El ciudadano y el lobo

Saldré de mi casa con un azadón en las manos cada vez que alguien grite que el lobo viene. Foto: Tomada de Internet

Saldré de mi casa con un azadón en las manos cada vez que alguien grite que el lobo viene. Foto: Especial

Todos conocen la fábula del pastorcito que avisa con grandes gritos y aspavientos, que detrás de la colina está el lobo que viene hacia el pueblo.

Y el pueblo aterrorizado iba a esconderse en sus casas tapiando puertas y ventanas.

Y el pastor moría de la risa y se burlaba de sus vecinos.

Repitió la broma, un montón de veces y los habitantes del pueblo siempre caían en su garlito.

Hasta que un día, vino el lobo y nadie corrió en su auxilio.

Esta historia que surge de algún lugar profundo y oscuro de mi cabeza, viene a cuento porque hace un par de días me sucedió algo que me puso a pensar.

Me tomaba un café con mi amiga Alma, en un lugar muy agradable a un costado del Parque México, lugar donde crecí y donde tuve los primeros tórridos amoríos de mi vida adolescente, cuando apareció (no hay otra forma de describirlo) frente a nosotros un hombre que llevaba un reloj barato de plástico entre las manos.

Cincuentón, alto, flaco, un poco desgarbado. De pelo entrecano y con bigote y largas patillas; parecía que se acababa de bañar. Llevaba camisa azul a cuadros, pantalón de mezclilla y un cinturón con una hebilla tal vez un poco grande.

Se plantó frente a nuestra mesa y con una voz muy baja comenzó a contar una historia como tantas hay en éste país. Era vecino de la colonia, fue despedido cuando la aerolínea Mexicana quebró fraudulentamente y tenía una hija con leucemia. Sin trabajo y sin recursos buscaba ayuda. Una y otra vez repetía que nunca había pedido dinero en la calle, que estaba desesperado y se disculpaba constantemente.

Yo saqué un billete de mi cartera y se lo dí. Dio las gracias y desapareció. Se desvaneció en la aire, se mimetizo con los árboles del parque que se bamboleaban con el viento.

Nunca supimos para qué era el reloj de plástico. Tal vez intentó vendérnoslo, pero no fue ni siquiera necesario.

Estuvimos, Alma y yo, callados unos cuantos segundos.

-¿Le creíste?- Me preguntó al fin mi amiga.

-No me importa.- Contesté tan rápido como pude.

Y entonces se lo aclaré, pues me miraba un poco sorprendida.

-No me importa si era verdad o mentira. Le di el dinero para conservar intacta mi vena solidaria, para seguir teniendo empatía con los demás, para curarme en salud por si algún día, también yo tengo que pedir dinero por las calles y un gordo miope me lo da sin dudarlo.

En un país en que la ausencia de justicia social ha obligado a muchos a sobrevivir en regímenes de semi esclavitud, o de plano mendigando, a mí se me calienta la cabeza y me arde la sangre cada vez que veo a los viejos (y jamás seré políticamente correcto para llamarlos con algún eufemismo idiota) que empacan bolsas en los supermercados, o acomodan coches, porque las pensiones ridículas que tienen, no les dan para vivir con un mínimo de decoro. Yo soy sin duda un privilegiado que tiene mucho más de lo que necesita.

Y mientras me lanzaba a mi perorata, subiendo la voz, Alma, que se dio cuenta que eso podía terminar en un mitin, me contó una historia alucinante.

Ella conoció a un sueco (de Suecia) que vivía de pedir dinero por las calles de esta ciudad. Un sueco joven, sano y aparentemente guapo, que todas las mañanas se ponía traje y corbata y se iba al aeropuerto a “trabajar”.

Frente a la salida internacional, en un español mordisqueado, contaba una triste historia de pérdida de pasaporta y maletas, y pedía ayuda a los viajeros que salían de la terminal.

Y a medio día regresaba a su casa con enormes ganancias. Siempre mucho más de lo que hubiera sacado en una oficina, como mesero o en cualquier otro trabajo.

El ser blanco, rubio, guapo y aparentemente desvalido, le granjeaba la simpatía y solidaridad inmediata de muchos.

No funciona igual con una indígena que pide limosna en la calle. Ella es invisible para el gobierno y para los ciudadanos que pasan a su lado sin mirarla.

Alma me preguntó sí yo lo habría ayudado.

Dije que no, ahora que conocía el truco, pero seguramente, sin saberlo, lo habría hecho.

El caso es que no me resigno a perder lo que de empatía con los otros, queda en mí. Y saldré de mi casa con un azadón en las manos cada vez que alguien grite que el lobo viene. Aunque no sea verdad.

Y seguiré, en la medida de mis posibilidades y mientras el mundo cambia, ayudando.

Excepto al pinche sueco, por supuesto.

14 Responses to “El ciudadano y el lobo”

  1. Selene López dice:

    Maestro. Es usted la segunda persona que conozco q obra de esa manera, ojalá hubiéramos más como ustedes, pero hay tantos embusteros que uno ya no sabe…

  2. Monica dice:

    Dejémoslo a su consciencia…

  3. Estela dice:

    Hola buen día Benito. Gracias por lograr que tus palabras me transporten a tus historias!!!!

  4. Juan Collignon dice:

    Gracias Benito, la tuya es como la hermosa historia que cuenta sobre aquel monje budista, quien desoyendo la advertencia sobre el peligro en que incurre salvando a un alacrán de ahogarse y anunciada por otro monje amigo que camina junto a él a la vera de un arroyo, pero quien, a pesar de argumentos razonables, no logra impedir que este hermano de culto se meta a las aguas y salve al alacrán para ser inmediatamente picado por él. Cuando el amigo le reclama; pero…Y,¿por qué lo hiciste?, si te advertí que en la naturaleza del alacrán estaba el impulso a picar a todo aquel que lo tocara sin importar que eso fuera por su bien. Porque igualmente en mi naturaleza está el impulso de salvar a toda vida que sufra o esté en peligro sin importar en que riesgo me ponga el hacerlo, – le respondió el adolorido monje. Lo esencial es cumplirnos en nosotros mismos sin importar lo demás. Lo que orilla a un hombre a pedir ayuda en la calle revela las fracturas de una sociedad tan huérfana y desvalida en su profunda falta de sentido social y que absurdamente conlleva a llamarse a si misma sociedad, que cuando los individuos que la integran son desplazados y sufren hambre o falta de afecto, ella misma está sufriendo sus carencias y en la total miseria pública, pero eso si, mirándolo todo con los falsos ojos de su indiferencia y mezquindad. Porque una sociedad no es una masa informe de personas aglomeradas: una sociedad está constituida por individuos; individuos que pueden ser sensibles, generosos y decentes como tú, y ese es el mensaje y ejemplo que debe propagarse. Por ello creo firmemente en ese tipo de apoyos solidarios y que este admirador practica, por principio, y sin mucho estudiar las consecuencias. La peor de ellas, imagino, es que aquel hombre que fue ayudado por otro hombre pueda creer que alguien existe a quien su propia existencia le puede significar algo tan valioso como la ajena. Saludos

  5. juan encinas dice:

    Aún adolescente
    yo
    La Negra
    sabia argentina
    blanca ella
    que ya lo había superado
    eso de adoles ser
    nos sentenció
    con una de esas verdades
    que jamás olvidas :
    TODO lo haces
    por ti
    para sentirte bien.
    Revisamos cada uno
    de esos actos
    tan humanos
    tan generosos
    y sí
    así
    es.

  6. SMGuerrero dice:

    Como sermón de iglesia y abandono propio esta bien.

  7. Bernarda Trueba dice:

    A mi me pasa igual, pienso: bueno, y si no es cierto que importa, lo que importa es lo que yo creo que es correcto hacer. Total, al cabo las cosas se ajustan y todo cae por su propio peso. Espero se ajusten mis cosas y que el peso sea ligero.

  8. Mauricio dice:

    Hay un dicho que dice “Haz el bien sin mirar a quien” y creo que es una buena frase porque la intención es lo que cuenta, aunque por algunas experiencias que he tenido, creo que la gente que mas honesta aunque tenga mucha necesidad, siempre esta dispuesta a ofrecer algo, ó a trabajar aunque sea algo sencillo a cambio de dinero ó de ayuda

  9. Juan carlos dice:

    Toda verdad..o sea mentira de dar alguien sin trabajo..implica molestia.mas sin embargo..de la abundancia del corazon salen las cosas..si eres de las personas que dan sin medida sera sin medida lo que se te regrese..por que eso implica que hay mas gente buena que mala.

  10. Omar dice:

    Estoy de acuerdo con ud. Hay que mandar al sueco al china hilaria.

  11. Ernesto dice:

    El exceso de uso lleva al abuso. Me pasa lo que a los pobladores del cuento de Perrito, difícilmente hago caso a tanto limonero. Únicamente ayudó a quien me parece impedido.

  12. Hernan Ruiz M. dice:

    A veces hay que tener buen ojo para no equivocarnos pero al final son mayoria los que tienen necesidad

  13. Yola dice:

    Buenos días, recuerdo muy bien esa fábula, fue una de tantas con las que aprendí a leer. Eso de dar a quien en la calle nos expone una necesidad, enfermedad u otras tantas cosas por las que nos detienen en cada calle, incluso tocando a la puerta de nuestras viviendas, es difícil de creer, pero también es difícil de no escuchar, he sido víctima de ese tipo de personas, que piden como el Sueco, también se que dar a alguien es para sentirse bien uno, “tranquilidad de conciencia”, pero a quien si no dejo pasar de largo es a una persona anciana que piden en la calle, a ellos noooo, no importa que no estén enfermos, pero en algún momento de su vida quiero pensar que se esforzaron trabajando y por azahares del destino quedaron solos y olvidados.

  14. Juan Collignon dice:

    Hola Benito, pues se te extraña mucho en estas páginas, pero hoy pude acompañarte a comer esos chilaquiles verdes con carne azada y frijoles negros que se deshacían en la boca como si de un carnaval de sabores se tratase!
    El Café la Habana y tú dialogó con Salmeron completaron la escena con que tanto disfruté.!
    Abrazo y mil gracias por tus esfuerzos para cobatir la ignorancia.

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