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Vicente Leñero, el periodista

viernes, noviembre 29th, 2019

Vicente Leñero. Foto: Cuartoscuro

Se cumplen el próximo martes 3 de diciembre cinco años del fallecimiento de Vicente Leñero. Durante este lustro, su figura como novelista, guionista y dramaturgo se ha agigantado. Su obra literaria ha sido merecidísimamente revalorada. Varios de sus libros han sido reeditados y en su memoria ha habido homenajes y reconocimientos, premios literarios con su nombre y coloquios sobre su narrativa.

No ha ocurrido así, hasta ahora, con su trabajo periodístico, que abarcó tanto la edición y dirección de publicaciones periódicas como la elaboración de crónicas y reportajes de ejemplar hechura. Y una encomiable labor, que no termina, en el terreno de la enseñanza del oficio que quizá más le apasionó -a partir en los años sesenta del siglo pasado- con su Curso de Periodismo por correspondencia, avalado por la escuela “Carlos Septién García”.

Leñero, que se tituló como ingeniero civil en la UNAM, estudió periodismo precisamente en la Septién, cuando la carrera no tenía siquiera nivel de licenciatura. Empezó a trabajar, todavía estudiante, en la revista Señal, una publicación católica. Y más tarde hizo sus primeros reportajes en la revista femenina Claudia, que acabó por dirigir en 1967. En 1972 fue invitado por Julio Scherer García a dirigir Revista de Revistas, el semanario fundado por Rafael Alducin, en 1916, que fue “madre” del diario Excélsior y que a lo largo de seis décadas había pasado por todos los formatos y conceptos imaginables.

Vicente lo transformó totalmente. La convirtió en una revista de gran formato, a la manera del icónico Life en español, con un contenido de reportajes, profusamente ilustrados, con fotografías a color desplegadas en ocasiones a doble plana, con un estilo novedoso e imaginativo en su temática y sus encabezados, muy libre, que combinaba asuntos sociales y políticos trascendentes con crónicas irreverentes sobre las frivolidades cotidianas. A la vez, incursionó en otra faceta periodística como articulista semanal del diario Excélsior.

De esa casa saldría al lado de Scherer García y un centenar de periodistas cuando Excélsior fue víctima de un golpe represor dispuesto por el presidente Luis Echeverría Álvarez, en 1976, para fundar ese mismo año el semanario Proceso, del que fue subdirector y en la práctica su verdadero editor: él la confeccionaba de cabo a rabo, semana tras semana. Al cumplirse 20 años de la aparición de la revista, de cuya empresa editora eran miembros del Consejo de Administración, Scherer García, Enrique Maza y él decidieron retirarse.

En todos los medios mencionados ejerció Vicente su vocación reporteril, con textos admirables por su contenido informativo y su calidad narrativa. Cultivó, como se dice, todos los géneros, lo mismo la nota informativa que la entrevista, la crónica y el reportaje. Él siempre consideró que el reportaje era el más ligero de los géneros literarios, con lo cual por cierto nunca estuve de acuerdo. Desarrolló un estilo muy propio y peculiar, coloquial y desenfadado, a veces muy íntimo y a menudo humorístico. Le dio otra dimensión a la crónica y el reportaje. Y fue siempre enfático, radical, en no contaminar la labor informativa con posiciones políticas o ideológicas.

Leñero periodista reunió gran parte de su trabajo en el volumen Talacha periodística (Grijalbo, 1988). Ahí están sus trabajos emblemáticos como La Zona Rosa, El derecho de llorar, Raphael, amor mío, o Había una vez un castillo, publicados en la revista Claudia; Una diana para la Diana, La noche triste de Raquel Welch, Arreola: Lección de ajedrez, En campaña, Sábado de box, La cargada o Méndez Arceo: encontrar a Dios fuera de la Iglesia, en Revista de Revistas.

En Excélsior publicó un reportaje sobre Cuba, presentado en seis entregas, uno de los trabajos periodísticos más completos y reveladores de la realidad en la isla caribeña bajo el régimen castrista, así como Una teología para la revolución, sobre el movimiento de la Teología de la Liberación en la iglesia latinoamericana.

También están en esa recopilación sus trabajos de temas políticos publicados en Proceso, entre ellos La invitación de Salinas de Gortari, Estrenando Colegio Militar y la entrevista a Paquita Calvo, La guerrilla fue un error. Su reportaje mayor, Asesinato, sobre el doble crimen del matrimonio Flores Muñoz, fue publicado como libro en 1985 por la editorial ​Plaza & Janes.

“El periodismo me jaló mucho, me dio temas para escribir literatura”, contó en una entrevista en 2014, poco antes de morir. “Como novelista y narrador, le debo al periodismo mucho —a la realidad—, para tener material para escribir. No se me ocurren buenas historias novelísticas, por eso casi siempre están muy apegadas a la realidad”.

Conocí a Vicente en 1964 cuando mi entrañable amigo -ya fallecido también- Francisco Ponce Padilla y yo lo visitamos en su casa de San Pedro de los Pinos. Ambos trabajábamos entonces en el Instituto Mexicano de Estudios Sociales (IMES), que dirigía su hermano, el sociólogo Luis Leñero Otero. Planeábamos un curso por correspondencia sobre Desarrollo de la Comunidad y Luis nos sugirió conocer la experiencia y el esquema operativo que Vicente empleaba con su curso por correspondencia sobre periodismo. En efecto, nos recibió amablemente y nos detalló la mecánica con que enviaba por correo las lecciones a sus alumnos y recibía y calificaba los respectivos exámenes. Ingeniero frustrado y escritor en ciernes (acababa de publicar Los albañiles, su primera gran novela), con eso se sostenía económicamente, según nos confió.

Y me regaló un juego completo de las 40 lecciones de su curso, que aún conservo.

Ese curso se convirtió años después, en 1986, en el más completo, didáctico y práctico texto de periodismo en México, vigente hasta la fecha. Su Manual de Periodismo (Grijalbo, 1986), cuya autoría compartió voluntaria y generosamente con Carlos Marín, constituye el aporte docente del periodista, su legado a las generaciones que le sucedieron en el ejercicio del mejor oficio del mundo, como lo describiera Gabriel García Márquez.

Volvimos a encontrarnos en 1973, cuando él era ya director de Revista de Revistas. Lo contacté a través de un amigo mutuo y compañero, Miguel Ángel Granados Chapa, para hacerle llegar un reportaje sobre un conflicto electoral en Michoacán. Le gustó y lo publicó de inmediato, a la vez que me pidió otros trabajos. Poco después me invitó a incorporarme al semanario, como jefe de información. Y seguimos juntos desde entonces el tortuoso y fascinante camino del quehacer periodístico durante más de tres décadas, en las cuales siempre aprendí algo de él. Un abrazo, Vicente querido. Válgame.

@fopinchetti

¿Cuál es tu libro favorito?

sábado, abril 21st, 2018

Mañana es el Día del libro y de la rosa. El lunes se entrega el Premio Cervantes (este año el elegido es el nicaragüense Sergio Ramírez) y mañana comienza la fiesta de la UNAM. Pero, a ver, ¿cuál es tu libro favorito?

Ciudad de México, 21 de abril (SinEmbargo).- Pensar en el libro preferido es como que te obliguen a comer un cacahuete de una fuente de miles o una fresa de un recipiente llena de ellas. A veces el sacrificio es eso: sacar una cosa de entre muchas que hay y sin las cuales no podríamos vivir.

Recordar por ejemplo Campos de Londres, de Martin Amis. No puedes recordar exactamente en qué consiste el libro, pero sí puedes evocar cuánto te gusta ese autor, cuánto estuviste atado a esa prosa casi dañina que te llevó a ponerte richardtullmochales en una cuenta de correo.

O ese primer libro que leíste: La guitarra andaluza, que te regaló tu madrina, Adela, quién sabe por dónde andará, pero recuerdas cada una de las líneas de esa historia amorosa y cursi, pero que entonces, a los 12 años, te resultó increíble.

¿Rayuela? Pensar en esos objetos a encontrarte como La Maga encontraba en una plaza de París. ¿Los detectives salvajes? Reírte porque sabes exactamente que siempre habrá una novela que te salvará.

¿Y si fuera un escritor favorito?: Martin Amis. Foto: efe

“Tu infancia en Menton”, de Federico García Lorca, de Poeta en Nueva York: lo puedes decir casi de memoria. Limónov, de Emmanuel Carrere, esa puerta por dónde se abrió el periodismo para hacerse literatura.

¿Elegimos muchas fresas de tantas fresas? ¿No podemos elegir una? Vamos a homenajear al libro y ver qué dicen nuestros entrevistados.

“Uno de mis libros preferidos fue también de los primeros y pocos que leí en mi infancia: Los hijos del capitán Grant, de Julio Verne. La historia era sencilla: un hijo e hija que buscan a su padre, perdido en los mares del sur. Con la ayuda de un capitán y su tripulación recorren el Pacífico sur en donde se enfrentan a caníbales, tormentas y tribus misteriosas. Ese libro me envolvió en una neblina donde sólo la aventura era posible, donde yo iba a bordo de ese barco, veía lo que los hijos se topaban y corría despavorido cuando ellos lo hacían. Terminé el libro con tristeza y emoción, pensando que nunca más volvería a ver los hijos y al capitán Grant y vaya sorpresa tuve cuando meses después leí La isla misteriosa y casi al final ahí estaban de nuevo, en el viaje de regreso a casa, topándose con los personajes de la isla misteriosa”. (Antonio Ramos Revillas, escritor)

“El libro del desasosiego me deslumbró, fue como un golpe: los fragmentos desesperados, profundos, desgarrados de Pessoa, me interpelaron y sedujeron desde el primer instante. ¡La literatura también podía ser eso! Me sumergí en la lengua y el mundo del poeta portugués y de ahí nació mi primera novela, Saudades. Le debo a una extraña conjunción de páginas, amores y viajes el haberme dado permiso de escribir narrativa. Y aquí sigo, escribiendo sin parar y leyendo y releyendo a Pessoa”. (Sandra Lorenzano, escritora)

“Cuando estuve en CCH, mi profesora de lectura tuvo el gran tino de hacerme leer a los clásicos. Así llegó a mis manos, Las Siete Tragedias de Sófocles, me cambió el rumbo Edipo Rey. Revivir en mi cabeza esa tragedia me acercó a un mundo que a los 15 años no imaginaba. Valga la analogía, fue tan impactante como la primera vez que entré a un cabaret de barrio, curiosamente a esa misma edad. Fue mi adiós a El Principito y Platero y yo. Durante varios años tuve dos libros de cabecera: En el Camino, de Jack Kerouac y De a Perrito, de Federico Nachón”. (Chava Rock, periodista)

Edipo Rey, la tragedia de Sófocles. Foto: Especial

“No es el último libro que he leído pero si el que más me ha gustado de este año: con la muerte de Bolillo he estado leyendo libros donde los perros son protagonistas en novelas: Flush, una biografía, de Virginia Woolf es la primera que terminé. Woolf cuenta a través del perro la historia de una poetisa del siglo XIX, Elizabeth Barret. Enfermiza, melancólica, segregada por la familia, Flush era su confidente mientras ella escribía versos. Aprendió con ella el silencio sin ladridos y a dejar de perseguir liebres… Al amor de su ama para rescatar a Flush de un secuestro en los barrios bajos de Londres, él lo pagó con afecto eterno, hasta su último suspiro… No les cuento la novela porque es más interesante que lo que narro aquí sobre Flush. Una escritora tan aristocrática como Virginia Woolf los espera para ser leída”. (Braulio Peralta, escritor)

“Esa es una pregunta muy cruel. Tendría que hacer un sorteo entre unos diez o quince para no ser injusto y elegir un solo libro al azar. ¿Se vale hacer chapuza e incluir una antología? De ser así, pongo El Cuento Hispanoamericano de Seymour Menton, que para mí encarna muchos descubrimientos a la vez, pues fue mi puerta de entrada a Revueltas, Cortázar, Arreola y José Agustín entre otros. O Los Cuentos de una Vida de Sergio Pitol, pues ahí aparecen muchos de los mejores relatos del mundo. (Daniel Salinas Basave, escritor)

“Definitivamente Y lo he dicho muchas veces, el libro que me volvió lectora fue Mujercitas de Louise M. Alcott. A mucha gente puede parecerle cursi pero a mí me significó mucho. Fue el primer libro que leí y creo que tendría unos 10 o nueve años de edad. Lo leí casi de una sentada y por supuesto, también lo he dicho en muchos lugares y lo vuelvo a decir, me identifiqué con la protagonista, Jo, aquella que no quiere casarse y quiere ser escritora, está fuera de todas esas vanidades en las que de repente están sus hermanas. Si quiere ir a Europa es para conocer el mundo intelectual y literario, no como su hermana Amy (que al final, es la elegida por la tía rica para hacer el viaje), a la que sólo le interesa la banalidad de los desfiles de moda.

Mujercitas, un libro clásico. Foto: Especial

Además, Jo escribe una novela por entregas, lo cual se me hace maravilloso”. (Irma Gallo, periodista y escritora)

“No fue el primer libro que leí, pero definitivamente se trata de la primera lectura que alteró mi composición, la que renovó y amplió la visión que tenía del mundo a los trece años de edad. Me refiero a La náusea, por supuesto. Esa novela del filósofo y escritor francés Jean-Paul Sartre me sacudió con furia sísmica hasta el núcleo. Me estremecí más de una vez mientras la leía porque pude reconocerme en algunas de sus páginas; casi rayaban en lo autobiográfico. Y también logró transformarme. Debo admitir que parte del hombre que ahora soy se lo debo a ese libro. Sartre consiguió capturar una serie de sentimientos que a esa edad me gobernaban. Me hizo sentir menos solo, porque me di cuenta de que existían más seres humanos parecidos a mí en otras regiones del mundo. Y precisamente en ese libro aún consigo distinguir el germen, el momento primigenio, de lo que más tarde se convertiría en una bendita adicción a la lectura”. (Luis Panini, escritor)

De perfil de José Agustín me hizo sentir a gusto cuando el protagonista estaba a gusto, quizá no sea el preferido sino el que provocó que buscará en la lectura sensaciones similares”. (Miguel de la Cruz, periodista)

“ENCICLOPEDIA ILUSTRADA DE 12 TOMOS – LA HORA DEL NIÑO – W.N. JACKSON INC.CUENTOS ANTIGUOS 1956. De Inc Editores. Esta enciclopedia fue mi primer acercamiento al mundo de los libros , mi abuela nos los leía , así despertó mi pasión por los libros y despertó mi imaginación desde mi infancia”. (Denisse de la P, periodista y artista plástica)

“Es La Habana para un Infante difunto, de Guillermo Cabrera Infante, quizá porque fue mi educación sentimental. El más importante, el preferido, al que más he vuelto, Ana Karenina, de León Tolstói”. (Pedro Ángel Palou, escritor)

“Un libro que no puedo olvidar, que me hizo besarlo cuando lo terminé es Océano Mar de Alessandro Baricco. No fue el primero que leí, pero quizá sí el primero en el que cada página me estremeció. Además Bartleboon me parece un personaje tan entrañable que cada hombre solo que veo frente al mar pienso que es él. Amo ese libro”. (Alejandro Ortega Neri, periodista)

Océano Mar, de Alessandro Baricco. Foto: Especial

“El libro que recuerdo que me hizo lector o que no puedo olvidar o que recordé con esta pregunta, tal vez sea aquel del uruguayo Horacio Quiroga, con el nombre de Cuentos de amor, de locura y de muerte. Lo leí de manera desordenada y dispersa varias veces, tengo en la memoria esos cuatro idiotas del cuento de “La gallina degollada” o el de ese animal que habita de “La almohada emplumada”. Pero lo que tengo fijo en la memoria es que alguna vez lo llevé de compañero para un retiro católico, cuando era católico y tenía quince años. Íbamos en el camión rumbo a ese lugar donde nos tendrían enclaustrados durante un fin de semana, una chica llamada Jessica y con apellido Luna, al momento de ver que abría ese libro, me interrumpió —que fue lo mejor que me pudo suceder en ese viaje— y comenzamos a platicar sobre éste y luego sobre cualquier otra cosa durante el camino. El libro de Quiroga abrió una bella relación con Jessica Luna, al final terminó un tanto mal la historia, aunque al tiempo nos perdonamos todo, pero sin ese libro tal vez hubiéramos tardado un poco más en conocernos. Años después me entero que Jessica además de psicóloga es mamá y que vive en Monterrey. Creo que no nos hemos vuelto a ver desde hace veinte años.

Por cierto, al tiempo descubrí que Horacio Quiroga fue uno de los primeros críticos de cine del mundo, el cine para mí se ha ido convirtiendo con el tiempo en parte de mi días y de mi oficio, el periodismo. Y parece que entre más decido alejarme de una u otro forma, éste no me deja ir. El cine tal vez como pretexto para contar cosas a su alrededor, hacer lago de “cinismo literario” o de crónica cinematográfica, algo que Horacio Quiroga me mostró en sus sórdidos cuentos de amor, terror y locura. Dos o tres más que traigo en la mente son La historia de la fealdad de Umberto Eco, un hermoso libro que indaga sobre la fealdad en el arte, el cual reviso de a poco y tal vez por algún tema en específico. En los pasados “Días Santos” lo abrí para ver qué decían del Cristo crucificado y su dolor, “de la deformidad de Cristo”, de su fealdad amada por muchos, pero hay capítulos como “Lo feo, lo cómico y lo obsceno”, muy lindo, o el otro de “Brujería, satanismo, sadismo”, luego voy a la parte casi final y veo “La fealdad ajena, lo kitsch y lo camp” y ahí miro una imagen increíble de la Divine, ese drag queen de la película que filmó el hombre de bigote delineado y que lee ocho periódicos antes de iniciar el día, John Waters que se llama Pink flamingos. Ya me clavo en el término Camp que dice que es “una solución al problema de cómo ser dandi en la era de la cultura de masas” y que lo que era trivial antes ahora puede convertirse en fantástico. Pienso en La forma del agua de Guillermo del Toro y la historia de su dios amazónico: monstruoso pero bello —pues es mexicano.

Otro libro que precisamente agité sus hojas recién es El cuaderno gris de Josep Pla. Conocí ese libro por el poeta León Placencia Ñol, en un taller de escritores en el que estuve hace tiempo —y salí muy decepcionado por mi mediana creatividad ahí desvestida por mis compañeros escritores. En alguna de las clases sabatinas León habló de ese libro. Así que en otro momento, ahí mismo en Guadalajara, en una de las ediciones de la FIL, cuando Cataluña fue la región del mundo invitada a esa feria de libros, encontré una antología de Pla, editada por la UNAM, en la que venía ese diario de un escritor muy joven.

Me encantó lo sobrio de su escritura, por ejemplo esta frases: “sospecho que esto de dar vueltas debe servir para escribir” o “el cinismo del elogio desorbitado puede llegar a tener una lucidez amarga, una brillantez fantástica” o “el periodismo es un mal oficio y yo le aconsejo que una vez le haya sacado el jugo, se salga de él” o “las personas que sensibles suelen salir de los conciertos con un aire de haber recibido una gran paliza —como si las hubiesen zurrado de firme” o -algo que no tengo pero que aspiraría—, “Sólo las cosas concretas y tangibles son agradables; la vaguedad es nefasta”,éste —que tal vez tiene resonancias de Quiroga—: “Para llegar a tener un poco de callo —quiero decir de experiencia— tuve que retorcer el cuello a mi juventud” o “no he conocido a ningún soltero que fuese intrínsecamente estúpido. Maniático sí. Estúpido no” o “supongo que en todas partes el cine idiotiza. Esta sensación de los pueblos llega a ser exasperante” y una más tremenda: “A mí me encanta haber nacido en un pueblo que no ha producido ningún redentor ningún coleccionista de sensaciones raras, ningún predicador estentóreo. Esto me da una sensación de ligereza y de libertad”. El cuaderno gris de Josep Pla, por cierto, cumple este año cien años, pues lo comenzó a escribir en 1918, a la edad de 21 años. Ya como colofón coprofílico, decir que otro libro que me gustó mucho —pero que mi amiga Jennifer se lo llevó de mi casa, ojalá que si lee esto ya me lo regrese ya que está subrayado—, fue ese de Secreciones, execraciones y desatinos del brasileño Rubem Fonseca, el cual lo compré en una feria de libros de saldos y vaya saldo —bueno está más barato en el mercado libre de Internet. Aquí un extracto de una historia de amor ahí contenida: “Le mencioné el hecho de que no le había gustado uno de mis libros que tenía una historia que hablaba de heces y Anita respondió que el motivo de su rechazo había sido otro, la conducta romántico machista del personaje masculino”. ¡Una buena mierda literaria! (José Antonio Monterrosas Figueiras, periodista).

“Uy fácil : el primer libro que me ayudo a ser lector es Christine de Stephen King. Lo leí a los 14 años en la casa de mi abuela en San Luis Potosí. Mi tío que vivía con ella y tenía algunas novelas. Y esta fue la que tomé esas vacaciones de verano. Me sorprendió porque me dio miedo y como la lectura va de primera persona en la primera parte, luego a tercera persona en la segunda y termina en primera persona por un tiempo pensé que todo había ocurrido en realidad. Que no era ficción. En Juárez whiskey al final algo de esto menciono. Recuerdo pasajes recuerdo los nombres de algunos personajes. La leí quizá un par de veces más. Quizá por esta novela es que me gusta la novela de terror y policíaca. Yo leía desde muy pequeño cuentos rusos sobre todo. Pero nada me había impactado tanto hasta ese momento porque todo era una lectura más infantil. Prácticamente Christine fue mi primera lectura adulta (por los temas) y de tantas páginas”. (César Silva Márquez, escritor)

El pobrecito señor x de Ricardo Castillo. Es complicada la pregunta pero ese libro fue uno de los que me abrió la posibilidad de imaginar la poesía de otra manera: en el momento que lo leí el mundo era un lugar snob y pretencioso donde la poesía era un arma para defender el conservadurismo y el aburrimiento y en la ciudad donde vivía era peor: la poesía era un adorno más inofensivo y anodino que un talco para bebé: hay muchos libros importantes en mi vida: la lectura es parte de mi experiencia y mis relaciones personales: hay libros que relaciono con viajes o personas o lugares o momentos: pero para celebrar el día del libro me gustaría invitarlos a leer poesía mexicana y por eso elegí ese libro: donde los modelos de la poesía convencional de la segunda mitad del siglo 20 se fueron al carajo”. (José Eugenio Sánchez, poeta)

“Sujetarme a un solo libro que me defina o que sea eje central de mi amor por las letras… mmm, no, no puedo; a los 12 años, el libro que definió el rumbo de mis gustos literarios fue El evangelio, según Lucas Gavilán, de Vicente Leñero; a los 16, Crónica de una muerta anunciada, de Gabriel García Márquez, definió y subrayó mi pasión por las letras y el periodismo, y a los 16, también, 20 poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda, definieron al amoroso que soy, que suelo ser. Y, vaya, en el ejercicio de este breve resumen, encuentro que fue Leñero, el autor más importante en mi formación. Ya está”. (Víctor Hugo Sánchez, periodista)

Confabulario de Juan José Arreola fue el primer libro que me regalaron. Mi maestro de español en la secundaria y fue el primer libro que sentí como mío. Y el otro es el lugar común pero que es real, El Quijote que releo cada dos o tres años y que justo terminé apenas. No me cansa y me divierte un buen”. (Juan Carlos Valdés, periodista)

“Tengo varios. Mi infancia estuvo llena de los cuentos de Grimm, Pato Donalds, Tobi y La pequeña Lulú, del kiosko de la esquina , pero la curiosidad por saber de todo me llegó con la revista Selecciones que mi padre leía en el baño. El que empezó a cambiar mi modo de pensar y entender en primer plano a mi madre y a mi misma es el libro de Mi madre y yo misma de Nancy Friday”. (Mayra Milano, periodista)

Hoy cumpliría 90 años Jorge Ibargüengoitia, un autor imprescindible para entender México

lunes, enero 22nd, 2018

Un accidente de avión no sólo terminó con su vida, sino de los críticos Angel Rama y Martha Traba, del escritor peruano Manuel Scorza, de la pianista Rosa Sabater. Hoy es recordado como un autor que cada día es leído por los más jóvenes, como una contracara de Juan Rulfo: ambos autores sustanciales para comprender este país.

Ciudad de México, 22 de enero (Sin Embargo).- Llegas a México y comienzas a escuchar su apellido. Que lleva una diéresis tipo alemana, aunque Ibargüengoitia es más vasco que la pelota y que en términos literarios es la contracara de Juan Rulfo.

Si el autor del El llano en llamas o de Pedro Páramo tenía toda la tristeza del mundo, tan aplicada para México que todo lo exagera, lo lleva hasta el paroxismo, Jorge Ibargüengoitia era la ironía –un bien escaso en este país- parado sobre todo en la corrupción y en cómo vivimos con el delito.

“Si Juan Rulfo elevó la literatura mexicana a una narrativa tan telúrica como trans–temporal, tan inserta en las fatalidades de su historia como en sus relatos de cacicazgos violentos, tan magistral en el reflejo de la pervivencia de los muertos y su nostalgia amorosa, que hablan igual que si estuvieran vivos y al hacerlo construyen un espacio extraordinario de lo que se debe aceptar y valorar como ficción moderna en un rango superior, Las muertas, de Jorge Ibargüengoitia, elabora una novela en la que la tierra aparece con todo su peso temporal, irónica frente a los determinismos de sus instituciones corruptas (gobierno, ley, religión, trabajo), funérea en su sarcasmo de la ignorancia y la incuria y deslumbrante en su retrato de mujeres explotadas por parte de un par de hermanas lenonas en un confín del centro de México: la degradación de vivos que hablan como si estuvieran muertos”, dijo Sergio González Rodríguez (1950-2017), analizando Las muertas, “su mejor novela, junto con Estas ruinas que ves y Los relámpagos de agosto”, según dice.

“Amo su estilo y su prosa simple y satírica, que refleja el ser mexicano. Lo descubrí por la recomendación de un amigo, cuando llegue a México en el 2002. Y me gustó tanto que las veces que fui a Guanajuato visité su casa. Me gustan mucho Las muertas y Los pasos de López. En realidad me gusta todo…”, dice la periodista Olga Wornat cuando le preguntamos qué mexicano leía. Así se trata de él, alguien muy ligado a México y alguien que podría haber escrito todavía.

Jorge Ibargüengoitia nació en Guanajuato el 22 de enero de 1928 y murió en el Vuelo 011 de Avianca, junto a otros invitados al “Primer Encuentro de la Cultura Hispanoamericana”, por parte del gobierno colombiano, el 27 de noviembre de 1983. Tenía 55 años.

Rosa Sabater, pianista española, galardonada con el Premio Creu de Sant Jordi poco antes del accidente; Marta Traba, reconocida escritora y crítica de arte de nacionalidad argentino-colombiana; Ángel Rama, escritor y destacado ensayista uruguayo, cónyuge de Marta Traba y Manuel Scorza, novelista, poeta y editor peruano de la Generación del 50, fueron otros de los fallecidos.

Con esta novela ganó el Premio Casa de las Américas. Foto: Planeta

“Si no ha leído a Jorge Ibargüengoitia, compre alguno de sus libros y léalo. Es muy probable que no encuentre nada en las librerías españolas, lo que demuestra, una vez más, que la vida puede estar muy bien, pero el mundo está muy mal. Si tiene un amigo en México, consiga que le envíe las obras de Ibargüengoitia. Si no tiene ese amigo, laméntelo amargamente. Insisto: lea a Ibargüengoitia”, el reclamo de Enric González, en 2007, sobre el libro Instrucciones para vivir en México (de Planeta México).

Lo que es cierto, que al decir de Juan Villoro, uno de sus máximos cultores y difusores, cada día se lee más.

Durante una conferencia sobre el autor en el Colegio Nacional de la ciudad de México, Villoro dijo que Jorge Ibargüengoitia “era como el pariente más disparatado y estrafalario de nuestra tribu, yo me pregunté si algún otro mexicano nos podía unir de esta manera tan íntima y entrañable; entonces llegué a la conclusión de que era el gran tío mítico de todos nosotros”, dijo Villoro, calificando su obra de “entrañable”, “pues porque pocos escritores han capturado el tono coloquial de las tertulias, de los chismes y los rumores y en Jorge hay un sentido espontáneo de contar que recuerda el secreto traicionado y el malentendido”.

Consultado por nosotros, Juan expresó que Ibargüengoitia podría estar vivo todavía. “Bueno, es una gran tragedia lo de él, porque podría estar vivo hoy en día y podemos nosotros pensar que había como 30 libros posibles. Además, en el caso de Ibargüengoitia la literatura que estaba haciendo iba ganando en profundidad, en complejidad. Si uno ve libros últimos de él como Dos crímenes o Las muertas, se está orientando a cierto tipo de literatura cada vez más profunda, más sofisticada, en la construcción de personajes. En ocasiones es venturoso que un autor muera, porque José Emilio Pacheco le gustaba hacer el ensayo “contrafactual” de qué hubiera pasado si López Velarde no hubiera muerto a los 33 años. Él dice posteriormente uno de sus alumnos, Miguel Alemán, llegó a ser Presidente y él le hubiera dado un “hueso” muy apetitoso en la función pública. Como López Velarde tenía una tendencia cívica y religiosa tal vez se hubiera convertido en un poeta demagógico y retórico, le hubiera tocado la guerra cristera, qué hubiera dicho de ella, tal vez la hubiera anticipado, a lo mejor se hubiera arruinado. Lo mejor es que siempre un autor viva lo más posible, es lo que creo”, afirmó.

Con Las muertas accedió al gusto popular. Foto: Planeta

“Ibargüengoitia privilegia la sedimentación de la historia como farsa en la imaginación convencional, su condición de catecismo civil y procede a analizar narrativamente sus argucias legitimantes por medio de una feroz parodia del estilo, aplicándole a destiempo el sinsentido común, buscando en su tejido interior la razón de la sinrazón característica de la débil cultura política y moral del país”, dijo El académico y escritor Guillermo Sheridan, quien compiló en cuatro libros los artículos que Ibargüengoitia escribió para el viejo diario Excélsior (quizá el más famoso sea Instrucciones para vivir en México).

“En un país en el que los que pierden las batallas son los que llegan más lejos, Ibargüengoitia consigue, como quizá ningún otro narrador en México, con una asombrosa economía de medios, un retrato perfecto de la lacónica idiosincracia mexicana en su lenguaje: en el retórico y el coloquial. Detrás de ambas formas del silencioso disimulo, traza una cotidianeidad que sobrevive las ruidosas olas de la historia con un escepticismo total”, afirmó.

Ibargüengoitia nació en Guanajuato y se fue al Distrito Federal porque quería ser ingeniero, pero decidió que lo suyo eran las letras. Fue discípulo del dramaturgo mexicano Rodolfo Usigli (1905-1979). Sus inicios en la escritura ocurrieron en 1954, cuando se reveló como autor teatral con su comedia estudiantil Susana y los jóvenes, a la que siguieron Ante varias esfinges, El atentado, Clotilde, el viaje y el pájaro y La conspiración vendida.

Confluyen los factores que caracterizan la obra de Ibargüengoitia: la provincia, la mirada crítica y los personajes cínicos, donde no hay buenos ni malos, sino seres ruines en diverso grado. Foto: Planeta

La primera novela, Los relámpagos de agosto, una sátira de la Revolución Mexicana, ganó en 1964 el prestigioso Premio Casa de las Américas . Con Las muertas (1977), basada en la historia real de una banda de lenonas conocidas como “Las Poquianchis”, se consolidó entre el gusto de los lectores.

“Una mirada que se deduce de su manera de ver el mundo, que era una visión crítica de la sociedad, de la realidad y de las autoridades. Visión que Jorge hizo con un sentido del humor muy acuciado, sobre todo cuando se refería a la historia de México. Para mí destacan y me interesan mucho sus obras de teatro que fueron muy maltratadas en su tiempo a pesar de que eran muy interesantes, irónicas y sarcásticas ya que fueron escritas saliendo del realismo. Creo que esto fue algo que a Jorge le decepcionó, por eso se salió, dejó el teatro y prefirió la novela”, opinaba Vicente Leñero (1933-2014).

Poster que hizo Planeta para conmemorar los 90 años de Jorge Ibargüengoitia. Foto: Planeta

LOS 90 AÑOS DE JORGE IBARGÜENGOITIA

Hoy hubiera cumplido 90 años. Aceptado como un autor imprescindible para entender México, Jorge Ibargüengoitia será recordado en numerosas mesas y actos, a cargo de la Cineteca Nacional y el Instituto Nacional de Bellas Artes.

Hoy, Bárbara Colio hablará de la película Dos crímenes (1993), de Roberto Sneider.

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El 29 de enero, Paulette Jonguitud hablará de Estas ruinas que ves (1978), de Julián Pastor.

[youtube YjpJWHVIWhs]

Ambas charlas se darán en el encuentro Literatura y cine, que organiza la Cineteca Nacional.

Mañana, martes 23, se llevará a cabo la mesa “Jorge cronista: 90 años de Jorge Ibargüengoitia”, con Diana del Ángel, Ana García Bergua y Juan Villoro, en la Sala Manuel M. Ponce, del Palacio de Bellas Artes.

En el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, se llevará a cabo la charla “Instrucciones para leer a Jorge. 90 años de Jorge Ibargüengoitia”, el día 24, y contará con la participación de Tanya Huntington, Verónica Murguía, César Tejeda y Richard Viqueira.

Recrea a un dictador caribeño, tan propio de nuestra historia. Foto: Planeta

En la Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes, el 31 de enero será la apertura del ciclo Letras jóvenes con “El humor literario después de Ibargüengoitia”, en la que participarán Guillermo Espinosa Estrada, Eduardo Huchín y Amaranta Leyva.

Mientras tanto, grupo Planeta, editor de toda su obra en el legendario sello Joaquín Mortiz, publicará dos libros infantiles de cuentos y obras de teatro, además de un póster conmemorativo ilustrado por Fernanda Galván que se dará a sus seguidores.

Los relámpagos de agosto, su primera novela y ganadora del Premio Casa de las Américas en 1964, Jorge hace gala de la fina ironía que le caracterizaba al presentar el lado humorístico de la novela de la Revolución Mexicana, donde deja de lado las anécdotas dolorosas al revelar las memorias de un General caído en desgracia con un tono que mezcla la parodia y el absurdo.

Obras publicadas por Joaquín Mortiz:

Las Muertas, están ambientada en el México más siniestro e inspirada en el caso de Las Poquianchis, las hermanas proxenetas que por más de quince años engañaron a mujeres, las privaron de la libertad y las obligaron a prostituirse.

En Maten al león, el guanajuatense plasma su alto sentido inquisidor al recrear a un dictador en la isla caribeña de Arepa, aunque ese mundo bien podría ubicarse en la mayoría de los países latinoamericanos, donde en no pocas ocasiones quienes están en el poder cometen abusos que quedan impunes.

En el Bajío personal de nuestro autor se fragua, con humor implacable, paródico y antisolemne, la Independencia de México. Foto: Planeta

Los pasos de López: En el Bajío personal de nuestro autor se fragua, con humor implacable, paródico y antisolemne, la Independencia de México. Desde el encuentro casual del cura Periñón y el teniente Matías Chandón, hasta el día en que el primero resuelve firmar su abjuración poniendo al calce “López”, transcurre una de las novelas más finas de Ibargüengoitia. En ella se encarga —sin segundas intenciones— de desmitificar la esta heroica insurgente con una inigualable sucesión de enredos y aventuras que nos obliga a seguirlo a un final más o menos feliz

Dos crímenes, confluyen los factores que caracterizan la obra de Ibargüengoitia: la provincia, la mirada crítica y los personajes cínicos, donde no hay buenos ni malos, sino seres ruines en diverso grado, hasta llegar al descaro, que tienen acciones que reflejan mucho de avaricia, mentiras, envidias e intrigas y que, finalmente, llevan a situaciones que dan título a esta obra que bien podría considerarse una novela policiaca.

Para los niños de 8 y 10 años habrá Ibargüengoitia ilustrado. En marzo saldrán publicados en el sello Planeta lector Piezas para niños, que incluyen tres obras de teatro ilustrados por Manuel Monroy y Cuentos para niños, que son siete relatos ilustrados por Juan Palomino. Ambos libros cuentan con un prólogo de Francisco Hinojosa.

Vicente Leñero, el ingeniero, periodista y dramaturgo, a un año de su muerte

jueves, diciembre 3rd, 2015

En el primer aniversario luctuoso del escritor y periodista mexicano, diversas instituciones lo recordarán con homenajes y encuentros literarios. A continuación un repaso por su vida y obra.

Murió a los 81 años de edad. Foto: Cuartoscuro

Murió a los 81 años de edad. Foto: Cuartoscuro

Ciudad de México, 3 de diciembre (Notimex).- Con una serie de actividades, como la conferencia en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), el encuentro iberoamericano de dramaturgia de la Feria Internacional del Libro (FIL) en Guadalajara y la filmación de su último guión cinematográfico, se recuerda al escritor mexicano Vicente Leñero.

A un año de su muerte, ocurrida el 3 de diciembre del 2014, el maestro de las letras sigue vigente en el imaginario colectivo, sobre todo de quienes fueron sus alumnos y colegas en las letras y el periodismo; la dramaturgia, la edición y la Academia de la Lengua.

Autor de una decena de novelas, 14 obras de teatro y tres compilaciones de cuentos, Leñero fue merecedor en 2011 de la Medalla Bellas Artes otorgada por el INBA.

Vicente Leñero nació en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, el 9 de junio de 1933, de acuerdo a sus datos biográficos publicados en el sitio web de escritores del cine mexicano de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), mismos que detallan que las ansias por escribir le surgieron desde su infancia.

Su interés en la escritura y una máquina de escribir prestada por su hermano, ayudaron a que Leñero comenzara a obsesionarse en el oficio de dominar las letras mientras era un estudiante de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, donde comenzó a trabajar en libros breves de poemas, cuentos, ensayos y obras de teatro.

En aquella época, el dramaturgo, en busca de herramientas para la escritura, su verdadera vocación, combinó los estudios de ingeniería con los de periodismo en la escuela Carlos Septién García.

Aquí junto a Julio Scherer, quien murió en enero de 2015. Foto: Cuartoscuro

Aquí junto a Julio Scherer, quien murió en enero de 2015. Foto: Cuartoscuro

De acuerdo con datos del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta)  sus primeros éxitos llegaron en 1958, cuando obtuvo los dos primeros lugares en el Concurso Nacional del Cuento Universitario con las obras La polvareda y ¿Qué me van a hacer, papá?.

Gracias a ese evento, Leñero conoció a dos de los jurados; el guionista mexicano Juan Rulfo (1917-1986) y el académico Juan José Arreola (1918-2001), quien lo invitó a su taller de narrativa y, posteriormente, lo impulsó a obtener la beca del Centro Mexicano de Escritores entre 1961 y 1964, donde fungía como su tutor.

En aquellos años de intenso aprendizaje repartió su tiempo entre la colaboración con reportajes para la revista “Señal”, su participación en el Taller Literario de Juan José Arreola y la escritura de cuentos.

“Viví al margen, no encajaba: entre los ingenieros era escritor; entre los periodistas, novelista; y entre los escritores, ingeniero”, le confió a la periodista y escritora Silvia Cherem, en una conversación publicada en la Revista de la Universidad de México.

Después colaboró en El Heraldo de México y la revista Claudia, de la que posteriormente fue director, entre 1969 y 1972, y Revista de Revistas, el suplemento cultural del periódico Excélsior, entre 1973 y 1976.

Leñero fue fundador de la revista Proceso, de la que se mantuvo como subdirector.

De forma paralela a su labor en las letras, Vicente Leñero se desempeñó como guionista tanto en el sector teatral como en el cinematográfico.

En las artes escénicas, participó en más de una decena de obras, en las que denunció la situación social y política de México: “Pueblo rechazado” (1969), “Los albañiles” (1970), “El juicio” (1971) y “Martirio de Morelos” (1981), son un ejemplo.

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Es autor también de narraciones realistas, en las que emplea un lenguaje preciso y coloquial: A fuerza de palabras (1977) y El evangelio de Lucas Gavilán (1978).

En el Séptimo arte, Leñero incursionó como guionista en 18 películas como Los de abajo (1978), Mariana, Mariana, El callejón de los milagros (1995), La ley de Herodes (1999), El crimen del padre Amaro (2002) y El atentado (2010), por citar las más famosas.

El escritor fue merecedor de importantes reconocimientos a lo largo de su trayectoria, como el Premio Biblioteca Breve de la editorial “Seix Barral”, en 1963; la beca “Guggenheim”, en 1967; el premio Xavier Villaurrutia por su antología La inocencia de este mundo, en 2001, y el Premio Nacional de Ciencias y Artes de México, en el área de Lingüística y Literatura, el mismo año, destaca el portal de internet de la Academia Mexicana de la Lengua (AML).

En 2010 fue homenajeado en la escuela donde estudió periodismo. Foto: Cuartoscuro

En 2010 fue homenajeado en la escuela donde estudió periodismo. Foto: Cuartoscuro

El dramaturgo también fue galardonado junto al escritor mexicano José Agustín (1944), con la Medalla Bellas Artes de México que otorga el INBA y fue nombrado miembro de la AML el 11 de marzo de 2010, tomando posesión de la silla XXVIII, un año después.

Para Leñero, la clave de escribir se encontraba en la forma de desarrollar un estilo que, a su pensar, era algo muy difícil de conseguir y consistía en decir bien las cosas.

“El escritor internamente sabe lo que tiene que decir, el problema es cómo lo dice. Debajo de un estilo bien definido hay mucho trabajo, como una construcción arquitectónica. El trabajo del escritor es de mucho empeño, tiene que hacer que las palabras fluyan y no parezca que dio esfuerzo construir la obra”, dijo en alguna ocasión.

Vicente Leñero, constructor de historias, maestro de innumerables generaciones, falleció en la Ciudad de México, la mañana del 3 de diciembre a los 81 años de edad, debido a complicaciones de un enfisema pulmonar.