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El embrujo rabioso de una tragedia: 49 cruces blancas, de Imanol Caneyada

sábado, agosto 11th, 2018

Con maestría y sin piedad, Imanol Caneyada sacude nuestras conciencias con esta ficción detectivesca anclada en nuestro pasado reciente y nos mete en la piel de las víctimas -hijos y padres de tan inmensa tragedia, la peor en un México que desborda de ellas. 49 cruces blancas es sin duda una novela negra… tan negra como la realidad.

Por Iván Ballesteros Rojo

Ciudad de México, 11 de agosto (SinEmbargo).- Hace casi una década, para ser más específico el 5 de junio de 2009, trabajaba para una empresa de monitoreo de medios. Hacía las veces de espía. Capturaba las opiniones de conductores de radio sobre diversos temas y con eso elaboraba un informe para clientes en específico. Mi hora de entrada era a las 12:00 del día. En aquel momento todos los programas  trataban el tema de las elecciones para gobernador de Sonora; además de sus contenidos habituales.

Fue después de las 14:30 que la programación viró radicalmente. Los conductores, editorialistas en su mayoría, advirtieron sobre un incendio en un almacén al sur de la ciudad y pasaron la voz a sus corresponsales en la calle. Se percibía confusión, caos y casi se podía oler el nervio de los reporteros que arribaban a un edificio ubicado en la colonia Y Griega, donde el fuego que inició en una bodega del gobierno estatal se había propagado hasta una instancia infantil subrogada por el Seguro Social con el nombre de Guardería ABC. Los primeros reportes cayeron como la pesada navaja de una guillotina: 20 bebés muertos. Una de mis compañeras de oficina explotó en un grito al escuchar la cifra. De entre todas las voces que replicaban la terrible noticia, la de un reportero llamó mi atención especialmente. Con un tono agitado berreaba, evidentemente afectado, lo siguiente: “Estamos desde el lugar donde se está dando el episodio más trágico de esta ciudad. Se trata de una visión dantesca. Se habla de 40 niños y niñas que han perdido la vida y 20 más que están debatiéndose en hospitales de la ciudad (En ese momento, mi compañera soltó en llanto y se llevó las manos al pecho. Después comenzó a hacer llamadas telefónicas con sus familiares. Yo no podía moverme. Creo que nunca he tenido los ojos más abiertos como en ese día). En el lugar hay muchos elementos de la policía municipal. Están otro tanto de federales; no sé para qué están aquí si no hacen nada. Los policías municipales resguardan el lugar para que no entren personas ajenas. Veo boquetes en una de las paredes por los que salen lenguas de fuego. Me comentan que una persona, en su desesperación por no poder entrar a la guardería, estrelló su pick up justo ahí. En el interior del lugar está lloviendo lumbre. Y es que esto es en realidad una bodega habilitada como guardería. Un galerón que tiene en el techo poliuretano, material inflamable que irónicamente se usa para evitar el calor. Un material que se convirtió en lava mortal para los niños que, me informan, se encontraban tomando la siesta (la voz del reportero se quiebra). Hay que imaginarse la lluvia de fuego cayendo en sus cuerpecitos. Y es que esto, repito, es una vil bodega acondicionada como guardería.  Sigue el trabajo intenso de los bomberos. Hay un denso humo y puede que tome fuerza de nuevo el incendio. Está llegando otra pipa de bomberos. Hay muchos curiosos. El tráfico es intenso. Hemos insistido que lo que menos se necesita en estos momentos son a tanto mitotero rodeando la zona. Entiendo que puedo sonar chocante ahora mismo, pero no puedo evitar decirlo: alguien tiene que dar una explicación por esto. Se tiene que revelar qué fue lo que sucedió aquí y por qué esta guardería estaba laborando en estas condiciones.”

Un incendio que no acaba de extinguirse. Foto: Planeta

Detrás de la voz del reportero se escuchaban gritos que parecían más aullidos de dolor. Seguramente madres y familiares con el alma destrozada. Las últimas preguntas que dejó en el aire el reportero, después de casi 10 años, han sido respondidas a medias. Los responsables de la tragedia y el origen de la misma se han perdido en versiones, teorías. Lo que todavía no tiene pies ni cabeza es el concepto de justicia en este caso. Todas las autoridades que hicieron omisiones y los dueños del inmueble que no tenía los mínimos reglamentos de seguridad al día, no han sido alcanzados por esa noción que suele ilustrarse con una mujer vendada de los ojos sosteniendo una balanza cuya cadena, como sucede en este país, siempre se rompe por el eslabón más débil.

Días después de la tragedia hablé con Imanol Caneyada (San Sebastian, 1968). En nuestra charla salió el tema de la guardería. Caneyada señalaba que él no entendía por qué los ciudadanos de esta ciudad, Hermosillo, no habíamos salido rabiando a la calle a incendiar el palacio de gobierno. No entendía cómo no habíamos desbaratado, con nuestras propias manos, a todos los personajes involucrados: la clase política que mantiene el poder en este estado del noroeste mexicano desde hace décadas, y en algunos casos, siglos. Esa indignación, esas ganas de salir a reventar todo, yo también la sentí. Y me consta que muchos habitantes de esta ciudad la sintieron. Cuando Imanol habló sobre esto en aquel momento, lo hizo con rabia. Apretando los puños.

Con 49 cruces blancas (Planeta, 2018), Caneyada ha tomado parte de aquella indignación y la ha convertido en una enrabiada novela. Una que mantiene al lector embrujado, con las narices y las sensaciones al filo de las páginas. Conozco la obra de Imanol: un observador cáustico, sin concesiones, de la naturaleza humana. Un narrador potente, dotado de una tremenda estamina para representar escenarios, personajes y situaciones propias de los círculos más infernales de la realidad mexicana. Construye personajes y escenarios como pocos. Sus descripciones de personas y lugares, así como de emociones y pensamientos, son pura literatura. Es uno de los más destacados escritores de novela negra del país. Pero, a diferencia de la mayoría de sus obras, cuyas tramas flotan en una ciudad sin nombre con las características propias de la frontera norte de México, ahora nos encontramos con un escenario específico: Hermosillo. La ciudad misma es un personaje. Podríamos trazar un mapa por los lugares comunes que transita el narrador y personaje principal, un viejo sabueso y exministro que quiere encontrar un poco de redención en su vida. A través de él es que caminamos por el mercado municipal, el Centro de la Ciudad, las plazas del Bulevar Hidalgo. Un teibol muy famoso, las colonias del sur de Hermosillo. Bueno, hasta la casa del Emiglio, como se le llama en la novela a ese lugar que le brota a la ciudad cuando han cerrado las cantinas y la noche está ya muy avanzada. Esta especificación de lugares y trayectos resulta un elemento que le ha otorgado más solidez al universo narrativo de Caneyada.

Nació en San Sebastián, España, pero vive hace 30 años en México. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

49 cruces blancas pareciera un thriller, pero después no tanto. Tampoco es una novela de crítica social o una histórica: los acontecimientos son todavía muy recientes. No podemos decir que se trate de una obra policíaca o que se inscriba totalmente al género negro. Hay elementos que escapan, afortunadamente, de todas estas etiquetas. Así mismo, no podemos ubicarla dentro de las llamadas novelas de no ficción: Imanol se vale de la ficción como un elemento primordial. Todos los personajes son trazados por el autor. Habrá alguno que esté inspirado en alguien de carne y hueso; pero responden al proyecto novelístico de Caneyada. Descontando aquellos personajes incidentales, que flotan en la obra y que cumplen una función específica: la de ser presentados ante el lector como responsables de una deuda con los padres y familiares de los 49 niños y niñas muertos y los más de 100 que quedaron con marcas de por vida. Todos los personajes que aparecen con nombre y apellidos reales, no tienen juego dentro de las acciones que hacen avanzar la trama de la novela. Sólo están ahí, arrojados por la ignominia del caso.

Cuando conocí el nombre de esta obra, debo admitirlo, dudé, sobre todo, de las intenciones creativas de Imanol al meter el dedo en la herida, todavía viva, de nuestra historia contemporánea. Sin embargo, al adentrarme en la lectura descubrí un universo de ficción, alimentado por nombres y datos específicos, que generaban en mí no solo ese goce estético del que se habla en las academias. También me provocaba la misma rabia e impotencia que sentí aquella tarde del 5 de junio de 2009. Esto último no sería posible si la obra se tratara de un simple documento testimonial. Un reportaje con chispazos literarios. Una investigación más, con elementos de periodismo narrativo, de las decenas que se pueden revisar a la fecha. Lo que logra Imanol; además de agitar el panal sensorial del lector, es una poderosa representación sobre una infamia de enormes proporciones. Una crítica brutal a la desalmada clase política sonorense; una crítica de la que no escapa el ciudadano, cómplice acomodaticio en muchas ocasiones de este feudo.

¿Por qué no estamos ante un texto que se aprovecha de una tragedia para venderse? ¿Por qué no estamos ante una sospechosa y oportunista oferta editorial más sobre el caso? Porque se trata de una novela realizada con enorme valentía, talento y respeto. Porque en el fondo del texto está un hombre que decidió salir de su casa el día del incendio con una bomba molotov en las manos. Porque la rabia de Imanol tardó nueve años en convertirse en un universo narrativo que por sí solo sacude a la realidad misma.

Además de ser una novela que nos lleva por una de las versiones más sólidas de lo acontecido en el incendio; la teoría de que el fuego fue provocado y premeditado para resguardar intereses políticos, la investigación detectivesca, muy a la mexicana, realizada por el personaje principal, José González, nos conduce hasta las consecuencias padecidas por los protagonistas de un evento tan brutal. Imanol se las ha arreglado para realizar un ensayo sobre el fracaso, por un lado, de la justicia. Por el otro, el fracaso que se va haciendo más evidente con el paso del tiempo: el de las luces que se van apagando, lentas y anestesiantes, de la esperanza por encontrar respuestas.

COLUMNISTA INVITADO | “Rewind, un viaje a la semilla”, por Iván Ballesteros Rojo

sábado, febrero 25th, 2017

El pasado 10 de febrero se inauguró en el Museo de Arte de Sonora (MUSAS), en Hermosillo, la exposición de pintura Rewind. 19 cuadros que ocupan una sala acostumbrada a albergar trabajos “conceptuales” o del llamado arte contemporáneo. Observar esta labor me pareció refrescante, ahora que considero más alternativo descubrir el viejo soporte de la pintura en los museos que instalaciones, fotografía o video.

Ciudad de México, 25 de febrero (SinEmbargo).- En Rewind, proyecto que reúne a las pintoras Venecia López (Hermosillo, 1980), Nadya Gutiérrez (Hermosillo, 1978) y Marisol Chacón (Navojoa, 1987), en un momento donde su oficio es tildado como anacrónico, que las creadoras exploren el tema de la memoria desde la pintura resulta, para quien esto escribe, profundamente alentador. Adiós, por un momento, a la búsqueda entre ruinas, objetos y basura. Adiós al paisaje, que de pronto es tan In, y a los tratados semi filosóficos, semi sociológicos y semi científicos que respaldan, muchas de las veces, un desinflado acto creativo.

Vine al mundo porque me dijeron que aquí podría encontrarme. La evidente referencia rulfiana nos sitúa en un concepto que ha sido tratado por el arte desde la antigüedad: la memoria y sus mecanismos de exploración hacia el origen. Proust, en su titánica novela En busca del tiempo perdido, recrea los claroscuros de la infancia cuando el olor de una magdalena ataca al protagonista de la obra con un flash back salvaje. Un rewind que lo llevará a observarse desde el mismo punto donde comenzó a trazarse el dibujo, el relato de su individualidad psíquica.

El rey rojo, de Venecia López. Foto: Especial

La teoría del eterno retorno, esa visión que entiende los pensamientos y la historia de la humanidad como sucesos cíclicos, supone una conflagración, un incendio que vuelve para activar el curso incesante de las cosas. Múltiples poetas se han referido al flashazo de la memoria como una chispa que viene a encender “las lumbres del ayer”. Regresamos, casi involuntariamente, a escenarios de nuestra vida. Lo hacemos para comenzar de nuevo en el vaporoso punto del presente.

Susan Sontag se refirió a la textura del recuerdo como una polaroid que se ha ido desgastando con la pátina del tiempo. Los colores hundidos sobre el papel de los álbumes familiares y el evanescente rostro del tiempo se convierten en elementos para entender la implacable certeza que la vida se carcome. En ese avance hacia el deterioro, que puede resultar tan hermoso como apabullante, la existencia se antoja una mera ficción sostenida, apenas, por algunas certezas y datos. Y esto es lo que el espectador, entendido o no, encontrará en Rewind: el color y las postales de la nostalgia.

Pintura, de Nadya Gutiérrez. Foto: Especial

En el cuento “Viaje a la semilla” de Alejo Carpentier, un viejo panteón derruido es testigo de su correspondiente acto fúnebre. Un ventarrón (la memoria) cruza el lugar y todo aquel abatimiento rejuvenece. El difunto, Don Marcial, se levanta del ataúd. Desaparecen las arrugas de su rostro. Su cuerpo le pide mujer. De pronto se desposa. Más adelante (¿o atrás?) tiene la necesidad de tirarse en el suelo con juguetes. De ahí se observa entre los tibios brazos de su madre que lo entrega, lentamente, a un útero que desprende luz cegadora. Una luz que borra su existencia. La historia de cualquier mortal resumida en un rewind que une los vértices de la experiencia humana. Un viaje hacia atrás. Un ejercicio para la añoranza. La percepción más lúcida sobre los destellos que vamos dejando, como rastros, en nuestro camino sobre la tierra.

Iván Ballesteros Rojo, el director de Pez Banana. Foto: Facebook

¿Quién es Iván Ballesteros Rojo? (Hermosillo, 1979). Escritor y editor. Recientemente publicó el libro de relatos Plaga Serena (Salto Mortal, 2016). Es director de la revista Pez Banana.

La Plaga serena que azota al mundo: el reciente libro de Iván Ballesteros Rojo

sábado, diciembre 24th, 2016

Por definición una plaga es un exceso, una saturación o un desborde. Es algo que abunda, que causa desastres y calamidades. Un simple insecto, como un grillo del verano, vuelto legión puede provocar males inimaginables. La plaga puede ser casi cualquier cosa que se vuelva masiva y amenace un sistema o la vida. Lo peor, la plaga no sólo provoca daños físicos (como enfermedades o la muerte) o ambientales y económicos; la plaga suele posicionarse en el pensamiento y la imaginación de los hombres y desde allí seguir causando daño. La plaga puede volverse el pensamiento de los hombres y, claro, los hombres también pueden volverse una plaga.

Por Alfonso López Corral

Ciudad de México, 24 de diciembre (SinEmbargo).- En el libro de relatos Plaga serena (Salto mortal, 2016) de Iván Ballesteros Rojo, la plaga es el ser humano, principalmente hombres y mujeres ya viejos, ancianos que no por ser presa de la lentitud o mirar en primera fila la muerte dejan de causar o causarse daño. La calma y el reposo propios de la vejez son para ellos molestias físicas, reparos del cuerpo ante el embate de los años, porque de ahí en fuera siguen lúcidos, expectantes, con su espíritu intacto. Y sí, nuestros personajes son una plaga, no tanto porque son viejos sino porque ni con los años a cuestas han perdido su humanidad, es decir, todavía gozan, aman, odian y envidian. Aquí lo observamos en las historias de dos viejos que se soportan a base de cocteles de drogas y que quizás ya no distinguen entre el sueño y la vigilia, de una vieja que al final de sus días se apasiona por la comida chatarra, de unos tahúres ancianos que se resisten al sosiego y otros que buscan en los sorteos de lotería la emoción del azar que la inminencia de la muerte les arrebató.

Plaga serena se abre al lector con un primer cuento desconcertante, un cuento cercano a la censura moral y que incluso nos hace preguntarnos si debemos seguir leyendo, pero seguimos, porque para entonces ya nos tiene atrapados. El cuento, “Nieves y juegos Dolores”, es la confesión de un viejo frente a su deseo, una urgencia distinta, peculiar y peligrosa. Le gustan las mujeres que recién han sido, o no, expulsadas de la niñez. El protagonista acepta que lo suyo es una condena y como tal debe cumplirla. Sin embargo, comete o, mejor dicho, atenta contra sí mismo al normalizar sus relaciones y casarse con el objeto de su deseo. Como dice Yourcenar en boca de Adriano, su inolvidable personaje: “No es indispensable que el bebedor abdique de su razón, pero el amante que conserva la suya no obedece del todo a su dios”. Y el sátiro de este cuento conserva su razón. Hay aquí, a pesar de la edad, un reconocimiento y observancia, aunque sean tácitos, de las normas sociales que satanizan las relaciones entre viejos y niños. Por ello, el viejo, no sin dejar de ser repulsivo, se vuelve una víctima por partida doble: de su goce y de quienes lo provocan. Pues el deseo no es inofensivo y muchas veces quien lo despierta, quien lo provoca, sabe que cuenta con un poder sobre quien anhela. Nuestro hombre aprende que la falta de años no implica necesariamente falta de malicia (como ya nos lo enseñó Dolores “Lolita” Haze).

Un libro del editor de Pez Banana. Foto: Especial

Un libro del editor de Pez Banana. Foto: Especial

Pero Plaga serena es también un volumen de narraciones cortas con una prosa evocadora y que no se pierde en metáforas complicadas o fallidas, o con frases que en ánimos de impresionar enredan su sintaxis para que los aciertos lleguen de chiripa. Es decir, si el momento amerita una frase sugestiva, poética, el autor nos la obsequia, si necesita una frase directa que no admita discusión, también la otorga, Quizás por ello, algunas de sus historias, que podrían resultarnos escandalosas al ser referidas de otra forma, se nos vuelven cercanas y casi dignas de comprensión. Por ejemplo, en la historia citada arriba, el narrador nos dice: “Desde aquí percibo los aromas del prematuro mar femenino que a diario se tiende sobre el barrio”. O bien, en “Regalo de bodas”, al explicar las sin razones del instinto de supervivencia, explica “Sólo los verdaderos suicidas entregan la vida como entregar un aparato que no funciona al fabricante”.

Ballesteros nos obsequia con una serie de narraciones donde la muerte y el deseo son protagonistas, pero también el mar. En boca de casi todos sus personajes escuchamos su añoranza por la playa, por las olas, por el espacio infinito que representa, por la cerca que nos queda el cielo desde el mar. Es decir, sus personajes están casi todos limitados por sus infiernillos personales, porque saben que no son nada, tan sólo una parte insignificante de la plaga humana, pero que aún conservan esa capacidad de comprensión de que algo grande nos puede ser obsequiado, aunque en realidad no vaya a ser así, aunque en realidad vayamos a devastar todo, y es donde gana Plaga serena.

No es casualidad que en uno de los mejores cuentos del volumen, “Bungalow”, un hombre que ha sido diagnosticado con una enfermedad mortal, elija retirarse al mar a pasar sus últimos días en soledad. Allí descubre que a pesar su herida le es imposible no pensar en otras cosas, que la muerte, aunque lo tiene cercado, no llena aún todos los espacios, y que necesita el amor, las risas, los amigos, las mujeres, la paz y la tranquilidad obsequiadas por la vida, no por la fría muerte. Enseguida leemos: “Recordando momentos vitales en el mar siento deseo. No lo había sentido desde que me dieron la noticia. El deseo es una forma de la vida. Los muertos no son cachondos, pienso. Me masturbo en el mar.” Yo agregaría, disperso la Plaga en el mar, para no hacer más daño.

¿Quién es Alfonso López Corral? (Navojoa, 1979). Es narrador e investigador. Ha publicado los volúmenes de cuento La noche estaba afuera (Tres perros, 2010) y Musiquito del Talón (Tierra adentro), libro ganador del Premio Nacional de Cueto Joven Comala, 2013.

SALA DE LECTURA | “Regalo de bodas”, por Iván Ballesteros Rojo

sábado, marzo 12th, 2016

Los auténticos gallinas pagan también para desaparecer mujeres. En lo que a mí respecta sólo he despachado a dos matronas. Desde el principio me quedó bien claro: no se te paga una buena suma para matar a la Madre Teresa de Calcuta.

¿Arrepentimiento? Esa emoción es propia de personas nobles. Apegadas a la idea que la vida se trata de una cosa extraordinaria que en algún momento les sucederá a ellos. Foto: Shutterstock

¿Arrepentimiento? Esa emoción es propia de personas nobles. Apegadas a la idea que la vida se trata de una cosa extraordinaria que en algún momento les sucederá a ellos. Foto: Shutterstock

Te pagan para matar soplones, mala pagas, todas mías, rateros y pervertidos. En ese orden. También puede ser que te contraten para desaparecer a la competencia; pero nunca a padres de familia cariñosos ni mujeres dotadas de bendiciones.

No es como en las películas. Sobre todo los primeros. Tienes que controlar el ritmo cardíaco o todo se lo lleva la jodida. A muchos les da la pálida a la hora mala y allí mismo se los carga Pifas. El otro es un tipo vivo que espera lo peor. No te mandan matar pendejos ni advenedizos. Aquel que tiene en su contra una orden pagada de muerte, la mayoría de las veces, se trata de alguien que se está cubriendo las espaldas. Alguien que se sienta en lugares panorámicos. Después de todo te han contratado para desaparecer a un hijo de puta.

Los auténticos gallinas pagan también para desaparecer mujeres. En lo que a mí respecta sólo he despachado a dos matronas. Desde el principio me quedó bien claro: no se te paga una buena suma para matar a la Madre Teresa de Calcuta. Te pagan para matar soplones, mala pagas, todas mías, rateros y pervertidos. En ese orden. También puede ser que te contraten para desaparecer a la competencia; pero nunca a padres de familia cariñosos ni mujeres dotadas de bendiciones.

Antes de matar hay que investigar a la persona que mandarás al otro mundo. Hay que hacerlo para encontrar el momento y el lugar idóneo. Si no urge, se sigue al objetivo por lo menos una semana. Si el trabajo no puede esperar se corren más riesgos, pero la paga es más jugosa.

Es importante saber quién es la persona que te contrata. Tienen que ser odiadores genuinos o negociantes profesionales. En este negocio vale más no darle juego a los indecisos y nerviosos. En este negocio reconocerás a tus clientes por las palabras que utilizan para señalar a la persona que quieren borrar de la faz de la tierra. Con eso puedes estar seguro que se trata de un legítimo y cobarde asesino: las palabras que utiliza para dar sus motivos.

La primera vez fue gratis, algo personal. Preguntando entre los colegas me di cuenta de que la primera vez casi siempre se trata de un asunto personal. A los diecisiete trabajaba en Ferrocarriles y estaba casado con Almendra. Decidimos vivir juntos porque quedó embarazada y en ese tiempo no había de otra. A los cinco meses le tuvieron que hacer el legrado y quedó como trastornada de la cabeza. Ya no fue la misma. Una noche llegué del trabajo y la encontré colgada de la viga de la cocina. Se aferraba a la soga tomando con sus manos el nudo. Tirada en el piso estaba una de las sillas del comedor que nos regaló mi madre el día de la boda. Seguramente se trepó en ella para amarrar la cuerda, pensé. Levanté la silla para que Almendra descargara su cuerpo en el asiento. Cuando logró recuperar el aliento me dijo: Perdóname, Aniel. No sé qué me pasa. Almendra ya desataba, entre lágrimas, el nudo de la soga cuando empujé la silla. El movimiento la tomó desprevenida. Fue tan abrupto el cerrón que dio el nudo que solamente alcanzó a dar cinco pataleos antes de entregar el equipo. Ya muerta, su cuerpo en vaivén por la cocina, sus ojos desorbitados no dejaban de mirarme. La lengua le salió casi por completo. Aunque era evidente la típica cara del horror en su rostro, algo en su mirada podía ser interpretado como agradecimiento. La vida de Almendra, y la mía por añadidura, se trataban de existencias horribles.

Se aferraba a la soga tomando con sus manos el nudo...Foto: Shutterstock

Se aferraba a la soga tomando con sus manos el nudo…Foto: Shutterstock

No la culpo por querer morir tan joven, como no me culpo a mí por haberla asistido. Lo peor del ser humano, algo que ya debió desaparecer en algún momento del proceso evolutivo, es el instinto de supervivencia. Aún el ser más despreciable y cansado intentará salvarse de la muerte. Sólo los verdaderos suicidas entregan la vida como entregar un aparato que no funciona al fabricante. Sólo ellos están convencidos y aun así en el último momento resisten. También sé de un tipo de ciervo que se entrega al cuchillo con mansedumbre. Por lo demás, fue fácil salir de esa. Todos conocían los depresivos episodios de Almendra.

¿Arrepentimiento? Esa emoción es propia de personas nobles. Apegadas a la idea que la vida se trata de una cosa extraordinaria que en algún momento les sucederá a ellos. Al final, te lo digo porque lo he visto, no queda más que un borrón lamentable. Un borrón al que muchos llaman olvido. Y en el olvido no hay de qué demonios arrepentirse.

*Texto que forma parte del libro de relatos Plaga serena, que será publicado este año por el sello editorial Salto Mortal.

Quién es Iván Ballesteros Rojo: (Hermosillo, 1979) Es escritor, reportero y maestro. Ha publicado los relatos Monstruario (Altanoche, 2007),Mecanismos (Unison, 2011) y Bungalow (Tres guayabas cartonera, 2014). Ha colaborado en revistas como La tempestad, Tierra adentro, ViceHermano Cerdo.

INVITADO | Los gatos de Schrödinger y la fiesta macabra en medio del vacío, por Iván Ballesteros Rojo

sábado, febrero 20th, 2016
Iván Ballesteros escribe sobre la nueva novela de Franco Félix. Foto: Especial

Iván Ballesteros escribe sobre la nueva novela de Franco Félix. Foto: Especial

Franco Félix ha entregado dos obras que lo colocan como uno de los narradores más estimulantes de su generación. Un escritor que ha disipado expectativas y se ha colocado, de manera firme, en la élite de la literatura nacional.

ESCENARIO YERMO

La novela de Franco Félix (1981), Los gatos de Schrödinger (Tierra Adentro, 2015), sitúa al lector en medio de una paradoja: lo que vive y muere en un solo acto.

Recordemos el experimento realizado por el físico austríaco Erwin Schrödinger al que hace referencia el título. La idea de un hipotético gato atrapado dentro de una caja que tiene 50 por ciento de probabilidad de estar vivo y el otro tanto de estar muerto. El desierto es el escenario para el experimento narrativo que Félix ha desplegado. Un espacio estéril del que todo escapa y donde el zapping de la existencia se va diluyendo como arena entre las manos. Bienvenidos al desierto de lo real, que le diría Morpheus a Neo en Matrix.

Hace tiempo vi un documental sobre los montículos de arena que se forman en los desiertos, las llamadas dunas. Ahí comprendí que esos gigantes terrosos avanzan muy lentamente hasta desgranarse y desaparecer. Pueden pasar años, siglos, pero una cosa es segura, la extinción: partículas que se separan para integrar la nada.

En el desierto la humanidad podría ser enterrada sin ningún problema. Una tumba blanca que avanza, lentamente, envolviendo al espanto multitudinario. El tema del narco, como ruido de fondo, tiñe la segunda parte de la obra. Se trata de un disparo de la realidad, quizás el único que aparece de manera concreta, un guiño que Franco ha dejado ahí, quizá solidarizándose con pobladores de regiones tomadas por el horror.

Iván Ballesteros Rojo es editor de "Pez Banana". Foto: Facebook

Iván Ballesteros Rojo es editor de “Pez Banana”. Foto: Facebook

HUMOR CORROSIVO

Una representación de la inteligencia es el humor. El autor oculta su profunda decepción del mundo bajo ese rasgo. Habrá que reír de lo terrible. El mundo que habitamos es una broma infinita, como la que dejaría un escritor que resuena en las reflexiones que aparecen en Los gatos, de David Foster Wallace.

Más allá de los desiertos el resplandor de la civilización se antoja una explosión sin sentido. Un lugar habitado por asesinos y familias honorables. Por apestados con el virus de la vida. Adentro, en las cajas del experimento, los saludables y pacíficos muertos descansan. Vacacionan en la muerte, esa isla de aislamiento que se encuentra suspendida en medio de un mar ausente, perdido.

La primera versión de Los gatos de Schrödinger se trataba de una obra dramática, de la que queda esencia por el predominio del diálogo y la construcción de una atmósfera. Ante el lector el guión de una pieza que mantiene relación con el teatro de Samuel Beckett, otro autor esencial para Franco.

Es imposible no recordar los personajes de Esperando a Godot. Esos vagabundos esperanzados ante el desconcierto de lo real. Es natural pensar en Nagg y Nell, de Final de partida, una dupla extrañísima que habita en botes de basura.

Los personajes principales de Los gatos de Schrödinger aparecen construidos en medio del abismo: el Doctor existencialista, maestro del sinsentido, y su pupilo, Rabanito, discuten desde sus cajas temas tan disparatados como los de cualquier programa sabatino de televisión abierta.

Una pareja explosiva que monta un sketch de payasos Augustos del Augustos, esos que no recuerdan ni entienden nada y cuyas acciones están encaminadas al desastre. Hasta la ubicación incierta de estos payasos imposibles llega el Otro: insólito, vulgar y terrible, como cualquiera que topemos en un mal día por las calles de la rutina.

ARQUITECTURA

Hay elementos que Franco deja para el análisis. ¿De quién es la voz  antipática que aparece en cursivas? Acaso la del mismo autor, odiador como él solo. Hacia el final de la novela Doctor existencialista se arranca con un discurso cuasi filosófico sobre a humanidad, aún después de mostrar sus flaquezas como maestro de Rabanito; un discurso cálido y siniestro al mismo tiempo que deja al lector en el desamparo. ¿La paradoja sobre lo que vive y muere en sólo acto, también se aplica al mundo de las ideas? ¿Podemos ser imbéciles y brillantes al mismo tiempo?

Publicado apenas meses después de Kafka en traje de baño (Nitro⁄Press, 2015), obra que irrumpiría llamando la atención de lectores por méritos propios, Los gatos de Schrödinger evidencia un escritor especialista en el diseño narrativo de un proyecto arriesgado y demoledor. Un escritor que reflexiona desde una visión cáustica del mundo.

Los que esperen leer algo parecido a Kafka en traje de baño se llevarán una sorpresa. El mismo autor ha comentado que Los gatos de Schrödinger podría resultar un tremendo despropósito para lectores descafeinados que esperan una historia realista que siga la sobada ruta de planteamiento-nudo-desenlace. Acá no sabemos de dónde partimos ni cuándo pasamos del desierto a un universo apocalíptico, cerrado, angustiante. Un universo donde tanto vivos como muertos le sacan la vuelta a lo que realmente importa: la belleza que supone la contemplación del caos.

Franco Félix ha entregado dos obras que lo colocan como uno de los narradores más estimulantes de su generación. Un escritor que ha disipado expectativas y se ha colocado, de manera firme, en la élite de la literatura nacional.

Quién es Iván Ballesteros Rojo: (Hermosillo, 1979) Es escritor, reportero y maestro. Ha publicado los relatos Monstruario (Altanoche, 2007), Mecanismos (Unison, 2011) y Bungalow (Tres guayabas cartonera, 2014). Ha colaborado en revistas como La tempestad, Tierra adentro, Vice y Hermano Cerdo.