Posts Tagged ‘Alberto Ruy Sánchez’

En mí renacen tus dedos

sábado, octubre 5th, 2019

Los amantes del Kamasutra de piedra de Kayurajo adquieren la destreza de los dioses amándose para ser varios al mismo tiempo.

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Tiempos obscuros

sábado, junio 22nd, 2019

En las noches de la historia se golpea a la poesía
en nombre de obscuras causas, de prioridades inciertas,
acusaciones sin fondo dictadas por seres turbios
que aspiran a ser supremos.
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ARTES DE MÉXICO | Otro personaje surrealista: Arquitectura vegetal 

sábado, febrero 16th, 2019

La arquitectura surrealista es otro de los personajes que sirvieron a los artistas para explorar las pulsiones del inconsciente. Desde la literatura gótica hasta el castillo misterioso de Edward James en Xilitla, los castillos y edificaciones decadentes se transforman en partes activas de la historia surrealista, de la atmósfera inquietante pero también seductora.

Por Guadalupe Donají Zavaleta Vega

Ciudad de México, 16 de febrero (SinEmbargo).- Más que una decoración, las paredes de estas construcciones respiran y nos envuelven, nos ponen frente a los laberintos de la imaginación y los extienden. En Arquitectura vegetal: la casa deshabitada y el fantasma del deseo, Lourdes Andrade se propone demostrarnos que, en efecto, la arquitectura surrealista está viva y forma parte de la libertad creativa de un universo lúdico y transgresor.

El detonante del ensayo es el castillo natural que Edward James construyó en su finca de Xilitla, San Luis Potosí. Fotografías de sus formas caprichosas, que interactúan con la naturaleza, a la que reflejan y modifican, acompañan este texto. Jorge Vértiz retrata el dinamismo de la construcción, mostrándonos ángulos que comprueban la relación íntima entre el entorno y el castillo surrealista. Además, las ilustraciones de María Sada hacen close-ups a detalles del lugar, enredaderas, escaleras que no llegan a ninguna parte, columnas que no sostienen nada; detalles que forman parte del todo, pero que viven por sí mismos, acompañando las reflexiones de la autora.

Estudio de Xilitla. Fotografía: ©D.R. Jorge Vértiz / Artes de México

El libro del que hablamos, rezuma su apropiación del surrealismo, desde el texto hasta las imágenes de castillo. Con esta conjunción nos convencemos de que la arquitectura no es un decorado más de la escenografía, ni mucho menos un ser estático, construido de una vez y para siempre. En lugar de eso, comprobamos su naturaleza mutante, que además alimenta una atmósfera onírica. El castillo de Edward James es el ejemplo perfecto de una construcción acorde con los presupuestos surrealistas. Es antiutilitaria y, como seres vivientes, no podríamos utilizarla, solo podemos sentirla, apreciarla través de nuestros ojos y de la mirada de Andrade: “la construcción de James es penetrable, se experimenta con el cuerpo entero”. Aquí el espacio y el tiempo se ven trastocados. El lugar es laberíntico, ofrece una experiencia a la que uno debe abandonarse, dejarse confundir por el collage que representa la construcción. Su “cualidad incompleta, acentuada por la invasión creciente de la vegetación, otorga al edificio una apariencia ruinosa”. La ruina, sin embargo, en lugar de remitirnos a una nostalgia del pasado, nos habla de un futuro inconcluso. El tiempo de las ruinas se revierte. Se transfigura en un lugar sagrado. Más allá de una estética utilitaria, en la que se pensaría en la practicidad antes que todo, este castillo nos aleja del mundo profano. Hace coincidir, además, estilos reinterpretados que nos hablan de sacralidad oriental y mística.

Pero el castillo solo es el comienzo. La autora nos enlista las influencias góticas que despertaron el interés de los surrealistas. De esta manera, visitamos los castillos embrujados, las abadías en llamas, los personajes que las habitan. La vida que late también en la arquitectura va más allá de los ecos surrealistas. El paso del tiempo otorga a la arquitectura un “carácter trágico”, que “resulta intensamente expresivo”. Los lugares, entonces, reflejan o manifiestan las mismas pasiones e inquietudes que los seres ambiguos que los recorren. Los detalles, las formas ojivales, los pasillos laberínticos se convierten en una “red en la que se hallan atrapadas las pasiones humanas más exacerbadas”.

María Sada, ilustraciones de Xilitla, 1994. Dibujo a tinta.

Lourdes Andrade nos traslada, también, al ámbito de la pintura. Repasamos de esta manera los cuadros de Leonora Carrington en los que sus seres híbridos conviven con la arquitectura, como Crookey Hall, Nine, nine, nine o Ethiops. Visitamos el cuadro de Remedios Varo, Arquitectura vegetal, al que hace homenaje el libro que nos ocupa. Vemos, aquí, que la naturaleza se relaciona íntimamente con la creación arquitectónica, dialogan, al mismo tiempo que comparten cierta idea de armonía.

El libro, dividido en tres capítulos, habla de distintas relaciones surrealistas, entre sus géneros, sus expositores, así como entre la manifestación artística y México. En el segundo apartado “Fantasmal recuerdo de México”, visitamos brevemente las reflexiones e inspiraciones que asaltaron a Breton durante su visita. Los fantasmas, además, nos encuentran a cada paso, como las criaturas que pertenecen, casi por derecho, a los lugares que se describen. Criaturas que son parte de los lugares surreales por su carácter transgresor.

El ensayo cierra con “Una estética antiutilitaria”, para hablarnos de otro de los presupuestos surrealistas: el juego. Lo lúdico se convierte en un espacio sagrado, en tanto se opone a la utilidad del mundo profano capitalista. La energía, que parece desperdiciada, se utiliza para seguir la ruta que marca todo aquello que escapa de la razón. Aquí leemos fragmentos de la extravagancia de Péret, quien nos cuenta toda clase de cosas maravillosas, con nuestro lenguaje cotidiano. Trastorna nuestras palabras para liberarlas. Se establecen relaciones, entonces, con los objetos sagrados de culturas no occidentales, así como objetos cotidianos intervenidos que despiertan la imaginación.

Estudio de Xilitla. Fotografía: ©D.R. Jorge Vértiz / Artes de México.

Distintos géneros surrealistas coinciden en estas páginas, entre los cuales nos sorprende la vida de la arquitectura. En todos sus movimientos nos encontramos frente a otro ser enigmático de la creación humana: “el sitio se convierte en un enigma y uno lo recorre buscando la clave que permita revelarlo”. Andrade demuestra que la construcción creativa también muta, que los materiales se transforman con el dinamismo surrealista, y la naturaleza se conjuga con el paso del tiempo para dar lugar a un castillo sagrado, perdido y fantasmal, protagonista también del sueño.

Arquitectura vegetal. La casa deshabitada y el fantasma del deseo es una edición de Artes de México, consíguela a través de su página oficial www.artesdemexico.com

ARTES DE MÉXICO | Francisco Xavier Clavigero, el aliento del Espíritu

sábado, febrero 9th, 2019

El libro de Arturo Reynoso, SJ, coeditado por Artes de México y el Fondo de Cultura, Francisco Xavier Clavigero, el aliento del Espíritu, es un volumen donde la importancia del contenido se ve bien servida por un espléndido trabajo de edición. A través de él se pueden seguir las indagaciones del autor y también las del protagonista: dos jesuitas historiadores.

Por María Palomar

Ciudad de México, 9 de febrero (SinEmbargo).- El libro de Arturo Reynoso, SJ, coeditado por Artes de México y el Fondo de Cultura Económica, Francisco Xavier Clavigero, el aliento del Espíritu, es un volumen donde la importancia del contenido se ve bien servida por un espléndido trabajo de edición. A través de él se pueden seguir las indagaciones del autor y también las del protagonista: dos jesuitas historiadores.

Como hace notar Alfonso Alfaro en su prólogo, “en el modelo espiritual plasmado por San Ignacio de Loyola en su libro de los Ejercicios espirituales, el trabajo sobre la memoria ocupa un lugar central”, y yo añadiría que también el trabajo sobre la imaginación, sin la cual la composición de lugar para reconstruir los hechos del pasado habría resultado imposible.

También en el prólogo leemos que el proyecto educativo jesuita “otorga parte fundamental al lugar que la conciencia del tiempo debe tener en la formación integral de los sujetos”. Es éste un elemento esencial del “deber de inteligencia” de la Compañía, y sobre todo en la época en que vivimos, donde la hondura cultural de la historia tiende a desaparecer al imponerse un presente alienado en el instante, en lo efímero y lo superficial.

Otro jesuita, el Papa Francisco, escribe en su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium: “Los ciudadanos viven en tensión entre la coyuntura del momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que nos abre al futuro como causa final que atrae. De aquí surge un primer principio para avanzar en la construcción de un pueblo: el tiempo es superior al espacio”.

Libro de Arturo Reynoso. Foto: Artes de México

En esa “tensa dinámica entre pasado y futuro”, que también evoca Alfonso Alfaro, se van forjando la vocación y el ejercicio del historiador.

El viaje es el tema literario más antiguo de Occidente desde que Homero contó la partida de los héroes a la guerra de Troya y la larga y azarosa travesía de Ulises en su regreso a Ítaca. Dante viajó por los ámbitos del más allá. Cervantes hizo deambular por la geografía española al caballero de la triste figura. El acicate de la memoria y el motor de la creación literaria suele ser la nostalgia: el dolor por la patria lejana, por el país de la infancia, por los tiempos idos, por sabores y olores evocados, por lo imaginado y lo conocido, por lo deseado y lo soñado. “Nostos” es una palabra griega tan antigua como la obra de Homero y significa el regreso a casa.

Ya desde muy joven, al poco de haber entrado como novicio a la Compañía, Francisco Xavier Clavigero sintió quizá por vez primera el aguijón de la nostalgia. Nos cuenta Arturo Reynoso que “parece que el joven novicio atraviesa su primera crisis vocacional y seguramente se está planteando la posibilidad de abandonar el noviciado”. El Provincial, el Padre García, le recrimina entonces en una carta: “el haberse dejado “apoderar de la melancolía, y de las astucias del Demonio”… el hecho de que Clavigero conservara la carta de García desde 1748 hasta el día de la expulsión en 1767 nos revela quizás el gran aprecio y ayuda que dicha carta representó no sólo desde su noviciado, sino durante toda su vida como jesuita en México”.

Pero, añado, todavía más en el exilio, porque fue una campanada bien oída llamando al adolescente de diecisiete años al discernimiento y a la disciplina.

Varias veces más tuvo Clavigero que ejercitar esas virtudes y vencer, por ejemplo, sus resistencias a pasar de Valladolid a Guadalajara a cubrir de emergencia una vacante. Pero ya había decidido hacer de la Compañía su casa, y la obediencia primaba sobre sus gustos y disgustos, sus preferencias o sus nostalgias.

Sin Embargo lo peor no había llegado aún. Fue en el aciago verano de 1767 cuando se abatió sobre los jesuitas en los territorios de la Corona española la orden fulminante de extrañamiento con la que comenzó el largo viaje que no tendría ya regreso. Ahora, al verse arrancado de su patria, la nostalgia no sería la peor desdicha para quien vivió un largo tormento de abatimiento y desolación, de bajas por muerte y deserciones, de rechazo y desprecio, enfermedades, tormentas y hasta naufragios. Y pocos años después, de manera igualmente brutal aunque no por completo inesperada, se le despoja de su familia entera, de su morada y de sus señas de identidad con la disolución de la Compañía en 1773.

¿Cómo hallar sentido a tales acontecimientos? En términos humanos es casi imposible. La desesperanza y la franca desesperación habrían vencido hasta al más estoico de los filósofos. Y, sin embargo, apunta Arturo Reynoso que “fue en este cambio radical de referencias geográficas, sociales, políticas, religiosas e intelectuales que comienza a gestarse y consolidarse su vocación de historiador”.

Clavigero, atrapado en su coyuntura, en aquel momento que no le ofrecía ningún horizonte más allá de las cuatro paredes de su habitación en Bolonia, presa también sin duda de la nostalgia de la patria, comienza a buscar sentido para reconstruirla y reconstruirse. Escribe también el Papa Francisco: “El tiempo, ampliamente considerado, hace referencia a la plenitud como expresión del horizonte que se nos abre, y el momento es expresión del límite que se vive en un espacio acotado”. Y en otro lugar de Evangelii gaudium cita a Pedro Fabro: “el tiempo es el mensajero de Dios”, el Señor de la Historia.

Clavigero, impulsado por el aliento del Espíritu, se adueña de su tiempo presente para formular y ordenar los tiempos antiguos de las culturas americanas y también los motivos del arraigo y de los anhelos de sus compatriotas. Construye en su destierro los cimientos del pasado de México, reivindica su dignidad y dibuja las razones de su esperanza.

Así pues, concluye Arturo Reynoso, a fin de cuentas el terrible camino del exilio y la supresión de la Compañía “hacen surgir en él la vocación y la pasión por transmitir a sus contemporáneos y a las próximas generaciones las acciones con las que Dios y los hombres marcan y determinan la historia”.

Citemos aquí, para terminar, a un historiador eminente y excelente amigo que el pasado junio participó en la presentación de este mismo libro en la Casa Clavigero del ITESO, dos meses antes de su muerte. El Padre Miguel Olimón Nolasco, en su elogiosa intervención, apuntó cómo el criollo exiliado no se sometió al abatimiento, sino que: “elevó su mirada y descubrió en esos acontecimientos dolorosos el “funesto ejemplo de la Justicia Divina y de la inestabilidad de los reinos de la tierra”. Al seguir a San Ignacio, el gran conocedor de los males que acarrea la desolación del espíritu, la transformó en energía creativa”.

El viaje amargo del destierro y la vida toda cobraron sentido en la escritura de la historia, un sentido que siempre tienen para quien confía en que hay un Alfa y una Omega donde todo habrá de recapitularse.

REVISTA ARTES DE MÉXICO | Ocumicho, vocación fantástica

sábado, enero 26th, 2019

Artes de México tenía una deuda editorial con las artesanas de San Pedro Ocumicho. Desde que reiniciamos esta revista hace 30 años, no hemos dejado de observar, admirar y consumir sus piezas de barro. Hemos visitado el pueblo, nos hemos encontrado con las artesanas en ferias y mercados y, por años, hemos vendido sus piezas en nuestra sede y en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

Ciudad de México, 26 de enero (SinEmbargo).- Sobre todo, enviamos nuestras publicaciones para que ellas realicen interpretaciones en barro de los temas que nos ocupamos: la obra de Remedios Varo, dos lienzos del pintor romántico francés Dominique Ingres, un alfabeto creado por el grabador Joel Rendón para el libro Los demonios de la lengua y que en esta edición reproducimos a manera de capitulares, las revistas sobre el circo, la mosca, la lucha libre y recientemente el número sobre el chile. Es un placer abrir las cajas donde vienen las piezas esperadas y asombrosas: observar ese ojo certero que resalta lo que a veces nosotros no alcanzamos a apreciar. Las artesanas nos ayudan a mirar con más rigor lo que publicamos y a valorar, a través de su interpretación, muchas veces graciosa y puntual, un lenguaje en barro original y sorprendente.

“Ocumicho”, Artes de México, número 129, 2017.

Esta edición pretende registrar y dar continuidad a su arte cotidiano. Las voces de algunas artesanas van a contarnos la historia de sus piezas, su oficio y vida, algunas rememorarán sus experiencias, conoceremos las fiestas patronales de Ocumicho y entenderemos por qué la destreza de sus manos ha colocado a sus obras en muchos países del mundo.

“Ocumicho”, Artes de México, número 129, 2017.

Coordinado por la antropóloga Eva María Garrido, quien se ha dedicado varios años al estudio de este pueblo y se ha involucrado intensamente con las artesanas, en este número Ocumicho, vocación fantástica nos encontraremos con textos de Victoria Novelo, la misma Eva, Marta Turok, Alfredo López Austin, Mario Padilla y Louisa Reynoso, quien impulsó y trabajó muy de cerca con las artesanas y experimentó con ellas técnicas distintas para perfeccionar su trabajo. Fue una promotora importante de esa cerámica y seguramente las artesanas de Ocumicho la extrañan. El Dr. Atl decía que “Las artes populares nacen espontáneamente del pueblo como una consecuencia de sus necesidades familiares, civiles o religiosas”. Lo que incluye finalmente su imaginación, miedos, anhelos y su visión irónica de todo lo que los amenaza. La artesanía es un producto tan peculiar, tan vinculado a la idiosincrasia de sus creadores que, incluso cuando parece que es “más de lo mismo”, siempre asombra. Así es la cerámica de Ocumicho, este pueblo de artesanos que ha logrado instaurar un arte popular tan propio que es una obligación dejarlo crecer e incentivarlo.

A principios del siglo xx eran las mujeres quienes realizaban silbatos y alcancías para vender en los mercados locales. El auge llegó con las figuras de diablitos en la década de los sesenta. El impulso de un mercado externo reconoció la gracia de esas figuras y el pueblo se convirtió en una fuente inagotable de creatividad y maestría. Un artesano mítico, Marcelino Vicente, creó estos demonios que se reprodujeron como una epidemia diabluna entre las artesanas del pueblo. Con el tiempo se amplió la producción y los diablitos siguen teniendo éxito junto a otras formas que también dominan las artesanas. En las siguientes páginas se desplegarán las múltiples piezas de Ocumicho, creaciones que nos alegran el ojo y, por lo tanto, la vida.

Consigue la revista libro Ocumicho, vocación fantástica través de la página de Artes de México https://www.artesdemexico.com/

REVISTA ARTES DE MÉXICO | Revocar el silencio, un libro frente al maltrato animal

sábado, enero 19th, 2019

La educación procede de lo que nos rodea. Esto lo señaló Rousseau hace más de dos siglos, y Francesca Gargallo lo retoma en el texto que acompaña Revocar el silencio, el ensayo fotográfico de Elideth Fernández. Los tejidos sociales, las ideologías, la política, la cultura, la religión, los mitos, la filosofía, el arte, los medios masivos de comunicación nos aleccionan.

Por Ghada E. Martínez

Ciudad de México, 19 de enero (SinEmbargo).- El enorme aparato educativo que representan la publicidad, el mercado y las grandes industrias del entretenimiento nos bombardean una y otra vez con imágenes de los ideales del mercado capitalista, de lo que representa el éxito en la sociedad occidental de la actualidad, de imágenes de lo que deberíamos aspirar a ser algún día.

¿Qué es lo más importante hoy? Ser hombre blanco, culto, rico y emprendedor. A partir de este arquetipo, los derechos se destinan a mujeres, gente pobre, población indígena o negra, animales, naturaleza, árboles, ecosistemas, vidas cuya importancia radica en que tan útiles son para las élites y grupos en el poder.

La imposición y el despojo no son nada nuevo. Basta con hacer un pequeño recorrido histórico para descubrir la violencia de la cual siempre es objeto la otredad, aquello que es distinto a nosotros. Esta violencia, tan normalizada ya, tiene su origen en una educación que insensibiliza y legitima el derecho a la explotación de ciertos grupos humanos y, sobre todo, del mundo animal, vegetal y mineral. Esta violencia puede observarse a distintos niveles, desde los niños que apedrean animales callejeros para divertirse hasta las catastróficas consecuencias medioambientales que las grandes industrias han provocado.

Gargallo nos recuerda que el lenguaje también alecciona, pues “cuando hablamos, ideas, conceptos y juicios se configuran. Los insultos educan porque propician que el otro, que se ha sentido ofendido y descalificado, desestime aquello con lo que ha sido identificado”. En este sentido, sobresale bastante el hecho de que para invalidar o insultar a alguien, a menudo se utilizan palabras como “burro”, “animal” o “cerdo”. Nos encariñamos con nuestras mascotas, perros, gatos, pericos, pero decidimos ignorar lo que ocurre en los mataderos de la industria ganadera. Nos enternecen los videos de pingüinos y mapaches en las redes sociales, pero seguimos contribuyendo a la destrucción de sus hábitats. Nos indignamos ante el maltrato animal, pero consumimos a costa de sus vidas.

A través de Revocar el silencio, un penetrante ensayo fotográfico en blanco y negro, Elideth Fernández, fotógrafa e historiadora del arte, retrata un profundo compromiso con los derechos de los animales. Mediante su trabajo, aborda y objeta las condiciones de violencia a las cuales los animales son expuestos por el humano. Este libro es una colección de imágenes incómodas, difíciles de ver, que dejan al descubierto la crueldad del maltrato y la explotación de los animales. Los protagonistas de este ensayo son cabras, monos, elefantes, caballos, aves, peces, entre otros. Al recorrer las páginas, decenas de ojos se incrustan en los del lector-espectador; miradas de dolor, sorpresa, ansiedad y resignación.

D.R. Elideth Fernández, 2018 en Revocar el silencio, Artes de México, 2018.

Gracias al blanco y negro, la brutalidad es aún más evidente. No hay colores que distraigan, ni fondos que cobren protagonismo, sólo los animales y los barrotes de sus jaulas; sus miradas y las nuestras. Las tomas cercanas enfatizan el encierro. La negrura de los espacios deja en primer plano a los animales enjaulados, amarrados, azotados. La sangre destaca más en un fondo blanco. De igual manera, los contrastes de grises permiten una mejor apreciación de esa “otredad” cuyo sufrimiento es tan tangible. El trabajo de Elideth Fernández es agudo y, junto con el ensayo crítico de Francesca Gargallo, revoca el silencio y pone de manifiesto las atrocidades que se cometen día tras día contra seres cuya vida hemos juzgado inferior a la nuestra.

Está comprobado que la capacidad de identificarse con el otro no es exclusiva del humano. Los animales son seres empáticos, reaccionan al dolor propio o ajeno, identifican situaciones de riesgo, son intuitivos, establecen vínculos sensibles entre sí y con las personas. Y son inteligentes: El pulpo puede llegar a realizar tareas complejas como abrir contenedores para sacar lo que hay dentro, tiene una gran memoria a corto y largo plazo; el pulpo mimo puede imitar otras especies, adoptando diversas formas y colores. Los delfines poseen capacidades de comprensión, identificación y relación; las ballenas poseen la ecolocalización para comunicarse, sus cantos están compuestos por patrones que varían de grupo en grupo para poder identificarse entre sí. Los loros reconocen rostros, pueden imitar y tienen una excelente memoria. El elefante es capaz de expresar una amplia gama de emociones, tienen una memoria superior a la humana y poseen una gran consciencia de sí mismos, así como de los otros, por lo que son altamente sociales. Varios tipos de aves, como el cuervo, construyen herramientas, pueden resolver problemas, razonar. Algunos roedores tienen una gran capacidad de análisis de situaciones a partir de los estímulos que reciben. Los chimpancés tienen aptitudes sociales, valores comunitarios; también saben utilizar herramientas y expresar varias emociones. La lista es enorme.

D.R. Elideth Fernández, 2018 en Revocar el silencio, Artes de México, 2018.

Pero aún con los estudios científicos y la propia experiencia como respaldo, no es fácil deshacerse de miles de años de creencia en nuestra “superioridad”, que como en el Génesis, legitima la dominación, la explotación y la impunidad de matar sin consecuencias. Si bien la sociedad avanza y poco a poco va dejando atrás viejas filosofías —el racismo, que hasta bien entrado el siglo xx no dudaba de la superioridad de los blancos; el sexismo, que en pleno siglo xxi sigue siendo un gran problema— los animales todavía no recuperan su derecho a existir y a una vida digna. Aunque ya nadie duda de la existencia de los derechos humanos, aún no se reconoce el valor intrínseco de la vida animal. Nuestros privilegios siguen erigiéndose a costa de la negación de sus derechos.

La empatía es algo que compartimos con ellos, pero elegimos proclamarnos “racionales”, seguir afirmando las palabras de Descartes y actuar como si los animales fueran máquinas vivientes. Elegimos no incomodarnos. Esto es lo que critica Elideth a través de su ensayo, pues cada fotografía es un cuestionamiento acerca de cómo hemos construido nuestra relación con la naturaleza, específicamente con los animales. Cada imagen captura sus expresiones, su condición de seres sensibles y objeta cualquier pretensión de superioridad de parte nuestra respecto a ellos.

Se dice que el 3 de enero de 1889, Friedrich Nietzsche atravesó la plaza Carlo Alberto en Turín y se topó con un cochero que azotaba brutalmente a su caballo, que yacía en el suelo agotado. Nietzsche, profundamente dolido, se acercó al animal y lo abrazó antes de desvanecerse. Algunos relatos dicen que le susurró al oído, otros que simplemente lloró aferrado a él; sin embargo, la mayoría de los biógrafos coinciden en que éste fue un incidente traumático en la vida del filósofo y que marcó el inicio de su demencia. Nunca sabremos qué pasó por su cabeza en ese momento, es curioso que se considere este suceso como evidencia de su locura. Quizá simplemente vio con claridad la esencia de la relación del hombre con su entorno y no pudo soportarlo. Quizá fue el momento más lúcido de toda su vida.

D.R. Elideth Fernández, 2018 en Revocar el silencio, Artes de México, 2018.

Definitivamente, la fotografía de Elideth Fernández, primera artivista y fotógrafa por los derechos de los animales en la historia de la fotografía mexicana, y el ensayo crítico de Francesca Gargallo no dejan lugar a la indiferencia y se unen para alzar la voz por aquellos que no pueden. Cada imagen nos abre los ojos de una manera dolorosa pero necesaria y nos confronta duramente al retratar sin miramientos el sufrimiento animal. Cada fotografía apela a nuestra humanidad y compasión a favor de aquellos que sienten, sufren, piensan y aman al igual que nosotros.

Consigue este libro a través de la página de Artes de México https://catalogo.artesdemexico.com/productos/revocar-el-silencio/ y suma al placer de conocer nuestra cultura, el asombro de comprenderla.

Verde vicio

sábado, enero 12th, 2019

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REVISTA ARTES DE MÉXICO | Animal que come animal

sábado, enero 12th, 2019

En el número 122 de Artes de México hicimos un experimento interesante simulando un antiguo catálogo de alimentos que México dio al mundo. Reprodujimos algunos textos de cronistas que describían con asombro, y a veces con prejuicio, lo que esta nueva naturaleza les brindaba. Treinta y un frutas y vegetales del Nuevo Mundo inundaron esas páginas y nos recordaron muchas particularidades del pasado prehispánico.

Por Margarita de Orellana

Ciudad de México, 12 de enero (SinEmbargo).-  En esa edición, dejamos de lado casi toda la fauna comestible que encontraron los españoles en estas tierras. Ameritaba un número aparte. En esta nueva publicación, constatamos que los antiguos mexicanos no eran vegetarianos, sino que consumían una gran cantidad y variedad de insectos, sin olvidar el consumo de carne humana que, acaso con matices rituales, formó parte de su cultura.

Los animales comestibles han jugado un papel importante en la historia culinaria de este país y de nuestra cultura. Moscas, grillos, ajolotes, gusanos, hormigas, guajolotes, iguanas, jabalíes, armadillos, serpientes, pejelagartos tienen una historia antigua y una presencia significativa y sabrosa en nuestra gastronomía. También han sido inspiradores potentes de la literatura, la poesía y la narrativa de las comunidades indígenas de todo el país.

Por otra parte, no podemos negar que la relación de los hombres —a fin de cuentas, animales también— con los animales siempre ha sido injusta, violenta, de dominación y exterminio. Incluso para cazar, lo que luego habría de cocinarse y degustarse, no hubo sensibilidad alguna ante la crueldad. A las iguanas les quebraban las quijadas para que los captores no fueran mordidos, las llevaban en manojos amarradas y así las dejaban días antes de comerlas. Entre lo crudo y la crueldad hay raíces comunes. A unos cuadrúpedos llamados techichi que, según los españoles, parecían perros gordos y que nosotros asociamos con los que hacen de barro en Colima, se lo acabaron tanto los indios como los españoles cuando les faltó el ganado. Exterminaron completamente una especie. Los xoloitzcuintle, a los que también engordaban y después mezclaron con perros europeos, sobrevivieron como extrañeza sin pelo. Los enormes lagos, hoy extintos, eran fuente inagotable de alimento como los huevecillos de moscas, los ajolotes, patos, charales, pescados, etcétera.

Perro. Tradición teuchitllán, Colima. Preclásico Tardío-Clásico Temprano. Museo Nacional de Antropología.

Este breve pero sustancioso y bello recorrido por las imágenes de algunos animales fantásticos de la literatura es parte de nuestro patrimonio gastronómico. Esta edición es un catálogo de testimonios antiguos que nos permiten recuperar una mínima parte de nuestra memoria cultural. El arte de la ilustración nos revela formas estéticas que nos ayudan a fomentar la imaginación del gusto. Habrá quienes, al ver gusanos de maguey o pescado blanco, imaginen su sabor y hasta cómo prepararlos de manera original. La labor exploradora de Artes de México sigue siendo un incentivo a la salvaguarda y renovación de tradiciones, conocimiento y asombro ante lo que nos configura y conforma, incluyendo lo que con placer y creatividad cocinamos y comemos. Esta publicación, producto de la lúcida investigación y coordinación de nuestro gran amigo y aliado José Luis Trueba, celebra el aniversario número treinta de Artes de México. Por su continua complicidad y su entusiasmo en todos los proyectos, le agradecemos el placer de trabajar juntos.

REVISTA ARTES DE MÉXICO | La raíz y la voz. Cuentos populares nahuas

sábado, enero 5th, 2019

Los cuentos de La raíz y la voz. Cuentos populares nahuas emergen de la rica tradición oral de las culturas indígenas de México. En estos relatos, que provienen del anecdotario de las comunidades nahuas de la región alta del río Balsas del estado de Guerrero, se percibe una tradición milenaria continúa hasta nuestros días. Si bien sus temáticas se desarrollan en un contexto indígena, sus protagonistas, temas y motivos también nos recuerdan que la influencia del Viejo Mundo desdibujó fronteras lingüísticas e históricas que separan a los pueblos.

Por Gobi Stromberg

A las comunidades nahuas de Ameyaltepec, Xalitla, San Agustín Oapan y Maxela, pertenecen las cinco “historias” —como las llaman ellos— que se reproducen en este libro. Las historias han sido ilustradas en papel amate, soporte ancestral, por varios de los pintores indígenas más destacados de la región. Así, estos relatos y sus ilustraciones poseen una rica historia desde tiempos remotos.

La elaboración y el uso del papel amate tienen su origen en tiempos prehispánicos. Durante el imperio mexica, los acontecimientos más importantes de la vida cotidiana, su historia y la sucesión de poderes se registraban en los códices, elaborados en papel de la corteza del árbol del amate. Grandes volúmenes se destinaban como tributo —sólo en Morelos se tributaban 850 000 hojas fabricadas a partir de la corteza del amate. En la Colonia, su producción fue prohibida por la corona española, con pena de muerte, con la finalidad de controlar los documentos legales y borrar la memoria histórica de los pueblos. Sin embargo, durante siglos y de manera clandestina, los otomíes (ñhañhus) de la sierra de Puebla continuaron con su fabricación, utilizando el papel para representar a sus deidades y como elemento ritual en las ceremonias de curación, como lo siguen haciendo en la actualidad.

A finales de los años cincuenta y después de un periodo de experimentación, los indígenas nahuas de la región del Balsas renovaron su uso a partir de una innovación artística: comenzaron a dibujar en el papel amate las imágenes con las que decoraban las piezas del barro tradicional, usadas para tareas domésticas y ceremoniales. Algunos pintores comenzaron a incorporar elementos occidentales a sus pinturas, como el paisaje y la tridimensionalidad, mientras que otros mantuvieron un formato más tradicional que incluía elementos estilísticos, parecidos a la pintura mexica de los códices y algunos más experimentaron con varios formatos y estilos. El contenido predilecto fue la representación de la vida cotidiana y ceremonial de sus comunidades. Con el tiempo, el notable desarrollo artístico de la pintura en amate, junto a una hábil actividad comercial, dio a los pueblos nahuas una gran visibilidad nacional e internacional.

Foto: D.R.©Marco Pacheco / Artes de México, 2018.

En 1982, la exposición El Universo del Amate, en el Museo Nacional de Culturas Populares, dio a conocer la trayectoria de unos 30 artistas de esta región. En años posteriores, llegaron a destacar algunos pintores e inclusive lograron exponer en galerías y museos de otros países. Tal fue el caso de Nicolás de Jesús, Alfonso Lorenzo, Francisco García Simona, Gregorio Martínez, Tito Rutilo, Felipe de la Rosa, Cristino Flores, Jesús Corpus, Telésforo Rodríguez, Martina Adame, Francisco Sireño, Pablo Nicolás, Carlos Máximo y Eugenia García.

Durante la investigación y la curaduría que llevamos a cabo en las comunidades y con los artistas conocimos más a fondo la importancia que, para los pintores, tenía incorporar en sus obras el contenido alegórico y descriptivo de su cultura. A partir de este acercamiento, surgió de manera espontánea la propuesta de que los artistas incorporaran a sus pinturas, el rico material de la tradición oral de su comunidad. La idea de ilustrar sus historias fue acogida con entusiasmo por los artistas, y pronto empezaron a pintar lo que por años habían escuchado de los cuenteros: las narraciones que conocían y recordaban desde su niñez.

El resultado fue una recopilación de 23 relatos que comprendían mitos, cuentos y leyendas. El pintor originario de Xalitla, Tito Rutilo, quién formó parte del equipo curatorial de la exposición, apoyó al proyecto con el maestro de la escuela bilingüe de San Agustín Oapan, Sixto Cabañas ayudó en la recopilación, grabación y transcripción de los cuentos, mitos y leyendas en náhuatl.

Novedad editorial. Foto: D.R.©Marco Pacheco / Artes de México, 2018.

Después, junto con el artista Miguel Ventura, mostramos los amates y los relatos al destacado filólogo Antonio Alatorre, autor de Los 1001 años de la lengua española. Deleitado con ellos, se propuso a adecuar la narrativa al español de varios cuentos, entre ellos “El tejón y la ardilla” y “El diluvio y el maíz”, reproducidos en este volumen.

A la presente selección, se sumó el amigo y colega historiador , el doctor Eustaquio Celestino Solís, originario de Xalita, quien tradujo la versión del profesor Alatorre de “El diluvio el maíz” y “El tejón y la ardilla” y editó la redacción del náhuatl de los cuentos, haciendo algunas observaciones de carácter lingüístico.

Es necesario anotar que las obras que ilustran la versión en español de los cuentos son mayoritariamente del artista Alfonso Lorenzo y pertenecen a su proyecto artístico y personal. A raíz del desdoblamiento psíquico que sufrió Lorenzo al inicio de su carrera artística, mi familia y yo formamos parte de los peregrinajes para sus curaciones y también de su carrera artística, a través de la cual Lorenzo mantenía su relación con la realidad “nuestra”. La trayectoria de Lorenzo ya se había vislumbrado cuando los pintores de su comunidad de Ameyaltepec aún buscaban la consolidación de su estilo propio. En los años setenta, a él ya se le habían abierto las puertas de espacios culturales en la ciudad de México, inclusive, con exposiciones en varias de las galerías de Bellas Artes. Alfonso Lorenzo falleció hace cinco años y su obra se encuentra en colecciones de México y del extranjero como las de Francesco Clemente, Ray Smith y Felipe Ehrenberg; así como en las importantes colecciones de Francesco Pellizzi, Tyler Cowen y Salomón Kalmanovitz. Su obra ha sido reconocida a través de la prensa, siendo él perfilado en la primera plana del Wall Street Journal en el 2006.

Para las otras obras que ilustran también los cuentos en español, contamos con el magnífico pincel de Francisco Sireño, Pablo Nicolás, Carlos Máximo, Alejandro Sirenio de la Rosa, Eusebio Díaz, Francisco Lorenzo, María del Refugio Román, Pedro Celestino y Roberto Mauricio.

El texto completo se reproduce originalmente en el libro La raíz y la voz. Cuentos populares nahuas a modo de introducción y con el título “La voz y el pincel de los artistas nahuas”. Gobi Stromberg es compiladora de este proyecto editorial. Para adquirir el libro, visita la página de Artes de México www.artesdemexico.com

REVISTA ARTES DE MÉXICO | Herbarium, plantas mexicanas del alma

sábado, diciembre 29th, 2018

¿Cómo la memoria puede estar detrás del coleccionismo? Patricia Lagarde nos da una posible respuesta a través de la exploración objeto–símbolo en su libro Herbarium. Lagarde se ha acercado a un hierbero para aprender herbolaria mexicana y su aplicación para la salud integral. La experiencia de esta edición converge en retratos de especies de plantas, haciendo énfasis en su forma, luminosidad, líneas y color; cada hoja alterna, corta peciolada, simple, serrada, lobulada o pinnatífida, entera o coriácea, cada flor femenina solitaria o acompañada en espigas.

Por Ángeles Bernal Flores

Ciudad de México, 29 de diciembre (SinEmbargo).- El proyecto se enriquece al incorporar a estas imágenes fragmentos de la Historia General de las Cosas de Nueva España de Fray Bernardino de Sahagún y citas de su traducción, realizadas por el historiador Alfredo López Austin. El resultado es un híbrido entre libro de artista y herbario, creando una singular experiencia en la que el rigor científico deja espacio para la imaginación, la reconstrucción especulativa de lo incierto y el diálogo entre la historia y la botánica. A su vez, la disposición de textos e imágenes logran detonar interrogantes sobre el pasado prehispánico, el objetivo de la medicina tradicional y su relación con la naturaleza.

La aproximación occidental reduciría el estudio de estas plantas de acuerdo a nombres, características, géneros y divisiones, para luego acumularse como tarjetas dentro de un gran mosaico fijo: Talauma mexicana, popularmente conocida como Magnolia, de la familia Magnoliaceae, de la división Magnoliophyta, del subreino Tracheobionta y del reino Plantae, algunos de sus géneros tienen un uso ornamental o medicinal. Para el conocimiento médico académico, se necesitan identificar puntualmente sus efectos en el organismo humano, ya sea desde la razón o la experimentación. Para la botánica es necesario recolectar los patrones que dan cuenta del proceso vital y morfológico de cada planta. Este tipo de información ha encontrado su fácil exposición en los herbarios.

El herbario realiza un análisis cualitativo de las propiedades curativas de cada planta, reales o supuestas y éste, a su vez, ha sido utilizado como referente medicinal desde la antigüedad grecorromana. El modelo más extendido es el de Dioscórides, pero han circulado muchos otros como aquellos de Teofrasto, Pedacio, Cratevas, Plinio el Viejo y Galeno. Entonces, los herbarios estaban sujetos a la medicina, siendo complementados por antidotarios. Durante la Edad Media, fueron varios los grupos sociales que se socorrían con los herbarios para la cura de enfermedades; consultaban a los autores del pasado, así como a nuevos autores tales como Lucio Columela, San Isidoro de Sevilla, Constantino el Africano, Masawaih al–Mardini, Macer Floridus, entre otros. Al principio, se utilizaron varios métodos para ilustrar las diversas plantas. Se comenzó utilizando la misma planta como sello, pero luego esta técnica fue sustituida por dibujos y grabados que a veces no se contuvieron de volverlos estilizaciones.

Eeloquílitc. Foto: Patricia Lagardé en Herbarium

El gran impulso que tuvo la práctica con la recopilación y difusión sistemática fue gracias a los monjes dominicos y franciscanos. Después de reincorporar la filosofía aristotélica hacia el siglo XIII, en el Medievo se volvió tendencia el acercamiento racional a la naturaleza. Además, esto se enriqueció gracias al trabajo que realizaron los monjes en sus huertos. En 1245, con Bartolomé Anglico, y gracias a la escolástica, se comienza a formar un carácter más enciclopédico y en 1563, con García da Orta, se agrega una dimensión etnográfica que rebasa a la médica y botánica. Entre el siglo XVIII y principios del XIX aún se fabricaban algunos herbarios medicinales que se caracterizaban por breves descripciones, algunas aplicaciones tradicionales y representaciones gráficas bastante bien cuidadas de las plantas que conformaban el herbario.

Por otro lado, el herbario no dejó de jugar un papel fundamental en la vida cotidiana del Nuevo Mundo. De esta forma, encontramos los recetarios de Nicolás Monardes, Pedro Arias de Benavides, Alonso López de Hinojoso, fray Agustín Farfán, Gregorio López y Ricardo Osado. Con estos tratados se inició la discusión alrededor de si el conocimiento medico autóctono de américa podría participar en la cultura médica hegemónica. Así, el protagonismo entre estos tratados herbarios se lo lleva el Libellus de medicinalibus indorum herbis o Códice de la Cruz–Badiano. Aunque fue escrito después de la conquista por el médico nahua Martín de la Cruz, no ha dejado de reconocerse en el texto un gran porcentaje de autenticidad con respecto al pasado prehispánico, pues sería errado suponer que las civilizaciones prehispánicas mantenían una relación menos sistemática con la naturaleza. De hecho, el historiador Francisco del Paso y Troncoso propone que los jardines mesoamericanos cumplían con un rigor científico, y que el jardín botánico en la Italia del siglo XVI pudo haberse originado en el encuentro con México–Tenochtitlán. Y esto no termina ahí, el reino vegetal está atravesado por relaciones culturales más complejas:

Cada flor, planta o árbol constituía un elemento en la comunicación simbólica. El rito, la medicina, la producción agrícola y artesanal, el tributo y el proceso de gobernar también formaban parte de ese lenguaje. Mediante la flora se transmitían muchos mensajes; cada hoja, tallo y pétalo tenía su propio simbolismo.

Péyotl. Foto: Patricia Lagardé en Herbarium

En un principio, como bien señala Alfredo López Austin en La Religión, La Magia y la Cosmovisión, el núcleo de la religión es agrícola. Y es preciso recordar el singular animismo que dominaba todas las cosas con sustancias espirituales independientes a las leyes naturales. La constante en el mundo se explica a través de cargas, la materia carga con características intangibles que permitían identificar una cosa con otra para agruparse en una clase. Así mismo, cuando ocurre una irregularidad se explicaba porque la carga tenía una voluntad independiente, con fuerza suficiente como para influir en la materia. Es por esto que los chamanes podían entablar comunicación con las voluntades invisibles cuando necesitaban buscar remedios a males causados por estas. Los vegetales, por lo tanto, también tenían una dimensión de fuerzas invisibles según su especie, es por esto que es común hablar de las plantas como entidades o deidades, incluso. Tanto las plantas como las personas están constituidas por cargas de distintos tipos y calidades. Esto provoca que el orden y las clasificaciones sean necesarios.

En Herbarium se habla de luz y energía. Aunque se ha estudiado la flora autóctona mexicana desde diversas disciplinas: medicina, botánica, etnología, psicología, etcétera, Patricia Lagarde aborda la herbolaria desde la fotografía para vivenciar de otra manera la cosmovisión indígena. De esta manera nos invita a participar de su imaginación que reinventa el conocimiento y las relaciones del pasado. Un quiebre que se refuerza con los textos de Salvador Elizondo, Alfredo López Austin y Xavier Lozoya. Basta con ahondar en el gesto fotográfico para entender la magia de este herbario en particular. La fotografía es este mecanismo que absorbe una parte de lo contingente, aún si no se creyera que la fotografía atrapa el alma de las personas, los antiguos mesoamericanos encontraban curación en el color y la belleza de las flores.

La materia del cuerpo humano mesoamericano carga tres componentes intangibles: el teyolia, el ihiyotl y el tonalli. De estos, unos son de naturaleza fría y otros calientes, el objetivo general para las personas es mantener estas dos temperaturas en equilibrio. El tonalli se identifica con lo caliente, con los derivados del sol, calor corporal y con la energía para actuar y vivir. Se asocia con una mayor concentración calórica a las personas con mayor salud o a las que estén viviendo experiencias oníricas o psicotrópicas. El perder calor puede llevar a la muerte, la medicina tradicional interviene entonces para evitar la pérdida de calor.

Tonacaxóchitl. Foto: Patricia Lagardé en Herbarium

Al seguir coqueteando con este reordenamiento al que el libro de Lagarde invita, la fotografía aparece como una máquina que utiliza el calor lumínico para conservar fragmentos de la realidad herbal y del tiempo. Este herbario no se reduce a la descripción, a la ilustración, a identificar, sino que también ofrece el antídoto. El tiempo separa el uso que las civilizaciones antiguas le dieron a estas mismas plantas y que sobreviven hasta nuestros días. La fotografía nos remite al recuerdo ¿Qué tanto les queda a las plantas de estos antiguos efectos anímicos? Ni siquiera podríamos asegurar que los cambios en el ecosistema no han variado sus propiedades químicas. En un principio, se concebía la medicina como curación integral del alma y cuerpo, después para curar los males del cuerpo, ahora se estudian los psicotrópicos para curar los males de la mente y de la consciencia ¿Una dosis de fotografía cura? El tonalli es luz y energía, la fotografía también.

Consigue Herbarium, plantas mexicanas del alma de Artes de México a través de su página, www.artesdemexico.com y suma al placer de conocer nuestra cultura, el asombro de comprenderla.

REVISTA ARTES DE MÉXICO | ¿Cómo tratar con la alteridad? Cosmopolítica indígena y bastones de mando

sábado, diciembre 22nd, 2018

Conscientes de que, por 30 años, la tarea de Artes de México ha sido estudiar, difundir y comprender las distintas realidades de nuestros pueblos indígenas, en esta ocasión damos voz a Iván Pérez Téllez, uno de los antropólogos que ha sido guía y autoridad en temas mesoamericanos de los que nos hemos ocupado en nuestra revista-libro. Y, en tiempos en que se cree que nuestro presente indígenas es homogéneo y unidireccional, Iván nos recuerda que, por el contrario, México es diverso y multiétnico y un solo evento no puede condesar la carga cultural de muchos hombres y mujeres, de tantos sitios y sistemas de pensamiento que conforman a nuestro país.

Por Iván Pérez Téllez

Ciudad de México, 22 de diciembre (SinEmbargo).- Con periodicidad, en distintas regiones indígenas del país, las autoridades civiles y religiosas entregan a los funcionarios entrantes los bastones de mando que, a su vez, recibieron de sus antecesores. Esta actividad se enmarca en la obligación que tiene cada persona de trabajar, de manera no remunerada, a favor de su pueblo. Cada año —o cada tres— el bastón de mando es cedido a la autoridad entrante. Este objeto debe ser enjuagado ritualmente para entregarlo limpio, ya que funciona como una suerte de pararrayos. El bastón, considerado en ocasiones como sujeto o persona, se impregna de las maledicencias o las envidias de cierta gente del pueblo. Por tanto, puede capturar ciertos hechos contaminantes o nefastos que podrían afectar a las autoridades. El objeto mismo no confiere poder alguno, en cambio sí reconoce a un ser potente.

El sábado 1 de diciembre del año en curso asistimos, en cadena nacional, a un evento en el que se otorgaba un bastón de mando al presidente de la república Andrés Manuel López Obrador. La imagen presentaba, en diferentes ángulos y tomas, a personas pertenecientes a distintos pueblos y regiones indígenas del país, todos ellos estaban ahí para entregarle a AMLO un báculo que, según señalaban, le confería la jerarquía y poder sobre los pueblos originarios. Una gran parafernalia mediática se hacía presente y dos comentaristas trataban de narrar lo que ocurría. En ocasiones no daban crédito a lo que estaba pasando, se hablaba de sacerdotes y sacerdotisas, de médicos tradicionales, incluso de chamanes y, sobre todo, del carácter sincrético del evento. Sin embargo, al final, parecían no entender mucho. Cuando se habla de los pueblos indígenas, es usual que se caiga en estereotipos y clichés. De cierto modo, la mayoría de los discursos ahí enunciados poseían un aire de ceremonia tipo new age o de la mexicanidad conchera.

Ritual de Costumbre realizado en Cruz Blanca, Ixhuatlán de Madero, Veracruz. D.R. Iván Pérez Téllez

Lo cierto es que los pueblos indígenas, en algunos contextos y circunstancias, suelen reconocer con estos actos el poder de cualquier funcionario –no importa el partido– en la medida en que participan de una estructura estatal de gobierno. De hecho, los pueblos indígenas conocen bastante bien de política, incluso de cosmopolítica, pues saben tratar de manera diplomática con humanos y con no-humanos: divinidades, muertos, dueños, incluso con políticos no indígenas. En realidad, el acto de entronización que presenciamos no otorgaba propiamente algún poder porque no existe un movimiento indígena único, en cambio reconocía la potencia factual y trataba de “domesticar” esa alteridad que representan los seres poderosos, intentando establecer una relación de reciprocidad a través de la entrega de ofrendas, en virtud de que ese poder sirve para favorecer la vida, pero también para precipitar la muerte. Así, los políticos, como las divinidades propiciatorias o funestas, tienen la potestad de actuar sobre el mundo humano, es decir, el mundo indígena, para favorecer la vida o para arrasarla.

Los pueblos indígenas son diversos en sí y han pertenecido históricamente a los partidos oficiales o se han afiliado a sus entes corporativos como la Confederación Nacional Campesina (CNC), la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP) o Antorcha Campesina. También se han integrado a las filas del EZLN o en el Congreso Nacional Indígena (CNI). Podría decirse que las poblaciones indígenas no son gente de izquierda o de derecha. Por el contrario, saben tratar, literalmente, con dios y con el diablo, con MORENA o con el PRI, sin que eso los vuelva, en términos ideológicos, de izquierda o de derecha. Se trata de una relación casi instrumental. En el universo indígena, todo ser que tenga agencia y capacidad de actuar debe ser contemplado en los rituales, no importa si se trata de esos agentes virulentos que son los muertos en desgracia o sí, por el contrario, se trata de los espíritus de las semillas: todos deben ser considerados como personas durante los rituales, deben ser convidados de las ofrendas; se les debe reconocer su poder.

Recorte de papel del bastón de mando, elaborado por don Cecilio Velazco San Agustín, chamán otomí de Cruz Blanca, Ixhuatlán de Madero, Veracruz.

En las comunidades indígenas, la entrega de bastones de mando obedece a un acto simbólico o protocolario, pero sobre todo a un suceso comunitario por medio del cual se reconoce la capacidad que ya posee la autoridad –por eso fue electo–, amén de su capacidad de convocar y promover que la fuerza comunitaria se active y movilice en favor de su pueblo. Este tipo de rituales son efectivos en las comunidades indígenas pues los realiza y respalda una colectividad, sin embargo lo que presenciamos en la unción AMLO, según han registrado varios periodistas, fue realizado por indígenas que no necesariamente cuentan con legitimación o el respaldo de sus comunidades, lo que resta potencia y neutraliza el carácter político y cosmopolítico de la entrega del bastón. Con todo, que los pueblos indígenas sean partícipes de la vida política del país es algo loable. Es importante destacarlo. Ojalá éste sea el inicio de una relación en la que los interlocutores del nuevo gobierno sean las verdaderas autoridades indígenas –agrarias, políticas o ceremoniales– con representatividad y respaldo de sus pueblos.

REVISTA ARTES DE MÉXICO | Arqueología del muralismo femenino

sábado, diciembre 8th, 2018

El panorama de estudios críticos sobre la obra de mujeres muralistas en México es sombrío. Pocas veces son mencionadas en libros de historia del arte, y su producción artística no es objeto de valoraciones estilísticas e historiográficas serias.

Por Ghada E. Martínez

Ciudad de México, 8 de diciembre (SinEmbargo).- Si hubo varias mujeres muralistas, y México fue un país fecundo para este género pictórico, “¿por qué […] no se había intentado escribir una historia del muralismo femenino mexicano?”. Se ha dicho, como menciona Dina Comisarenco, que la escasez de obra mural realizada por mujeres se debe a que el sexo femenino no tiene la fuerza física requerida para este tipo de trabajo. También se ha afirmado que el carácter intimista de la pintura femenina se aleja de los propósitos políticos de la pintura mural. Sobra decir que estos argumentos responden a los paradigmas de un sistema patriarcal bien instalado en México.

Las mujeres que desarrollaron su carrera artística en el país igualaron en talento y técnica a sus colegas masculinos, sin embargo, las estadísticas son reveladoras: de doscientos sesenta muralistas documentados en el país entre 1920 y 1970, sólo treinta y tres corresponden a mujeres. En cuanto a los lugares donde se realizaron las pinturas, destaca que las elaboradas por pintoras se encuentran, principalmente, en museos, iglesias, hospitales e instituciones privadas, mientras que las obras realizadas por varones se encuentran en locaciones estatales. Eclipse de siete lunas. Mujeres muralistas en México es un libro que no pretende desmentir ninguno de estos datos, pero sí remarcar la importancia de la obra femenina, que tiene un valor estético e histórico invaluable, menospreciado por la crítica.

El muralismo fue un ámbito dominado por hombres. Por esto, la escasa producción de estas pintoras fue un acto transgresor que merece ser recuperado y estudiado. Este libro debe considerarse como el primer eslabón en la historia eclipsada de las pintoras del siglo xx. La aproximación de Dina Comisarenco, con un gran trabajo de documentación y análisis del movimiento muralista femenino en México, es un oasis en medio del panorama desértico de los estudios alrededor del tema. Eclipse de siete lunas busca responder a este vacío crítico e historiográfico a través de una exploración minuciosa de las pintoras, su vida y obra.

Eleanor Coen:
Mujeres y niños en el río, 1942. Fresco. Centro Cultural Ignacio Ramírez, “El Nigromante”, San Miguel de Allende. D.R. © Vickie Leonard, p. 203.

Al inicio del movimiento muralista, en la década de 1920, algunos defensores del “arte por el arte” lo criticaron por considerarlo una expresión de carácter panfletario. Sin embargo, se ha probado su trascendencia. Su comienzo respondió, como apunta Comisarenco, a una serie de acontecimientos históricos, así como al surgimiento de artistas e intelectuales dispuestos a participar en las transformaciones sociales de la época. Otro factor relevante es el deseo de reivindicar la tradición de la pintura mural prehispánica. El muralismo surge de la Revolución mexicana y fue herramienta para el cuestionamiento de la identidad nacional y de los valores recién implantados en el país. Las obras estaban destinadas al pueblo y buscaban comunicar máximas a la sociedad. Al encontrarse en lugares públicos no podrían ser objetos comercializables ni sujetos a intereses privados. Los muralistas buscaron plasmar el dolor acumulado por los siglos de historia nacional y las causas sociales.

La cuna del muralismo revolucionario surgió en lo que ahora es el Museo de San Ildefonso, y las temáticas de Conquista y religiosidad fueron el pilar que sustentó la producción artística por décadas. Al México posrevolucionario llegaron varios y destacados artistas de todo el mundo. En los años siguientes, Diego Rivera, José Clemente Orozco y Alfaro Siqueiros se consolidaron como los tres grandes pintores del muralismo mexicano. Mientras tanto, las oportunidades y difusión para las mujeres artistas se reducían cada vez más. Ione Robinson, pintora norteamericana cuya obra tuvo un gran impulso en México, no pudo haberlo expresado mejor: “La Revolución todavía no ha logrado liberar a las mujeres”.

Este libro es un trabajo minucioso sobre la vida y obra de mujeres muralistas entre las décadas de 1920 y 1970; veintidós muralistas, entre ellas Ione Robinson, las hermanas Greenwood, Eleanor Coen, Aurora Reyes, María Izquierdo, Remedios Varo, Fanny Rabel, Elvira Gascón, Valetta Swann, Leonora Carrington, Lilia Carrillo, Sylvia Pardo, entre otras. Este estudio es prueba de que las mujeres muralistas sí tienen la fuerza física, el talento, el conocimiento y la técnica para hacer este trabajo, no sólo es una forma de derribar el mito de que las pintoras suelen retratar, por naturaleza, cuestiones intimistas. El propósito es resaltar la individualidad de cada una de las artistas reunidas, pues, más que un compendio de nombres y datos, es una exploración de la forma en la que la vida personal de cada artista se entrelaza con su obra; es una reivindicación de las particularidades de cada una, así como una aproximación crítica a su producción artística. Como señala la autora, el libro contribuye a la ruptura de prejuicios y mitos alrededor de la pintura mural femenina y demuestra que, aunque no ha sido narrada, la historia del muralismo femenino existe.

A través de la contextualización de sus obras, Eclipse de siete lunas busca la comprensión de la baja productividad femenina en el ámbito mural mexicano y de la falta de estudios teóricos al respecto. Se requiere mucha más investigación acerca de los nombres que no figuran en el libro y de las generaciones, que abarcan desde 1980 hasta la actualidad, de mujeres muralistas ausentes; también, se requieren historiadores del arte que abran el diálogo a partir de las mujeres artistas. Dina Comisarenco dio el primer paso para saldar la deuda historiográfica y para que la obra de estas artistas sea difundida y apreciada: un primer paso valiosísimo y extraordinario.

REVISTA ARTES DE MÉXICO | Japón a través del lente de Aurelio Asiain

sábado, noviembre 24th, 2018

A través de la imagen y del texto, El espacio de pronto es escenario representa la noción del instante que permea a la cultura japonesa, el haiku. El libro de Aurelio Asiain, publicado en la colección luz portátil de Artes de México, refleja el zen, el instante y la naturaleza.

Por Sara Odalys Méndez

Ciudad de México, 24 de noviembre (SinEmbargo).- Aurelio Asiain, escritor, fotógrafo, traductor y crítico mexicano construye a partir de 28 fotografías el retrato de la cotidianidad nipona junto a textos breves. Este diálogo no es una mera técnica editorial ni un pie de foto, cada retrato refleja la poética literaria de este país: el haiku. Por tanto, resulta forzoso evocar la estructura del haiku para poder disfrutar, sin reparos, la obra del escritor y fotógrafo: tres versos de cinco–siete–cinco moras sin rima, dos de ellos están unidos y el sobrante va antes o después de un corte. Su redacción debe ser sencilla y debe retratar el mundo de la manera en que las se da el cambio de estaciones. En el haiku, el artista busca describir el asombro ante la naturaleza. Entre sus mayores representantes están Matsuo Bashō y Takarai Kikaku, ambos mencionados en el libro de Asiain.

D.R.© Aurelio Asiain, 2018.

En la fotografía titulada Iba de negro bajo la nevada, se puede observar a una mujer caminando que se cubre de la nieve con un paraguas. Los copos se detienen en el instante en que Asiain toma la fotografía, que está acompañada por un haiku de Kikaru:

Pienso que es mía

y es más leve: la nieve

de mi sombrilla.

La naturaleza es un elemento primordial en el haiku. El kigo o palabra de estación es una de las características esenciales del género. A lo largo del libro, la naturaleza aparece retratada de diferentes formas, pero siempre con alguna persona en el escenario o con elementos alterados por el ser humano, como los jardines diseñados minuciosamente o los sombreros hechos a mano. Sin embargo, una fotografía rompe este esquema: La hoja, enrojeciendo, va a la flor. Refiriéndose a plantas que se encontró en un jardín, Asisain declara: “Allí vi esta imagen y no pude —yo, que encuentro ridículos a los fotógrafos de flores— resistirme a capturarla: a punto de caer, la hoja, enrojeciendo, toca la flor apenas”. Ni siquiera él puede despegarse de la poesía que une a Japón y la naturaleza.

El instante también es reflejado de manera más sutil. En El mismo corredor todos los días, Asiain escribe “Me había dado la vuelta para tomar la foto, con la buena suerte de que el abrigo de la mujer ondeara para trazar esa curva precisa que marca la cadencia del conjunto, el ritmo que parecen seguir sus pies”. El instante ya no aparece en el exterior, en una araña, en las hojas de los árboles en el piso: es el relato del movimiento de la ropa, de la naturaleza que se mueve en los pasillos del metro.

D.R.© Aurelio Asiain, 2018.

Esta relación con la forma y el instante se refleja en los títulos de cada una de las fotografías: “Los títulos de mis fotos tienen siempre en inglés seis palabras, en español once sílabas”, explica Asiain hablando sobre el cambio de título de Rain falls over the fifth one a Al quinto se le moja la cabeza. Esta obsesión con la medida podría relacionarse con la exigencia necesaria para escribir haiku que en cuanto rompe alguna de las reglas de métrica, pasa a tener otro nombre y a ser un texto completamente distinto. Ninguno de los títulos escritos en el libro rompen la norma expresada por el propio autor: Interminablemente el infinito, In my beginning is my end, Escritura camino a la ceniza, Just married and more than happy, entre otros.

Entonces recordamos una de las características más destacables de Asiain: es poeta. Sus fotografías rezuman el componente literario de la cultura japonesa, de la que es ferviente estudioso. El espacio de pronto es escenario es una colección de haiku visual, de poesía en imagen. Los textos, que también contienen poesía, no son simples pies de foto: la totalidad del libro depende de la estrecha relación entre Japón, la fotografía y su poesía.

D.R.© Aurelio Asiain, 2018.

REVISTA ARTES DE MÉXICO | Lo importante es no pestañear

sábado, noviembre 17th, 2018

En el marco de la celebración por los 30 años de Artes de México, la mesa de diálogo “Lo importante es no pestañear. Tendencias y futuro de la fotografía” fue un espacio de perspectivas en torno a un tema del que se ha ocupado a la editorial a través de sus múltiples ediciones y en especial en la colección luz portátil. Presentamos aquí las palabras del editor de esta colección, Pedro Tzontémoc, quien conforma una de las voces críticas de Artes de México y quien aportó a la mesa una mirada fascinante alrededor de la fotografía.

Por Pedro Tzontémoc

Ciudad de México, 17 de noviembre (SinEmbargo).-El tema a tratar aquí es una incógnita difícil de descifrar. Quizás, en otros tiempos, haya sido más sencillo, en tanto que hubo menos elementos para configurar una visión del futuro; es decir, lo que podía hacerse con una de las primeras cámaras fotográficas y los insumos que se poseían al alcance de la mano para producir una fotografía eran ciertamente mucho más limitados que la infinita constelación de posibilidades que existen hoy en día. Sin embargo, me parece que esta es la trampa más peligrosa, los límites potencian la imaginación y la creatividad, su ausencia, paradójicamente, nos limita.

Afortunada y desafortunadamente, he sido jurado de varios certámenes de fotografía, esto me ha permitido ser testigo directo del panorama completo, de todo el material que se recibe sin el filtro de un jurado que determina y condiciona lo que otros verán luego. A este respecto, y por el bien de todos, habría que buscar la manera de compartir esta experiencia con un público más amplio porque, en realidad, es enriquecedor conocer lo que, en nuestros días, se realiza y propone en torno a la fotografía y la imagen. Cuando he sido receptor pasivo de una muestra de fotografía que ha sido previamente seleccionada con esta metodología, me ha quedado la sensación de haber sido timado, aunque a veces esté bien equilibrado, a este respecto cabe mencionar la pasada exposición de la fundación mexicana de cine y arte en Monterrey, organizada por Alfredo de Stéfano en la que Gustavo Prado fue parte del Jurado. Este año seremos testigos y tendremos oportunidad de juzgar al jurado de la XVIII Bienal que seguramente estará tan equivocado como el anterior y como el próximo.

Teotihuacán, México, 2000, en El ser y la nada, Artes de México, 2006. D.R. © Pedro Tzontémoc

Como ciudadanos del imperio de lo políticamente correcto, quizá no sea correcto decir que la democracia no es la solución, su consecuencia la vivimos en todos los ámbitos y sentidos; la traigo a colación porque así es como se determina el resultado de bienales y concursos. Se tendría que hacer un esfuerzo y buscar algunas otras fórmulas para solventar este problema al que José Luis Trueba Lara llamó la dictadura de la estupidez, en su magnífico libro homónimo.

Sé que es imposible exponer todo lo que se recibe sin realizar alguna selección previa, pero hace varios años, en una dimensión infinitamente menor, intentamos algo parecido en un grupo llamado Fotoforo. Llevamos a cabo exposiciones convocadas y todo lo que recibimos fue expuesto, cada autor asumía su responsabilidad, así como su propuesta podría desacreditarse a sí misma, se podía reforzar en presencia de las otras. Insisto que, hacer algo parecido, a nivel nacional, resulta imposible, pero se me ocurre que una forma de llevarlo a cabo consistiría en que cada uno de los jurados mostrase su propia selección y, en un territorio común, se exhibiera aquello en el que estos coincidan, como los puntos de intersección en la teoría de conjuntos. De esta manera, los espectadores tendrían una visión más amplia de lo recibido en la convocatoria; de hecho, tendrían tantas obras como el número de jurados participantes, y esto daría como resultado un panorama mucho más horizontal y menos patriarcal: una especie de democracia parlamentaria. Cuando he sido testigo de primera mano de convocatorias de amplia participación y sin filtros previos, ha sido sumamente halagador ver la cantidad de propuestas de toda índole, de diferentes técnicas, de diferentes conceptos, de diferentes maneras de ver y de interpretar la realidad. He visto trabajos conceptuales demasiado rebuscados, desafortunadamente, porque tanto ruido resta fuerza y contundencia a su propuesta. También, me ha sorprendido ver que hay una tendencia, desde hace años, hacia lo que llamo “fotografía vivencial”. Esto, con particularidad, me concierne porque cuando algunos nos atrevimos a hablar de esta propuesta, se comprendió poco porque su temática está vinculada con el proceso de vida en el que se encuentra el autor al momento de su creación. Es claro que el momento histórico también marca tendencia y temas como la violencia, el narcotráfico o las desapariciones forzadas se expresan como una necesidad de exorcizar estos sentimientos a través de una propuesta artística.

También, existe un interés por parte de las nuevas generaciones para rescatar o, mejor dicho, descubrir la fotografía dura y pura (etiqueta que se le da ahora), trabajos hechos con fotografía análoga que, curiosamente, hoy es presentada como fotografía alternativa. Por supuesto, también existen muchas propuestas que proponen el uso de una nueva tecnología que rebasa los límites propios de la fotografía, es decir, video y animaciones, así como el uso de redes sociales; inclusive, algunas de estas propuestas fusionan las nuevas tecnologías con la fotografía analógica en procedimientos mucho más artesanales como la cianotipia, por ejemplo. Esto nos habla de una integración.

Venecia, Italia, 2001, en El ser y la nada, Artes de México, 2006. D.R. © Pedro Tzontémoc.

Hoy la cotidianidad es todavía más compleja e incorpora demasiados elementos que además se multiplican y se reinventan a una velocidad extraordinaria. Existe un interés y una necesidad por incorporar todos estos elementos al quehacer artístico, lo cual llevará, sin duda alguna, por caminos insospechados. Por supuesto, también, sobra decirlo, hoy se realizan propuestas más íntimas e inocentes, al igual que otras que se encuentran perdidas frente a un abrumador universo de posibilidades y límites, y otras más, de bajísima calidad en todos los sentidos, de una pobreza cultural significativa, pero que también son signo de nuestro tiempo.

Es una realidad que, en el presente, tenemos que aprender a leer y escribir en los nuevos lenguajes que el mundo globalizado ha ido fraguando; lenguajes que se funden, inventan, se generan a sí mismos y se construyen en una especie de rizoma visual a punto de descifrarse. En esta democratización de la tecnología todos somos fotógrafos, pero hay que tener cuidado con dichas declaraciones porque no todo el que tiene una pluma es escritor, aunque sepa escribir su nombre; y no todo el que tiene un teléfono inteligente con cámara de alta calidad es fotógrafo. Estoy convencido de que si no se sabe lo que se quiere decir, si la imagen no tiene la sintaxis que requiere, será como firmar un documento sin leer y con huella digital.

Lisboa, Portugal, 2001, en El ser y la nada, Artes de México, 2006. D.R. © Pedro Tzontémoc

Para terminar, quiero referirme al nombre de esta mesa de diálogo por dos razones, la primera es porque agradezco que de esta manera se haya hecho presente y se recuerde a Susan Sontag, pues debemos tenerla presente y recordarla, sobre todo ahora que urge definir y redefinir los caminos de la fotografía. Y finalmente porque quisiera, , aún a riesgo de parecer insolente, contradecirla; porque lo importante es sí pestañear y no sólo porque la acción de pestañear equivaldría a la acción del obturador de una cámara en el instante preciso en el que captura la imagen, sino porque pestañear es el acto mismo de coquetear, y esto es mucho más poderoso que el aleteo de una mariposa; efecto tan mencionado, capaz de producir huracanes al otro lado del planeta. Pestañear es coquetear con la vida, desnudar con la mirada, dejar de lado esta realidad virtual en la que nos han encerrado y sentir de nuevo la vida en carne propia, porque esto, más allá de todos los lenguajes posibles, es lo que nos da elementos y pretextos para la creación. Sin vida, sin vivir la vida, sin dejarse arrastrar por ese aleteo de mariposa o de pestañas, la creación artística, visual, literaria o cualquiera, no sería imposible.

Esta es la tarea pendiente de quienes pueden hacerlo, esta es su obligación y su responsabilidad frente al futuro.

Pedro Tzontémoc ha publicado diversos libros de fotografía con Artes de México. Consigue El ser y la nada de la colección luz portátil y Locuralocúralocura a través de la página de la editorial Artes de México, www.artesdemexico.com

REVISTA ARTES DE MÉXICO | El hombre que sabía mirar

sábado, noviembre 10th, 2018

Si la fotografía, como menciona Susan Sontag, es un modo de conocimiento, el ensayo fotográfico plantea una visión del mundo obtenida mediante la interpretación del ojo del fotógrafo. En este sentido, el libro de más reciente de Rafael Doníz, De Gigantas y otras quimeras, es una cosmovisión del espacio urbano, en especial de la Ciudad de México.

Por Carlos Augusto Torres

Ciudad de México, 3 de noviembre (SinEmbargo).- El punto de partida de Doníz son los gigantes, seres que habitan las grandes urbes de manera furtiva, ocultos en los enormes anuncios espectaculares, vallas publicitarias o en murales clandestinos en las calles. Estos personajes, a través de sus interacciones con los habitantes de la ciudad, son los protagonistas del libro. Y a pesar de que estos seres llevan años mezclados con las densas capas del ecosistema citadino, pocos fotógrafos se han adentrado en la fauna quimérica de los gigantes. Para estos monstruos no aplica el conocido precepto del mítico Robert Capa: “Si la fotografía no es lo suficientemente buena es porque no te has acercado lo suficiente”. Ya que ellos son enormes, sólo hace falta, como Cartier-Bresson, encontrar el momento exacto en el que los elementos se relacionen de manera orgánica para lograr la toma deseada.

De esta forma, se logran fotografías que generan un diálogo entre los elementos que la componen y el lector que las observa. Así existe obras como Coreografía de barrio, tomada cerca del pueblo de Palenque en Chiapas, donde un transeúnte va brincando entre los retratos de dos fieras que saltan del muro para cazar su alimento, provocando una invitación a la complicidad del ataque imposible; El almuerzo, en la cual una gran pancarta con un leopardo acechante se topa con la espalda de un obrero en la colonia Polanco, quien mira y protege celosamente su torta en la hora del almuerzo del animal que lo acecha; La probadita, donde la enorme cabeza de un mapache estira la lengua para obtener una probadita siquiera de la azúcar y canela que el vendedor de churros en la Avenida División del Norte esparció sobre su producto o Vigilada, en la cual la severa mirada de un gigantesco superhéroe se posa sobre una señora que camina sobre Periférico.

La castigada. Vista desde el piso 10 en un edificio de la colonia Polanco, Ciudad de México, 2009. Fotografía: D.R.©Rafael Doníz, 2018.

Si bien estas gigantas y quimeras son espectaculares por su gran tamaño, éstas siguen atadas a la transitoriedad y a su eventual olvido; como elementos ya constitutivos de la identidad de las ciudades, los anuncios poseen casi nulos recuerdos, su existencia se limita a unos pocos días, cumpliéndose así los inevitables versos de José Emilio Pacheco, otro testigo del cambio en la ciudad: “También en la memoria / las ruinas dejan sitio a nuevas ruinas.” Los gigantes dejan sitio a nuevos gigantes, pero ahora ya existe memoria, aunque sea breve, gracias al testimonio de estas fotografías. El mismo Doníz explica: “Lo asombroso de ese tipo de anuncios espectaculares es su fugacidad. Son animales inmensos que a veces sólo viven un día. En el libro hay una fotografía que titulé El ojo del nuevo Dios: un ojo femenino gigantesco que por pupila tiene una moneda. Cubría la fachada de un edificio. Lo fotografié. Pero quería hacer una toma que incluyese a una persona para evidenciar la escala humana. Estuve a punto de irme sin haber hecho un disparo, pero me dije: ‘No, ya estás aquí. Tómalo’. Volví dos días después y el anuncio había desaparecido. Ésa es una de las lecciones que un fotógrafo debe aprender muy bien: lo que no capturas ahí, cuando lo encuentras, tal vez nunca lo vuelvas a ver”.

La piadosa. Colindancia de un edificio en la calle Morelos, muy cerca de Paseo de la Reforma, Ciudad de México, 2014. Fotografía: D.R.©Rafael Doníz, 2018.

Rafael Doníz nació el 29 de agosto de 1948 en la Ciudad de México. Posee más de 60 libros publicados y fue asistente de Manuel Álvarez Bravo y ha colaborado con personalidades como Francisco Toledo. Este libro es uno de sus proyectos más personales e incluye fotografías tomadas entre 1973 y 2017, es decir, desde el inicio de su trayectoria hasta el presente. El trabajo de Rafael Doníz está muy cercano al estado de Oaxaca y a la ciudad de Juchitán, muestra de esto son varios de sus libros: H. Ayuntamiento Popular de Juchitán; ya se va a levantar todo el pueblo de la tierra (1983), en el cual se registra el ataque de un grupo priístas al carro de Doníz, junto a Francisco Toledo y al escritor Víctor de la Cruz. Monte Albán (1990), El mundo mixteco y zapoteco (1992) y Cuevas de Yagul y Mitla: el paisaje cultural eterno (2013) son libros dedicados a la exuberancia de la arqueología e historia oaxaqueña. Dentro de su obra, también hay libros dedicados a la arqueología, la charrería y al arte mexicano. De gigantas y otras quimeras es su primer trabajo dedicado exclusivamente al espacio de la metrópoli, y si bien la principal es la Ciudad de México, en el libro también se encuentran fotografías tomadas en diversos centros urbanos como Hamburgo, Oaxaca, Chiapas, París, entre otras. Este libro es un bestiario fugaz de las múltiples quimeras que habitan las ciudades. La mirada de Doníz es madura, lograda y con un eje temático que estructura de manera extraordinaria el ensayo. La visión de Doníz peina los resquicios de las calles para presentarnos a esos monstruos que seguidamente ignoramos y que, sólo a través de la observación de un ojo sensible y entrenado, podemos apreciar para conocer y ser testigos del cambio que nos envuelve a nosotros y a los espacios que habitamos.

Consigue De gigantas y otras quimeras a través de la página web de la editorial www.artesdemexico.com y suma al placer de conocer nuestra cultura, el asombro de comprenderla.

REVISTA ARTES DE MÉXICO | Rótulos, herencia visual en extinción

sábado, octubre 27th, 2018

El paisaje urbano de la Ciudad de México se traduce en diversas formas y matices que se reflejan a través de barrios, avenidas, edificios comerciales; en el paisaje que distintos anuncios exhiben para captar la atención de sus habitantes. En la revista 95 de la editorial Artes de México, El otro muralismo: Rótulos Comerciales, se reflexiona sobre una de las maneras más tradicionales de establecer un vínculo inmediato entre el cliente y su producto: los rótulos.

Por Bárbara García Gasca

Ciudad de México, 27 de octubre (SinEmbargo).- Esta particular gráfica llena de humor las paredes mexicanas y otorga identidad a peluquerías, puestos de jugos, autopartes, fonditas, etcétera. José Emilio Salceda señala que los rótulos están “diseñados para comunicarse directamente con un consumidor (así sea contraviniendo las normas del diseño gráfico convencional), lo rótulos trascienden su estatus de simples objetos comerciales gracias a su iconografía poderosa y desafiante […]”. La mayoría de los rótulos inventa su propio modo de transmitir información sin necesidad de seguir un modelo determinado, ya que los rótulos actualizan su diseño publicitario a través del ingenio.

De acuerdo con Anamaría Ashwell, podemos pensar que “con el tiempo, esta decoración se convirtió en una suerte de escritura pictórica fácil y accesible para ser leída por clientes que no sabían leer ni escribir: unas formas cuadriculadas multicolores con frutas que flotaban etéreas y goteaban su miel –en tiendas que siempre se llamaban La Michoacana– anunciaban a lo largo y ancho del territorio mexicano los locales de nieves, paletas y aguas de frutas frescas; los cerdos cocinándose en cazuelas de cobre o latón y la gran paleta para removerlos en su manteca daban noticia de las carnitas […]”.

Los pollos hermanos. Foto: RAM

Estos diseños son pintados por “rotulistas”, oficio que se ha vuelto parte de la cultura mexicana y que consiste en elaborar dibujos, letras y números para transmitir lo que el dueño y el negocio oferta, embelleciendo la vista con destreza y sabor. A este respecto, Enrique Soto Eguibar menciona que “existe el rotulismo como oficio y algunos rotulistas tienen entrenamiento formal en dibujo, comúnmente en escuelas técnicas. Los rotulistas que lo asumen como un oficio producen trabajos que están fuertemente influenciados por la tradición popular y por el dibujo caricatura tipo Walt Disney y, por tanto, suelen utilizar variantes de dichos personajes en estas piezas”.

Un factor interesante es que los rótulos no son exclusivos de nuestro país, pero sí de las periferias. Al trazar un recorrido podemos ver que “no encontramos rótulos en los centros comerciales de la Ciudad de México ni en las colonias donde se agrupa la gente de mayor potencial económico como Polanco, Lomas o Interlomas”. El caso para Tepito o “la Valle Gómez” es distinto. Enrique Soto localiza el referente histórico más cercano de esta gráfica en los exvotos, pues la estética recuerda los encargos hechos por el pueblo, como también podríamos pensar los rótulos.

El otro muralismo. Foto: Benicio Guzmán

Por otro lado, muchos de estos, junto con sus edificaciones, han desaparecido y podemos estudiarlos sólo gracias al registro fotográfico. Uno de los fotógrafos que capturaron la gráfica popular mexicana y, en específico, los rótulos de varias pulquerías fue Edward Weston junto con Tina Modotti: “su interés hacia las pulquerías no se reducía a registrar el humor y la ironía que sus nombres desplegaban. También le gustaba los alegres e ingenuos murales, lo mismo que beber pulque […]”. Con este ejemplo podemos pensar que hay historias, reminiscencias y experiencias que las mismas calles y sus colores potencian, que se resguardan en los detalles que adornan la ciudad y esperan a ser vistas. Los rótulos son bellos en su composición, y su construcción no está pensada para trascender el tiempo, ni para vencer las inclemencias del clima, pues lo que importa es el mensaje y cómo se transmite. Algunos son pintados con base en pintura de aceite o vinil, y usan figuras como “cerditos sonrientes, pollos cariacontecidos, terneras hieráticas, llaves parlanchinas, camarones jubilosos, frutas lustrosas, pasteles suculentos, tortas apetitosas o retratos de peluquería estereotipados[…]” u otras imágenes que le puedan otorgar sentido a la pared, como Martín M. Checa Artasu y María del Pilar Castro Rodríguez explican.

De esta manera, las autoras desarrollan la idea del rótulo: “se trata de una forma de comunicar eminentemente urbana, mutable, hasta hace poco tiempo valorada, pero que cubre la necesidad de comunicar un amplio espectro de la sociedad (de ahí el adjetivo de popular)”. Su composición alcanza a cualquier transeúnte y, lo más importante, a su memorial, a través de la reutilización constante de figuras y productos que circulan y permanecen vigentes en el mercado: “el rotulismo es también un ejemplo perfecto de híbrido cultural, pues utiliza los recursos y los mensajes provenientes de los mass media globales, se apropia de símbolos originados desde el arte culto, los altera y adapta para transmitir un mensaje”.

El otro muralismo. Foto: Enrique Soto

A pesar de que hoy podemos ver rótulos por toda la ciudad, algunos recién pintados y otros más luchando por permanecer, el oficio está desapareciendo poco a poco debido a la aparición y sofisticación del medio. Ahora, banners, espectaculares, recortes de vinil y lonas impresas abrazan los locales. De esta manera, se vuelve más importante apreciar y valorar el trabajo artesanal de los rotulistas, mismos que se ven deslumbrados por el desfile de luces que cada día inundan más el espacio social.

Esta reflexión ahonda en la entrevista que Giovanni Troconi realiza a Adán Navarrete, donde expresa este sentimiento al decir que: “Hace muchos años la gente le metía más imaginación a la chamba, ahora eso se va perdiendo. Podría ser que el oficio desapareciera, pero la gente todavía sigue solicitando el servicio de rotulista para las fachadas, sobre todo en las ciudades grandes, ahí se hacen más rótulos que en provincia”.

Por lo tanto, prestar atención a esta gráfica, que se manifiesta en alguna miscelánea o papelería de la esquina, se vuelve importante; somos testigos de un producto colectivo originado en la creatividad popular. Estudiarlo, repensarlo y capturarlo es un ejercicio pertinente antes de observar su extinción total, pues su presencia no sólo enriquece los espacios, sino las vivencias que ocurren en estos lugares, además de ser un claro referente del diseño popular mexicano.