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Aquellos amaneceres debajo de la mesa, por el absoluto placer de estar con usted, jefe

sábado, noviembre 17th, 2018

El 13 de noviembre de 2008, hace exactamente 10 años, moría el escritor Paco Ignacio Taibo I. Con más de 50 libros publicados y una intensa e inolvidable carrera en el periodismo, fue un verdadero maestro de la palabra. Así lo recuerda su hijo, Paco Ignacio Taibo II.

Ciudad de México, 17 de noviembre (SinEmbargo).- Pocas cosas están claras cuando uno tiene cuatro años y sin embargo sé que el hombre que teclea en la Remington sobre la mesa, bajo la cual estoy escondido, es mi padre. Sé que lo que hace es lo más importante que uno puede hacer con su vida, está escribiendo una novela. Sé también que estas son horas robadas al sueño, porque él debería estar durmiendo después de haber pasado la noche en el periódico, haciendo la segunda cosa más importante que se puede hacer en el mundo, contar historias.

Pero está despierto aporreando la máquina y pronto se pondrá en pie, encenderá el tocadiscos para oír a Louis Armstrong y me descubrirá agazapado bajo la mesa, desarmado, porque no tengo máquina de escribir y porque no sé escribir todavía y porque son las seis de la mañana.

Sé que tengo cuatro años, casi cinco, porque recuerdo el impermeable amarillo y la portada de Juan M.N., el libro que escribía. Sé también que nadie entenderá por qué el niño se escapa de la cama para esconderse debajo de la mesa, donde su padre sueña con ser escritor, escribiendo y el niño sueña con ser escritor cuando sepa escribir y mientras tanto se deja arrullar por la mejor música que recuerda: el golpe seco de las tes, las erres y las eses.

Ahí empieza la historia de una relación trenzada de más de 30 años que involucran a las Remington, las Olivetti, las Underwood, esas cosas que tienen nombre de cañones de palabras, a mi padre, a una novela que sigue escribiéndose, al mejor oficio de la tierra y a mí. 34 años después, a medianoche, cruzo las calles destruidas, calles del gueto de Varsovia, Colonia Condesa, bombardeadas por las obras del Metro, las cinco calles que separan nuestras casas, para verlo de nuevo tecleando. Cerca de 50 libros nos unen y nos separan de los primeros recuerdos. Un océano enorme que se tardaba 28 días en cruzar, un montón de cumpleaños, muchas redacciones de periódicos, algunas huelgas, media docena de viajes a Nueva York juntos, una hija-nieta, un día en Chapultepec, dos vasos de Borgoña, una discusión de por qué no usar corbata, un millar de películas, otro millar de sobremesas. Nada nos separa.

Cuando los dos Paco marchaban. Foto: Cuartoscuro Agencia

Esta noche voy de mi Olivetti portátil a su máquina eléctrica, traiciones de la modernidad, a reconstruir la magia de hace tantos años y me meto bajo la mesa a oírlo teclear este libro que pronto comenzarán a leer y veo cómo desencadenan los fantasmas, como ata los amigos y los sueños, como desenvuelve las pesadillas y las manías en la cinta negra y las hace letras en papel. Ahora, como entonces, reconozco en mi padre la misma pasión ciega, rabiosa y amorosa por la palabra escrita.

Mientras lo veo o lo imagino morderse el bigote para encontrar el lugar de la coma, la frase que haga justicia a lo que recuerda, el filo a las palabras para que la historia no pierda su filo crítico, me acuerdo de una conversación a las 2 de la mañana, cuando le dije –yo debería tener 18 años- que iba a escribir y que cómo íbamos a resolver el tema de la firma llamándonos igual.

Una salomónica discusión en la que el jefe, en lugar de mandarme al Diablo, aceptó el reto de iguales y no objetó ponerse el uno en romano al lado de su nombre, a pesar de los 15 libros que me llevaba de ventaja. Todo dentro de la tradición de algunos pelotaris, los toreros y algunos futbolistas, diría.

Durante algunos años me acostumbré a responder en entrevista la misma pregunta, ¿le pesa a usted su padre?, con la misma respuesta: del lado bueno de la espalda. Y a reírme de la tan mentada brecha generacional que en nuestra historia familiar ni a grietita en la pared llegaba.

Yo hice mi parte, pero él hizo la mayor en este no abrir brechas entre dos generaciones, tomando aquellas cubas libres de Bacardi que contenían el elixir del mago Merlín y le permitían no envejecer, no volverse reaccionario, no doblarse ante las presiones eternas del poder, no culteranizarse, no tornarse en un cazador de famas, no abandonar la experimentación y la búsqueda de los lectores, como deben hacer todos los buenos contadores de historias.

Toda la familia reunida. Foto: Cuartoscuro Agencia

Pocos discursos me ha recetado el jefe a lo largo de la vida, tendría que reconocer que menos de los que quisiera porque de varios me escapé, pero hay dos que recuerdo claramente. Una lección de moral cuando tenía 12 años que me enseñó a respetar a los hombres por encima de las apariencias y uno que tiene más que ver con esta historia, un discurso de la literatura como oficio, que he hecho tan mío que olvido donde acaban las palabras de uno y empiezan las de otro.

Un discurso que cuenta como el escritor es un albañil de palabras, un artesano, alguien que cuenta lo que otros no pueden contar, alguien que está ahí para fijar en el papel las historias, alguien que se asume como los veloces dedos tecleadores de pueblos a veces analfabetos, pero que algún día sabrán leer.

Un discurso que cuenta el compromiso total con la palabra escrita como pasión liberadora y descripción de tiempos y ciudades. Un discurso que dice que somos artesanos dispuestos a romper la soledad y a pelear con palillo de dientes el abuso sistemático del poder y esa es nuestra honra y nuestro sentido final.

Por eso, por aquellos amaneceres bajo la mesa, y estos 38 años y ese discurso hoy me siento a la máquina a seis cuadras de su máquina y hablo de este escritor sorprendentemente joven, sorprendentemente imaginativo, endiabladamente enamorado de la gente, del oficio, por el absoluto placer de estar con usted, jefe

Paco Ignacio Taibo II: “En los inicios de campaña de Andrés, en las noches me recogía a escribir una novela”

sábado, agosto 18th, 2018

Un libro doble que refleja el “tiempo de vacaciones” de Paco Ignacio Taibo II: El olor de las magnolias y La libertad, la bicicleta, esta última una crónica de añoranza por el “Jefe”, el gran periodista que fuera Paco Ignacio Taibo I. Hay experimento literario, esa manera de no escribir los libros que ya sabe, sino el ir a buscar una gran aventura en la literatura.

Ciudad de México, 18 de agosto (SinEmbargo).- “Una vez me trajeron un libro griego y lo puse al lado de la edición mexicana y dije, ¡No!, ¿qué le habrán metido? Tenía 100 páginas más. Le digo entonces a mi traductor griego qué es lo que había hecho y me dice que así como el inglés tiene frases más cortas, el griego es más largo que el español. Ya me tranquilicé”. Paco Ignacio Taibo II (1949) cuenta la anécdota para demostrar si nuestro libro es más grande que el de él, contento como está de haber editado –por iniciativa del director de Planeta, José Calafell– dos novelas que no tienen nada que ver entre sí, pero que sí escribió “vacacionando”, en los tiempos “donde me calumniaban, en tiempos electorales, tú sabes”.

El olor de las magnolias y La libertad, la bicicleta son las dos nuevas novelas de Taibo y   para que no sean caras a sus lectores, se publicaron las dos juntas, en un libro maravilloso, con un diseño como si se tratara de esos volúmenes de aventuras que venían cuando éramos chicos: leerla hasta el punto final, que se pare el mundo hasta que no la termináramos.

En El olor de las magnolias, Paco recuerda a un grupo de supuestos campesinos italianos que llegan a Veracruz durante la dictadura porfirista. Saben hacer de todo, excepto cultivar la tierra: entre ellos hay cirqueros, filósofos y hasta cazadores de conejos. Poco a poco descubrirán que Las Magnolias no es el paraíso que les prometieron y Lucio, el más joven del grupo, cometerá un pecado que, 80 años después, lo obligará a regresar a su natal Nápoles.

En La libertad, la bicicleta es recordado Paco Ignacio Taibo I, cuando fue cronista de ciclismo, “para escaparse de la dictadura franquista”. Se trata de una espléndida y personal crónica narrativa sobre la infancia del autor y la figura del Jefe, en un relato conmovedor.

Dos portadas en un solo libro. Para leer a Taibo. Foto: Planeta

–¿Cuándo escribiste estas novelas?

­–Pues en las noches. En las mañanas recibía leña por parte de la campaña de calumnias, cosa que me divertía mucho, pensaba: ¿Qué van a inventar esta vez? ¿Qué frase he dicho en 1800 que me puedan atribuir y que le haga daño a la campaña de Andrés?, en las tardes andaba de mítines, conferencias y debates y a la noche escribí dos libros: una novela y un libro de reportaje familiar, no sé cómo llamarla.

–La libertad, la bicicleta, es nostalgia por tu padre

–Absolutamente. Pero eso es obligado, yo sabía que iba a ser un libro personal en términos de la relación cariñosa con mi jefe y era un misterio en su vida. Nadie lo conoce. Los que lo conocieron como periodista nadie sabía que detrás de él estaba el gran cronista ciclista que fue. Era una manera de huir del franquismo.

–Jorge Zepeda acaba de sacar una novela sobre ciclismo. La Guerra Civil en España no se ha terminado…

–Sí, una gran coincidencia. En el momento que salió mi libro salió la campaña “Por favor no toquen a Franco”, la carta de los generales en España. Espero que pronto salga la edición española, en España serán dos libros separados. En La libertad, la bicicleta, cuento que había un misterio en la vida de mi padre, algo que yo había vivido como niño. ¿Por qué un joven periodista de 30 años que nunca hizo crónica de deportes, por qué decide dedicar tres años de su vida a ser el gran reportero del mundo profesional del ciclismo? Un tipo que no sabía nada del tema. Me dediqué entonces a explorar esta historia. Tenía mis registros personales, mis memorias, mis recuerdos, las veces que hablamos mi padre y yo sobre el tema, pero me faltaban sus crónicas. Al morir papá, mi madre me heredó tres álbumes con fotos, recortes, estaban muy incompletos. Tardé en encontrar sus crónicas, tenía que ir a los archivos de los periódicos y encontré todas sus crónicas. Me pasé 10 días leyendo crónicas. Ya tenía el panorama completo.

“¿Por qué un joven periodista de 30 años que nunca hizo crónica de deportes, por qué decide dedicar tres años de su vida a ser el gran reportero del mundo profesional del ciclismo?”, se pregunta Paco. Foto: Crisanto Rodríguez, SinEmbargo

­–¿Qué querías contar?

­–El tema era armar los porqués. Porqué mi padre decidía seguir al último ciclista, no al primero y fue un éxito. La gente lo recordaba como el gran cronista de ciclismo que hubo en España, por esta manera poco habitual que tenía para enfocar la crónica. Tenía mis memorias de infancia, el libro se iba armando con una visión del hijo hacia el padre, con las crónicas de él y cómo cerró ese capítulo de una manera abrupta después del accidente. El libro termina con la historia de un accidente en el que estuvo al borde de la muerte durante varios meses. Emigramos a México y ese capítulo de su vida quedó cerrado.

Papá conserva en su álbum una foto terrible. El jeep está materialmente clavado entre las piedras del seto, destrozado. Parece un juguete trágicamente roto. Un par de paisanos levanta un cuerpo a unos metros, ¿será el de mi padre o el del chofer muerto? Abundan los mirones”.

Paco Ignacio Taibo I, el gran periodista recordado en La libertad, la bicicleta. Foto: Cortesía

–¿Aunque le preguntaras sobre el ciclismo?

–Sí, por más que yo le dijera: ¿Te fijaste que ese muchacho mexicano llamado Alcalá acaba de triunfar? Le valía madres. Había desconectado de ese mundo. Quedó mi gusto por el ciclismo profesional, me volví un súper aficionado. También me quedó esta idea de buscar la libertad de la dictadura franquista a través del ciclismo.

–El ciclismo es la libertad

–Sí, era, pero el mundo profesional lo ha convertido en algo mucho más mecánico y rutinario. La droga además ha hecho un daño tremendo. Ya no hay esta épica de gloria absoluta, que mi padre vivió en los años que escribía crónicas sobre el ciclismo. Yo recuerdo la subida al naranjo, que está en las afueras de Oviedo, a El Tarangu (José Manuel Fuente), granizaba, el tipo le sacó media hora a sus más cercanos seguidores, corriendo en medio del granizo, el suelo lleno de agujeros, al borde de la muerte y despeñarte porque es una carretera sin protecciones, pero llegó finalmente. La televisión le preguntó ¿Cómo llegaste? Me subieron ellos, dijo por la gente que lo animaba en medio del granizo. Nunca se me olvidará esa interacción entre un profesional deportivo y su gente. Esta épica grande, esta época dorada, nunca se me olvidará. Con esta crónica rendí homenaje a muchas cosas, a mi padre, a mi amor por el ciclismo profesional y me preguntaba cuando hice el remate si le iba a interesar a los lectores.

–El ciclismo, como en el boxeo, llegan deportistas con mucho sacrificio

–Sí, pero el ciclismo lleva una gran cuota de sufrimiento. El otro que me deja con la boca abierta es el montañismo. El escalar el Everest. Son deportes con una cuota de sufrimiento extra, ruptura de uno mismo, la búsqueda de los límites, realmente espectaculares.

“El olor de las magnolias es de lo mejor que he escrito como literatura”, dice Paco Taibo II. Foto: Marina Taibo/Cortesía

–¿Qué pasa con El olor de las magnolias?

–Es una novela que llevaba muchos años escribiendo y no salía. Hasta que encontré la clave. Venía de Patria, que eran 1400 cuartillas de investigación histórica y dije: vacaciones. Quise escribir un libro de vacaciones, al final no escribí uno, escribí dos. Tiene ingredientes de experimentación literaria mucho más grandes. Era ficción, era novela, ya tenía los ingredientes, un grupo de campesinos italianos que llegan a Veracruz a principios de siglo, llamados por la oferta de Porfirio Díaz: Cultiven la tierra. No eran campesinos y ese primer enigma desata la historia. Quería contarla. Hay un personaje central, que es un adolescente, llamado El Diablo, que regresa a Nápoles muchos años después. A expiar una culpa de lo que vivió en algún momento de su vida. Me encontré con este melodrama que el tipo arrastra, potente y le metí el coro griego de las mujeres de Nápoles. Me quedé fascinado con Nápoles, es una de las ciudades más literarias del planeta.

–Recuerda el caso de los italianos ahora desaparecidos, ¿cómo ves México?

–En plena euforia. En un gran cambio. Un cambio que venimos pidiendo desde hace muchísimos años. ¿Que tan profundo? Veremos. Va a haber una doble acción, una por parte del gobierno en reparar daños y otra por parte de los ciudadanos en exigir que se reparen esos daños. Se abren tiempos interesantes. En algunos espacios de la vida diaria mejorarán las cosas ostensiblemente: Cultura, salud, al quitar el gasto de la corrupción se devuelve adonde deberían ir esos gastos. Uno vive en la esperanza de tantos años construyendo este futuro que se vive como presente.

–¿Cómo fue el experimento de escribir El olor de las magnolias?

–Nunca tuve esa referencia de tener a los tres italianos desaparecidos, pero comencé a escribirla en tiempos del inicio de la campaña de Andrés Manuel López Obrador, con un montón de debates, con gran juego sucio. En las noches me recogía a ponerme a escribir una novela. No me parecía contradictorio, sino complementario.

–Tú dices “vacaciones” y escribes dos libros

–Para mí “vacaciones” es cambiar de trabajo simplemente. Por eso aprendí a escribir muchos libros al mismo tiempo. Porque cuando uno no me convence, me paso al de al lado. El olor de las magnolias es de lo mejor que he escrito como literatura. Hay unos grados de experimentación que no había probado en el resto de mis obras. Lo gocé mucho como escritor. Es otro salto más. Tengo más de 65 años, ¿vas a seguir experimentando o vas a escribir los libros que ya escribiste?

–¿Por qué decidiste publicar los dos juntos?

–Es una historia interesante. Terminé casi al mismo tiempo los dos. Llegué a la editorial con las dos novelas en la mano. Publicarlas en un solo volumen, como dos libros de Paco Ignacio Taibo, se me hacían tan diferentes. Publicar como libros separados va a ser muy caro. No me gustaba la idea de apretar a mis lectores con el precio. Fue a Pepe Calafell, el director de Planeta América, a quien se le ocurrió un libro reversible. Me encantó.

–Son hermosas las portadas

–Sí, creo que fue un acierto de Planeta. La estética de ciclismo de los años 50 y un maguey con la bahía de Nápoles en segundo plano. Muy acertada.

EL BENÍTEZ PARA BENITO | La FIL Guadalajara rinde homenaje a uno de los Taibo

sábado, junio 30th, 2018

“Soy periodista y llevo puesta con enorme orgullo esta camiseta”, dice Benito Taibo, quien recibirá el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2018 de la FIL Guadalajara

Ciudad de México, 30 de junio (SinEmbargo).- “No estudié historia”, aclara Benito Taibo, pues así lo indican las numerosas semblanzas suyas que circulan en Internet. “Cumplo ya 42 años en el periodismo, un oficio que de una u otra manera me fue heredado”. Su primera chamba, a los 16 años, fue en el Instituto Nacional del Consumidor como reportero y desde entonces ha colaborado en numerosos medios de radio, televisión y prensa escrita. “No sé hacer otra cosa”, confiesa. Es precisamente por su larga trayectoria y sus aportes al oficio que Benito recibirá, el próximo 2 de diciembre, el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, reconocimiento que en el pasado han obtenido figuras como Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Emilio García Riera, Raquel Tibol, Vicente Leñero, Cristina Pacheco, Juan Villoro y Graciela Iturbide.

Imagen de promoción de la FIL. Foto: FIL en Guadalajara

“Me llena de pudor, de estupor y de agradecimiento por aquellos colegas que han decidido que yo merezco algo así. Un homenaje dado entre colegas siempre es más gratificante. Hay un montón de gente que se lo merece”, asegura Benito Taibo. Su padre, Paco Ignacio Taibo I, una de las grandes figuras del periodismo en el siglo XX, lo recibió precisamente en 2004, lo que añadió emoción a la noticia que Benito recibió hace unos días: “Estoy convencido de que él estaría muy contento de verme ahora ahí. Creo que es la primera vez que padre e hijo han obtenido este homenaje y es francamente curioso”.

El Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez fue instituido por la FIL Guadalajara en 1992 para reconocer al autor de Los indios de México y desde entonces ha celebrado la solidez de las obras y las trayectorias de grandes figuras del periodismo de nuestro país. El veredicto es responsabilidad de un comité integrado por algunos homenajeados en años anteriores, así como por destacados periodistas culturales en activo.

En sus inicios como reportero, Benito Taibo escribió una historia sobre tráfico de aves silvestres que 25 años después era usada en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en la carrera de periodismo, como ejemplo para la formación en el oficio. Hoy día, es conocido como poeta, como novelista, como director de Radio UNAM, como incansable promotor de la lectura y como una voz activa y respetada en las redes sociales. Volver a a la FIL Guadalajara, ahora como homenajeado, lo entusiasma: “Soy periodista desde que lo recuerdo me siento absolutamente orgulloso de mi profesión. Para mí la FIL Guadalajara es una suerte de segundo hogar al que vuelvo siempre con esperanza, con ánimos, con deseos de conocer cosas nuevas y listo para recibir lo extraordinario durante esos nueve espectaculares días en que nuestras vidas cambian y se vuelven mágicas”.

–¿Cómo ves el estado actual del periodismo cultural en México?

–Tengo la impresión de que ha habido una suerte de renacimiento. De un tiempo para acá está empezando a ser más lo que fue. Hubo un momento en que el periodismo cultural se dedicó un poco a la nota roja y una bailarina solamente existía si se rompía una pierna o sólo se sabía que un teatro de México estaba ahí porque se había quemado. Estamos recuperando nuestros orígenes. Con enorme generosidad se está hablando de la cultura, de lo que se hace todos los días en el territorio nacional. Poco a poco vamos recuperando esta lógica, esta necesidad de contar todo aquello que nos cambia, que nos transforma, y que sin duda está sucediendo no sólo en las grandes ciudades, sino en todo México.

Benito Taibo, en señal de victoria para los que leen. Foto: Planeta, Cortesía Michel Amado

–Algunos de tus colegas han destacado cómo, además de los medios tradicionales, has logrado traducir al ámbito digital, a las redes sociales, el periodismo cultural, sobre todo para, desde ahí, hacer promoción del libro y la lectura…

–Cuando yo descubrí que tenía mi propio periódico, por medio de Facebook, y que no tenía por encima de mí un jefe de redacción que estuviera gritando o exigiendo que terminara la nota y que podía escribir lo que quería, a la hora que quería y como quería, el mundo fue mucho más amigable. Hay que perderle miedo a Internet y a los nuevos medios, que son herramientas y como tales debemos utilizarlas. Seguimos haciendo lo que hacemos desde tiempos paleolíticos: contar historias alrededor de la fogata, sólo que ha pasado mucha agua desde entonces y hoy la tecnología permite, gracias a las máquinas, que siga este intercambio de ideas. El fomento a la lectura es algo a lo que me he dedicado muchos años y lo hago solamente porque creo que le debo algo a la literatura, que de alguna manera le devuelvo un poco de lo que ella me ha dado a manos llenas: la posibilidad de compartir el mapa de la isla del tesoro con muchos otros que están ahí, deseosos de que alguien los tome en cuenta, y que sepamos que aquellos libros que cambiaron nuestra vida pueden cambiar también las de otras tantas personas.

–¿Cuál es la importancia, hoy, de la obra de Fernando Benítez?

–Capital en todos los sentidos. Decimos que somos un país multicultural, por lo menos en papel, pero no lo fuimos hasta que fueron descubiertos los pueblos indígenas y fue gracias a Benítez y a su enorme cobijo y manta que descubrimos que había no uno, sino muchos pueblos, y no una, sino muchas naciones, y no una sino muchas lenguas. Los indios de México, en sus cinco volúmenes, es uno de los textos fundamentales para poder entender quién diablos somos. Benítez vino a abrirnos un camino espectacular y no sólo eso: como creador y director de suplementos culturales también ha sido indispensable para entendernos a nosotros mismos. Con sólo dos novelas espectaculares, El rey viejo y El agua envenenada, Fernando Benítez es un referente del siglo XX para todos nosotros, y particularmente de lo que cuento: logro e hizo que nos miráramos a nosotros mismos de otra manera.

–En el panorama general del periodismo, ¿cuál es aporte del periodismo cultural? ¿Sería este “mirarnos a nosotros mismos”?

–Si partimos desde la lógica de que cultura es todo aquello que hacemos y que nos gratifica y que nos transforma y que nos hace ser distintos y que nos hace encontrar nuevos caminos, el periodismo cultural es una herramienta indispensable para poder justamente mirarnos a los ojos, saber que se están haciendo montones de cosas alrededor nuestro y que vale la pena que sean contadas. Soy periodista desde que lo recuerdo me siento absolutamente orgulloso de mi profesión. Luego vinieron otras cosas: ser escritor, ser divulgador del fomento a la lectura… pero sigo siendo periodista y llevo puesta con enorme orgullo esta camiseta que dice claramente quién soy y de dónde vengo.

Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2018

2 de diciembre

17:30 horas

Auditorio Juan Rulfo de la FIL Guadalajara

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REVISTA ARTES DE MÉXICO | “Iniciación picante” y todo lo que querías saber sobre el chile

sábado, noviembre 25th, 2017

Una de las líneas de investigación que realiza Artes de México se ocupa de todos esos elementos naturales que al mismo tiempo son cultura. La importancia de vegetales como el nopal, el cacao o el maíz no sólo recae en su consumo abundante en este país, sino en que además se han vuelto parte inseparable de la vida social e individual a muy diferentes niveles, desde las fiestas y rituales populares, hasta el placer particular de una gastronomía nacional, regional y creativamente individual.

Por Margarita de Orellana

Ciudad de México, 25 de noviembre (SinEmbargo).- El chile es, sin duda, uno de los protagonistas de la cultura mexicana desde ese punto de vista transversal que nos une y deleita, y su historia es tan apasionante como la del maíz, el cacao, el nopal y el maguey, de los que nos hemos ocupado en ediciones anteriores. Para llegar a comprender la importancia y singularidad del chile, debemos recorrer diversos caminos de conocimiento. Uno de ellos es la historia cultural.

Una forma amena y directa de investigación y difusión es aquella que Janet Long Solís exploró magistralmente hace algunas décadas en su libro ya clásico Capsicum y cultura, la historia del chilli. Su estudio abarcó múltiples facetas del chile que nos descubrieron aspectos insospechados sobre esta planta y sus frutos. Esta autora es inspiración de esta edición como lo fueron Sophie y Michael Coe cuando trabajamos el cacao. El Capsicum fue una de las primeras plantas domesticadas en este país; pertenece a la familia de las solanáceas, en la que se incluyen el jitomate, la papa, el tabaco, etcétera. Janet Long nos habla de las diversas especies y de cómo, a través de los siglos, el chile ha satisfecho las necesidades de la dieta mexicana. En un segundo texto, Long nos describe la fiesta de San Francisco en Olinalá y Temalacatzingo, Guerrero, donde el chile es protagonista en las bellas ofrendas que recibe el santo patrón, llamadas masúchiles: estandartes de hojas y chiles de colores que los peregrinos depositan en la iglesia al final de la procesión.

©Isaac Hernández, _Chilería_ (2015), 2017.

Los cronistas y médicos del siglo xvi y xvii describieron muchos de los usos del chile en la sociedad prehispánica, como los gastronómicos, rituales, mágicos, educativos, punitivos, agrícolas, medicinales y comerciales. También registraron el empleo de los chiles malolientes, podridos, ásperos o de los que no picaban. Algunas de sus representaciones aparecen en varios códices. De estos fines nos hablan Francisco Román Gutiérrez y Leticia Ivonne del Río.

Iván Pérez Téllez narra brevemente cómo el chile y otros alimentos de México son consumidos por los seres del inframundo náhuatl. Para los ojos humanos, esos alimentos son insectos, y estas diferentes perspectivas han incidido en la manera en la que se denominan, como el chiltepín, chiltekpin (pulga) o el chipotle, chipohtli (garrapatas), nombres que hemos heredado del inframundo como prueba de la existencia del miktlan, el mundo de los muertos con vida propia.

Antes de la llegada de los españoles, el chilmolli cumplía las mismas funciones que el mole virreinal, que sigue vigente como platillo de fiesta. Eduardo Merlo lo llama el abuelo del mole. Es preparado siempre con una variedad de chiles molidos y cocidos al vapor y combinados a veces con alguna carne. Era considerado en esas antiguas culturas como manjar de dioses.

©Elvia Esparza, _De sabores y picores, sabrosos los colores_, 2017

Salvador Novo rinde un homenaje al chile y nos habla de las transformaciones de este vegetal en los países a los que llegó después de la Conquista. En Europa, al asentarse, perdería no sólo el picor, sino el sabor. Es por eso que se ríe de cómo para los españoles todo lo que picaba era pimienta: “para ellos el chile picante era equivalente a plomo derretido”.

Finalmente un breve y divertido texto de Paco Ignacio Taibo I nos invita a desafiar el picor del chile como quien se atreve a enfrentar un gran combate.

Para agregar más picante a esta publicación, hemos seleccionado algunos refranes, adivinanzas y canciones que son expresiones de lo arraigado que está el chile en nuestra cultura popular, en todo el país. Esta salsa los dejará picados. La diversidad de sabores sabios que componen los textos de esta edición tiene el valor de una verdadera iniciación al chile. Los que somos aficionados a degustarlo, estoy segura de que lo disfrutaremos aún mucho más. Y los que ya lo miran con respeto, más respeto le tendrán.

©Eugenia Marcos, _Del poblano al ancho_ (2005), 2017

Asiste a la presentación editorial de El chile, fruto ancestral, revista número 126 de Artes de México en la FIL Guadalajara 2017, domingo 26 de noviembre, salón Alatorre, 17:30 hrs. Y visita su stand F6 donde encontrarás todas sus novedades editoriales.