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Los 10 libros entrañables del escritor Franco Félix

sábado, mayo 28th, 2016
Leer para huir de las fiestas. Foto: Shutterstock

Leer para huir de las fiestas. Foto: Shutterstock

Cuando el autor de Los gatos de Schrödinger y Franz Kafka en traje de baño, entre otros, lo llevaban obligado a una fiesta familiar, armaba en su cabeza una biblioteca imaginaria desde la que leía sus libros favoritos. Hoy, el muchacho ya tiene 30 años y sus costumbres lectoras no han variado.

Ciudad de México, 28 de mayo (SinEmbargo).- Inicié en la lectura de pequeño. Me encerraba en las bibliotecas de mis tíos o mis abuelos, mientras todos en la familia hacían fiesta en el patio. Pensaba, entonces, que las fiestas eran tan repetitivas como el sermón de los domingos. Las mismas frases, el mismo humor, la misma estructura siempre. Timidez en principio, desinhibición en el clímax y drama en el crepúsculo. Saludos, risas y llantos. Una y otra vez. El patrón se repetía. Así que lo mejor que pude hacer fue encerrarme, cada vez que pisábamos la casa de mis tíos o mis abuelos, a leer enciclopedias en una habitación alfombrada. De panza, repasaba los tomos, hasta que mis padres, con los ojos rojos y suspirando, me llevaban a casa, el hogar sin libros y con piso duro. Debía esperar la siguiente celebración para continuar con la lectura.

Digámoslo así: Leía porque odiaba las fiestas. Ahora que soy adulto, guardo un poco de rencor por las fiestas y trato de evitarlas, pero cuando estoy en una, imagino que estoy leyendo algo en mi cabeza. O habitualmente recuerdo ese poema de Juarroz: “En el centro de la fiesta / no hay nadie / En el centro de la fiesta / está el vacío / Pero en el centro del vacío / hay otra fiesta.

Siempre que haya una fiesta, habrá un libro para combatirla. Acá mis diez libros preferidos que suelo llevar mentalmente a las pachangas:

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Un libro enorme, no por extensión, sino por su estatura literaria. Me hice pasar por Raskólnikov en mi juventud pero tuve que abandonar el personaje, por no matar a mi casero con un hacha en la cabeza. Una de las novelas más brutales que he leído en mi vida. Devastadora y psicológicamente entrañable.

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No hay mucho qué decir de esto que no lo hayan dicho millones de personas. Es Kafka. Es su última novela. Es bastante graciosa. A mí me hizo reír demasiado. Y creo que acá hay dos lecturas de Kafka: quienes lo prefieren oscuro y amargado y quienes lo leen cínico y divertido. El castillo es el objeto kafkiano por excelencia, el no-lugar que trata de alcanzar el agrimensor y al que nunca llegará, porque antes del desenlace, la novela se cierra. Kafka murió antes de completar el libro. Ese episodio oscuro lo tenemos que completar los lectores y hacer un ejercicio de imaginación. Yo, por mi parte, y porque odio las fiestas, elijo que K nunca llegue a destino.

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Una obra hermética y rara como ninguna. Hamm y Clov, dos personajes complementarios, uno ciego que no puede mantenerse en pie y el otro, su sirviente, no puede sentarse, están conectados por su odio mutuo. Los diálogos son intensos y absurdos, dibujan un solo cuerpo, el cuerpo humano, echado sobre la tierra y condenado a su propio encierro y soledad. Aparecen por ahí, los padres de Hamm, Nagg y Nell, quienes viven en cubos de basura. La alegoría es fatal. Somos un lastre, no hay nada bien con nosotros. Pesimismo total. Nuestros padres ocupan el espacio de reciclaje, de los desperdicios. No hay nada en el pasado. No hay nada hacia el futuro. No hay nada afuera. Sólo esto.

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Qué idiota es uno en la juventud. Este libro es un himno a esa exquisita idiotez. Arturo Belano, Ulises Lima y García Madero, eran los más geniales idiotas en los ’70 en México. Desarraigados, apóstatas, rebeldes, detractores, groseros y geniales, hicieron de la Literatura un modo de vida y luego Bolaño tomó la fotografía de esa generación salvaje. Hay muchos chicos irreverentes hoy, pero cuántos de ellos han leído tanto como Ulises Lima que lo hacía, se dice, incluso mientras se daba una ducha.

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El escritor húngaro es lo máximo. Falleció en marzo pasado. Después de varios años de Auschwitz, de haber sobrevivido a ese triste episodio, el gran Kertész se cansó de patearle el culo a la vida. Seguir con vida fue la gran rebelión, la gran desobediencia, como dice en este libro. Siempre que conozco a algún tipo con intenciones suicidas, trato de recomendarle esta novela. Es un hermoso mensaje de contención. Dice el texto “El único instrumento digno del suicidio / es la vida. / Ser un suicida es tanto / como seguir con vida. / Volver a empezar todos los días. / Volver a vivir todos los días. / Morir todos los días”. Vamos, chicos, si un hombre que fue testigo de estos horrores decidió rebelarse sobreviviendo, cualquier tragedia sentimental no debería ser motivo para dejar que la vida se salga con la suya y nos mate.

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Gracias a este argentino, descubrí lo que él llama el Realismo Delirante. Esta novela monumental (900 páginas), casi tan grande como Los Soria (de casi 1,300 páginas), reinventa la ciencia ficción. Me parece incomprensible que estando en 2016 no tengamos, en México, libros de este genial y delirante escritor. No soy lector de PDF’s, pero si ustedes sí, busquen esta novela en Internet que trata sobre las peripecias del Gordo Sotelo y su transformación mística. Una guerra oscura e invisible se desata en nuestras narices. Magia, ocultismo, horror, humor, escritores, máquinas, robots invisibles, monstruos, hay de todo aquí en este ladrillo literario.

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Es una de las pocas novelas mexicanas que me han marcado abismalmente. Esta novela deja en claro que los libros no siempre envuelven una historia o una trama. El genio de Elizondo construye un universo narrativo a partir de un instante y va generando capas de texto en una experimentación estética que nos muestra su experiencia con el lenguaje. Su lógica es otra, su naturaleza es siniestra y mórbida y, finalmente, bella. Recuerdo las instrucciones de amputación en el texto, la estrella de mar, el misterioso símbolo chino en el vaho de la ventana. Es un libro tanatológico y erótico. Si no es que lo tanatológico y lo erótico son, per se, inherentes.

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Junto a La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, es una de las novelas más graciosas que he leído en mi vida. No paraba de reír. Pero esa risa kafkiana, se fue transformando, al final en un eco grotesco y amargo que emitía por mi boca por la extraña aventura del amanuense Bartleby, un tipo que, repentinamente, abandona toda acción y movimiento. El mundo va demasiado deprisa y el cuerpo, en la inamovilidad, no opone resistencia y acompaña con su inercia el giro terrestre. Melville mezcla el pánico con el humorismo. Un maestro. Después, Vila-Matas hace una novela-ensayo sobre esta misteriosa actitud en los escritores en Bartleby y compañía.

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Pynchon es el maestro de la histeria. Sus novelas son demasiado complejas y exigen demasiado a sus lectores. La complicidad que se requiere para leer estos libros termina por convertirse en un amor infinito y en una lealtad literaria que jamás se vendrá abajo. Esta novela me enseñó que los libros no siempre deben tener una historia o una anécdota sencilla. En 1977 un periodista de Playboy le preguntó por qué había hecho su novela V tan difícil de comprender. Pynchon se limitó a responder: “¿Por qué las cosas deberían ser fáciles de entender?” Los lectores se han acostumbrado a beber significados de los libros que leen. Después de leer uno de los libros de este escritor enigmático el mensaje será poliédrico.

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Mi novela favorita de todos los tiempos. La leí hace muchos años y su dificultad me pareció un gran desafío, un enorme reto como lector. Para cuando cerré la última página, meses después, estaba perdido y confundido. Sentía que había bajado de un juego mecánico. Hace poco la volví a leer y ahora comprendí muchos huecos que había dejado en la primera lectura. Pude conectar todos los extremos de la historia que un principio me parecían desarticulados. Son varios grupos quienes buscan de la última cinta de James O. Incandenza Jr., La broma infinita, una película que quema el cerebro y puede funcionar como arma letal para las distintas células anti-ONAN (una coalición compuesta por los países de Canadá, Estados Unidos y México). Asesinos brutales en sillas de ruedas, chicos genios jugadores de tenis, todos buscarán su paradero. Además, como en otra de mis grandes novelas de todos los tiempos, aparece Sonora. En esta última lectura, tengo anotadas todas las apariciones de mi estado natal en el enorme tabique de 1,200 páginas. Es una novela delirante que no sólo describe el vacío de generacional de Estados Unidos, sino que resulta evidente y profundamente cercana a nuestra realidad contemporánea, cada vez más y más perdida y con el cerebro fundido por el Entretenimiento. Lamento muchísimo que Foster Wallace se haya suicidado. Seguro habría pronosticad de nuevo el futuro.

Franco Félix, escritor. Foto: Secretaría de Cultura

Franco Félix, escritor. Foto: Secretaría de Cultura

¿Quién es Franco Félix? (Hermosillo, Sonora, 1981), estudió literatura hispánica en la Universidad de Sonora, ha publicado en revistas como Vice, La Tempestad, Tierra Adentro y Pez Banana; obtuvo la beca Jóvenes Creadores en la categoría novela (2011-2012) y la beca Residencias Artísticas México-Argentina (2014), ambas otorgadas por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) de la secretaría de Cultura del gobierno federal. Es autor de Éste no es un tatuaje, Yo soy el verdadero Thomas Pynchon, Dolor de cabeza en Bagdad, La guanteleta de Freddy Krueger, Los gatos de Schrödinger y Kafka en traje de baño.

INVITADO | Los gatos de Schrödinger y la fiesta macabra en medio del vacío, por Iván Ballesteros Rojo

sábado, febrero 20th, 2016
Iván Ballesteros escribe sobre la nueva novela de Franco Félix. Foto: Especial

Iván Ballesteros escribe sobre la nueva novela de Franco Félix. Foto: Especial

Franco Félix ha entregado dos obras que lo colocan como uno de los narradores más estimulantes de su generación. Un escritor que ha disipado expectativas y se ha colocado, de manera firme, en la élite de la literatura nacional.

ESCENARIO YERMO

La novela de Franco Félix (1981), Los gatos de Schrödinger (Tierra Adentro, 2015), sitúa al lector en medio de una paradoja: lo que vive y muere en un solo acto.

Recordemos el experimento realizado por el físico austríaco Erwin Schrödinger al que hace referencia el título. La idea de un hipotético gato atrapado dentro de una caja que tiene 50 por ciento de probabilidad de estar vivo y el otro tanto de estar muerto. El desierto es el escenario para el experimento narrativo que Félix ha desplegado. Un espacio estéril del que todo escapa y donde el zapping de la existencia se va diluyendo como arena entre las manos. Bienvenidos al desierto de lo real, que le diría Morpheus a Neo en Matrix.

Hace tiempo vi un documental sobre los montículos de arena que se forman en los desiertos, las llamadas dunas. Ahí comprendí que esos gigantes terrosos avanzan muy lentamente hasta desgranarse y desaparecer. Pueden pasar años, siglos, pero una cosa es segura, la extinción: partículas que se separan para integrar la nada.

En el desierto la humanidad podría ser enterrada sin ningún problema. Una tumba blanca que avanza, lentamente, envolviendo al espanto multitudinario. El tema del narco, como ruido de fondo, tiñe la segunda parte de la obra. Se trata de un disparo de la realidad, quizás el único que aparece de manera concreta, un guiño que Franco ha dejado ahí, quizá solidarizándose con pobladores de regiones tomadas por el horror.

Iván Ballesteros Rojo es editor de "Pez Banana". Foto: Facebook

Iván Ballesteros Rojo es editor de “Pez Banana”. Foto: Facebook

HUMOR CORROSIVO

Una representación de la inteligencia es el humor. El autor oculta su profunda decepción del mundo bajo ese rasgo. Habrá que reír de lo terrible. El mundo que habitamos es una broma infinita, como la que dejaría un escritor que resuena en las reflexiones que aparecen en Los gatos, de David Foster Wallace.

Más allá de los desiertos el resplandor de la civilización se antoja una explosión sin sentido. Un lugar habitado por asesinos y familias honorables. Por apestados con el virus de la vida. Adentro, en las cajas del experimento, los saludables y pacíficos muertos descansan. Vacacionan en la muerte, esa isla de aislamiento que se encuentra suspendida en medio de un mar ausente, perdido.

La primera versión de Los gatos de Schrödinger se trataba de una obra dramática, de la que queda esencia por el predominio del diálogo y la construcción de una atmósfera. Ante el lector el guión de una pieza que mantiene relación con el teatro de Samuel Beckett, otro autor esencial para Franco.

Es imposible no recordar los personajes de Esperando a Godot. Esos vagabundos esperanzados ante el desconcierto de lo real. Es natural pensar en Nagg y Nell, de Final de partida, una dupla extrañísima que habita en botes de basura.

Los personajes principales de Los gatos de Schrödinger aparecen construidos en medio del abismo: el Doctor existencialista, maestro del sinsentido, y su pupilo, Rabanito, discuten desde sus cajas temas tan disparatados como los de cualquier programa sabatino de televisión abierta.

Una pareja explosiva que monta un sketch de payasos Augustos del Augustos, esos que no recuerdan ni entienden nada y cuyas acciones están encaminadas al desastre. Hasta la ubicación incierta de estos payasos imposibles llega el Otro: insólito, vulgar y terrible, como cualquiera que topemos en un mal día por las calles de la rutina.

ARQUITECTURA

Hay elementos que Franco deja para el análisis. ¿De quién es la voz  antipática que aparece en cursivas? Acaso la del mismo autor, odiador como él solo. Hacia el final de la novela Doctor existencialista se arranca con un discurso cuasi filosófico sobre a humanidad, aún después de mostrar sus flaquezas como maestro de Rabanito; un discurso cálido y siniestro al mismo tiempo que deja al lector en el desamparo. ¿La paradoja sobre lo que vive y muere en sólo acto, también se aplica al mundo de las ideas? ¿Podemos ser imbéciles y brillantes al mismo tiempo?

Publicado apenas meses después de Kafka en traje de baño (Nitro⁄Press, 2015), obra que irrumpiría llamando la atención de lectores por méritos propios, Los gatos de Schrödinger evidencia un escritor especialista en el diseño narrativo de un proyecto arriesgado y demoledor. Un escritor que reflexiona desde una visión cáustica del mundo.

Los que esperen leer algo parecido a Kafka en traje de baño se llevarán una sorpresa. El mismo autor ha comentado que Los gatos de Schrödinger podría resultar un tremendo despropósito para lectores descafeinados que esperan una historia realista que siga la sobada ruta de planteamiento-nudo-desenlace. Acá no sabemos de dónde partimos ni cuándo pasamos del desierto a un universo apocalíptico, cerrado, angustiante. Un universo donde tanto vivos como muertos le sacan la vuelta a lo que realmente importa: la belleza que supone la contemplación del caos.

Franco Félix ha entregado dos obras que lo colocan como uno de los narradores más estimulantes de su generación. Un escritor que ha disipado expectativas y se ha colocado, de manera firme, en la élite de la literatura nacional.

Quién es Iván Ballesteros Rojo: (Hermosillo, 1979) Es escritor, reportero y maestro. Ha publicado los relatos Monstruario (Altanoche, 2007), Mecanismos (Unison, 2011) y Bungalow (Tres guayabas cartonera, 2014). Ha colaborado en revistas como La tempestad, Tierra adentro, Vice y Hermano Cerdo.