a la que nadie podía negarle nada, hasta a Théo le hacía tilín. Pero jugar con una chica no era lo mismo.

Así que Antoine regresó al bosque de Saint-Eustache y empezó a construir otra cabaña, esta vez en lo alto, en las ramas de una haya, a tres metros de altura. Mantuvo su proyecto en secreto, saboreando por adelantado su triunfo cuando los amigos, cansados de la Play, volvieran al bosque y descubrieran su obra.

La tarea lo mantuvo muy ocupado. Recogió trozos de lona en la serrería para proteger las aberturas de la lluvia, tela asfáltica para el techo, telas bonitas para decorarla, construyó rincones para guardar sus tesoros. No había manera de terminar porque, al no tener un plan de conjunto, se vio obligado a recomenzar varias veces. Durante semanas, la cabaña acaparó su tiempo y su mente en tal medida que se le hacía difícil guardar el secreto. Claro que en el colegio habló de una sorpresa que dejaría boquiabierto a más de uno, pero no tuvo demasiado éxito. En esa época, los de la pandilla estaban excitadísimos con la anunciada salida de la nueva edición de Tomb Raider, no se hablaba de otra cosa.

Durante todo el tiempo que Antoine dedicó a su obra, el perro Ulises lo acompañó. No es que sirviera de mucho, pero allí estaba. Su presencia inspiró a Antoine la idea de un ascensor para perros, que permitiría a Ulises hacerle compañía cuando subiera a la cabaña. Vuelta a la serrería para agenciarse una polea, luego unos metros de cuerda y, por último, los materiales para construir una plataforma. El montacargas, que era el toque final de la obra y ponía de manifiesto su ambición, requirió muchas horas de puesta a punto, destinadas en buena parte a correr tras un Ulises que, desde el primer intento, manifestó verdadero pánico ante la perspectiva de despegar del suelo. La plataforma sólo permanecía horizontal con la ayuda de un palo que servía para sostener la esquina izquierda. No era del todo satisfactorio, pero de ese modo Ulises conseguía llegar arriba. No dejaba de soltar unos gañidos penosos durante toda la ascensión y, cuando Antoine subía también, se pegaba a él temblando. Antoine aprovechaba para aspirar su olor y acariciarlo, cerrando los ojos con placer. El descenso siempre era más fácil; Ulises nunca esperaba a que la plataforma llegara abajo para saltar al suelo.

Antoine llevó a la cabaña utensilios que cogió del granero, una linterna, una manta, cosas para leer y escribir, más o menos todo lo necesario para vivir de forma autárquica, o casi.

Eso no significaba que tuviera un carácter solitario. Lo tenía en esos momentos debido a las circunstancias, al hecho de que su madre detestara los videojuegos. Su vida estaba llena de leyes y reglamentos que la señora Courtin dictaba con tanta frecuencia como creatividad. Estricta de por sí, después del divorcio se había convertido en una mujer de principios, como suele ocurrirles a las madres que viven solas con sus hijos.

Seis años antes, el padre de Antoine había aprovechado un cambio de situación laboral para efectuar un cambio de mujer y había acompañado su petición de traslado a Alemania con una demanda de divorcio que Blanche Courtin se tomó a la tremenda, cosa sorprendente sobre todo porque el matrimonio nunca se había llevado bien y, desde el nacimiento de Antoine, habían espaciado sus relaciones íntimas de forma radical. Desde su partida, el señor Courtin no había vuelto por Beauval. Enviaba con toda puntualidad regalos siempre desacompasados con los deseos de su hijo,  juguetes de dieciséis años cuando Antoine tenía ocho, de seis cuando tenía once.

Antoine había ido a su casa de Stuttgart, donde padre e hijo se habían pasado tres largos días mirándose con desconfianza y, de común acuerdo, no habían repetido la experiencia. El señor Courtin estaba tan poco hecho para tener hijos como su mujer para tener marido.

Ese deprimente episodio acercó a Antoine a su madre. A su regreso de Alemania, identificó el ritmo lento y pesado de la vida de la mujer con lo que él percibía como su soledad, su dolor, y la vio bajo otra luz, vagamente trágica. Y, como es natural, y como habría hecho cualquier chico de su edad, acabó sintiéndose responsable de ella. Daba igual que fuera exasperante (y a veces incluso muy insoportable), Antoine creyó ver en su madre algo excusable que estaba por encima de todo, la vida diaria y los defectos, el carácter, las circunstancias… Para él, hacerla aún más desgraciada de lo que la imaginaba era inconcebible. Nunca se deshizo de esa certeza.

Todo eso, unido a su carácter reservado, convertía a Antoine en un niño un tanto depresivo en el fondo, circunstancia que la aparición de la PlayStation de Kevin no hizo más que agravar. En el triángulo padre ausente, madre rígida y amigos distantes, Ulises ocupaba, como es lógico, un lugar central.

Su muerte y la manera en que se produjo, supuso para Antoine un acontecimiento especialmente violento.

El señor Desmedt, el dueño de Ulises, era un hombre taciturno e irascible, fuerte como un roble, de cejas enmarañadas y cara de samurái furioso, siempre seguro de sus derechos, una de esas personas que no cambian de opinión con facilidad. Y pendenciero. Había tenido un solo empleo en la vida, como operario de «Weiser, Juguetes de madera desde 1921», la principal empresa de Beauval, donde su carrera había estado salpicada de discusiones y agarradas. Incluso habían llegado a aplicarle una suspensión de empleo y sueldo, dos años atrás, por abofetear al señor Mouchotte, el encargado, delante de todos sus compañeros.

Tenía una hija de quince años, Valentine, aprendiza en una peluquería de Saint-Hilaire, y un chico de seis, Rémi, que sentía una admiración sin límites por Antoine y lo seguía siempre que podía.

El pequeño Rémi, en cualquier caso, no era ninguna carga. Viva imagen de su padre, tenía ya hechuras de futuro leñador y era perfectamente capaz de subir con Antoine a Saint-Eustache e incluso hasta el estanque. La señora Desmedt consideraba a Antoine, con acierto, un chico responsable al que se le podía confiar a Rémi si la ocasión lo requería. Por lo demás, el pequeño gozaba de bastante libertad de movimientos. Beauval es una localidad pequeña, y en los barrios casi todo el mundo se conoce. Tanto si jugaban cerca de la serrería como si iban al bosque, como si correteaban por el lado de Marmont o de Fuzelières, los niños siempre estaban bajo la mirada de algún adulto que trabajaba o pasaba por allí.

Un día, Antoine, que a duras penas conseguía guardar su secreto, había llevado a Rémi a ver la cabaña del árbol. El niño no había ocultado su admiración ante aquel prodigio de la técnica y había hecho varios viajes en el ascensor, absolutamente entusiasmado. Después de eso, charla importante: escúchame bien, Rémi, es un secreto, nadie debe saber nada de esta cabaña hasta que esté terminada del todo, ¿lo entiendes? ¿Puedo confiar en ti? No hay que decírselo a nadie, ¿vale?

Rémi juró, escupió y cruzó los dedos, y, por lo que Antoine sabía, había cumplido su palabra. Para el niño, compartir un secreto con Antoine era formar parte de los mayores, ser mayor. Había demostrado ser digno de confianza.

El 22 de diciembre hizo un día bastante agradable, varios grados por encima de lo habitual en esa estación.

Naturalmente, Antoine estaba ilusionado con la llegada de la Navidad (confiaba en que, esa vez, su padre leyera su carta con atención y le mandara una PlayStation), pero se sentía incluso un poco más solo que de costumbre.

Incapaz de aguantar más, se había lanzado: se lo había contado todo a Émilie.

Hacía un año que Antoine había descubierto la masturbación, actividad que ahora practicaba varias veces al día. A menudo lo hacía en el bosque, con una mano apoyada en un árbol y los vaqueros caídos hasta los tobillos, pensando en Émilie. Y acabó dándose cuenta de que, en realidad, había construido todo aquello por ella, había hecho un nido al que deseaba llevarla.

Unos días antes, Émilie lo había acompañado al bosque y había contemplado la construcción con escepticismo. ¿Había que subir allá arriba? Poco interesada en la ingeniería civil, lo había seguido hasta el lugar con la intención de coquetear con él, pero la idea de hacerlo a tres metros del suelo no la seducía. Se hizo la interesante unos instantes enroscándose un mechón rubio en el dedo índice, y al ver que Antoine, ofendido por su reacción, no parecía dispuesto a prestarse a su juego, se fue por donde había venido.

Su visita le dejó un mal sabor de boca; Émilie se lo contaría a los demás. Se sentía un poco ridículo.

Antoine volvió de Saint-Eustache, pero ni el ambiente navideño ni la perspectiva de su regalo consiguieron hacerle olvidar su fracaso con Émilie, que, con el paso de las horas, se representaba en su mente como una gran humillación.

Por otra parte, en Beauval, el ambiente festivo estaba teñido de inquietud. Los adornos, el abeto de la plaza, el concierto de la coral municipal… Como todos los años, la pequeña población se entregaba a las celebraciones de fin de año, pero con cierta reserva desde que la fábrica Weiser, amenazada, amenazaba a su vez un poco a todo el mundo.

La pérdida de interés del gran público por los juguetes de madera era evidente. Los lugareños dependían de la fábrica de títeres, peonzas y trenecitos de fresno, pero regalaban a sus hijos consolas de videojuegos; se notaba que algo no iba bien, que el futuro era incierto. Periódicamente circulaban rumores sobre el descenso de la actividad en la Weiser. Ya habían pasado de setenta empleados a sesenta y cinco, luego a sesenta y después a cincuenta y dos. Al señor Mouchotte, el encargado, lo habían despedido hacía dos años y seguía sin encontrar nada. El propio señor Desmedt, aunque era de los más antiguos, vivía con el alma en vilo. Como muchos otros, temía leer su nombre en la próxima lista que, según algunos, aparecería justo después de las fiestas…

Ese día, poco antes de las seis de la tarde, Ulises cruzó la calle mayor de Beauval a la altura de la farmacia y un coche lo atropelló. El conductor no se detuvo.

Llevaron al animal a casa de los Desmedt. La noticia se propagó. Antoine corrió hacia allá. Tendido en el jardín, Ulises respiraba pesadamente. Volvió la cabeza hacia Antoine, que se había quedado en la verja, petrificado. Con una pata y varias costillas rotas, se imponía la intervención del veterinario. El señor Desmedt, con las manos en los bolsillos, miró largo rato a su perro, después entró en casa, volvió a salir con una escopeta y le disparó un cartucho a bocajarro en el vientre. Luego metió el cuerpo del animal en uno de esos sacos de plástico que se usan para los escombros. Asunto concluido.

Todo fue tan rápido que Antoine se quedó con la boca abierta, incapaz de articular palabra. De todas formas, no habría tenido a quién decírsela. El señor Desmedt había vuelto a entrar en casa y cerrado la puerta. El saco gris con el cadáver de Ulises reposaba en un extremo del jardín, junto a otros sacos llenos de cascotes de yeso y cemento procedentes de la conejera que el señor Desmedt había echado abajo la semana anterior para construir una nueva.

Antoine se fue a casa destrozado.

Su pena era tan grande que esa noche no tuvo fuerzas para hablar de lo sucedido con su madre, que de todas formas no se había enterado. Con un nudo en la garganta y un peso terrible en el corazón, veía una y otra vez la escena, la escopeta, la cabeza de Ulises, sobre todo sus ojos, la corpulenta figura del señor Desmedt… Incapaz de expresarse y hasta de comer, dijo que no se encontraba bien, subió a su habitación y estuvo llorando un buen rato. Desde abajo, su madre le preguntó:

—¿Estás bien, Antoine?

Para su sorpresa, él fue capaz de contestar un “¡Sí, estoy bien!” lo bastante firme como para que la señora Courtin se diera por satisfecha.

Tardó mucho en dormirse, tuvo sueños poblados de perros muertos y escopetas, y se despertó agotado.

Los jueves, la señora Courtin se iba muy temprano a trabajar al mercado. De todos los trabajillos que conseguía aquí y allá a lo largo del año, aquél era el único que odiaba de verdad. Por el señor Kowalski. Un rata, decía, que pagaba a sus empleados la tarifa mínima y siempre tarde y les vendía a mitad de precio productos que habría debido tirar. ¡Levantarse al amanecer por poco más de tres francos! Sin embargo, llevaba casi quince años haciéndolo. Sentido del deber. El día anterior ya empezaba a despotricar, ese trabajo la ponía enferma. Alto y flaco, con la cara huesuda, las mejillas hundidas, los labios delgados y los ojos brillantes, inquietos como los de un gato, el señor Kowalski no encajaba demasiado en la idea que se suele tener de un charcutero-pollero. A Antoine, que se cruzaba con él a menudo, le asustaba verle la cara. Había comprado una charcutería en Marmont, que llevaba con dos dependientes desde la muerte de su mujer, dos años después de su llegada a la región. “No quiere contratar a nadie más —gruñía la señora Courtin—, dice que ya somos bastantes.”

El hombre trabajaba en el mercado de Marmont y los jueves hacía un recorrido por varios pueblos, con destino final en Beauval. El rostro alargado y macilento del señor Kowalski era motivo de burla entre los niños, que lo habían apodado Frankenstein.

Esa mañana, como todas las semanas, la señora Courtin cogió el primer autobús a Marmont. Antoine, que ya estaba despierto, la oyó cerrar la puerta con cuidado, se levantó, se acercó a la ventana de su habitación y miró hacia el jardín de los Desmedt. Allí, en un rincón que no alcanzaba a ver, estaba el saco de escombros en el que…

De nuevo asomaron las lágrimas a sus ojos. Estaba desconsolado por la muerte del perro, pero también porque esa muerte venía a añadirse dolorosamente a su soledad de los últimos meses, que habían sido un cúmulo de decepciones y desengaños.

Como su madre no volvía hasta el comienzo de la tarde, le apuntaba las obligaciones del día en una gran pizarra colgada en la cocina. Siempre había alguna tarea doméstica, alguna cosa que ir a buscar, compras que hacer en el súper y una lista interminable de sugerencias: ordena tu habitación, en el frigorífico tienes jamón, cómete como mínimo un yogur y una fruta, etcétera.

La señora Courtin, que lo preparaba todo por adelantado, siempre le encontraba algún quehacer; nunca le faltaban ideas. Desde hacía más de una semana, Antoine echaba vistazos al armario donde había guardado el paquete que le había enviado su padre. Por su tamaño podía ser una PlayStation en su caja, pero no se sentía con ánimo de abrirlo. La muerte del perro lo obsesionaba por la forma súbita y brutal en que había ocurrido.

Se puso manos a la obra. Hizo los recados de su madre sin hablar con nadie; al panadero sólo le contestó con una inclinación de la cabeza, habría sido incapaz de pronunciar una sola palabra.

Al llegar la tarde, no tenía más que un deseo: buscar refugio en Saint-Eustache.

Tomó lo que no se había comido para tirarlo por el camino. Ante la casa de los Desmedt se obligó a no mirar hacia el rincón del jardín donde estaban amontonados los sacos de escombros y, con el corazón a punto de estallar, porque la cercanía reavivaba su dolor, apresuró el paso. Apretó los puños, echó a correr y no se detuvo hasta llegar a la cabaña. Cuando consiguió recuperar el aliento, alzó los ojos. Aquel refugio al que tantas horas había dedicado le pareció ahora de una fealdad deprimente. Aquellos pedazos de tela asfáltica y lona, junto con los jirones de tela, le daban aspecto de chabola. Recordó la cara de decepción de Émilie al ver su obra. Rabioso, subió al árbol y lo destrozó todo, lanzando lejos los trozos de madera y las tablas. Cuando acabó de desparramarlos a su alrededor, bajó jadeando, apoyó la espalda en el tronco, se deslizó hasta el suelo y se quedó allí un buen rato, preguntándose qué iba a hacer a continuación. La vida ya no le sabía a nada.

Añoraba a Ulises.

Pero quien apareció fue Rémi.

Antoine vio acercarse a lo lejos su pequeña silueta. Caminaba con precaución, como si temiera aplastar las setas. Al fin llegó junto a Antoine, que sollozaba de manera convulsiva, con la cara oculta entre los brazos, y se quedó allí plantado. Miró hacia lo alto del árbol, lo vio todo destrozado y abrió la boca para decir algo, pero fue bruscamente interrumpido.

—¿Por qué hizo eso tu padre? —gritó Antoine—.

¿Eh? ¿Por qué? Se había puesto en pie de pura rabia. Rémi lo miró con los ojos como platos, escuchando sus recriminaciones sin acabar de comprenderlas, porque en casa sólo le habían dicho que Ulises se había escapado, como hacía de vez en cuando.

En esos momentos, Antoine, desbordado por un incontrolable sentimiento de injusticia, ya no era él. El estupor en que lo había sumido la muerte de Ulises se había transformado en furia. Cegado por ésta, cogió el palo que servía para estabilizar el montacargas y lo blandió como si Rémi fuera un perro, y él, su dueño.

El niño, que nunca lo había visto así, se asustó.

Se volvió y dio un paso.

Antoine levantó el palo con las dos manos y, loco de rabia, lo descargó sobre Rémi. El golpe lo alcanzó en la sien derecha. El niño se derrumbó. Antoine se acercó a él, extendió una mano, le sacudió el hombro…

—¿Rémi?

Debía de estar aturdido. Le dio la vuelta con la intención de palmearle las mejillas. Pero cuando lo tuvo boca arriba, vio que tenía los ojos abiertos.

Fijos y vidriosos.

Y una certeza le atravesó el ánimo: Rémi estaba muerto.

2

El palo se le acaba de caer de las manos. Mira el cuerpo del niño, justo delante de él. En su postura hay algo muy raro, no sabría decir qué, una especie de abandono… ¿Qué he hecho? ¿Y ahora qué hago? ¿Ir a buscar ayuda? No, no puede dejarlo allí. No, lo que tiene que hacer es llevarlo enseguida a Beauval, ir corriendo a casa del doctor Dieulafoy.

—No te preocupes —murmura Antoine—, te llevarán al hospital.

Lo ha dicho en voz muy baja, como para sí mismo.

Se inclina, pasa los brazos por debajo del cuerpo del pequeño y vuelve a levantarse. Menos mal que no pesa mucho, porque el camino es largo…

Echa a correr, pero el cuerpo de Rémi se vuelve de repente pesado. Antoine se detiene. No, no es que el niño pese más, es que está desmadejado. Tiene la cabeza totalmente caída hacia atrás, los brazos le cuelgan a ambos lados del cuerpo, los pies se bambolean como los de un pelele. Es como llevar un saco.

La voluntad de Antoine cede de golpe, se le doblan las rodillas y se ve obligado a dejar a Rémi de nuevo en el suelo.

¿Está realmente… muerto? Ante esa pregunta, su cerebro se bloquea, deja de funcionar, de hilar ideas.

Rodea el cuerpo para examinarle la cara. Agacharse le supone un terrible esfuerzo. Observa el color de la tez, la boca entreabierta… Extiende el brazo, pero no consigue tocarle la cara; entre ellos se alza un muro invisible, la mano choca con un obstáculo impalpable que le impide alcanzarla.

Las consecuencias empiezan a abrirse paso en la mente de Antoine.

Se levanta y empieza a caminar de un lado a otro, llorando, ya no puede mirar el cuerpo de Rémi. Con los puños cerrados, la mente al rojo vivo y todos los músculos en tensión, va de acá para allá. Qué puede hacer, llora de tal modo que ya apenas ve; se seca las lágrimas con el dorso de la mano.

De repente surge un rayo de esperanza. ¡Se acaba de mover!

A Antoine le gustaría poner al bosque por testigo: se ha movido, ¿no? ¿Lo has visto?

Se inclina.

No, ni el menor estremecimiento, nada.

Salvo que el sitio donde el palo lo ha golpeado va cambiando de color, ahora es de un rojo cárdeno, una marca amplia que ya le cubre todo el pómulo y parece extenderse como una mancha de vino por un mantel.

Tiene que salir de dudas, saber si respira. Una vez, en la tele, vio que a alguien le ponían un espejo delante de la boca para comprobar si echaba vaho. Ya, ¿y de dónde va a sacar un espejo?

Sólo puede hacer una cosa. Procura concentrarse, se inclina sobre el cuerpo y le acerca la oreja a los labios, pero los ruidos del bosque y los latidos de su corazón le impiden oír.

Entonces tendrá que intentar otra cosa. Con los ojos muy abiertos, Antoine extiende la mano con los dedos muy separados hacia el pecho de Rémi, hacia su camiseta Fruits of the Loom. Al tocar la tela, se siente aliviado: ¡calor! ¡Está vivo! Su mano se posa con decisión sobre el torso del niño. ¿Dónde está el corazón? Busca el suyo para orientarse. Es más arriba, más a la izquierda, no lo nota, imaginaba… Y de pronto, a fuerza de palparse, olvida lo que está haciendo. Ya está, ubica con la mano izquierda su propio corazón y posa la derecha a la misma altura sobre el pecho de Rémi. Debajo de una, un fuerte golpeteo, debajo de la otra, nada. Apoya bien la mano, la mueve a uno y otro lado, pero no, busca con las dos manos totalmente abiertas, nada se mueve. El corazón está muerto.

Sin poder contenerse, Antoine lo abofetea. Con todas sus fuerzas. ¿Por qué te has muerto, eh? ¿Por qué?

La cabeza del niño se bambolea al ritmo de los golpes. Antoine se detiene. Pero ¿qué está haciendo? ¡Golpear a Rémi… que está muerto!

Se levanta descompuesto.

¿Qué puede hacer? No deja de preguntarse lo mismo, su mente no avanza un milímetro. Reanuda sus idas y venidas ante el cuerpo, retorciéndose las manos, se seca las lágrimas, un torrente inagotable.

Tiene que entregarse a la policía. ¿Qué dirá? ¿Estaba con Rémi y lo he matado a golpes con un palo?

Además, ¿a quién se lo va a decir? La gendarmería está en Marmont, a ocho kilómetros de Beauval… Su madre se enterará por los gendarmes. Eso la matará, no podrá soportar ser la madre de un asesino. ¿Y su padre? ¿Cómo reaccionará? Le mandará paquetes…

Antoine está en la cárcel. En la exigua celda hay otros tres chicos, mayores que él y conocidos por su violencia. Tienen las caras de los personajes de la serie Oz, de la que ha visto algunos capítulos a escondidas; uno se llama Vernon Schillinger, un sujeto aterrador, le chiflan los niños. En la cárcel se encontrará con alguien así, seguro.

¿Y quién irá a verlo? Entonces desfila todo el mundo: sus amigos, Émilie, Théo, Kevin, el director del colegio…

Y la imagen del señor Desmedt, con su pesado corpachón, su mono de trabajo, su cara cuadrada, sus ojos grises, se impone a las demás…

No, Antoine no irá a la cárcel, no le dará tiempo. Cuando el señor Desmedt se entere, lo matará, seguro, como hizo con su perro, de un disparo de escopeta en el vientre.

Mira su reloj. Las dos y media, menudo sol. Está chorreando sudor.

Tiene que tomar una decisión, pero algo le dice que ya lo ha hecho: volverá a casa, no dirá nada, subirá a su habitación como si nunca hubiera salido de ella, ¿quién va a saber que ha sido él? No echarán en falta a Rémi hasta… Calcula mentalmente, pero todo se embrolla. Cuenta con los dedos, pero ¿el qué? ¿Cuánto tardarán en encontrar a Rémi? ¿Horas? ¿Días? Además, la gente lo ha visto tan a menudo con Antoine y sus amigos… La policía los interrogará… Lo más seguro es que en este momento estén todos juntos en casa de Kevin, con la PlayStation, el único que falta es Antoine, y, de repente, todas las miradas se volverán hacia él.

No, lo que tiene que hacer es arreglárselas para que no encuentren a Rémi.

La imagen del saco para escombros con el perro muerto le viene a la cabeza.

Deshacerse del cuerpo.

Rémi ha desaparecido, nadie sabe qué ha sido de él, eso es, ésa es la solución, lo buscarán, pero nadie imaginará…

Antoine sigue yendo y viniendo junto al cuerpo, que ya no puede mirar porque le da pánico, porque le impide pensar.

¿Y si Rémi le ha dicho a su madre que iba a reunirse con Antoine en Saint-Eustache?

Puede que ya los estén buscando y, dentro de nada, oiga que los llaman a gritos:

¡Rémi! ¡Antoine!

Antoine siente estrecharse el cerco a su alrededor. Se le vuelven a escapar las lágrimas. Está perdido.

Tendría que esconder el cuerpo, pero ¿dónde? ¿Cómo? Si no hubiera destruido la cabaña, habría subido a Rémi, nadie habría ido a buscarlo allí arriba. Lo habrían devorado los cuervos.

Las proporciones de la catástrofe lo apabullan. En cuestión de segundos, su vida ha dado un vuelco. Ahora es un asesino.

Esas dos imágenes no encajan, no se puede tener doce años y ser un asesino…

La pena en la que se hunde es abismal.

El tiempo corre, en Beauval ya deben de estar preocupados y él sigue sin saber qué hacer.

¡El estanque! ¡Pensarán que se ha ahogado!

No, el cuerpo flotará. Antoine no tiene nada para hacer que se hunda. Cuando lo saquen, verán el hematoma de la cabeza. ¿Pensarán que se cayó él solo y se la golpeó?

Antoine está totalmente perdido.

La gran haya. De pronto la ve como si la tuviera delante.

Es un árbol inmenso que se derrumbó hace años. Un día, sin previo aviso, así sin más, se vino abajo como un anciano que se apaga de golpe, arrastrando con él su cabellera de raíces y una enorme pella de tierra tan alta como un hombre. Derribó otros árboles y los ramajes de éstos forman un gran laberinto donde, durante un tiempo, Antoine y sus amigos fueron a jugar; de eso hace mucho, hasta que, a saber por qué, el sitio dejó de gustarles… El haya cayó sobre una especie de cubil, un gran agujero al que nunca se han atrevido a bajar, ni siquiera antes de la caída del árbol; nadie sabe adónde va a parar, ni tampoco si es muy profundo, pero Antoine no ve otra solución.

Está decidido, se vuelve hacia Rémi. Su cara ha seguido cambiando, ahora está gris; el hematoma, cada vez más oscuro, es más ancho. Y tiene la boca aún más abierta. Antoine se siente mal. Nunca tendrá fuerzas para ir hasta allí, a la otra punta de Saint-Eustache; normalmente se tarda casi un cuarto de hora.

No sabía que le quedaran lágrimas. Manan, le resbalan por la cara, se limpia los mocos con los dedos, los dedos con hojas de árbol, se acerca al cuerpo del niño, se inclina, lo coge de las muñecas. Son delgadas, flexibles, tibias, como animalillos dormidos.

Antoine empieza a tirar de él con la cabeza vuelta hacia un lado…

No ha recorrido ni seis metros cuando encuentra los primeros obstáculos, tocones, ramas. El bosque de SaintEustache no tiene dueño desde tiempo inmemorial; es un increíble revoltijo de matorrales espesos, árboles muy juntos, en algunos casos caídos unos sobre otros, maleza y oquedales, por donde es imposible arrastrar un cuerpo. Tendrá que llevarlo a cuestas.

Antoine no se decide.

A su alrededor, el bosque cruje como un barco viejo. Antoine cambia el peso de un pie a otro. ¿Cómo armarse de valor?

No sabe de dónde saca las fuerzas, pero se inclina rápidamente, coge a Rémi y, levantándolo de golpe, se lo carga a la espalda. Luego echa a andar a toda prisa, rodeando los tocones cuando no puede pasar por encima de ellos.

Al primer paso en falso, tropieza con una raíz y cae al suelo, con el cuerpo de Rémi, pesado, blando, envolvente como un pulpo, encima de él. Antoine suelta un grito, lo aparta, se levanta aullando y apoya la espalda en un árbol, tratando de respirar… Creía que los cadáveres se ponían rígidos, ha visto imágenes de eso, gente muerta y tiesa como un palo. Pero éste está fláccido, como si no tuviera huesos.

Antoine trata de darse ánimos. Vamos, hay que esconder el cuerpo, hacerlo desaparecer, después todo irá bien. Se acerca y, con los ojos cerrados, coge a Rémi de un brazo, se agacha, vuelve a cargárselo a la espalda y reanuda la marcha con precaución. Al llevarlo así tiene la sensación de ser un bombero salvando a alguien de un incendio. Spiderman cargando con Mary Jane.

Hace bastante frío, pero está empapado de sudor. Y agotado, los pies le pesan una tonelada, se le dobla la espalda. Pero tiene que apretar el paso, en Beauval ya estarán preocupados.

Y su madre no tardará en llegar a casa.

Y la señora Desmedt pasará a preguntarle dónde está Rémi.

Y, cuando Antoine llegue, le harán la misma pregunta, y él responderá, ¿Rémi? No, no lo he visto, he estado…

¿Dónde ha estado? Mientras pasa por encima de los tocones, rodea matorrales impenetrables y tropieza en brotes y raíces adventicias que asoman a ras de tierra, vacilando bajo el peso del niño muerto, piensa en dónde podría estar si no estuviera allí. “A este chico le falta un poco de imaginación…”, dijo el profesor el año anterior, justo antes de que pasaran a sexto. El señor Sánchez nunca le hizo mucho caso, sólo tenía ojos para Adrien, su preferido. Había quien decía que el señor Sánchez y la madre de Adrien… Una mujer que se pone perfume, nada que ver con la madre de Antoine; a la salida de clase todo el mundo la mira, fuma por la calle y lleva…

Estaba cantado, vuelve a tropezar, se golpea la cabeza con el tronco de un árbol, suelta a Rémi y, al verlo pasar por encima de él y aterrizar pesadamente en el suelo, pega un grito. De manera instintiva, ha extendido la mano… Por un instante, incluso ha imaginado que Rémi se había hecho daño, ha pensado en él como en un ser vivo.

Mira su espalda, sus piernecillas, sus manitas… Es de una tristeza absoluta.

No puede más. Se queda allí, tendido sobre las hojas caídas, envuelto por el aroma de la tierra, que huele como solía oler el pelo de Ulises. Está tan cansado que le gustaría dormirse allí mismo, hundirse en el suelo, desaparecer él también.

Va a rendirse, no tendrá fuerzas.

Sus ojos se posan en el reloj. Su madre ya debe de haber llegado a casa. Es difícil de explicar, pero si consigue ponerse otra vez de pie es por ella. Su madre no se lo merece. Esto la matará. Si se entera de que… la habrá matado también a ella.

Se levanta dolorido. Rémi se ha despellejado el brazo y la pierna, Antoine no puede evitar pensar que le dolerá. Es increíble, no le entra en la cabeza que Rémi está muerto, no, no puede hacerse a la idea. Lo que vuelve a colocarse a la espalda y cargar por el bosque de Saint-Eustache no es un cadáver, sino el niño al que conocía, el niño que se subía con Ulises a la plataforma y exclamaba: “¡Guau!” Cómo le gustaba.

Antoine empieza a tener visiones.

Mientras avanza a grandes zancadas, ve llegar a Rémi a lo lejos, frente a él, sonriendo y saludándolo con la mano, ¡eh!, siempre ha admirado a Antoine. ¡Ahí va! ¿Es una cabaña? Con la cabeza echada hacia atrás, mira a lo alto. Es un chaval de cara redonda y ojos expresivos, y habla increíblemente bien para su edad. Bueno, es un crío y piensa como un crío, pero es espabilado, hace preguntas muy buenas…

Antoine ha recorrido el trayecto sin enterarse. Ya ha llegado.

Ahí está. La gran haya caída.

Para llegar hasta el tronco y el agujero de debajo hay que librar una buena batalla con los exuberantes matorrales, y además esa parte del bosque está especialmente oscura.

Antoine no se lo piensa, empieza a avanzar. De vez en cuando pierde el equilibrio, se agarra donde puede, está a punto de soltar su carga, se desgarra la manga de la camisa… Pero sigue. La cabeza de Rémi golpea un árbol con un ruido sordo… Los brazos se le enganchan en las zarzas dos veces y Antoine tiene que tirar para soltarlos.

Por fin, tras una larga batalla, llega al sitio elegido.

A dos metros de él, justo debajo del enorme tronco del haya, la gran grieta negra de la madriguera… Una gruta. Para acercarse hay que subir un pequeño montículo de tierra.

Con cuidado, Antoine deja el cuerpo a sus pies, se agacha y empieza a hacerlo rodar. Como si fuera una alfombra.

La cabeza del niño golpea aquí y allá, pero Antoine cierra los ojos y sigue empujándolo. Cuando vuelve a abrirlos está en mitad de la pendiente. El gran hoyo negro al que se va acercando le da tanto miedo como si fuera la entrada de un horno. La boca de un ogro. Nadie sabe qué hay allí dentro. Ni siquiera si es muy profundo. Para empezar, ¿qué es? Antoine siempre ha creído que era el agujero dejado por otro árbol caído, sobre el que más tarde se derrumbó el haya.

Ya está, ya ha llegado.

No acaba de sentirse aliviado. El cuerpo del pequeño yace a sus pies, al borde del agujero, y sobre ambos pende el inmenso tronco caído del haya.

Ahora habrá que empujarlo. Antoine no se decide.

Se aprieta las sienes con las manos y grita de dolor. Ebrio de pena, apoya la espalda en el árbol, adelanta el pie derecho, lo introduce bajo la cadera del niño, lo levanta un poco…

Alza los ojos al cielo y, sin pensarlo más, da un empujón con el pie.

El cuerpo rueda lentamente, parece dudar justo al borde del agujero y, de pronto, se inclina y cae al vacío.

La última imagen que quedará en la retina de Antoine es el brazo de Rémi, su mano, que parece querer agarrarse a la tierra, detener la caída.

Antoine se queda allí clavado.

El cuerpo ha desaparecido. Asaltado por la duda, se arrodilla, extiende el brazo, tímidamente al principio, y busca a tientas en el agujero.

Su mano no encuentra nada. Vuelve a levantarse, aturdido. Ya no hay nada.

Ni Rémi ni nada, todo ha desaparecido.

Salvo la imagen de esa manita con los dedos crispados, desapareciendo poco a poco…

En cuanto sale de la maleza, echa a correr colina abajo, a correr, a correr.

El camino más corto lo obliga a cruzar la carretera dos veces. Antoine se agacha detrás de un matorral. Como está junto a la salida de una curva que impide ver si viene algún coche, aguza el oído, pero sigue oyendo sólo sus malditos latidos.

Se levanta, mira rápidamente a derecha e izquierda y se decide. Cruza corriendo en dirección al bosque en el preciso instante en que aparece la furgoneta del señor Kowalski.

Antoine se arroja a la cuneta y se queda quieto. La furgoneta pasa de largo como una exhalación.

Luego arranca a correr de nuevo sin esperar. A unos trescientos metros de la entrada del pueblo se detiene unos instantes entre la maleza, pero intuye que no es momento de reflexionar sino, al contrario, de tomar decisiones. Sale del bosque y echa a andar con un paso que pretende ser firme, mientras trata de recuperar el aliento.

¿Tiene un aspecto normal? Se arregla el pelo. Tiene algunos arañazos en las manos, pero nada demasiado llamativo; se sacude la tierra, se quita las ramitas que lleva enganchadas a la camisa, al pantalón, con rápidos manotazos…

Creía que le daría miedo volver a casa, pero no, al contrario, la panadería, la tienda de ultramarinos, la fachada del ayuntamiento, los lugares familiares lo devuelven a la vida normal, alejan la pesadilla.

Para ocultar el desgarrón de la manga, coge el puño de la camisa y se lo sujeta en el interior de la mano.

Se la mira.

Ha perdido el reloj.

Admira a Paco Ignacio Taibo II. Foto: SinEmbargo

¿Quién es Pierre Lemaitre? Escritor y guionista nacido en París en 1951, estudió Psicología, creó una empresa de formación pedagógica y ha impartido clases de literatura. Autor tardío, en 2006, a los cincuenta y cinco años, ganó el premio a la primera novela en el festival de Cognac con Irène, un libro en el que presentó a Camille Verhoeven, el que sería el protagonista de una serie policíaca que incluiría también Alex (2011), Rosy & John (2011) y Camille (2012). A esa primera obra y ese primer galardón le siguieron otros muchos hasta llegar al Premio Goncourt 2013, el Premio Roman France Télévisions, el Premio de los Libreros de Nancy-Le Point, el premio a la mejor novela francesa de 2013 de la revista Lire y el premio a la mejor novela del año según los libreros franceses en la revista Livres Hebdo por Nos vemos allá arriba (Salamandra, 2014).

MESA DE NOCHE | “Alex”, de Pierre Lemaitre y “La tristeza del samurai”, de Víctor del Árbol

sábado, febrero 27th, 2016

El género policial, el noir, la novela negra, a cargo de dos autores muy distintos que analiza en su columna semanal el escritor y periodista Jorge Zepeda Patterson

MESA_DE_NOCHE_27FEB

Ciudad de México, 27 de febrero (SinEmbargo).- Si tienes afición por la novela policíaca leer a Pierre Lemaitre es imprescindible; si no la tienes, también. Al terminar Alex, la obra de este autor francés recién publicada por Alfaguara, serás un converso del género noir o, mejor dicho, del género Lemaitre.

No sólo porque se trata de un escritor de una prosa tan eficaz como elegante (ganó el prestigioso premio Goncourt en 2013), cosa que rara vez aparecen juntas en una novela policíaca, también porque la concepción de la trama es absolutamente brillante. Sin trucos ni inverosímiles ases bajo la manga, Lemaitre nos sorprende una y otra vez cuando creíamos haber develado el misterio que nos propone.

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De entrada, su detective, el comisario Camille es un antihéroe donde los haya. Apenas un poco más alto que un enano, acomplejado y cascarrabias, no parece ser un personaje capaz de cautivarnos. Un hombre dedicado a incordiar a los que lo rodean, dolido y frustrado, pero dotado de un extraño talento para entender la mente criminal y las pasiones oscuras de los otros. Un Sherlock Holmes de los sentimientos y las perversiones ocultas en los seres humanos.

Concédanle a Camille la lectura de cuarenta páginas de esta novela y el enano los habrá atrapado. Al igual que Alex, la víctima secuestrada al arranque de la obra.

El final, en cambio, produce una sensación extraña. O mejor dicho, “los finales”. Porque tiene tres. A la mitad de las 383 páginas el crimen se resuelve y uno, como lector, atestigua la conclusión del caso sin entender para que son las siguientes 160 páginas que aún no se han leído. Hasta que Camille nos muestra que el caso no ha hecho más que arrancar. Y cuando por fin concluye y nuestras pulsaciones regresan a la normalidad resulta que el verdadero desenlace nos espera una hora de lectura más adelante. Las reseñas afirman que se trata del libro policíaco del año. No se equivocan.

EL FINAL DE LA TRISTEZA

El final de La tristeza del samurai, de Víctor del Árbol (Tusquets) es más predecible, pero las incidencias de la trama y el atractivo de los personajes nos conducen inexorablemente a terminarla. A medio camino entre el thriller político y la novela policíaca, Del Árbol es uno más de los autores españoles que echan mano de la historia reciente de su país para dar cuenta de una longeva y brutal tragedia familiar cruzada y achuchada por las pasiones políticas: inicia en la Guerra Civil y termina más de cuarenta años después con el intento de Golpe de Estado de Tejero, en 1981.

Y desde luego, como en tantas otras tragedias familiares, el amor subyace en el corazón de esta historia; bueno, el amor y el asesinato inexplicable de una hermosa mujer a manos de su amante. La tristeza del samurai (el enigmático título de la novela es ya una razón suficiente para leerla) muestra que el rencor y el odio son pasiones mucho más confiables que el cariño o el deseo cuando medimos el tiempo en décadas. En suma, una especie de El tiempo entre costuras (la gustada novela de María Dueñas), pero en código de novela negra.

@jorgezepedap

 

¿Quieres leer un “thriller” escalofriante? Pierre Lemaitre presenta “Alex”

sábado, febrero 13th, 2016
Un libro apasionante para los lectores fanáticos de Lemaitre. Foto: Especial

Un libro apasionante para los lectores fanáticos de Lemaitre. Foto: Especial

Llega el segundo libro de la serie policial “Verhoeven”, no apto para lectores sensibles, aseguran los editores de Alfaguara México

Ciudad de México, 13 de febrero (SinEmbargo/Culturamas).- Durante los meses que estuvo ausente de la Brigada, todo el mundo se preguntaba si algún día llegaría a recuperarse. Y cuando finalmente regresó, daba la extraña impresión de ser el mismo que antes de la muerte de Irène, solo que había envejecido. Desde entonces, únicamente acepta casos menores. Se ocupa de crímenes pasionales, riñas entre profesionales y asesinatos entre vecinos. Casos en los que los muertos están detrás de uno y no delante. Nada de raptos. Camille quiere muertos bien muertos, muertes incontestables.

Tras el enorme éxito de Nos vemos allá arriba y Vestido de novia, llega a las librerías Alex (Editorial Alfaguara), segunda entrega de la serie negra creada por el conocido escritor francés Pierre Lemaitre y protagonizada por el comisario Camille Verhoeven.

Se trata de una novela que supuso el inicio de la fulgurante carrera internacional del autor. Antes fue Irène (mayo de 2015) y después vendrán Rosy & John y Camille.

Antes de ganar el Premio Goncourt 2013, entre otros más, con la novela que se dio a conocer en lengua española (Nos vemos allá arriba), Lemaitre (París, 19 de abril de 1951) ya era un escritor de renombre en el género de la novela policial, reconocido con numerosos premios.

Con Alex  ganó el Crime Writers Association International Dagger Award y el de los Lectores de Novela Negra de Livre de Poche. Además de escritor, el autor parisino es también guionista de ficción y de series de televisión, así como profesor de literatura francesa y estadounidense.

Se dijeron miles de cosas en aquel silencio, sin palabras. No lograban dar con ellas. Y un día, sin previo aviso, Camille le explicó que prefería estar solo, que no quería arrastrar a Louis a su tristeza. Un policía triste no es una compañía interesante, dijo. A los dos los apenó separarse de aquel modo. Pasó el tiempo, y cuando las cosas empezaron a ir mejor, ya era demasiado tarde. Una vez acaba el duelo, solo queda un páramo.

Han pasado varios años desde el caso del asesino en serie que trastocó para siempre su vida y el comandante Camille Verhoeven aún no se ha repuesta del todo cuando un nuevo desafío vuelve a implicarlo personal y profesionalmente: Alex, una mujer de 30 años, ha desaparecido. No es una mujer cualquiera y Verhoeven, sin sospechosos ni pistas, debe adentrarse en la investigación de su personalidad para poder encontrarla, mientras ella agoniza en un almacén abandonado. Cada minuto que pasa puede ser el último. Y él no se lo perdonaría nunca.

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—Mientras le hablo, hay… —alza la vista—, diría que… un centenar de personas en las ventanas. Los equipos encargados de la investigación de proximidad informarán a doscientas o trescientas personas más. En estas condiciones, si usted sabe cómo evitar que se difunda la noticia, no dude en decírmelo.

Camille Verhoeven mide apenas un metro y medio, pero esa corta estatura no ha sido un obstáculo para su éxito en el amor y en el trabajo, una breve época de felicidad tras una difícil infancia vivida a la sombra de su madre, una cruel y despótica pintora de renombre.

Pierre Lemaitre, el nuevo as de la novela negra en Europa. Foto: efe

Pierre Lemaitre, el nuevo as de la novela negra en Europa. Foto: efe

El comisario estaba casado con la bella Irène e iba a ser padre de su primer hijo, pero un asesino en seriw decidió acabar con su vida idílica. Tras la muerte de Irène el comisario deshace su equipo y solo se preocupa por sobrevivir. La desaparición de Alex se convertirá en una nueva oportunidad para Camille… Intriga, tensión medida, precisión psicológica y desasosiego de la mano de otro gran autor entre la novela negra francesa.

Alex catapultó a Lemaitre a la fama internacional e incluso fue nombrado por algunos críticos  como el sucesor de Stieg Larsson: hoy su estilo es reconocido como único e inconfundible, con una legión de seguidores.

Está de pie detrás de él, algo apartada, desnuda, con un brazo cubriendo sus senos y la otra mano como una concha sobre su sexo, avergonzada incluso en esa situación; si lo piensa, es un disparate. El frío la hace temblar de pies a cabeza, aguarda con pasividad absoluta. Podría intentar algo. Abalanzarse sobre él, golpearlo, correr. El inmenso almacén está desierto. Al fondo, frente a ellos, a unos quince metros, hay una abertura, como un gran boquete. Unas grandes puertas correderas debían cerrar antaño aquella sala, pero han desaparecido. Mientras el hombre desatornilla las tablas, Alex trata de poner de nuevo en funcionamiento los mecanismos de su cerebro. ¿Huir? ¿Golpearlo? ¿Tratar de arrancarle el taladro? ¿Qué hará una vez haya desatornillado las tablas? ‘Voy a mirar cómo revientas’, le ha dicho. ¿Qué significa? ¿Cómo pretende matarla? Toma conciencia del alarmante camino que su mente ha recorrido en solo unas horas. De ‘no quiero morir’ ha llegado a ‘que lo haga deprisa’.

Pierre Lemaitre comenzó a escribir cuando tenía 56 años, tras haberse dedicado a dar clases de literatura y análisis textual para adultos y en un diálogo con la agencia efe consideró que el éxito de las novelas policiales en nuestros tiempos se debe a que “vivimos en sociedades en las que la violencia física se ha retraído y avanza la violencia simbólica”.

“Tal vez la novela policíaca sirva de alcantarilla del mundo civilizado, de exorcismo de la violencia”, comentó.

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