Archive for the ‘Opinión Puntos & Comas’ Category

Las virtudes del artista

viernes, octubre 4th, 2019

¿Qué es más urgente, la belleza o el bien moral?

“Una novela no es un lugar de virtud”, dice Phillippe Lançon. Tiene mucha razón. A últimas fechas se han generado críticas y juicios al por mayor, se han creado listas en las que se incluyen nombres de famosos artistas que son acusados de ser misóginos, acosadores y crear obras en las que se rebaja la condición de las mujeres. La crítica y la denuncia son indispensables en toda sociedad sana, pero la libertad y la tolerancia son imprescindibles para la creación artística. La censura es la peor condena para un artista, particularmente cuando esta censura obedece a la opinión de lo que es políticamente correcto.

Si el proceso artístico debe partir de la revisión de la obra en función de los códigos morales de una época, el artista terminaría por quedar paralizado; es una desgracia tener que dar gusto a los jueces y censores del momento. La imposición de la moral vigente ha destrozado muchas vidas. Paradójicamente, artistas condenados por sus vidas reprobables, nos han regalado algunos de los momentos más bellos y sublimes. Seres de luz y oscuridad, deambulan en el ámbito de la creación y entregan los más elevado del ser: la obra de arte.

Oscar Wilde era el autor de moda en Londres, amado y odiado, tenía la capacidad de destrozar a cualquiera que se opusiera a sus dictados sobre el buen gusto y la estética. Hay de todo en su monumental obra literaria, ternura, amor, belleza, pasión, sensualidad, crueldad, horror; especialmente un refinamiento increíble. Sus estudios sobre estética aún son vigentes. Wilde se enamoró de un chico de sociedad. Fue correspondido al principio, pero después fue usado y humillado por él y condenado a prisión. Tuvo que pagar por su homosexualidad en la cárcel más dura de Inglaterra y debió soportar los feroces insultos de la gente, que un poco antes había admirado su obra.

Mientras su amante se quitaba la vida, Francis Bacon celebraba ser el primer artista inglés vivo que exhibía en el Grand Palais. Su talento como artista era tan celebrado como temido su acostumbrado sadismo en sus relaciones de pareja. Al enterarse de que su amante, el depresivo George Dyer, se había quitado la vida, sólo expresó un leve “por fin”. Hoy es considerado como uno de los genios de la pintura. Sus obras cuelgan en los mejores museos. Los precios alcanzados por sus cuadros son exorbitantes. Una de sus obras maestras: George Dyer ahogado en un escusado.

El Éxtasis de Santa Teresa del artista italiano Gian Lorenzo Bernini puede pasar inadvertido. Se ubica discretamente a un costado del altar de la Iglesia de Santa María de la Victoria en Roma. Sin embargo, en su momento fue motivo de un gran escándalo: ¿el orgasmo físico de una santa? Casi le cuesta la ex comunión a su autor, tuvo que pasar por los juicios que denostaban su creación. Lo salvó que uno de sus más fervientes admiradores era el poderoso cardenal Borguese.

Hace poco un grupo de feministas enviaron una carta al Museo Metropolitano de Nueva York, pidiendo que se retirara de la colección el cuadro Thérèse Dreaming, del artista Balthus. Se trata de una escena en la que una niña abre las piernas provocativa, aunque inocente, hacia el espectador. Se acusa al autor de pederastia. Por suerte el poder del arte pudo más en esta ocasión y el museo no accedió a la petición. No deja de ser deplorable que el caso debió pasar por un comité calificador no por su calidad artística, sino por su contenido.

El éxito de Marina Abramovic parece ser perseguido por una enorme sombra. Cada vez que presenta alguno de sus famosos perfomances, debe lidiar con su ex novio Ulay para que no le cobre. Él se queja del abuso de la artista que jamás le ha pagado un centavo de derechos por las obras que crearon juntos. Ante cualquier pregunta incómoda, Marina sólo sonríe irónica y sigue su camino. Hay quien opina que Abramovic cobra venganza a nombre de las muchas artistas que han sido usadas por sus parejas y jamás han logrado ningún reconocimiento.

La Venus Bonaparte, como se conoce a la escultura que el artista Antonio Canova hizo de Paulina, la hermana de Napoleón, descansa en su mullido cheslón en la gran estancia de la Villa Borguese. Está desnuda. Sus delicadas formas permiten apreciar a una de las mujeres más bellas, inteligentes e influyentes de Roma durante la era napoleónica. Mecenas de grandes artistas, fue reconocida como una de las damas más cultas de su época. Suficiente razón para ser envidiada y buscar destrozar su reputación. Lo que más se comenta de ella es la relación incestuosa con su hermano Napoleón, sus múltiples orgías y su desfachatez al haber posado para el artista italiano completamente desnuda. Alguna vez, una mujer de sociedad se atrevió a preguntarle cómo se había atrevido a quitarse la ropa delante del artista. Paulina contestó que no había sido nada incómodo, el salón estaba calientito.

Han pasado años desde que cayó el muro de Berlín y la Unión Soviética desapareció. Artistas de la vanguardia rusa, que trabajaron para el Soviet porque no tenían de otra, quedaron en el olvido ya que sus obras contienen discursos acordes con el estado totalitario. La censura de Stalin fue como una soga en el cuello, si el artista hacía lo que el Soviet dictaba, no sería nadie jamás, sólo una parte del sistema; si se revelaba, moriría sin lograr si quiera ser reconocido.

Los artistas de la antigüedad pintaban con estructurados cánones aprobados, ya fuera por la Iglesia, por los mecenas, por la Academia. Los más sobresalientes, los autores del cambio, fueron los que supieron librar las batallas en contra de lo establecido. Han trascendido por su rebeldía delante de las instituciones y las convenciones del momento. Cuando hicieron sus mejores obras perdieron su cómodo lugar delante de los comités, a la mayoría le costó la renuncia a su bienestar, pero todos ellos contribuyeron a que el arte ampliara sus límites.

¿Qué es más urgente, la belleza o el bien moral? ¿aprehender el poder de la naturaleza y del ser humano o ser políticamente correcto?

Si antes de crear los artistas tienen que tomar en cuenta a todos los “opinadores”, movimientos y grupos surgidos que se nombran custodios de la moral, terminaríamos por anular la creatividad para quedar envueltos en objetos creados por encargo. En vez de creadores, tendríamos que hablar de mediocres obreros que funcionan de manera inmediata, cumplen con su labor, pero a la larga, se traicionan a sí mismos. Al artista hay que analizarlo y generar una crítica a partir de su obra, de la calidad y trascendencia que logra con ella. No podemos detenernos a calificarla moralmente porque acribillaríamos su talento y su libertad, que son su única defensa en contra de los intereses creados. Someter la creación artística al corsé de las múltiples causas y agendas del momento en nombre del combate contra la misoginia, la igualdad de género y raza, el respeto a las minorías y los demás “ismos” (surgidos recientemente), equivale a aniquilar la posibilidad del arte de ser un vehículo para explorar lo sublime incluso dentro de nuestros pliegues.

Como nunca, hoy debemos pensar que la creación es el reino de lo posible pero también de lo imposible, el espacio en el que los demonios y los ángeles se debaten en una lucha de luz y oscuridad. El sitio en el que no hay reglas, todo es libertad absoluta, transgresión, ruptura, transfiguración. El bien, como lo conocemos: una suerte de valores morales y convencionalismos, no siempre triunfa, no se trata de eso, porque simplemente, el arte no es para eso. En materia de virtudes a los creadores sólo debe exigírseles que sean virtuosos con su arte.

www.susancrowley.com.mx

@Suscrowley.com

Mis ojos mientras te tocan

sábado, septiembre 21st, 2019

Los enamorados trastocan todos los sentidos. Lo que va viene y lo que se mira huele, sabe y se toca. Cuerpo a cuerpo todo en ellos se transforma.

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Frente a la vastedad del espacio

sábado, abril 13th, 2019

“Lo más probable es que nunca pueda la humanidad saber qué hay del otro lado”. Foto: Cuartoscuro

Entiendo poco de astronomía y de astrofísica. Aunque la ciencia siempre me ha resultado cautivadora, reconozco mi propias limitaciones cuando se trata de comprender el universo.

No sólo por su grandeza, que bien podría entrar en el plano de lo filosófico, sino porque las matemáticas que se necesitan para comprenderlo son mucho más complejas de lo que puedo acceder. Es preciso decir que soy ingeniero, que mi relación con los números y las fórmulas es amistosa y que hubo un momento en mi vida en que consideré dedicarme a la ciencia. Si no lo hice, lo supe entonces, es porque me faltaba la disciplina y sospechaba que mis capacidades pronto se convertirían en frustración. Además, la literatura se atravesó en mi camino. Pese a ello, nunca he dejado atrás mi fascinación por la ciencia. Una fascinación que se traduce en lecturas cotidianas al respecto.

Hace unos días se publicó una fotografía de un hoyo negro. Recuerdo a un profesor de la prepa que nos aseguró que eso sería imposible tal hazaña pues, si conseguíamos estar lo suficientemente cerca para observar el fenómeno, sería irremediable que nos absorbiera por su poder gravitatorio. Supongo que ahora, como muchos más, está fascinado por lo que ha conseguido hacer la ciencia.

No hablamos sólo de ese anillo de plasma incandescente que bien podría ser otra cosa. Hablamos de que, en efecto, es una fotografía de un agujero negro o, mejor, de lo que lo rodea. No intento explicarme el complejo proceso tecnológico mediante el cual obtuvieron la imagen. Prefiero ocupar mis reflexiones en el objeto en sí mismo. Un agujero negro es uno de los mayores misterios del cosmos. Hay quien lo ha descrito como un portal que conecta con otros universos; como una fuerza inaudita que arrastra todo lo que lo rodea hasta que termina colapsando; como la posibilidad de entender el origen de todo. Da igual, la belleza de su misterio se acerca a la de las mejores producciones artísticas. Lo insondable puede más que lo majestuoso y eso es mucho decir.

Imagino toda la literatura de ciencia ficción sumándose a esta nueva posibilidad. Es cierto, lo más probable es que nunca pueda la humanidad saber qué hay del otro lado (si es qué hay otro lado y no es un mero torbellino que termina colapsando): son muchos los problemas que resolver para conseguir enviar algo a esa distancia, más aún para volver. Así que la duda persistirá pero quién sabe: a mí, incapaz de entender el todo o de aproximarme siquiera a su comprensión, me convence la idea de que, del otro lado, cuando se consigue atravesar ese anillo luminoso, bien pueden estar todas las respuestas. Sé que es sólo ficción pero me refugio en ella pues es la forma por la que he optado para entender lo que se me escapa. Mientras tanto, me dejaré cautivar ya no por la imagen sino por su significado y por el simbolismo con que he decidido cargarlo.

Mi gratitud está pues, con el equipo de científicos que consiguieron la hazaña: me han regalado una nueva forma de la belleza y eso siempre, siempre, es motivo de gratitud.

Ciertas formas de publicidad

sábado, marzo 30th, 2019

“Estamos en un momento único para la publicidad, para la compra y venta de productos en línea. Me sorprende el funcionamiento de los algoritmos”. Foto: Especial

Es de lo más común que un día entre a algún portal de compras en línea para comprobar ciertos precios o para adquirir algo que necesito y, casi de inmediato, en mis redes sociales aparezcan anuncios con productos relacionados a mi búsqueda. Me queda claro que la publicidad ha evolucionado y existen complejos algoritmos que no sólo conocen mis preferencias, mis hábitos de consumo sino que hacen cruces complejos con los de personas cercanas a mí, con mis datos demográficos y con un montón de pequeñas huellas que he ido dejando en la red para ofrecerme nuevos productos. Confieso que cada tanto caigo. Y es que los algoritmos funcionan y me crean, a veces, ciertas necesidades que se traducen en compras. Ignoro cuáles son los procesos para llegar ahí pero, desde hace tiempo, sé que no es nada privado lo que hago en ciertas plataformas. Más que molestarme, me he acostumbrado y hasta siento que le saco cierto provecho a la situación, en tanto soy capaz de optar por ofertas o métodos de envío baratos. Supongo que es justo eso lo que les interesa a quienes han evolucionado en su forma de hacer publicidad y ofrecer productos.

Justo por eso, a veces me da trabajo entender que haya industrias o marcas que sigan estancadas en viejos modelos.

Cerca de mi casa hay un par de agencias de automóviles. Cada tanto veo cómo afuera de ellas hay música a todo volumen y a dos o tres chicas bailando al ritmo de ésta. También hay globos, esos tubos de tela que se llenan de aire y hacen aparecer gruesos espaguetis bailarines y moños sobre los automóviles. Me llama la atención que las bailarinas siempre estén dirigiendo sus movimientos hacia la calle. Ignoro si hay estudios al respecto. Sin embargo, me cuesta trabajo creer que alguien que va a una comida familiar, a un partido de futbol de los hijos o a cualquier otro compromiso, de pronto vea el ambiente festivo y decida detenerse a comprar un coche. Me cuesta trabajo porque, salvo muy contadas excepciones, quienes circulamos por las grandes avenidas es porque tenemos un destino cierto. Así que interrumpir nuestra travesía para desembolsar una enorme cantidad de dinero y comprar un coche, me parece francamente inverosímil. Pese a ello, llevan años esas agencias de automóviles produciendo el mismo espectáculo. ¿Quién sabe?: en una de ésas yo soy quien está mal y, en efecto, las personas se detienen a comprar automóviles.

Durante las semanas pasadas me marcaron más de un centenar de ocasiones (en verdad, no exagero, las conté del registro de llamadas) de HSBC. Como sé que no es culpa de los operadores, espero a que se presenten para decirles que no me interesa y cuelgo. Las últimas ocasiones les pedí, primero, y casi les supliqué, más tarde, que me dejaran de hablar. Prometieron hacerlo. De nada ha servido. Siguen llamando.

Yo no tengo la intención de cambiar de banco ni de ampliar los productos crediticios que tengo en mi haber. Si quisiere hacerlo, los operadores de HSBC o los ejecutivos que idearon su campaña ya me han convencido de no hacer tratos con ellos. Es molesto, quita tiempo, rompe la concentración, distrae y cansa. Nunca querría estar con un banco que trate a sí a sus posibles clientes. No quiero ni imaginar lo que pasaría si aceptare sus propuestas.

Estamos en un momento único para la publicidad, para la compra y venta de productos en línea. Me sorprende el funcionamiento de los algoritmos ya mencionados. Me sorprende más, empero, que haya
quienes prefieran optar por métodos tan anticuados como los de las agencias automotrices o que rayen en el acoso como ciertos bancos.

Las multas cívicas

sábado, marzo 23rd, 2019

“Detecto, si acaso, un problema con las multas cívicas: éstas castigan al propietario del auto, no necesariamente al conductor. Al menos las que son señaladas por las cámaras”. Foto: Cuartoscuro

Vivo en la CDMX. Sin soslayar los problemas del país, lo cierto es que en esta ciudad tenemos un montón. Aquí se replican las peores prácticas, los crímenes más violentos, las corruptelas más atroces y todo aquello que consideramos lesivo para la sociedad y el individuo. Ya escribí alguna vez que, uno de los asuntos que nos lastiman a diario está relacionado con el tránsito en la capital del país. Los sistemas de transporte están saturados, son ineficientes, no llegan a todas partes, tienen líderes que los manejan a partir de cochupos y amenazas. A ello se suma que las distancias son excesivas por lo que el tiempo que pasamos intentando ir de un lugar a otro se vuelve una constante que lastra nuestra calidad de vida.

Para colmo, además, estamos los automovilistas. Somos una plaga. Como llevamos años sin requerir exámenes de manejo para obtener una licencia, muchos no saben manejar. Peor aún, uno de los actos de corrupción más cotidianos estriba en darle un billete a un policía para que haga caso omiso a una grave infracción de tránsito. Así, los automovilistas nos hemos vuelto impunes frente a nuestra clara incivilidad, cuando menos, o cuando cometemos agresiones que serían dignas de la suspensión del permiso para conducir.

El tránsito en la CDMX es un problema que no se puede resolver de forma sencilla y, mucho menos, expedita. Pese a ello, me parece que es el área del gobierno capitalino donde más se avanza. No conozco a Andrés Lajous pero es fácil notar que la SEMOVI es un área donde se están haciendo cosas (conozco, en cambio, a Rodrigo Díaz y doy fe de su probidad además de sus capacidades). No sólo eso, tanto él como su equipo suelen estar en diálogo constante con la ciudadanía a través de las redes sociales. Los reclamos y las exigencias son muchos, por supuesto. Sin embargo, se percibe que algo avanzamos.

Esta semana se presentaron las modificaciones al reglamento de tránsito. Llama la atención algo que ya había sido anunciado: en lugar de las consabidas multas (de algunas de ellas: otras seguirán existiendo), ahora habrá una penalización cívica. Es decir, el automovilista infractor ya no podrá escaparse pagando una multa. Ahora tendrá que tomar cursos en línea, hacer algún servicio social y perder puntos en su licencia.

Esto último me parece de lo más relevante. Si se entregaron licencias para conducir por doquier, apenas es justo que se les cancelen a aquéllos quienes han probado, reiteradamente, que no saben manejar. Y no saber manejar no consiste en atropellar a alguien o en chocar contra todo lo que hay en el camino como en un videojuego. Consiste en pasarse los altos, invadir carriles confinados, ir a una velocidad mayor de la permitida, detenerse en los pasos de cebra, atentar, pues, contra el bienestar común. En otras palabras, no saber manejar es, también, no ser cívico y decente al hacerlo.

Llevamos demasiado tiempo manejando con prisa y de forma agresiva. Hemos creído, los automovilistas, que tenemos la potestad del privilegio. Si nos metemos en una larga fila es porque ese día la prisa o el cansancio son excesivos y lo merecemos, sin importarnos que los otros estén igual. Nos vanagloriamos cuando nos pasamos un alto, transitamos en reversa o dejamos nuestro coche en doble fila para comprar algo en la tiendita o recoger a los hijos. Nos equivocamos, pues.

Es un asunto cultural que podría llevar décadas corregir (sobre todo si se suma al resto de la problemática del tránsito). Sin embargo, sabemos que una de las formas más efectivas para cambiar esta mentalidad radica en la infracción. Y ésta, quizá, ya no será sólo en términos monetarios. El riesgo de perder un día o una licencia para conducir, confío, nos hará mejores conductores.

Detecto, si acaso, un problema con las multas cívicas: éstas castigan al propietario del auto, no necesariamente al conductor. Al menos las que son señaladas por las cámaras. Una lástima. Mientras no se encuentre un mejor mecanismo, me parece que es, si no justo, adecuado.

Ojalá comencemos a manejar mejor aunque sea por miedo. A la larga, eso se convertirá en un avance en la calidad de vida de todos los que transitamos en esta ciudad.

Las jacarandas que roban

sábado, marzo 16th, 2019

Por un instante, poco más de un mes, el antídoto contra la abrumadora demagogia, las angustias compartidas y las ansiedades personales es este brote primaveral que llena la ciudad de jacarandas como una conquista del ánimo.

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Más problemas con los símbolos

sábado, marzo 16th, 2019

“Es sabido que ella está casada con José María Rioboó, amigo personal del Presidente y asesor del mismo en varios temas. Ya muchos han señalado este potencial conflicto de intereses”. Foto: Cuartoscuro

Escribí en este espacio, hace algunas semanas, los problemas que acarrea el gobernar a partir de símbolos. Más en concreto, de actos simbólicos que representan más de lo que significan. Puede ser muy efectista el asunto del coche blanco del Presidente o la falta de un avión presidencial pero, en términos concretos, sirve poco para mejorar la gobernabilidad. Como ejemplos de lo anterior hay por doquier, no los repetiré ahora.

Me ocupo, sin embargo, del asunto particular de la nueva Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación: Yasmín Esquivel Mossa. No la conozco e ignoro si tiene las calificaciones necesarias para ocupar dicho puesto. Supongo, sin conceder, que los tiene; que su carrera como abogada le da las credenciales suficientes para aspirar a un puesto en el máximo tribunal del país.

El problema son los símbolos.

Es sabido que ella está casada con José María Rioboó, amigo personal del Presidente y asesor del mismo en varios temas. Ya muchos han señalado este potencial conflicto de intereses: que el Presidente tenga injerencia en el poder judicial que, por la forma en que está conformado nuestro estado, debería ser por completo independiente de los otros dos poderes. Si ya es preocupante que el legislativo parezca acatar los mandatos presidenciales, mucho más lo es el que existan formas de presionar al poder judicial.

Nunca he creído que AMLO sea ingenuo. Por el contrario, sabe moverse bien en los terrenos políticos y es capaz de anticipar reacciones a cada uno de los actos que lleva a cabo. Sabe, entonces, que lo normal es que se señale el asunto de la elección de la nueva ministra. El simple hecho de haberla propuesto en la terna para ocupar el puesto ya tenía algo de escandaloso. Algo que se volvió inmenso al ser elegida con los votos de, sobra decirlo, la bancada de Morena y los de los senadores que fueron convencidos.

¿Y los símbolos? Se resquebrajan. La simple sospecha de que exista un conflicto de intereses es un conflicto de intereses. Impulsar a la abogada también lo es. El mensaje que se está mandando es claro: la voluntad del presidente vale más que cualquier posible conflicto. Ya no es un asunto de utilizar un coche sin blindaje o trivialidades de ese tipo. Ahora se ha dado una muestra de poder con la que el Presidente demuestra que poco le importa la opinión pública. Mucho menos, el asunto de los símbolos cuando éstos no operan a su favor. Quizá confía mucho en los datos de aprobación que tiene. Su confianza está fundada. Sin embargo, para muchos de los que creímos en su proyecto, los símbolos positivos son apenas eso: una representación que no sirve para mucho. Y los negativos son peores: la muestra más contundente de que el cambio prometido no se llevará a cabo.

Ojalá me equivoque.

Lo bueno de las flores

sábado, marzo 16th, 2019

“Levantar la cabeza frente al espectáculo violáceo que desplegan las jacarandas”. Foto: Cuartoscuro

Llegué al velorio de mi abuela con un sudor de horas impregnado en la ropa. Manejando desde Tepoztlán con un cristalazo en el coche y sin la maleta del viaje porque me la habían robado cuatro horas antes.
En esa maleta estaba mi computadora y el borrador de mi primera novela.

Me sentía tristísima, tan triste que no podía llorar. Había perdido a mi abuela y mi computadora con el trabajo de los últimos meses el mismo puto día.

Apenas entrar al velorio me sentí más miserable: ahí estaba el diminuto cuerpo de mi abuela, reducida a un amasijo de piel y huesos que no alcanzaría los cuarenta kilos.
Mis hermanos no habían comprado flores. Así que sólo estaba la cajita al centro de aquel horrible lugar con luz blanquecina. Una caja desoladora, desangelada, jodida.

Mi abuela era una mujer cabrona, solitaria y dura, pero tenía una pasión: las flores de su jardín.
Sus rosales. Se volvía loca de amor por ellos, les hablaba cada mañana, limpiaba las hojas con cáscaras de naranja, removía la tierra, nos azuzaba como perros para que nos fuéramos a otro lado si nos acercábamos a sus espléndidas flores. Ay de quien le trozara una rosa, echaba maldiciones que todavía hoy nos dan miedo y, entre risas nerviosas, mis hermanas y yo repetimos para tratar de conjurarlas.

Mi tristeza se convirtió en furia. Me regurgitó un fuego de dragona con el que hubiera querido incendiarlos a todos por ordinarios. ¿De verdad nadie había pensado en comprarle flores a mi abuela el día de su muerte?
Fue una mujer rasposa, como he dicho, poco dada a los mimos, pellizcona, apaleadora, hija de la dureza de principios del siglo pasado; egoísta, madre ausente de mi madre.
Aún así. Todos tenemos derecho a la belleza.

Hace más de veinte años que compro flores y las pongo en el centro de mi mesa. Yo escribo con flores y ventana. Ese es mi paisaje constante, a donde vaya, puedo crearlo.
Me desarma la sensibilidad de quienes regalan flores, el sutil homenaje a la brevedad de la belleza que eso entraña.
Y es que no dejo de asombrarme ante su milagro: la obscenidad de las lilys, el aroma fiero de las casablancas, la delicadeza de los tulipanes, la elegancia demoníaca de las orquídeas, el espíritu combativo de las rosas.

Al día siguiente, de regreso al velorio, llevé flores. Y café. Y galletas de todos los colores, sabores y tamaños. Y menté madres y luego tuve que disculparme con una de mis hermanas por haber dejado salir el fuego del dragón.
Luego, por fin, cuando enterrábamos a mi abuela y comenzó a caer una lluvia fina, pude llorar por ella y por mi novela perdida, por mi madre y mis hermanos, por todo.

Me desespero cuando la gente pasa de largo sin levantar la cabeza frente al espectáculo violáceo que desplegan las jacarandas por estos días, me deprimo cuando las sacuden con desprecio de las carrocerías de sus automóviles sin detenerse siquiera a mirarlas. Y es que yo, profanando a Hamlet, diré que podría estar encerrada no en una cáscara de nuez pero sí en el pliegue de una orquídea y sentirme reina de un espacio infinito. (Perdóname, Shakespeare. O Marlow. O ninguno de los dos).

Aunque sea por unos segundos, detengan su paso y levanten la cabeza para mirar la bóveda violácea de las jacarandas porque como dice Sanchis Sinisterra: “lo bueno de las flores es que se marchitan pronto”.
Perdidos nosotros que aquí seguiremos, turbulentamente envejeciendo.

También quería decir que me aterra pensar que el día de mi muerte nadie lleve flores.
No me vayan a hacer eso, se los ruego.
Diles, abuela.

@AlmaDeliaMC

Sobre la legalización del aborto

sábado, marzo 9th, 2019

“Celebro vivir en una ciudad donde el aborto es legal, comparta o no las razones por las que se lleva a cabo. Pese a ello, me indigna que no sea así en todo el país y en el mundo entero. Ojalá esto cambie pronto”. Foto: Cuartoscuro

Hace unos meses escribí sobre el tema debido a que el senado argentino rechazó la interrupción legal del embarazo. Esta misma semana, el congreso de Nuevo León ha optado por legalizarlo. No tengo muchos más argumentos que entonces. Sin embargo, vale la pena volver a ellos. Escribí, entonces, algo similar a lo que viene a continuación.

Da igual lo que yo crea acerca del aborto. Mi opinión se basa, sí, en una larga reflexión sobre el tema que le ha añadido matices a lo largo de los años y también en una subjetividad que es producto de mi circunstancia. Da igual lo que yo crea y lo que crean todos los demás. La discusión no es en torno a si abortar es bueno o malo. Es, en contraste, sobre si el aborto debe legalizarse o no.

Esta discusión parte de una base incontrovertible: muchas mujeres abortan. Lo hacen por múltiples razones que van desde lo económico hasta lo emocional. Hoy en día, en todo el mundo se practican miles de abortos clandestinos al año. Éstos van desde la ingenuidad de algún brebaje o rito, hasta la violencia atroz de un gancho o algo similar. Las mujeres que abortan corren, entonces, con grandes riesgos para cumplir su cometido; muchas mueren como consecuencia de un procedimiento mal practicado. De nuevo, da igual lo que podamos opinar de ellas.
Sobre todo, porque en la mayoría de los casos, nuestras opiniones pueden basarse en una profunda ignorancia sobre la situación en la que viven, sobre sus condiciones, sobre su idea de futuro y, también, sobre el riesgo que están dispuestas a correr. Juzgamos, si no desde una superioridad moral, sí desde una postura cómoda, la de quien no está pasando por ese trance.

La discusión se centra, entonces, en abrir la posibilidad de que se pase de lo clandestino a lo legal. Abortar con las garantías de sanidad que ofrece una clínica especializada siempre suena mejor a hacerlo con pocas condiciones de higiene y, peor aún, cometiendo un delito. Legalizar el aborto es, en realidad, abrir la puerta para que las cosas funcionen mejor. Supongo (de nuevo mi ignorancia) que ninguna mujer aborta por gusto. La experiencia debe ser traumática en muchos sentidos. Hay formas de hacerla más llevadera. Brindando seguridad y certezas es una de ellas.

Las estadísticas internacionales han demostrado que, tras la legalización del aborto, la cifra de las interrupciones del embarazo no se incrementa. Tan sólo hay una esperanza mayor de que el proceso tenga un mejor resultado. Esto casi obliga a quien legisla a aprobar dicha ley. Es un acto que obliga a la comprensión del otro y que abona a los derechos humanos, más allá de cualquier discusión acerca de lo que es la vida (éstas son, en verdad, terreno fértil para los científicos, no para los opinadores).

Celebro vivir en una ciudad donde el aborto es legal, comparta o no las razones por las que se lleva a cabo. Pese a ello, me indigna que no sea así en todo el país y en el mundo entero. Ojalá esto cambie pronto. De nuevo, no es una discusión en torno a si la mujer tiene o no derecho a decidir (por supuesto que lo tiene), sino alrededor del hecho de que, una vez decidido, tenga garantías de que se le practicará en un lugar seguro y no se criminalizarán sus acciones. Quien opine lo contrario, bastará con que no aborte, sólo eso.

Por qué no nos entendemos

lunes, marzo 4th, 2019

“Es paradójico que la experiencia inmediata sea una selva de detalles incomprensibles y cuando
la decantamos abstrayendo sus particularidades”. Imagen: Especial

Resultaría tan anormal que una tarde viendo el celaje nos diéramos cuenta de que es exactamente igual al del día anterior: las mismas nubes en los mismos sitios, los mismos vanos dejando pasar la misma luz, el colorido del crepúsculo cambiando igual del naranja al violeta… y luego al día siguiente una vez más lo mismo. Dos gotas de agua podrán parecernos iguales porque no podemos prácticamente notar sus diferencias, pero nunca las flamas de una fogata nos parecerán iguales, ni una ola al compararla con otra ola.

Todos las cosas de este mundo son únicas. Nunca son idénticas aunque las integremos en series y les demos un nombre universal; entre esas cosas existe cuando mucho un parecido de familia, como de hermanos o, mejor aún, de medios hermanos y, sin embargo, para la razón miope que sólo aprecia abstracciones todos los objetos de una serie son como gemelos monocigóticos.

Decía Kant que la razón funciona sintetizando experiencias y así crea los conceptos, y es verdad: la avalancha de sensaciones que nos llegan por los sentidos van ordenándose con las palabras: un tornado de impresiones sensibles se convierte en “silla”, y otro huracán de sensaciones se aquieta cuando lo nombramos “mesa”… todos los sustantivos son esas abstracciones con las que nuestra razón disfraza el caos de las impresiones sensibles para permitirnos estar ante un mundo digerible, ya que el lenguaje, por decirlo de algún modo, momifica la diversidad y la aquieta para que tengamos la falsa impresión de que las cosas son como simplificaciones en el discurso, es decir, abstracciones.

El lenguaje orienta nuestros sentidos: no vemos sino el croquis a que alude la palabra, de hecho vemos verbalizadamente, y cuando no contamos con la palabra la cosa se nos escapa o pasa inadvertida para nuestra percepción.

Hay un lenguaje más abstracto aún que el que empleamos a diario: el lenguaje matemático, con él damos un tirón más hacia lo abstracto, y no sólo porque las cosas son numeradas, sino porque se integran en conjuntos y hablamos de ellas a través de estadísticas y de porcentajes que, sin embargo, reteniendo tan poco de lo real, nos enseñan su funcionamiento y su estructura radical. No deja de ser paradójico que cuando menos aspectos tiene una cosa, cuando la convertimos en mera cifra, sea cuando realmente se nos vuelva inteligible. Lo señalaba el mismo Einstein al decir que siendo la matemática un producto de la máxima abstracción humana cuadre tan bien con el mundo.

Es paradójico que la experiencia inmediata sea una selva de detalles incomprensibles y cuando la decantamos abstrayendo sus particularidades, cuando la aislamos hasta su más vacía expresión, podamos entenderla y descifrar su naturaleza. No es raro, por lo tanto, que lo concreto (concreso en latín significa: lo que crece junto), contra lo que cabría suponer, sea lo que menos entendemos, y que quienes están ante nosotros, con toda su plenitud, e incluso conviven con nosotros, suelan resultarnos incomprensibles.

Twitter
@oscardelaborbol

Los amantes que sonríen

sábado, marzo 2nd, 2019

Las alegrías más fugaces quedan presas en la piedra del templo del Kama Sutra que de noche resplandece.

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¿La caja idiota?

sábado, marzo 2nd, 2019

“No soy capaz de satanizar a la televisión como lo hizo la generación previa. Si acaso, soy cuidadoso a la hora de calificarla”. Foto: Especial

Soy de una generación que creció con pocos canales en la tele. En ese entonces eran escasos los amigos quienes tenían sistemas de cable y veíamos con incredulidad esas casas que ostentaban, en sus techos, enormes antenas parabólicas. Así que, visto a la distancia, no me parece raro que los adultos sostuvieran que la televisión idiotizaba: la calidad de los programas era bastante cuestionable dentro de su escasa variedad. Así, crecí en medio de una satanización constante hacia la oferta televisiva. Estar horas frente al aparato no sólo era peligroso para los ojos (¿quién iba a pensar que décadas más tarde viviríamos con una pantalla a escasos centímetros de nuestra cara?), sino que abría el riesgo de volvernos idiotas.

No hablaré ahora de las decenas de opciones que tienen mis hijos frente a la pantalla ni de las formas en que en la familia regulamos los contenidos. Me queda claro, sin embargo, que nuestra relación con las televisiones es diferente.

Desde hace varios años apenas consumo el contenido de la televisión abierta. He optado por transitar, paulatinamente, de la oferta pagada a la que uno elige por demanda. Estas plataformas no sólo abren la posibilidad de ver lo que uno quiere a la hora que más le place sin la angustia de llegar a tiempo a casa. También han permitido la producción de contenidos de alta calidad.

Para nadie es un secreto que muchos buenos escritores se han sumado a las filas de los guionistas. Así, algunos de quienes pasaban sus noches leyendo no tienen problemas con confesar que ahora lo
hacen viendo series. No estoy seguro de que esto vaya en detrimento de la literatura. Por el contrario, tengo la sospecha de que la ficción ha encontrado nuevos caminos. Si bien es cierto que no se pueden alcanzar las mismas profundidades con un texto que con una serie de imágenes, también lo es el hecho de que la respuesta a esta posible polémica reside en la calidad de la oferta.

Durante gran parte de mi vida he buscado los libros que me mantengan en suspenso, aquéllos que justifiquen horas de lectura o desvelos como resultado de mi incapacidad de separarme de sus páginas. Los he encontrado, por fortuna, y puedo identificar importantes momentos de felicidad atrapado en ellos. Eso no clausura, por supuesto, que una sensación similar se produzca cuando veo una serie. La que yo he elegido. Ya no vivo bajo la dictadura de la programación fija. Así que puedo, como con un libro, acercarme a los primeros minutos o capítulos para descubrir si me quedaré ahí adentro. Y, si bien el gozo no me ha llegado con la misma fuerza que leyendo, reconozco el placer del televidente que se deja intrigar por una trama bien construida.

No soy capaz de satanizar a la televisión como lo hizo la generación previa. Si acaso, soy cuidadoso a la hora de calificarla. El medio no es el importante sino su contenido. Es verdad, cuido lo que ven mis hijos pero también lo que leen. Espero que, en algunos años, sean capaces de dejarse maravillar por la ficción. Es un reducto en donde, escapando, aprendemos a conocernos a nosotros mismos.

Este sábado 2 de marzo presentaré “La velocidad de tu sombra”, tercera entrega de la serie Zuzunaga. La cita será a las 19:00 en el Salón de Rectores dentro de la Feria de Minería. Me acompañará Alma Delia Murillo. Ojalá alguno de los lectores de esta columna también se anime a acompañarme.

Las tataranietas de Lilith

domingo, febrero 24th, 2019

¿Qué significa ser mujer en Latinoamérica? Foto: Cuartoscuro

1.
“Hermana”, me llamaron.
Desde cada imagen: “Hermana”.
Las que caminan en los cerros
Las que se suben a la Bestia
Las que bañan a su madre
Las que van a las marchas
Las que muestran su cuerpo
Las que lo esconden
Las que cargan un hijo en el rebozo
Las que gritan al parirlo
Las que aman a otras mujeres
Las que besan a los hombres
Las que se quedaron solas
Las que esperan
Las que acarician
Las que rezan
Las que recuerdan
Las que quisieran olvidar
Las que no duermen
Las chiquitas que nos enseñan
Las adolescentes que nos cuestionan
Las ancianas siempre sabias
Las que se divierten
Las que enfrentan a los soldados
Las que aprenden
Las que suman sus voces
Las que levantan el puño
Las que andan descalzas
Las que danzan en tacones
Las tristes
Las solitarias
Las que tejen redes
Las que buscan a su hija
Las que no han perdido la esperanza
“Hermana”, me llamaron.
“Hermanas”, les respondo.

Mujeres militares. Imagen del libro Ser mujer en Latinoamérica.

2.
“Para ti ¿qué es ser mujer en Latinoamérica?” Ésa fue la pregunta que, a modo de invitación, lanzó Francisco Mata Rosas a través de Facebook e Instagram, para fotógrafos de cualquier sexo, edad, nivel o nacionalidad. La respuesta fue sorprendente. ¡Se recibieron 6 mil fotos de 566 autores! De ellas, el equipo de la Coordinación de Difusión Cultural y de la Dirección de Publicaciones de la Universidad Autónoma Metropolitana seleccionó para el libro que hoy comentamos 154 imágenes de 99 autores, 52 por ciento mujeres, 46 por ciento hombres y 2 por ciento formado por colectivos. ¿Hay diferencias –podríamos preguntarnos- entre el modo en que las mujeres se miran a sí mismas y el modo en que las miran los hombres que las han fotografiado? ¿Se perciben las características de la diversidad de miradas? La multiplicidad, la heterogeneidad de las y los fotógrafos son riqueza y al mismo tiempo desafío a nuestra percepción.
Éste es el enlace al gran proyecto colaborativo creado por Francisco Mata:
http://www.casadelibrosabiertos.uam.mx/contenido/contenido/Libroelectronico/ser_mujer.pdf

¿Qué es ser mujer en Latinoamérica? ¿Qué es ser mujer en una tierra rica, diversa, creativa, fértil, como la nuestra? ¿Qué es ser mujer en un continente desigual, injusto y desgarrado como el nuestro? ¿Qué es ser mujer aquí hoy?
De todas las enormes desigualdades que marcan América Latina, “…la de género es la única que está presente sin que el tamaño de la economía, los niveles de pobreza o los logros educativos la modifiquen significativamente”.
Si consideramos que la igualdad de género es un indicador clave para saber cuán democrático es un país, la conclusión es evidente. Etnia, raza, clase social, origen geográfico, nivel de escolaridad, oportunidades laborales, son elementos que se cruzan en el complejo y diverso panorama de la situación de la mujer latinoamericana. La multiculturalidad y la multitemporalidad de nuestra cultura hablan de una realidad densa y rica, y sin embargo terriblemente injusta.

Mujeres que migran. Imagen del libro Ser mujer en Latinoamérica.

La CEPAL destaca entre las dimensiones clave para considerar la autonomía y el empoderamiento de las mujeres: la educación, la salud sexual y reproductiva, el empleo (que incluye el trabajo de cuidado y políticas públicas), y la violencia de género. Ser mujer en América Latina es estar marcada cotidianamente por estos aspectos y vivirlos (pelearlos, sufrirlos) sabiendo que dejan huella en nuestra piel y en nuestros sueños, en nuestros días y en nuestras luchas.

Hay datos esperanzadores: el acceso a la educación, por ejemplo, es cada vez más igualitario para hombres y para mujeres. Sin embargo, en las zonas indígenas las tasas de analfabetismo entre la población femenina son de las más altas del mundo.

En términos de salud, las cosas son también complejas: las mujeres siguen muriendo por causas evitables, como complicaciones durante el embarazo y el parto. Otra vez las zonas más apartadas son las que viven situaciones más graves. Lo mismo sucede con la maternidad temprana que ha aumentado dramáticamente por el desigual acceso a educación sexual. En este sentido, la llamada “marea verde”, es decir los millones de mujeres en las calles de todo el continente exigiendo “educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir”, constituye una llamada de atención y una exigencia de respeto a los derechos humanos fundamentales.

En el campo laboral sabemos que el índice de desempleo y de trabajo informal es mayor en mujeres que en hombres, las remuneraciones son menores, y el trabajo doméstico y de cuidados resulta invisibilizado.

Y en lo que respecta a la violencia, la Organización de las Naciones Unidas se refiere a América Latina y el Caribe como la región del mundo con mayores índices de violencia contra la mujer; aquí se ‘’presenta la tasa mayor de violencia sexual fuera de la pareja del mundo y la segunda tasa mayor de violencia por parte de pareja o expareja’’. En México, donde han sido asesinadas más de 26 mil mujeres por el solo hecho de ser mujeres, en los últimos diez años, lamentablemente conocemos bien el tema.

Así podríamos seguir con cada uno de los aspectos vinculados a las condiciones de vida femenina.

Mujeres que celebra. Imagen del libro Ser mujer en Latinoamérica

Sin embargo, cualquiera que haya caminado por el continente sabe que sus mujeres son unas guerreras. Heroínas cotidianas que luchan por lo que les corresponde, que han aprendido a defender sus derechos, que son solidarias y combativas, que cuidan y protegen a quienes están a su cargo, que sostienen a sus familias, muchas veces sin ayuda, que trabajan incansablemente (o que saben ocultar su cansancio y desasosiego). Y al mismo tiempo: aman, bailan, ríen, construyen, crean, juegan, arriesgan, gozan.

A veces desde la soledad, a veces abrazadas a otras y tejiendo redes, con conciencia o sin ella, en nuestro espacio o habiendo sido expulsadas de éste, las mujeres latinoamericanas intentamos caminar cada día hacia un mundo mejor: por nosotras, por nuestras hijas, por honrar la herencia de nuestras madres y abuelas.

Eso es lo que muestran las fotografías publicadas regalándonos un inmenso y maravilloso mural de nuestra realidad. Allí están nuestras mujeres. Desde allí nos miran, nos preguntan, nos cuestionan, nos seducen, nos hacen cómplices, nos invitan a crear alianzas, nos provocan culpa o dolor, nos hacen sonreír. Las fotografías dialogan entre sí a lo largo de las páginas; son parte de un juego visual que es a la vez denuncia y caricia, murmullo y grito, guiño que atraviesa fronteras y regiones, clases y razas, lenguas y pieles.

Un mural conmovedor de estas tataranietas de Lilith, la primera desaparecida de la historia. La mujer borrada del relato bíblico por haberse atrevido a cuestionar el encierro y el silencio al que la habían condenado, por haberse atrevido a reivindicar su derecho a la palabra y al cuerpo, a pensar, a narrar, a gozar, buscando así -como lo hacen las mujeres latinoamericanas- aquello que decía Rosario Castellanos en su hermoso poema “Meditación en el umbral”: Otro modo de ser humano y libre. Otro modo de ser.

“Hermanas”, nos llaman desde cada una de las imágenes.
“Hermanas”, les respondemos.

Los cuerpos son geometría

sábado, febrero 23rd, 2019

Los templos del Kama Sutra de piedra construidos en Kayurajo siguen un plan geométrico que se basa en los cuerpos anudados, amándose hasta convertirse en divinidades.

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Choque de realidades

lunes, febrero 18th, 2019

Escultura del rapto de Proserpina. Foto: Óscar de la Borbolla

Hay momentos en la biografía de las personas y en la historia de los pueblos en los que nadie quiere entender nada: todo se tergiversa, se descontextualiza, se efectúan asociaciones impertinentes y un solo dato se generaliza; en momentos así ocurre la polarización irracional donde las posiciones se enconan, y la rabia y el odio suspenden esa indispensable buena fe que se requiere para el diálogo: ese instrumento invaluable que permite los acuerdo y frena la violencia. Los ánimos están acalorados, se dice.

Estos tiempos son así. Por doquier capto cerrazón y rabia; los contendientes andan convencidos, unos y otros, de tener razón y, lo que es peor, de tener toda la razón.

La duda es ese abandonado terreno que nos anda haciendo falta: un poco de duda en las partes para que pudiera darse algo en común, un puente para sopesar las razones del otro y entablar el diálogo; pero las tablas del “entablar el diálogo” están reservadas para agarrarse a palos y los distintos bandos se concentran en ellos mismos y, obviamente, se acaloran más.

Este es el choque de las realidades, de las distintas versiones de lo real y me recuerda mi adolescencia, cuando me creía el mejor poeta inédito del mundo y me obsesionaba conmigo mismo, pues, cierta vez, poniendo ambos pies sobre el poema que acababa de terminar, dije convencido hasta las lágrimas: Ésta es la realidad, como si no hubiera más suelo ni más mundo que mi poema, mi visión subjetiva de puberto. Así andan las cosas hoy. Y, ojalá siquiera, los bandos estuvieran afincados sobre un poema, bueno o malo da igual; pero parados sobre distintos memes los veo enfrentarse y a mí también me veo cerrado, tan cerrado como el resto de la gente.

Y conste que no estoy apelando a la objetividad que nos trasciende a todos y resulta imposible: “la verdad de los hechos”, sino a la duda que apacigua y abre al diálogo, que no es otra cosa que relativizar o, si se prefiere, machimbrar las razones.

Para no contribuir con más candela al fuego que consume a México y a mi propia vida, he preferido este lenguaje vago de abstracciones con el que parece que me refiero a todo y a nada. Y además, ciertamente, me refiero a todo y a nada, porque yo también estoy sin dudas. Tan cerrado y ciego como el poeta Pedro Garfias que al oírse corregido por una piadosa voz, rugió: “Por vida, grito yo, dejadme saber mi sueño.”

Twitter
@oscardelaborbol

Rey de las fieras

domingo, febrero 17th, 2019

“Y agradeces que la fiera esté rasgando tu alma”. Foto: AP

Recuerdas esta frase cada vez que se acerca la promoción del amor a meses sin intereses:
“En las sociedades aburguesadas es adulto quien se conforma con vivir menos para no tener que morir tanto”, la agradeces a Edgar Morin por haberte iluminado de esa manera.

Te sobran las recomendaciones, sabes que te sobran a ti y que le sobran a todo el mundo: elige a la persona correcta (sólo asociar el adjetivo “correcto” al amor te provoca una comezón rara, esa sentencia no encuentra acomodo en tu piel), averigua si viene de buena familia, asegúrate de que tenga buen currículum, date a desear y cuántos resquebrajamientos, inseguridades y terrores hablan por boca de quienes confunden el amor con bondad.

Caminas rápida por las calles y el amor en la Tierra —según parece, brota de cada rincón: amor con cara de globo metálico, de tarjetas infantiles, de chocolates de semáforo.

Tropiezas con una señora cuyo perro lleva un suéter estampado con corazones rojísimos.

Algo en estos amantes atrincherados en el souvenir del día del amor te sabe a edulcorado, a caramelo macizo, a turismo emocional.

Te preguntan qué piensas del amor y tú te preguntas si tiene caso responder, es como insistir en hablar de dioses personales y ajenos cuando no se comparten fe ni liturgia. Sabes, eso sí, que el amor es indefinible, no tienes ni puta idea de cómo comenzaría la definición de semejante vértigo y para tu mala suerte no eres poeta.
Sabes también que hay tantos tipos de amor como personas, sabes que “enamorar” parece ser el verbo preferido porque se conjuga en una voz activa: conquistar, cautivar, cazar; enamorar a otro.

Intuyes que si los modos de enamorar van perdiendo vigencia y pasando de moda es porque son creaciones sociales, culturales.

Piensas, en el colmo de tu chifladura, que no te interesa enamorar ni que te enamoren.

Lo que tú quieres es amor.

Amor, ese vértigo, ese abismo, ese incendio que estás dispuesta a pagar con el tributo de tu alma, de la transformación de tu psique.

Y ese vértigo no puede caber en un globo metálico con un pollito amarillísimo de corazón rojísimo, concluyes. Tampoco te entra en la sesera que “amo” sea un verbo para referirte a tu teléfono nuevo ni a tus gafas favoritas. Nunca dirás “amo mi coche nuevo”. Insistes, antisocial irredenta. Será por eso.

Vuelves a declarar como un principio que cuando dices te amo es porque ha ocurrido un antes y después, porque te haces cargo de esas dos palabras irreversibles.

Que prefieres tu delirio amoroso a la creación cultural del momento. Que eso que a veces atestiguas no sabes si es amor o desamor ni cómo explicarlo. Pero si de acercarse a una certeza se trata, sabes que amor no es una promoción en línea con 20por ciento off ni una App con tu mejor foto de perfil o un papel celofán cubriendo a un oso de peluche. Y a las brasas de las palabras de Eduardo Lizalde vuelves a arrimarte.

“Rey de las fieras,
jauría de flores carnívoras,
ramo de tigres era el amor,
según recuerdo”

Y agradeces que la fiera esté rasgando tu alma.

@AlmaDeliaMC