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Francisco Goldman presenta “Marinero raso”, con traducción de Fernanda Melchor

sábado, septiembre 2nd, 2017

Fue una novela que escribió cuando apenas empezaba a escribir, fruto de una historia que leyó en el diario y que tenía que ver con un barco abandonado, que termina por quedarse atracada en un puerto de Brooklyn.

Ciudad de México, 2 de septiembre (SinEmbargo).-Es una reedición muy inesperada y la traducción de Fernanda Melchor ha sido una grata sorpresa. La edición fue una iniciativa de Martín Solares, ex director de Océano y tanto él como el autor de Marinero raso, Francisco Goldman, jamás estuvieron de acuerdo con la traducción de Anagrama.

“La mayoría de los personajes en esta novela es centroamericana. El inglés es como un coro de voces atrapada en un barco. Creo que lo que más llama la atención es eso y en Anagrama teníamos a un montón de gente hablando igual, como si hubieran nacido en Madrid. Una de las cosas que me molestó es haber traducido mal “white boy”, que tiene una carga racista pero que lo usé diciendo que había muchos chavos fresa en una cantina y el traductor lo usó poniendo “collar blanco”, que son en realidad trabajadores de oficina”, cuenta Francisco Goldman, dándose un espacio para poder hablar de esta novela, ahora traducida por Fernanda Melchor y vuelta a presentar a cargo de Océano México.

“Para mí lo que pasa es lo que pasa con un libro en inglés, las traducciones están fuera de mi control, pero ahora con Fernanda Melchor, que además de traductora es una estilista, me encantó. No la he leído toda, porque en estos días estoy un poco loco ahora, en el último mes de la novela, pero me tiene muy contento”, dice Goldman.

–Por empezar es una novela de aventuras…

–Es una novela de aventuras y de anti-aventuras. Yo me topé con esta historia. En 1981, yo era súper jovencito, recién salido de la universidad, cuando había vendido mi primer cuento corto, que me abrió la puerta a una carrera incipiente. Leí en el diario que habían encontrado un barco fantasma en Brooklyn, con la mayor parte de la tripulación esclavizada. Era un puerto terrible, con miles de escombros, colapsados, ya no existe, ya está todo renovado. La memoria de haber explorado ese paisaje que ya no está. Ahí estaban todas las pandillas que controlaban toda la venta de crack y había unos legendarios gángster, cada vez que intentaban salir del barco, los tripulantes eran asaltados. Estuvieron seis meses allí. El dueño era un criminal.

–Los dueños pueden esconder tus identidades

–Sí, bajo eso que se llama “bandera de conveniencia”. El dueño quería vender el barco, no pagarle a la tripulación e huir. Como no pudo vender el barco, los dejó atrapados en la nave. Yo me enamoré de todo eso. Me obsesionó el tema y siempre supe que lo iba a convertir en una novela. Entramos en el barco, fui con unos amigos, fue una de las cosas más increíbles que haya visto en mi vida. Subimos al barco, encontramos al dueño, encontramos a los tripulantes y logré hablar con ellos. Todos eran jovencitos, había un mesero nicaragüense, que era viejito y me contó toda su historia.

Francisco Goldman termina su nueva novela. Foto: SinEmbargo

­–Encontraste también a Esteban…

–El primer borrador que hice en donde imité a un viejo como Conrad, tratando de contar lo que había visto en el barco. Obviamente no funcionó. Seguí trabajando mi primera novela, publiqué cuentos en Squire e hice mis primeros artículos para esa revista y encontré a Esteban en un soldado nicaragüense decepcionado por la Revolución Sandinista. Varias cosas que yo vi en esa Guerra se metieron en mi memoria y también están en Marinero raso.

–También hay muchos sentimientos en Esteban que corresponden contigo: “encontraré a una mujer que me ame, etcétera”.

–Es muy importante lo que dices, porque todas esas cosas se unieron. Un barco que nunca se mueve, la decepción, sentirse estancado, las cosas personales, un libro que es la trama, que es la metáfora dominante, se une con los sentimientos personales, con lo que yo también quería contar. Llegué al año 1995, me había separado de una chava con la que había estado siete años, llegué a México, no sabía que iba a pasar con mi vida, me sentía estancado y se unió con la historia.

–También hay muchas historias de migración

–Siempre pensé eso, también. No podían ser más explotados esos indocumentados. Esta novela tiene que funcionar a todos los niveles metafóricos y el de la migración es uno de ellos.

–¿Cómo ves Centroamérica hoy?

–Son mi gente. Estoy escribiendo mucho sobre eso ahora en mi próxima novela. Centroamérica me formó como escritor. Uno no puede vivir Guatemala en los ’80 y luego dejarlo atrás. El racismo que viene de la Conquista y cómo arrasaron a Centroamérica en los ’80, una corrupción increíble; cuando Guatemala quiso salir de eso, cuando Nicaragua quiso salir de eso, los Estados Unidos las han aplastado. Para mí es una sociedad de pos-guerra, destruida por Bush y Reagan…lo único que ha ayudado en Guatemala es la migración. Todo es por el dinero que han mandado los migrantes a su país.

–¿Qué me puedes decir más de Marinero raso?

–La historia con Álvaro Mutis. Tuve la gran suerte de que a él le gustara mucho mi primera novela y la presentó en México. Logré ser su amigo, lo entrevisté para una revista y me había firmado un libro muy bonito. Una noche yo estaba en un restaurante, cenando solo y leyendo el libro de Mutis, al lado había un chavo, en una cena con una mujer, que no le está saliendo bien. ¿Me lo prestas?, me lo pidió. Él me dijo si conocía a Mutis y después me contó que su primo hermano lo tenía a Mutis endiosado. Y ahí hicimos el cambio. Yo necesitaba viajar en un carguero y él quería conocer a Mutis. Así que un día viaje en un carguero de Veracruz a Europa. Fueron como tres semanas. Eso cambió toda mi novela, convivir con los marineros mexicanos, esa experiencia fue definitiva y se lo debo al maestro Mutis.

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REVISTA ARTES DE MÉXICO | Cuarteaduras en lo divino: Fábrica de santos

sábado, mayo 20th, 2017

De las representaciones de la divinidad cristiana, vemos los oros esplendentes de sus catedrales, el barniz santificado que cubre a sus figuras, el halo de pureza y trascendencia que expresan sus rostros. De los santos, recibimos apenas su dulzura, sus miradas piadosas, la imagen beata y pulcra de su consumación en la gracia divina.

Por Hamlet Ayala

Ciudad de México, 20 de mayo (SinEmbargo).- El fotógrafo Tomás Casademunt propone una forma inusual de intimar con las figuras sacras retratándolas desde su entera vulnerabilidad, desde su hechura, lo que propicia un acercamiento más asequible y una nueva manera de ver lo sagrado.

En una exploración que se interesa en dar un ángulo distinto al de los adoratorios, el fotógrafo opta por adentrarse —primero en Cataluña, luego en México— en talleres donde familias de artesanos elaboran figuras de estatuas de santos, cristos y vírgenes de yeso.

Tomás Casademunt encuentra un lugar que remite a una especie de limbo dotado de un carácter inusitado y catastrófico por lo que contiene: figuras que nos conectan con lo divino, quebradas, inconclusas, imperfectas por ahora o para siempre; cristos yacentes y sin cruz, vírgenes con los ojos aun en blanco —o sin ellos—, manos de santos sin cuerpo y sin color, cuerpos de santos sin rostro o sin brazos; enfilados, en serie, amontonados, derruidos… todos desfilando a lo largo de las fotografías en íntima vulnerabilidad, como esperando una glorificación por consumarse.

La elección de capturar los detalles del interior de un taller de santos nos presenta como resultado una visión poco concurrida de las figuras que están destinadas a ser miradas con beatitud y fervor; a partir de sus fisuras, mutilaciones o desperfectos, el fotógrafo recurre a su sensibilidad visual y —lejos de restarle divinidad a las imágenes— resalta detalles y ángulos que acentúan la atmósfera inusitada de estas fábricas; así, las dota de una nueva lectura poética de contrastes donde los santos cohabitan con elementos profanos.

Tomás Casademunt elige encuadrar esos esbozos interrumpidos de lo sagrado al presentar una visión fragmentada de las figuras que son objeto de veneración, en diálogo con el espacio y la naturaleza humana, dado por la fragilidad de la materia que los compone (el yeso), y los objetos propios de la vida mundana que cohabitan con estas estatuas: figuras aún cosas que, sin embargo, dicen.

En una exploración que se interesa en dar un ángulo distinto al de los adoratorios. Foto: RAM

A partir del quiebre de significados que arrojan estos encuadres, y en una intuición de las posibilidades que sugieren sus fotografías, Tomás Casademunt invitó al poeta Álvaro Mutis a introducirse en esas atmósferas, conocer los entornos que fotografió, ver con ojo de poeta el resultado de su trabajo fotográfico e insertar un segundo lenguaje: las palabras.

Álvaro Mutis, ante el poder discursivo que esta serie fotográfica contiene, asentó una serie de frases suscitadas por la carga dramática, rítmica, simbólica y metafórica de cada una de las imágenes, las cuales fueron insertadas en el libro como un acompañamiento de lenguajes y significados que, cuando no metaforizan unos con otros, se hacen resonancia o se imbrican. La voz del poeta transcurre a través del libro, sucediéndose desde dentro de las imágenes hacia sus márgenes, sumando a las fotografías una impresión viva de lo que presentan y motivan, manifestada en el lenguaje de la escritura.

Así, con el diálogo entre estos dos lenguajes y procesos (el fotográfico y el de la escritura), el poema posible en cada fotografía toma forma pero no se cierra: quien tenga en sus manos este libro verá a través de los ojos del fotógrafo, encontrará el eco de esas imágenes en las letras del poeta, pero será también merodeador e intérprete del limbo que contiene una Fábrica de santos.

Tomás Casademunt y Álvaro Mutis, Fábrica de Santos, México, Artes de México, Colección Luz portátil, 2000. Disponible en esta página. Una sección curada por Artes de México.