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“Escribir es sacarse el polvo de la nacionalidad”, dice Gastón García

sábado, septiembre 1st, 2018

El escritor nació en Argentina, pero vive en México. Podríamos decir que esta novela es de Argentina vía México, como algo que lo obliga desde el exilio a tratar solo los temas que trascienden a su país de origen. No el día a día. El libro de las mentiras es un poco eso: una ventana a la aldea para tratar el odio máximo que representa una familia más allá de las fronteras.

Ciudad de México, 1 de septiembre (SinEmbargo).- Gastón García Marinozzi (Córdoba, 1974) está loco por el futbol. También ama un poco el tango y siempre la literatura, esa dama indigna que se aproxima dos por tres en la madrugada.

A ella ha entregado su pluma y sus decires, pero siempre con la alegría de saberse privilegiado, con dos hijos, un puesto en la cultura y una amistad, como la de Luis Muñoz Oliveira (que acaba de editar la reciente El oficio de la venganza) con el que se anima a relatar públicamente el contenido de su novela El libro de las mentiras.

“Cuando entendí que estábamos en manos de la locura de un solo hombre, respiré tranquilo. No hay dios ni fuerza alguna de la naturaleza que pueda someternos a un momento como este sin protegernos y arroparnos. Pero la maldad del hombre es otra cosa, es la pureza misma de la locura y por lo tanto no hay nada que podamos hacer. Pienso en que si estamos a merced de este hombre, un hombre irracional y decidido a cualquier cosa por venganza, ni Dios ni la nada pueden redimirnos. Pienso, no para hablar como dice la filosofía que pensamos, sino simplemente para tragar saliva”, dice en una parte de esta novela un tanto perturbada, que sí habla del Golpe de Estado, de la Dictadura, de cómo crecer debajo de las botas militares, pero que en el fondo es una novela de amor.

¿Amor?, pregunta Gastón. Él para nada pensó en el amor, pero habla mucho de Mía, de esa imposibilidad –los dos- para hablar, de su cáncer de garganta que va y viene como un puerto que aterriza siempre a contramano, de Rodrigo –su hermano- y de esa ceguera para ver lo que pasaba con su familia.

El libro de las mentiras (Alfaguara), de García Marinozzi, trata el tema del escrache y también del abuso sexual. Trata el tema de los desaparecidos, pero no de las golpizas que su padre le daba a la madre hasta que Rodrigo dijo basta y fue el único que abrió otra puerta al destino.

El tema de la literatura argentina actual pareciera ser que está en la Dictadura Militar acontecida hace 42 años. La novela de Gastón se parece a 1982, de Sergio Olguín: esa represión de Estado vivida dentro de una familia o dentro de un grupo muy reducido.

Hay algo raro en El libro de las mentiras. ¿Por qué Mike termina siendo como Eugenio Martínez Guéret, el militar “escrachado”? Los que no hablaron entonces, ¿tienen también hoy la culpa?

–Escribiste sobre una cosa muy específica de la Argentina

–Yo quería escribir una novela generacional. Qué pudimos haber sido los que hoy tenemos 40 años o más; creímos en los 90 que podríamos haber tenido una alternativa importante. Estábamos en la época de la universidad, era la primera generación que había crecido durante la democracia y tuvimos que empezar a plantearnos nuestras relaciones personales y políticas. Esa época me interesa muchísimo. Era como enfrentarnos a determinado tipo de cosas. Por ejemplo, Carlos Saúl Menem (ex presidente de Argentina), tuvimos que luchar contra él, representaba todas las cosas que nosotros no queríamos. Luego todo fue cambiando de miles maneras, pero me interesaba mucho eso a nivel generacional. Me interesa también contar lo que pasa con los seres humanos en esa edad, cuando estamos descubriendo algunos aspectos importantes del amor, de las relaciones de pareja, de la felicidad, del desamor, que nos van a ir marcando por el resto de la vida. Las ilusiones del amor duran muchísimos años, las políticas no tanto.

–Yo pensé que el único amor que tú entiendes es ese primer amor

–Casi. Los psicólogos hablan de los primeros cinco años de vida, lo del amor es un poco eso, los primeros años del amor.

–Tú dices por lo contrario que El libro de las mentiras no es una novela de amor

–Yo no la quise hacer como una historia de pareja, pero los amigos que la han leído me dicen que es una historia de amor. Al final de la novela, el amor es como algo en que agarrarte al final de la tormenta. El amor sirve para eso.

–El amor termina siendo para el protagonista lo único sano

–Lo único sano y lo único verdadero en el medio de tantas mentiras. Lo que él siente por Mía es lo único real.

Yo quería escribir una novela generacional. Qué pudimos haber sido los que hoy tenemos 40 años o más; creímos en los 90 que podríamos haber tenido una alternativa importante. Foto: YouTube

–¿Mía es bastante distante?

–Sí. La veo como una chica muy pragmática, entiende todo más que los hombres, ella siempre está unas vueltas más que él.

–Jamás habla de la madre como una mujer golpeada

–Él no sabe hablar. Sólo habla cuando habla de Mía, no le sabe hablar al hermano. Siente el amor por Rodrigo, pero lo descubre a los 20 años. No está dicho claramente si la madre muere. Pongamos que sí. Es una víctima absoluta de un sistema familiar espantoso.

–Y las hermanas se van…

–Sí, la familia se va desintegrando poco a poco. Todos huyen. Los demás se van y se desentienden de todo.

–Eugenio está con una chica menor

–Siempre me han obsesionado este tipo de personajes como el de Eugenio. La idea de que esta gente pudiera haber vivido una vida normal. Saludas a estos seres en un supermercado y crees que son viejitos dadivosos, buenos, el paso de la vida parece que nos dulcifica de nuestros pecados. Pero no es así. Fue en los 80 cuando comenzaron a aparecer nazis en la Argentina. Yo me acuerdo uno de Córdoba, era el viejito que más o menos todo el mundo conocía, pero era un nazi, con la Dictadura no sabíamos nada.

–¿Siempre será Argentina para tu literatura?

–Espero que no. Creo que hay una parte ahí que por el momento no le quiero evitar y que trata de explicarse mi país. Encontré esta manera escribiendo historias. Sé que nunca lo voy a entender.

–¿Está viviendo la dictadura Argentina otra vez?

–No, no la veo parecida a la dictadura, pero lo que sí veo es que Argentina siempre está enredada en lo mismo. No me interesa esta Argentina del día a día, me interesa la Argentina con los grandes temas que la trascienden. El tema de los derechos humanos, de la justicia…

–Ver a Argentina de acuerdo a los temas que la trascienden, es vivir lejos de ella

–Es que no hay otra manera de verlo. Para mí hay que sacarse el polvo de la nacionalidad (como decía Ricardo Piglia en Respiración artificial). En mi caso en particular, lo que quiero ser como persona, como escritor, prefiero vivirlo de otra manera. Como padre de unos niños que nos encanta el futbol, el otro día me decía mi hijo que en México las canciones son de amor al equipo, en Argentina, son en contra del equipo rival. Incluso como padre, te digo que prefiero estar lejos de Argentina. Cuando vimos Boca – River, hace unos años, que terminó todo en violencia, con gas pimienta en el medio, tuve que apagar la televisión. Así somos. Siempre es una dialéctica de enemistad con el otro.

–¿Qué significa para ti ser escritor, estar en México?

–Mucho. Siempre me he sentido escritor. Lo que pasa es que tardo en publicar. He encontrado como mi tiempo para publicar, pasados los 40, no tengo problemas con eso. Lo que menos me interesa es la pantalla de escritor, me levanto todos los días a las 5 de la mañana y aprovecho para escribir. Lo demás es como bastante complejo, sobre todo en este país. Me he marcado una evolución con cada novela, a esta quise hacerla más compleja que la anterior (Viaje al fin de la memoria, editada por Tusquets); quería profundizar, entender este tipo de personajes, hasta Eugenio que ama a su perro, a esa chica, a su esposa, algo bueno tiene este personaje hijo de puta.

Para mí todo el mecanismo que quise contar lo cuento en la propia novela: esa escena de El Padrino, el cambio de madurez que tenemos todos. –Soy Corleone, dice Mike y así somos. Cada uno es lo que nos tocó ser.

Una novela esplendorosa y sufriente. Hay que leerla. Foto: Especial

Fragmento de El libro de las mentiras, de Gastón García Marinozzi, con autorización de Alfaguara

I

La vida es como un huracán. Nace y muere entre gritos y no se conoce la paz sino en el interior más profundo. Si uno pudiera ponerse en el lugar exacto del vórtice desde donde se expande la violencia del viento, ni siquiera se despeinaría. Allí, hundida, invisible y sosegada, está la ilusión de la vida. Luego, es la lucha salvaje por la supervivencia. Es avanzar dejando atrás la huella de su paso, arrancando las raíces de los árboles, volando los techos, destruyendo el camino. Si uno está en el centro del huracán no puede ver el daño al que se somete a los demás. Piensa, engañándose desde que nace hasta que muere, que apenas sopla una brisa que refresca la existencia. Pero no. Es duro darse cuenta de que uno también es un vendaval destruyendo todo a su paso.

Una mañana desperté y Mía estaba a mi lado. La noche anterior regresamos de la facultad y dormimos por primera vez juntos. Al entrar a la casa, ella fue directo al estudio donde estaban mis cuadros. Por fin los veo, dijo. No había muchos, acaso unos seis o siete, y todos estaban inconclusos. Están increíbles, dijo Mía sacándose el abrigo rojo.

Parecen de verdad, comentó. Le respondí que no eran de mentira.

Allí mismo, entre mis cuadros que no eran ni de verdad ni de mentira, hicimos apurados el amor, sin siquiera quitarnos toda la ropa. Al acabar, continuábamos ansiosos y nos seguimos besando entre el aroma a nuez y a linaza de los óleos y al thinner de los pinceles sucios. Luego regresamos al comedor, abrimos una botella de vino, una lata de sardinas que cenamos con unos tomates asados con un poco de aceite de oliva y orégano.

Sentados uno frente al otro, mirándonos con la timidez de los que se observan y acaban de descubrirse en el sexo, hablamos de lo que siempre hablaba la gente como nosotros en esa época: la guerra de los Balcanes, lo que había dicho el ministro de economía, el libro de Debord que nos había pasado un profesor, cosas así que nos alejaran de la vergüenza de parecer frívolos, pero la verdad es que lo único que queríamos era ir a la cama.

Volvimos a hacer el amor y, al cabo de un rato, nos quedamos tirados, tomados de la mano, sintiendo el fresco de la noche lluviosa que entraba por la ventana. Mía se recostó sobre mi panza, acomodó su pelo por mi pecho y entrelazó sus piernas con las mías. Se había puesto la camiseta del Barcelona que me había traído mi hermana. Le hizo un nudo en la cintura, lo que le remarcaba la figura y los pezones. Prendió un cigarrillo con el zippo que le había comprado a un cubano a la entrada de la facultad. Fumaba pausada, lenta, suave, y yo observaba sus dedos largos mientras seguíamos acariciándonos.

Enganché los dedos de mi mano derecha en el elástico de su bombacha, y en esa natural quietud veíamos la tele, pasando de canal en canal, apretando los botones del control remoto, viendo recetas de cocina, evangelistas obrando milagros, mesas de debate político sobre la dictadura, venta de aparatos de gimnasia y algo de porno inapreciable en esos canales codificados que no pagaba. Yo podía ver sus ojos reflejados en la pantalla de la televisión, iluminados por la escueta brasa del cigarrillo cada vez que inhalaba, y también podía darme cuenta de que estaba dispuesto a enamorarme en ese mismo instante.

Nos quedamos en un canal que estaba dando El Padrino y volvimos a acomodar nuestros cuerpos para poder ver mejor la película, sin separar las piernas, ni su pelo de mi pecho, ni mi mano de su cintura. A la vez que nuestras pieles iban encontrando el punto de encuentro de la temperatura, parecía que empezábamos a sincronizarnos en los latidos del corazón. ¿Cuántas veces pasa esto en la vida? ¿Es real? Esto es imposible, me dije. No puede ser verdad. Pero estaba pasando. Tampoco era mentira. Pasó en un segundo, un minuto. Pasó, y ya. En ese mismo momento, en la tele, Vito Corleone acariciaba un gato y le decía a Bonasera: ¿Por qué fue a la policía? ¿Por qué no vino a mí primero?

En el reflejo de los claroscuros de la escena podía ver a Mía fumando. Sentía su peso concreto sobre la piel que cubre mi pecho, mientras enganchaba mi dedo a su ropa interior como quien se amarra a un bote en medio del naufragio. En ese mar, arrastrado, tuve la sensación de que por fin estábamos inaugurando, sin pompas, sin ruidos, el mundo nuevo en el que íbamos a vivir para siempre. Un mundo nuevo que, nos dimos cuenta en ese momento, ya conocíamos de memoria.

En eso, Michael Corleone entra a la boda de su hermana de la mano de Kay. Se sientan en un discreto margen desde el que observan la escena familiar. Se sirven de la jarra y beben. Se ríen. Ella está contenta porque cree entender quién es Michael. Si bien nunca lo sabrá, ahora no sabe que no lo sabrá. Por eso sonríe. Lo mismo nos pasa a todos. Él, hasta ese momento, el joven que había destacado en el ejército, pensaba que el destino y el futuro eran materia moldeable por su propia voluntad. Pero las cosas ocurren en un segundo y se definen sin querer, y la mayoría de las veces sin darnos cuenta. Como ahora yo, que toco a Mía, y que Mía me toca a mí. Las cosas pasan y ya. Como el latido de mi corazón latiendo a la par de los latidos del corazón de Mía. Un segundo, un momento. De esos momentos que crees que nunca van a suceder. Y pasan. Como cuando eliges ser cobarde o ser valiente. Ahora somos valientes. Y cuando intentas preguntarte por qué pasa lo que pasa, no encuentras respuestas, y tal vez solo la mentira tenga una explicación para lo que estamos viviendo.

Lo mismo le sucede a Michael, a este Michael que se llama como yo, que observa todo a su alrededor, y que por un segundo, solo en ese segundo, todo brilla. Ve la luz que se posa sobre él y hace lucir las condecoraciones de su traje militar, la hebilla del cinturón que lo contiene, mira cómo esa luz ilumina la sonrisa curiosa, ilusa, de Kay, el sombrero, el collar de perlas, los lunares en el rojo vivaz de su vestido, los gestos del amor, como debe ser el amor: claros y concisos a pesar de todo; la alegría de la ilusión, las vidas radiantes de dos jóvenes que se miran uno a otro y que ambicionan cambiar el mundo a base de cariño y valor.

Esa luz, esa luz que todo lo hace infinito, pero que de pronto se torna opaca: Michael ve que ahora, en un momento, en otro momento imperceptible del paso del tiempo, ya nada brilla y esa luz también se corre de sus pensamientos y entiende cuál es la única verdad posible. Esta es su familia, él es el hijo de su padre. Busca otra vez la sonrisa de Kay, y sigue intacta. Sonríe, porque solo la mentira le permite sonreír. Sabe que solo puede aferrarse a ella con otro gesto, otro modo, otra vida que únicamente es posible lejos de la verdad.

Respiro profundo como si también lamentara lo que Michael devela. Ahora que estaba viendo otra vez El Padrino, y estaba entendiendo, por fin, ese gesto mínimo, esta escena de un segundo, dos segundos, tres segundos en el que el mundo se pone en orden y nos volvemos cobardes. Las cosas son así, pensé, cuando tenía a Mía entre mis brazos casi dormida, Mía que se sobresalta ante mi suspiro profundo y con su mano acaricia mi pecho dando unos golpecitos con los dedos, sus dedos largos, como quien intenta calmar a un animal nervioso, como se calma a los perros cuando ladran asustados por la lluvia. Despierta, me da un beso, y me dice qué lindo que sos, Mike y enciende otro cigarrillo que ahora fumamos entre los dos.

—Acá es donde Michael se da cuenta que nunca dejará de ser un Corleone, le digo.

—Qué suerte, me responde, si no, no tendríamos película.

En la mañana me despertó el aire fuerte que golpeaba las ventanas. Mía seguía dormida, y me levanté a hacer café. Regresé a la habitación con las dos tazas, esquivando nuestras ropas en el suelo, su abrigo, mis Converse, y me quedé observando cómo dormía boca abajo con la camiseta arrugada, con una pierna y una nalga, la del lunar, descubiertas de las sábanas y el edredón. Se había quitado la bombacha en algún momento. Bajé un poco la calefacción. Volví a pensar en esta noche, en cómo nos besamos por primera vez, cómo llegamos a casa, y también en Michael Corleone. Fui al estudio, tomé una libreta y una carbonilla y empecé a hacer varios dibujos y a tacharlos de inmediato: el cuello de Mía, el lunar de su hombro, tenía varios que iba descubriendo, la sonrisa de Al Pacino, la lluvia detrás de las cortinas. Esa sonrisa me salió demasiado benévola, me quejé. Arranqué las hojas y las tiré en la caja de cartón donde estaban las notas de los diarios que hablaban de mis exposiciones que no llevaban mi nombre, de mis cuadros que tampoco eran míos.

Oí un estruendo en la calle. Cayó el anuncio de venta del edificio del frente: ciento veinte metros cuadrados, tres habitaciones con baño privado, roof garden, dos estacionamientos. Vi esos departamentos abandonados y sin estrenar, y me vi sonriente en el reflejo y me pregunté si a mí sí me correspondía al menos un gesto de bondad.

No supe qué responderme, pero igual seguí sonriendo: ahora mismo tenía mis cuadros, tenía a Mía y tenía al viento.

En la cocina había entrado un poco de agua. Durante la noche la lluvia había empeorado. Mía se levantó y puso a calentar el café en el microondas y encendió la radio que siempre estaba sobre la mesada de la cocina. En las noticias hablaban de las fuertes corrientes de aire que estaban arrasando la ciudad desde ayer, que se habían caído varios árboles, carteles, semáforos, que pedían a la gente que no salieran a la calle, que lo evitaran al menos hasta que amainara la fuerza del ventarrón, y que aún no se sabía de heridos, ni de muertos. Que se suspendían las clases, quienes tuvieran, porque la huelga de maestros en la universidad llevaba más de un mes. Que no se pusieran debajo de los árboles. Las sirenas de los bomberos y de las patrullas de policía irrumpían sobre ese soplido feroz. Un huracán en plena ciudad. Increíble, esto no puede ocurrir aquí. Cuándo viste algo así. Pero estaba ocurriendo. En ese momento llamó mi padre, quería saber si estaba bien y si sabía dónde estaba Rodrigo, que anoche no vino a dormir a la casa, me dijo. Seguro está bien, traté de calmarlo, pero se cortó la conversación porque el teléfono dejó de funcionar y a los cinco segundos se fue la luz.

¿Un huracán aquí? Qué cosa más rara, dijo Mía. No me lo puedo creer. Pero estaba ocurriendo. Como ocurren las cosas, sin que nadie sepa por qué. Nunca estuve en medio de un huracán, dijo, emocionada. Salgamos a la calle. Nos vestimos y bajamos corriendo las escaleras. Cuando salimos, una ráfaga casi tira a Mía. Ella se agarró fuerte de mi brazo y empezamos a caminar, a simular unos pasos de baile. Ella era un punto rojo en medio de la tromba y yo giraba a su alrededor. ¿Cómo sobrevive un colibrí a un huracán?, me preguntó. Nos reímos, estábamos empapados, muertos de frío. Mía me besaba. Éramos los únicos en la calle. Un huracán.

Y así empezábamos a vivir juntos; así, atravesando el viento.

II

Conocí a Mía en la facultad, en las primeras reuniones del Centro de Estudiantes. La noche que empezó el huracán era la quinta o sexta vez que nos veíamos. Esa noche acabamos sentados en el suelo y nos dimos un beso. En esas juntadas del Centro, los delegados de varias facultades empezábamos a organizar los escraches. En uno de los encuentros anteriores, Mía nos había contado la historia de un tipo, un señor mayor, de unos ochenta años, que ella conocía muy bien, y que a pesar de que parecía un viejito amable y benévolo, había sido uno de los cabecillas del régimen, de esos que habían producido un daño enorme a mucha gente. Uno podía cruzárselo en la calle, en la panadería, o en la sala de espera del dentista, y ese viejito amable y educado y sonriente traía consigo un historial de decisiones, de asesinatos y de muertes. No era el único. Sabíamos que había muchos como él en la ciudad y en el país. No era un número infinito de miserables. Eran unos veinte o treinta, una élite, pequeña, que podríamos identificar, reconocer, denunciar. Escrachar. Empezamos a usar esa palabra que usábamos para otras cosas, acaso más íntimas o coloquiales, con este tono más político. En nosotros todo era político. No sé quién fue el primero que la usó para esto, pero se hizo muy natural desde el principio. Hay que escracharlo, dijo alguien, ¿fue Pablo?, muy probable, cuando Mía contó por primera vez que había gente como esta libre por la calle.

Esos tipos fueron el cerebro de todo lo que pasó, pero nunca se mojaron las manos con sangre. Habían sido ellos los que sentenciaban a los demás desde la sombra, la profundidad, y nunca mejor dicha esta palabra; eran los verdaderos ideólogos, los que nunca nadie conoció, los que no fueron juzgados, los que no conocieron la cárcel, los que siempre estuvieron por encima como auténticos dioses del horror, superiores a todo: a las víctimas y a los asesinos, pero también a la Historia misma. Lo fueron hasta que les llegó la hora de retirarse, porque otros como ellos, criados como ellos, educados como ellos, formados como ellos, iban a tomar las riendas ahora. Una vez que determinaron qué debía hacerse y cómo, se retirarían a vivir los últimos años de sus vidas en sus casas, con sus sirvientes, sus esposas y sus nietos, para ver en las noticias y enterarse en el diario, o en el paseo en el parque, cómo sus cómplices, esos súbditos suyos que incluso podrían llegar a ser presidentes de la Nación, iban presos o cargaban con la inquina de una parte de la sociedad.

Ellos saldrían a pasear y saludarían a los vecinos con amabilidad, con una sonrisa, se encontrarían con viejos colegas. Comprarían el pan. Esperarían en la sala del dentista leyendo una revista vieja. Alguien más amable les ayudaría a cruzar la calle, les preguntaría cómo se siente hoy, que qué gusto verlo, que tenga un buen día.

Nosotros podíamos hacer justicia. Teníamos diecinueveveinte años, o un poco más, y quién no cree a esa edad que la justicia no depende de uno, formábamos parte del Centro de Estudiantes y pasábamos las horas y los días resolviendo todos los problemas de este mundo. Cuando digo todos, a los diecinueveveinte años, son absolutamente todos los problemas.

Recuerdo ahora ese día. Lo recuerdo ahora, ahora que nada es relevante, ahora que parece que nada importa. Ahora que pasaron algunos años y tantas cosas y la idea de justicia se diluyó o desapareció como el acné y las dudas de la primera juventud y el valor y esas otras cosas que desaparecieron para siempre.

Esa tarde fui el primero en llegar a la facultad, que estaba cerrada por la huelga. Había comido con mi padre, que me había contado que se habían vendido varios cuadros en la galería. Él estaba contento, yo me sentí indiferente. Me dijo que el dinero me lo daba la próxima semana. Me daba igual, no lo necesitaba. Cuando bajé del taxi y entré al edificio donde íbamos a tener la reunión, aún pensaba en mi padre, a pesar de que lo que me llamó la atención fue la oscuridad del pasillo principal. La puerta estaba cerrada, pero con un par de golpes con el hombro pude abrirla. Entré al salón de la junta, y cuando quise encender la luz, el foco estaba fundido. Fui a buscar uno a la salita de mantenimiento, pero no encontré nada.

El día estaba nublado y muy pronto iba a llover. Hacía frío. Mucho frío. Mi padre estaba a punto de engriparse y creo que me pasó algún virus a la garganta. La temperatura estaba a dos grados. Tampoco había calefacción en la facultad. Al rato fueron llegando los compañeros, todos quejándose del clima y de la oscuridad de la sala. ¿No hay luz en ningún lado?, preguntaban cuando entró Mía con un termo de té y un foco, y aclaró que hacía años que no les daban para comprar esas cosas, que los teníamos que traer de la casa. Todos nos arrebujamos alrededor suyo con unos vasitos de plástico para calentarnos. Cada quien sacó algo de sus mochilas. Galletitas, manzanas, bananas, todo en común para la merienda. Yo no llevaba nada.

Bueno, vamos rápido o nos quedamos encerrados acá todo el día, dijo Pablo, pero no lográbamos organizarnos para empezar la asamblea a la que nos habíamos citado. Siempre nos costaba ponernos de acuerdo para cualquier cosa, pero esta vez más, porque estábamos solo ocho de los quince delegados. Mía nos daba té y pedía a todos que viéramos la agenda de temas que tenía anotada en un papel. Empecemos por el arreglo del techo de las aulas que habíamos rebautizado como la Che Guevara y la Agustín Tosco. La Tosco ya no se puede usar, se ve el cielo de los huecos que tiene, y ahora mismo está toda llena de agua, comentó uno de los compañeros.

Discutimos más o menos veinte minutos sobre cuáles serían los pasos a seguir para que los directivos de la universidad emprendieran el arreglo de los techos de estas dos aulas, que desde diciembre pasado habían empezado a ceder en su estructura. Hace cinco meses habían acordado en una asamblea similar a esta que los alumnos ya no asistirían a las clases que allí se dictaran, por precaución y seguridad. En el acuerdo del punto uno de la orden del día de la asamblea, se determinó que El Centro de Estudiantes exige de la manera más enérgica a las autoridades de la universidad que se ordene a los responsables en turno a que se dispongan instalaciones que garanticen la seguridad de los estudiandos y etcétera. Un largo etcétera. Unos cinco párrafos de retórica trillada y aburrida, llenos de frases comunes propias de la más rancia burocracia que decíamos combatir.

Pasó casi una hora en la que solo discutimos las palabras, una por una, para dejar plasmado en el word de la computadora del salón que queríamos que arreglaran el maldito techo.

Los otros cuatro puntos de la lista de acuerdos eran temas más o menos intrascendentes para cualquier desprevenido, pero muy importantes para nosotros: ampliar media hora la atención de la fotocopiadora, organizar un acto de repudio a la guerra de los Balcanes, ver la posibilidad de crear un logotipo para el Centro de Estudiantes y evaluar si se debe comprar un micrófono nuevo, o reparar el existente. Pablo dijo que como yo era el artista del grupo, tenía que diseñar el logo. Mía le dijo que como él era el poeta, que se ocupara del micrófono. Se ve que era un chiste entre ellos, porque ninguno de los demás lo entendimos.

Cada uno de los puntos llevó mucho tiempo de discusión, disputas, complicidades, desarrollo de consideraciones políticas infundadas, e incluso alguno tiró alguna teoría estética aprendida en el primer año, en medio de gritos de Moción de orden, Moción de orden, compañeros. Qué ridículos. Éramos cinco, seis, ocho y nos hablábamos así, delegados, compañeros, como si estuviéramos en el politburó. El politburó estaba en todas nuestras fantasías, incluso las eróticas. Al cabo de un buen rato, cuando el día seguía oscuro y el sol no había aparecido ni aparecería, comenzó a caer una suave aguanieve que tornó la sala aún más helada.

Dos de los delegados, los de Sociología, pidieron un receso en el momento en el que se volvía a discutir sobre el acto de repudio a la guerra de los Balcanes porque de pronto se apagó la computadora y ya tenían hambre. No se preocupen que salvé todo, dijo Mía. Sin embargo, cuando al cabo de unos minutos regresó la luz, la computadora no encendió. Desenchufala y esperá un rato, ya va volver a prender, dijo Pablo. No todos estaban de acuerdo en repudiar la guerra de Bosnia. Discutíamos si debían hacerse dos movilizaciones, un acto a favor y otro en contra, pero los delegados insistían en un receso, porque tenían hambre. Todos teníamos hambre. Votamos para ver si se hacía el receso o no, y ganó el Sí al receso por siete votos contra uno, el de Pablo. La computadora no volvió a encender.

Juntamos dinero entre todos y nos alcanzó para la promoción de pizza y coca cola que vendían en la fotocopiadora de Filosofía. Ellos nunca tenían dinero. Cenamos sin apuro, mientras seguíamos discutiendo sobre el país y el mundo, convencidos de que podríamos cambiarlo con persistencia y con los mismos bríos con los que nos levantábamos cada día. Todo lo que había en esos años era esa pequeña orfebrería de una política rústica, confeccionada a base de ideologías viejas y con más ganas de tener sexo que otra cosa.

Ya era de noche. En este invierno los días son más cortos que nunca. Y, raro, ya no hacía tanto frío. No nos habíamos dado cuenta de las horas que llevábamos allí, y el aguanieve se había convertido en una persistente lluvia que a su vez, en pocos minutos, se había transformado en una fuerte tormenta de granizo y relámpagos que refulgían en el cielo e iluminaban por las ventanas el salón cada vez más oscuro. Algunos de los delegados dijeron que se tenían que ir. Vivían muy lejos y si no salían ya podrían quedarse allí toda la noche. Salieron corriendo bajo el aguacero. Los que no teníamos compromisos familiares o nada que hacer más allá de estas paredes, decidimos esperar a que atemperara el clima.

Por el momento había energía eléctrica, y aunque la computadora no había vuelto a revivir, al menos servía para enchufar el equipo de música en el que poníamos casetes con canciones de King Crimson, Jethro Tull y Led Zeppelin. Con esos insoportables solos de guitarras de cinco minutos le declarábamos nuestra guerra a la trivialidad. Pablo leía unos poemas que decía que eran suyos, a pesar de que todos sabíamos que no era cierto. Eran de Neruda. Pablo hacía esto muy seguido. Siempre leía cosas que decía que eran suyas, pero eran de otros. Si yo era el pintor del grupo, él era nuestro poeta, y también todo en él eran mentiras, desde el largo sobretodo negro de pana hasta las botas verdes de soldado que llevaba a diario, todo era impostado: sucede que a veces me canso de ser hombre, decía, y nosotros le respondíamos con risas, y él decía que lo suyo era postmodernismo y tonterías así, y Mía, que era su novia, se incomodaba. Dos delegadas salieron a ver si encontraban algo en la cocina de la facultad. No había nada en ningún lado. Todo parecía abandonado. Se oía la voz falsamente aguda de Pablo retumbar por los pasillos, imitando el acento chileno: hay espejos / que debieran haber llorado de vergüenza y espanto, / hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.

Estos días no había clases en la universidad. El sindicato había decretado una huelga contra una ley de reforma educativa que proponía el gobierno, y llevábamos seis semanas con las facultades cerradas. Éramos los únicos fantasmas que habitaban el viejo edificio asediado por la tormenta. Éramos los únicos que podían dar quórum para estas discusiones con poca luz e intentar salvar el mundo. O algo. De la cocina volvieron con un foco que sacaron de uno de los pasillos del fondo, por las dudas lo necesitemos, y con un frasco de café soluble sin abrir y una olla con agua caliente. Al menos hay gas, dijo Lucía. El viento soplaba fuerte y se sentía cómo las ramas de los árboles golpeaban con violencia las …

Desconfianza, una clave para entender la democracia en México

sábado, agosto 11th, 2018

¿Es frágil y endeble nuestra democracia? Tres escritores y pensadores se pusieron a debatir sobre el tema y sacaron este libro que, con prólogo de Arnoldo Kraus, está integrado por los capítulos “Parásitos de la libertad”, “La democracia en la oscuridad” y “Otro lugar”. Escrito por Guillermo Fadanelli, Leonardo Da Jandra y L. M. Oliveira, Desconfianza presenta un diálogo entre los autores, quienes tratan la democracia y su práctica más ética a través de distintas reflexiones.

Ciudad de México, 11 de agosto (SinEmbargo).- Por medio de 110 páginas, Desconfianza (Lince ediciones) presenta un diálogo entre los autores Guillermo Fadanelli, Luis Muñoz Oliveira y Leonardo Da Jandra.

Con prólogo de Arnoldo Kraus, el libro acerca al lector a la perspectiva del filósofo y escritor chiapaneco Leonardo Da Jandra ─autor de la novela Samahua, por la que recibió en 1997 el Premio Nacional de Literatura IMPAC (International Dublin Literary Award)─, quien en este texto reivindica la participación ciudadana.

L.M. Oliveira ─Doctor en Filosofía, investigador y autor de las novelas El oficio de la venganza, Bloody Mary, Resaca y Por la noche blanca─, suma a esta publicación una reflexión sobre el miedo con que se vive en México, al tiempo que Guillermo Fadanelli ─fundador la Editorial Moho, Premio Colima de Literatura en 2002 y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte─, hace un retrato de lo que es un hombre ideal para la sociedad.

El público también recorrerá también el pensamiento de destacadas mentes como la del filósofo alemán Friedrich Hegel (1770-1831), del filósofo, economista y sociólogo alemán Karl Marx (1818-1883) y la del escritor e intelectual francés François-Marie Arouet, conocido como Voltaire (1694-1778), entre otros.

–¿La desconfianza es igual para los tres?

–De los puntos que tenemos en común es la desconfianza y nos llevó al título. Es desconfianza a la democracia real, no a la democracia ideal. El libro se trata bastante de cómo caminar de lo que vivimos hacia la democracia teórica que nos gusta defender.

–La gente de todas maneras está reacia al cambio, el PRI y el PAN estaban muy metidos adentro de la gente

–El cambio es necesario por la realidad en que vivimos. Nadie medianamente sensato pretendería el camino que estamos haciendo, el de la violencia, la pobreza, la desigualdad, la corrupción. El libro no se centra en políticas públicas inmediatas, sino que debate a un nivel más amplio. Ahora más bien podemos hablar de las ideas. Tiene sentido lo que ha anunciado el nuevo gobierno, aumentar los salarios, reducir la violencia, frenar la corrupción; creo que el diagnóstico que está siguiendo el nuevo gobierno es adecuado.

Un libro para leer después de las elecciones. Foto: Especial

–La desconfianza es un libro que ya terminaron las elecciones, ¿qué valor tiene?

–Precisamente es bueno un libro leerlo después de las elecciones, se trata de cómo hacemos para construir confianza en la democracia. Es cambiando muchas cosas y una es fundamental es que logremos teniendo más ciudadanos. Es muy difícil que pretendamos tener una democracia plena si no funcionamos como ciudadanos democráticos. No sólo depende de un cambio en el régimen, sino que aspiramos a un cambio en el individuo. El autoritarismo fue muy fuerte en este país y por supuesto que las personas actúan inconscientemente como si tuviéramos un Gobierno papá.

–Pensando en Fadanelli él siempre habla de ser ciudadano, algo que no es simple, que es complejo, ¿qué aportó Leonardo Da Jandra?

–En eso estamos a favor los tres, que haya cambio en el individuo. Da Jandra lo llevó al extremo de irse a vivir a una isla. En su ensayo habla mucho sobre la libertad, que uno la goza pero que deben permitir los demás que las gocemos. ¿Pueden las mujeres caminar libremente? En teoría sí, pero en la práctica no. No se puede lograr con un policía en cada esquina detenga a los hombres que las miran con lascivia. Necesitamos cambiar cómo estamos educando a las personas y a las personas que ya están educadas así, tenemos que reeducarlas. Tenemos que reeducarla para hacer personas democráticas a la gente. La civilización comienza así y hemos ido descubriendo los derechos de las personas. Es a largo plazo. Tenemos que poner las expectativas en su justo medio, pero no podemos exigir ni esperar que dos días después de AMLO tome posesión México sea Suiza. Si esperamos eso, tendremos una larga decepción. Lo que creo que se puede exigir que empiecen a sentar las bases para que sea posible la democracia que queremos.

–Hay tres generaciones entre ustedes, ¿hay confluencia en las miradas de ustedes?

–Los tres coincidimos en la idea de democracia. A partir de ahí por supuesto que hay confluencia. Al final no es que tengamos palpables las diferencias, se pueden detectar en los aspectos prácticos en este libro. Fadanelli, por ejemplo, desmenuza mucho más los caminos a tomar. Yo a veces me centré mucho más en demostrar a veces con datos de dónde viene la desconfianza. Da Jandra es mucho más teórico, sobre todo en pedir que los individuos manejen las cosas con diferente actitud.

–Tú tienes un hijo, Fadanelli y Da Jandra no, ¿cómo viste el nacimiento de tu hijo a la luz de este debate?

–Por supuesto que ese impulso se vuelve más fuerte para tratar de cambiar la realidad. Pero también lo encuentras en ellos. No da igual dejar el mundo cómo lo dejemos. Hay una responsabilidad con las futuras generaciones. Tener al hijo en casa fortalece ese impulso. Jugar en las calles, caminar libremente, no tener miedo de que te secuestren, de que te maten, de que te violen, lo quiero para mí pero también para mis hijos. Yo lo demuestro con cifras. Mucha gente tiene miedo de salir de noche, el 27 por ciento no sale en carreteras, si la mitad de los mexicanos no vive de noche.

–La vida está súper acotada

–La libertad acotada, no caminamos realmente libres. Si estamos juntos es para lograr cosas mejores, lo dice Fadanelli en el libro. Parece que viviéramos atrincherados. La democracia es el único camino, sino el país distinto lo tenemos que construir entre todos.

–A principios del 2000 había una situación especial que fue difuminándose

–La espiral de violencia ha sido tremenda. La paz no se alcanza deseándola. Creo que no hay paz sin justicia. El camino más seguro a la paz es la justicia.

–La paz con justicia se me ocurren los juicios de Argentina, por ejemplo

–Claro. Si quieres acabar con la impunidad pon en la cárcel a todos los individuos que se han robado los recursos públicos. ¿Por qué no hacerlo? Para que se haga más fuerte ese sentimiento de que hay que cambiar la realidad, hay que juzgar a los corruptos y a los asesinos. Más vale que el nuevo Gobierno reforme el Estado y garantice la justicia. También me refiero a la otra justicia, a la social. La desigualdad es tremenda en este país y hay que reducirla lo más pronto posible y de la manera más drástica.

–Los salarios de la justicia revelan hasta qué punto está vendida la justicia

–Ahí hay una medida muy buena del nuevo Gobierno que es reducir el salario y que nadie cobre más que el Presidente. Que nadie gane más que él. No es tan importante su salario sino que se vuelva la parte más alto del escalafón del salario, lo que va a implicar que reduzcan sus salarios. No puede ser que por ley un juez gane 100 veces más que un trabajador. Es indignante. México es el país del mundo más desigual.

Mirar las copas de los árboles mientras ocurre la venganza: Jaime Mesa y L.M.Oliveira

sábado, mayo 5th, 2018

“La vida está llena de fracasos y debemos saber enfrentarlos, pero más aún, creo que debemos volver a jugarnos el pellejo por defender aquello en lo que creemos, igual que hacían algunos monjes como Luis de Cáncer”. Jaime Mesa entrevista al autor de El oficio de la venganza, dos escritores en verbo encendido.

Por Jaime Mesa

Ciudad de México, 5 de mayo (SinEmbargo).- Es fácil reconocer a Luis Muñoz Oliveira en cualquier lugar. Su voz rasposa y festiva, su gorra de los Diablos Rojos del México, su barba gris y, sobre todo, que siempre está rodeado de gente que lo quiere o que disfruta de su compañía. Es un extraordinario narrador oral, confronta, atisba, en dos argumentos puede sintetizar la realidad actual y la del siglo XVI. Es profesor de filosofía en la UNAM, ensayista con dos libros de este género publicados pero, sobre todo, es uno de los novelistas más interesantes hoy. Su voz ha decidido contar una voz casi íntima que nace en la Ciudad de México, sobre todo en colonias como la Condesa y la Roma y que se dispara hacia los más diversos rincones de México y de otros países. Es un autor cosmopolita y no costumbrista. Le interesa el mundo aunque parte de la CDMX.

La editorial Alfaguara le ha publicado la que es su cuarta novela. Se nota la serenidad, la madurez, de alguna forma, la síntesis brutal de sus anteriores trabajos. Además, anuncia varias obsesiones que prefiguran los libros que vendrán. Todo mundo dice, y dirá, que El oficio de la venganza habla de la venganza. De alguna forma a mí me parece que sólo es un riel para la locomotora potente que transporta otros y diversos temas.

Para hablar de esto nos reunimos hace unos días a tomar Matarromera y un estruendoso Casu marzu (queso podrido) para competir con Aristóteles Lozano y su enorme mundo interior.

Se nota la serenidad, la madurez, de alguna forma, la síntesis brutal de sus anteriores trabajos. Foto: Especial

Pienso en una serie de libros a los cuales soy adicto: de aventuras en las que un personaje, con todo en contra, se afana y a través del físico y el intelecto triunfa. Digamos: Robinson Crusoe, El conde de Montecristo. Alivian el tedio de la rutina, por decir algo. Quiero dejar para otra pregunta la elección de la estructura y no tocarla acá pero sí los distintos temas y asuntos que componen El oficio de la venganza. Me da mucha curiosidad porque todo parte de un asunto cotidiano (un engaño, una estafa), más bien tedioso, de alguien de la colonia Roma en la Ciudad de México que aún lee libros, que es medio sibarita, que vive de sus rentas, que tiene tiempo para ir a la mayoría de eventos literarios que hay en la semana. Pero de esa aparente nada la novela se convierte en una historia de aventuras, en una guía de viaje refinado, por distintos estados de México y países; juega con la inclusión de una novela de la que imaginamos (¿o leemos?) fragmentos y, a la manera de Petronio (pienso mucho en el Satiricón y en sus dos pícaros cultos que tiene como protagonistas) y luego Cervantes comenta “cuentos” o historias medio aisladas como la del gran Cabaca o la del fraile dominico Luis de Cáncer.

¿Por qué el tedio produce esos sueños? ¿Por qué la ira de un simple burgués apocado deviene Aleph que es roadmovie, compendio de relatos, clases de historia y arte e, incluso, pequeña biografía de la construcción de un pícaro como el protagonista Aristóteles Lozano? Refino la pregunta que es la misma: ¿Qué esconde el tedio y la abulia de la sociedad actual? El aguijón de tu novela está clavado ahí.

–Sin duda El oficio de la venganza remite a los libros de aventuras, porque la búsqueda de venganza, en este caso, es una aventura. Además, traes a colación a Cervantes y a Petronio, pero recuerda que el propio conde de Montecristo está estructurado como una serie de “historias” o pequeñas aventuras que luego conforman el todo. Como dices, ya luego hablaremos de la estructura pero creo que sumar historias aparentemente desvinculadas es en parte copiar la estructura de la vida. Lo falso es una estructura absolutamente lineal y perfecta que comienza cuando naces y termina cuando mueres. La vida no es lineal, porque no sabemos de qué se trata nuestra historia, la buscamos divagando. Por otro lado, me parece que el tedio es el lugar perfecto para la aventura, igual que la guerra es el mejor lugar para hallar paz: Edmond Dantès, antes de ser Montecristo, es un marinero con una vida muy bien encaminada y feliz. Tom Sawyer pinta bardas y va a la escuela, Jim Hawkins, en La Isla del tesoro, trabaja en una posada sin que pase nada. Hasta que un suceso lo revoluciona todo y comienza la aventura. La vida de Aristóteles Lozano, el personaje de El oficio de la venganza, también está bien acomodada, hasta que aparece Cristóbal San Juan y la revoluciona. Y es que Aristóteles descubre que su vida, como está y quizá como estaba, no tiene sentido. La venganza se lo da. No me parece que la novela se convierta en una guía de turismo gourmet, una novela Michelín. Más bien sucede que Aristóteles viaja a varias ciudades, pero no vemos recorridos especialmente detallados. Es parte de la aventura.

Jaime Mesa y Luis Muñoz Oliveira, en uno de sus tantos encuentros. Foto: Cortesía

–Insisto en este punto. En apariencia calificar una novela como “guía de viaje refinado” o “turismo gourmet” daría una mala impresión. No es mi propósito. Pero no puedo dejar de pensar que el carácter de tu protagonista, Aristóteles Lozano, se vislumbra o se completa en esas zonas de tu novela, durante la persecución (recordemos que dura mucho tiempo) en donde hay pausas entre pista y pista y Lozano tiene tiempo libre. Ese tiempo libre le da un respiro: “ante el miedo y la indecisión, quise comer, tomar vino”. O luego: “Es decir, no sólo me dolía el abandono, no podía dejar de imaginarme a Cristóbal montado sobre mi mujer y eso me encelaba. Decidí que quizá era buena idea salir y comer para tratar de despejar mi cabeza y alejar esas imágenes de ella, así que fui a mi restaurante preferido, pedí vino y espaguetis”. Debemos aceptar, quizá sea una mala costumbre, que la literatura nos ha acostumbrado a los extremos, a lo radical. En lugar de que tu personaje llegue a un bar o se encierre a beber o a reventar la obsesión en un cuarto de hotel, sale serenamente al mundo, a la calle. Lozano va a un café o a un pequeño bistró, pide “agua con gas” y carpaccio, fideuá, “vino y espaguetis”, “embutidos, aceitunas, quesos y pan” o una salchicha con mostaza picante en el Wrigley Field de Chicago. Te cito: “La comida me llevó a soñar con la venganza, no es necesario ser mala persona para disfrutarla. Estoy convencido de que cobrarse las afrentas proporciona su lugar al honor”. No quiero sonar como un necio, pero sin estos momentos, que figuran como si un menú o una lista de platillos mental fueran un mapa de guerra o unas coordenadas para un bombardeo, no habría un personaje completo. Te vas a burlar pero se me antoja, como sé que a muchos otros lectores, recorrer los lugares que menciona Aristóteles Lozano mientras leo la novela. Los recorridos no tienen mil aristas o pormenores pero sí son detallados en cuanto a la sabia elección de un par de ellos que revelan un punto. Tu novela está llena de color local. ¿Sigue sin ser importante para ti?

–Ese es un punto importante: ¿cómo lograr transmitir el color local con dos o tres pinceladas? La comida, y los lugares donde alguien puede pasar un rato, son importantes. Por eso Aristóteles come montaditos en un famoso lugar de la Rambla de Catalunya, en Barcelona; ve con detenimiento una estatua de Bernini en la galería Borghese, en Roma. Como dices, se come un hot dog en el Wrigley Field, en Chicago; mira la catedral de Morelia desde la terraza de un hotel y toma agua con gas; se bebe unos tragos de vodka en un restaurante de Isla Mujeres. Así, tienes razón en que escogí ciertos lugares para pintar y hacer sentir los distintos sitios que visita Aristóteles. Donde discrepo es en la idea de guía gourmet, y creo que la diferencia está en que el personaje no se regodea en los sabores, ni los describe, cito un ejemplo, justo en la Rambla: “Me saludó como si nunca hubiera pasado nada. Se sentó y pidió una clara y unos montaditos”. Es todo. Una guía gourmet nos diría de qué son, seguramente serían de un jamón pata negra. Y se deleitaría en detallarlo.

–Me ha parecido que tu mirada de novelista recupera, en cuanto a asombro, curiosidad, y conocimiento del mundo algo que se había perdido en esta época de novelas monotemáticas. Tu mirada, aclaro, no es enciclopédica ni lo quiere ser. Es la de un niño que todo lo mira por primera vez. Me recuerda a Dumas, Stendhal, Daniel Defoe, a Robert Louis Stevenson. Esos autores que se aventaban, con conocimiento de causa pero con la inocencia que aún les da el enigma del mundo, a explorar. ¿Tu escritura acá fue exploración? ¿Qué sangre cruza las venas de esta novela?

–Corre la sangre de la novela de aventuras, sin duda: Dumas, Stevenson, Kippling. En la búsqueda corren también Los detectives salvajes de Bolaño, por dar un ejemplo. Y tiene otra vertiente, la búsqueda del sentido de la vida de El corazón de las tinieblas de Conrad o de Silencio de Endo. Es decir, es una novela con muchos niveles: el viaje de la venganza, la mofa, la búsqueda de sentido. Y ojo, escogí lugares en los que he estado varias veces, quizá de ahí que se pueda palpar algo de conocimiento de causa, más que enciclopédico. De hecho, déjame contarte algo, quería que Aristóteles fuera a Estambul, pero no me animé a recrearla, con todo y que estuve unos días en esa hermosa ciudad. Pero justo, como te decía antes, no hallé como pintarla con unos pocos trazos y no quería explayarme. Si bien la novela llega a muchos puertos, me esforcé por evitar cualquier coqueteo con la pedantería.

–Tienes razón, tu protagonista es todo menos pedante. Cae bien e interesa genuinamente. No se regodea.

Aquí con otra narradora espectacular: Fernanda Melchor. Foto: Cortesía

EL NARRADOR PERSONAJE: ARISTÓTELES LOZANO

Precisamente me interesa mucho la mirada de este narrador-personaje que es Aristóteles Lozano. Pero, antes: ¿Por qué “rodear” o “exponer” la realidad en tu novela o de tu novela con tantas capas que forman la estructura? Hallamos la historia de Lozano, dividida (de manera aleatoria) en vida burguesa, vida cultural (con guiños y críticas fuertes al medio literario), vida amorosa, vida traicionada; breves historias de: la evangelización en América; fragmentos de la novela inédita y perdida de Tristana Niebla; guía ambulante de comida y lugares de viaje; relatos dentro del relato como la de “Los Divinos”, como la de Cabaca, como las de Julieta, la novelista joven, como las de las estafas y venganzas que emprende el “antagonista” Cristóbal San Juan. En fin, hay una historia central: vida y venganza de Aristóteles Lozano que inicia In medias res y que abre las múltiples digresiones a las causas pero a estas distintas líneas narrativas que, si bien no son accesorias, dan la apariencia de que no existe un solo asunto, una sola cosa. Y me parece que el triunfo de la estructura, los niveles aparecen y desaparecen, a veces, en un mismo párrafo, sin aviso, a veces, pero sin propiciar confusión. La ilusión que se consigue es la de un gran bloque narrativo de una sola veta. ¿Cómo la construiste y por qué pensaste que esta forma de “laberinto expuesto” podría revelar algo? Otra cosa: si bien lo “fragmentario inconexo” está de moda (una moda frágil con densas raíces en los autores latinos, por ejemplo), aunque trabajaste con retazos, lograste, repito, una sola manta narrativa.

–En este caso la estructura es el corazón de la novela que, como bien dices, va y viene en el tiempo. Parte de la historia de venganza y se mete en muchas digresiones. Están ahí para enriquecer al personaje central a través de sus interlocutores. Por ejemplo, la evolución de Cristóbal San Juan, su antagonista, nos deja entender mejor a Aristóteles, que muda de ser un católico sin fe, al misticismo. Lo hace siguiendo los pasos de Cristóbal. La fuerza de la motivación espiritual queda plasmada en la historia de Luis de Cáncer, ese misionero del siglo XVI que va a Florida para llevar pacíficamente la palabra divina. Imagínate la voluntad que hay que tener para emprender esa tarea. Y es que hay un elemento muy importante: Aristóteles está encerrado en una habitación que recrea el interior de una pirámide y pese a estar ahí varios días, no pierde la cabeza ¿por qué? Las digresiones nos ayudan a entenderlo. Por otro lado, también nos explican cómo llegó hasta ahí. En fin, ayudan a construir al personaje. Me preguntas ¿cómo alcancé la estructura?: yo tenía muy clara la ruta del personaje principal y el desenlace. Sin embargo, dos cosas no me convencían: la capacidad de la narración de atrapar al lector y la motivación de Aristóteles para vengarse. Las historias que arropan a la principal no sólo, como ya dije, ayudan a construir los matices del personaje, sino que sostienen el interés del lector y le dan luz a las motivaciones de Aristóteles Lozano. Eso lo conseguí modificando una y otra vez la posición de los capítulos.

–El tema central de tus novelas nunca es la violencia desatada por el narco ni cualquier otra manera de “horror contemporáneo”. Pero, en apariencia, siempre está de fondo. En ese sentido, también es una novela del centro. ¿Me doy a entender? Aparece una mirada tangencial sobre un tema principal hoy en día. Recuerdo que en Por la noche blanca hay una batalla campal, incluso con tanques, por Reforma en la Ciudad de México. Acá hallamos en un capítulo: “‘Más fosas comunes’, titulaba. El México de la última década es un país que se cae a pedazos, parece un glaciar en verano, desmoronándose, ¿cómo vivir tan plácidamente entre tantos cadáveres? El sol estaba radiante y pese a las noticias del rotativo, los vislumbres de la venganza hicieron que sonriera”. Y más adelante una síntesis: “En este país más vale estar siempre presto para escapar: del escudo nacional somos la serpiente, sólo los más corruptos y violentos son el águila. Y serpiente es mucho decir, somos gusanos en un campo despiadado.”

Mi pregunta: ¿esta venganza de Aristóteles Lozano es sólo personal, egoísta o encierra algo más; como la violencia que, aún sin querer se esconde en los narradores del centro?

–Tocas un par de asuntos muy relevantes: el tema de mi novela no es la violencia que ha tomado por asalto a nuestro país, es cierto, pero está presente como nunca antes en mi obra. Se respira la sordidez del México de la segunda década del siglo XXI. Y si lo ves bien, Aristóteles está, de cierta manera, secuestrado, lo que ya es violento en sí mismo. Lo que sucede es que él no es consciente de la gravedad de su situación. Todo esto sucede en Michoacán, que es uno de los lugares que más ha padecido los años violentos. Por cierto, la violencia que flota en la atmósfera de la novela, no sólo es la que desató el narco, la violencia que está en el corazón de mi novela es religiosa. La representa muy bien Luis de Cáncer, pero también la pugna entre los habitantes de Utopía y Nueva Belén.

Pienso en esta frase brutal que escribiste: “El problema de los hippies y de los místicos baratos es que confunden la seguridad que sienten por sus ideas con la fuerza que tienen sus argumentos. Como si creer en algo con vehemencia lo hiciera estar mejor sustentado”. Y esto lo amplío hacia las distintas críticas que hay en tu novela: ya mencioné la que haces hacia México y su corrupción, pero insistes mucho en la observación y juicio sobre el medio literario mexicano: “Hice como si no pasara nada y compré como diez novelas mexicanas del año, para divertirme. La única razón por la que leía a mis contemporáneos era para encontrar de qué reírme. Los comparaba con la ‘literatura de verdad’ y, según yo, ocho de cada diez salían perdiendo. Qué digo ocho, nueve. Luego escribí sendas críticas”.

Aristóteles Lozano es poeta y, también, un crítico de clóset porque escribe con seudónimo. Pero tiene un par de conceptos y revelaciones muy cercanas a lo que desde hace años se ha vivido en México. ¿Por qué le importa a él ese tema del mundo literario y por qué te importa a ti?

La novela se ríe del mundo literario: agentes, premios, listas, traducciones, chismes. Aristóteles es parte del mundillo, pero también es un outsider, y eso le permite mirarlo con mofa y crítica. Y lo mira porque se enamora de la niña de oro de la literatura mexicana. Estando cerca de ella, atestigua su ambición y su hipocresía. Ésta reluce en su manejo de las relaciones públicas, quiere que hablen bien de ella y de sus libros. Es un poco de sal y pimienta para la novela, que no va para nada de eso. Los escritores deberían escribir más y dedicarle menos tiempo a las relaciones públicas, creo.

Como en Resaca, en donde el protagonista se avienta un discurso en el Parque México de la Condesa, acá (el supuesto antagonista) Cristóbal, mucho más teatral y dramático, se envuelve en una piel de cerdo recién trasquilada para predicar en la plaza central, ahora, en un pueblo. Obviamente sé de tu formación filosófica, pero ¿qué representa para ti la figura reiterada del predicador en el mundo contemporáneo?

–Vivimos en un mundo de merolicos. Los merolicos de hoy no necesitan pararse en las plazas públicas, les basta con Twitter.   Pero ahí están. Antes de las redes sociales sólo quedaban las plazas públicas y en ese sentido tanto Pablo, personaje de Resaca, como Cristóbal, en El oficio de la venganza, son personajes de la vieja escuela. No usan redes sociales, pero tienen algo qué decir. Cristóbal es un evangelizador, pretende convencer a las personas de que se unan a su movimiento. También es sacerdote.

Hay un tono sabio y solemne, como extraído de las novelas del siglo XIX, a lo Melville, a lo Dumas: “Hay al menos dos formas de ser: unos amamos la trashumancia, el divagar, la deriva, la vida de río. Y otros sólo quieren dejar de buscar, establecerse, sentar cabeza, comenzar a vivir con los pies bien plantados en la tierra, la vida de árbol”. Esto se puede conectar con mi pregunta sobre el “predicador”.

Pero, además, ya lo he dicho, es un narrador curioso y peculiar, agrego ahora. Sabemos desde dónde está instalado, desde un presente terrible, como prisionero, lleno de espera, tedio y angustia. Sin embargo, de alguna forma mantiene el carácter templado, bajo control. Ya no es un cobarde como lo fue. Tuvo un plan y fracasó, o no sabemos. Pero desde ahí relata varios niveles narrativos. Tiene paciencia y voluntad. Todo eso lo reconocemos por el tono que logra al narrar lo que le sucede. Es una narración en primera persona en presente. Con digresiones que van contando y desglosando ese presente, presentido como infernal. Dices: “Entonces dejé el manuscrito y me levanté, quería mirar las copas de los árboles, planear qué sería prudente y honesto decirle”. Caray, en el siglo XXI, ¿quién hace una pausa para “mirar las copas de los árboles”?

Sí, tu pregunta se conecta con la anterior. Olvidé hablar de los filósofos griegos, los cínicos y los estoicos, por ejemplo. Ellos sabían darle sentido a la vida y “predicaban” en espacios públicos. Aristóteles Lozano, como bien dices, halla una paz y una fuerza que le permiten llevar el encierro con calma. Esa paz la encuentra en Dios: “Dios no es un padre dadivoso, es la fuerza con la que luchas por lo que anhelas, es la enjundia que empuja a la venganza”, escribí. No sé cómo es Dios, pero Cristóbal sostiene que lo encuentras cuando las cosas están en su lugar. Aristóteles, por medio de la venganza, comienza a poner las cosas en su lugar. Y cuando están bien acomodadas no hay lugar para el desasosiego. En la novela aparecen dos personajes secundarios: Caracol y Noche. Ellas también buscan la paz y la encuentran en el presente. Es decir, en el desapego de lo pasado. Ellas y Aristóteles tienen tiempo para mirar las copas de los árboles. Tú también deberías encontrar ese momento, Mesa. Yo lo busco todo el tiempo.

Mi tono no pretendía ser cínico, de ninguna manera. Era una pregunta genuina sin sorna. Pero ya te entiendo, y a Lozano. Quizá mis “copas de los árboles” es mirar beisbol: esa quietud serena que te mira al mismo tiempo que mira al mundo.

Es indudable que muchas lecturas se encaminarán hacia la venganza. Si lo has notado, para mí no tanto. Aunque me queda claro que Aristóteles Lozano lleva a cabo un oficio de la venganza y no es un farsante, es decir: no es una falsa venganza, un plan vacío, me interesa mucho el racimo de temas que vas desglosando, claro, para finalizar con la venganza. Es como si el camino estuviera más florido que la venganza en sí. El protagonista siempre apela a la casualidad, pero también a las señales que se presentan y que o no vemos o que ignoramos: “si hubiera prestado atención a lo que contó aquella noche, seguramente hoy no estaría encerrado en mitad de la nada boscosa y fría de Michoacán”. Me gusta esta contradicción: digamos: la imposibilidad de realizar un plan, cualquiera.

–Claro que se pueden realizar planes, más bien lo que creo es que nunca salen como lo esperábamos. La vida está llena de cosas que no podemos controlar: hay que saber navegar en aguas inclementes y también soportar la calma chicha.

Leo esta frase de Aristóteles: “No sé si hubiera preferido seguir siendo un cobarde feliz o ser el que me trajo hasta aquí, un hombre que sabe lo que importa en la vida, dispuesto a defenderlo”. En tu novela hay un amplio estudio sobre la cobardía, sobre las caídas, sobre el fracaso. Todo esto es motor, leña, para el oficio de Lozano. Pero me parece que ante tanta historia de éxito que nos presenta la cultura contemporánea, hay poco espacio para reflexionar sobre el fracaso. ¿El fracaso, la cobardía, la debilidad de carácter, son síntomas de una enfermedad iniciada en el siglo XX y que en el siglo XXI muestra su real tamaño?

–No sé si la enfermedad de ser cobarde es del siglo XX, no creo. Lo que sí me parece es que “las historias de éxito”, vanagloriarse en Facebook de tu viaje a Machu Picchu, de tu botella de vino española, es una muestra de debilidad de carácter. El inseguro necesita reafirmarse. La vida está llena de fracasos y debemos saber enfrentarlos, pero más aún, creo que debemos volver a jugarnos el pellejo por defender aquello en lo que creemos, igual que hacían algunos monjes como Luis de Cáncer. No hablo de fundamentalismos, hablo de darle el debido peso a lo relevante.

Tu novela es francamente contemporánea. Recuerdo la intención de algunos autores de la Onda de reflejar el tiempo que les tocó vivir, o de otros autores que nacieron y crecieron en la ciudad de México. Cuando los leo, entiendo cómo fue aquel tiempo pero no puedo representarlo en el ahora. ¿Qué me cuentas de este afán de definir y describir un aquí y una hora chilangos? Te digo esto porque parecería existir una ola de reforma, en que la “buena literatura”, o al menos la interesante, ocurre en la frontera o en el norte o en el trópico veracruzano o en cualquier otro lado excepto el centro. Si bien en un momento, ya en declive, atisbamos muchas novelas defeñas. Dice Lozano o alguno de tus personajes: “Pinches chilangos, se creen mejores que nosotros y no lo son”.

–No tengo ninguna intención de que narrar la Ciudad de México sea un postulado fuerte, una postura estética. La uso como escenario porque vivo aquí. Y El oficio de la venganza, precisamente, es una novela sin centro, no podemos decir que “pasa” en la ciudad. No, tiene mucho de viaje y búsqueda y en ese sentido está llena de escenarios, aunque ciertamente la Ciudad de México es uno de los principales. Si viviera en Los Ángeles seguramente ése sería mi punto de partida.

Si no tienes que leer, aquí van 50 libros para pasar el verano

sábado, agosto 12th, 2017

Hay de todo y para todos, libros de novela negra, libros románticos, esos que no puedes dejar de ver con los escándalos mexicanos y alguno de viajes, de filosofía. Ahora que sale la urticaria en los brazos por el sol, ponte a la sombra y elige tu libro favorito.

12Ciudad de México, 12 de agosto (SinEmbargo).- Había que elegir entre los muchos libros que nos llegan a la redacción, sumados a esos que nos llegan por alguna otra vía y que no podemos dejar de recomendar, quedamos en 50, pero hay más, muchos más.

Para este verano, no dejes de elegir tu libro favorito y participa de las trivias en Puntos y Comas, para llevarte uno gratis.

Claudina Domingo, autora del libro de cuentos Las enemigas, editado por Sexto Piso. Foto: Facebook

Uno entre un millón, de Mónica Wood (AdN)

La conmovedora historia de una amistad entre un niño y una anciana de 104 años. Él es un niño obsesionado con los récords Guinnes, un boy scout asignado para echarle una mano en la casa y el jardín. La anciana termina afectando a la familia, cuando el muchacho muere.

Norberto Rivera: El pastor del poder, coordinado por Bernardo Barranco (Grijalbo)

“Tantas razones para la desilusión con la cúpula de la Iglesia Católica y su representante en México, Norberto Rivera. Y este libro enuncia los motivos de ese desencanto, persistente y dolorosamente. Marcial Machel, pederasta, Juan Pablo II, encubridor. Legionarios de Cristo, cómplices. El personaje principal de esta obra, omiso. Difícil reconocerlo, entenderlo, admitirlo”. (Denise Dresser)

Dunkerque, de Joshua Levine (HarperCollins Español)

La épica historia real de Dunkerque, ahora una gran película escrita y dirigida por Christopher Nolan y protagonizada por Kenneth Branagh, Tom Hardy y Mark Rylance. La verdadera historia de los soldados, marineros, aviadores y civiles implicados en los nueve días de enfrentamiento, se ha convertido en leyenda.

El escarabajo de oro, de Edgar Allan Poe (Clásicos B)

Maestro de maestros, Edgar Allan Poe (Estados Unidos 1800-1849) fue prácticamente el creador del relato corto moderno, forma breve que cultivó en todos los géneros. Esta selección reúne las mejores de esas historias de atmósfera enrarecida, que nos conducen, paso a paso, a la zona de miedo, territorio que el autor conoce como nadie.

Participa en la trivia, enviando un mensaje con la fecha de nacimiento de Edgar Allan Poe a [email protected]

El impulso creativo y otros cuentos, de W.Somerset Maugham (Atalanta)

Los cuentos de William Somerset Maugham reúnen las principales virtudes del que fue, a principios del siglo XX, uno de los dramaturgos y novelistas más reputados del Reino Unido. Aquí se recopilan doce relatos en los que Maugham explora la complejidad de la condición humana: la pugna entre lo que uno es y lo que desea ser, la sutil línea que separa la realidad del sueño, pero sobre todo el embaucador poder de las apariencias y los oscuros impulsos que esconden las acciones del ser humano.

En Tiene que llover un Knausgård concentrado y frontal exprime su prodigiosa capacidad evocativa para, cerrando el círculo, describir el camino por el que llegó a convertirse en el autor que conocimos con La muerte del padre. Foto: efe

El hombre que se creía Vicente Rojo, por Sònia Hernández (Acantilado)

Berta cree que está predestinada a que en su vida sólo sucedan cosas desagradables, por lo que algo que pueda proporcionarle una visión diferente de la realidad. Su madre se esconde en una apariencia y unas decisiones que no siempre reconoce como propias. En su vida se cruza un hombre que se presenta como el artista mexicanos Vicente Rojo y desencadenará un sorprendente juego de identidad en el que es difícil reconocerse o diferenciar lo que está a nuestro alcance de lo que es imposible: una enigmática lección de vida.

El título original iba a ser Über coca, para copiarle a Sigmund Freud, pero no me dejaron y básicamente es una historia de aventuras, de un niño que cae en las redes del narcotráfico. Es un dealer y tiene que escaparse, dice Luis Muñoz Oliveira de Por la noche blanca. Foto: SinEmbargo

Por la noche blanca, de Luis Muñoz Oliveira (Ediciones B)

Imagina por un momento que embarazas a tu novia. Sabes que nada volverá a ser lo mismo y más cuando eres tan sólo un joven estudiante. ¿Qué harías? El autor presenta Por la noche blanca (Ediciones B, 2017), el sendero de la cocaína, un dealer en una ciudad demencial como México. Un protagonista que se llama Otelo y siempre esa mujer sensual que te obliga a hacer cosas que no harías voluntariamente.

Participa en la trivia, enviando un mensaje diciendo cuál es la editorial que publica este libro a [email protected]

Clarissa, de Stefan Zweig (Acantilado)

Clarissa, hija de un militar austríaco, conoce en Lucerna a Léonard, un joven socialista francés del que se enamora. El estallido de la Gran Guerra separa a los amantes y la joven, que ha quedado embarazada, debe volver a Austria en medio de una Europa que se desgarra, donde toma la decisión de tener y criar a un hijo del enemigo. Esta conmovedora novela tardía de Zweig es hoy considerada el testamento en el que el extraordinario escritor austríaco condensó los ideales humanísticos que abrazó durante toda su vida.

Clarissa, es hoy considerada el testamento en el que el extraordinario escritor austríaco condensó los ideales humanísticos que abrazó durante toda su vida. Foto: Especial

Estilo. Escritos literarios de un opiómano inglés, de Thomas De Quincey (Páginas de Espuma)

Los dos ensayos –“Conversación” y “Estilo”– que forman este Escritos literarios de un opiómano inglés son una deliciosa muestra, al más puro estilo quinceyniano, de una de las facetas menos frecuentadas del autor de Del asesinato considerado como una de las bellas artes, excelente y atinado ensayista. Si “Conversación” es –en palabras del escritor Andrés Barba, que ha seleccionado, traducido y prologado estos escritos– una pequeña máquina del tiempo en la que se intenta reivindicar como necesaria la alegre conversación imprevisible por encima de aquellas más cultas, en “Estilo”, atravesando sin pudor y con acierto multitud de temas, De Quincey reflexiona entre otras cosas sobre el origen de la prosa y de las ciencias “de la soledad”.

El diario de la princesa, de Carrie Fisher (Nova)

Cuando Carrie Fisher descubrió los diarios que había escrito durante el rodaje de La guerra de las galaxias, la primera película de la trilogía Star Wars, le asombró descubrir unos ingenuos poemas de amor y unas cándidas reflexiones que apenas reconocía. Hoy Carrie Fisher ha pasado a la historia como actriz e icono pop, pero en 1976 solo era una chica de diecinueve años perdidamente enamorada de su compañero en la pantalla, Harrison Ford. Con extractos de sus cuadernos manuscritos, El diario de la princesa es el recuerdo íntimo y revelador de lo que sucedió dentro y fuera de uno de los sets de rodaje más famosos de todos los tiempos. Pero Fisher también reflexiona sobre la fama y el absurdo de una vida inventada por la realeza de Hollywood. La sinceridad de sus palabras convierte este libro en las conmovedoras memorias de la inolvidable princesa Leia Organa.

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El marinero raso, de Francisco Goldman (Océano)

Con una nueva traducción, esta vez a cargo de la novelista Fernanda Melchor, se reedita la novela de Goldman. Esteban, un nicaragüense exguerrillero sandinista, es llevado, junto con otros catorce hombres, desde América central con la promesa de trabajar a bordo de un buque de carga. Sin embargo, el Urus es un oxidado armatoste abandonado en un aislado muelle de Brooklyn. La tripulación vive meses en condiciones terribles: atrapados, sucios, enfermos y humillados; víctimas de su propia pobreza y la trapacería de los demás.

Aunque la escritura es una forma de hacer un viaje fuera del planeta, pues mi capacidad de abstracción a la hora de escribir es muy potente. Podía escribir en el comedor, no tenía estudio, mientras mis hijos pequeños andaban de aquí para allá o algunas de mis ex parejas teniendo una ardiente conversación con amigas en el extremo de la mesa donde yo escribía, decía Guillermo Samperio. Foto: SinEmbargo

Mi nombre escrito en la puerta de un váter, de Paz Castelló (Umbriel)

A pesar de su gran talento, Mauro Santos no consigue que ninguna editorial le publique. Frustrado, acepta un acuerdo con Germán Latorre, un afamado presentador de televisión que convierte en oro todo lo que toca. El trato consiste en que Mauro le venda dos novelas ya escritas –y que previamente han sido rechazadas por varias editoriales– y escriba para él dos más, convirtiéndose así en su negro literario.

Bajo la firma de Germán, las obras de Mauro se convierten en best sellers internacionales, con ventas millonarias en todo el mundo, decenas de traducciones y una gran respuesta por parte de la crítica y los medios.

Donald Trump. El Aprendiz, coordinado por Jorge Zepeda Patterson

Donald John Trump el primitivo, el bravucón, el visceral, el desconfiado, el inestable, el demagogo, el pesimista, el constructor de muros, el fenómeno que se trasciende así mismo. Su llegada a la presidencia de Estados Unidos marcó un viraje radical en la relación con México que ahora se vislumbra tormentosa. El matrimonio por conveniencia con el vecino del norte ha degenerado en una unión abusiva sin opción a divorcio. En este contexto, once especialistas alertan sobre las consecuencias que nuestro país deberá enfrentar ante el racismo, las declaraciones viscerales, las amenazas populistas, la falta de estrategia para el combate al narcotráfico y la ruptura del diálogo de un empresario sin escrúpulos que dirige los destinos del país más poderoso del mundo como si fuese un reality show.

Las moradas, de Nicolás Cabral (Periférica)

Dos citas abren este exigente libro de relatos: una de Santa Teresa de Jesús (“Verdad es que no en todas las moradas podréis entrar por vuestras fuerzas…”) y otra de Jacques Lacan (“Toda entrada del ser en su morada de palabras supone un margen de olvido…”). En ellas se nos anticipa ya del mejor modo un texto hipnótico y fuera de lo común, lleno de voces y situaciones. Hay relatos en estas páginas que van de lo real a lo irreal, de lo aparentemente terrenal a lo fantástico. Pero por encima de los temas –y de la maestría para abordar las distintas maneras de escribir un cuento– hay algo que raramente encontramos en la mayoría de escritores del presente: la huida de lo consabido, el desdén por los lugares comunes.

Oda a la soledad, de Gisela Leal (Alfaguara)

La anécdota que anima Oda a la soledad no es extraordinaria; la novela, sí. La trama parte de la tentativa de suicidio de Emiliano Rivera del Pozo, exitoso cineasta neurótico que mantiene una tensa -por decir lo menos- relación con sus padres. A partir este hecho, la autora establece las coordenadas familiares y sociales que están detrás de la decisión. ¿Qué hay de extraordinario en todo ello? Nada. Excepto que la forma como se muestra al lector es una suerte de explicación, es una respuesta a la pregunta “¿Cómo llegó a suceder que el protagonista tomara la decisión de suicidarse?” y, detrás de ésta, a la más importante y general: “¿Cómo llegamos a ser lo que somos?”

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Mariana Enríquez ama los cuentos de terror y el terror para ella no son los poderes supranaturales. Foto: Cortesía Vito Rivelli

Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez (Anagrama)

El mundo de Mariana Enriquez no tiene por qué ser el nuestro, y, sin embargo, lo termina siendo. Bastan pocas frases para pisarlo, respirarlo y no olvidarlo gracias a una viveza emocional insólita. Con la cotidianidad hecha pesadilla, el lector se despierta abatido, perturbado por historias e imágenes que jamás conseguirá sacarse de la cabeza. Las autodenominadas “mujeres ardientes”, que protestan contra una forma extrema de violencia doméstica que se ha vuelto viral; una estudiante que se arranca las uñas y las pestañas, y otra que intenta ayudarla; los años de apagones dictados por el gobierno durante los cuales se intoxican tres amigas que lo serán hasta que la muerte las separe; el famoso asesino en serie llamado Petiso Orejudo, que sólo tenía nueve años; hikikomori, magia negra, los celos, el desamor, supersticiones rurales, edificios abandonados o encantados…

Alguien bajo los párpados, de Cristina Sánchez-Andrade (Anagrama)

Dos ancianas, Olvido Fandiño y su criada Bruna, deciden emprender un viaje, un último viaje. Lo harán en un viejo Volkswagen escarabajo, en cuyo maletero introducen un bulto sospechoso que parece un cadáver. Conducirá doña Olvido, que para algo es la orgullosa poseedora del primer carnet de conducir expedido a una fémina en la ciudad de Santiago. Ambas mujeres (que llevan media vida juntas, se pelean todo el día pero no saben vivir la una sin la otra) forman una extraña pareja. Quedaron unidas para siempre por un hecho terrible del pasado: un hecho relacionado con el matrimonio de Olvido con un abogado con simpatías galleguistas, la excéntrica familia de éste –que incluye a un hermano coleccionista de muñecas que hace misteriosos viajes a París– y los amoríos de la criada de la casa, con el trasfondo del estallido de la Guerra Civil y el mundo rural gallego.

Escribir con caca, de Luis Felipe Fabre (Sexto Piso)

Un nuevo libro para descubrir al nuevo Salvador Novo. A través de un exhaustivo pero lúdico repaso de la vida y obra de Novo, Fabre reivindica el carácter subversivo de su analidad, de una escritura que el propio Paz denominó como “escribir con caca”, en un México posrevolucionario cuyas vanguardias artísticas continuaban dominadas por el arquetipo del macho y su virilidad. En cambio Novo, a través de su poesía y de sus sonetos escatológicos, mordaces, inmisericordes principalmente consigo mismo, combinó como nadie una prodigiosa sensibilidad con una originalidad transgresora, que lo llevó a incorporar a su obra elementos sucios, plenamente viscerales, que a través de su precisa escritura resuenan en lo más hondo de nuestros anhelos y miedos más soterrados.

La fiesta de los niños desnudos, de Imanol Caneyada (Tusquets)

No es una novela negra, pero sí. Gregorio odia a su padre, ese viejo músico pedante y engreído. Lo odia y desea su muerte. Pero también odia su propia mediocridad, así que cuando el anciano finalmente fallece –casualidad o milagro- el hijo abandona su vida de apariencias y se autoexilia en el inframundo de los mendigos y los vagabundos, los invisibles, los menos que nada. Liberado de toda aspiración, Goyo se redescubre en ese mundo paralelo donde imperan otra ley y otra moral, más humanas pero, por lo mismo, más salvajes y perversas. Aquí el amor se conoce entre la mugre, bajo un techo de cartones por los que no hay que pagar treinta años de hipoteca; aquí el éxito y el fracaso son términos carentes de significado para los miembros de esa sociedad de ángeles caídos

Salvador Novo fue un gran poeta. Foto: SinEmbargo

Las enemigas, de Claudina Domingo (Sexto Piso)

Es un libro de nueve relatos de vena psicológica y fantástica que exploran tres temas fundamentales: los vínculos con la raíz materna, la muerte y la gemelidad.

En varios de los relatos la imbricación de la madre y la muerte da pie a un tratamiento trágico; se trata, pues, de la presencia de una madre devoradora del alma del hijo, una manifestación de los impulsos enemigos que existen en toda experiencia de maternidad y que la sociedad busca esconder. En otros casos se explora la ausencia de la figura materna y sus secuelas psicológicas en individuos confrontados interiormente por esta carencia. Cada cuento tiene una muerte como centro gravitatorio más que como punto final; en torno de esa muerte —la propia, la de la madre, la de la hija, la del hermano, la del enemigo— los personajes se ven lanzados a un proceso de transformación psicológica, base de la trama de cada relato.

Narcocorridos. La música de los capos, guerrilleros y el México profundo de las drogas, de Elijah Wald (Ediciones B)

Este es el primer libro dedicado a la variedad actual del corrido mexicano y también una narrativa de viajes con observaciones sobre la cultura mexicana y de los inmigrantes mexicanos en los Estados Unidos. El corrido figura entre los estilos más populares de música latina en los EEUU y los países del sur. Aunque los medios anglos, cuando hablan de la música latina, siempre hablen de salsa y merengue, la mayoría de los discos latinos vendidos allí son de música mexicana y un gran porcentaje de ellos consisten de corridos del narcotráfico, tocados al ritmo de polka o vals por conjuntos de acordeón o bandas de viento. Muchas de estas canciones siguen teniendo el estilo clásico de las baladas y romances medievales, y son un vínculo anacronistico entre las tradiciones poeticas más antiguas europeas y el mundo de la cocaína “crack” y el “gangsta rap.”

Participa en la trivia, enviando un mensaje diciendo cómo se llama el autor del libro a [email protected]

Participa de las trivias y gánate un libro de Edgar Allan Poe. Foto: Especial

 

Después apareció una nave. Manual para nuevos cuentistas, de Guillermo Samperio (Páginas de Espuma)

Con una gran claridad y profundidad, con ejercicios prácticos y textos de escritores este manual enseñará al lector a escribir correctamente todas esas historias que posee. Este libro sobre las diversas maneras de escribir cuentos está cimentado en las lecturas, la escritura y los diversos talleres de cuento que ha impartido su autor, el reconocido cuentista mexicano Guillermo Samperio. En sus páginas se combinan lo histórico, lo teórico y lo práctico. Así, se pone el acento en ofrecer varias guías para la escritura cuyos conceptos son sencillos y prácticos. La reflexión que inspira estas páginas es que cualquier persona es capaz de escribir cuentos, pues en su espíritu están grabadas diferentes historias.

El instante de luz, de Nina Riggs (Océano)

Nina Riggs estuvo lidiando con un cáncer de mama agresivo durante casi un año, pasando por los procesos de quimioterapia, mastectomía y radiación. Pero una tarde, mientras ella y su esposo enseñaban a su hijo a andar en bicicleta, cayó y se rompió la columna. Una resonancia magnética reveló un tumor sobre su columna vertebral: el cáncer se extendía como sobre sus huesos. Lo cual sugirió que tenía entre 18 y 36 meses de vida. Inspirada en la frase de Montaigne “Quiero que la muerte me encuentre plantando mis coles, sin preocuparme por ello, menos aún, por un jardín inconcluso”, la autora desafía la noción de “luchar” contra el cáncer, pues no busca “ganar” sino hacer lo que tiene que hacer: cuidar a su familia, comprar comestibles, manejar las finanzas, acudir a los tratamientos médicos, incluso escribir este libro.

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Apocalipsis Island México, de Antonio Malpica (Océano)

Sin servicios públicos y con las calles pobladas de muertos vivos se sostiene una absurda sociedad conformada por tribus extravagantes que pugnan por sobrevivir. Es en este escenario en el que, después de un prolongado coma, despierta el profesor de matemáticas Gustavo Tapia y se une a la batalla diaria al lado de personajes como Malasangre, una ex alumna suya, Roque Mancilla, un minusválido de ácido humor y Teo Urquiza, un calamitoso chico con la peor buena suerte del mundo. Todos ellos, compartiendo el mapa urbano con los Yolos, los Hermanos del Mundo y los Boinas negras, confirman que la Ciudad de México no es más que una bomba de tiempo a punto de estallar en mil pedazos.

Apocalipsis Island, una novela juvenil…para adultos y niños. Foto: Especial

Manual del treintón (que no entiende nada), de Juana Inés Dehesa (Océano)

Tras el éxito de Treintona, soltera y fantástica, Juana Inés Dehesa vuelve a la carca con otro examen sobre los discursos y expectativas de su generación. Ahora toca el turno a los hombres: especialmente a esos que parecen tenerlo todo para triunfar en el trabajo y la pareja, pero que siguen reproduciendo conductas de solteros empedernidos y finalmente insatisfechos.

Perro de ataque, de Darío Zalapa (Ediciones B)

Alguien muere en la oscuridad. ¿A quién le importa el cadáver de un joven anónimo arrojado desde un puente? ¿Quién llora por el vecino solitario que es acribillado en la noche? Roque es un burócrata ordinario, pero el destino le tiene preparada una jugada entre el crimen organizado, la venganza y la ira. Alguien muere en la oscuridad. ¿A quién le importa el cadáver de un joven anónimo arrojado desde un puente? ¿Quién llora por el vecino solitario que es acribillado en la noche? Roque es un burócrata ordinario, pero el destino le tiene preparada una jugada entre el crimen organizado, la venganza y la ira. Quintana es un reportero de nota policiaca, pero su pasado lo condena a través de la droga y la corrupción. Él dibuja la ciudad en los periódicos.

Efecto Vudú, de Édgar Omar Avilés (Block)

Una novela sobre mundos fantásticos¿Te atreverías a modificar el pasado para evitar un error? Madamme Garcell, madre de Ychi, ha convertido accidentalmente a su hijo en un zombi, y está dispuesta a realizar los hechizos que sean necesarios para impedir su tragedia. Édgar Omar Avilés (Morelia, México, 1980) es autor de los libros No Respiramos: inflamos fantasmas; Cabalgata en duermevela; Luna cinema; Embrujadero y La noche es luz de un sol negro.

El olvido de Bruno, por Édgar Borges (NitroPress)

Para Bruno decir Bruno es recordar parte de su historia. Una voz le narra su vida; una enfermedad le hace dudar de la realidad. ¿Alzheimer?, ¿esquizofrenia?, ¿hipocondría? Bruno era un viejo librero muy querido en el barrio. Solo Eliana, su mujer, conocía su padecimiento. Eliana era escritora y le enseñó a inventar relatos para llenar los vacíos de la mente. Contar, contarse; imaginación para salvar la memoria.

Un día la mujer desaparece. El hombre no recuerda si murió o lo ha abandonado. Solo sabe que ella sufría una enfermedad y que a gritos pedía la muerte; también recuerda que él se inventó una niña para evadir los llamados de su mujer.

El olvido de Bruno es una novela sobre la memoria, la invención y el amor.

El tango. Cuatro conferencias de Jorge Luis Borges. (Lumen)

Gracias a los tres mil pesos que le otorga el segundo Premio Municipal de Literatura, Borges dedica el año 1929 a una investigación sobre el poeta Evaristo Carriego que se transforma en un profundo y revelador estudio sobre el mundo del tango.

Más de treinta años después revive ese mundo, que lo había adentrado en los bajos fondos de la Ciudad de Buenos Aires, en cuatro conferencias que dicta los lunes de octubre de 1965 a las siete de la tarde en un departamento del barrio porteño de Constitución. Lúcido y ocurrente, Borges exhuma el Palermo y el Sur de antaño, poblados de compadritos, guapos, niños bien, patoteros, “casas malas” y milongas, para interpelar el origen, los símbolos, los mitos y la lírica de la música emblemática del Río de la Plata.

Participa en la trivia, enviando un mensaje diciendo cómo se llama el autor del libro a [email protected]

La editorial Alfaguara acaba de publicar La biblioteca de los libros rechazados, nuevo trabajo del escritor francés David Foenkinos. El autor que conquistó a más de un millón de lectores con La delicadeza y ganó el Premio Renaudot y el Goncourt des Lycéens con Charlotte retorna al panorama narrativo con un thriller romántico sobre el enigma de un manuscrito rechazado. Foto: Especial

 

La biblioteca de los libros rechazados, de David Foenkinos (Alfaguara)

En Crozon (Bretaña), un bibliotecario decide albergar todos los manuscritos que han sido rechazados por los editores. Estando de vacaciones en la localidad bretona, una joven editora y su marido escritor visitan la biblioteca de los libros rechazados y encuentran en ella una obra maestra: Las últimas horas de una historia de amor, novela escrita por un tal Henri Pick, fallecido dos años antes. Rodeado de un gran misterio, el libro triunfa en las librerías, provoca efectos sorprendentes en el mundo editorial y cambia el destino de muchas personas, especialmente el de Jean-Michel Rouche, un periodista obstinado que duda de la versión oficial de los hechos. ¿Y si esta publicación no es más que un cuidado plan de marketing?

El billar de los suizos, de Guillermo Fadanelli (Cal y Arena)

El billar de los suizos, título misterioso, incluso para mí es un libro que deseaba escribir desde hace varios años. Fue necesario reunir mis crónicas de viaje con el propósito de inventar que en verdad tuve un pasado y que los continuos viajes que realicé durante un cuarto de siglo, no fueron más que estaciones de un tren que ya no posee un destino. Si el paseo es agradable entonces el destino resulta secundario”, dice Guillermo Fadanelli.

Avísenle que sigo en Tenochtitlan, de Maurizio Guerrero (NitroPress)

Cuatro relatos largos que muestran que la terrible realidad en el México actual se elabora día con día a partir de traiciones, desconfianza, odio, rencor y venganzas, tanto en la política y en los negocios, como en las relaciones personales y el amor. La sordidez de los relatos que componen este libro proviene de sus temas. Cada detalle ha sido visto, tocado, olido por el autor.

Un beso en el futuro, de Raquel Castro (Alfaguara)

Nancy ha recibido un augurio: hay un beso en su futuro y está inquieta porque Jonathan, su mejor amigo desde niños, ha dejado de ser el chico raro y un poco tonto de la infancia. Tiene que aceptar que se ha convertido en un galán muy simpático y… sí, se ha enamorado de él. Ahora tiene delante un futuro en el que no sabe si creer y un secreto en su presente que no se atreve a revelar a nadie. Pero no es la única en su escuela que guarda un secreto, porque el amor es más complicado de lo que parece, la amistad está en juego y va a necesitar paciencia, buen humor y un poco de suerte para no salir lastimada. Y, claro, para llegar sana y salva al encuentro con aquel beso. Una historia que equilibra los sentimientos, el valor de la amistad y la tolerancia.

Cuaderno de faros, de Jazmina Barrera (Fondo Editorial Tierra Adentro)

Los ensayos de este volumen constituyen una colección alimentada pacientemente con apuntes de viajes, crónicas personales, recuerdos de lecturas y referencias históricas. La autora nos invita a descubrir algunos faros reales —como el de Alejandría— y otros procedentes de la literatura —en obras como las de Virginia Woolf, Lawrence Durrell, Suetonio, Homero, Plinio el Viejo, James Joyce, Herman Melville, José Gorostiza o Luis Cernuda—. De forma paralela, nos sumerge en una reflexión sobre los límites del coleccionismo, al cual interroga con una mirada lúcida y marcada por la añoranza.

Libros con el corazón para un verano muy lector. Foto: Shutterstock

Corrupción policial, de Don Winslow (Océano)

Esta es la historia de un condecorado sargento de la Unidad Especial del Departamento de Policía de Manhattan Norte de Nueva York, Denny Malone. Un hombre excesivo, violento, que ama a su familia, pero también a su trabajo, por lo que siempre tiene en la mira salir a las calles hacer justicia, pero en muchas ocasiones también puede convertirse en un ser dañino y muy corrupto.

La pampa imposible, de David Miklos (Literatura Random House)

Un hombre joven está en casa con su mujer. Mientras ella pela almendras, él lee la noticia de la desaparición de un avión en pleno vuelo. Su memoria, entonces, se abre a dos momentos de su pasado. En el primero, revisita la casa en la que pasaba el verano con su familia ahora ausente, y rememora las últimas vacaciones en las que todos estuvieron juntos. En el segundo, el narrador cuenta el último tramo de su infancia tardía en Montebello, el suburbio en el que siempre vivió. En la calle cerrada de Rayo es donde comparte aventuras con sus amigos, donde descubre su sexualidad y el amor: Laura, una vecina que muere en un accidente aéreo, era su amor platónico.

Más allá del invierno, de Isabel Allende (Plaza & Janés)

Isabel Allende parte de la célebre cita de Albert Camus –“en medio del invierno aprendí por fin que había en mí un verano invencible”- para urdir una trama que, a ritmo de thriller, presenta la geografía humana de unos personajes propios de la América de hoy que se hallan “en el más profundo invierno de sus vidas”: una chilena, una joven guatemalteca ilegal y un maduro judío norteamericano. Los tres sobreviven a un terrible temporal de nieve que cae en pleno invierno sobre Nueva York y acaban aprendiendo que más allá del invierno hay sitio para el amor inesperado y para el verano invencible que siempre ofrece la vida cuando menos se espera.

Matemáticas para las hadas, de F.G.Haghenbeck (Grijalbo)

Ésta es la historia de una mujer excepcional, Ada Byron, que se sentía más cómoda entre números, hadas y faunos, que en el ajustado corsé de la realidad cotidiana. F. G. Haghenbeck nos presenta el fascinante retrato de este personaje complejo, vibrante y poco conocido. Con un estilo ágil y preciso nos introduce en el mundo de una mente maravillosa, capaz de conjugar el rigor del pensamiento matemático con la creatividad mágica y poética. Matemáticas para las hadas es una novela sobre la pasión de una mujer, ese sentimiento que descubrimos en cada faceta de la vida.

Bareback Juke-Box, de Wenceslao Bruciaga (Moho)

En sus manos tienen una novela que desborda energía catastrófica y se rebela contra la comodidad. Editorial Moho tenía el compromiso de publicarla porque libros así ponen en entredicho nociones de libertad convencionales. Hay que someter nuestros prejuicios a los mayores ataques. La literatura de Wenceslao Bruciaga es ideal para esta confrontación. Bareback Juke-Box es una historia de ficción —aunque utilice nombres que pertenecen a la cultura popular— y es también consecuencia de la experiencia personal del escritor.

Tiene que llover, de Karl Ove Knausgard (Anagrama)

Hasta que la insatisfacción que también lo había perseguido siempre se imponga, dando un sonoro carpetazo a la época que se dibuja en este libro: un tiempo del

que emerge completa la silueta de un hombre atormentado, contradictorio e imperfecto, cada vez más próximo a emprender el autoanálisis inmisericorde que le llevará a descubrir el alcance de su vocación, tan trabajosamente conquistada. El mismo autoanálisis al que los lectores de todo el mundo han asistido, imantados, a lo largo de una saga de ambición infrecuente y escala titánica, que con Tiene que llover (veloz, libre, esencial, desnudo) entrega otro volumen inolvidable muy cerca de la culminación definitiva.

Isabel Allende escribió un libro sobre el amor en la tercera edad. Foto: efe

La mujer inexistente, de Jaime Mesa (Alfaguara)

Beatriz Mella, escritora de prestigio casi confidencial y maestra de talleres literarios, establece a veces relaciones que le convienen con miras al gran reconocimiento crítico y del público. Mientras tanto, en sus escasísimas publicaciones, suele firmar como Milena Betancur. Ya llegarán la fama, el poder, la gloria, piensa. La cosa es que no, no llegan; de hecho, parecen eludirla. De hecho, parecen huirle. ¿Por qué?, se pregunta. Con su talento, su gran prosa, sus virtudes escriturales, su dedicación total a la literatura…

Patria, de Fernando Aramburu (Tusquets)

El día en que ETA anuncia el abandono de las armas, Bittori se dirige al cementerio para contarle a la tumba de su marido el Txato, asesinado por los terroristas, que ha decidido volver a la casa donde vivieron. ¿Podrá convivir con quienes la acosaron antes y después del atentado que trastocó su vida y la de su familia? ¿Podrá saber quién fue el encapuchado que un día lluvioso mató a su marido, cuando volvía de su empresa de transportes? Por más que llegue a escondidas, la presencia de Bittori alterará la falsa tranquilidad del pueblo, sobre todo de su vecina Miren, amiga íntima en otro tiempo, y madre de Joxe Mari, un terrorista encarcelado y sospechoso de los peores temores de Bittori.

La hija de Stalin, de Rosemary Sullivan (Debate)

Profunda y ambiciosa, esta biografía pinta el insólito retrato de una mujer atormentada, utilizada como un peón en la Guerra Fría y, que a pesar de sus repetidos intentos por desvincularse del pasado, se vio siempre atrapada por la alargada sombra de su padre. Sullivan logra explorar un personaje complejo en un aún más complejo contexto sin nunca perder de vista la poderosa historia humana, y reabriendo a lo largo del proceso, las puertas cerradas de la brutal Historia del corto siglo XX que tanto nos fascina.

Fernando Aramburu escribe “Patria”, para Tusquets. Foto: Especial

Según venga el juego, de Joan Didion (Literatura Random House)

A sus treinta años, Maria Wyeth se encuentra emocionalmente a la deriva y ajena a todo lo que la rodea. Su carrera de actriz se ha limitado a papeles en películas de tercera y siempre ha vivido a la sombra de su marido, un reconocido director de Hollywood que nunca le ha permitido tomar sus propias decisiones con respecto a su hija de cuatro años, recluida en un centro médico para niños con necesidades especiales, ni con respecto a su nuevo embarazo.

La carta del abuelo, de Diego Gaspar (Suma)

Dos hermanos gemelos con una profunda capacidad para comunicarse sin palabras. Una carta fragmentada en tres folios que los conduce a una aventura familiar, a la entraña de un misterio de dolor y anhelo de supervivencia. Un viaje que les hace experimentar y desvelar algunos de los grandes secretos de la filiación. El verano más inolvidable de sus vidas.

Temporada de caza para el león negro, de Tryno Maldonado (Alfaguara)

El encumbramiento y la caótica vida de un joven pintor. Sus excesos en un mundo lleno de snobs, farsantes y estafadores con aspecto de galeristas, curadores y críticos de arte. En el cerebro de Golo, el inolvidable protagonista de esta novela, hay instalados veloces y violentos juegos mecánicos y de video, siempre en funcionamiento por obra y gracia de generosas cantidades de drogas diversas. De esa tormenta mecánico-eléctrico-neuronal surgen insólitas piezas de arte cuya cotización en el mercado va siempre a la alza. O casi. Golo es joven, bello, genial cuando pinta, incansable en el sexo, impenetrable en sus prolongados silencios y en sus días de abulia. Para su joven amante gay, Golo es un dios pagano al que se ofrecen sacrificios sin recibir a cambio dones.


La tigresa y el acróbata
, de Susanna Tamaro (Seix Barral)

La tigresa y el acróbata narra la vida de una tigresa siberiana desde su nacimiento, pasando por la temprana pérdida de su madre en la taiga hasta una amistad fortuita con un chamán que la enseña a regirse por la sabiduría del corazón. Una historia alegórica sobre un alma libre y el largo viaje que a veces debemos emprender para encontrar de nuevo el camino de regreso a casa.

Nunca fui Primera Dama, de Wendy Guerra (Alfaguara)

Vital, humanísima y profundamente conmovedora, esta novela ha sido revisada, corregida y aumentada por su autora. Esta edición incluye un nuevo capítulo final: Sin Fidel. El secuestrador ha muerto, la jaula queda abierta y no siento el impulso de salir sino el pánico a que alguien desconocido entre por esa puerta. Ahora, cómo vamos a vivir sin alguien que nos diga lo que tenemos que hacer. Las líneas anteriores resumen de un trazo el estado paradójico de la Cuba de hoy, liberada y huérfana al mismo tiempo tras la muerte de Fidel Castro.

Leonardo Da Vinci: Cara a cara, de Christian Gálvez (Aguilar)

“Muchos de los manuscritos sobre anatomía humana están en posesión de Francesco Melzi, un gentilhombre de Milán que era un hombre bello en el tiempo en que Leonardo vivía y al que le profesaba un gran cariño. Francesco aprecia y conserva estos trabajos como reliquias de Leonardo, junto con el retrato de este artista en su feliz recuerdo.” Con estas palabras Giorgio Vasari, uno de los primeros historiadores de arte y autor de las biografías de los artistas italianos durante el Renacimiento, asegura que existe un retrato de Leonardo da Vinci que Francesco Melzi, alumno, secretario y albacea del artista florentino, guardó al morir el maestro. Por lo tanto tenemos una referencia histórica real de dicha imagen.


La chica que dejaste atrás
, de Jojo Moyes (Suma)

En 1916 el artista francés Édouard Lefèvre ha de dejar a su mujer, Sophie, para luchar en el frente. Cuando su ciudad cae en manos de los alemanes, ella se ve forzada a acoger a los oficiales que cada noche llegan al hotel que regenta. Y desde el momento en que el nuevo comandante posa su mirada en el retrato que Édouard pintó a su esposa nace en él una oscura obsesión que obligará a Sophie a arriesgarlo todo y tomar una terrible decisión. Casi un siglo más tarde, el retrato de Sophie llega a manos de Liv Halston como regalo de boda de su marido poco antes de su repentina muerte. Su belleza le recuerda su corta historia de amor. Pero cuando un encuentro casual revela el verdadero valor de la obra, comienza la batalla por su turbulenta historia, una historia que está a punto de resurgir, arrastrando con ella la vida de Liv.

ENTREVISTA | La Ciudad de México está cada vez más violenta: Luis Muñoz Oliveira

sábado, junio 10th, 2017

Imagina por un momento que embarazas a tu novia. Sabes que nada volverá a ser lo mismo y más cuando eres tan sólo un joven estudiante. ¿Qué harías? El autor presenta Por la noche blanca (Ediciones B, 2017), el sendero de la cocaína, un dealer en una ciudad demencial como México.

Ciudad de México, 10 de junio (SinEmbargo).- Hay novelas que surgen inmediatamente, con una pluma densa y certera que no puede esperar. Eso le pasó a Luis Muñoz Oliveira con Por la noche blanca (Ediciones B), encontrar pronto la propia voz y hacer una historia de crimen, amor y fuga en la ciudad de México.

Un protagonista que se llama Otelo y siempre esa mujer sensual que te obliga a hacer cosas que no harías voluntariamente. Así, el muchacho se convierte en dealer y muchas cosas le contaminarán la vida hasta que, un beneficio que le otorga Luis Muñoz, puede fugarse.

Oliveira (Ciudad de México, 1976) es filósofo y se dedica a la investigación y la docencia como miembro del claustro académico de la UNAM.

Es autor de las novelas Bloody mary (2010) y Resaca (2014) y de los ensayos La fragilidad del campamento (2013) y Árboles de largo invierno (2016).

Por la noche blanca / El sendero de la cocaína no tiene que ver con él. “Es cero autobiográfica. Se trata de un niño de 19 años que termina vendiendo cocaína en un Uber”, dice el autor.

“El título original iba a ser Über coca, para copiarle a Sigmund Freud, pero no me dejaron y básicamente es una historia de aventuras, de un niño que cae en las redes del narcotráfico. Es un dealer y tiene que escaparse”, adelanta Luis Muñoz.

Surgió la voz narrativa y la novela le llevó sólo un año. Foto: Crisanto Rodríguez, SinEmbargo

­–¿Tiene que escaparse?

–Bueno, no quiero adelantar tanto de la novela, pero digamos que el final es un poco feliz, al menos no lo matan.

–¿Es una historia de amor?

­–En realidad él está casado y justamente porque se embaraza su chica tiene que empezar a vender droga. En el trabajo conoce a una mujer que se llama La Barbie, una chica muy guapa, que es la que lo mete a la venta. No sé si es una historia de amor, porque él a quien en realidad ama es a Otelito, su hijo. Es una historia de amor paternal, quien lo motiva es ese niño de meses.

­–¿Cómo nació esta novela?

­–Esta novela salió muy rápido. Me gustó el título, a partir de ahí construí una historia muy fácil, cuando encontré la voz narrativa sólo tenía que contar la historia. En todo el proceso fue más o menos un año. El ensayo del año pasado lo había trabajado más tiempo y hay otra novela casi ya armada que saldrá por Alfaguara, que me ha llevado cinco años.

Otelo es el protagonista de la historia. Foto: Especial

–¿Hay una etapa más formal en tu carrera?

–¿Serán los años? Mira, estoy escribiendo mucho, esa es la verdad. Estoy atrapado en mi escritorio, tengo muchas historias para contar…También uno va agarrando experiencia y escribir se vuelve más fructífero, más productivo.

–¿Por la noche blanca tiene una crítica al narcotráfico?

–A mí no me gusta tomar al toro por los cuernos. Es una decisión que tomo como autor. En mi novela anterior, muy de a poquito, Resaca, se dejaba ver el crimen, muy tangencialmente. Aquí no, el protagonista está totalmente metido pero no quise hacer una historia típica del narcotráfico. Lo es pero no lo es, a nivel de dealer. Lo que hice fue una alegoría, hay un momento que la guerra narca se ceba con la Ciudad de México, hay todo un reportaje periodístico donde se cuenta esa guerra y te das cuenta cómo Otelo está metido en el ojo del huracán, a pesar de que no se da cuenta nunca.

–Uno puede ser un dealer sin tener ningún conflicto con el crimen…

–Exacto. Es como vender pizzas a domicilio. La Barbie le dice a Otelo dos cosas. Una es venderle a mujeres porque vas a tener líos y meterte a cierta zona porque no nos corresponde. Y Otelo termina vendiéndole a esta chica que se llama La Bucles, que vive en la zona prohibida. Todo eso hace que estalle la guerra y Otelo es la gota que derrama el vaso. Se arma una lucha de bandas, los albinos y los mendigos, hay algunas cosas tomadas de la realidad, hay algún edificio de La Condesa, que puede ser el que estaba tomado hasta hace poco, pero no es periodismo real, es una historia de ficción.

Cuando se te acabe dejas de contestar y la mañana siguiente avisas, no seas ambicioso. Y entiende bien esto: nada de regateo, no tenemos promociones, nada de que te la chupe mi amiga por un gramo. De hecho, tienes prohibido tener clientas. La tentación es tremenda, no hables con el diablo. Y otra cosa que es muy importante, si te preguntan si vendes dices que no, sólo le das a quien yo te mando y nunca, pero nunca, vendas en la zona que te voy a enseñar en el mapa, pero ni por error, cabrón. Si te agarran ahí nos vas a meter en problemas bien graves a los dos, nos matan. La regla más importante es que nunca hables de mí con nadie. Otra cosa, cuando llegues a tu casa, te tomas una de éstas, son somníferos, vas a dormir profundamente, para que ya no llegues con esa cara de cansado”.

–Lo que sí es cierto es que es una historia en la Ciudad de México, algo raro…

–Así es, las autoridades y las personas en general no han querido aceptar que la Ciudad está cada vez más violenta. No trato de hacer un juicio moral en la novela, es decir nunca digo qué buenas son las drogas o qué bueno es ser dealer, pero trato de contar los hechos, suceden las circunstancias. Si hubiera querido hacer una moraleja burda, Otelo hubiera terminado acribillado.

–Bueno, tal vez no morir tiene con trabajar en la Ciudad

–Sí, tal vez sí. Yo no sé realmente cómo funcionan los dealers y la relación que tiene Otelo con La Barbie, que es su superior inmediata, es una relación que se vuelve de pasión. La Barbie es una norteña, de pelo rubio, que se viste toda ajustada, el estereotipo de la mujer narca, que guarda su distancia con Otelo y sin embargo terminan huyendo juntos.

–¿Cómo estás con la literatura?

–Bien, aunque a veces noto en los colegas ciertas ganas de competir con los demás, en lugar de competir consigo mismo. Eso me parece que los desvía de su labor verdadera. En eso estoy bastante centrado, sin pleitos. Con respecto a la política nacional, estoy un poco desencantado. Me frustra mucho la alianza PAN/PRD. Me hubiera esperado un PRD menos pragmático.

En todos los agravios en México humillar es un elemento clave, dice el ensayista L. M. Oliveira

sábado, julio 16th, 2016

“Los libros de reflexión ética hoy son más necesarios que nunca. La sencillez, sabiduría y mirada crítica que L. M. Oliveira nos ofrece en este ensayo acerca de la humillación no puede dejarnos indiferentes”: Guillermo Fadanelli

Ciudad de México, 16 de julio (SinEmbargo).- Los árboles de largo invierno. Un ensayo sobre la humillación, editado recientemente por Almadía, analiza la humillación y su presencia en el mapa de la sociedad contemporánea.

La pobreza, la falta de educación, la marginación, el hacinamiento, la invisibilidad de los más débiles, que dan como resultado una desigualdad social de proporciones apremiantes y en la base del poder, de las estructuras de gobierno, está la humillación como elemento esencial.

Echando mano de los recursos del relato, la crónica y en ensayo, el autor describe los abusos de las que son víctimas quienes cruzan el país con el ideal de encontrar una vida mejor, a manos de autoridades y bandas criminales; revisita la conquista española del Nuevo Mundo como un origen marcado por la falta de respeto por lo distinto y un desprecio por “lo inferior” y reflexiona sobre algunos de los más recientes episodios nacionales de violencia.

La dignidad humana nos eleva a todos a un nivel de igualdad, en el que merecemos el respeto de nuestros semejantes, al tiempo que nos da derecho a tener a la mano los elementos suficientes para saciar nuestras necesidades, advierte Luis Muñoz Oliveira en su libro.

–Tu libro revela que las grandes causas de la humillación son las económicas, en general…

–Sí, hay varias causas, pero es cierto que las económicas son importantes. Siempre digo que el concepto de desigualdad debe pronunciarse en plural, porque hay muchos tipos de desigualdades. Una grave es la económica, pero no podemos negar las otras, como la falta de acceso a la salud, la educación, la justicia. Si sólo decimos “la desigualdad”, estamos sesgando todas las demás desigualdades y destacando sólo la económica.

Temas de la humillación. Foto: Almadía

Temas de la humillación. Foto: Almadía nn

–El 65 % de la población mexicana se dedica a la economía informal, un gran germen de desigualdad.

–Sí, creo que en la sociedad donde hay más humillados es más fácil además tomar el camino de la violencia. Porque me imagino donde no tienes tanta facilidad de hacer daño físico al otro, es más difícil tomar esa senda. La larga historia de humillaciones es un camino abierto a la violencia. ¿Por qué hay tantos sicarios en México? No creo que la respuesta se pueda dar sólo a través de lo económico. Para que un tipo tome una pistola y vaya a matar a otra persona porque otro los manda, no es sólo porque le pagan, detrás de esa acción está el hecho de alguien que se ha enriquecido durante muchos años robando al Estado, por ejemplo, con total impunidad. Si esa persona es impune, ¿por qué no voy a serlo yo?

–¿Hay un inicio de la humillación en nuestra cultura, en nuestra conformación social?

–Tengo ahí una hipótesis y esa es la ventaja de un ensayo, que puede basarse en una hipótesis. Lo que sugiero o propongo es que en México sobre todo, quizás en algunos otros pueblos latinoamericanos, hay una mezcla muy interesante; por un lado está la humillación de los aztecas que tenían dominados de manera violenta a otros pueblos y por el otro los españoles que llegan con la espada desenvainada algunos y otros muy humildes que imponen esa idea de la humildad. Todo esto hace un caldo de cultivo perfecto la humillación. Por un lado humillas con la espada, por el otro, enseñas humildad.

–Sin embargo, en el ensayo le das un carácter ontológico a la humillación, más allá de los buenos y de los malos, que es el planteo clásico.

–Es que hay distintas formas de humillación. Depende del origen. En México se dan muchos tipos de humillación y dependen todas ellas de las variadas formas de acceder al poder. Es una sociedad profundamente racista y clasista, llena de desigualdades. Lo más grave es que esto se ha institucionalizado en el Estado, es decir, tenemos formas estatales que humillan. Un ejemplo de ello es el salario. El salario mínimo es una ley que establece que una persona debe cobrar un dinero que le permita vivir dignamente y sin embargo la realidad es brutal. Por ley también se le paga 400 veces más a un senador, a un político. Eso es tremendo, es asqueroso. En nuestras formas de convivencia y lenguaje, la humillación se ha vuelto normal.

–¿Eres de izquierda o de derecha?

–Soy medianamente liberal. Soy un liberal clásico, me preocupan las libertades de las personas. Lo que pasa es que la derecha se ha montado en el discurso de las libertades para defender ciertos abusos que no tienen que ver con las libertades. Defender la acumulación excesiva de la riqueza como un derecho individual.

Un libro escrito desde México, sobre México, con vocación latinoamericana. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Un libro escrito desde México, sobre México, con vocación latinoamericana. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

–Ninguna persona puede gastar de ninguna manera la riqueza que acumula y sin embargo cada vez hay más ricos y los ricos son cada vez más ricos.

–La desigualdad económica ha llegado a unos niveles extremos. No tiene justificación teórica. Ahí creo que el poder del Estado debería usarse de manera directa para evitar esa excesiva acumulación de la riqueza.

–Se habla siempre de México como el país de los jodidos.

–Y sin embargo es México una de las mayores economías del mundo. Es una de las cosas que genera tanta humillación. ¿Cómo es posible que este país produzca tanta riqueza y más de la mitad de su población sea tan pobre? ¿Cómo es posible tanta desigualdad? Ningún país debería permitir que una mujer tenga un hijo en el patio de un hospital. Ningún país debería permitir que una persona se muera de una enfermedad curable. Nada hay más humillante que eso. Esas cosas te quitan la dignidad de ser persona.

–Ha vuelto incluso la esclavitud…

–Me hubiera gustado pensar que habíamos dejado la esclavitud atrás, pero los datos demuestran que la estamos reforzando. En el mundo hay cada vez más trabajo esclavo. Es una desgracia. Vivimos en un mundo donde prima el discurso de los derechos humanos, en el que creo firmemente, pero ese discurso no se corresponde con la realidad.

–El discurso de la corrección política tampoco ha ayudado mucho a cambiar el estado de las cosas

–Depende. Lo que pasa es que para mí hay discursos correctamente políticos que tienen todo el sentido del mundo y luego hay otros que se han llevado a extremos completamente ridículos. Los eufemismos son tontos y nos impiden por ejemplo llamar pobre al pobre. Entiendo lo que quieres decir, pero es importante señalar que en México es perfectamente normal, aceptable y asqueroso decirle a alguien “indio”, “puto”, “apestoso”, “negro”, pero que hay países como los Estados Unidos en donde no puedes llamar “niger” a alguien. Me parece que “niger” es una palabra denigrante, con una gran carga histórica negativa y ese discurso políticamente correcto me resulta aceptable, valioso.

Un libro editado por Almadía, con portada de Alejandro Magallanes. Foto: Especial

Un libro editado por Almadía, con portada de Alejandro Magallanes. Foto: Especial

–En México muchísimos intelectuales viven con lujos, ¿se compra así el discurso del intelectual frente a la desigualdad reinante?

–Creo que el sistema de estímulos culturales no es el problema. El problema es el famoso “chayote”. Las grandes cantidades de dinero que se invierten en publicidad para comprar opiniones, eso es tremendo. No hay árbitros ciegos en este país. No hemos logrado desarrollar los árbitros justos. Pasa con las antologías, con los viajes…

–¿Tu libro tiene una vocación nacional?

–No tiene una vocación nacional. La historia mexicana se comparte en gran parte con el resto del continente. En todo caso podría ser una vocación latinoamericana, que es muy específica. Obviamente me centré en temas mexicanos, que son los que tengo a la mano. Me interesaría debatir este libro, que se volviera un tema, que las personas comiencen a hablar de la humillación como algo importante y de lo que no solemos hablar públicamente. Si empezamos a discutirlo, este libro habrá dado un paso importante.

El autor es también novelista y docente universitario. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

El autor es también novelista y docente universitario. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

¿Quién es Luis Muñoz Oliveira? Nació en la Ciudad de México. Es doctor en Filosofía por la Universitat Autònoma de Barcelona , escritor y periodista. Imparte clases de Ética en la Facultad de Filosofía de la UNAM y en la Universidad Iberoamericana. Ha colaborado en publicaciones periódicas como Letras libres. Es autor de las novelas Bloody Mary (2010) y Resaca (2014); así como de La fragilidad del campamento. Un ensayo sobre el papel de la tolerancia (Almadía, 2013).