A unos cuantos kilómetros de la capital del estado de Veracruz y frente a la Academia de Lencero se alza la barranca de «La Aurora», donde eran lanzadas las víctimas de los comandos de la muerte de Seguridad Pública.
En enero del 2016 se dio a conocer que las autoridades rescatarían varios cuerpos del lecho de la barranca; sin embargo sólo reportaron tres cadáveres y el resto los mandaron a desaparecer.
Sobrevivientes que pudieron escapar de ese infierno han testificado la mecánica de las desapariciones forzadas, lo que hoy tiene en la cárcel a ex policías y excelsos mandos de la SSP, así como a la ex Fiscal regional y al ex director de Periciales.
La Barranca de «La Aurora» es un sitio tan sublime y lleno de bellos paisajes que impone su majestuosidad, pero que durante mucho tiempo emanaba olor a carne putrefacta y era refugio de zopilotes buscando cadáveres.
Emiliano Zapata, Veracruz/Ciudad de México, 7 de abril (BlogExpediente/SinEmbargo).- En la barranca de «La Aurora», en la colonia Antorchista Aquiles Córdoba, los zopilotes se la pasaban vigilando el precipicio. Van de risco en risco batiendo sus alas y afinando el olfato para caer sobre la carroña. Los animalitos surcan el inmenso espacio aéreo sin saber que sus principales proveedores de alimento, Arturo Bermúdez, ex secretario de Seguridad Pública, y el ex director de la Fuerza Civil, Roberto González Meza, ya no los podrán seguir alimentando por encontrarse presos en Pacho Viejo.
Rechonchos y esquivos, las aves persisten en la zona que durante muchos meses les dio de comer. Pero en esos días eran testigos naturales de lo que había en el fondo, y que también llevó a la cárcel a 16 elementos de la SSP y que mantiene prófugos a otros altos mandos, entre ellos al teniente Nabor Nava, ex titular de la SSP.
Quien conozca la barranca de «La Aurora», a unos 40 minutos de Xalapa, al pararse en su precipicio y contemplarla en su vastedad, se puede sentir como el cuerpo es envuelto por una sensación de vulnerabilidad y espiritualidad ante el espectáculo sublime e imponente que se ofrece a los sentidos.
Y cualquiera puede padecer nostalgia y desear que, al morir, sus cenizas sean arrojadas al vacío en cuyo lecho corre, alegre y sonoro, un pequeño arroyo; crecen sin freno exuberantes árboles y suena el trino de diversas aves que contrastan con largos espacios de silencio que son rasgados por el sonido de las chicharras.
Fue en este despeñadero, donde aparecieron 19 cadáveres en enero 2016, de los cuales la Fiscalía de Luis Ángel Bravo Contreras sólo reconoció seis, desconociéndose el destino de 13 restantes que presuntamente terminaron escondidos por órdenes del ex director de servicios Periciales, Gilberto Aguirre, y de la ex Fiscal Regional de Xalapa, Carlota Zamudio Parroquín, presos ya por desaparición forzada.
Durante meses, quizá algunos años, los pobladores de la colonia Antorchista de Emiliano Zapata, ubicada a unos 100 metros del peñasco desde el cual la policía lanzaba a sus víctimas, vivas o muertas, convivieron con el nauseabundo aroma a carne putrefacta que emanaba del fondo de «La Aurora». «Nosotros pensábamos que eran pollos muertos que la empresa Bachoco -vecina también de la barranca- tiraba, relata una vecina bajo anonimato.
Y es que en varias ocasiones los antorchistas se percataron de que Bachoco usaba «La Aurora» como tiradero cuando había muerte de aves en sus galeras. Y así fue pasando el tiempo hasta que se acostumbraban al aroma y a las docenas de zopilotes que descendían al lecho de la barranca y volvían a subir sin sospechar si quiera que traían el buche lleno de restos humanos que habían sido levantados por los comandos de la muerte de Arturo Bermúdez y Javier Duarte de Ochoa; y que esos buitres y otros animales salvajes fueron comiendo poco a poco hasta dejarlos en los huesos y piel tiesa como cuero de tambor.
«Una vez tiraron hasta un caballo muerto, y por eso nunca pensamos que el mal olor eran personas sin vida», confía otra habitante antorchista que reconoce que los vecinos se habituaron a ese mal olor y en algunos casos también la empleaban para echar ahí animales domésticos o mascotas muertas.
Hace poco tiempo, el propietario de la peña desde la cual se supone eran arrojadas las víctimas, lo cercó con un alambrado de púas para evitar que alguien más venga a lanzar desechos. Antes de la noticia, no estaba cercada y cualquiera podía cruzar la carretera y contemplar su belleza fácilmente.
NADIE SE MUERE
En esta colonia antorchista, fundada hace siete años, hay unos 200 lotes, pero sólo hay familias en 60. Los líderes, que prefieren el anonimato, cuentan que nadie ha muerto. Jamás, pues, se ha realizado un funeral y de momento ni se miran preocupados por no contar con un campo santo.
«Hay unos que se han muerto, nos hemos enterado, pero por otros lados; acá nunca han velado a nadie», relata una de las coordinadoras que hasta hace poco se enteró que la barranca con la cual colinda su colonia, era panteón privado del gobierno pasado, cuyas autoridades articularon una política sistemática para cazar seres humanos y desaparecerlos con el objetivo de diezmar al Cartel de Los Zetas, mientras el de Jalisco Nueva Generación se expandía libremente.
El sitio donde se ubica el punto desde el cual los oficiales lanzaban los cuerpos, es un mirador a unos 100 metros de la entrada al centro antorchista. Desde el borde del precipicio, se puede disfrutar el aire proveniente de los riscos, el cual cala hasta el alma y genera vértigo.
PARECE EL EDÉN
De día, y con sol resulta inevitable apreciar la belleza de los paisajes naturales de «La Aurora». Al fondo de «La Aurora», en medio de la copa de los árboles, se mira impávida una pequeña laguna de aguas oscuras y que apenas y se mueve. Si se alza un poco más la vista, antes de caer el horizonte se aprecia el trayecto del pequeño río que arrastra los escurrimientos de las últimas lluvias.
Durante todo el día el visitante puede disfrutar del canto de diversas aves, el sonido de las chicharras, los ladridos de los perros de cacería y las voces de los peones que trabajan en los cultivos de pepino, chile, tomate y otras legumbres que abundan en el trayecto.
Al borde del precipicio uno no puede dejar de sentirse pequeño ante la Inmensidad de los caprichos de la madre naturaleza que ha labrado estos riscos de tal forma que se miran inalcanzables para cualquier ser humano.
Desde uno de estos cerros, los elementos de la policía que eran capacitados para servir y proteger, lanzaron un número indeterminado de cadáveres que fueron a parar a varios metros en el fondo. Fuentes allegadas a la investigación han dicho que en algunos casos los cuerpos se quedaban atorados entre matorrales y árboles de la barranca. Incluso existe la posibilidad de que algunas víctimas hubieran sido lanzadas con vida.
UN FANTASMA
Días previos al reporte oficial sobre la existencia de esa quebrada llena de muertos, un niño de la colonia antorchista, llegó corriendo, muy asustado, a su casa y dijo a sus padres que había visto a una persona salir de entre los matorrales de la hondonada. Era una mujer qué se encontraba toda ensangrentada, con una bermuda blanca y muchos golpes en la cara. El nene insistía en que la desconocida había salido por sus propios medios de las entrañas del precipicio y al verla se horrorizó y echó a correr.
Sus padres no le creyeron, pero se formó el chismerío y todos contaban el suceso hasta que la sabiduría popular se impuso y dieron por hecho que el nene había visto un alma en pena.
Pero cuando surgió la noticia de que en «La Aurora» yacía gente muerta cuyos cuerpos eran ya sobras de la zopilotada, los pobladores de la antorchista no pudieron salir durante cuatro días por el cerco de vigilancia instalado para el rescate de los cadáveres, y apenas se marcharon las autoridades, marcharon en vilo a la barranca, acompañados del sacerdote que oficia eucaristía una vez al mes, para bendecir de suelo maldito, colocar veladoras y lanzar jaculatorias por el descanso de esas almas, pues un de ellas, seguramente, era la que había espantado al pequeñín.
Y aunque la vida parece no haber sufrido grandes cambios para los vecinos de la barranca, a poco más de dos años de ese hecho violento el cual fue ocultado en su magnitud a la opinión pública, en la colonia antorchista de Emiliano Zapata siguen sin saber que esa alma en pena en realidad era una sobreviviente, y aferrada a la vida, aprovechó el error cometido por uno de esos esbirros de la Fuerza Civil a quien le tocó «rematarla», antes la violaron y torturaron durante horas en un calabozo de la academia de Lencero, como hicieron con varias víctimas sólo por la sospecha de ser Zetas. Su testimonio ha sido fundamental en el gran caso contra los servidores públicos que han ido cayendo por desaparición forzada.
Las autoridades están a la espera de formalizar la prisión oficiosa contra el ex delegado de Periciales y la ex fiscal regional de Xalapa, quienes habrían dado la orden de ocultar más de la mitad de los cuerpos rescatados en «La Aurora». «Ese día no nos dejaron pasar. Caminamos mucho para prestar el auxilio a las tareas para bajar y después nos sacaron. No nos dejaron ver cuántos eran. Nos mandaron a cuidar a otro lado», recuerda bajo anonimato un elemento de la Municipal de Emiliano Zapata, aunque en realidad se le persigue con cierta satisfacción y bienestar por no haberse enterado de los secretos de «La Aurora». Quieres supieron están bajo investigación, bajo sospecha, encarcelados o a salto de mata.