Se cumplen 25 años de la caida del dictador rumano Ceausescu

14/12/2014 - 9:30 am

Bucarest, 14 dic (dpa) – En Bucarest, en Navidad las temperaturas no son precisamente tropicales, pero al poeta Mircea Dinescu el sudor le corría por la frente cuando se dirigió a la nación como primer revolucionario en el estudio asaltado de la televisión rumana. Era el 22 de diciembre de 1989. La pareja dictatorial formada por Nicolae y Elena Ceausescu acababa de huir en helicóptero de la furia de los manifestantes.

Dinescu, un opositor al régimen vestido con un jersey a rayas agujereado, acababa de ser liberado del arresto domiciliario que le habían impuesto los comunistas. “El dictador ha huido. Dios ha vuelto a dirigir su cara a los rumanos. Hemos ganado”, gritó ante la cámara televisiva. A su lado se persignó Ion Caramitru, unos de los actores más populares de Rumania. Fue una de las escenas más conmovedoras de la revolución rumana.

Tres días después, el 25 de diciembre, la pareja dictatorial Ceausescu es ejecutada en la base militar de Targoviste tras un controvertido juicio secreto. Nadie se habría imaginado tan solo unos pocos días antes que las cosas llegarían tan lejos, porque la dictadura de Ceausescu era considerada como la más eficiente en todo el bloque comunista de Europa del Este. El miedo paralizaba a la gente. Todos los potenciales movimientos opositores estaban sometidos a una extrema vigilancia. El pueblo pasaba hambre. Se distribuían cartillas de racionamiento.

Sin embargo, a través de emisoras de radio occidentales como Free Europe, también los rumanos estaban informados de los movimientos de cambio que estaban arrasando al resto del bloque comunista. Solo hacía falta una chispa para que se desatara la revuelta contra Ceausescu. Y esa chispa la encendió el pastor protestante Lazlo Tökes, de la etnia húngara.

Ese mismo año, Tökes había condenado varias veces la política de Ceausescu en la televisión de la vecina Hungría. En diciembre, su parroquia en la ciudad de Timisoara, en el oeste de Rumania, supo que Tökes sería trasladado disciplinariamente a un pequeño pueblo por órdenes del régimen. La noticia dio lugar a las primeras protestas de simpatizantes frente a la casa del pastor, que el 16 de diciembre desembocaron en la primera manifestación contra Ceausescu.

No sin cierto fundamento, Ceausescu responsabilizó una y otra vez a la vecina Hungría por el levantamiento al que se enfrentaba. La ira del dictador también se dirigía contra la Unión Soviética, gobernada en aquel entonces por el arquitecto de la “perestroika”, Mijail Gorbachov. El presidente soviético había instado reiteradas veces a Ceausescu a implementar reformas. Pero Ceausescu, un comunista nacionalista que había condenado la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968, siempre tenía un profundo recelo hacia Moscú.

El 17 de diciembre se registran los primeros disparos en Timisoara. Ceausescu responde reforzando el despliegue militar en la ciudad y el 18 de diciembre abandona el país para realizar una visita de Estado a Irán. Sin embargo, antes de regresar a Rumania, el 20 de diciembre, los insurgentes se hacen con el control de Timisoara. El ejército se pasa al bando de los rebeldes. El levantamiento se propaga por el país como un reguero de pólvera.

El 21 de diciembre, la ola de protestas llegada a la capital, Bucarest. Ceausescu había llamado al pueblo a acudir a una de las grandes concentraciones que solía convocar, pero en esta ocasión, por primera vez en su vida, el público lo abucheó. Desesperado, el dictador prometió al pueblo aumentar los sueldos y las pensiones. Durante toda la noche hubo manifestaciones, se levantaron barricadas y se produjeron ataques a vehículos blindados del ejército. Los manifestantes cortaron de las banderas rumanas el escudo comunista, agitándolas con un agujero en el centro.

Al día siguiente, Ceausescu manda organizar otra “manifestación de simpatía” cuyo fracaso fue incluso más estrepitoso que la del día anterior. En medio de ensordecedores gritos de protesta, casi ya no puede hacer uso de la palabra y solo agita impotente los brazos en el balcón del Comité Central del Partido Comunista. Por la mañana se había suicidado su ministro de Defensa, Vasile Milea. Ceausescu nombró sucesor de Milea al general Victor Athanasie Stanculescu. Mediante un refinado juego doble, Stanculescu asume un papel clave en los acontecimientos.

Organiza la “huida” en helicóptero de los Ceausescu, que realidad es una detención. A renglón seguido, ordena la retirada del ejército. Stanculescu finge haber sufrido un accidente y se deja enyesar una pierna. Con este pretexto, desaparece de la vida pública durante tres días, aunque al mismo tiempo está organizando la ejecución de Ceausescu.

Hasta el momento de la ejecución, en Bucarest se producen enconados enfrentamientos entre revolucionarios y “terroristas”, un término que hasta el día de hoy sigue envuelto en el misterio. En aquel entonces se decía que los seguidores de Ceausescu en la Securitate, la policía secreta, estaban disparando contra el pueblo. Sin embargo, existen teorías que aseguran que el sucesor de Ceausescu, Ion Iliescu, sembró deliberadamente la confusión para consolidar su propia posición. La mayoría de los muertos que se registran durante la rebelión, 1.142 en todo el país, pierden la vida entre el 22 y el 25 de diciembre.

Iliescu era un comunista leal a Moscú, razón por la cual Ceausescu lo había neutralizado. Finalmente, después de la caída de su antecesor, Iliescu asume el poder a la cabeza de un “Frente de Salvación Nacional” (FSN).

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