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Los 10 libros entrañables del escritor Luis Panini

sábado, junio 11th, 2016
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Leer para merecer el paraíso. Foto: Shutterstock

Comenzó a leer para no morir en el infierno y desde entonces los libros son su eterno paraíso, aunque -a qué negarlo- ahora que es grande sabe que el tan mentado averno es en realidad una fiesta permanente. ¡Pero sigue leyendo!

Ciudad de México, 11 de junio (SinEmbargo).- Comencé a leer literatura a los 11 años porque entonces tenía la certeza de que terminaría en el infierno y me interesaba averiguar todo lo concerniente a ese recinto que durante esos años supuse espantoso, pero que ahora no me preocupa porque sé que el infierno será una fiesta.

Compré la Divina Comedia en un supermercado y leí los 33 cantos que Dante le dedicó a ese lugar. También tuve la oportunidad de leer pasajes sobre el tema en una Biblia ilustrada que mi abuela paterna conservaba en su habitación junto a otros libros de pasta dura y temáticas religiosas. Aquellas ilustraciones ejercieron un poder casi hipnótico.

A veces, el infierno estaba representado como una cueva envuelta en llamas y habitada por individuos agonizantes, otras veces como un enorme caldero dentro del cual un elenco de pecadores de gesto martirizado flotaba en un líquido burbujeante de color carmesí. Y recordaba esos rostros durante las noches, antes de quedarme dormido. Y cuando la oportunidad volvía a presentarse leía más al respecto.

Elegir mis 10 libros favoritos en casi tres décadas de lectura asidua es una de las tareas más difíciles que he confrontado, pero a continuación lo intento:

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Afortunadamente, es una de mis lecturas más tempranas. Tenía trece años cuando la leí por primera vez y de inmediato me provocó una reacción parecida a las que suceden en los vasos de precipitado, en donde dos elementos pueden unirse para transformarse en un tercero. Fue alquimia pura. Son bastante escasos los personajes que me resultan tan entrañables como Antoine Roquentin, ese viejo misántropo. Con tan pocos he logrado identificarme a niveles autobiográficos que casi veinticinco años después sigue incomodándome. Esta novela representó en aquel momento una ampliación en el Panorama de Todas las Cosas. Me hizo envejecer dos décadas en un par de días y asimilar mi entorno de una manera distinta y renovada. La escena de la mosca que descansa en el centro de una mancha circular de luz solar sobre un mantel de papel aún me estremece.

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Novela inequívocamente poliédrica. Uno de los textos más alucinantes, compuesto por fragmentos confesionales y herméticos, que busca ampliar los límites fronterizos y reumáticos de lo que puede ser una novela. En una misma página se dan cita cascajos surrealistas, hiperbólicos, oníricos, poéticos. Es un libro que peca de sagrado y obsceno a partes iguales. Una “antinovela” que, sospecho, fue confeccionada minuciosa y obsesivamente para ser leída por escritores.

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Una de las sátiras más divertidas que he tenido la fortuna de leer y que cuenta con paralelos suficientes para ser catalogada, aunque con cierta holgura debido a su peso alegórico, como una novela digna de la picaresca española más destacable. Resulta imposible ignorar la influencia quevedesca, y también la lazarilla, pero el texto va más allá de una simple imitación. La historia puede resumirse como el viaje que el diablo cojuelo y el estudiante don Cleofás realizan mientras vuelan encima de innumerables techumbres madrileñas para evidenciar las hipocresías de una sociedad podrida. Desconozco si en 1843 ya había sido traducida al inglés, pero no sería descabellado suponer que los fantasmas navideños de Dickens le deben algo al diablo cojuelo.

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Si bien es cierto que más de un siglo antes Cervantes llegó a favorecer algunos hilos metanarrativos en su escritura y Rabelais encumbró la fragmentación del absurdo, Sterne es el incuestionable Big Daddy y precursor de la literatura posmoderna. Se trata de una novela llena de trampas para los lectores: se cuestiona a sí misma y, de este modo, cuestiona la función de la narrativa; le hace promesas al lector que nunca cumplirá porque su trama se dobla y se desdobla constantemente, se le escapa a uno entre los dedos, como el mercurio; y, sobre todo, se anda por las ramas. Las digresiones que salpican con frecuencia desmedida a esta novela son la verdadera novela, no añadiduras irrelevantes. Un verdadero gozo literario.

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Después de Quevedo y Cela, Torrente Ballester es mi autor español favorito. Su facilidad para la ironía y la parodia es legítimamente envidiable. Off-side es un gran retablo novelesco casi exento de acotaciones narrativas. En su lugar, una serpiente huidiza de diálogos y monólogos se convierte en el pincel que captura a un repertorio de personajes entrecruzados. La novela tiene de todo: homosexuales retrógradas, prostitutas lesbianas, defraudadores plásticos, intelectuales pedantes, viudas avaras, políticos flemáticos y hasta una obra de Goya que pudo, o no, haber sido falsificada.

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Comparado con Osvaldo Lamborghini, el Marqués de Sade empalidece, es una señorita decimonónica y enguantada que con camafeo decora su cogote y prefiere el doble calzón para evitar las tentaciones del Gran Maligno. Se trata de una novela póstuma e inconclusa, pero no por ello debe menospreciarse (¿qué sería de Franz?). Su verdadero protagonista es el sexo anal o, más bien, la sodomía es una figura alegórica que hace las veces de vehículo para ilustrar, una y otra vez, las posturas innegociables entre subyugantes y subyugados que habitan La Comarca, una geografía imaginada. Tadeys es, también, la crueldad hecha palabra, no apta para débiles de corazón o, peor, para mamertos de buenas costumbres. Su lenguaje es pirotecnia sublime que alcanza cimas paralelas a las de su compatriota Néstor Sánchez.

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Alguna vez la autora estadounidense Susan Sontag estimó a Krasznahorkai como el maestro húngaro del apocalipsis. La intensidad de su prosa rebasa la de, prácticamente, todos los autores que he leído. Sus frases serpenteantes y maximalistas buscan empacar el universo entero antes de utilizar un punto. Imposible leer en voz alta, uno quedaría con los pulmones desinflados. La historia es la misma de siempre: la vida de los habitantes mezquinos de una villa olvidada por Dios y azotada por lo que parece ser un diluvio. Y envueltos en esta atmósfera tan desoladora, rica en putrefacción y otros miasmas, los habitantes esperan la llegada de un misterioso peregrino que se suponía muerto y que podría ser Satanás, si Satanás contara con la mala suerte de llegar hasta ese sitio.

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Muchos lectores prefieren La metamorfosis o El proceso, pero la mejor novela de Kafka, al menos en mi opinión, tiene que ser El castillo. Es una cumbre literaria como pocas. Cuenta con la peculiaridad de ser uno de los textos más aburridos y divertidos al mismo tiempo. Sólo alguien con el talento de Kafka puede conseguir ese tipo de proeza. K., el protagonista, visita una villa pero de inmediato confronta a un monstruo de mil cabezas que le niega albergue: la burocracia gubernamental. De principio a fin, K. intenta dialogar con las autoridades competentes, pero su ruta pronto semeja la de un laberinto infernal. La tuberculosis le impidió al autor terminar de escribir la novela, aunque existe un documento en que asegura no desear terminarla y por esta razón el texto carece de punto final, su última línea cuelga en un precipicio blanco: lo que queda de la página. El lector es quien decide el sino del protagonista. Quienes hemos leído a Kafka, estamos casi seguros de que K. nunca llegaría a conseguir su cometido.

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Cúpula del barroco español, a esta obra la componen cinco textos, todos ellos de manufactura exquisita: El sueño de las calaveras, El alguacil alguacilado, Las zahúrdas de Plutón, El mundo por de dentro y Visita de los chistes. Algunas ediciones incluyen La hora de todos y la fortuna con seso, pero no siempre es el caso, aunque esta última es una verdadera extensión de la socarronería quevedesca. Humor y pesimismo plagan las páginas de este volumen para evidenciar la corrupta condición humana y su imposible redención. Estos textos también delatan algunas peculiaridades del autor y su conservadurismo: misoginia, xenofobia, homofobia, antisemitismo, etc. Ataca credos, razas, nacionalidades, profesiones, vicios capitales y demás. Nadie se salva de las garras de Quevedo.

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De las tres novelas que David Foster Wallace escribió, siempre he considerado a La broma infinita como su obra capital. El rey pálido es un prodigio de la imaginación (y el tedio). Sin embargo, le guardo un cariño muy especial a La escoba del sistema, su primera novela, que anuncia y perfila desde una edad muy temprana al universo wallaceano: metaficción, abundantes pies de página, efervescencia lingüística, la destrucción de modelos narrativos lineales, el entretejimiento de diversos géneros para consolidar un préstamo literario constante que revigoriza a la novela y la rescata de las fauces de quienes durante tanto tiempo han proclamado su supuesta y absurda muerte, etc. Esta obra, publicada cuando el autor apenas tenía 25 años, fue un proyecto de tesis (¡a nivel licenciatura!) que escribió no sólo para demostrarle a sus profesores su inteligencia superior, sino para confirmar que incluso a esa edad era capaz de escribir una obra de mayor calidad a las que ellos habían escrito.

Quiso ser médico, se hizo arquitecto, pero sólo se siente escritor. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Quiso ser médico, se hizo arquitecto, pero sólo se siente escritor. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

¿Quién es Luis Panini? Escritor y arquitecto. Su primer libro obtuvo el Premio Nuevo León de Literatura 2008. Es egresado de la licenciatura en Arquitectura de la Universidad Autónoma de Nuevo León y realizó estudios de posgrado en la Universidad de Kentucky y la Herbstakademie en Estados Unidos y Alemania, respectivamente. Textos suyos han aparecido en publicaciones periódicas del país y del extranjero: Luvina, La Tempestad, Arquitrave, Casa del Tiempo, Vice, Metrópolis, Pez Banana, HTMLGIANT, Posdata, Guardagujas, Shandy, [out of nothing], Construction. Ha publicado tres colecciones de ficción breve: Terrible anatómica (Conarte, 2009), Mala fe sensacional (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2010) y Función de repulsa (Libros Malaletra, 2015). También es autor de tres novelas: Esquirlas (27 editores/UANL, 2014), El uranista (Tusquets, 2014) y La hora mala (Tusquets, 2016).

Luis Panini o cuando a los muertos se les ocurre morir en “La hora mala”

lunes, abril 4th, 2016
Con la hora mala quiso volver al divertimento inicial de la escritura. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Con la hora mala quiso volver al divertimento inicial de la escritura. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

El autor regiomontano residente en los Estados Unidos regresa con una historia singular acerca de la diferencia y la falta de empatía con el prójimo que caracteriza a nuestras sociedades contemporáneas

Ciudad de México, 4 de abril (SinEmbargo).- Luis Panini nació en Monterrey en 1978 y vive en Los Ángeles. Es arquitecto de profesión, especie de artimaña de supervivencia para luego tener tiempos libres que le permitan hacer lo que más le gusta: escribir.

Se dio a conocer en el ambiente literario con un primer libro de relatos titulado Terrible anatómica y con el que obtuvo el Premio Nuevo León de Literatura 2008.

Es autor de las novelas Esquirlas (27 editores/UANL, 2014) y El uranista (Tusquets/Planeta, 2014), así como de los libros de relatos Mala fe sensacional (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2010) y Función de repulsa (Libros Malaletra, 2015).

Ahora regresa a la novela con una historia singular acerca de la diferencia y la falta de empatía con el prójimo que caracteriza a nuestras sociedades contemporáneas. Una novela corta, especie de vaudeville, con un ritmo muy teatral, donde el diálogo constituye la sustancia esencial.

Una alegoría sobre la muerte, sobre la violencia, sobre lo anestesiados que estamos frente a esos cadáveres que, ay, como diría el poeta peruano César Vallejo, “siguen muriendo”.

De golpe, en una calle de una ciudad cualquiera, una multitud se reúne alrededor del cuerpo de un joven agonizante que surgió de la nada. Instantes después, un mago callejero aparece también en circunstancias misteriosas y se dedica a conversar con los testigos, a medida que se esparce cierto olor a azufre.

Poco a poco, y debido a una suma de hechos absurdos o inquietantes como la existencia de un peligroso agresor sexual en el barrio, algunos de los presentes deberán concluir si están atrapados en un experimento fuera de lo común.

Quiso ser médico, se hizo arquitecto, pero sólo se siente escritor. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Quiso ser médico, se hizo arquitecto, pero sólo se siente escritor. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

–Se habla a menudo de los cadáveres que hablan, en La hora mala el problema es que nadie quiere escucharlos

–Finalmente el hombre que aparece en esa acera no puede hablar y no puede defenderse de las cosas que dicen frente a él, en cierto modo se está muriendo a causa de un chisme. ¿Qué tanto pueden decirnos los cadáveres?

–Me llamó la atención la estructura de la novela, muy dramática

–En algún momento pensé que La hora mala iba a ser una obra de teatro…el reto para mí en esto fue escribir una historia en tiempo real. Una novela que transcurriera entre las 15 y las 16 horas; los diálogos imperan aquí, a diferencia de mis novelas anteriores, donde no había explorado el diálogo. Me encantaría escribir en el futuro una novela pícara, quizás La hora mala sea un antecedente, de germen…

–Si fuera una obra de teatro, sería un vaudeville

–Sí. Algunas personas me escribieron para mostrar su interés por montarla en un escenario y por qué no, yo encantado

–Lo central de la novela es la indiferencia frente a la muerte y al dolor

–Exactamente. Ese es uno de los ejes: la indiferencia frente a la desgracia ajena, solo queremos ser espectadores y no involucrarnos, por eso los personajes funcionan como espejo; los humanos somos muy complejos, podemos ser muy buenos y también podemos ser muy malos. El otro eje temático de la novela es la maleabilidad de la psique colectiva; a veces podemos tener una opinión sobre un tema, pero si estamos en grupo, esa opinión cambia. Me gusta ese contraste y eso quería explorar.

–Los medios manipulan mucho esa opinión colectiva

–Las redes sociales alimentan con información segundo a segundo, constantemente estamos formando opinión y muchas veces sobre fuentes que no son fidedignas. A veces creí que ciertas historias leídas eran reales, para a los dos días darme cuenta de que eran falsas. En La hora mala, el mago comienza a cambiar la opinión de todos, el titiritero.

Una novela como un absurdo, llena de diálogos. Foto: Especial

Una novela como un absurdo, llena de diálogos. Foto: Especial

–Muchos hablan de la influencia de Juan José Arreola en tu obra, yo encuentro rastros de Alfred Jarry en La hora mala

–Es una comedia del pueblo, efectivamente, puesto que la ciudad no tiene nombre. Soy un gran lector de Jarry y también de Arreola, una de las grandes cumbres literarias de México. El humor de La hora mala le debe algo a Arreola y las cuestiones absurdas y los diálogos son influencia de Franz Kafka, un autor que leo y releo en forma constante.

–Empiezas con una frase de Jean Paul Sartre, de La náusea…

–Sí, eso de que las tres de la tarde siempre es demasiado temprano o demasiado tarde para hacer algo. Me pasa lo mismo, nunca sé qué hacer a las tres de la tarde. Me llamó la atención cuando leí eso en La náusea y lo tomé como punto de partida para La hora mala. Hace unos minutos un chico me dijo que en algunos pueblos es considerada la hora de la misericordia, para rezar, para decir una oración.

–¿Qué piensas del egoísmo, de que alguien muera ante nuestros ojos y no nos conmueva?

–Yo puedo ser un hombre muy egoísta con mi tiempo, cuando estoy con mis amigos pienso en que no estoy escribiendo, pero yo hubiera ayudado inmediatamente a ese hombre tirado en la acera que aparece en La hora mala. El egoísmo puede ser sano a nivel creativo, pero a nivel humano es repudiable y siempre trato de evitarlo. Tengo mis temporadas hurañas, pero ayudo a las personas cuando lo necesitan.

–¿Vivimos en una sociedad psicópata?

–Estamos rodeados de ciudadanos psicópatas y sociópatas. Los niveles de violencia desensibilizan. Monterrey se convirtió ya en el muerto nuestro de cada día. Esto cada vez va permeando más en las conciencias jóvenes, que ven eso como algo normal de la vida cotidiana.

–¿Las redes sociales incentivan ese fenómeno?

–Sí, porque la proximidad es lo que impone límites. Estar detrás de una pantalla y abrigado en el anonimato, es fácil conformar juicios de valor constantes.

–¿Tienes Twitter y Facebook?

–Sí, porque esas redes sociales son indispensables para los escritores de hoy. El escritor debe impulsar su obra, debe llamar a los lectores. La literatura también es un negocio, ninguna editorial querrá publicar a autores para que sus libros terminen en una bodega.

–Tu novela anterior, Esquirlas, tiene un punto de contacto con La hora mala en eso del cuerpo deteriorado, destruido, ¿es algo que te preocupa particularmente?

–Sí, desde mi primer libro. Quise estudiar medicina antes que arquitectura. Y mi disfraz ahora es el de arquitecto, pero mi vocación real es la de escritor.

–¿El absurdo es también otra de tus obsesiones?

–Bueno, desdeño el absurdo por el absurdo en sí, pero es algo que me interesa también mucho desde que empecé a escribir. Me gusta el absurdo pero con lógica y eso como ejercicio literario siempre lo he disfrutado mucho. Con La hora mala quise reencontrarme con cierto divertimento inicial.

–Eres un escritor mexicano aunque vivas fuera de México

–No sé qué deba escribir para ser considerado totalmente mexicano, pero mi humor, burlarse de la muerte, todo eso es de aquí, de donde nací. Me considero un escritor muy mexicano, en algún momento quisieron etiquetarme como un escritor del norte, pero no estoy atado a esa geografía.

–¿Qué lees de México?

–Estoy leyendo una novela que me tiene la mandíbula en el piso, Las tierras arrasadas. Cuando leo a Emiliano Monge pienso que dentro de 30 años será uno de nuestros candidatos al Premio Nobel. También leo todo lo de Antonio Ortuño, pues su prosa siempre me ha parecido exquisita.