El autor regiomontano residente en los Estados Unidos regresa con una historia singular acerca de la diferencia y la falta de empatía con el prójimo que caracteriza a nuestras sociedades contemporáneas
Ciudad de México, 4 de abril (SinEmbargo).- Luis Panini nació en Monterrey en 1978 y vive en Los Ángeles. Es arquitecto de profesión, especie de artimaña de supervivencia para luego tener tiempos libres que le permitan hacer lo que más le gusta: escribir.
Se dio a conocer en el ambiente literario con un primer libro de relatos titulado Terrible anatómica y con el que obtuvo el Premio Nuevo León de Literatura 2008.
Es autor de las novelas Esquirlas (27 editores/UANL, 2014) y El uranista (Tusquets/Planeta, 2014), así como de los libros de relatos Mala fe sensacional (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2010) y Función de repulsa (Libros Malaletra, 2015).
Ahora regresa a la novela con una historia singular acerca de la diferencia y la falta de empatía con el prójimo que caracteriza a nuestras sociedades contemporáneas. Una novela corta, especie de vaudeville, con un ritmo muy teatral, donde el diálogo constituye la sustancia esencial.
Una alegoría sobre la muerte, sobre la violencia, sobre lo anestesiados que estamos frente a esos cadáveres que, ay, como diría el poeta peruano César Vallejo, “siguen muriendo”.
De golpe, en una calle de una ciudad cualquiera, una multitud se reúne alrededor del cuerpo de un joven agonizante que surgió de la nada. Instantes después, un mago callejero aparece también en circunstancias misteriosas y se dedica a conversar con los testigos, a medida que se esparce cierto olor a azufre.
Poco a poco, y debido a una suma de hechos absurdos o inquietantes como la existencia de un peligroso agresor sexual en el barrio, algunos de los presentes deberán concluir si están atrapados en un experimento fuera de lo común.
–Se habla a menudo de los cadáveres que hablan, en La hora mala el problema es que nadie quiere escucharlos
–Finalmente el hombre que aparece en esa acera no puede hablar y no puede defenderse de las cosas que dicen frente a él, en cierto modo se está muriendo a causa de un chisme. ¿Qué tanto pueden decirnos los cadáveres?
–Me llamó la atención la estructura de la novela, muy dramática
–En algún momento pensé que La hora mala iba a ser una obra de teatro…el reto para mí en esto fue escribir una historia en tiempo real. Una novela que transcurriera entre las 15 y las 16 horas; los diálogos imperan aquí, a diferencia de mis novelas anteriores, donde no había explorado el diálogo. Me encantaría escribir en el futuro una novela pícara, quizás La hora mala sea un antecedente, de germen…
–Si fuera una obra de teatro, sería un vaudeville
–Sí. Algunas personas me escribieron para mostrar su interés por montarla en un escenario y por qué no, yo encantado
–Lo central de la novela es la indiferencia frente a la muerte y al dolor
–Exactamente. Ese es uno de los ejes: la indiferencia frente a la desgracia ajena, solo queremos ser espectadores y no involucrarnos, por eso los personajes funcionan como espejo; los humanos somos muy complejos, podemos ser muy buenos y también podemos ser muy malos. El otro eje temático de la novela es la maleabilidad de la psique colectiva; a veces podemos tener una opinión sobre un tema, pero si estamos en grupo, esa opinión cambia. Me gusta ese contraste y eso quería explorar.
–Los medios manipulan mucho esa opinión colectiva
–Las redes sociales alimentan con información segundo a segundo, constantemente estamos formando opinión y muchas veces sobre fuentes que no son fidedignas. A veces creí que ciertas historias leídas eran reales, para a los dos días darme cuenta de que eran falsas. En La hora mala, el mago comienza a cambiar la opinión de todos, el titiritero.
–Muchos hablan de la influencia de Juan José Arreola en tu obra, yo encuentro rastros de Alfred Jarry en La hora mala
–Es una comedia del pueblo, efectivamente, puesto que la ciudad no tiene nombre. Soy un gran lector de Jarry y también de Arreola, una de las grandes cumbres literarias de México. El humor de La hora mala le debe algo a Arreola y las cuestiones absurdas y los diálogos son influencia de Franz Kafka, un autor que leo y releo en forma constante.
–Empiezas con una frase de Jean Paul Sartre, de La náusea…
–Sí, eso de que las tres de la tarde siempre es demasiado temprano o demasiado tarde para hacer algo. Me pasa lo mismo, nunca sé qué hacer a las tres de la tarde. Me llamó la atención cuando leí eso en La náusea y lo tomé como punto de partida para La hora mala. Hace unos minutos un chico me dijo que en algunos pueblos es considerada la hora de la misericordia, para rezar, para decir una oración.
–¿Qué piensas del egoísmo, de que alguien muera ante nuestros ojos y no nos conmueva?
–Yo puedo ser un hombre muy egoísta con mi tiempo, cuando estoy con mis amigos pienso en que no estoy escribiendo, pero yo hubiera ayudado inmediatamente a ese hombre tirado en la acera que aparece en La hora mala. El egoísmo puede ser sano a nivel creativo, pero a nivel humano es repudiable y siempre trato de evitarlo. Tengo mis temporadas hurañas, pero ayudo a las personas cuando lo necesitan.
–¿Vivimos en una sociedad psicópata?
–Estamos rodeados de ciudadanos psicópatas y sociópatas. Los niveles de violencia desensibilizan. Monterrey se convirtió ya en el muerto nuestro de cada día. Esto cada vez va permeando más en las conciencias jóvenes, que ven eso como algo normal de la vida cotidiana.
–¿Las redes sociales incentivan ese fenómeno?
–Sí, porque la proximidad es lo que impone límites. Estar detrás de una pantalla y abrigado en el anonimato, es fácil conformar juicios de valor constantes.
–¿Tienes Twitter y Facebook?
–Sí, porque esas redes sociales son indispensables para los escritores de hoy. El escritor debe impulsar su obra, debe llamar a los lectores. La literatura también es un negocio, ninguna editorial querrá publicar a autores para que sus libros terminen en una bodega.
–Tu novela anterior, Esquirlas, tiene un punto de contacto con La hora mala en eso del cuerpo deteriorado, destruido, ¿es algo que te preocupa particularmente?
–Sí, desde mi primer libro. Quise estudiar medicina antes que arquitectura. Y mi disfraz ahora es el de arquitecto, pero mi vocación real es la de escritor.
–¿El absurdo es también otra de tus obsesiones?
–Bueno, desdeño el absurdo por el absurdo en sí, pero es algo que me interesa también mucho desde que empecé a escribir. Me gusta el absurdo pero con lógica y eso como ejercicio literario siempre lo he disfrutado mucho. Con La hora mala quise reencontrarme con cierto divertimento inicial.
–Eres un escritor mexicano aunque vivas fuera de México
–No sé qué deba escribir para ser considerado totalmente mexicano, pero mi humor, burlarse de la muerte, todo eso es de aquí, de donde nací. Me considero un escritor muy mexicano, en algún momento quisieron etiquetarme como un escritor del norte, pero no estoy atado a esa geografía.
–¿Qué lees de México?
–Estoy leyendo una novela que me tiene la mandíbula en el piso, Las tierras arrasadas. Cuando leo a Emiliano Monge pienso que dentro de 30 años será uno de nuestros candidatos al Premio Nobel. También leo todo lo de Antonio Ortuño, pues su prosa siempre me ha parecido exquisita.