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Uno sabe que morirá, pero debe librarse de muertes ridículas: Jorge Alberto Gudiño

domingo, julio 10th, 2022

El escritor Jorge Alberto Gudiño habló con SinEmbargo sobre su más reciente novela Historia de las cosas perdidas (Alfaguara), un mosaico de distintas historias, reflexiones y momentos.

Ciudad de México, 10 de julio (SinEmbargo).– “​​Que suene el teléfono de madrugada, sin ninguna previsión, sólo puede implicar un equívoco o una emergencia; es sabido”, escribe Jorge Alberto Gudiño al inicio de su novela Historia de las cosas perdidas (Alfaguara), en la cual relata los acontecimientos que se detonan a partir de esa situación en la vida de Roger, un joven ventiañero, a quien la voz detrás de esa llamada lo obligará a decidir sobre la vida de Andy, su jefe y amigo.

“Ninguno de nosotros quiere estar en una situación tal que tenga que tomar una decisión trascendental para alguien más y además una decisión casi imposible, es decir, si a uno le llaman por teléfono y le dicen ‘amputamos el brazo de tu amigo o se muere, decide tú ahora’. Si uno lo plantea como una ecuación, la respuesta es fácil, pero si uno empieza a considerar la relación con el amigo, qué pasa aquí, qué pasa allá, todo se vuelve mucho más complicado”, comentó en entrevista el autor.

Historia de las cosas perdidas es una historia que pone en entredicho qué tanto conocemos a los otros, de qué somos capaces para conseguir lo que deseamos y cómo, finalmente, lo que desechamos también habla de nosotros. Se construye con una serie de mosaicos de distintas historias, reflexiones, momentos, aspectos que hablan del trayecto entre la vida y la muerte y del irremediable abandono de un amor o un deseo.

Para lograr su cometido, Jorge Alberto Gudiño empleó un narrador que juega con la mente del lector, que lo conduce por la historia, determina cuándo es momento de parar para reflexionar sobre el sin sentido de la vida o para contar lo ridículo que puede llegar a ser el acto de morir:

“Uno sabe que se va a morir, pero debe librarse de muertes ridículas o al menos de ese tipo de muertes ridículas. El narrador es algo que siempre me ha ocupado y me toma un buen rato definirlo con claridad en cada una de mis novelas porque este narrador no solo tiene un espectro ampliado respecto a las otras historias que se van contando, sino que es un narrador autoconsciente que constantemente está reflexionando sobre lo que sucede e incluso de alguna manera, sin que se entere, le está dando lata a Roger”.

Sobre este personaje, Jorge Alberto reconoce que no es precisamente un héroe y que incluso a él le cae mal “porque no es alguien que está buscando resolver los conflictos, sino porque de pronto me da la impresión que incluso se aprovecha de ellos”, no obstante termina por ser la persona adecuada para excavar en los misterios que esconde la historia central y por lo tanto en cada uno de los personajes.

Historia de las cosas perdidas, el último libro de Jorge Alberto Gudiño.

***

—Tu libro está tejido con una serie de mosaicos de distintas historias, reflexiones, momentos, aspectos que te obligan a estar concentrado y tratar de comprender ese salto de una a otra historia y de las reflexiones. ¿Era esta tu idea el jugar un poco con el lector a través de la narrativa con este narrador tan interesante?

—Me gusta que lo hayas descrito como mosaico, me parece que es una buena aproximación a lo que intenté porque en efecto se intercalan partes de las dos historias principales y se van sumando reflexiones, historias paralelas que parecería que no tienen nada que ver con la principal. Hay historias en torno a la basura, a diferentes tipos de muertes ridículas o no y una reflexión en torno al descubrimiento de quiénes somos en realidad. Me parece que todo esto ayuda a conformar un mosaico grande de la novela y podría estar completamente de acuerdo en que exige que el lector esté concentrado, aunque por otra parte también podría permitirle desprenderse porque todos los fragmentos son cortos, todos podrían tener un par de cuartillos. A mí como lector nunca me gusta dejar los capítulos a la mitad y a veces hay novelas que tienen capítulos larguísimos que lo hacen difícil, sobre todo por las cosas que se nos atraviesan, hay algo que conspira contra los lectores que son otras obligaciones.

—Una llamada en la noche, elegir entre la vida y la muerte, el irremediable abandono de un amor y el morir de una forma ridícula. ¿Tu novela se alimenta de los temores más mundanos del ser humano?

—Sí en muy buena medida, ninguno de nosotros quiere recibir malas noticias en la noche, ninguno de nosotros quiere estar en una situación tal que tenga que tomar una decisión trascendental para alguien más y además una decisión casi imposible, es decir, si a uno le llaman por teléfono y le dicen ‘amputamos el brazo de tu amigo o se muere, decide tú ahora’. Si uno lo plantea como una ecuación, la respuesta es fácil, pero si uno empieza a considerar la relación con el amigo, qué pasa aquí, qué pasa allá, todo se vuelve mucho más complicado.

Historias de amor y de desamor finalmente son las historias que cargamos todos encima a lo largo de nuestra vida. Roger es un veinteañero que lo ha abandonado su novia y se siente muy mal, como todos aquellos que perdimos algún amor a los 20 o a los 30, en realidad en cualquier momento de nuestra vida. Que nos sintamos muy mal no quiere decir que no es algo cotidiano o no es algo que suceda una y otra vez y conforme parte del aprendizaje. Los temores mundanos son los que más nos preocupan y de los que más nos ocupamos.

—Roger no ejemplifica el personaje heroico, por momentos se cree demasiado mediocre y no llega a entender que la relación de muchos de los sucesos cruzan irremediablemente por él…

—Sí, tenía la intención de contar una historia que pareciera correr de manera transversal al protagonista, cosa que es un tanto extraña si uno lo plantea como una idea. Estamos acostumbrados a que lo primero que tenemos es que al protagonista le pasa algo y actuamos en consecuencia, pero a Roger lo que le pasa al principio de la novela es lo que le sucede a la gente que lo conoce, le pasa lo que le pasa a Andy, a Denisse, a su hermana.

Si él se hiciera a un lado, podría no estarle pasando nada. Si él viviera en otro lugar, etc. Pero conforme van pasándole estas cosas, se va construyendo un personaje que no es para nada un héroe. A mí Roger me cae bastante mal, no porque no es alguien que está buscando resolver los conflictos, sino porque de pronto me da la impresión que incluso se aprovecha de ellos.

—¿Es un personaje mediocre?, entendiendo la mediocridad como la plasmas en el libro alguien de la media, alguien promedio.

—Sí lo es y en diferentes aspectos, lo que pasa es que a lo largo de la novela va oscilando entre ese primer momento de sentirse deprimido, de irse dando cuenta de que las cosas no están saliendo como él quiere en la vida, de darse cuenta que tiene problemas con el sentido de la vida, pero luego encuentra algunas soluciones y de pronto le llegan noticias buenas, pero de pronto le parecen otras malas, a veces toma una decisión que lo pone muy contento y dice ‘podría acostumbrarme a eso’, pero acostumbrarme a eso también en alguna medida podría ser un síntoma de mediocridad.

Es un personaje mediocre que oscila sobre todo en un asunto que me parece relevante, porque no estamos en condiciones de juzgar la mediocridad de los demás, no puedo señalar a alguien como mediocre, sería algo injusto y tremendamente petulante, lo que me resultaba importante en la novela era dejar claro que lo que importa no es esa clasificación de la mediocridad sino la conciencia que uno tiene de ella, es decir, si uno se siente mediocre, si uno está consciente de que es mediocre ya de entrada lo es, no hay manera de escapar de esa reflexión.

—Regresando al narrador, porque no sólo se centra en Roger, va de una historia en otra. Estas pequeñas historias dan buenos intermedios entre la historia central, ¿cuál es el hilo conductor de este narrador? ¿Lo efímero de la vida, el sinsentido del día a día, las muertes ridículas?

—En su mayoría las muertes son ridículas y eso está inspirado en la idea de los que se han muerto por sacarse una selfie, por ejemplo, me parece que es lo más ridículo que hay. Uno sabe que se va a morir, pero debe librarse de muertes ridículas o al menos de ese tipo de muertes ridículas.

El narrador es algo que siempre me ha ocupado y me toma un buen rato definirlo con claridad en cada una de mis novelas porque este narrador no solo tiene un espectro ampliado respecto a las otras historias que se van contando, sino que es un narrador autoconsciente que constantemente está reflexionando sobre lo que sucede e incluso de alguna manera, sin que se entere, le está dando lata a Roger. De pronto toma una decisión, se burla un poco, lo tenía que justificar, pero Roger no lo oye, no es un narrador de ese tipo, pero sí es autoconsciente que permite toda esta reflexión que está sucediendo incluso sobre el propio acto narrativo.

La novela empieza con una reflexión sobre el acto narrativo, sobre cómo empieza una historia y termina sobre cómo acaba una historia. Esa reflexión larguísima se cierra.

—Gran parte de la idea que uno se hace de los personajes no es necesariamente lo que ellos representan, sino que el narrador ayuda a moldearla porque viene cargado con sus juicios y apreciaciones.

—Claro, es que esta idea del narrador poco digno de confianza es de lo más atractivo. Los narradores que son al menos un poquito mentirosos o que distorsionan un poco la realidad me resulta muy atractivo. La idea es plantear algo, pero que no sea del todo verdad, pero consideremos que el narrador es el que filtra toda la información narrativa, no tenemos acceso a ella de otro modo, entonces que se pueda conseguir esta sospecha y suspicacia de que no todo es exactamente así, es algo que a veces intento y que lo hayas notado me pone muy contento.

—Sí, en algún momento te das cuenta que ese narrador está jugando contigo…

Pero son mucho más padres los narradores tramposos o al menos para determinado tipo de historias. Me queda claro que hay historias en las que necesitamos narradores muy rígidos, fijos, pero si uno consigue encontrarse con una historia que le permita estos deslices narrativos, debe aprovecharlo.

—¿Uno llega realmente a conocer a las personas o es una aspiración con muchos obstáculos?

—Yo creo que es complicadísimo conocer a las personas. Me queda claro que Andy vive una doble o cuádruple vida que es muy compleja de conocer y que prácticamente nadie la conocería completa y Roger va ser el encargado de irla desvelando poco a poco a partir de una investigación que además no es que quisiera hacer desde un principio, que le encomiendan casi por asuntos laborales. Eso va a permitir conocerlo en un aspecto mucho más amplio, pero no lo vamos a conocer plenamente, ni Roger.

Si uno piensa con su propia experiencia en que uno no es alguien como Andy ni es un espía internacional, resulta que siempre guardamos secretos para los demás, para los más cercanos y para los más lejanos. Y si lo vemos al revés, es muy poco probable conocer en su totalidad incluso a las personas con las que vivimos.

—En general también lo que llegas a plasmar es la cotidianidad que vivimos como mexicanos en la sociedad actual, bastante podrida en muchos aspectos. ¿Fue un objetivo o terminó reflejándose con los personajes?

—Es un poco de las dos cosas. Quise hacer una novela que se desarrollara en la Ciudad de México, en la época actual, sin pandemia, eso me queda claro, podría suceder en 2019 u hoy, en un par de colonias muy emblemáticas de la ciudad. Todo esto sucede entre la Roma y la Condesa, aunque no vienen nombres de calles, pero sí vienen un montón de hábitos, de pequeños detalles, de construcciones, de edificios, de comportamientos sociales que nos reflejan como sociedad. Hay literatura, he escrito libros que no hablan de un contexto concreto sino que se centran en un ambiente inventado, y otros como mis tres novelas anteriores sobre la saga del detective y esta, que están en un contexto muy determinado porque me interesaba que mis personajes habitaran esa parte de la ciudad. Al mismo tiempo, uno la señala y también la utiliza, la ciudad es algo que nos marca de una manera y nos permite percibir el mundo de determinadas formas.

—Dices que no se desarrolla en la pandemia pese a que fue escrita en la pandemia. ¿Por qué esa elección?

—Si uno lo piensa en términos absolutos, hay algo así como 7 mil millones de historias de la pandemia, no hay menos, y eso considerando solo a las personas. Seré un gran admirador de los escritores que se atrevan a escribir la novela de la pandemia porque hay que competir con esas 7 mil millones de historias reales de las cuales hay un montón con una intensidad tremenda; hay las de los sobrevivientes, los que se murieron, las familias que vivieron una tragedia, existen todas las historias respecto a la pandemia. No me quería meter en ese problema, incluso como marco contextual era muy difícil trabajarlo y además todavía estamos en pandemia, ya hemos rebajado algunas cosas, ya la vacunación ha hecho su trabajo en alguna medida, pero seguimos en pandemia, ni siquiera es que uno pueda tener la distancia necesaria para poder escribir esa novela. Por eso me propuse con mucha claridad que no quería meterme en la pandemia.

ADELANTO | Historia de las cosas perdidas, una novela de Jorge Alberto Gudiño

sábado, julio 2nd, 2022

Historia de las cosas perdidas, editada por Alfaguara, es el nombre de la nueva novela de Jorge Alberto Gudiño. Una historia que pone en entredicho qué tanto conocemos a los otros, de qué somos capaces para conseguir lo que deseamos y cómo, finalmente, lo que desechamos también habla de nosotros.

Ciudad de México, 2 de julio (SinEmbargo).– Es de madrugada y suena el teléfono. Roger se despierta y piensa que probablemente es una mala noticia o tal vez sea su exnovia queriendo volver. Pero lo que se encuentra al otro lado de la línea es la llamada de un sujeto que le pregunta si conoce a Andy, que en efecto es su amigo y también es su jefe, y le comunica que acaba de sufrir un accidente y que le tienen que amputar el brazo para salvarle la vida, por lo que necesitan su autorización.

A partir de ese acontecimiento se desenlaza la más reciente novela de Jorge Alberto Gudiño, Historia de las cosas perdidas (Alfaguara).

“Todos sabemos que si el teléfono suena en la madrugada en nuestra casa es porque seguramente es una mala noticia”, comentó Jorge Alberto en entrevista con Álvaro Delgado en el programa Los Periodistas que se transmite por YouTube a través del canal de SinEmbargo Al Aire.

“Roger ni siquiera sabe porque le están diciendo eso, no entiende muy bien las cosas […] se ve forzado a contestar algo y de inmediato sale al hospital y esa llamada le va a cambiar la vida en un sentido muchísimo más profundo de lo que en realidad se la va a cambiar a Andy”.

Jorge Alberto Gudiño compartió que además de esta historia, la novela en realidad tiene varias líneas temáticas.

“También se va abriendo un argumento que tiene que ver cómo nos enfrentamos nosotros mismos con la idea de qué tan buenos o qué tan malos somos para con los demás y para con nuestras acciones, que finalmente es un argumento que se va desarrollando de la mano en que va transcurriendo la novela en donde también irán entrando más personajes”.

Historia de las cosas perdidas, explicó, nació en la pandemia y es diferente a la serie policiaca que estaba escribiendo, que todavía sigue abierta y continuará. Ésta, aclaró, es completamente independiente.

Jorge Alberto Gudiño pone en entredicho con esta novela qué tanto conocemos a los otros, de qué somos capaces para conseguir lo que deseamos y cómo, finalmente, lo que desechamos también habla de nosotros.

Con autorización de Alfaguara, de Penguin Random House Grupo Editorial, y del autor, SinEmbargo comparte en exclusiva para sus lectores un fragmento de Historia de las cosas perdidas.

Historia de las cosas perdidas, editada por Alfaguara, es el nombre de la nueva novela de Jorge Alberto Gudiño.

***

El principio. Siempre es mejor comenzar por el principio. Una historia adquiere su sentido al ser contada en la medida en la que es capaz de conducir a quien la atestigua del punto A al punto B. Ése es el trayecto conjeturado que precisa un inicio, aunque éste se escape de nuestra conciencia. Baste pensar que un viaje en carretera puede ir de una ciudad determinada a otra pero siempre, al menos si no se nació en ese automóvil durante ese traslado, hubo otras rutas que cubrir antes de arrancar el coche y manejar con el sol de frente. Así funciona el inicio de esta historia como subir las maletas en la cajuela, acomodarse con calma e introducir la llave en el encendido; existen muchas cosas antes, otras paralelas y consecuencias de todo tipo. No importa, hay que empezar por algún lado.

Ese sitio es Roger. Dormido. En su cama, no en la carretera.

Que suene el teléfono de madrugada, sin ninguna previsión, sólo puede implicar un equívoco o una emergencia; es sabido. Y fue esa angustia, sumada al sobresalto, la que provocó el tanteo de su mano sobre el buró; la caída del aparato; la suya propia que fue más el deslizamiento colina abajo a través del tobogán de las sábanas. El descenso le permitió desechar los demonios de la alarma, la noticia ominosa, la anticipación del llanto, para sustituirlos por una idea más ingenua pero mucho más atractiva, a saber cómo hay quienes pueden desembarazarse de la tragedia a golpes de deseo: la de que su interlocutor, ahora bajo la cama, no era otro sino Denise, llamándole a esas horas para anunciar su arrepentimiento y prevenirle por su inminente retorno. La conjunción de sosiego espiritual, la fantasía y un deseo manoteado contra las cobijas.

Roger, diría Denise, porque ya anticipaba la voz de su ex. Apresuró el espabilamiento, tanteando sobre la duela para dar con su teléfono. No fuera a ser que Denise, desairada por la espera, elucubrara en torno a su tardanza, abandonando la idea de la apoteósica reconciliación. El estado de ansiedad desplazaba a los del sueño que, quizá, aún preveían las posibilidades siniestras de una llamada a deshoras.

“Es duro aceptar que uno está destinado a una existencia mediocre”. Andy solía repetir esa frase cada tanto. Un golpe de efecto que le funcionaba al buscar a nuevos clientes, al hablar en una junta o si quería impresionar a su auditorio durante alguna de sus conferencias motivacionales.

De Denise, Roger debería confesar que la odiaba profundamente. Tanto, como sin duda la seguía amando. No hay contradicción en la idea ni en los sentimientos. Fueron noches enteras de despertares inciertos tras su partida. No conseguía paliar la ansiedad que le provocaba imaginarla con otro, besando a otro, teniendo sexo con otro. A Roger ni siquiera le bastaban sus propias fantasías para consolarse. Imaginarse con otra, besando a otra o teniendo sexo con otra no atenuaba la zozobra. Son esas racionalizaciones infaustas que no curan. Se dedicaba a pensar en cómo, cuando estaban juntos, también se pensaba con otra, besando a otra o teniendo sexo con otra. Y se negaba a concederle la prerrogativa de fantasear del mismo modo en que él lo hacía. A veces, la ruptura de un pacto de felicidad conjunta basta para que el amor se trasmute en odio o para que cohabiten. Ellos también pueden ser el otro.

Uno siempre hace lo mejor que puede.

—¿El señor Rogelio Ibarra? —preguntó una voz profesional, sin emociones. Dejándolo indefenso porque eran contados quienes usaban su nombre completo, mucho menos acompañado de su apellido. Y resultaba ridículo que fuera una llamada bancaria. Una cosa es que dieran lata hasta el hartazgo, otra que lo hicieran en la madrugada. Roger se sintió incómodo frente a la seriedad de su interlocutor al visualizarse, sentado en el suelo, en ropa interior.

Sólo podía ser una mala noticia. Respiró profundo, preparándose para el mandoble.

Si pensar en Denise lo había espabilado, el triunfo de los pronósticos del sueño sobre la candidez de sus fantasías terminó por adormecerlo. De ahí que la pregunta se repitiera del otro lado de la línea.

—Sí, soy yo —respondió cubriéndose las piernas con la esquina de la sábana, pudoroso. Alejó el teléfono de su cara. Vio desplegado un número desconocido, con terminación doble cero, típica de conmutadores. En una de ésas, sí es un call center y buscan ofrecer un servicio bancario, pensó.

No fue así. La voz le hizo saber que Andrés Covarrubias había sufrido un accidente grave. Roger tardó en asociar el nombre al de Andy, su jefe, amigo y mentor. Quiso preguntar por detalles pero volvió a perderse en su batalla contra la tela que se multiplicaba, pues su cama la escupía cual telar. Su tardanza fue interrumpida de nueva cuenta, con urgencia, pues mientras en un quirófano intentaban salvarle la vida, los doctores se veían obligados a tomar una decisión radical: amputar un brazo o arriesgarse a que muriera. Los ecos de algún término médico se estancaron en el pantano de sus propios conocimientos hipocráticos, casi nulos, llegados, como todos los de los integrantes de su generación, por la vía de las series televisivas: ¿sepsis?, ¿gangrena?

La idea de una muerte apareció en los linderos de su conciencia. No era original, sino el resultado obvio de la llamada nocturna, del sobresalto, del aviso trágico, de la idea de una consecuencia fatal en caso de no tomar una decisión apresurada. Se han escrito bibliotecas relacionadas con el final de la vida. Coinciden en que lo inesperado es lo más doloroso, lo más traumático. Sin embargo, no hay muerte inesperada. Si de algo estamos seguros es de ésta. La sorpresa juega el papel del amplificador, haciendo que sus gritos resuenen por doquier. Los del duelo, los del incrédulo que asiste a la noticia en una noche similar a la de Roger de llamadas a deshoras y vestimenta inadecuada

¿Se podría suponer, acaso, que antes del peligro que entrañan todas las consultas médicas a Google, el riesgo de que alguien aventurara un diagnóstico parcialmente atinado, podría imputarse a todos esos programas televisivos? Si el buscador no equivale al título médico, como sostiene la taza de cierto pediatra, E.R., Doctor House o Grey’s Anatomy mucho menos.

La voz le explicaba a Roger sin gradaciones, quien comenzaba a escucharla desde dentro de una tubería. Gigante. Reverberaba y adquiría ecos metálicos. Desfasaba su sonoridad respecto a su contenido, multiplicándolo. Se quedaba suspendida sin que él terminara de entender alguna cosa. Una pregunta se irguió por sobre las demás.

—¿Por qué yo? —interrumpió alguna de las explicaciones médicas que seguían su curso.

—¿Perdone?

—¿Por qué me está preguntado todo esto a mí? —reformuló sus inquietudes—. Sí, conocía a Andy, incluso le tenía cariño, pero había personas más competentes para recibir esa clase de llamada: la madre de sus hijos, Ástrid, sus propios padres, amigos de toda la vida, Jerry, el dueño de Vestigios…

—Roger alargaba la retahíla cargada de explicaciones que a nadie debían interesar.

—¿No es usted Rogelio Ibarra?

Le dieron ganas de responder que no. Renegar de su propia identidad para crear un hueco, un resquicio donde guarecerse de ese huracán que estaba a punto de absorberlo.

—Sí.

—¿Conoce a Andrés Covarrubias?

—Sí —aunque, a esas alturas, quería lanzar una filípica en torno a lo que implicaba conocer a alguien. De nuevo se le arrebujaban en la boca los trozos de nombres y parentelas.

—Viene su nombre en la tarjeta de emergencia que encontramos en su billetera —la voz adquirió una naturalidad casi grosera, como si corroborar algo que para ellos era más claro que para Roger sólo significara una pérdida de tiempo.

Quizá lo fuera.

No es difícil visualizar el pedazo de cartón que carecía de cualquier poder vinculante. Hubo una época, cuando se hicieron campañas para promover la donación de órganos, en que regalaban esas tarjetas por doquier. Uno manifestaba su consentimiento para ser donador, su tipo sanguíneo e incluía un teléfono y un contacto de emergencia con la esperanza de que el tiempo no emborronara las buenas intenciones.

Entonces eso era: una tarjeta de papel sin valor y la idea de un enemigo formándose en la mente de Roger. Si la voz hacía preguntas imposibles, él las había dotado de pluralidad. Ya no era uno el interlocutor sino varios. Los responsables de arrancarlo del sueño. De ponerlo en una encrucijada varias veces imposible.

De cualquier modo, a Roger no le quedaba claro por qué Andy había puesto su nombre en la tarjeta. Habiendo tantos. Roger habría recurrido al de sus padres. Quizá al de Denise, si los tiempos de llenado hubieran coincidido con su vida común. Entonces tendría que cambiar de tarjeta o delectarse con la idea de que, en alguna emergencia ulterior, cuando ella ya lo hubiera olvidado, una llamada a deshoras interrumpiere su sosiego. La venganza ideal: volverla responsable del destino de aquél con quien no quiso compartir el futuro.

En ciertos planos amorosos, no suele tener cabida la reciprocidad. Sobre todo, en el de las fantasías.

La arqueología de las billeteras (¿espeleología?). Otra de las múltiples ramas del estudio de la basura. ¿Cuántos papeles y pequeños objetos no se ocultan ahí por años? ¿Quiénes se toman el tiempo de depurar los contenidos cada tanto? ¿Quiénes se limitan a trasladarlo todo cuando la piel o la tela terminan cediendo, resquebrajada la primera, deshilachada la segunda?

¿Alguna vez han tomado una decisión impulsiva? Todos lo hemos hecho. También lo opuesto. Hemos postergado, con base en ponderaciones y argumentos, el acto de optar por uno u otro camino. ¿Qué se hace cuando se le obliga a uno a elegir siendo consciente de la trascendencia de esa respuesta? Si no hay camino correcto, entonces todos son errados. Peor aún: no hay un destino idealizado a la espera de nuestro arribo.

Hay quienes disfrutan del control de daños, quienes sienten el ramalazo de adrenalina que proviene de arreglar algo bajo toda la presión. Aun ellos, no se dedican a procurar el equívoco.

La voz comenzó a regañarlo. Primero, con condescendencia. Entendía que era una decisión muy fuerte porque cambiaría el rumbo de la vida de un ser querido. Roger sentía el corazón desbocado. La torre de bloques inestable, impelida por todas las dudas. Hasta pensó que habría sido mejor que le llamaran para que decidiera sobre alguien importante: sus padres, su hermana, la propia Denise. Pero tampoco sería sencillo. El reflujo atacó su esófago. Su respiración era la de quien jadea.

—Si no decide, el señor Covarrubias morirá y usted será el único responsable.

¿En serio le estaban hablando así?

De nuevo el asomo de la muerte.

—¡No lo sé! ¡No lo sé! —buscaba asirse a una esperanza—: ¿usted qué haría? —no ponderaba las opciones racionalmente.

—Amputaría —el silencio era una burbuja protectora. Terminaron todas las distorsiones. El goteo dentro de la tubería. Ya no reverberaba.

—¿Es usted doctor?

—Sí —la voz adquirió la solemnidad propia del título.

—Entonces hágalo —cedió Roger con una serenidad desconocida. Hizo suya la respuesta para no cargar con ella.

—¿Amputamos?

—Sí, amputen —confirmó.

Los meandros del sueño le pesaban de nuevo en los párpados. Los cerró como quien claudica. Andy nunca lo iba a perdonar pero, al menos, no era ese ser querido.

Los desechos orgánicos también son basura.

—De acuerdo.

La realidad se activó de nuevo. Roger escuchó el nombre del hospital. Algo lejos. También, o eso creyó —son crueles las jugarretas del inconsciente—, el sonido de una sierra.

—¡Espere! —gritó, pero ya no había nadie al otro lado de la línea.

El cuerpo de Roger temblaba a fuerza de incomprensión. ¿Y si fuera una broma? Andy tenía un lado macabro, el de su humor. De seguro marcaba en unos minutos para burlarse. ¿Y si no? Más que un bromista, solía poner a prueba a las personas a través de experimentos mentales. ¿Y si no? ¿Qué acababa de suceder? Roger se descubrió llorando. Seguía en el piso, sobre las sábanas avalancha, recargado a un costado de la cama-telar. El teléfono en su mano. La pantalla negra reflejando el movimiento de sus labios, con el sonido atrapado en la garganta: no lo sé, no lo sé, un susurro, lo único cierto.

“Uno siempre hace lo mejor que puede”, otra frase de Andy, suspendida en la conciencia enturbiada de Roger.

“No lo sé, no lo sé”, un eco que reverberaba de nuevo en la tubería.

Bajó las escaleras sin hacer ruido para no despertar a los vecinos. Jeans, tenis, sudadera, su uniforme de todos los días. Vestirse siempre igual tiene sus ventajas. Dudó al llegar a la planta baja. En el sótano guardaba la motoneta, pero no le pareció buena idea conducir en ese trance.
Durante el trayecto en taxi, no dejó de pensar en la llamada. Ya no en las reverberaciones de su presencia dentro de la tubería gigante, sino en los ecos multiplicados de sus breves palabras. Dos, en concreto. Separadas por una pausa pero con la contundencia de su desesperación.

Sí, amputen.

El taxista tenía ganas de platicar pero se contuvo. Quizá una expresión, quizá una mueca. Así que no hubo cómo comunicar sus miedos. Al día siguiente debutaría como luchador semiprofesional. Estaba cansado pero era preciso seguir manejando. Aún no juntaba la cuota de Arnulfo, ese promotor desmadejado. Sólo podría pelear si pagaba. Era el costo necesario para llegar a los cuadriláteros donde cobraría. La fama oculta tras una máscara. Volteretas, llaves y contorsiones eran sus acompañantes en las noches recorriendo la ciudad, transportando a pasajeros como Roger. Si supiera que, al día siguiente, perderá no sólo la pelea sino la movilidad en las piernas. Y que no será por el desvelo sino porque su oponente será mejor pero no lo suficiente como para cuidarlo a la hora de golpear su espalda contra la rodilla. Si supiera eso, no estaría preocupado por conseguir un poco más de dinero ni por dormir mal.

Pero nunca nadie ha podido conocer el futuro.

Y las ondas se expandieron en círculos concéntricos. El marcador indeleble con el que trazarán la línea donde la extremidad se convertirá en muñón. El aturdimiento de despertar tras el accidente. Andy ávido de respuestas. Una nueva incomprensión se sumaría a su mundo cuando, tras el repaso de su propio ser, se topare con la ausencia. Otro círculo. Preguntaría entonces. Una y otra vez. Como si la reiteración alterara lo sucedido. Preguntaría de nuevo, buscando arrancarle razones al sinsentido de su futuro, a la idea de que lo insoportable exista. No tendría que lidiar con la noción del enemigo abstracto: el destino o la mala fortuna, algún dios si es creyente, la desventura. Tampoco con sus propias fallas: distracción, negligencia, irresponsabilidad… no se sabe qué causó el accidente. No tendrá que hacerlo porque antes de que la atenuación disuelva el golpe de la piedra sobre la superficie del agua y desvanezca su oleaje la última de las circunferencias, aparecerá un nombre. Rogelio Ibarra. Roger. No habrá más responsable. Andy estará manco y Roger será el único responsable.

Hay viajes que no incluyen un camino correcto. Otros no contemplan destino alguno. Son empujar un enorme bloque de hielo, con todo el esfuerzo mediante, cuesta arriba en pleno estío.

Uno siempre hace lo mejor que puede. La frase la utilizaba Andy durante las primeras sesiones de su taller de liderazgo. Era una provocación en varios niveles, le explicó a Roger, cuando se quedaron discutiendo en la cafetería afuera del auditorio en torno a dicha sentencia.
En primer lugar, dijo, la mayoría de los asistentes apenas reparaban en ella. No sólo porque casi nadie escucha lo que se le dice sino porque la frase es muy parecida a muchas otras que, de seguro, han oído a lo largo de sus vidas. Y justo en eso radica el resto de la provocación.

Tardó en habituarse al atrio del hospital. Ese no espacio definido por el sufrimiento y la esperanza, acaso por la dicha y la desolación. Estaba casi vacío. Un par de fumadores que inhalaban sus derrotas familiares sentados en sendas bancas. Un doctor expeliendo humo con la espalda contra una columna. Fumar le pareció una buena idea. No traía cigarros. El consuelo de un placer efímero a cambio de una noticia funesta. No es un buen trato pero amortigua la realidad, la suspende durante algunos minutos.

Le pidió un cigarro al hombre mayor; nunca se debe interrumpir el sufrimiento de un médico, acostumbrado como está al dolor, su desesperanza es la de la humanidad entera. Le ofreció fuego. Roger agradeció, retirándose antes de iniciar un diálogo de dolientes. Las primeras caladas atemperaron su ánimo pero la idea de los círculos concéntricos persistía. Jaló con más fuerza. Un pensamiento infausto lo sorprendió: sería mejor que Andy muriera. Dudó sin saber si la idea procedía de la compasión o del escrúpulo: no merece vivir mutilado, no quería cargar con la culpa.

El cigarro cayó entre dos adoquines, ajustando su silueta al trazo. Entró decidido al hospital para conjurar todos sus miedos, los de entonces, no el resto. Lo peor que podía pasar es que fuera, en efecto, el culpable. Perdería un trabajo agradable y un amigo a quien apreciaba más de lo que Andy a Roger. Sólo eso. Sus extremidades intactas. Entonces no eran todos sus miedos. Siempre se exagera. Tendemos a generalizar nuestros males, a permitir que se esparzan cual bacterias en la caja de Petri de nuestras pequeñas batallas cotidianas.

En realidad, no había esperanza ni desconsuelo. El hombre acude cada noche a fumar a un patio hospitalario. No tiene muchos argumentos. Si acaso, le gusta convencerse de que es en esos ambientes donde le saben mejor los cigarros. Hay quien asegura que el primer cigarro del día es el más sápido, o el que sigue a la comida, o el que se fuma cagando. A este hombre le parece excepcional el que conjuga a la madrugada, al aire libre y a esa sensación de vaciamiento a las afueras de un hospital de urgencias.

Analizada en un estricto sentido semántico, se nota el peso de los dos adverbios. Son demasiado contundentes en tanto abarcan absolutos. La temporalidad perpetua, la cualidad máxima: siempre, mejor. Claro que en la explicación había una trampa, pues mejor bien puede considerarse un adjetivo y lo mejor hace las veces de un sustantivo, dependiendo cómo se utilice. Andy solía minimizar, sacudiendo las manos, una precisión como ésta. Aducía que, si bien podía ser adjetivo, también funcionaba como adverbio y así le gustaba más. Se rehusaba, pues, a una discusión lingüística, un terreno en el que no tendría demasiados argumentos. En cambio, aseguraba, al despojar a la frase tía en otra cosa.

Tampoco es que los asistentes a sus conferencias y cursos fueran demasiado exigentes en terrenos lingüísticos. No podrían serlo. Ya los había clasificado en dos grandes grupos: a quienes sus empresas les pagaban por un curso de varias sesiones o una conferencia única; quienes estaban convencidos de que sus vidas cambiarían sólo por escuchar a un sujeto que, más que una gran verdad, solía tener bastante tino para los casos prácticos, para ejemplificar usando situaciones cotidianas con las que era sencillo identificarse. Como todos los coaches de vida, Andy sabía bien que era un impostor.

“Uno hace lo que puede”, vaya redundancia. Verdad de Perogrullo, donde las hay. Más, si se le despoja de ese uno que suele ser quien emite la sentencia. “Se hace lo que se puede”, suena ya a justificación. También si se le reincorpora el sujeto arrebatado. Es la excusa perfecta para los errores, los trabajos mal hechos, la incompetencia y la mediocridad. Si uno hace lo que puede, entonces no es justo exigirle nada más.

Valiente provocación para un grupo de estudiantes universitarios que fueron convocados a una serie de pláticas fuera de la currícula. Si hasta hubo una discusión del consejo técnico de la licenciatura. Para muchos catedráticos resultaba ofensivo lo que se le pagaba al coach, facilitador o charlatán en turno. Como la mayoría de sus compañeros, Roger fue, pues así acumulaba créditos que necesitaría para poder titularse. Uno de los tantos engaños de la academia.

Desde ese día, cada tanto, a Roger le había dado por pensar que es poco lo que ha podido…

En la recepción le preguntaron el nombre del paciente.

—Andrés Covarrubias.

La luz azulada del monitor hacía resaltar los gestos de la recepcionista. El ceño fruncido por la concentración. Joven, bonita. De seguro principiante. Por eso el turno de la noche. Los prejuicios de Roger.

—Lo siento, no está ingresado.

Los siguientes minutos fueron un estira y afloja entre la insistencia de Roger y los resultados que ella leía en la pantalla. La gelatina que alimenta a las bacterias. Incluso le relató los pormenores de la llamada. Los enunció con soltura, confiriéndoles el tono de la anécdota.

—Ése no es un procedimiento habitual —respondió un tanto extrañada, ¿incómoda?—. No está en el reglamento.

Ahí está, su inexperiencia no es tanta, se afirmó Roger sobre sus prejuicios. Las bacterias seguían multiplicándose exponencialmente. Un nuevo cansancio se añadía a los previos. Consideró la posibilidad de pedir la presencia de un supervisor. Exigirla. Se conformó con insistir de nuevo:

—¿En el sistema de ingresos por urgencias? —se refugió en el descarte, en no dejar cabos sueltos.

Ella respondió didáctica. Una sonrisa desplegada apenas sobre las horas que le restaban al turno de la noche, contagiando a Roger. Le agradeció con alivio, sus prejuicios hechos trizas. Las bacterias comienzan a canibalizarse cuando se termina el alimento externo. De lo contrario se multiplicarían al infinito. Ya está. ¡Vaya broma! A la larga, también terminan con ellas mismas. ¿Ellas? Roger tendría que pensar en una venganza aunque, para ser justos, la broma de Andy fue casi una genialidad. Lo que le daba pereza era la sospecha de que su amigo aprovecharía el trance para darle una lección de ésas de superación personal o de crecimiento interior. Incluso los farsantes deben mantenerse en forma.

En realidad, ella tenía el turno de la noche por así preferirlo. Sí, estudiaba como muchas, pero lo hacía por las tardes. Lo que buscaba evitar era su casa en las noches. Un tío borracho, una madre complaciente y viuda. Detestaba los escarceos entre ambos, el tufo y los eructos. Así que dormía en las mañanas, aprovechando que el pariente obeso se iba al taller mecánico donde comenzaba a abrir cervezas a media tarde, cuando los taxistas llegaban. Jugaba rayuela con los carretes de manguera, en el baldío de al lado. Salía con poco dinero y llegaba a casa. Su madre, desesperada por las ganas, lo atendía solícita, esperando sacarle una noche de pasión a ese despojo humano. No, ella no era una recepcionista novata. Si estaba en el turno de noche era para ahorrar lo más posible y largarse cuanto antes. También para dormir durante las horas tranquilas de la mañana. Ojalá le alcanzara la sonrisa para resistir lo suficiente.

En el taxi de regreso ya no hubo ondas de agua ni bacterias en su encierro gelatinoso. Tampoco amagos de historias de luchadores. Apareció, en cambio, la idea de Denise. Ella estaría furiosa de seguir con Roger. Furiosa por la broma y por su respuesta blandengue. ¿Cuál respuesta? La que de seguro tendría. De nada le valía el alivio, clamaría para que fuera en ese mismo instante a armar un escándalo a casa de Andy, con estas cosas no se juega. Roger sonrió frente al vidrio de la ventanilla sólo para desvanecer la sonrisa un segundo más tarde. Un escándalo con tambora incluida. De poco le valía el recuerdo, la certeza de que así reaccionaría su ex. Ya no estaba a su lado y la huella que le dejó desaparecía igual que esos círculos concéntricos sobre el agua: sin que algo pudiere hacerse para retenerlos.

Roger había mordido el anzuelo, a diferencia de sus compañeros de curso. No es excesivo suponer que esa primera plática con Andy, cuando se armó de valor acercándose hasta el pódium, sentó las bases de su futuro. Tal vez nunca hubiera llegado a Vestigios de no haber sido por su interés por la frase, en los juegos que su entonces profesor le propuso. Poco le atraía la idea de la excelencia, de los pasos a seguir en busca de la felicidad o de algún otro discurso motivacional. Sólo se ocupaba de la frase.

Ponle uno sólo de los adverbios. Verás qué pasa.

“Uno siempre hace lo que puede”, suena aún peor. Es la mediocridad en su plenitud. En cambio “Uno hace lo mejor que puede” abre ciertas posibilidades. Sigue estando en el terreno de la excusa pero también se orienta en el sentido opuesto. “Uno hace lo mejor que puede”, responde la atleta que ha ganado una medalla olímpica cuando le preguntan sobre el sacrificio que implican los entrenamientos. Hasta se perciben tonalidades de soberbia. Ese mejor habla de una superioridad. Yo me sacrifico en mis prácticas porque puedo y eso es lo que me permite derrotar a mis rivales.

Eso sí, al incluírsele este adjetivo transformado en adverbio y viceversa, la frase entra a un terreno que, si no es peligroso, sí resulta desagradable: el de la superación personal. Andy dejó de lado muy pronto su impostura. Tal vez porque descubriera en Roger a un interlocutor valioso. De seguro, uno de esos libros que se han vendido a pasto y hecho millonarios a sus autores contiene un enunciado similar. Frases motivadoras, las dicen y las venden como mantras posmodernos para los ingenuos. Hasta parecía estar burlándose de sí mismo, aunque Andy no había escrito ningún libro.

Sobre algunas interpretaciones

sábado, julio 13th, 2019

Foto: Cuartoscuro

“Yo tengo otros datos” es una de las frases que más se han repetido en este sexenio. Al margen de las burlas, las conversaciones cotidianas y los consabidos memes, lo cierto es que la frase parece repetirse cada vez que al presidente se le cuestiona sobre algún indicador en particular. Si éste no corresponde a su visión positiva de su propio gobierno, entonces lanza la frase aunque, al enunciarla, esté contradiciendo a miembros de su equipo, a información emanada de instituciones gubernamentales o a señalamientos de los medios, ya sean nacionales o internacionales. Más allá de que pueda o no tener razón, como argumento, la frase es muy pobre. Es casi la bravuconada infantil del niño que busca crear una nueva regla cuando va perdiendo un juego: “claro que se puede meter la mano fuera del área, me lo dijo mi profesor de deportes”, “sí se puede mover el rey dos casillas cuando está en jaque, me lo explicó mi papá”. Acto seguido, se retira airado pues le molesta que alguien ponga en duda sus otros datos. Y el otro niño se queda con la idea de que, de haber aceptado esa regla absurda, ahora continuaría jugando.

Las teorías de la interpretación nos han mostrado que no existe una sola verdad para un mismo fenómeno. Hay muchos elementos involucrados, incluso si es un texto el que se pone sobre la mesa. En este tema, ha habido discusiones célebres en tanto a la pertinencia de las interpretaciones y la valiosa perspectiva que puede aportar una sobreinterpretación. En pocas palabras, una cosa no siempre sirve para lo mismo y algunos usos pueden generar procesos creativos. Todos sabemos que un desarmador sirve para poner y quitar tornillos pero también podemos usarlo para abrir una caja embalada, para hacer un agujero en la pared, para calzar una mesa o como pisapapeles, para no ir muy lejos. Alguien podría utilizarlo para componer un juguete o para crear una instalación con intenciones artísticas. Es ahí donde comienza a ser valiosa la sobreinterpretación. Sin embargo, también es prudente considerar que dicha herramienta no sirve para montarla como escoba de bruja y lanzarse por la ventana o para jugar muy bien al golf. Así que, aunque extensas, las interpretaciones suelen tener límites.

Si trasladamos esto a temas como la economía, hay un gran margen de acción para lo interpretado. De entrada, porque existen posturas encontradas sobre lo que más conviene a los países. Por mucho que algunos lo deseen, la economía no es una ciencia exacta. Las interpretaciones dentro de sus alcances, posibilidades y márgenes de acción, suelen dar paso a discusiones apasionantes y a la modificación de los sistemas económicos existentes.

El problema es que la frase “yo tengo otros datos” no significa una interpretación (ni sobreinterpretación) de lo que sucede. Hay economistas que ven positivamente que el peso esté fortalecido; otros, que lo consideran una consecuencia de las altas tasas de interés que se pagan en México; unos más, el reflejo de una política económica acertada. Son interpretaciones distintas para el mismo fenómeno. Ridículo es, empero, que frente a la cotización del tipo de cambio de un día cualquiera, alguien conteste que tiene otros datos. Los datos existen y ya. Las interpretaciones son un asunto posterior. Si el presidente quiere deslegitimar algún argumento que alguien concluye a partir de la información pública, es válido que refute la interpretación ajena con la propia. No lo es, en cambio, que niegue dichos datos asegurando que posee otros. Sobre todo, porque no los hay y, de haberlos, no son públicos.

Las cifras de empleo, seguridad y educación, por mencionar sólo algunos de los principales problemas del país, son contundentes: en realidad, no estamos nada bien. Si se quiere, por culpa del pasado; si se prefiere, porque son problemas de largo plazo. El asunto es que así están. Negarlas implica asegurar que todos los que no piensan como uno se equivocan por decreto. Si atendemos al caso del niño que modifica las reglas cuando va perdiendo, recordemos que, a la larga, ya nadie querrá jugar con él.

Promover la lectura, una propuesta

sábado, julio 6th, 2019

¿Cómo se promoverá la lectura en este sexenio? Foto: Crisanta Espinosa Aguilar, Cuartoscuro

Hace un par de semanas estuvo en las mesas de polémica el asunto de las becas del FONCA. Desde hace varios sexenios se puede concursar, siendo artista, para obtener una beca que, en el caso de los jóvenes creadores, dura un año mientras que, para los mayores de treinta y cinco años, dura tres. Las reglas dicen que, para quienes ya no son jóvenes, tras un periodo becado, se debe esperar un año para pedirla de nuevo. La polémica estaba relacionada, sobre todo, con que había quienes habían gozado del estímulo durante dieciocho años. Si bien esto no trasgredía ninguna regla, la asignación recurrente a determinados creadores hacía que, en consecuencia, otros no la obtuvieran nunca. Además, se demostró que, en muchas ocasiones, los jurados suelen ser los mismos beneficiarios en diferentes periodos, cosa que se presta para que se devuelva el favor.

No entraré en la polémica sobre si son necesarias o no dichas becas pues me parece que sí (aclaro: yo nunca la he obtenido aunque la he solicitado varias veces). Sin embargo, me parece pertinente que se revisen los procedimientos para la selección de los becarios.

Esta semana platiqué con el director de una editorial independiente que está muy involucrado con la CANIEM (Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana). Me comentó que, entre otros proyectos, se está abriendo la posibilidad de la existencia de un apoyo similar a Eficine: algo así como Efilibro.

Este apoyo otorgado tanto a cineastas como a gente de teatro (con otro nombre), consiste en permitir a diferentes empresas privadas el apoyo directo a proyectos tanto cinematográficos como teatrales. A cambio, existe una reducción directa de los impuestos de ese ejercicio fiscal. La justificación es clara: hacer cine o montar una obra de teatro puede ser demasiado caro como para que una persona (productor o director) corra con los gastos y los riesgos. Sobre todo, considerando que el consumo del cine nacional es muy bajo y podría no recuperarse la inversión. Con el teatro, la situación es, aún, más alarmante.

El anuncio del posible Efilibro llega junto con un Plan Nacional de Promoción de la Lectura. Siempre he sido de quienes apoyan todos los esfuerzos para la creación de más lectores, pese a que estoy claro en que no toda la gente está interesada en ello.

Discutíamos, pues, mi amigo y yo cuando se sumó otra voz autorizada en la materia. Su propuesta era la mejor de todas. Más, cuando no quedaba claro si el estímulo al libro sería para las editoriales o para los autores, pues éstos siguen contando con becas (bien reguladas o no). La idea fue muy clara. Los recursos deberían fomentar la existencia de librerías. Si se construye una red mayor de éstas, entonces habrá dónde ofrecer los libros. Un mayor número de puntos de venta redundará en un mayor consumo. Esto es claro pues el mercado dista mucho de estar saturado. Salvo por algunas zonas muy puntuales en la CDMX, lo cierto es que, en la mayor parte del territorio nacional, se adolece de buenas librerías, cuando no de librerías en general. Además, este estímulo podría contribuir a que la industria se profesionalice como tal. En un segundo momento, los estímulos también podrían encauzarse hacia la distribución. Hay muchas editoriales pequeñas que no pueden surtir pedidos a ciertos estados del país pues el costo de los libros se incrementaría en exceso. Crear una red de distribución útil y eficiente sería, también, un buen inicio.

Hay muchas propuestas en torno a la difusión de la lectura que son a muy largo plazo (las relacionadas con la educación); otras, están viciadas por sus propios procedimientos (becas y estímulos); unas más, terminan ayudando a los grandes grupos editoriales (ganan otros estímulos para traducciones que suenan bien pero, en realidad, algunos no los necesitan); y muchos más se quedan en buenas intenciones. Si comparamos todos estos programas con los enormes esfuerzos que hacen mediadores de lectura, maestros, pequeños libreros, autores que viajan por doquier para promover sus obras y demás, resultan muy desbalanceados. Quizá sea tiempo de pensar en la industria en forma, en cómo desarrollarla para que se vuelva sólida y no viva en la precariedad en la que viven muchos de sus integrantes. Fomentar la creación de nuevas librerías y garantizar una distribución adecuada de los libros, suena peligroso (se apoyaría a las empresas y no a los creadores, por ejemplo) pero, bien reglamentado, podría contribuir a un crecimiento que beneficie a todos los involucrados.

Sobre la seguridad

sábado, junio 15th, 2019

Norberto Ronquillo fue secuestrado, su cuerpo fue localizado sin vida el pasado lunes. Foto: Cuartoscuro

Lamento profundamente el secuestro y la muerte de Norberto Ronquillo.

Durante más de diez años di clases en la Universidad del Pedregal. Durante más de veinte he impartido diferentes materias en varias universidades. La noticia de la desaparición de Norberto y sus funestas consecuencias me afectaron mucho pero eso no es lo importante, pues mi sentir es incomparable con el hecho mismo y con el sufrimiento de sus amigos y familiares.

Me indignó, sin embargo, la respuesta de las autoridades. Esa suerte de exculpación del presidente a la jefa de gobierno. Un acto que, cuando menos, resultó ridículo.

Es cierto que la delincuencia en esta ciudad tiene largos antecedentes, que se remontan a administraciones anteriores. También lo es el hecho de que, durante este sexenio, ha aumentado el número de secuestros y asesinatos en la capital del país. Y eso no puede ser imputable al pasado… o no sólo al pasado.

Me niego a aceptar que votamos por una serie de gobernantes ingenuos: aquéllos que desconocían las problemáticas del país o de la ciudad. Les entregaron un cochinero, a decir de ellos, pero debía ser algo de lo que estaban conscientes cuando aceptaron gobernarnos.

Es cierto, la inseguridad no se acaba por decreto ni, tampoco, en seis meses. Tal vez sea un problema que requiera medidas que llevarán años. Lo que no se puede seguir sosteniendo a nivel discursivo es que es culpa del pasado. Bajo ese argumento, ningún problema tendría solución toda vez que siempre habrá un lastre que acarrear.

Me parece preocupante que no se noten con claridad las políticas y las estrategias orientadas a la disminución de la violencia. Si una sociedad no puede habitar segura, entonces el resto de los problemas se vuelven anecdóticos. La certeza de que uno puede salir de noche de una universidad, caminar por las calles sin temor o respirar tranquilamente en cualquier paseo citadino deberían ser la base para cualquier mejoramiento en el nivel de vida. Es, casi, el punto de partida para generar un estado de bienestar en el país. E, insisto, no se nota que se haya hecho nada al respecto. Al contrario, las cifras crecen y los pretextos se siguen refugiando en lo sucedido.

Deseo, sobra decirlo, que se capture y se castigue a los responsables de lo sucedido a Norberto. Sin embargo, espero que esto no suceda como una excepción debido al impacto mediático de su caso. Es necesario que tanto la prevención del delito como el sistema de impartición de justicia comiencen a funcionar de manera contundente. No sólo por un estudiante universitario o por dos. También por loa miles de personas que mueren mensualmente, por quienes padecen el terror de vivir en carne propia la violencia que ya desborda a la ciudad y al país.

Este jueves llovió fuerte y hubo las consabidas inundaciones en las calles. Hace un mes, la contingencia ambiental nos encerró en nuestras casas. Hace varios, vivimos el desabasto de combustible. Se habla de recortes en programas prioritarios que afectan a miles de enfermos o de personas marginadas. Hay recortes en el gasto para la investigación, la academia y las artes. Todo eso es grave, muy grave. Pero nada lo es tanto como la incertidumbre de no poder salir a la calle, a hacer lo que hacemos todos los días, pues bien podríamos ser, ahora, nosotros mismos las víctimas.

Basta de lamentos, discursos y apoyos populares. Basta de culpar a unos y a otros. Es tiempo de echar a andar lo que sea necesario para garantizar la seguridad de los ciudadanos. Sin eso, de poco valdría que no se inundare de nuevo alguna zona de la ciudad. Es difícil, por supuesto, y, de nuevo, no es algo que se resuelva con rapidez. Pero también es sensible y bien vale la pena orientar buena parte de los recursos a esos resultados que son mensurables en las cifras oficiales y, sobre todo, en la tranquilidad de las personas.

Con un siniestro detective, Jorge Gudiño narra en La velocidad de tu sombra la maldad en la CdMx

sábado, abril 13th, 2019

En La velocidad de tu sombra, Jorge Gudiño toca temas como la maldad, el amor y la búsqueda de redención, mientras revela la geografía cotidiana y oculta de los barrios de la Ciudad de México. 

Por José Pablo Salas

Ciudad de México, 13 de abril (SinEmbargo).– La velocidad de tu sombra (Alfaguara, 2019) es la tercera entrega sobre el comandante Cipriano Zuzunaga que escribe Jorge Alberto Gudiño. Si en la primera novela de la saga, Tus dos muertos(Alfaguara, 2016), conocimos a Zuzunaga, un oscuro comandante de provincia venido a menos, con el paso de las páginas Gudiño nos ha ido revelando a un personaje lleno de claroscuros, con sus propios miedos y frustraciones.

Esta vez, Zuzunaga intenta resolver una serie de asesinatos en la autopista Urbana Norte, mientras lidia con la traición, la corrupción y su propia debilidad de carácter.

Gudiño toca temas como la maldad, el amor y la búsqueda de redención, mientras revela la geografía cotidiana y oculta de los barrios de la Ciudad de México. Sobre la evolución de su personaje y la saga habla Gudiño en esta entrevista.

***

–¿Cómo ha sido el proceso de escribir a un personaje a lo largo de tres novelas y tener que hacerlo evolucionar o cambiar en cada una de ellas?

–Es una pregunta que yo me planteo constantemente. Cuando escribí Tus dos muertos, pensé que sería una novela única, no el inicio de una saga. Entonces, cuando estuve frente a la posibilidad de escribir las siguientes entregas, pensé en que, en realidad, estoy escribiendo una novela más larga. En ese sentido, prefiero pensar que Zuzunaga evoluciona más de lo que cambia. Por otra parte, pasa poco tiempo entre las novelas. Apenas unos días entre una y otra. Eso me ha permitido no soltar al personaje. Seguir dentro de su mismo flujo vital. Todos los cambios a los que se enfrenta, se enfrenta un personaje muy parecido al del inicio pero que ha sabido incorporar su experiencia reciente.

–Zuzunaga es un personaje formado con características muy reconocible. Digamos, el judicial corrupto y violento, pero con cada nueva entrega nos ha ido revelando partes más vulnerables y sentimentales de él ¿Qué le ha provocado escribir a este personaje lleno de claroscuros?

–No quiero caer en el lugar común de que todos tenemos algo de eso. Al contrario, me parece que Zuzunaga, ante todo, es un personaje siniestro pero, para poder tratarlo como tal, es necesario que se vuelva más complejo, más personaje. Su ambigüedad moral es una de las cosas que más me interesaban, que fuera humano. Sé que la novela policiaca está llena de lugares comunes y personajes maniqueos. Es casi inevitable caer en algunos de ellos. Sobre todo, si se considera que están en la historia para cumplir con una función clara. Sin embargo, eso se vuelve inverosímil cuando se analiza con calma. Por eso lo llené de claroscuros.

–Hay una exploración de las sensaciones físicas a lo largo de la saga. Especialmente noto un cuidado muy particular en describir la textura de los alimentos de Zuzunaga, pero también el los golpes, el vidrio, el asco de la morgue, todo remite a una cierta fisicalidad dolorosa e incómoda ¿Por qué?

–Cuando estamos acorralados nuestros sentidos se ponen alertas. Y Zuzunaga vive acorralado. Por otra parte, soy de quienes no creen en la separación de las diferentes entidades existenciales. Vamos, no es que no crea en los diferentes planos que nos conforman: cuerpo, consciencia, espíritu… Lo que no creo es que puedan ser pensados por separado. Cuando hay asco en la morgue, estoy asociando una sensación física con una incomodidad a nivel conciencia de la misma forma en la que intento que Zuzunaga disfrute la comida en determinados momentos de su trajinar. Me resultan muy atractivas las sinestesias. Entonces, las uso cuando puedo.

 –¿Cómo equilibra el “pretexto” narrativo de la resolución de los asesinatos con la auto- exploración del personaje y su evolución?

–Me parece que ése es uno de los mayores retos dentro de la construcción de estas novelas. No pretendo escribir una saga indeterminada, en la que al detective se le presenten casos y los resuelva. Para eso ya hay mucha ficción televisiva. Me interesa, mucho más, contar la vida de Zuzunaga, desde el momento en que llega, defenestrado, a la Ciudad de México. Entonces necesito contar algo más que sus casos. Éstos son una consecuencia de su oficio pero sólo eso. El resto es su plano personal, el familiar, sus propias dudas y todo lo que lo va rodeando.

¿Qué “ventajas” o “desventajas” tiene el escribir novela negra en el contexto de México, un país donde la justicia es lenta y poco eficaz y la violencia es constante y casi asumida?

–Me parece que no sólo en el caso de Zuzunaga sino en una buena parte de la literatura policiaca contemporánea, los escritores damos una respuesta a cierta ficción que en nuestro país sería inverosímil: las morgues de CSI, los análisis de ADN gringos, la solidez de las instituciones encargadas de la impartición de la justicia. Eso no sucede aquí. No sólo tenemos tasas de crímenes mucho más elevadas sino que la impunidad es altísima. Entonces, lo que interesa es resolver ciertos casos, no todos. La ventaja, entonces, es que no hay miedo ante el fracaso, tampoco una noción elevada de la justicia. Si Zuzunaga resuelve no es porque le interese que paguen los malos sino porque busca un beneficio propio.

La velocidad de tu sombra (Alfaguara, 2019) es la tercera entrega sobre el comandante Cipriano Zuzunaga que escribe Jorge Alberto Gudiño. Foto: SinEmbargo.

En la novela hay un interés por las sombras. De manera explícita pero también figurativa, parece que Zuzunaga siempre está persiguiendo una sombra, algo que no existe, una paz imposible ¿por qué escogió esta figura para explorarla en la novela?

Hace ya varios meses, cuando estaba trabajando con las ideas iniciales para esta novela, me encontré, después de décadas de no vernos, con mi primer amigo. Nuestras mamás nos sacaban al mismo parque cuando ninguno de los dos sabía caminar. Se mudó cuando éramos adolescentes y nos dejamos de ver. Él, ahora, es doctor en física y se ocupa de proyectos incomprensibles. Yo siempre he tenido una curiosidad científica reprimida. Reencontrarme con él me abrió la posibilidad de discutir y aprender de ciertos temas. Yo ya sabía que una sombra se puede desplazar más rápido que la luz pero le pedí que me explicara lo que había detrás de eso. Fue tan fascinante que decidí incluirlo en la novela. Además, me funcionaba para saltar de lo figurativo a lo abstracto.

–Hay un punto en la novela en que narra el pasmo, casi cinismo, de Zuzunaga ante el terremoto de la Ciudad de México de 2017, ¿por qué decide que su personaje tome esta postura?

–Hay dos razones. La primera es porque él es un extranjero en la ciudad. No está acostumbrado a los temblores. La segunda es porque no me cuadraba un Zuzunaga heroico, con esa necesidad de salvar vidas o de ayudar que experimentamos todos o casi todos. Me parece que lo común cuando la tragedia fue ver a la población en las calles, ayudando porque, claro, era lo natural, lo que se espera de otro ser humano. Sin embargo, debió haber miles o millones de personas que no lo hicieron. Y me parecen literariamente más atractivas las razones de quien decide no ayudar que las de quien decide hacerlo.

Toda la saga de Zuzunaga toma lugar en colonias de la Ciudad de México, ¿cómo ha sido su proceso para definir y escribir sobre esta enorme urbe?

–Todo parte de Tus dos muertos. Necesitaba que fuera la ciudad pero no cualquier parte de la ciudad. Necesitaba un universo limitado. Entonces elegí una colonia aledaña a la de mi infancia. Es el típico barrio de las afueras de la ciudad de donde sale gente a trabajar durante el día y vuelve por la noche. No hay un tránsito excesivo en su interior pero está lleno de pequeños negocios: fondas, vulcanizadoras, juguerías y demás. Le cambié el nombre y me sorprendió cuando varios lectores me comentaron que se parece a la colonia donde viven. Entonces me quedé con el escenario para las siguientes novelas.

Lo cierto es que la ciudad es inabarcable, entonces hay dos caminos: o uno opta por lo icónico y la hace de guía de turistas; o elige lo cotidiano, buscando encontrar ecos de otros habitantes en esas lecturas.

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SinEmbargo comparte un fragmento del libro La velocidad de tu sombra, :copyright: 2019, Jorge Alberto Gudiño. Cortesía otorgada bajo el permiso de Alfaguara.

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Eusebio Jiménez tiene una pizca de cabello en cada sien. Revuelta. Eso, y un nerviosismo desesperante. Te dan ganas de abofetearlo. Bajarle las ansias de un mandoble. Ni hablar. Lo necesitas. Junto con su pierna en constante movimiento. Y sus manos. Y la mirada paranoica.

¿Cómo obtuviste la información? Le señalas la noticia de la portada. Tomaste un nuevo ejemplar de su propio escritorio. Hasta arriba de la pila. Colecciona sus primeras planas. El mérito de los invisibles.

Responde con rapidez. Las horas de espera en el turno de la noche. Las frecuencias de la policía y las ambulancias interceptadas. Servicios de emergencia. El oído aguzado. Los códigos numéricos. La carrera para llegar antes que la autoridad. Sólo así se consiguen fotos. Buenas fotos. Las que ganan las portadas. Lo habitual.

Reparas en que así es como debió conseguir la primicia el reportero que tomó las fotos de Cherry. ¿Cuánto ha transcurrido? Hasta podría ser el mismo Eusebio. Apenas algunos meses. Ignoras por qué ese caso te suena a pasado remoto.

Niegas. No te interesa el frenesí de la guardia nocturna de la nota policiaca. Roja. Como la ciudad. Plagada de moscas. Buscas entender cómo reunió los datos. Moscas revoloteando sobre cadáveres. La información dura.

¿Fuma? Ofrece Eusebio Jiménez.

A veces. Eres sincero. Tienes vicios frente a los que mantienes una postura bien definida.

Salen a un patio interior de fumadores. A lo que hemos llegado. Media docena de personas. Una nueva revelación repta con lentitud. Los nombres son lo de menos. Tampoco importan sus historias. Decenas de colillas anegan los ceniceros. Lo que les pagan a los reporteros son las fotos. A alguien sin muchas luces se le ocurrió dejar pasto en lugar de adoquines. Las palabras las ponemos después. Bastarían unas gotas para que esto fuera un lodazal.

¿Después? ¿Después cómo?

Después. Replica Eusebio Jiménez. Si tenemos suerte, la policía nos da información. Se las compramos, pues. Es eso o que nos jalemos para la morgue. A hablar con quien conozca al muerto. A veces hasta le toca dar la noticia a uno. Otras, nos regresamos sin historia. Entonces debemos inventar. Lo importante son las imágenes. Eso, y un encabezado poderoso. La mordida del tiburón, le dice el jefe. La mordida del tiburón es lo que vende.

Vale madre. Chupas el cigarro hasta que la brasa recorre varios milímetros. ¿Qué esperabas? ¿Fidelidad? ¿Apego a los hechos? Si los encargados de la justicia no cuentan con expedientes confiables por qué iban a tenerlos quienes viven del morbo.

¿Entonces no es cierto?

¿Qué cosa?

Que es el tercer asesinato de este tipo.

Eusebio Jiménez voltea. Te conduce a una de las esquinas del patio. No hay cenicero. Las colillas abonan la grama.

Eso sí es cierto. Susurra. No hay nadie cerca pero susurra. Son tres síes… quizá más. Yo sólo he detectado tres.

Lanza el cigarro y te pide que lo sigas. Jalas hondo. No te importa exhalar humo dentro de las oficinas. La bodega huele a tinta. A tinta y humedad. Eusebio Jiménez busca en archiveros. Saca una carpeta. La abre. Las fotos son muy parecidas a las del diario en cuestión.

No se publicaron. Hubo otros muertos para la portada. Explica el periodista.

Es el baúl de las noticias no publicadas. Cientos y cientos de carpetas con muertos que no consiguieron interesar a algún editor. Ni siquiera sirvieron para alimentar el apetito de sangre y cráneos destrozados del público lector. Tal vez también tengan un archivo así de las tetonas descartadas. Ni hablar, no lo puedes pedir ahora. Imaginas la desilusión de Eusebio al guardar a sus propios muertos en las carpetas. Lo sentimos. Su deceso no satisface nuestras expectativas de morbo.

Pasas las fotografías. En la parte posterior hay palabras escritas con lápiz. Fechas. Hora. Nombre. Lugar. Un hilo de la madeja. El nombre.

¿Son sus nombres? Reiteras más para ti mismo.

Sí, son. Dice mirando a sus espaldas.

Los copias.

¿Tienes las fotos digitales?

Sí, las tengo.

Le pides que te las envíe a tu correo.

Eusebio te acompaña a la salida. La ciudad se siente pesada. Te ofrece otro cigarro. Declinas.

¿Te toca guardia hoy?

Sí, me toca. Su nerviosismo parece acrecentarse conforme fuma. Algo no está bien en Eusebio Jiménez. Debe haber visto al horror demasiado cerca. Seguido. Sentirse acechado.

¿A qué le tienes miedo? Tu pregunta nace de un impulso. De la desesperación por su ser acorralado. Un animalito en medio del fuego. Un roedor sin escapatoria.

A nadie. ¿Por qué?

Olvídalo. Te despides.

¿Y usted? Alcanzas a escucharlo a unos pasos de distancia. ¿A quién le tiene miedo usted?

Alzas la mano. Sin detenerte. Restándole importancia. No es la pregunta que necesitas responder ahora.

Tus miedos. Son tantos.

Ojalá funcione

sábado, enero 12th, 2019

“Me preocupa, también, sobra decirlo, el desabasto. Más allá de que parte del problema hayan sido las declaraciones contradictorias y las compras de pánico, lo cierto es que hay largas filas de vehículos buscando llenar sus tanques de gasolina. No es pueril el asunto”. Foto: Artemio Guerra Baz, Cuartoscuro

Soy de quienes creen que terminar con el robo de combustible es algo positivo. Es escandaloso el monto de la gasolina robada en los últimos sexenios. De ahí que no pueda sino apoyar toda medida que permita revertir esta situación. Bienvenido, pues, el esfuerzo.

Ahora bien, no estoy del todo de acuerdo con las formas. Me queda claro que la manera más efectiva, dentro de la inmediatez, para frenar el robo es detener el abasto. Es simple: se robaban el combustible que viajaba por los ductos y, para evitarlo, los han cerrado. Esto, aunque efectivo en un primer momento, no garantiza que siga funcionando cuando restablezcan el flujo: que el robo haya disminuido de forma dramática obedece a que, de momento, no hay nada que robar. La pregunta evidente es qué pasará cuando vuelvan a abrir las llaves. Si la respuesta está en que se han encontrado nuevos mecanismos para vigilar los ductos, entonces surge una nueva pregunta: ¿por qué no los implementaron con el flujo abierto? Supongo, confiado que soy, que la respuesta tiene que ver con asuntos técnicos que no alcanzo a comprender.

El siguiente paso que me preocupa es el de la impartición de justicia. Ésta no debe ser vista sólo como venganza sino como el mecanismo más efectivo para evitar los delitos. Cualesquiera. Es claro que, ante un robo tan sistemático como el que ha sufrido Pemex, son muchos los responsables. Los hay de todos los niveles. Desde los que se desentendieron de los problemas hasta los que consumen combustible robado. Y a todos se les debe castigar. Para eso está la ley, para eso el aparato de justicia. Robaron durante décadas por lo que no basta con que, ahora, se vigile más el proceso de distribución. Los responsables deben ser castigados. Es la mejor forma para disuadir a quien busque hacerlo de nuevo. Supongo, de nuevo desde mi ingenua confianza en el gobierno actual, que hay decenas o centenares de carpetas de investigación que, poco a poco, se traducirán en sentencias para los culpables.

Me preocupa, también, sobra decirlo, el desabasto. Más allá de que parte del problema hayan sido las declaraciones contradictorias y las compras de pánico, lo cierto es que hay largas filas de vehículos buscando llenar sus tanques de gasolina. No es pueril el asunto. Tampoco es problema de las clases altas que quieren preservar sus privilegios al viajar en auto. Es un problema de tráfico, de servicios de transporte público ya colapsados que no podrán atender a millones de usuarios más. También de distribución de productos. Mi confianza, ahora, reside en el plazo para que esto se arregle. No cuento con datos precisos pero supongo que, por cada día que continúe el desabasto, el caos se irá incrementando.
Me preocupa, por último, que el gobierno no haya considerado los factores relacionados con este racionamiento. Las compras de pánico eran evidentes, la falta de suministro también. De poco sirven las palabras o las conferencias de prensa matutinas si miles de personas pierden varias horas de su vida haciendo cola para cargar gasolina o si otras tantas las desperdician por culpa del tráfico creciente por vialidades que, de por sí saturadas, ahora tienen carriles enteros detenidos. Esta falta de consideraciones es, cuando menos, una muestra de que la estrategia no estaba del todo clara desde un principio.

Son, entonces, varios los asuntos complicados. Sin embargo, bien podrían ser un mal menor si, en efecto, se consigue frenar de una vez por todas este negocio ilícito. Ojalá así sea. Sería, cuando menos, el primer gran golpe de timón de este Gobierno. Le daría un enorme bono de confianza que, claro está, pende en la fragilidad de una de sus posibilidades: que el proceso no funcione. Yo, sinceramente, más que por mis filias políticas, espero que sí lo haga. Es algo que nos beneficiaría a todos. Ojalá funcione.

Lecciones de billar 1

sábado, enero 5th, 2019

“Ya sobre el fieltro verde, era sencillo ver qué golpe se le necesitaba dar a determinada bola para que hiciera tal cosa. Lo difícil era calcular la fuerza exacta, el punto donde el taco empuja o golpea a la bola blanca, el ángulo justo en que esta esfera deberá impactar con la siguiente”. Foto: Imagen ilustrativa. J. Guadalupe Pérez, Cuartoscuro

Hace ya muchos años que hice mi primer (y casi último) emprendimiento empresarial. Junto con varios socios rentamos un local a las afueras de la ciudad, compramos siete mesas y abrimos un billar. La sociedad no duró más que unos cuantos meses y, si acaso, salimos con pocas pérdidas tras la aventura. Pocas pérdidas en el terreno de lo financiero y muchas anécdotas que acumular en nuestros inventarios.

Recuerdo, con meridiana precisión, que la mesa del fondo era de carambola, a diferencia del resto. Ahí se reunían, a partir de las cuatro o cinco de la tarde, un grupo de taxistas de esa colonia que era casi un pueblo. Eran liderados por don Juan, supongo que porque era el de mayor edad. Así que él se encargaba de dirimir cualquier controversia que se diera sobre la mesa y entre las tres bolas. Jugaban retas a diez carambolas. Quien perdía, pagaba el tiempo que había durado la partida. Para la medianoche o las dos de la mañana el encargado en turno (a mí me tocaba un día a la semana) tenía una treintena de papelitos con los que le hacía la cuenta a los deudores que iban saliendo poco a poco. Nunca se quedaron sin pagar, tampoco se quejaron.

Alguna vez don Juan llegó más temprano o sus adversarios demoraron en sus rutas. Aproveché para acercarme mientras practicaba algunos tiros. Confieso que, francamente, soy malo para el billar. Así se lo dije a don Juan. Le hice saber que entendía bien la teoría pero mi cuerpo no alcanzaba para llevarla a cabo: es decir, era y soy malo en la práctica.

Don Juan sonrió. Me dijo que me equivocaba. De la teoría a la práctica no hay un paso sino dos. El punto intermedio es la capacidad de cálculo. A saber: primero, uno sabe qué debe hacer; después, cómo conseguirlo; por último, lo hace. Ya sobre el fieltro verde, era sencillo ver qué golpe se le necesitaba dar a determinada bola para que hiciera tal cosa. Lo difícil era calcular la fuerza exacta, el punto donde el taco empuja o golpea a la bola blanca, el ángulo justo en que esta esfera deberá impactar con la siguiente. Tras ese complejo cálculo, faltaba, entonces sí, ponerlo en práctica, controlar las manos temblorosas, alinear bien el taco, respirar en el momento justo, hacer que los músculos proporcionen la energía justa… Y así en cada tiro.

No tomé muy en serio a don Juan en ese entonces. A decir verdad, no me interesaba convertirme en un gran carambolista ni mucho menos. Si acaso, años más tarde, cuando tuve algún juego de billar en mi teléfono, supe que era verdad: de la teoría a la práctica se necesita ese paso intermedio y éste suele provenir de la práctica. A fuerza de intentarlo una y otra vez los cálculos se van afinando. También la obediencia del cuerpo para seguirlos. Hoy sé, también, que de forma más o menos evidente, esos tres pasos aplican para todos los deportes.

Y supongo que para el resto de las cosas. De ahí que me sorprendan tanto, por ejemplo, los dislates políticos de quienes nos gobiernan o la falta de sensibilidad de quienes hacen declaraciones sin detenerse a pensar en las consecuencias. Si basta con calcular un poco, practicar algo más y ejecutar de buena forma con la ventaja de que no es una labor solitaria sino otra en la que intervienen equipos con mucha práctica a cuestas. Da la impresión, a veces, que son como ese jugador novato que un día se enfrenta a su turno y no sólo no tiene idea de qué hacer sino que se imagina que pegándole fuerte sucederá algo bueno. Pocas veces funciona y el riesgo de sacar la bola de la mesa, de lastimar el paño o de hacer el ridículo es mayúsculo.

Don Juan y su grupo eran incluyentes. Vi a decenas de taxistas jugando con ellos; también se sumaban al grupo con regularidad un par de hermanos herreros y un empleado de rastro que debía salir temprano pues entraba a trabajar casi de madrugada. En lo único en lo que no los vi transigir fue en aceptar a los pésimos jugadores. Les daban oportunidad una o dos veces. Después, les pedían que se fueran a practicar a otras mesas, que subieran su nivel. De lo contrario, no tendrían cabida ahí. Y es que no les interesaba sólo ganar y ahorrarse el costo de la renta; preferían partidas parejas.

Cada tanto, una carambola especial, difícil o de fantasía llamaba la atención de ese corro. Aplaudían chocando el cubo de tiza contra sus tacos. Era su manera de reconocer que una secuencia particular de tres pasos (teoría, cálculo, práctica) había llegado a buen fin. No extraño mucho esas noches de desvelo. Sí, en cambio, ese aplauso que se desvanecía pronto. Ojalá algún día todos lo merezcan.

El tejedor, una novela policial y dos amigos que hablan de literatura (Video)

sábado, abril 14th, 2018

En la reciente edición de la Feria de la Alameda, ambos escritores, Alejandro Páez (autor de la reciente Oriundo Laredo) y Jorge Alberto Gudiño Hernández (Siete son tus razones) se reunieron ante el público para hablar de la segunda novela negra de Gudiño. La charla fue distendida y armónica y dejó varias cosas para pensar en torno al trabajo creativo.

Ciudad de México, 14 de abril (SinEmbargo).- No hubo Semana Santa para Alejandro Páez y Jorge Gudiño, al menos no el mar ni la playa, pero sí para hablar de la segunda novela negra, sobre el detective Cipriano Zuzunaga, Siete son tus razones, ante un público que compartió una charla distendida y armónica.

Fueron convocados por Paco Ignacio Taibo II para la reciente Feria de la Alameda y una de las cosas que le preguntó Páez (periodista y escritor) fue que “usted se monta hace dos años, comienza a disparar y ese es el estilo que usted explora”, frente a lo que Jorge Alberto Gudiño respondió: “No lo tenía yo tan presente y ahora me entró cierta angustia existencial. Ya sufro mucho. Lo que es verdad, Alejandro, es que tengo una preocupación por el lenguaje y cuando comencé a escribir Tus dos muertos, lo primero que dije fue que yo no era autor de novela policiaca”.

Jorge Alberto Gudiño y Alejandro Páez Varela, en la Feria de la Alameda. Foto: Cortesía

La novela policial es principalmente trama, más que lenguaje y Jorge Alberto Gudiño quiso hacer cosas que no se había hecho en el género.

Primero el narrador, luego el lenguaje. “Ponerme a disparar, como dice usted, me resultó algo más tardado, pues escribir con frases cortas, teniendo en cuenta que yo escribía con frases largas, fue cómo cambiar la percepción de lo que uno está escribiendo”.

–Como un tejedor excepcional, usted comenzó a tejer todas las orillas de la manta y luego encontró el centro y la cerró

–Eso me entusiasma mucho, porque a mí nadie me enseñó a tejer y empecé a tejer desordenado.

La charla siguió con metáforas y referencias propias de una amistad, pero también por dos personas que aman y están totalmente comprometidas con el proceso literario y creativo. Una charla antológica que hoy le ofrecemos desde el suplemento.

ENTREVISTA | Juego a la ambigüedad moral del lector: Jorge Alberto Gudiño

sábado, marzo 17th, 2018

Vino la parte 2 de las aventuras y desventuras de Cipriano Zuzunaga. La saga continúa y su autor ha diseñado a un policía directamente malo, que por otro lado no sabe qué hacer con su vida ni con su carrera. Una novela vertiginosa.

Ciudad de México, 17 de marzo (SinEmbargo).- Es tan bueno Tus dos muertos, la primera entrega de la saga de Cipriano Zuzunaga, que acaba de firmar contrato para ser filmada. Será película. Sin embargo, Siete son tus razones es mejor.

No sé si porque ya conocemos a este policía malo, tan lejos de los antihéroes como el de Leonardo Padura, Mario Conde, o el de Paco Ignacio Taibo II, Héctor Belascoarán Shayne, que esta segunda entrega es vertiginosa y nos atrapa desde la primera línea hasta la última.

Dice su autor, Jorge Alberto Gudiño, que se siente una persona múltiple. Por un lado escribe esta saga y por el otro tiene nostalgia de libros como Con amor, tu hija, con el que ganó el Premio Lipp. Es joven y tendrá tiempo para hacer varios textos, mientras en Siete son tus razones, ve cómo su policía tratará de encontrar al asesino de un importante empresario.

Hay dos hermanos, un tío y el homicida ya muerto y en el medio un mundo perverso que Zuzunaga tratará de humanizar sin notar que hay una trampa al final del camino.

–Es vertiginosa la historia de Siete son tus razones

–Sí, porque me parece además ahora que hablando del tema del lenguaje, pasan más cosas, la otra era sólo un caso, pero ahora Zuzunaga se enfrenta a más cosas que trasciende al caso que está investigando. Se van involucrando más personajes y me parece que me funcionó bien esto de hacer frases cortas.

–Por un lado hay más cosas y por el otro él siempre está pensando en lo mismo, que es en su vida

–Es un hombre solitario, después de que lo defenestraron y que tuvo que huir de dónde tenía tanto poder, ahora le toca estar completamente solo. Son solitarios forzados, me gustaba mucho por la cantidad de casos que puedo traer pero sobre todo tratar a Zuzunaga. Si fuera un panadero, sería igual. Su hija está lejos, no sabe qué hacer con Nat y con la niña, no sabe qué hacer con su vida, me interesa mucho como personaje.

–El conflicto existencial tiene a dos personajes que están en la casa, como Nat y la niña

–Nat y la niña llegaron probablemente por un arrebato compasivo de él. Al final de Tus dos muertos dijo, me las llevo, porque no puedo con esta niña de 15 años pidiendo en los velatorios. Pero después es, ¿qué hago con ellas? No nos conocemos. No soy una buena persona. Nat tiene razón en desconfiar de mí, pero yo también desconfío de ella. Además, tiene un problema con el padre de la bebita, que fue el causante de que él terminara huyendo. Todo esto hace que no pueda estar en paz con Nat.

–Hay dos hermanos, al parecer los dos mataron al tío, Zuzunaga no sabe qué hacer

–Es que no sabe qué hacer porque le dieron el caso como chivo expiatorio. Ya se capturó al asesino, resulta que abren la tumba y no hay muerto. ¿Quién me está engañando? Todo está en contra de Zuzunaga, que se dice: otra vez me metieron en un problema y básicamente lo voy a resolver yo para salir del problema es lo que él dice.

Todos ellos han hecho detectives antihéroes, pero en mi caso, Cipriano Zuzunaga es una mala persona. Foto: SinEmbargo

–¿Cómo te sientes escribiendo estas novelas? Esta vez la sentí mucho más armada…

–Uno va dando bandazos. Durante toda la escritura de la novela yo pienso: esto no sirve para nada. Pero por otra parte, en esta me encontraba más cómodo, ya tenía resuelto al narrador y tenía que resolver las cuestiones de la historia. Por otra parte, tenía a personajes que aparecieron en la primera y tenía que ver qué hacía en la segunda historia. Había necesidad de ponernos a hacer algo, pero no sabía qué. Me divierto mucho haciendo la saga, pero hay momentos de obstáculos duros, cómo los voy a resolver, aunque es sufrimiento de los buenos.

–¿Qué dirías de Cipriano Zuzunaga con respecto a Mario Conde, a Héctor Belascoarán Shayne?

–Todos ellos han hecho detectives antihéroes, pero en mi caso, Cipriano Zuzunaga es una mala persona. Zuzunaga cuando tiene poder lo utiliza pase encima de cualquiera y eso me resulta atractivo, puedo jugar con la ambigüedad moral del personaje.

–Juegas también con la ambigüedad moral del lector

–Ese es el reto que más me interesaba. El gran ejemplo es el príncipe Raskólnikov, creado por Fiodor Dostoievski, nos enamoramos de él y nos sumamos a su causa, a pesar de que hace cosas horribles. Se disfruta mucho esa posibilidad.

Han asesinado a un empresario y Cipriano Zuzunaga está a cargo del caso, sin apoyo policiaco, como una suerte de investigador privado. Foto: Especial

–¿Hasta dónde llegará Dostoievski?

–Yo espero que mucho más. Espero que siga, es de esos clásicos injustificados, que cuando uno los vuelve a leer le sigue enseñando cosas sobre uno mismo, como por ejemplo apoyar las causas de Raskólnikov, lo cual implica aceptar cosas que no sabía de uno o que no quería aceptar. Eso es lo que hacen esos clásicos.

–Hay una mirada psicológica sobre el personaje

–Me he preocupado mucho por eso. La mayor parte de mis novelas intenté en montarme sobre la psicología de los personajes, porque me interesa sobre todo comprender por qué hacen las cosas las personas. Yo veo una nota en el periódico de una matanza y en lugar de pensar por dónde está pasando el deudo, pienso qué estaba pensando el asesino. Me interesa tratar de entenderlo, no para justificarlo ni mucho menos, pero con Zuzunaga hago algo parecido. ¿Qué pasa por la mente de Zuzunaga a la hora en que se enfrenta con un cuerpo muerto o se le revive el deseo por una mujer que tuvo hace muchos años?

–Los dos hermanos aparecen como algo molesto, ¿qué haces con ellos?

–Me funcionaban los dos hermanos un poco para contemplar las dos miradas diferentes sobre una pérdida común, los dos querían vengarse, los dos lo querían, pero ahora los dos quieren ese puesto. Eso es casi imposible, siempre en esas jerarquías hay alguien más poderoso. También me servía para seguir confundiendo a Zuzunaga, sobre todo porque uno no sabe quién es quién. Literariamente era un recurso que yo podía explotar.

–¿Hay dos escritores? Tus novelas más abiertas, estas que conforman la saga…

–Me siento totalmente con personalidad múltiple en el sentido de que los registros son muy diferentes. Hay marcas estilísticas a las que uno no puede renunciar, pero son distintas. En la vida me la paso muy feliz, pero eso no implica que esté todo el tiempo pensando en qué sigue, cómo se resuelve. Me meto mucho en la vida de Zuzunaga que de pronto necesito tener un respiro para escribir otra cosa, como un descanso, como un páramo, para salir un poco del escritor oscuro, del escritor de novela policíaca que estoy siendo, para acercarme a otros intereses.

–A mí una de las novelas que más me gustó fue Instrucciones para mudar a un pueblo, donde hacías mucho hincapié en el tema de la violencia. ¿Te interesa seguir hablando de eso?

–Sí, pero de diferentes formas. Había mucha violencia en Instrucciones para mudar a un pueblo, pero violencia más corporativa. Los empresarios mandan, el gobierno apoya y hay mucha violencia pase el que pase. En la saga hay violencia de esta más cotidiana a la que nos enfrentamos en una ciudad como esta y sin duda en un país como éste. Cada vez hay más muertos sin causa. La violencia ha permeado de forma tal que es imposible salir de ella. Vivo en este país y cada vez nos enteramos de más cosas. La novela policial sirve para retratar la sociedad en que se desarrolla y la sociedad en que transcurren Tus dos muertos y Siete son tus razones está cada vez más consumida por la violencia.

El investigador fantasma, de Robin Cousin: un futuro distópico y un nivel discursivo diferente

sábado, enero 28th, 2017

El mundo de los cómics se ha abierto al universo adulto y ha servido para que Alberto Gudiño Hernández hiciera una amplia reseña para Puntos y Comas. “Me interesaba mucho el estado de la ciencia actual que se ocupa de cuestiones como la noción de sistema, de progresión, de complejidad, sin importar la disciplina específica que aborde estos temas”, dice el escritor.  “También es cierto que, como no soy un científico, no lo entendía todo. Entonces recurría a explicaciones para intentar comprender los temas”, advierte.

Ciudad de México, 28 de enero (SinEmbargo).- Hace unos cuantos años resultaba bastante sencillo equiparar las novelas gráficas a los simples cómics, a los tebeos, y éstos, a su vez, asociarlos al público infantil. Aunque las razones resultan evidentes (en los puestos de periódicos se siguen acumulando ejemplares de historietas de superhéroes o de personajes creados para los niños), lo cierto es que esta forma de narrar se ido adentrando en el público adulto. No ha sido una labor sencilla pese a que, en otros países, la asociación anterior apenas es parcial. Esto se debe a que, desde hace varias décadas, las novelas gráficas comparten el espacio de “lo literario” en las librerías y no sólo existen en las tiendas especializadas. Nuestro país ha tardado en dar ese paso.

Por fortuna, las cosas han cambiado. No sólo porque se comenzaron a importar grandes clásicos de la narrativa gráfica sino porque, hoy en día, algunas editoriales apuestan con títulos novedosos. Los primeros ejemplos de éxito quizá llegaron con Sexto Piso y sus adaptaciones de los clásicos de la literatura. Seguían faltando los originales. La Cifra Editorial no es pionera pero, en alguna medida, sí es responsable de varios libros de excelente factura que caen dentro del concepto de novela gráfica.

Tal es el caso de “El investigador fantasma”, de Robin Cousin. En este libro se da cuenta de una suerte de futuro distópico. Existe un complejo llamado La fundación. En él se instala, con todas las comodidades posibles, a un grupo de científicos del más avanzado nivel para que lleven a cabo sus investigaciones. El director de tal centro de estudios se encarga, además, de analizar el propio modelo del mismo. Se han dado cuenta a lo largo de los años, que después de cierto tiempo, el modelo colapsa y destruye a La fundación, por lo que se debe iniciar de nuevo el proceso.

Es justo en ese entendido que la novela comienza: se acercan los días finales de La fundación #4: el último de los investigadores acaba de llegar, el residente número 24. Es un biólogo especializado en Morfogénesis. Pronto las cosas tomarán un cariz extraño. De entrada, se relacionará con una lingüista. También, descubrirán la existencia de un investigador fantasma: sus cosas están en su dormitorio, pero su nombre no aparece en la base de datos y la persona no está en ninguna parte.

Entonces sí: es un thriller pero también es una narración con un fuerte contenido científico y, por supuesto, es gráfica. Los elementos son claros: un universo cerrado y pocos personajes.

Los elementos son claros: un universo cerrado y pocos personajes. Foto: Especial

Los elementos son claros: un universo cerrado y pocos personajes. Foto: Especial

UN UNIVERSO CERRADO Y UN MODELO A ESCALA DEL LUGAR

Me servía mucho el universo cerrado para llevar a cabo una investigación pues todo estaba bien delimitado. Tal vez por eso es que hice un modelo a escala del lugar. Un modelo escala tridimensional. Lo necesité para hacer los recorridos de mis personajes. Es una maqueta que equivale al mapa incluido para el lector.

Una de las lecturas posibles es un tanto apocalíptica: si hay un número determinado de científicos en un lugar cerrado, el sistema terminará por colapsar. Es algo que suena posible con cualquier tipo de grupo, más allá de si son científicos que si no lo son.

Considero que el proceso va más rápido si son científicos. Su labor y la repercusión de su labor es más importante, tiene más relevancia. El caos también se detona a partir de la creación, de la creatividad.

A eso también contribuye el hecho de que haya una mínima interacción humana. De hecho, el caos se comienza a manifestar a partir de que los personajes se reúnen. Entonces sus pensamientos van más allá de sus obsesiones, de sus objetos de estudio particulares. Y eso los lleva a hacer cosas que nunca harían por ellos mismos.

Llama la atención que Robin Cousin no sólo aborda muchas disciplinas científicas en el aspecto de asignar cada una de ellas a diferentes personajes. Va más allá. Se da el tiempo para encontrar problemas particulares dentro de cada una de ellas, explicarlos y llegar a una posible hipótesis en donde parece estar la clave del futuro de la humanidad.

Yo tuve una formación científica hasta que tuve que optar entre las artes y las ciencias. Entonces conocía, vagamente, muchas de las curiosidades científicas que ocupan a los estudiosos hoy en día. Me puse a investigar un poco para darle una mayor congruencia a las investigaciones de mis personajes. Claro está que también estuve buscando en Internet e intentando que la información que encontraba pudiera cuadrar con lo que estaba contando.

Propuestas como la de Robin Cousin en “El investigador fantasma”, son un buen ejemplo de cómo una historia puede funcionar a partir de un esquema narrativo diferente. Foto: Especial

Propuestas como la de Robin Cousin en “El investigador fantasma”, son un buen ejemplo de cómo una historia puede funcionar a partir de un esquema narrativo diferente. Foto: Especial

EL ESTADO DE LA CIENCIA ACTUAL

Me interesaba mucho el estado de la ciencia actual que se ocupa de cuestiones como la noción de sistema, de progresión, de complejidad, sin importar la disciplina específica que aborde estos temas.

También es cierto que, como no soy un científico, no lo entendía todo. Entonces recurría a explicaciones para intentar comprender los temas.

Lo que más me interesaba era resolver los problemas de una disciplina con otra disciplina. Es algo que yo sé que no se puede hacer de la forma en que lo planteo pero es justo uno de los postulados de la ciencia ficción. Tal vez algún día, un científico se inspire en mi solución y encuentre una que sí funcione.

Dentro de todas estas ciencias duras, llama la atención la lingüista. No sólo porque su objeto de estudio pudiera considerarse más cercano a las humanidades que a las ciencias, sino porque Louise será la encargada de resolver el caso. No el del investigador fantasma sino el del problema científico que cambiará la forma en la que se conciben las máquinas de pensamiento.

Es muy difícil dentro de la ficción hacer todo el desarrollo de un problema científico. Sin embargo, se puede conseguir el resultado a través de las palabras. Y es justo en ese campo en donde Louise se desarrolla mejor. De ahí que fuera fundamental en la resolución del problema.

Llama la atención, al leer el libro, cómo los elementos visuales también van configurando la trama, contando una parte de la historia. En ese entendido, las imágenes aportan una narrativa que tiene el mismo peso que las palabras y, en ocasiones, lo trascienden.

La realidad es un todo. La forma de contar de las novelas gráficas se parece mucho más a nuestra forma de relacionarnos con el mundo que la que proponen las novelas. Nosotros no sólo obtenemos información a partir de las palabras. Al contrario, nuestra percepción visual es mucho más continua que la que se ocupa de entender lo que escuchamos o leemos. Tal vez por eso es mucho más natural para los niños comenzar a leer libros animados: se puede llegar a su contenido por varias vías al mismo tiempo.

Sabemos que existen lectores reacios a probar nuevas formas de literatura. Sin embargo, propuestas como la de Robin Cousin en “El investigador fantasma”, son un buen ejemplo de cómo una historia puede funcionar a partir de un esquema narrativo diferente. Si, además, esta lectura propicia la discusión en torno al lugar que ocupa la narrativa gráfica en relación a otras disciplinas artísticas, entonces bien vale la pena acercarse a ella.

ENTREVISTA | El embeleco tecnológico y la posibilidad de publicar una novela más tarde: Andrés Neuman

sábado, enero 7th, 2017

La posibilidad de publicar una novela quince años después -luego de que en su ocasión el libro se agotara- puso al escritor argentino Andrés Neuman en un muchas posibilidades, alguna de ellas no tan grata. De todas maneras, el autor no se arredró y volvió a publicar una historia de correos, sin redes sociales y y con dos protagonistas.

Ciudad de México, 7 de enero (SinEmbargo).- No es sencillo que un autor joven se atreva a publicar, quince años más tarde, una novela que se agotó en su momento. No lo es, además, si resulta ser un autor de éxito probado, a quien la crítica ha tratado bien y de quien se esperan grandes libros. La primera dificultad que esto entraña es toparse con la escritura de alguien que vive quince años atrás. Esto no es poco, bien podría ser casi el desarrollo completo de la obra narrativa que hoy lo tiene consolidado como uno de los autores latinoamericanos jóvenes con más presencia en la mente de los lectores.

Andrés Neuman, pese a ello, no se arredró. Y eso que su novela, La vida en las ventanas, implicaba una complicación extra. La había escrito en una época anterior a las redes sociales, cuando la maravilla tecnológica parecía residir en la posibilidad de enviarnos correos unos a los otros. Ése era el vértigo de hace poco: saber que nuestro destinatario tendría el correo en su computadora casi al instante. No había palomitas azules de confirmación ni nuevas angustias que se sumaron en la última década.

Así que el contexto ya estaba planteado. También la historia. Net, un joven universitario, le escribe sentidos correos a Marina, a quien suponemos el amor de su vida. Nada más. Sin respuestas. Una suerte de novela epistolar que va desvelando las manías y las obsesiones de Net pero, sobre todo, una historia que se va desarrollando en medio de la turbulencia de la propia voz del protagonista.

Conseguir, pues, que la novela se desprenda de su atadura contextual, es lo que le confiere un valor mucho más alto a la novela de Neuman. Foto: SinEmbargo

Conseguir, pues, que la novela se desprenda de su atadura contextual, es lo que le confiere un valor mucho más alto a la novela de Neuman. Foto: SinEmbargo

Resultaba casi inevitable preguntarle alrededor de la tecnología y sus lugares comunes. El más manido de todos, quizá, el cuestionable hecho de que las imágenes estén sustituyendo a las palabras. ¿Por qué, en ese contexto, aventurarse con una novela epistolar?

–La tradición epistolar concentra varias de las ambigüedades literarias que me interesaba explorar. Una de ellas es la relación entre comunicación y lenguaje verbal. La cultura se está convirtiendo en un conjunto de clisés que todos compramos a no muy buen precio. Uno de esos enormes clisés mediante los cuales hacemos sociología de cocina, es que vivimos una sociedad audiovisual y nos quedamos perfectamente cómodos con esa idea, como si fuera una idea apasionante. Sin embargo, si buceamos un poquito más, en ese lugar común encontramos que nunca hemos generado tanto lenguaje verbal en la historia de la humanidad. Incluso las plataformas diseñadas para intercambiar imágenes, pongamos Instagram, una foto que tiene repercusión es una foto que genera inmediatamente comentarios. Cuanto más aceptación tiene una foto, más reacciones verbales suscita… En cuanto a la tradición epistolar se da la paradoja de que mi generación (digamos, los que tienen alrededor de cuarenta años), volvieron a ser ciudadanos muy epistolares en su juventud, volvieron a escribir largas cartas de amor, solamente que, en lugar de ir al correo, le apretábamos <SEND>.

–Entonces la novela trata de pensar todo lo que cambiaron nuestros hábitos con la aparición del Internet.

–Una vez planteado el paradigma en torno al cual giraría la novela, era tiempo de construir una doble historia de amor; uno de los mayores aciertos de La vida en las ventanas. Por una parte, Net parece estar llevando a cabo una cierta clase de purga. Montado en la idea de que una relación pasada puede idealizarse hasta el absurdo, el tono del protagonista parece ser el de quien ha perdido al gran amor de su vida. Entonces la tensión dramática se establece desde el principio. No sólo el lector busca descubrir quién es Marina y por qué es tan maravillosa sino, por supuesto, necesita saber si volverán a estar juntos. En cierto sentido, una historia común aunque poderosa. Lo que la vuelve más atractiva es que Net, de pronto, conoce a Cintia. Primero es un encuentro casual, dos jóvenes en un bar. Pronto, una relación con muchas intensidades. Incluso llega el momento en que deciden irse a vivir juntos.

–Hay quien también podría asegurar que es una historia común (a fin de cuentas, todas las historias de amor lo son). Lo interesante, en este caso, es que accedemos a ella a partir de lo que Net le cuenta a Marina sobre Cintia. Esa idea, de entrada, ya despierta el interés de cualquiera.

–Me interesaba mucho poder volver literal una sensación que en general tenemos todos: cómo el amor anterior va perdiendo peso y se va disolviendo y casi dejando de existir cuando uno vuelve a enamorarse. La impetuosidad con la que el nuevo amor reescribe y, a veces injustamente, intenta abolir el amor previo. Entonces, es como que el personaje al principio está totalmente oprimido por el recuerdo de lo que parece ser una relación anterior, poco a poco esas dos fuerzas se van equilibrando, muy gradualmente, hasta que el amor anterior se convierte en un fantasma y ya hacia el final uno duda si ese amor anterior parece un fantasma, si siempre fue un fantasma o si, quizás, su existencia está a discusión, si alguna vez existió.

Hacia el final de la novela, después de que se nos ha revelado un misterio que ni siquiera sabíamos que existía, el lector tiene tiempo de reposar. Foto: SinEmbargo

Hacia el final de la novela, después de que se nos ha revelado un misterio que ni siquiera sabíamos que existía, el lector tiene tiempo de reposar. Foto: SinEmbargo

LO IMPORTANTE ES EL PERSONAJE CENTRAL

Andrés Neuman escribió, entonces, una novela de amor donde lo importante es el personaje central, la forma en la que establece el diálogo consigo mismo. Es la famosa escisión del yo: el narrador y el narrado. Aquél que cuenta las cosas no es el mismo que las vive. Y es una novela de amor que funciona muy bien gracias a que Neuman logró balancear el asunto formal con la historia misma. Utilizar este narrador tan limitado era la mejor manera de volver interesante la trama. Más aún, también consiguió sumar un contexto específico que le permitiera ganar en profundidad. Ese inicio del sueño tecnológico, esa apertura a la posibilidad de comunicarnos con el resto del mundo de forma casi automática, le confiere a la novela una especificidad temporal que hizo bien en no romper a la hora de actualizar la novela.

Hacia el final de la novela, después de que se nos ha revelado un misterio que ni siquiera sabíamos que existía, el lector tiene tiempo de reposar. La reflexión es clara: es cierto, la tecnología ha permeado en nuestras vidas, nos ha hecho dependientes de ella en muchos sentidos. Pese a ello, sigue quedando lo esencial en el ser humano, esa capacidad de relacionarse con el otro, de verse a sí mismo a partir de los demás, sin importar la cantidad de ventanas que medien entre unos y otros. Conseguir, pues, que la novela se desprenda de su atadura contextual, es lo que le confiere un valor mucho más alto a la novela de Neuman. En ese sentido, está más que justificada

ENTREVISTA | Jorge Alberto Gudiño escribe “Tus dos muertos”, una novela negra

miércoles, agosto 3rd, 2016
Jorge Alberto Gudiño es uno de nuestros escritores más prolíficos. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Jorge Alberto Gudiño es uno de nuestros escritores más prolíficos. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Se trata de la primera obra mexicana en ser publicada dentro de la colección Alfaguara Negra y la primera de la serie del ex comandante Zuzunaga.

Ciudad de México, 3 de agosto (SinEmbargo).- Una novela negra escrita en un estilo preciso, como un estilete que cincelara sobre un muro la historia del ex comandante Zuzunaga, un verdadero hdp al uso, despreciado por sus compañeros, cultor de todos los vicios de cliché aplicados al ejercicio policial.

Oraciones cortas de verbo, sujeto y predicado. Una línea, una acción, convierten la novela breve Tus dos muertos, del escritor mexicano Jorge Alberto Gudiño, en la expresión de un mundo sordo y oscuro, por donde los personajes transitan sin rumbo, desmedidos y desbordados.

Se trata de la primera obra para la colección Alfaguara Negra, una serie destinada a llevar a los lectores las mejores novelas de suspense. La serie se inició con Un gramo de odio, la original y poderosa obra de Frantz Delplanque y continuó con Venganza, de Benjamin Black (John Banville), última entrega de la gran serie protagonizada por el doctor Quirke.

Recientemente ha sido publicada la serie del comisario Camille Verhoeben, de Pierre Lemaitre, entre otros títulos.

Escrita por Jorge Alberto Gudiño, Tus dos muertes se integra a la serie con vocación de expansión nacional, una virtud que pretende aglutinar los mejores cultores del género en nuestro país.

Cipriano Zuzunaga es un ex comandante venido a menos en la ciudad de México. Tras meterse en problemas con políticos poderosos, fue forzado a reiniciar su carrera. Ahora está bajo las órdenes del comandante Alvariño, un ambicioso pero tonto policía.

Entre otras cosas, tiene la encomienda de extorsionar a los indigentes y criminales insignificantes para reunir la cuota que debe entregar a su superior. Zuzunaga también se ocupa de su propia hija, quien estudia en el extranjero. Él hace lo que sea para poder enviarle dinero.

“Con un cambio de tono espectacular, Jorge entrega su novela más lograda y vibrante a la fecha: Tus dos muertos, hogar del ex comandante Zuzunaga, un policía en la mejor tradición de la novela negra latinoamericana”, ha dicho el también escritor Martín Solares.

“Una novela negra no ofrece solamente la indagación de un enigma policíaco: articula, sobre todo, una prosa que revela y desmenuza la putrefacción de una sociedad. Tus dos muertos representa un nuevo camino de ferocidad y precisión en la narrativa de Jorge Alberto Gudiño”, escribió a su vez el novelista y cuentista tapatío Antonio Ortuño.

Jorge Alberto Gudiño Hernández publicó Los trenes nunca van hacia el este, su primera novela. En 2011, con Con amor, tu hija obtuvo el Premio Lipp de Novela, entregado por primera vez en México y de gran tradición en Francia. En 2014 publicó Instrucciones para mudar un pueblo y en 2015, Justo después del miedo. Desde 2004 conduce La Tertulia, en Radio Red, una revista radiofónica dedicada a la literatura. También es colaborador de diversos medios impresos y digitales. Todos los sábados se le puede leer en sinembargo.mx. Dedica una buena parte de su tiempo a la docencia universitaria.

La primera novela mexicana de la colección Alfaguara Negra, una serie destinada a llevar a los lectores las mejores novelas de suspense

La primera novela mexicana de la colección Alfaguara Negra, una serie destinada a llevar a los lectores las mejores novelas de suspense

¿QUÉ ES LA NOVELA NEGRA?

–¿Qué es la novela negra para ti?

–Hay varias formas de novela negra, pero para mí es aquella llena de violencia, es una novela oscura en los personajes que la habitan y en las tramas que cuenta.

–¿A qué crees que se debe el auge de este género?

–Sigo escuchando a personas que no leen novela negra o policial. Pero si hay auge que extrañamente a su llegada desde Europa. Aquí hubo buena novela negra en los ’70, pero no hizo mucha huella, al menos no la presencia que tuvo siempre en los Estados Unidos, donde la novela negra es algo natural. Se siguió el camino de la literatura de nicho que se vendía en los aeropuertos, sin mucha pretensión. Luego vino la onda escandinava, cuyos autores mostraron que se podía hacer literatura de género para hablar de muchas otras cosas, más allá del género.

–Cuando se critica la literatura de cualquier género, olvidamos por ejemplo que tanto Stieg Larsson como J.k.Rowling, son grandes escritores, no sólo venden muchos libros

–Sí, por supuesto, sobre todo Rowling. Los escritores estadounidenses se dieron cuenta de que el dinero estaba en las series televisivas más que en los libros. Otros escritores europeos empezaron a hacer policiales con las mismas reglas de lo no policíaco, con un personaje que se transforma, formas más cercanas a la literatura total, no sólo resolver un misterio. Tienes el caso de John Banville, un gran purista del inglés y quien con el seudónimo de Benjamin Black escribió novelas policiales exitosas. Uno lee a Henning Mankell, por ejemplo, tanto en sus novelas policiales como en las que no son policiales y termina muy triste, en parte porque el estado de ánimo del lector no depende de que la historia resuelva un misterio. Uno se pone triste por la vida de Wallander.

–Es interesante lo de la televisión que mencionas, porque no es nuevo, tampoco en el cine…

–No, claro, lo que pasa es que nos bombardearon con las series. Hubo una época en que había potencialmente 10 novelas en danza en la pantalla durante un fin de semana.

–¿Cuándo decidiste que Zuzunaga iba a ser un hdp?

–Desde el principio. No quería un detective superhéroe ni que fuera un desgraciado poderoso. Cuando decidí que iba a ser defenestrado por cosas que había hecho en el pasado, la congruencia exigía que no fuera bueno. Iba a ser además un chivo expiatorio en un país como México donde nunca se resuelven los crímenes.

El año pasado, Jorge Alberto Gudiño presentó "Justo después del miedo". Foto. Especial

El año pasado, Jorge Alberto Gudiño presentó “Justo después del miedo”. Foto. Especial

–Inicia la novela con una escena de tortura en un escenario peculiar, un baño público

–Entre las cosas que me pregunté al escribir la novela es por qué empezar a narrar cuando le asignan al policía el caso. Después de todo, eso no es lo más natural. Quería que el personaje tuviera una vida más allá del caso y el torturado tiene relación con otras cosas que vive Zuzunaga y que no tienen nada que ver con el caso.

–A pesar de todo, va mostrando algunos rasgos humanos con el correr de la historia

–Estoy convencido de que así todas las personas, incluso los más malos tienen sus puntos de quiebre y sus actitudes más benévolas, en general. Era un fácil pintar un malo a partir de estereotipos, era sencillo, pero el personaje se iba a quedar atorado y el lector iba a querer matar al investigador, no sólo al asesino.

–Un estilo de acción-acción, elegiste

–Cuando comencé a escribir Tus dos muertos me puse algunas restricciones narrativas y una de ellas era hacer la novela con la menor cantidad de descripciones, para que la violencia estuviera a partir de hechos muy concretos. Cuando hay mayor intensidad narrativa, las frases son incluso más breves. Quería contrastarla con Con amor tu hija, sobre todo, donde las frases son subordinadas, largas, propias de un narrador que piensa mucho en sí mismo.

–Hay una atmósfera opresiva, llena de personajes horribles, como el gordo que se masturba

–La colonia es donde transcurrió mi infancia, aunque en la novela le cambié de nombre. Las madrugadas en esas colonias están pobladas de personajes extraños como el Matape, ese gordo onanista, puede ser alguien muy reconocible. Como mucha gente que vive en indigencia y que siempre está en el mismo lugar, lo cual quiere decir que alguien los lleva y luego los regresa. Quise jugar con elementos extremos, pero posibles.

–Un antecedente de esta novela podría ser Instrucciones para mudar un pueblo

–Sí, mucha gente dice que Tus dos muertos no es mi primera novela negra. No lo sé. Ese universo cerrado y ficticio de Instrucciones para mudar un pueblo puede ser la colonia Fresnos de Tus dos muertos. Y eso funciona para una novela policial. Uno no puede escribir una novela de misterios, como hacía Agatha Christie, en un vagón de un tren.

–El escenario del baño público es espeluznante.

–Son horribles. Trato de evitarlos siempre que puede. Son curiosos por cómo suenan, son tremendamente sucios, no tienen sistema de drenaje y eso los vuelve aterradores.

ENTREVISTA | Cómo hablar de libros en la radio: Mayra González Olvera y Jorge Alberto Gudiño

sábado, marzo 26th, 2016
Mayra González Olvera y Jorge Alberto Gudiño: la pasión por los libros. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Mayra González Olvera y Jorge Alberto Gudiño: la pasión por los libros. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Ella, editora; él, escritor. Ambos, marido y mujer y padres de dos niños. Juntos hacen también el programa radial La tertulia, donde desde hace 12 años difunden la lectura.

Ciudad de México, 26 de marzo (SinEmbargo).- Él es uno de nuestros escritores jóvenes más prolíficos, con obras como Con amor, tu hija, Instrucciones para mudar un pueblo y la reciente Justo después del miedo.

Ella es una joven y prominente editora, ahora al frente del departamento de marketing de Penguin Random House. Juntos forman un matrimonio que ha dado como fruto dos hijos y juntos conducen, ¡desde hace 12 años!, el programa de radio semanal La tertulia, en Radio Red 1110 am.

Se trata de un programa dedicado a los libros y sus autores, que ambos mantienen con una pasión inusitada por la lectura y una dedicación que sólo ha declinado el día en que, bueno, han nacido sus hijos.

El resto del año, todos los viernes, de 21 a 22 horas, llueva o truene, ahí llegan ellos con las novedades editoriales bajo el brazo y un invitado con el que charlan sobre manías del oficio y diversos temas relacionados con la literatura.

Mayra González Olvera y Jorge Alberto Gudiño son los militantes de la lectura más constantes que conocemos y por ello esta entrevista era de rigor para Puntos y Comas. Anécdotas con nombres y sin ellos, diversión pura y amor a los libros, marcaron el tono de la conversación.

Son marido y mujer, padres de dos niños y conducen La tertulia. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Son marido y mujer, padres de dos niños y conducen La tertulia. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

–Es maravilloso escuchar hablar de libros en la radio

(Mayra) –Para nosotros fue algo muy sorpresivo el día en que se dio la oportunidad de iniciar La tertulia. Nunca pensamos que íbamos a tener una hora para hablar de libros en una radio comercial. Empezamos yendo a Radio Centro de madrugada, de 2 a 3 de la mañana, para hacer un micro de libros dentro de otro programa. Éramos jóvenes…

(Jorge Alberto) –Nuestro productor nos dijo un día vamos a meter el proyecto de La tertulia. El proyecto primero fue de una página, se lo dimos y nos dijo, lo recuerdo muy bien: -Olvídenlo. Hasta que un día nos llamó para decirnos: -Mañana empiezan.

(Mayra)–Lo más fuerte que nos ha pasado a lo largo de estos 12 años es que tenemos contertulios de toda la vida y sus comentarios han sido con el correr del tiempo cada vez más profundos, atinados, lo que nos hace pensar que hemos puesto un granito de arena valioso en esto que es difundir la lectura. Por otro lado, también hemos reducido la edad de quienes nos escuchan y es así como tenemos a muchos jóvenes de secundarias que son fieles oyentes.

–¿Cómo va a ser el programa de hoy?

(Jorge Alberto) –Hoy vamos a entrevistar a David Toscana por su nueva novela Evangelia. Dedicamos toda la hora a un autor y en general son los propios autores quienes nos lo agradecen, porque son pocos los espacios de tanto tiempo que hay disponibles para hablar con calma de un libro determinado. Nos ha pasado que muchos autores nos responden rapidísimo en los primeros minutos de la entrevista, porque están acostumbrados a esa mecánica de otros medios y piensan que tienen que decirlo todo en poco tiempo. Poco a poco nos hemos ido haciendo amigos de muchos escritores que ya saben que vamos a poder platicar con calmita. Nos gusta, además, hacer el programa en vivo y hemos aprendido que en ese contexto del directo nuestros propios errores están bien, forman parte de la espontaneidad de una entrevista sincera.

(Mayra) –Lo que no nos gusta es polemizar. Hacemos un programa para invitar a la gente a leer y si un libro no nos interesa, no lo tratamos. No nos gusta invitar a determinados autores para maltratarnos al aire.

–¿Cuáles fueron los programas más significativos a lo largo de estos 12 años?

(Mayra) –Bueno, el primero por supuesto, lo recordamos con mucho cariño…

(Jorge Alberto) –(risas) Sí, porque además no tenía sentido lo que hicimos. Fue de un día para otro y hablamos de las mujeres en la literatura. No había manera de abarcar semejante tema en una hora. Hicimos una escaleta que casi era un guión. Hubiera dado para 10 programas. Evidentemente no salió con la naturalidad que hubiéramos querido.

(Mayra) –Teníamos libros para regalar y a mí se me ocurrió decir: -Aquí tenemos unos huerfanitos para que usted los adopte y desde entonces quedó así. Cada vez que regalamos libros decimos que son “huerfanitos” dispuestos a ser adoptados.

Mayra recuerda la emoción y los nervios de la primera entrevista al crítico Emmanuel Carballo. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Mayra recuerda la emoción y los nervios de la primera entrevista al crítico Emmanuel Carballo. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

(Mayra) –Me acuerdo con mucho cariño también la primera entrevista que le hicimos al crítico Emmanuel Carballo (1929-2014).

(Jorge Alberto) –No lo conocíamos y la verdad es que si no lo conocías en persona, pensabas que era una persona violenta. Estábamos muy nerviosos, estaba llegando el gran crítico nacional a nuestro programa. Pero fue encantador.

(Mayra) –Es raro que le hable yo de usted a alguien y estaba como es obvio muy nerviosa con Emmanuel, pero él no quiso que lo llamara don y la verdad es que luego de esa entrevista se armó una gran amistad con él y con su esposa Beatriz Espejo.

(Jorge Alberto) –El único autor que nunca nos dijo que dejáramos de llamarlo de usted, además él tampoco nos tuteaba, fue Carlos Fuentes (1928-2012). Hicimos la entrevista en su casa y al principio no estábamos considerados. Sólo había aceptado 10 medios grandototes, pero se cayó uno y así fue que tuvimos la oportunidad. Al final nos agradeció porque no le habíamos preguntado nada de política. Y la verdad es que no sabemos nada de política…

(Mayra) –A mí me ponen nerviosa los programas en que debo entrevistar a Jorge Alberto, cada vez que saca una novela. Siento una presión doble y le pido a los oyentes que no me dejen sola

(Jorge Alberto) –Otro programa memorable te involucra, Mónica, porque cuando estuviste de invitada fue el día en que nació Bastian y fue la única vez, de hecho, que no llegamos a La tertulia. Me acuerdo que había hecho la entrevista escrita para dejársela al productor por cualquier cosa y menos mal que así fue.

–¿Algún programa que haya salido mal?

(Jorge Alberto) –Uy, muchos. Nosotros hacemos más o menos 10 preguntas sobre el libro y dejamos luego algunas que son standards. Con Emmanuel Carballo sólo debíamos hacer una y él se largaba a hablar, pero hubo un autor, cuyo nombre no diré, que sólo respondía con monosílabos.

(Mayra) –Nos pasó dos veces, una con ese autor y otra con una escritora joven del interior del país. De pronto no había de qué hablar. Otra entrevista intensa fue con Fernando Vallejo, quien vino con la condición de que el programa fuera en vivo. Recuerdo que yo estaba embarazada y como bien sabes él no está de acuerdo con que sigan naciendo niños en el mundo…así que fue muy intenso todo con él. Luego, cuando lo volví a ver, yo tenía un vestido suelto y me preguntó: -¿Otra vez estás embarazada? No, le dije y me respondió: -Ah, qué bueno (risas)

(Jorge Alberto) –Recuerdo mucho la entrevista a Goran Petrovic, en serbio, con intérprete. Ese día Mayra y yo estábamos terriblemente enojados entre nosotros. Él no nos conocía de nada y tampoco sabíamos que éramos pareja, pero nos escribió en el libro la dedicatoria más bonita que nos hayan hecho nunca: “Para Mayra y Jorge Alberto, sin importar quién sea el que abra el libro y el que sostenga la página”.

Jorge Alberto Gudiño es uno de nuestros escritores más prolíficos. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Jorge Alberto Gudiño es uno de nuestros escritores más prolíficos. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

–¿A quiénes les hubiera gustado entrevistar?

(Jorge Alberto) –Se nos escapan los Premios Nobel. No sé por qué. Hemos hablado con muchos de ellos, pero no se nos hizo de entrevistarlos para La tertulia. Ojalá podamos ahora cuando venga Mario Vargas Llosa. Es un pendiente que tenemos.

(Mayra) –Por lo que significaron para mí todos sus textos, siempre quedará pendiente entrevistar a Umberto Eco (1932-2016)

–¿Cómo es que han logrado perdurar tanto haciendo un programa de libros en la radio?

(Jorge Alberto) –Creo que es porque estamos fuera de la barra de horario comercializable, en una de las radios más escuchadas del mundo. Lo que podría ser una desventaja, al final se convirtió en algo bueno, porque logramos un espacio ahí, que cada día se valora más, porque cuando nosotros empezamos, los viernes a las 21, la gente miraba mucha más televisión que ahora. Lo cierto es que hoy son muchos los televisores apagados y ha crecido la audiencia radial.